En esta conferencia para sacerdotes, celebrada en el seminario diocesano de Cerreto Sannita (Italia) el 10 de enero de 2014, Mauro Gagliardi sintetiza los principales puntos de la Ex. Ap. ‘Evangelii gaudium’, y da algunas claves de lectura a la luz de la Tradición, con el fin de participar a la renovación pastoral y misionera querida por el Papa Francisco. Puede ser útil para una presentación general de este documento
La Evangelii Gaudium (EG), publicada por el Papa Francisco el 24 de noviembre de 2013, es un documento muy amplio y complejo. Intentaré ofrecer una presentación sintética distribuida en cinco puntos.
El contexto en el que se sitúa el documento viene marcado por varias circunstancias. La fecha de publicación coincide con la Solemnidad de Cristo Rey, conclusión del Año de la Fe. Este último, a su vez, había sido querido por Benedicto XVI por el 50 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II y los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Dichos aniversarios ponen en el centro el tema de la fe. En segundo lugar, EG es una Exhortación publicada tras la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos, de octubre de 2012, que tenía por tema: «La nueva evangelización para la trasmisión de la fe cristiana». Sin embargo, hay que advertir que, a diferencia de precedentes documentos publicados en circunstancias análogas, EG no lleva el adjetivo «post-sinodal»: se trata, por tanto, de una Exhortación apostólica publicada con referencias al Sínodo del 2012, pero que pretende difundirse con un aire más amplio sobre el tema de la evangelización.
Con ese contexto, EG debe entenderse como un documento que se propone relanzar el anuncio de la fe, o sea, la evangelización en el mundo contemporáneo.
Tras algunos párrafos introductorios, el texto se estructura en cinco capítulos: I. «La trasformación misionera de la Iglesia»: delinea una Iglesia de perfil misionero y extrovertido; II. «En la crisis del compromiso comunitario»: refleja ampliamente lo anunciado en el título; III. «El anuncio del Evangelio»: retoma muchos temas de Lumen Gentium y Redemptoris Missio, presentando el anuncio como tarea de toda la Iglesia; IV. «La dimensión social de la evangelización»: expone las consecuencias morales y sociales del anuncio; V. «Evangelizadores con espíritu»: repite algunos temas ya expuestos en los capítulos precedentes y traza el espíritu de la nueva evangelización.
Lo que ha sorprendido a todos, antes aún de leer el texto, es el grosor del mismo. En efecto, se trata de un documento muy largo. Es verdad que, especialmente durante el pontificado de Juan Pablo II, nos habíamos acostumbrado a ver publicados documentos de una cierta amplitud. Pero EG parece (al menos, a primera vista) batir todos los récords. En efecto, si comparamos su longitud con la de Evangelium Vitae, que es la más larga de las catorce encíclicas de Juan Pablo II, observamos que EG la supera, aunque no por mucho. Evangelium Vitae contiene unas 42.390 palabras, mientras que EG poco menos de 45.000.
Dada la extensión de la exhortación, está claro que no puedo aquí ofrecer un resumen. Intentaré solo presentar los contenidos principales, prestando especial atención a las enseñanzas que son particularmente importantes para nosotros sacerdotes. De vez en cuanto citaré el texto en español, ya que –como declaró el P. Federico Lombardi– es precisamente en esa lengua en la que fue escrita.
1) EG ofrece un amplio reconocimiento de la realidad. En primer lugar, el Papa observa el mundo contemporáneo. Advierte la presencia de una difundida tristeza individualista (2) en nuestra sociedad. Francisco aclara que no quiere observar los fenómenos simplemente desde un punto de vista sociológico, sino que quiere hacer sobre ellos un discernimiento evangélico (50). El Papa, pues, se presenta como observador de los signos de nuestro tiempo. Estigmatiza particularmente la difusión de una economía que define «de la exclusión y la inequidad» (53). Encontramos aquí un primer neologismo creado por el Papa. En español, se dice «iniquidad», no «inequidad». Francisco, sin embargo, escribe la palabra de esa forma para subrayar más el carácter de no-equidad de la economía actual. El traductor del texto italiano ha seguido el uso papal con el término «inequità», inexistente en italiano, en vez de «iniquità». El Papa escribe que hay que oponerse a la idolatría del dinero (55) que está en la base de esa economía «inequa».
