Domingo de la semana 19 de tiempo ordinario; ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(1 Re 19,4-8) "Caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb"
(Ef 4,30-5,2) "Sed imitadores de Dios"
(Jn 6,41-51) "El que cree tiene vida eterna"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

SANTA MISA PARA EL "CENTRO ITALIANO DELLA SOLIDARIETÀ"
Castelgandolfo, Domingo 5 de agosto de 1979

Queridísimos:
Estamos aquí reunidos en torno al altar del Señor, el único que puede iluminarnos sobre el misterio de nuestra vida, drama de amor y de salvación, y el único que puede darnos la fuerza para no caer, o para levantarnos de nuevo; y, sobre todo, para vivir de manera conforme a las exigencias y a los ideales del cristianismo.
Este es precisamente, según me parece, el tema central de la liturgia de este domingo, en la que Jesús, pan de vida, se nos presenta como único y verdadero significado de la existencia humana.
1. En nuestro tiempo, por desgracia, el racionalismo científico y la estructura de la sociedad industrial, caracterizada por la ley férrea de la producción y del consumo, han creado una mentalidad cerrada dentro de un horizonte de valores temporales y terrenos, que quitan a la vida del hombre todo significado trascendente.
El ateísmo teórico y práctico que serpea ampliamente; la aceptación de una moral evolucionista desvinculada totalmente do los principios sólidos y universales de la ley moral natural y revelada, pero vinculada a las costumbres siempre variables de la historia; la insistente exaltación del hombre como autor autónomo del propio destino y, en el extremo opuesto, su deprimente humillación al rango de pasión inútil, de error cósmico, de peregrino absurdo de la nada en un universo desconocido y engañoso, han hecho perder a muchos el significado de la vida y han empujado a los más débiles y a los más sensibles hacia evasiones funestas y trágicas.
El hombre tiene necesidad extrema de saber si merece la pena nacer, vivir, luchar, sufrir y morir, si tiene valor comprometerse por algún ideal superior a los intereses materiales y contingentes, si, en una palabra, hay un "porqué" que justifique su existencia.
Esta es, pues, la cuestión esencial: dar un sentido al hombre, a sus opciones, a su vida, a su historia.
2. Jesús tiene la respuesta a estos interrogantes nuestros; El puede resolver la "cuestión del sentido" de la vida y de la historia del hombre. Aquí está la lección fundamental de la liturgia de hoy. A la muchedumbre que le ha seguido, desgraciadamente sólo por motivos de interés material, al haber sido saciada gratuitamente con la multiplicación milagrosa de los panes y de los peces, Jesús dice con seriedad y autoridad: "Procuraos no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da" (Jn 6, 27).
Dios se ha encarnado para iluminar, más aún, para ser el significado de la vida del hombre. Es necesario creer esto con profunda y gozosa convicción; es necesario vivirlo con constancia y coherencia; es necesario anunciar y testimoniar esto, a pesar de las tribulaciones de los tiempos y de las ideologías adversas, casi siempre tan insinuantes y perturbadoras.
Y, ¿de qué modo es Jesús el significado de la existencia del hombre? El mismo lo explica con claridad consoladora: "Mi Padre os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo... Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre y el que cree en mí, jamás tendrá sed" (Jn 6, 32-35). Jesús habla simbólicamente, evocando el gran milagro del maná dado por Dios al pueblo judío en la travesía del desierto. Es claro que Jesús no elimina la preocupación normal y la búsqueda del alimento cotidiano y de todo lo que puede hacer que la vida humana progrese más, se desarrolle más y sea más satisfactoria. Pero la vida pasa indefectiblemente. Jesús hace presente que el verdadero significado de nuestro existir terreno está en la eternidad, y que toda la historia humana con sus dramas y alegrías debe ser contemplada en perspectiva eterna.
