Juan Pablo II ha sido reconocido como un "pionero" de los derechos humanos de la mujer, como un "innovador"
«Él me ha llamado por mi nombre», así se titula el impactante testimonio de una mujer judía de origen polaco, que la prensa internacional dio a conocer hace poco. En él, ella cuenta cómo salvó su vida al final de la II Guerra Mundial. Después de que, en noviembre de 1945, tropas soviéticas la liberaron del campo de concentración de Czestochowa, se encontraba absolutamente sin fuerzas, en una pequeña estación ferroviaria, situada entre Cracovia y Kattowitz. Hacía mucho frío y estaba sola. Un sacerdote joven y rubio que pasaba por allí la reconoció, debido a su vestimenta de prisionera, a rayas verdes y blancas. Le preguntó su nombre. Por primera vez, después de años de prisión, no era considerada un número más, sino un ser humano, con un nombre personal. Ella cuenta que el sacerdote se preocupó de ella de forma conmovedora. Consiguió té caliente, pan y queso y, como no podía caminar, porque tenía hinchada una pierna, la llevó a cuestas durante muchas horas, hasta llegar a una estación más grande. Allí encendió fuego, le regaló su abrigo negro y le prometió llevarla hasta Cracovia, donde vivía su tía. Al comienzo del encuentro, el joven sacerdote se había presentado, era Karol Wojtyla[1].
Prejuicios, miedo o indiferencia frente al destino de sus semejantes eran algo desconocido para el futuro Papa Juan Pablo II. Cuando, en sus escritos, insiste en que todo ser humano −hombre o mujer− es por Dios «amado por sí mismo»[2], no alude sólo a una frase acertada del Vaticano II. Más bien, expone abiertamente los fundamentos de su pensamiento y de su acción. Lo que el Santo Padre expresa respecto al «tema de la mujer», no es consecuencia de vanas teorías surgidas lejos del ajetreo de la sociedad, por ej. en Castelgandolfo. Muy por el contrario, es el producto maduro de una larga experiencia vital[3].
Sin duda, Juan Pablo II es un gran filósofo y teólogo; pero, antes que nada es un hombre que ha vivido en el mundo real. Antes de llegar a ser un renombrado profesor universitario, trabajó en una fábrica e hizo teatro. Así conoció el mundo del trabajo y del arte. Desde cerca, experimentó las necesidades de las mujeres. durante el comunismo, «con ojos atentos y un corazón nada frío», como señala un escritor italiano[4]. Atentamente observó todo lo que las mujeres polacas habían logrado en el ámbito de la familia, la cultura y la sociedad, en general. Y pese a que, muchas veces, la ideología de la igualdad de los sexos conducía a la mujer al agotamiento físico[5]. Tal vez por ello, Karol Wojtyla aprecia tanto a las mujeres[6], les agradece tan sinceramente su compromiso «en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política»[7]. Quizás, por esta razón, en sus innumerables viajes por el mundo, se muestra solidario con las mujeres de todos los países y continentes, especialmente con aquellas que son humilladas y rebajadas, objeto de la violencia y dominación masculinas. ¿Quién se acuerda de esa pobre negrita de Kisangani que, temblando en sus harapos, apareció de pronto frente al Santo Padre? Juan Pablo II comprendió de inmediato todo su sufrimiento y la abrazó espontáneamente[8]. Este es sólo un ejemplo entre muchos.
No sólo en África acostumbra Juan Pablo II a romper con las convenciones y el protocolo, cuando se trata de estar más cerca de las mujeres. En Suecia en 1990 aceptó una invitación a «cenar sólo con mujeres». De esta manera, las prioras de diferentes congregaciones que así lo habían solicitado, tuvieron la oportunidad de conversar con él en un ambiente familiar y relajado, como comentaron después. Las hermanas quedaron impresionadas de lo «alegre y bien informado» que está el Papa[9].
No es pues de extrañar «la gran apertura hacia el mundo femenino»[10] del Santo Padre, pues Juan Pablo II rechaza toda clase de discriminación y de prejuicios frente a las mujeres[11]. Él no rompe sólo con el protocolo, sino con una antigua tradición, que creía comprobar la inferioridad moral y espiritual de la mujer[12] y, por esta razón, le impedía adoptar decisiones importantes y exigía que la esposa se sometiera incondicionalmente a su marido y señor[13]. Estas disposiciones restringían la libertad de la mujer y podían ofender mucho. No obstante, también afectaban al hombre pues, en cuanto éste se sujetaba a tales normas, renunciaba a una auténtica amistad y colaboración con la mujer. En vez de una amiga, tenía un esclavo más[14]. Ciertamente, hay que considerar que en tiempos pasados existía una mentalidad, diferente a la actual; sin embargo, el Papa no duda en reconocer con humildad, junto a todos los avances, también los errores que ha cometido la Iglesia en lo que respecta a la mujer[15]. «Me gustaría que todos los fanáticos del mundo razonaran con el equilibrio del Papa», señala Gertrude Mongella, Presidenta de la Conferencia Internacional de la Mujer de Peking, después de su encuentro con el Santo Padre, en agosto de 1995[16].