2) Un segundo aspecto de su análisis sobre la realidad actual se refiere a la existencia de fenómenos opuestos entre sí como los ataques a la libertad religiosa y la indiferencia relativista (61). Reflexionando, advertimos que el Papa da en el blanco. En África y en Asia, sobre todo, hay muchos episodios de violencia física contra los cristianos. En Europa, América y Oceanía, en cambio, la cultura secular ha producido una amplia indiferencia relativista, aparentemente tolerante, pero que lucha por preservarse a sí misma y, por tanto, ataca la religión (en particular la nuestra) cada vez que se siente amenazada por ella. Los ataques en general no son físicos, sino verbales e ideológicos, a través de los medios de comunicación y los lobbies. Aunque no hieren ni matan los cuerpos, son igualmente ataques violentos. Francisco continúa sobre este tema, señalando que a esa amplia difusión del racionalismo secularista, se contrapone una igualmente amplia proliferación de sectas religiosas (63), que tienden a cubrir los vacíos dejados por las grandes religiones históricas, que a menudo sucumben, o al menos retroceden, bajo los golpes de las susodichas fuerzas.
Finalmente, el Papa advierte que la globalización ha producido también una desorientación general a todos los niveles (64) y podemos decir que esa observación coincide fácilmente con la impresión que cada uno de nosotros puede llevarse tanto con las noticias difundidas por los medios de comunicación que con la experiencia que podamos tener en nuestras parroquias y en las familias que las frecuentan.
Todos esos elementos, ciertamente negativos y preocupantes, son leídos, sin embargo, por el Santo Padre como retos que nos provocan a crecer como Iglesia (84) y a renovar nuestro anuncio del Evangelio en una sociedad tan problemática. Antes de pasar a dar orientaciones para dicha tarea de evangelización, el Papa dirige la mirada también a la realidad intraeclesial.
3) Igual que había notado en la sociedad una tristeza individualista (2), el Papa capta también en la Iglesia la presencia de un difuso individualismo, vinculado a una crisis de identidad y a su consecuente caída del fervor (78). El individualismo puede conducir, por ejemplo, a entender la práctica cristiana como un servicio de consuelo, o la búsqueda de momentos de alivio psicológico por vía espiritual. La vida espiritual, así entendida, coincide con la búsqueda de momentos de paz interior (78). La crisis de identidad, además, produce también un difuso sentido de inferioridad (79), por el que los cristianos estamos en perenne búsqueda de aprobación por parte del mundo, en vez de ir al mundo llevando con orgullo el Evangelio. Todo esto produce un estado de ánimo replegado, insatisfecho, no digno de Cristo y ciertamente incapaz de evangelizar. Como dice el título de la exhortación, el Evangelio da alegría y trae alegría. Por eso, no es compatible con la tristeza sistemática o el pesimismo derrotista. El Papa recurre a lo largo del documento a diversas expresiones plásticas, como cuando habla de los cristianos que viven permanentemente una «cuaresma sin pascua» (6), de los evangelizadores con «cara de funeral» (10), o de los que son «momias de museo» (83) o tienen «cara de vinagre» (85). Y una palabra fuerte de reclamo se dirige a los sacerdotes, donde el Papa nota que, en no pocos casos, estamos demasiados atentos a nuestro tiempo, a nuestro descanso, a los «espacios personales de autonomía y distensión» (78) y que cuidamos «con obsesión» nuestro tiempo personal (81). Por eso, continúa, los compromisos de nuestro ministerio nos cansan más de lo debido, y no con un «cansancio feliz»: porque vemos en las personas, en sus exigencias y en las variadas situaciones de la vida pastoral algo molesto para nuestra tranquilidad y nuestro bienestar, incluso para nuestra comodidad. En cambio, es necesario ser generosos, es necesario que nos entreguemos; debemos ser, como escribe el Papa, «personas-cántaros» (86), que dan de beber a los demás en el desierto espiritual y moral de nuestro tiempo.
