El Evangelio de hoy nos habla de la pajita en el ojo ajeno y de la viga en el propio. El apelativo “hipócritas”, que Jesús lanza muchas veces a los doctores de la ley, en realidad se dirige a cualquiera. Porque el que juzga lo hace de prisa, mientras que Dios, para juzgar, se toma su tiempo. Por eso, el que juzga se equivoca, sencillamente porque ocupa un puesto que no es para él. Y no solo se equivoca, sino que además se confunde. Está tan obsesionado por lo que quiere juzgar, por aquella persona, que esa pajita no le deja dormir, porque quiero quitarte esa pajita. Y no se da cuenta de la viga que él tiene. Se confunde: cree que la viga es la pajita. Confunde la realidad. Es un fantasioso. Y quien juzga termina derrotado, acaba mal, porque la misma medida será usada para juzgarle a él. El juez que se equivoca de sitio porque ocupa el puesto de Dios —soberbio, autosuficiente— apuesta por una derrota. ¿Cuál es la derrota? La de ser juzgado con la medida con la que él juzga.
El único que juzga es Dios y aquellos a los que Dios da la potestad de hacerlo. Imitemos la actitud de Jesús, respecto a quien no tiene escrúpulos para lanzar juicios sobre los demás. Jesús, ante el Padre, ¡no acusa nunca! Al contrario, ¡defiende! Es el primer Paráclito, y luego nos envía al segundo, que es el Espíritu. Él es el defensor: está ante el Padre para defendernos de las acusaciones. ¿Quién es el acusador? En la Biblia se llama acusador al demonio. Jesús juzgará, sí, al fin del mundo; pero, mientras tanto, intercede y defiende. En definitiva, quien juzga es un imitador del príncipe de este mundo, que va detrás de las personas para acusarlas antes el Padre.
Que el Señor nos dé la gracia de imitar a Jesús intercesor, defensor, abogado, nuestro y de los demás. Y no juzgar al otro, porque al final nos destruirá. Si queremos ir por el camino de Jesús, más que acusadores, debemos ser defensores de los demás ante el Padre. Cuando veo algo fea en otro, ¿voy a defenderlo? ¡No! ¡Pues cállate! Ve rezar y defiéndelo ante el Padre, como hace Jesús. Reza por él, ¡pero no lo juzgues! Porque si lo haces, cuando tu hagas algo feo, serás juzgado. Recordemos bien esto, nos vendrá bien en la vida de todos los días, cuando nos entren ganas de juzgar a los demás, de criticar a los demás, que es una forma de juzgar.