Juan Pablo II ha sido reconocido como un «pionero» de los derechos humanos de la mujer[17], como un «innovador»[18]. Lejos de cualquier entusiasmo romántico, se pone del lado de aquellos que se la «juegan» por la justicia social y política. «Emancipación» significa para él, abandono de las tradiciones represivas, de clichés y de prejuicios; pero, sobre todo, de formas de vida que se han vuelto estrangulantes. Hace ver que, actualmente, la comunidad cristiana es la más importante organización mundial de ayuda a la mujer. En efecto, no hay ninguna institución de las Naciones Unidas que, en un sinnúmero de pueblos africanos o islas del Sudeste asiático, sostenga tantos programas de ayuda a la mujer, como la Iglesia Católica. Sobre todo, considerando que el fin de tales proyectos es, precisamente, ofrecer educación a las mujeres, para permitirles salir de su aparente insignificancia[19].
El Santo Padre no intenta ser «original». El Evangelio es la fuente de su doctrina, vieja como el Evangelio y, como el Evangelio, nueva. Efectivamente, su enseñanza se fundamenta en la enseñanza de Jesucristo[20]. Intenta purificar el tesoro de la fe de la Iglesia, de los malentendidos que han surgido a través de la historia y, de esta manera, contribuir a una nueva formulación de la Buena Nueva cristiana, clara y sin falsedades. Este es uno de los objetivos más importantes del Concilio Vaticano II[21], y también fue uno de los propósitos más significativos de sus antecesores en el Pontificado[22].
A mediados de los años setenta, el Papa Pablo VI, en su escrito apostólico Marialis cultus sobre la devoción mariana, se refería a la relación directa entre la distancia que se ha levantado frente a la madre de Jesús y una nueva valoración de la mujer. Señala: «Se observa, en efecto, que es difícil encuadrar la imagen de la Virgen, tal como es presentada por cierta literatura devocional, en las condiciones de vida de la sociedad contemporánea y en particular en las condiciones de la mujer; bien sea en el ambiente doméstico, donde las leyes y la evolución de las costumbres tienden justamente a reconocerle la igualdad y la corresponsabilidad con el hombre en la dirección de la vida familiar; bien sea en el campo político, donde ella ha conquistado en muchos países un poder de intervención en la sociedad igual al hombre; bien sea en el campo social, donde desarrolla su actividad en los más distintos sectores operativos, dejando cada día más el estrecho ambiente del hogar; lo mismo que en el campo cultural, donde se le ofrecen nuevas posibilidades de investigación científica y de influencia intelectual»[23]. Lamentablemente, estas advertencias no han sido tomadas en cuenta por todos a quienes iban dirigidas[24]. El Cardenal Decourtray nos hace pensar, al señalar que «las luces llegadas de Roma han estado durante mucho tiempo un poco escondidas bajo el celemín»[25]. Parece haber llegado, finalmente, el tiempo en que es necesario anunciarlas en todo el mundo, y, ¿quién podría hacerlo mejor que el mismo Papa?
Juan Pablo II reconoce abiertamente que la Iglesia ha empezado muy tarde a desvelar su tesoro. Recientemente en este siglo, en 1970, Teresa de Ávila y Catalina de Siena fueron declaradas doctoras de la Iglesia, pese a que sus obras y su influencia eran conocidas desde hacía muchísimo tiempo[26]. Hasta entonces, quienes planteaban la conveniencia de elevar a una santa mujer al rango de doctora, recibían la misma respuesta: «Obstat sexus»[27]. En contraste con lo anterior, Teresa de Lisieux fue nombrada doctora de la Iglesia después de un «tiempo de espera» relativamente corto, y ello, a pesar de no haber escrito ninguna obra de carácter científico, una demostración de que el testimonio de vida es más importante que todas las teorías[28].
Precisamente, en el tema de la mujer, Juan Pablo II muestra una profunda amplitud de miras. Su visión abarca, literalmente, toda la humanidad, tanto en el espacio, como en el tiempo. Así, las reflexiones del escrito apostólico Mulieris Dignitatem no se quedan en datos empíricos acerca de la situación social de las mujeres en nuestro tiempo, por lo demás, permanente y absolutamente diversos en los distintos países. Consideremos, por ej. lo distinta que es la situación actual de las mujeres en Rusia o en la India, en Colombia o en Canadá. El Santo Padre va más allá y ofrece una reflexión radical a partir de la imagen cristiana de la mujer[29] y, al mismo tiempo, pone los fundamentos para pronunciarse acerca de una realidad histórica determinada, con sus exigencias para el hombre y la mujer. Él no observa críticamente la realidad desde la perspectiva del feminismo reciente, sino desde la historia de la salvación.
