La meta explícita del movimiento ecuménico consiste en lograr que todos los miembros de la Iglesia puedan, algún día, “sentarse a la misma mesa”, celebrando juntos la Eucaristía
El Bautismo —considerado la “puerta” para entrar en la Iglesia— une firmemente a todos los cristianos. Sin embargo, es tan sólo “un principio y un comienzo”, que tiende, por su propia dinámica, hacia la plenitud de la vida en Cristo[1]. Se orienta a la profesión íntegra de la fe y a una unión todavía más profunda con Dios y los hombres. En suma, conduce a la comunión eucarística
La meta explícita del movimiento ecuménico consiste en lograr que todos los miembros de la Iglesia puedan, algún día, “sentarse a la misma mesa”, celebrando juntos la Eucaristía[2]. Juan Pablo II destaca: “¿Cómo podremos ser plenamente creíbles, si nos presentamos divididos ante la Eucaristía, si no somos capaces de vivir la participación en el mismo Señor, que debemos anunciar al mundo? Frente a la recíproca exclusión de la Eucaristía sentimos nuestra pobreza y la exigencia de realizar todos los esfuerzos posibles para que llegue el día en que compartamos el mismo pan y el mismo cáliz”[3].
I. Raíz de la unidad eclesial
La Iglesia católica considera una triple fuente de unidad: el Espíritu Santo, quien mueve a los fieles por dentro hacia Cristo; el Papa, quien les orienta desde fuera hacia Él; y la Eucaristía que es el mismo encuentro amoroso entre Dios y el hombre[4]; es —según San Pío X— “símbolo, raíz y principio de la unidad católica”[5].
1. La fuerza unitiva del misterio eucarístico
El núcleo más hondo de la Iglesia consiste en la unión del hombre con Dios en Cristo. Por eso, el Vaticano II puede afirmar que, cada vez que se celebra la Eucaristía, “se constituye la Iglesia”[6], ya que, en este preciso momento, Cristo nos une (más estrechamente) a sí y a su Cuerpo Místico, con el fin de que seamos cada vez más y mejor “Iglesia”[7]. Es decir, al mismo tiempo que la Iglesia “hace” la Eucaristía, también se puede decir que la Eucaristía “hace” la Iglesia y congrega a sus miembros[8]. La fuerza unitiva de la Eucaristía es el mismo Cristo, presente bajo las especies del pan y del vino. “El pan que se parte, no parte a Cristo, sino que une a los que estaban partidos”[9]. Sin el Cuerpo de Cristo verdaderamente presente en el altar —y como tal comido por los fieles—, la unidad eucarística no es real, sino meramente simbólica
La unión de los fieles con Cristo y entre sí se fundamenta en la objetiva realidad del Cuerpo del Señor. Sin la presencia real y sustancial de Cristo, el efecto unitivo no es pleno.
2. Las condiciones para la unidad sacramental
La Iglesia tiene raíz eucarística. Asimismo, se puede afirmar que sin la Iglesia no hay Eucaristía[10]. Cristo dejó el sacramento a su Iglesia, y es ella, por tanto, quien lo confecciona y lo administra. En otras palabras, la Iglesia determina la validez y la licitud de la celebración eucarística.
Acerca de este tema crucial, se pueden destacar dos hechos importantes:
1. Sólo un ministro ordenado puede celebrar la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo no está en el Altar como fruto de una iniciativa espontánea y privada de algunos hombres que quieren ser “una sola cosa”, sino que es el efecto del ejercicio de un poder ministerial conferido por Cristo
2. Sólo una persona debidamente dispuesta puede recibir la comunión. San Justino lo afirma claramente: “Este alimento es llamado por nosotros Eucaristía, de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree ser verdaderas nuestras doctrinas, y se ha lavado en el baño de la remisión de los pecados, y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo enseñó”[11]. El requisito más radical para poder comulgar, es el Bautismo. Según Santo Tomás de Aquino, “todo cristiano, por el hecho de estar bautizado, tiene el derecho de ser admitido a la mesa del Señor[12]. Sin embargo, se puede perder la gracia del Bautismo por el pecado. Por esto, la Iglesia católica ha establecido unas normas exteriores para custodiar el sacramento de la Eucaristía: quien comulga, debe estar en comunión con la fe de la Iglesia y frecuentar el sacramento de la penitencia, según las normas establecidas.
