Homilía del papa Francisco en Santa Marta
Estad tranquilos, no os dejaré huérfanos, os enviaré un abogado, el Espíritu Santo, para defenderos ante el Padre. Estamos leyendo estos días el largo discurso de Jesús a sus discípulos en la Última Cena. En particular, nos fijamos en el Paráclito, el Espíritu Santo, que nos acompaña y nos da la seguridad de ser salvados por Jesús.
Solo el Espíritu Santo nos enseña a decir: Jesús es el Señor. Sin el Espíritu, ninguno de nosotros es capaz de decirlo, de sentirlo, de vivirlo. Jesús, en otros pasajes de este discurso largo, dijo: Él os conducirá a la Verdad plena, os acompañará a la Verdad plena. Él os recordará todas las cosas que yo he dicho; os lo enseñará todo. Es decir, el Espíritu Santo es el compañero de camino de todo cristiano, y también el compañero de camino de la Iglesia. Y ese es el don que Jesús nos da.
El Espíritu Santo es un don: el gran don de Jesús, el que no nos hace equivocarnos. Pero, ¿dónde vive el Espíritu? En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles (16,11-15), encontramos la figura de Lidia, comerciante de púrpura, una que sabía hacer las cosas, a la que el Señor le abrió el corazón para unirse a la Palabra de Dios. El Señor le abrió el corazón para que entrase el Espíritu Santo y ella fuese una discípula. Es precisamente en el corazón, donde llevamos al Espíritu Santo. La Iglesia lo llama el dulce huésped del corazón: ¡está aquí! Pero en un corazón cerrado no puede entrar. ¿Y dónde se compran las llaves para abrir el corazón? No: eso también es un don. Es un don de Dios. Señor, ábreme el corazón para que entre el Espíritu y me haga entender que Jesús es el Señor. Esta es una oración que debemos hacer en estos días: Señor, ábreme el corazón para que yo pueda comprender lo que Tú nos has enseñado. Para que yo pueda recordar tus palabras. Para que yo pueda seguir tus palabras. Para que yo llegue a la verdad plena.
Así pues, corazón abierto para que el Espíritu entre y podamos escuchar al Espíritu. Yo haré solo dos preguntas que se pueden tomar de estas dos lecturas. Primera: ¿Yo pido al Señor la gracia de que mi corazón esté abierto? Segunda pregunta: ¿Yo procuro escuchar al Espíritu Santo, sus inspiraciones, las cosas que Él dice a mi corazón para que vaya adelante en mi vida de cristiano, y pueda dar testimonio yo también de que Jesús es el Señor? Pensad en estas dos cosas, hoy: mi corazón está abierto, y hago el esfuerzo de oír al Espíritu Santo, qué me dice. Y así iremos adelante en la vida cristiana y daremos también nosotros testimonio de Jesucristo.