El Santo Padre retrocede hasta nuestros orígenes, hasta el libro del Génesis, y lo interpreta de nuevo. Eva ya no es «la tentadora», sino la pareja de Adán, que está, por así decirlo, «a su mismo nivel»[30]. Esta forma de iniciar la consideración de la historia toma en cuenta y en serio a las mujeres, a pesar de que, durante siglos, su actuación ha permanecido oculta. El Papa parte de una premisa básica: las mujeres han estado impedidas para actuar en la vida pública, la mayoría de las veces en forma injusta; no obstante, su acción ha sido siempre eficaz y valiosa y merece ser mencionada[31]. Sin querer, pensamos en Gertrud von Le Fort: «El consuelo más profundo que la mujer puede ofrecer a la humanidad actual es la fe en la efectividad inconmensurable de la fuerza escondida, el convencimiento inquebrantable que no solamente una columna que se ve, sino también una que no se ve, sostienen al mundo»[32]. El Papa no propone hacer una diferenciación entre el hombre y la mujer, sino que ambos construyan juntos tanto la columna visible, como la invisible[33].
Al comienzo de la historia humana, Adán y Eva estaban juntos, uno al lado del otro y frente a Dios, con igual dignidad, libertad y responsabilidad[34]. El doble encargo de administrar los bienes y de procurar descendencia fue dado a los dos, no recibió Adán el primero y Eva el segundo[35]. En este sentido, también en el matrimonio, el hombre y la mujer se entienden como personas que, estando al mismo nivel, emprenden una vida en común y se esfuerzan por compatibilizar familia y profesión. El joven Karol Wojtyla lo expresa claramente, en su obra de teatro El taller del orfebre. En ella, Teresa recuerda cómo Andrezej, al perdirle que se casara con él, le preguntó: «¿Quieres ser la compañera de mi vida? Lo dijo así. No dijo: quieres ser mi mujer, sino: la compañera de mi vida. Lo que iba a decirme era pues premeditado»[36]. Teresa entiende el sentido de sus palabras y consigue zapatos de boda con un tacón muy alto, para hacer ver externamente, que ella es tan alta como él[37].
El texto del Génesis deja ver cuál es la razón por la cual la convivencia entre el hombre y la mujer se encuentra con frecuencia, desordenada, pues «precisamente, en este comienzo, el pecado se inserta y configura como contraste y negación»[38]. Como la responsabilidad es de ambos sexos, también lo es la culpa y, en consecuencia, la pena también corresponde a los dos[39]. Cuando Dios, después del pecado original, dice a Adán que él dominará a Eva (no dice que deba hacerlo, sólo que lo hará)[40], entonces se refiere tanto al hombre como a la mujer en su esencia. Ambos sufren con esta dominación de la mujer (incluso con la subordinación, en tanto que ésta no es sólo una metáfora), pues esta situación contradice sus deseos y anhelos. Ambos sufren, aunque en modo distinto. A primera vista, parece que la mujer tiene que pagar más por su pecado[41]. El Papa hace ver que la mujer, muchas veces es dejada sola y que, por los pecados cometidos en conjunto, «paga ella y paga sola»[42]. Pero en el fondo, el hombre queda todavía más herido cuando desprecia a la mujer y abusa de ella, también cuando la trata cariñosamente, pero como a un niño incapaz. En efecto, quien comete una injusticia, es más infeliz que quien la sufre; después de todo, el injusto no destruye al otro, sino a sí mismo, pues deforma, cada vez más, la imagen de Dios.
Juan Pablo II ha explicado muchas veces[43] que el ser humano es imagen de Dios[44]. Tanto el hombre, como la mujer son personas[45], con una interioridad y profundidad propias, con la posibilidad de comprender el mundo, de ser creativos y de desarrollarse en libertad[46]. El «ser imagen de Dios» no le es introducido al ser humano desde fuera, no es algo yuxtapuesto, sino que constituye su estructura individual esencial. No creó Dios primero al hombre, para luego imprimirle su imagen. El hombre y la mujer no tienen una imagen de Dios en sí; son, desde un principio, en su unidad de cuerpo y espiritualidad, imagen divina[47].
La mujer no es un ser definido en relación al hombre. Ella tiene valor y dignidad por sí misma, no los recibe de otro. No es sólo «la hija del alcalde» o «la madre del príncipe». El relato de la creación de una costilla común reafirma lo señalado[48], pues no es ninguna «prueba» de la subordinación de la mujer, sino una expresión de la igualdad de los sexos, que han sido hechos de la misma «materia»[49]. «La mujer es otro yo en la humanidad común»[50].
