Homilía del papa Francisco en Santa Marta
En el Evangelio de hoy (Lc 13,31-35), Jesús llama a Herodes zorro, después de que algunos fariseos le han dicho que quiere matarlo. Y dice lo que pasará: se prepara para morir. Jesús luego se dirige a la Jerusalén cerrada, que mata a los profetas que le fueron enviados.
Entonces cambia de tono, y comienza a hablar con ternura, la ternura de Dios. Jesús mira a su pueblo, mira a la ciudad de Jerusalén. Y aquel día lloró sobre Jerusalén. Es Dios Padre el que llora aquí en la persona de Jesús: ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Alguno ha dicho que Dios se hizo hombre para poder llorar, llorar por lo que habían hecho sus hijos. El llanto ante la tumba de Lázaro es el llanto del amigo. Este es el llanto del Padre.
Se nos va el pensamiento al padre del hijo pródigo, cuando el joven le pide la herencia y se va. Aquel padre no fue a sus vecinos a decir: “¡Mira, mira lo que me ha pasado! ¡Lo que este pobre desgraciado me ha hecho! ¡Pues yo maldigo a este hijo!”. No hizo eso. Estoy seguro de que tal vez se fuera a llorar solo. ¿Por qué digo esto? Porque el Evangelio no dice eso; dice que, cuando el hijo volvió, lo vio de lejos. Eso significa que el Padre continuamente subía a la terraza a mirar el camino para ver si el hijo volvía. Y un padre que hace eso es un padre que vive en el llanto, esperando que el hijo regrese. Ese es el llanto de Dios Padre. Y con ese llanto el Padre recrea en su Hijo toda la creación.
También pensamos en el momento en que Jesús sube al Calvario con la cruz a cuestas: a las mujeres piadosas que lloraban, les dice que lloren no por Él, sino por sus hijos. Es decir, un llanto de padre y de madre que Dios, también hoy, sigue haciendo. Hoy también ante las calamidades, las guerras que se hacen para adorar al dios dinero, ante tantos inocentes asesinados por las bombas que tiran los adoradores del ídolo dinero, también hoy el Padre llora, también hoy dice: Jerusalén, Jerusalén, hijitos míos, ¿qué estáis haciendo? Y lo dice a las víctimas —¡pobrecillas!— y también a los traficantes de armas y a todos los que venden la vida de la gente.
Nos vendrá bien pensar que nuestro Padre Dios se hizo hombre para poder llorar, y nos hará bien pensar que nuestro Padre Dios llora hoy: llora por esta humanidad que no acaba de entender la paz que Él nos ofrece, la paz del amor.