4) El Sumo Pontífice nos exhorta a obrar una «revolución de la ternura» (88 y 288), a reconocer a Cristo en los demás (91), desarrollando el sentido de una «fraternidad mística» (92), o sea, una fraternidad no simplemente filantrópica, sino que surja de la fe y de la oración. El sacerdote debe ser un «contemplativo de la gente» (154), es decir, debe mirar a las personas en perspectiva sobrenatural, viendo en ellas los miembros de Cristo, que sufren a menudo en el cuerpo o en el alma. Además, debe saber contemplar en su oración el alma de las personas, sus deseos y esperanzas, de modo que les pueda dirigir una palabra más eficaz, que encuentre las reales necesidades, no solo materiales sino también espirituales.
El Santo Padre advierte, finalmente, en la Iglesia la existencia de una mundanidad espiritual (93) que consiste en buscar no la gloria del Señor sino la humana unida al bienestar personal, así como numerosos enfrentamientos e incluso «guerras» (98) fratricidas. Quizá a los sacerdotes resulten útiles estas palabras suyas de exhortación: «¡Cuidado con la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos al mismo puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos de los frutos de los demás, que son de todos» (99).
Paso ahora a exponer brevemente los que parecen ser los contenidos principales de la exhortación.
1) La evangelización es vista no solo como una labor, una acción, sino como consecuencia de la oración. Desde el n. 3 el Papa subraya que para evangelizar es necesario el previo y constante encuentro personal con Cristo. «Invito a todo cristiano, en cualquier lugar y situación que se encuentre, a renovar hoy mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de buscarlo cada día sin cesar» (3). Sin oración, no hay verdadera evangelización: «La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, la experiencia de ser salvados por Él que nos empuja a amarlo cada vez más. […] Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle que vuelva a fascinarnos. […] ¡Qué dulce es estar ante un crucifijo, o de rodillas ante el Santísimo, y simplemente estar delante de sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su nueva vida! […] Por eso es urgente recuperar un espíritu contemplativo» (264).
El Papa insiste en este punto. Enseña que en la evangelización el primado es siempre de Dios: «Aunque esta misión nos suponga un empeño generoso, sería un error entenderla como una heroica tarea personal, ya que la labor es antes que nada suya […]. En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios» (12). «El principio del primado de la gracia debe ser un faro que ilumina constantemente nuestras reflexiones sobre la evangelización» (112).
2) Arraigados en el espíritu de contemplación y de oración, se trabaja para la evangelización. El Papa –acogiendo una sugerencia del Sínodo– en el n. 14 de EG distingue entre ámbitos de la evangelización: a) la pastoral ordinaria, dirigida a los fieles practicantes y también a los de fe arraigada pero de menor frecuencia de culto; b) la atención a los bautizados que no viven las exigencias del Bautismo, no poseen una pertenencia cordial a la Iglesia y no experimentan el consuelo de la fe; c) el anuncio a los que no conocen a Jesucristo o lo han rechazado siempre. En todos los casos, y en este último en particular, Francisco recuerda que la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción. De donde se sigue que nuestra tarea es la de ser canales vivos que no ponen obstáculos a que Dios pueda llegar a los hombres, a su Hijo encarnado y a su Esposa mística.
El Santo Padre proporciona también indicaciones bastante concretas sobre el estilo de la evangelización. Se recordará, por ejemplo, que en la parte dedicada a la descripción de la situación actual, se advertía que hay sacerdotes celosos de su tiempo y que protegen con celo sus espacios personales. Ahora el Papa añade, de modo positivo, que para evangelizar, todos los cristianos están llamados «a aceptar esa llamada: salir de la propia comodidad y tener el valor de llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (20). Francisco acuña, al respecto, uno de sus ya famosos neologismos y escribe en español «primerear», que podemos traducir como «adelantarse el primero» o «tomar la iniciativa». La evangelización se realiza tomando la iniciativa de ir al prójimo y establecer con él un contacto personal. En el n. 127 se lee: «Se trata de llevar el Evangelio a las personas con las que cada uno se relaciona, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar durante una conversación». Continúa: «Es el anuncio que se comparte con una actitud humilde y ejemplar […]. A veces se expresa de manera más directa, otras veces a través de un testimonio personal, un relato, un gesto» (128). En síntesis, el anuncio se hace «de persona a persona».