Todo ser humano dispone, como persona, de una interioridad y una profundidad que otro no puede penetrar. Pero también tiene la posibilidad de abrirse a los demás y entrar en comunión con ellos. Por naturaleza, está destinado a entrar en relación con otros[51]. En esto se parece a su Creador[52], cuya tripersonalidad es un misterio último e insondable. La teología clásica describe las tres Personas Divinas como relaciones de reciprocidad, en que la unidad en la diversidad se alcanza en grado sumo. La vida intratrinitaria se presenta como una íntima y misteriosa comunión entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. De manera análoga, el hombre está destinado a encontrar el propio «yo» en el «tú», a través de una convivencia de amor. Precisamente, la existencia de dos sexos pone de manifiesto que el ser humano está llamado a una «comunión interpersona!»[53]. «En la 'unidad de los dos' el hombre y la mujer son llamados desde su origen no sólo a existir 'uno aliado del otro', o simplemente 'juntos', sino a existir recíprocamente, 'el uno para el otro'»[54].
Para Juan Pablo II es evidente que la «ayuda» de que habla el Génesis es recíproca[55]. El hombre ayuda a la mujer y la mujer al hombre a llevar una vida feliz, a realizarse[56]. Cada uno posee cualidades que le son propias y cada uno es superior, en un determinado ámbito propio, al otro. Para subrayar la unidad, no podemos definir la diferencia de sexo como algo suplementario, algo que no es esencial, pues no se trata de una mera condición de la que una persona puede carecer. La diferenciación no es solamente producto de una determinada cultura, no la ha impuesto el hombre, por así decirlo, desde fuera. En realidad, proviene del mismo Creador, de su intención de crear al hombre y a la mujer[57]. Además, hay que dejar muy claro que no es una mera realidad limitada al ámbito corpóreo. El hombre y la mujer se complementan en la naturaleza espiritual- corporal, propia de cada uno[58]. Su diversidad concreta, evidente y perceptible no puede ser nivelada, ni tampoco negada. Más bien, intentaremos descubrir el valor igual de lo diverso, y sacar las consecuencias de ello. La sensibilidad frente a lo diferente es una demostración del sentido de la realidad, y también del respeto a la libertad y la justicia. El filósofo Jorg Splett explica que es un «barómetro que mide el grado de cultura del hombre» y cita un antiguo adagio chino, según e! cual la sabiduría comienza cuando «se perdona al otro ser distinto»[59].
Ser hombre y ser mujer son las dos expresiones del ser humano, creado en su unidad corpóreo-espiritual, según la imagen divina. Cada uno tiene su interioridad y constitución propias; pero siempre en relación con el otro; simultáneamente es en sí y es con otros. Como persona, sale de sí mismo y se relaciona con otro, por el cual vive y al cual ama. Corresponde a la estructura interna de su ser, entrar y vivir en relación con otros[60]. Amistad, amor, participación en el destino de los demás no son algo casual, decorativo o superfluo al hombre y la mujer, sino que son absolutamente necesarios para lograr su madurez espiritual y su felicidad. Así pues, una persona sólo se realiza en la medida en que esté dispuesta a poner cada uno de sus talentos y capacidades −más aún, de ponerse a sí misma− en servicio de otros[61], y no cuando se coloca a sí misma como fin y no pretende nada más que su propia realización. Paradójicamente, se realiza precisamente dándose a los demás, −en palabras de Juan Pablo II− cuando se hace «don» para los otros[62]. Ciertamente, nos referimos a una entrega responsable, pues si la entrega de sí mismo es erróneamente entendida, la persona se convierte en un medio, puesta a disposición de los fines de otro. Sin embargo, el ser humano no se puede considerar ni como fin, ni como medio, ni tampoco ver a los demás como tales. En realidad, se llega a una mayor realización personal, al ayudar a los demás a ser ellos mismos.
El hombre y la mujer han sido creados para ser el uno para el otro, en libertad y amor. El amor matrimonial, como las otras formas del amor, consiste en un constante dar y recibir[63]. Al interpretar las frecuentemente citadas palabras neotestamentarias, según las cuales el matrimonio es un signo del amor de Cristo a su Iglesia, el Papa señala que cada cónyuge es «Cristo» para el otro y ambos son, para el otro, también la «Iglesia»[64].
¿Qué significa pues ser hombre y ser mujer? ¿En que se distinguen los sexos? Gracias al movimiento de emancipación femenina, por lo menos en el mundo occidental está claro que la diferencia no hay que buscarla en una diversa calidad intelectual o moral. Considerando que, en el pasado, esta diferencia se exageró con frecuencia, es perfectamente comprensible que muchas mujeres pretendan pasar por alto toda diferencia con el hombre[65]. Entretanto, tenemos alguna experiencia de hacia dónde puede conducir esta ideología: a la negación de sí misma por parte de la mujer e incluso, a veces, a la enfermedad mental.
Juan Pablo II alienta a la mujer a afirmar consciente y decididamente su diversidad: lo que le es propio. Si la emancipación fuera tan sólo una asimilación de la mujer al hombre, sería algo demasiado insípido y constituiría un empobrecimiento para el mundo. La vida perdería luz y calor, la convivencia perdería su especial atractivo. Hay que intentar algo mucho más valioso, más provechoso; pero también más difícil: encontrar la gran riqueza interior de la mujer. Toda emancipación de ataduras exteriores debería servir para desarrollar por completo el «genio» de la mujer[66].
