Homilía de la Misa en Santa Marta
Cristianos que caminan en la fe y cristianos que se comportan como enemigos de la Cruz de Cristo. Son los dos grupos de cristianos presentes hoy, igual que en tiempos del Apóstol de las Gentes (cfr. Flp 3,17-4,1). Los dos grupos estaban juntos en la Iglesia: iban a Misa los domingos, alababan al Señor, se llamaban cristianos. ¿Cuál era, entonces, la diferencia? Pues que los segundos andan como enemigos de la Cruz de Cristo. ¡Cristianos enemigos de la Cruz de Cristo! Son cristianos mundanos, cristianos de nombre, con dos o tres cosas de cristiano, nada más. ¡Cristianos paganos! ¡De nombre cristiano, pero de vida pagana! O, por decirlo de otra manera, ¡paganos con dos pinceladas de barniz de cristianismo! Parecen cristianos, pero son paganos. ¡Hoy también hay muchos! Por eso hemos de estar atentos a no caer en el camino de los cristianos paganos, cristianos de apariencia. Porque la tentación de acostumbrarse a la mediocridad de esos cristianos es precisamente su ruina, ya que el corazón se vuelve tibio, y a los tibios el Señor les dice palabras fuertes: Porque eres tibio, estoy para vomitarte de mi boca (Ap 3,16). ¡Es muy fuerte! Son enemigos de la Cruz de Cristo. Toman su nombre, pero no siguen las exigencias de la vida cristiana.
San Pablo habla también de la ciudadanía de los cristianos: nuestra ciudadanía está en los cielos (Flp 3,20). La de ellos es terrena. Son ciudadanos del mundo, no de los cielos. Ciudadanos del mundo. Y su apellido es ¡mundano! ¡Cuidado con esos! Todos, yo también, debemos preguntarnos: ¿Tendré yo algo de esos? ¿Tendré algo de mundanidad dentro de mí? ¿Algo de paganismo? ¿Me gusta alardear? ¿Me gusta el dinero? ¿Me gusta el orgullo, la soberbia? ¿Dónde tengo mis raíces, es decir, de dónde soy ciudadano? ¿En el cielo o en la tierra? ¿En el mundo o en el espíritu mundano? Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo (Flp 3,20). ¿Y la de ellos? ¡Su suerte final será la perdición! (Flp 3,19). Esos cristianos barnizados acabarán mal. Mirad, al final, ¿adónde te lleva la ciudadanía que tienes en el corazón? La mundana a la ruina, la de la Cruz de Cristo al encuentro con Él.
Hay algunas señales en el corazón que muestran si está cayendo en la mundanidad. Si te gusta y estás a pegado al dinero, a la vanidad y al orgullo, vas por la senda mala. Si, en cambio, procuras amar a Dios, servir a los demás, si eres manso, si eres humildad, si eres servidor de los demás, vas por el buen camino. Tu carta de ciudadanía es buena: ¡es del cielo! La otra, al contrario, es una ciudadanía que te llevará mal. Por eso, Jesús pedía mucho al Padre que salvara a sus discípulos del espíritu del mundo, de esa mundanidad que lleva a la perdición.
Atención a la parábola del administrador infiel que engaña a su señor, narrada en el Evangelio de hoy (Lc 16,1-8). ¿Cómo llegó ese administrador del Evangelio a estafar, a robar a su señor? ¿Cómo llegó: de un día a otro? ¡No! Poco a poco. Un día una propina por aquí, otro día un sobrecito por allá, y así, poco a poco, se llega a la corrupción. El camino de la mundanidad de esos enemigos de la Cruz de Cristo es así, ¡te lleva a la corrupción! ¿Y cómo acaba ese hombre? Robando abiertamente.
Por eso san Pablo nos pide que estemos firmes en el señor (Flp 4,1), sin permitir que el corazón se debilite y acabe en la nada, en la corrupción. Es una bonita gracia esta de pedir que permanezcamos firmes en el Señor. Está toda la salvación, ahí será la transfiguración en la gloria. Firmes en el Señor y en el ejemplo de la Cruz de Cristo: humildad, pobreza, mansedumbre, servicio a los demás, adoración, oración.