3) Por eso, EG llega a proponer una «conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están» (25). El Papa usa aquí palabras fuertes: «Sueño con una determinación misionera capaz de trasformar cualquier cosa, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial sean un canal adecuado para la evangelización del mundo actual, más que para la autopreservación» (27). La mente del Santo Padre consiste en esto: hay que abrirse, ponerse en posición de “salida”, dirigirse a las periferias no solo topográficas sino también y sobre todo existenciales, para llevar la luz del Evangelio. Escribe: «Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo» (49). Se trata de llevar a los hombres la oferta de amistad con Cristo. «Quiere servirse de nosotros para llegar cada vez más cerca de su amado pueblo » (268). Francisco precisa que esto no implica la disolución de nuestras parroquias, porque escribe que «la parroquia no es una estructura caduca». El Papa, sin embargo, nos invita a hacer de nuestras parroquias iglesias auténticamente cercanas a las familias del territorio. Desea que la parroquia «esté en contacto con las familias y con la vida del pueblo y no sea una estructura prolija separada de la gente, o un grupo de elegidos que se miran a sí mismos» (28).
Las llamadas a esta conversión de la pastoral en cosas concretas son numerosas. Por ejemplo, en el n. 47: «La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Una de las señales concretas de esta apertura es tener por todas partes iglesias con las puertas abiertas […] y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de aquel sacramento que es “la puerta”, el Bautismo». La conversión pastoral implica, para el Papa, un cambio real y no de fachada: «La pastoral en clave misionera exige abandonar el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”. Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores» (33).
En esta óptica, «en su constante discernimiento, la Iglesia puede incluso llegar a reconocer costumbres propias no directamente vinculadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas en el curso de la historia, que ya no se interpretan del mismo modo y cuyo mensaje ya no se suele percibir adecuadamente. Pueden ser bonitas, pero ahora no rinden el mismo servicio en orden a la trasmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas» (43). A qué se refiere en concreto, el Papa no lo dice. Probablemente, solo quiere enunciar un principio, dejando que busquemos nosotros qué costumbres de nuestras comunidades son válidas todavía o no. Alguno podrá, por ejemplo, considerar que tal procesión, por muy antigua que sea, debería amoldarse a los tiempos y modos actuales. Algún otro podría advertir que las guitarras y tambores, introducidos en muchas liturgias hace decenios, hoy ya no responden al espíritu que en el pasado motivó dicha novedad. Uno podrá considerar que hoy es necesario dar más espacio a las mujeres en la parroquia y otro pensará que recuperar mayor atención a los contenidos y no solo a los métodos de la catequesis sería de gran aprovechamiento para las almas. En todos los casos, se debería aplicar el criterio de discernimiento y de valentía indicado por el Papa: el discernimiento no puede excluir a priori ningún objeto de la propia reflexión. No se discierne solo sobre las novedades que se desean introducir o potenciar, sino también sobre las ya introducidas, para verificar si ha llegado el momento de repensarlas, o incluso de superarlas, si ya no corresponden a las necesidades reales.
4) Otro criterio pastoral indicado por el Santo Padre, se podría resumir con una conocida expresión que Francisco no utiliza explícitamente, pero que me parece que expresa bien su pensamiento: «Lo mejor es enemigo de lo bueno». En este sentido, el Papa nos sugiere saber acompañar gradualmente a las personas en el camino hacia la verdad y el bien. Para ilustrar este principio, podemos poner el siguiente ejemplo: es cierto que recibir la Sagrada Comunión es un gran bien. Y aún mejor si la Comunión se recibe en el contexto de la celebración eucarística en la que se participa con fe y devoción. Así que es bueno recibir la Comunión; y mejor recibirla en la Misa bien participada. Por ese motivo, muchos sacerdotes, si un fiel les pide comulgar fuera de la Misa, se niegan, aduciendo que la Comunión se recibe solo dentro de la celebración eucarística. En esos casos, generalmente no sirve de nada recordar que la Iglesia ha publicado un libro litúrgico oficial, en donde se prevé el rito de la Comunión fuera de la Misa. Si citamos la existencia de dicho libro, nos responderán que ese rito está previsto solo para casos extraordinarios. Pero eso no puede sostenerse leyendo la introducción del mencionado libro litúrgico. En realidad, el principio que está en el fondo de rechazar la Comunión fuera de la Misa es que siempre se pretende de todos lo mejor y, por eso, se priva a muchos fieles de lo bueno. Está claro que es preciso orientar a los fieles hacia lo mejor, pero eso se hace progresivamente, animando y no obstaculizando la práctica del bien posible en cierto momento. Escribe el Papa: «Sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las posibles etapas de crecimiento de las personas, que se van construyendo día a día» (44). El compromiso evangelizador «siempre busca comunicar mejor la verdad del Evangelio en un contexto determinado, sin renunciar a la verdad, al bien y a la luz que pueden dar cuando la perfección no es posible» (45). Un corazón misionero «no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro de la calle» (45).