El Santo Padre habla, con agrado, del «genio» femenino, del «carisma» o «vocación» de la mujer[67] y lo hace no sólo en textos oficiales. La política italiana Maria Antonietta Macciocchi cuenta que, en una entrevista privada con el Papa, éste le aseguró: «Creo en el genio de las mujeres... Incluso en los períodos más oscuros se encuentra este genio, que es la levadura del progreso humano y de la historia»[68]. El genio femenino ha sido para Juan Pablo II, algunas veces ayuda, y otras, estímulo e incentivo. Por ej., no fue una alta dignidad eclesiástica, ni un alto funcionario del Estado quien le sugirió instalar un hogar para ancianos minusválidos en uno de los jardines del Vaticano. Fue una mujer: Teresa de Calcuta. Y él la escuchó[69].
Ahora podemos preguntarnos cuál es esta «riqueza» que aporta la mujer, cuáles son sus talentos peculiares, de los que el hombre carece. Lo primero en que pensamos es en la maternidad, puesto que lo único que diferencia a los sexos es, ostensiblemente, su aptitud o capacidad de ser padre o madre.
Juan Pablo II se refiere frecuentemente a la maternidad física, a su grandeza e importancia, y demuestra así una comprensión especial hacia la mujer. Señala que la maternidad es expresión de la confianza y de la cercanía de Dios, más inmediatas y más profundas aún que en la paternidad. Como madre, la mujer es llamada a ser «lugar» de un acto creador divino[70]. Los padres actúan con Dios, de una manera misteriosa, al concebir un nuevo ser. Este es confiado, en un comienzo, a la mujer, para que ella −primero dentro de sí− lo reciba, lo albergue y lo alimente. El embarazo está marcado por el esfuerzo y la fatiga; sin embargo, ¿no es una distinción especial para la mujer poder sentir el amor creador divino hasta en la propia corporalidad? Sólo desde una perspectiva muy superficial se puede sostener que la maternidad rebaja o perjudica a la mujer. Por el contrario, desde un punto de vista cristiano, la maternidad es la parte más cualificada de la paternidad común; en palabras de Juan Pablo II, la mujer como madre tiene una cierta primacía con respecto al hombre[71].
De ninguna manera esto significa que la madre deba estar «encadenada a la casa» o «condenada a realizar un trabajo de esclavos», pese a que, para ciertos círculos del feminismo radical, parece estar demostrado. Si bien, muchas mujeres experimentan el nacimiento de un niño como una carga, ello se debe, en parte a la incomprensión del medio y, en parte, a estructuras sociales injustas. No obstante, no se trata de circunstancias que necesariamente deban acompañar la maternidad, sino de consecuencias del pecado. No se puede privar a un nuevo ser humano de la vida, sólo por tales dificultades, más bien, ellas deben ser suprimidas. Este es un desafío apremiante para todos los cristianos[72].
Evidentemente, no es deseable que la mujer esté «encerrada» entre cuatro paredes. Éste era tal vez el ideal de la sociedad burguesa del s. XIX[73]; pero tiene muy poco que ver con la moral cristiana. Dependiendo de su capacidad de trabajo y de su situación familiar, la mujer puede considerar incluso como su obligación, realizar alguna forma de trabajo en la sociedad en que vive −ya sea a través de la labor profesional, de la ayuda voluntaria a los demás o de otro tipo de trabajo personal− y abrir su hogar a los demás. Está claro que, el bien de su familia es la primera prioridad, tanto para la madre, como para el padre. Asimismo, hay que tener presente que la educación de los hijos exige más creatividad, flexibilidad e iniciativa que casi cualquier trabajo fuera de la casa[74].
Pese a toda la admiración del Santo Padre hacia las madres de todo el mundo, al hablar del «genio» de la mujer no se refiere a la maternidad física. La circunstancia de que una mujer pueda llegar a ser madre no significa que todas las mujeres deban serlo, ni que encuentren en la maternidad su felicidad. El «genio» femenino se halla más bien en una dimensión espiritual, y constituye una determinada actitud básica, que corresponde a la estructura física de la mujer y se ve fomentada por ésta. Así como durante el embarazo, la mujer experimenta una cercanía única hacia el nuevo ser, así también su naturaleza favorece los contactos espontáneos con otras personas de su alrededor[75]. La «maternidad espiritual» se traduce en una delicada sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás[76], en la capacidad de darse cuenta de sus posibles conflictos espirituales y de comprenderlos. En suma, el genio femenino describe una especial capacidad de amar, propia de la mujer[77].