II. Diversas concepciones del Misterio Eucarístico
El término Eucaristía proviene del griego eukharistein que significa “dar gracias”; tiene distintos nombres en las diferentes tradiciones cristianas. Los católicos hablan de la “Misa” y de la “Santa Comunión”, los ortodoxos de la “Divina Liturgia” y los protestantes de la “Cena del Señor”
La Eucaristía ha sido siempre considerada como el centro de la vida cristiana. Al celebrarla, todos los miembros de la Iglesia cumplen una voluntad expresa del Señor: “Haced esto en memoria mía”[13]. Todos están de acuerdo en que Jesús dio a la fracción del pan y a la bendición del vino, que se distribuyeron durante la Última Cena, un sentido radicalmente nuevo, que hacía referencia a su propia vida y a su propia muerte “en provecho de muchos”.
Sin embargo, las Iglesias cristianas —manteniendo la Eucaristía como núcleo fundamental de su culto— difieren en su misma concepción y en su celebración[14]. Las grandes discrepancias atañen, en primer lugar, al modo de la presencia de Cristo durante el rito eucarístico: mientras los católicos, los ortodoxos, una parte de los anglicanos y los luteranos creen en una presencia real —aunque explicada de modos muy diversos—, la mayoría de las otras Iglesias protestantes sostienen una presencia más bien de tipo simbólico. Las diferencias se refieren, en segundo lugar, a la causalidad de la presencia de Cristo: los católicos y los ortodoxos creen que las especies sagradas se convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo por la actuación de un sacerdote ordenado (ambos hablan de la transustanciación)[15]; para los luteranos, el cambio se produce por la fe de los participantes en la Cena del Señor (consustanciación); y entre los anglicanos se pueden encontrar grupos de ambas convicciones. Otra cuestión es la frecuencia de la celebración: en la Iglesia católica, la Eucaristía es celebrada diariamente; la mayoría de las otras Iglesias, en cambio, han optado por practicarla sólo los domingos o incluso entre espacios mayores de tiempo, mensualmente o trimestralmente
Tal como era de esperarse, en el marco del diálogo ecuménico, el tema es muy importante y goza de prioridad[16]. Una larga trayectoria del Consejo Ecuménico de las Iglesias condujo a un texto de especial relevancia en este tema, titulado Bautismo, Eucaristía, Ministerio (Lima 1982). Es el trabajo más elaborado hasta hoy, que ha sido revisado por todas las Iglesias cristianas del mundo. Mientras fue recibido con gran entusiasmo en algunos ambientes ecuménicos, en otros ha sido objeto de serias críticas[17].
III. La intercomunión
Desde algunas décadas se practica, en el ámbito protestante —y en el ámbito del Consejo Ecuménico de las Iglesias— la “intercomunión” (o communicatio in sacris) que significa, originariamente, el mutuo reconocimiento que dos o más Iglesias —separadas de la Sede romana— hacen de sus respectivas celebraciones eucarísticas, de modo que un bautizado puede participar en el culto litúrgico de otra Iglesia, sobre todo en la comunión eucarística. En este sentido, hay muchos diálogos ecuménicos entre las diversas Iglesias luteranas, o entre los protestantes luteranos y los reformados. En Canadá, por ejemplo, las Iglesias luterana y evangélico-luterana han comenzado a celebrar juntas la “Cena del Señor”. Este desarrollo es saludable, porque fomenta la unidad entre las Iglesias protestantes
Sin embargo, se han producido ciertas tensiones, desde que algunos grupos intentan extender la práctica de la intercomunión también a las Iglesias católica y ortodoxa.
1. Una situación dolorosa
Siempre se ha entendido que la comunidad de altar es la meta a la que tienden los esfuerzos en favor de la unión. Todavía en 1952, durante una Conferencia en Lund, no sólo los ortodoxos, sino también los anglicanos y algunos luteranos rechazaron abiertamente la intercomunión: “Algunas Iglesias luteranas, juzgando que no puede haber comunión sacramental más que donde haya unidad de Iglesia, y que esta unidad no existe más que donde hay acuerdo sobre la predicación del Evangelio, no pueden practicar la intercomunión allí donde se considera falsa o sin importancia la doctrina de la presencia real del cuerpo y de la sangre de Jesucristo en, con y bajo los elementos de pan y vino. Muchos anglicanos... piensan que la intercomunión debería ser, en lo relativo de la restauración de la unidad, más bien un fin que un medio. Juzgan como un deber el respetar el principio de que no puede ser celebrado el sacramento más que por un sacerdote ordenado por un obispo. Para los ortodoxos, la comunión eucarística no es posible más que entre los miembros de su Iglesia”[18]. Sin embargo, durante la Asamblea general del Consejo Ecuménico de las Iglesias de 1961, en Nueva Delhi, el pastor Philip Potter pidió públicamente la intercomunión, al menos en los encuentros ecuménicos: “Gentes bautizadas con el mismo bautismo y convertidas en miembros del Cuerpo de Cristo se reúnen con la venia de sus Iglesias para estudiar el mismo tema: ‘Jesucristo, luz del mundo’. Se reúnen bajo la misma palabra de Dios... Se regocijan en las mismas alabanzas y juntos se arrepienten en una común oración. Juntos escuchan la palabra que Dios les dirige para servir con toda su fuerza y obediencia, y juntos hacen a Dios la ofrenda del mundo y de sí mismos.