En esta óptica hay que comprender la llamada, citada por muchos y también mal entendida, que el Santo Padre ha hecho a no proponer a los fieles un conjunto desarticulado de doctrinas. Escribe: «Una pastoral en clave misionera no está obsesionada por la trasmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se pretende imponer a fuerza de insistir» (35). El Papa quiere aquí apelar al famoso principio de la «jerarquía de las verdades» (cf. Unitatis Redintegratio, 11), que no hay que interpretar mal, como si hubiese dogmas de primer plano y dogmas opcionales. Significa, en cambio, que hace falta evitar perder de vista aquellos dogmas absolutamente centrales que dan unidad al sistema de la fe. Por eso, el Papa escribe que el anuncio no puede ser desarticulado, o sea, un conjunto de doctrinas dispersas al azar. Sigue escribiendo: «Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe» (36); con esto queda claro que no hay dogmas revelados que se puedan abandonar. Continúa: «Algunos de ellos son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio» (36). No pocos ven en estas indicaciones una invitación a reducir la lista de temas para predicar, sacando del anuncio los contenidos que consideran fuera de moda o controvertidos. Pero el Papa no habla de eso, es más, escribe exactamente lo contrario, porque dice que debemos predicar de todo, pero conservando la proporción entre las partes: «Igual que la unidad orgánica de las virtudes impide excluir alguna de ellas del ideal cristiano, así ninguna verdad puede ser negada. No hay que mutilar la integridad del mensaje del Evangelio. Además, cada verdad se comprende mejor si se pone en relación con la armoniosa totalidad del mensaje cristiano y, en ese con-texto, todas las verdades tienen su importancia y se iluminan recíprocamente» (39).
5) A todo lo dicho hasta aquí se unen todavía otros contenidos importantes de EG. En primer lugar, mencionemos un leit motiv del texto y del Magisterio papal en general: la atención privilegiada por los pobres y enfermos. Esta opción preferencial es consecuencia inevitable de la conversión misionera: «Si la Iglesia entera asume ese dinamismo misionero debe llegar a todos, sin excepción. Pero, ¿a quién debería privilegiar? […] Sobre todo a los pobres y a los enfermos, que son a menudo despreciados y olvidados» (48; cf. 187). «En el corazón de Dios hay un sitio preferencial para los pobres, tanto que Él mismo “se hizo pobre”» (197). Oportunamente, para evitar instrumentalizaciones, el Sumo Pontífice recuerda que «para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica» (198). Finalmente asegura: «El Papa quiere a todos, ricos y pobres, pero tiene obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos y promocionarlos» (58).