La maternidad espiritual es, para Juan Pablo II, el «genio», la riqueza interior de la mujer. Consiste en el talento de descubrir a cada uno dentro de la masa, en medio del ajetreo del trabajo profesional; de no olvidar que las personas son más importantes que las cosas. Dios ha confiado a la mujer, de modo especial, el ser humano[78] . En este sentido, todas las mujeres son llamadas, de alguna forma, a ser «madres»[79]. ¿Qué significa sino romper el anonimato, escuchar a los demás, tomar en serio sus preocupaciones, mostrarse solidaria con ellos? A una mujer sencilla, normalmente, no le costará nada transmitir seguridad y crear una atmósfera en la cual quienes la rodean puedan sentirse bien. El actuar de la mujer es con frecuencia intuitivo, pues no está únicamente dirigido por criterios de funcionalidad y efectividad[80]. De esta manera puede, sin llamar la atención, dar testimonio del amor de Dios por cada hombre en particular, y brindar a otros la certeza de que son tomados en serio −también por Dios− y de que su vida tiene un gran valor.
El Santo Padre repite una y otra vez −y es éste su mensaje principal que, en una sociedad dominada por el principio del rendimiento y la locura del éxito y en la cual a las mujeres apenas les está permitido participar, no se puede desenvolver sanamente la personalidad humana. Ello, pese a todo brillo exterior y desarrollo tecnológico. No obstante, nos podemos preguntar, un poco decepcionadas, si ésto significa que las mujeres deberían participar en la política y en la economía únicamente con el fin de distraer a los estresados gerentes. ¿Consiste su tarea sólo en mejorar el clima de trabajo, regar las plantas, poner flores y preparar el café? De ninguna manera: Juan Pablo II quiere abrir horizontes muchísimo más amplios[81]. Espera de ellas que tomen su vida profesional realmente en serio, las anima a aceptar responsabilidades profesionales de mayor envergadura y, por supuesto, cargos de más difícil desempeño[82].
Sin embargo, nuestra sociedad no toma en serio a la mujer, pues le impide, a veces de formas sutiles, acceder a ciertos campos de la actividad humana[83]. Por el contrario, Juan Pablo II fomenta la participación de la mujer en todos los ámbitos de la vida social y esto, no solamente en el papel, en las buenas intenciones o en los textos legales, sino en la realidad[84], en la vida diaria, como se desarrolla en todas las firmas y empresas, de la mañana a la noche, y en todas las áreas, desde la prestación de servicios hasta el nivel de gerencia[85]. En todas las instituciones −también en las eclesiásticas− la mujer debería ser considerada un auténtico «partner».
A veces, no se entiende que la Iglesia Católica reserve el sacerdocio sólo a los hombres. Una persona de buena voluntad entenderá, sin embargo que el Papa está obligado por un mandamiento de Cristo. Explicar bien esta cuestión, es una tarea apremiante para la teología[86]. En una época en que, con toda claridad, se exige seguir el dictamen de la conciencia personal, debería también respetarse la conciencia del sucesor de Pedro. El hecho de que a la ordenación sacerdotal sólo puedan acceder hombres, nada tiene que ver con una posible misoginia del Papa. Por el contrario, Juan Pablo II ha dado muestras más que suficientes de su gran aprecio hacia la mujer. Por lo demás, existen otros muchos caminos de vida verdaderamente cristiana, y ellos están abiertos para las mujeres[87].
El Santo Padre conoce muy bien la naturaleza humana, como para no saber que el sexo femenino no es siempre suave y amable. Muchas mujeres han desarrollado escasamente o no han desarrollado en absoluto su «genio femenino». Por otra parte, también el hombre debe esforzarse por ser paciente y comprensivo[88], pues ésta es una exigencia para todo cristiano. «Yo creo en el genio femenino» no significa otra cosa que decir «yo creo en el amor; creo que la vida, en esta sociedad nuestra puede ser mejor y más amable si estamos dispuestos a pensar en los demás». Juan Pablo II se dirige a lo más profundo del corazón humano, pues, si queremos cambiar el mundo hemos de partir precisamente desde ahí[89].
El amor auténtico se expresa en innumerables gestos pequeños y rara vez en grandes actos. Considerando que la mujer tiene una relación especial con el misterio de la vida es, para ella, en cierta medida más fácil, expresar el amor de forma concreta. La mujer tiene la capacidad de darse cuenta inmediatamente y en cada situación concreta, de que alguien necesita ayuda. El hombre, pese a que es padre, se encuentra siempre «fuera» del proceso de gestación y del nacimiento y debe «conocer por la madre su propia 'paternidad’»[90]. El hombre tiene, por naturaleza, una distancia mayor hacia la vida, por esta razón, puede (y debe) aprender de su mujer[91]. La sociedad cambiará únicamente si ambos sexos crean una nueva cultura, en la cual para el hombre y la mujer, el otro sea comprendido de una manera enteramente nueva[92]. Sólo entonces será posible alcanzar una verdadera civilización del amor[93].