También nosotros, como el pueblo de Israel, vivimos sobre la tierra la experiencia del Éxodo; la "tierra prometida" es el cielo. Dios, que no abandonó a su pueblo en el desierto, tampoco abandona al hombre en su peregrinación terrena. Le ha dado un "pan" capaz de sustentarlo a lo largo del camino: el "pan" es Cristo. El es ante todo la comida del alma con la verdad revelada y después con su misma Persona presente en el sacramento de la Eucaristía.
¡El hombre tiene necesidad de la trascendencia! ¡El hombre tiene necesidad de la presencia de Dios en su historia cotidiana! ¡Sólo así puede encontrar el sentido de la vida! Pues bien, Jesús continúa diciendo a todos: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6); "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida" (Jn 8, 12); "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11, 28).
3. La reflexión ahora recae sobre cada uno de nosotros. En efecto, depende de nosotros captar el significado que Cristo ha venido a ofrecer a la existencia humana y "encarnarlo" en nuestra vida. Depende del interés de todos "encarnar" este significado en la historia humana. ¡Gran responsabilidad y sublime dignidad! Es necesario, para este fin, un testimonio coherente y valiente de la propia fe. San Pablo, escribiendo a los Efesios, traza, en este sentido, un programa concreto de vida:
— es necesario, ante todo, abandonar la Mentalidad mundana y pagana: "Os digo, pues, y testifico en el Señor que no os portéis como se conducen los gentiles, en la unidad de su mente";
— después, es necesario cambiar la mentalidad mundana y terrestre en la mentalidad de Cristo; "Dejando, pues, vuestra antigua conducta, despojaos del hombre viejo, viciado por las concupiscencias seductoras";
— finalmente, es necesario aceptar todo el mensaje de Cristo, sin reducciones de comodidad, y vivir según su ejemplo: 'Renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas" (Ef 4, 17. 20-24).
Queridísimos, como veis, se trata de un programa muy comprometido, bajo ciertos aspectos podría decirse, desde luego, heroico; sin embargo, debemos presentarlo a nosotros y a los demás en su integridad, contando con la acción de la gracia, que puede dar a cada uno la generosidad de aceptar la responsabilidad de las propias acciones en perspectiva eterna y para el bien de la sociedad.
Id, pues, adelante con confianza y con interés generoso, buscando cada día nuevo impulso y alegría en la devoción a Jesús Eucarístico y en la confianza en María Santísima.
Me complace concluir citándoos un pensamiento de mi venerado predecesor Pablo VI de quien mañana celebramos el primer aniversario de su piadoso tránsito: "Ante el arreciar de intereses contrastantes, dañosos para el auténtico bien del hombre, hay que proclamar de nuevo bien alto las formidables palabras del Evangelio que son las únicas que han dado luz y paz a los hombres en análogas convulsiones de la historia" (Discurso a los cardenales, 21 de junio de 1976; cf. Pablo VI, Enseñanzas al Pueblo de Dios, pág. 292).
Así, pues, queridísimos hijos, con la luz y con la paz que nos vienen de estas palabras eternas, nosotros continuemos serenamente nuestro camino.