Sienten de una manera profunda y permanente la presencia del Espíritu Santo que les une en una comunidad auténtica, el pueblo de Dios. Mediante ello adquirimos una nueva y maravillosa unidad que exige ser sellada por el único pan y el único vino recibidos como el Cuerpo y la Sangre de Cristo”[19]. Estas palabras nos muestran con claridad cuán dolorosa es la situación. Simultáneamente, han producido una cierta confusión, pues han servido de impulso para que, en muchas parroquias, la intercomunión sea aceptada, cada vez con más frecuencia.
En no pocos ambientes, la proyección de un cierto oscurecimiento de la verdadera relación entre la Iglesia y la Eucaristía lamentablemente ha conducido a algunas “experiencias de intercomunión” que se encuentran al margen de la doctrina y de la autoridad de la Iglesia católica.
2. La actitud de la Iglesia católica
Cuando los católicos asisten, por motivo razonable, a un culto litúrgico no católico, deben respetar la disciplina de la comunidad en que se encuentran. Es aconsejable que tomen parte —con prudencia y siguiendo las normas establecidas por la autoridad eclesiástica— en las oraciones y en los cantos, en cuanto éstos expresan la común raíz cristiana. Pero, en el caso ordinario, no les es permitido, de ninguna manera, que reciban la comunión en una Iglesia distinta a la católica. A la inversa, los cristianos separados de Roma no deben comulgar en una Iglesia católica: “Está prohibida por la ley divina la communicatio in sacris que ofenda a la unidad de la Iglesia, o incluya adhesión formal al error, o bien peligro de error en la fe, de escándalo y de indiferentismo”[20]. Si se considera la Eucaristía como expresión y signo de la unidad ya existente, no se puede permitir la intercomunión[21]. Sin embargo, es posible mirar este gran sacramento también desde otra perspectiva: es un alimento sumamente importante para los cristianos, una participación real en la gracia que Cristo nos ganó en la Cruz. La necesidad o el deseo de recibir la gracia pueden, en ciertas ocasiones, hacer legítima e incluso recomendable la comunión en otra Iglesia[22]. Así, se presentan algunas excepciones de la prohibición de recibir los sacramentos en otra Iglesia que no sea la católica, o de administrar los sacramentos de la Iglesia católica a personas no católicas; se refieren a determinados casos admitidos por la autoridad episcopal. Las excepciones se justifican teológicamente, no desde la significación de la unidad (que todavía no existe en plenitud), sino desde la urgente necesidad de la gracia, según el principio tradicional: “Los sacramentos son para los hombres”. Podemos distinguir entre las relaciones de la Iglesia católica con la Ortodoxia, por un lado, y con las Iglesias protestantes, por el otro[23].