La llamada “opción preferencial por los pobres” se trata en EG según un correcto estilo teológico-eclesial y no simplemente filantrópico-social. En este sentido, es de gran relieve la siguiente afirmación: «La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual» (200). Ciertamente, podríamos hacer aquí un examen de conciencia: cuando un pobre viene a la parroquia, habitualmente procuramos darle comida o algunas monedas. En ciertos casos, tal vez, notamos incluso su fastidiosa presencia en la iglesia o en la sacristía y procuramos alejarlo lo antes posible, porque podría asustar o molestar a los que están en la iglesia rezando. Pero, ¿nos preocupamos de su salud espiritual? ¿Acaso preguntamos a un pobre, además de darle algo, si quiere confesarse, si va a Misa, si quiere recibir la Comunión, si podemos celebrar (naturalmente dispensándolo del estipendio) la Santa Misa por sus difuntos? Y si no hacemos estas cosas, ¿no caemos quizá en el pecado denunciado por el Papa Francisco, de discriminar a los pobres en su vida espiritual? Tal vez podamos pensar que no les interesa la vida espiritual –y quizá en muchos casos sea así. Pero en otros no lo es; es más, muchos pobres poseen «una especial apertura a la fe; necesitan de Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe» (200). Y aquí el Papa concluye con una expresión que literalmente se separa de lleno de amplios sectores de la teología de la liberación: «La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria» (200). Debemos tratar a los pobres como cristianos o, al menos, seres religiosos, no como proletarios.
Al final, el Santo Padre enumera diversas formas de atención a la pobreza y hay que señalar que se refiere más a las pobrezas existenciales que a las materiales. Es oportuno remarcar la gran atención que Francisco dedica al más pobre e indefenso de todos, o sea, el niño concebido: «Entre los pobres a los que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos» (213); «esto no es un tema sujeto a presuntas reformas o a “modernizaciones”. No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana» (214).
6) Finalmente, entre los muchos aspectos importantes, todavía podríamos considerar dos más, como principales en el documento: la piedad popular y la predicación litúrgica. A la piedad popular le dedica bastantes páginas. La intención del Papa Francisco parece ser la de revalorar, también en óptica de evangelización y de inculturación del Evangelio, este importante aspecto de la vida concreta de fe de los creyentes (cf. 68-69; 122-126). Luego, una parte mucho más generosa se le dedica a la homilía, tema que nos afecta de cerca como sacerdotes. A la homilía y a su preparación dedica el Papa los nn. 135-159. Dada su amplitud e importancia, no pue-do hacer otra cosa que recomendar su lectura, no sin señalar que contiene muchas indicaciones concretas que, sin duda, nos ayudarán a predicar mejor. Quisiera aquí recordar solamente un punto donde Francisco recomienda que las homilías sean breves. El motivo que aduce es de enorme importancia: «Si la homilía se prolonga demasiado, estropea dos características de la celebración litúrgica: la armonía entre sus partes y su ritmo. Cuando la predicación se realiza en el contexto de la liturgia, se incorpora como parte del ofrecimiento que se hace al Padre, y como mediación de la gracia que Cristo derrama en la celebración. Ese mismo contexto exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, hacia una comunión con Cristo en la Eucaristía, que trasforme su vida. Lo que requiere que la palabra del predicador no ocupe excesivo tiempo, de modo que el Señor brille más que el ministro» (139). En pocas palabras, el Papa nos dice: si la homilía se alarga, la Misa ya no parece tan claramente como el Sacrificio sacramental de Cristo, sino más bien un escenario de exhibición para los sacerdotes: para mostrar nuestra capacidad retórica, o para entretener a las personas, o bien, en el mejor de los casos, para dar catequesis. Pero la Misa no puede ser nada de eso. La homilía debe ser contenida, para resaltar que la parte más importante de la Misa no son nuestras palabras, sino la acción de la gracia de Cristo en la Eucaristía.
Después de considerar sintéticamente los contenidos principales de la exhortación, y antes de concluir, demos un paso más breve sobre algunos puntos notables del texto. A diferencia de los precedentes, no se trata de aspectos característicos de EG, sino más bien de referencias que, aunque no sean centrales, llaman la atención.
