Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
La fe no necesita aparentar, sino estar. No necesita ser adulada con cortesías, especialmente si son hipócritas, sino de un corazón capaz de amar de modo genuino. El Evangelio del día —donde el fariseo se asombra del Maestro que no hace las abluciones prescritas antes de comer— recuerda que Jesús condena ese tipo de seguridad centrada en el cumplimiento de la ley. Jesús condena la espiritualidad de la cosmética, parecer buenos y guapos, cuando la verdad por dentro es otra cosa. Jesús condena a las personas de buenas maneras pero de malas costumbres que no se ven, pero las hacen a escondidas. ¡La apariencia! Esa gente a la que le gusta pasear por las plazas y que los vean rezando, o maquillarse con un poco de palidez al ayunar…
¿Por qué el Señor es así? Ved que son dos los adjetivos que usa aquí, pero unidos: codicia y malicia. Sepulcros blanqueados dirá de ellos Jesús en el pasaje paralelo de Mateo, criticando ciertas actitudes que define con dureza como inmundicia o podredumbre. Dad más bien en limosna todo lo que tenéis dentro, es su contrapropuesta. La limosna siempre ha sido, en la tradición de la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, una piedra de toque de la justicia. También Pablo, en la lectura de hoy, discute con los Gálatas por lo mismo, su apegamiento a la ley. E idéntico es también el resultado, porque la ley sola no salva. Lo que vale es la fe. ¿Qué fe? La que se manifiesta por medio de la caridad. Igual que Jesús y el fariseo. Una fe que no es solo rezar el Credo: todos creemos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, en la vida eterna…. ¡Todos creemos! Pero eso es una fe inmóvil, que no se mueve. Lo que vale en Cristo Jesús es la laboriosidad que viene de la fe o, mejor, la fe que se manifiesta en la caridad, o sea, que volvemos a la limosna; limosna en el sentido más amplio de la palabra: apartarse de la dictadura del dinero, de la idolatría del dinero, porque la avaricia nos aleja de Jesús.
Recuerdo un episodio de la vida del padre Arrupe, Prepósito general de los Jesuitas desde los años Sesenta a los Ochenta. Un día, una señora rica lo invitó a un sitio para entregarle dinero para las misiones en Japón, en las que el padre Arrupe estaba muy comprometido. La entrega del sobre fue prácticamente en la puerta y ante periodistas y fotógrafos. El padre Arrupe contó que sufrió una gran humillación, pero aceptó el dinero por los pobres de Japón. Cuando lo abrió, ¡había diez dólares!
Preguntémonos si la nuestra es una vida cristiana de cosmética, de apariencias, o una vida cristiana cuya fe se manifiesta en la caridad. Jesús nos aconseja: No toquéis la trompeta. Y luego: No dar solo de lo que sobra. Y nos habla de aquella viejecita que dio todo lo que tenía para vivir. Y la alaba por haberlo hecho. Y eso que lo hace un poco a escondidas, quizá porque se avergonzaba de no poder dar más.