3. Relaciones entre católicos y ortodoxos
Las Iglesias ortodoxas han conservado la sucesión apostólica, el sacramento del orden y toda la riqueza de la Eucaristía[24]. Por esta razón, los católicos pueden recibir —en caso de necesidad o de una verdadera utilidad espiritual— los sacramentos de la Eucaristía, la penitencia y la unción de enfermos en una Iglesia ortodoxa[25]. Aunque se trate de los tres sacramentos que recibe una persona moribunda, no hace falta una situación extrema. También una persona de viaje en una región en que no existen iglesias católicas, puede acudir a un ministro ortodoxo[26]. Y los sacerdotes católicos pueden administrar estos tres sacramentos a un fiel ortodoxo que lo pida y está bien dispuesto, si hay una razón que lo justifique[27]. Sin embargo, las autoridades ortodoxas muestran, en principio, grandes reservas para administrar los sacramentos a cristianos de otras Iglesias. No reconocen diversos “grados de comunión eclesiástica”, tal como lo hace la Iglesia católica[28]. Mantienen una estrecha equivalencia entre el ser miembro de su Iglesia y la participación en sus sacramentos. El concepto mismo de “intercomunión” carece para ellos de todo significado teológico[29]. En este sentido afirma un teólogo griego: “El concepto de intercomunión es desconocido tanto en la Iglesia primitiva como en el Nuevo Testamento: sólo existe comunión y no-comunión”[30]. Por esta razón, los católicos tienen que respetar a un ministro oriental que se niegue a administrarles los sacramentos[31]. Aparte de no estar en plena comunión eclesial con ellos, según el entender de los orientales tampoco están suficientemente preparados para recibir la Eucaristía, pues para ellos, la confesión y (grandes) ayunos son condiciones previas antes de cada comunión[32]. Si los fieles desean comulgar durante la Divina Liturgia, se acercan al ministro con los brazos cruzados sobre el pecho, dicen su nombre de bautismo y una breve confesión de fe contenida en una fórmula prescrita: “Comulga el siervo (la sierva) de Dios... (nombre) con el precioso y santo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor y Dios Jesucristo para obtener el perdón de sus pecados y la vida eterna”[33]. Entonces reciben la comunión bajo las dos especies
En varias comunidades ortodoxas, los fieles comulgan sólo algunas veces al año y únicamente en las grandes fiestas. Nos podemos imaginar que, si unos turistas católicos piden “espontáneamente” recibir la Eucaristía en una celebración litúrgica, pueden producir escándalo. Por eso, es importante hablar antes con el ministro sagrado y —si los admite— él puede dar unas explicaciones a los fieles ortodoxos.
4. Relaciones entre católicos y protestantes
Con respecto a las comunidades que han salido de la Reforma, el principio es muy claro. Como estas comunidades carecen del sacramento del orden, no han conservado “la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico”[34]. Por eso, los católicos nunca deben comulgar en una Iglesia protestante, tampoco en caso de extrema necesidad[35]. Los ministros católicos, en cambio, pueden administrar el sacramento de la Eucaristía (y también la penitencia y la unción de enfermos) en situaciones muy excepcionales, si se dan todas y cada una de las siguientes circunstancias[36]:
• existe un caso de urgente necesidad: peligro de muerte;
• el hermano separado no puede acercarse a un ministro de su comunidad y pide los sacramentos a un sacerdote católico;
• está debidamente preparado y manifiesta una fe conforme a la fe de la Iglesia acerca del sacramento de la Eucaristía.
La justificación teológica de este procedimiento consiste en el hecho de que una persona que cree en la Eucaristía, tiene toda la fe: cree en el sacerdocio, la Iglesia, el misterio de Cristo, la Santísima Trinidad, la redención, la creación… Hay un nexus mysteriorum, una íntima relación, entre los misterios de salvación. Quien profesa uno, se abre a todos los demás.
La Eucaristía tiene un carácter central en la fe de la Iglesia católica. Por tanto, la plena profesión de fe eucarística lleva consigo una implícita aceptación de todas las verdades católicas. Esta aceptación se haría explícita, si el cristiano, ayudado por la gracia de Dios, profundizase en la doctrina católica. Pero si se da urgente necesidad, eso no es posible, y la Iglesia considera anticipada la total aceptación de la fe católica en el cristiano protestante.
Se trata, realmente, de un caso muy poco frecuente. Aparte de esta excepción, en principio no es posible admitir a un miembro de una Iglesia evangélica a los sacramentos de la Iglesia católica.
Sin embargo, los protestantes piensan de un modo muy distinto en este tema importante, porque parten de presupuestos teológicos diferentes. Aunque también para ellos, la participación en la Eucaristía exige una unidad completa en la fe, ponen de relieve que muchas creencias no pertenecerían al núcleo necesario de lo que se debe creer. Así, no consideran la estructura de la Iglesia y los ministerios como elementos constitutivos de la fe apostólica, sino meramente como aspectos temporales y cambiantes. Creencias diversas acerca de estos puntos no son, por tanto, obstáculos para permitir a otros cristianos la participación en la Cena del Señor. Los protestantes aceptan, actualmente, por norma general, a todos los cristianos a la comunión que han sido admitidos en su propia Iglesia. Piensan que el Señor es el huésped que invita al creyente a su Cena, y que la Iglesia no debe “limitar su misericordia”. Asimismo, los protestantes permiten a los miembros de sus propias Iglesias comulgar en las Iglesias católica u ortodoxa. Esta decisión lleva frecuentemente a situaciones sumamente difíciles.