1) Un primer aspecto notable es la llamada a la «saludable descentralización» (16) en la relación entre el papado y las conferencias episcopales. El Papa escribe: «No creo que se deba esperar del Magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que se refieren a la Iglesia y al mundo. No es oportuno que el Papa sustituya a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se presentan en sus territorios». Aunque la palabra «deseuropeización» no se usa directamente para describir dicha descentralización, el concepto está presente: «No podemos pretender que todos los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos adoptados por los pueblos europeos en un determinado momento de la historia» (118). En esta óptica se comprende una señal indirecta que el Papa da en el texto mismo, donde cita, con inédita abundancia, textos del CELAM, de las conferencias episcopales de USA, de Brasil, del Congo, de la India, de Filipinas y de Francia. Un punto notable, pues, es que el Papa pretende valorar más las conferencias episcopales por lo que se refiere a las cuestiones particulares existentes en sus territorios. En esta dirección, Francisco da nuevo impulso también a aquel famoso pasaje del Ut unum sint cuando Juan Pablo II deseaba que se encontrase una modalidad de ejercicio del primado petrino que, sin renunciar a lo que es esencial, pudiese abrirlo a una situación nueva (cf. UUS, 95). Francisco observa: «Hemos avanzado poco en este sentido» y nota que aún no se ha «detallado suficientemente un estatuto de las conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también una cierta autentica autoridad doctrinal» (32).
2) Un segundo punto notable se refiere a algún apunte que el Papa hace a la centralidad del kerygma en la obra de evangelización. Escribe que «toda la formación cristiana es ante todo profundizar en el kerygma» (165). Estas referencias a lo esencial del kerygma son coherentes tanto con lo que el Pontífice enseña acerca de evitar anuncios doctrinales desarticulados, como con el primado cualitativo que le reconoce al anuncio en términos de amor al prójimo. El Papa ofrece una precisa característica de su concepto de kerygma, coherente con el resto del documento, cuando escribe que «el kerygma posee un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio están la vida comunitaria y el compromiso con los demás» (177). Además, continúa el Papa, el kerygma en cuanto palabra de anuncio, no se contrapone, sino que se armoniza, con la celebración de los sacramentos. Tal vez un poco optimista, el Papa escribe: «Ya hemos superado la vieja contraposición entre Palabra y Sacramento» (174). Durante muchos años nos hemos acostumbra-do a escuchar a los “pastoralistas” que la Iglesia del Vaticano II no debe ser una Iglesia que sacramentaliza, sino que evangeliza. Esa contraposición, dice el Papa, es vieja. Algunas veces, sin embargo, nos apoyamos aún en ella; por eso, si es cierto que idealmente la hemos superado, debemos revisar muchos aspectos concretos de la práctica pastoral, para que se elimine definitivamente también por vía de hecho.
3) Un último elemento notable consiste en cuatro axiomas que el Papa Francisco expone en el cuarto capítulo de la exhortación, aplicándolos a la lectura de la realidad social (221-237). Se trata, como él los describe, de «cuatro principios relacionados a tensiones bipolares propias de toda realidad social» y que «derivan de los grandes postulados de la doctrina social de la Iglesia» (221). Según el Papa, dichas leyes ayudan a desarrollar armónicamente la convivencia social y entre los pueblos. Son: a) El tiempo es superior al espacio: «este principio permite trabajar a largo plazo, sin la obsesión de los resultados inmediatos» (223). El principio se aplica particularmente a la política, en la que hay que «iniciar procesos más que poseer espacios» (223), pero vale también para la evangelización (225); b) La unidad prevalece sobre el conflicto: ante la diversidad, no hay que proceder a una uniformidad impuesta, sino con la armonización que valora los distintos, tendiendo a producir una «diversidad reconciliada» (230); c) La realidad es más importante que la idea: este principio recuerda que «la realidad simplemente es, mientras que la idea se elabora» (231) y, por tanto, que la idea «está en función de captar, comprender y dirigir la realidad» (232). En la práctica, es una profesión de realismo filosófico que rehúye todos los ideologismos; d) El todo es superior a la parte: este principio se refiera a la tensión entre globalización y localización. Es importante, dice el Papa, prestar atención a la dimensión global para no caer en la mezquindad de lo que es pequeño, aunque no se elimine lo concreto de lo que es particular. Pero «no hay que estar obsesionados por cuestiones limitadas y particulares» (235).
Como se decía, se trata de principios para aplicar sobre todo en el ámbito social. Una rápida búsqueda me ha permitido verificar que forman parte de las ideas que el cardenal Bergoglio solía explicar y utilizar en sus enseñanzas como Arzobispo de Buenos Aires. Pero esos principios figuran entre los puntos notables de EG porque, reflexionando sobre ellos, se podrían hallar numerosas aplicaciones también en otros campos como la eclesiología, la liturgia, la espiritualidad, la pastoral.