Por último, cuando Juan Pablo II apela al «genio femenino» no habla sólo de la mujer, sino de una cierta disposición, que también se encuentra presente en el hombre. Paralelamente, algunas disposiciones «masculinas» se desarrollan también en la mujer[94]. Siempre se trata de toda la persona[95], de la madurez espiritual del hombre y la mujer, la cual sólo puede lograrse mediante una «conversión» permanente, en un profundo volverse de corazón hacia el otro. Ambos, hombre y mujer, han sido creados como imagen del Dios trino para ser «don» para el otro[96]. Los dos han recibido una vocación al amor. «Te he llamado por tu nombre», dice el Señor a cada persona humana, a cada hombre y cada mujer[97].
La visión del Santo Padre comienza en el Génesis y alcanza hasta más allá del tercer milenio. Apunta hacia el final de la historia de la humanidad, desde la cual nuestra situación actual adquiere un significado muy profundo. En la representación apocalíptica, María aparece como triunfadora en la lucha contra toda injusticia, simplemente como madre[98]. En su libertad y olvido de sí misma, en su disposición hacia los demás, es ella un ejemplo para todos nosotros[99]. Entonces nos queda muy claro que el «genio femenino» es más potente que toda fuerza, aún cuando, desde nuestro limitado punto de vista, nos parece, a veces, lo contrario. No obstante, podemos tener la seguridad de que, al fin de nuestra vida, lo único que tendremos en nuestras manos no será nuestro dinero, ni nuestro éxito. Lo que construye nuestra existencia real y eterna es el amor que hemos dado y el que hemos recibido; no tenemos nada más.
Jutta Burggraf
Facultad de Teología. Universidad de Navarra
Fuente: unav.es.
[1] Cfr. Frankfurter Allgemeine Zeitung, 14 de febrero de 1998. En realidad, no se trata de un «sacerdote», sino de un seminarista. Karol Wojtyla fue ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946.
[2] Cfr. Constitución Pastoral Gaudium et Spes (GS), 24, del CONCILIO VATICANO II Y la Carta Apostólica Mulieris dignitatem (MD), 7, 10, 13, 18,20 Y 30, del Papa JUAN PABLO II (15 de agosto de 1985).
[3] JUAN PABLO II: «Todo lo que escribí sobre el tema en la Mulieris dignitatem lo llevaba en mí desde muy joven, en cierto sentido desde la infancia". Cfr. Cruzando el umbral de la esperanza, Barcelona 1994, 211.
[4] Cfr. Italo ALIGHIERO CHIUSANO: Variaciones sobre la «Mulieris dignitatem», Maria Antonietta MACCIOCCHI (ed.): Las mujeres según Wojtyla (MW), Madrid 1992, 285.
[5] Cfr. el diálogo entre Juan Pablo II y la política y escritora italiana Maria Antonietta Macciocchi, publicado en MW, pp. 38-40.
[6] Cfr. las alocuciones de Juan Pablo II a la hora del Angelus, 9 de julio de 1995.
[7] JUAN PABLO II: Carta a las mujeres (CM), 29 de junio de 1995,2.
[8] Este suceso es descrito por Maria Antonietta MACCIOCCHI, MW, 53.
[9] Cfr. las afirmaciones de Catarina BROOMÉ, MW, 148.
[10] Así caracteriza la escritora Rosetta Loy la predisposición del Papa frente a la mujer, MW, 314.
[11] Cfr. JUAN PABLO II: Evangelium Vitae (EV), 99.
[12] Acerca de la abundancia de literatura, cfr. al respecto, la exposión científica de Josep Ignasi SARANYANA: La discusión medieval sobre la condición femenina, Salamanca 1997.
[13] Cfr. El Catecismus Romanus, II-VIII, 2 y 27: «Las doncellas... deben obedecer y estar sujetas a sus maridos». No se dice nada sobre la entrega mutua. Se ha consultado una edición en latín y español, Madrid 1972.
[14] Juan Pablo II pone de manifiesto que la injusticia que sufre la mujer, hiere y daña profundamente, no sólo a ella misma, sino también al hombre. Cfr. MD, 10.
[15] Cfr. CM, 3.
[16] Estas palabras de Gertrude MONGELLA fueron publicadas en «Kirche heute», (1996/12), 26.
[17] Cfr. G.W. HUNT: The Pope on the Human Vócation, «America» 159 (1988), 267.
[18] Cfr. las declaraciones del Cardenal Albert DECOURTRAY, MW, 236. También lo señalado por la teóloga canadiense Elisabeth J. LACELLE, MW, 164 y por Catarina BROOMÉ, MW, 150 y 152.
[19] Cfr. el mensaje del Papa a la Secretaria General de la Conferencia Mundial de la Mujer en Peking (26 de mayo de 1995), publicado en JUAN PABLO II: Carta y 21 mensajes a las mujeres (CMM), Madrid 1996,46-58.
[20] Cfr. MD, 12-16 Y CM, 3.