5. Un ecumenismo fundado en la verdad
La “impaciencia ecuménica” que se expresa en la “acogida eucarística” —o en la “hospitalidad eucarística— puede, sin duda, ser manifestación de un corazón grande, al que duele la desunión de los cristianos. Pero puede manifestar también un sentimentalismo humanista, que ha perdido la pasión por la verdad y que, en el fondo, no capta la magnitud ni la gravedad de las cuestiones que se están debatiendo. Cuando falta la unidad en la fe en cuanto a los sacramentos, no es posible recibir los mismos sacramentos
La labor ecuménica será eficaz en la medida en que los cristianos están unidos a Dios. Cada uno no sólo debe seguir su conciencia, sino también debe formarla, debe buscar la verdad con rectitud y estar abierto a la voz de la autoridad. Por tanto, es una exigencia para los católicos, obedecer a las normas eclesiásticas referentes a la intercomunión, empeñarse en comprenderlas cada vez mejor y poder explicarlas a los demás. Juan Pablo II advierte: “Yo sé bien que, mientras más nos encontramos como hermanos en la caridad de Cristo, más penoso nos es no participar juntos en el gran misterio de la Eucaristía… Pero sería una caridad muy mal entendida la que quisiera expresarse a expensas de la verdad[37]. Cuando, algún día, hayamos superado las separaciones, todos los cristianos podremos participar en la misma Eucaristía, que es la expresión visible de nuestra comunión completa en la fe y en la Iglesia. Hasta entonces, tenemos que pedir al Señor que apresure el día en que podamos celebrar juntos el misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo[38].
IV. Hacer juntos la voluntad de Dios
Una vez tomada mayor conciencia del fondo común que les une, los cristianos pueden —y deben— manifestar su unidad, inacabada pero real[39]. En cuanto todos los cristianos están en comunión con el mismo Dios que se entrega “hasta el fin”, igualmente, todos ellos están llamados a darse con generosidad a los demás y a realizar juntos obras de caridad.
Es doloroso constatar que el cristianismo, la “religión de amor”, es presentada a los no cristianos mediante testimonios divididos. A lo largo de la historia, se pueden encontrar muchas y grandes obras de caridad, pero estas obras, frecuentemente, tienen el sello de ser “católicas”, “luteranas”, “anglicanas” o “calvinistas”. En los tiempos que corren, es aconsejable que los fieles de las diversas comunidades cristianas den también juntos un testimonio del amor de Cristo al mundo[40]. Juan Pablo II habla del “ecumenismo de las obras”, en el que los cristianos se unen para realizar las más variadas obras en el plano social y humanitario, por ejemplo la atención a enfermos, niños y personas mayores, la integración de marginados de todo tipo, la ayuda a pobres e inmigrantes... Es —según el Papa— “el más urgente de los caminos ecuménicos” y un signo de autenticidad cristiana[41]. Una labor de especial urgencia es la ayuda a los países en vías de desarrollo. El hambre, problema diario para más de la mitad de la humanidad, la ignorancia y el analfabetismo de millones de personas, la miseria física, que es la condición de gran parte de la humanidad, resultan, en definitiva, de la injusta distribución de las riquezas.
Ante este escándalo los cristianos no pueden callarse y permanecer inactivos. Dios da para que podamos dar. Si nos unimos para ayudar a los demás, podemos hacer mucho bien, y no en último lugar en el interior de nuestras propias comunidades.
Cuanto más nos adentramos en el misterio eucarístico, más encontramos el amor y la libertad que nos sostienen en todas las dificultades. A la pregunta: “¿Quién es Jesús para ti?”, la Madre Teresa de Calcuta respondió con una hermosa letanía de títulos:
“Jesús, es la Palabra para ser pronunciada
Es la Vida para ser vivida
Es el Amor para ser amado
Es el Gozo para ser compartido
Es el Sacrificio para ser ofrecido
Es la Paz para ser transmitida
Es el Pan de vida para ser comido”[42].
Aunque los cristianos todavía no podemos compartir plenamente el pan eucarístico, sí podemos descubrir a Cristo en nuestros hermanos y compartir con ellos el pan, el esfuerzo, los dolores y las alegrías de cada día.
Jutta Burggraf
Epílogo del libro Juan Pablo II (Cartas) Ediciones PROMESA, Serie Milenio 4 S José, C.R., 2005.
[1] CONCILIO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio (= UR) 22
Omitimos las demás notas a pie de páginas. Se encuentran en la edición impresa.
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Aprender a perdonar |
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