Por último, señalamos unas afirmaciones que han sido consideradas problemáticas por parte de algunos. Personalmente no considero que sea necesario acudir a ese término. Pero es cierto que determinadas afirmaciones requieren profundización o aclaraciones, de modo que la intención del Papa al hacerlas resulte clara y privada de ambigüedad. Que sea necesario, ya lo ha confirmado de hecho el mismo Sumo Pontífice, en una entrevista a Andrea Tornielli, del diario La Stampa, de fecha 16 de diciembre de 2013. En ese texto, el Papa quiso aclarar algunas dudas interpretativas surgidas respecto a sus enseñanzas anteriores. Por ejemplo, a la pregunta del entrevistador: «Algunos textos de la Evangelii Gaudium le han atraído la acusación de los ultra-conservadores americanos. ¿Qué efecto hace a un Papa sentirse definir “marxista”?», el Santo Padre respondió: «La ideología marxista está equivocada. Pero en mi vida he conocido muchos marxistas buenos como personas, y por eso no me siento ofendido». La respuesta es clara y disipa toda duda: las críticas que Francisco ha hecho en EG a algunas teorías económicas no implican su adhesión al marxismo, al que considera una ideología equivocada.
Otro ejemplo se refiere a las palabras que el Papa utilizó al describir la Eucaristía como medicina y no como premio (47). Más de uno –y no solo entre los periodistas– ha sacado la fácil conclusión de que el Papa pretendía conceder la Comunión a los divorciados vueltos a casar. Por eso Tornielli, en la misma entrevista, le preguntó: «En la exhortación invita Usted a decisiones pastorales prudentes y audaces respecto a los sacramentos. ¿A qué se refería?». Francisco respondió: «He hablado del Bautismo y de la Comunión como alimento espiritual para avanzar, considerado un remedio y no un premio. Algunos han pensado en seguida en los sacramentos para los divorciados vueltos a casar, pero yo no he bajado a casos particulares: solo quería indicar un principio. Debemos procurar facilitar la fe de las personas, más que controlarla. El año pasado en Argentina denuncié la actitud de algunos curas que no bautizaban los hijos de las madres solteras. Es una mentalidad enferma». Y respondiendo a la siguiente pregunta de Tornielli, que insistía en ello, repitió no haber querido referirse al caso de los divorciados vueltos a casar. Con esta aclaración, podemos añadir que el principio del Papa, por el que los sacramentos son medicinas, ni implica el permiso de dar la Comunión a los divorciados vueltos a casar, ni debe ser utilizado para animar a los fieles a recibir la Comunión, si no se hallan en estado de gracia, si no reciben antes la Confesión sacramental.
Se podrían dar otros muchos ejemplos, pero el concepto está claro. Es verdad que a veces el Magisterio del Papa Francisco presenta expresiones que algunos definen problemáticas, mientras que personalmente las califico como afirmaciones que necesitan ser aclaradas en su verdadero sentido, a través de aclaraciones posteriores. Quizá el producirse de dichas expresiones se da porque Francisco ejerce su Magisterio de modo muy personal, llevando el bagaje de su larga experiencia particular como Arzobispo de Buenos Aires y hablando por eso, no raramente, en primera persona, incluso de sus sueños y deseos. Hay que tener presente este hecho, para evitar atribuir al Santo Padre el propósito de desmantelar la doctrina y la moral católicas. Ciertamente propone una renovación, pero no una revolución.
EG es un texto largo y complejo, que trata muchos temas. Por eso, en esta presentación he pretendido solo introducir a la lectura personal y meditada del mismo. Como sacerdotes, tenemos la tarea de asimilar las enseñanzas del Papa, difundirlas y darlas a conocer según la auténtica mente que las ha producido. Ante una cierta deformación, nuestra labor de pastores incluye también esto: permitir que las ovejas del rebaño de Cristo beban en la fuente de las enseñanzas de su Vicario, según el significado que tienen al ser leídas a la luz de toda la doctrina de la fe de la Iglesia. También de este modo podremos participar en la renovación pastoral y misionera de la Iglesia de nuestro tiempo, tan deseada por el Papa Francisco.
Mauro Gagliardi
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