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

“Levántate y come, porque te queda todavía mucho camino”. Estas palabras que el Ángel del Señor le dijo al profeta Elías cuando se sintió cansado y deseó morir, nos las podría dirigir hoy a nosotros invitándonos también a alimentarnos con el pan de la Eucaristía. Y lo que el profeta no hubiera conseguido con sus propias fuerzas , lo obtuvo con la ayuda del Señor: Elías “se levantó, comió y bebió, y anduvo con la fuerza de aquella comida cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios”.
¡Nos cansamos y no tenemos un tónico recuperante que nos devuelva el entusiasmo por las cosas de Dios! Las contrariedades van abriendo una brecha por la que entra el desaliento, una visión más practica y realista se va adueñando de la situación pues nuestro mundo es endiabladamente difícil y comienzan las compensaciones, el regateo y las componendas. El mismo paso del tiempo, que no transcurre sin pasar factura, nos golpea y se alía de nuestros hábitos que se convierten entonces en cómplices de nuestra rutina.
 “Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no le atrae”, nos dice el Señor en el Evangelio de hoy. La comunión frecuente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo es lo que nos permite levantarnos cuando el cansancio se apodera de nosotros. Un inmensa corriente vital que brota del seno de Dios, como esa agua viva de la que habla Jesús, inunda el corazón del cristiano proporcionándole la fuerza necesaria para recorrer el camino. “Venid  a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28), dice el Señor.
En la Sagrada Eucaristía recibimos el manantial de donde brota toda la ayuda que precisamos, en Ella recibimos al autor mismo de la gracia: “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él”. No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales. S. Josemaría Escrivá, al hablar de la Sagrada Comunión, veía al Señor como “el Amigo: vos autem dixi amicos, dice. Nos llama amigos y El fue quien dio el primer paso; nos amó primero. Sin embargo, no impone su cariño: lo ofrece… Era amigo de Lázaro y lloró por él, cuando lo vio muerto: y lo resucitó. Si nos ve fríos, desganados, quizá con la rigidez de una vida interior que se extingue, su llanto será para nosotros vida: “Yo te lo mando, amigo mío, levántate y anda”, sal fuera de esa vida estrecha, que no es vida”.

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"El Pan de los ángeles se hace pan de los hombres; y el pan celestial da fin a las antiguas figuras"

1R 19,4-8: "Con la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte de Dios
Sal 33,2-3.4-5.6-7.8-9: "Gustad y ved qué bueno es el Señor"
Ef 4,30-5,2: "Vivid en el amor como Cristo"
Jn 6,41-51: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo"

Recordando a Moisés en el desierto, se nos describe la huida de Elías que se siente fracasado en su obra, y pide a Dios que se lo lleve de este mundo. El alimento que recibe es señal de que Dios está con él.

Como hicieron sus antepasados en el desierto ante Moisés, los judíos hacen ahora ante Cristo: "murmuraron". Y para rechazarle, apelan a que su familia es conocida, y vana, por tanto, su pretensión de que "viene del cielo". Pero Jesús con las palabras de Isaías les denuncia porque no escuchan la voz de Dios.

Con palabras más recias que nunca ("El pan que yo daré es mi carne para vida del mundo"), Jesús relaciona la Eucaristía con su muerte empleando el término "carne", expresión muy primitiva.

Con frecuencia se observa que cada uno defiende "su" verdad, sinónimo de algo puramente subjetivo. Quien así actúa debe reconocer el mismo derecho en los demás. Tanto subjetivismo hace imposible hallar la verdad universal y objetiva. La defensa de la propia verdad nada tiene que ver con la personalidad o con la dignidad. Nadie más digno que quien busca la verdad objetiva y la acepta.

– Cristo revela el Espíritu a través de la Eucaristía:

"Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que Él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para la vida del mundo. Lo sugiere también a Nicodemo, a la Samaritana y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos. A sus discípulos les habla de él abiertamente a propósito de la oración y del testimonio que tendrán que dar" (728).

– El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia:

"La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con Él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda" (1368).

– "Dios no rehusará ser invocado como Dios por aquellos que hayan mortificado en la tierra sus miembros, y, sin embargo, viven en Cristo. Además, Dios es Dios de vivos, no de muertos; más aún, vivifica a todo hombre por su Verbo vivo, el cual da a los santos para alimento y vida, como el mismo Señor dice:  «Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,35). Los judíos, por tener el gusto enfermizo y los sentidos del espíritu no ejercitados en la virtud, no entendiendo rectamente la explicación de este pan, le contradecían porque había dicho:  «Yo soy el pan que ha bajado del cielo»" (San Atanasio, Cart. 4, 3).

"Se da a los cristianos una gran verdad: que el pan se convierte en Cuerpo y el vino en Sangre. Lo que no percibes o no ves, te lo confirma la fe, fuera del orden natural" (Himno "Lauda Sion").

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