[21] El texto más citado sobre este particular expresa: «A todos (los hombres) −creados por Dios con el mismo origen e idéntico destino− hay que reconocerles una igualdad fundamental. Debe, por consiguiente, eliminarse, como contraria a Dios, toda discriminación por motivos de raza, sexo, lengua y religión. Y nos debe preocupar el que no se reconozcan estos derechos», GS, 29. Este texto no se encuentra en MD; sin embargo, la Constitución Pastoral GS es citada trece veces en MD. Cfr. también GS 8, 9 y 60. Asimismo se puede ver el Decreto Apostolicam Actuositatem, 9, y el mensaje del Concilio a las mujeres (8 de diciembre de 1965), AAS 58 (1966), 13 s.
[22] Cfr. PIO XII: Alocución a las mujeres italianas (21 de octubre de 1945), AAS 37 (1945), 284-295. Del mismo Papa: Alocución a la Unión Mundial de organizaciones femeninas (24 de abril de 1952), AAS 44 (1952), 420-424. JUAN XXIII: Encíclica Pacem in Terris (11 de abril de 1963), AAS 55 (1963), 267 s.
[23] PABLO VI: Carta Apostólica Marialis Cultus (2 de febrero de 1974), 34.
[24] Cfr. Jutta BURGGRAF: Das Verstiindnis der Frau am Beispiel der Magnifikat-Interpretationen im 20. Jahrhundert, «Forum Katholische Theologie" 13 (1997/1), 50-69.
[25] Albert DECOURTRAY: La enseñanza más novedosa que nos ha llegado de la cátedra de Pedro, MW, 237.
[26] En un documento oficial, San Pío X designaba a Santa Teresa de Ávila como «magistra». El documento mencionado iba dirigido al General de los Carmelitas Descalzos, con motivo de cumplirse trescientos años de la canonización de Teresa. Cfr. AAS VI (1914), 137-145. Finalmente, el 27 de septiembre de 1970, Pablo VI elevó a la Santa de Avila −como la primera mujer− al rango de doctora de la Iglesia. También Juan Pablo II recomienda a los cristianos imitarla. Cfr. la Alocución en Ávila, el 11 de noviembre de 1982, «Der Apostolische StuhJ", Roma - Colonia, 1984, 680.
[27] Cfr. OSTERREICHISCHE KARMELITEN (eds.): Teresa de Jesús. Eine Frau als Kirchenlehrer, 2a. ed., Linz 1972, 12.
[28] Cfr. Alfredo GARCÍA SUÁREZ: Eclesiología-Catequesis-Espiritualidad, editado por Pedro Rodríguez, Pamplona 1998,749-766.
[29] Juan Pablo II ha querido «dar a este documento el estilo y el carácter de una meditación» (MD, 2). Aquí se puede apreciar claramente su actitud de ponderar y sopesar profundamente las cuestiones actuales. Una meditación podría, a primera vista, disminuir la disposición a aceptar su enseñanza como un documento del Magisterio; no obstante, bien puede también aumentarla, pues «lex orandi, lex credendi».
[30] Cfr. las explicaciones sobre el pecado original durante la Audiencia General (AG), el 26 de septiembre de 1980, también en la AG de! 5 de marzo de 1980.
[31] Cfr. el Ange!us del 30 de julio de 1995 y del 13 de agosto de 1995.
[32] Gertrud von LE FORT: Die Krone der Frau, Zürich 1950, 68. Cfr. de la misma autora Wirken und Wirkung, documentos reunidos por Eleonore von La Chevallerie, Heidelberg 1983, 174 y 193.
[33] Cfr. el Angelus del 6 de agosto de 1995.
[34] Cfr. AG del 24 de octubre de 1979.
[35] Cfr. Gén 1, 28. CM, 8.
[36] Karol WOJTYLA El taller del orfebre. Meditación sobre el sacramento del matrimonio, expresada a veces en forma de drama, Madrid 1980, 3. Cfr. 16 y 20.
[37] Cfr. ibid., 16 y 20.
[38] MD, 9.
[39] Cfr. las reflexiones acerca del pecado original, AG, 26 de septiembre y 31 de octubre de 1979.
[40] Cfr. Gén 3, 16; asimismo MD, 10.
[41] El Papa se muestra como un gran defensor de la mujer, también en el ámbito de la sexualidad. Se refiere expresamente a la injusticia que puede experimentar la mujer debido a la falta de cariño. Cfr. JUAN PABLO II (Karol WOJTYLA): Liebe und Vérantwortung, München 1979, 234-241.
[42] Cfr. MD, 14.
[43] Cfr. especialmente las llamadas Catequesis de los miércoles, que el Papa sostuvo entre 1979 y 1981, sobre la «Teología del cuerpo», en que se refirió, especialmente a los primeros tres capítulos del Génesis. En MD, 6, señala que, en los textos del Génesis fue revelada «la base inmutable de toda la antropología cristiana».
[44] Cfr. Gén 1, 27; 2, 7.
[45] Véase sobre todo la exposición del primer relato de la Creación, AG del 12 de septiembre de 1979.
[46] Cfr. MD, 6 Y 7.
[47] Cfr. las explicaciones sobre «El cuerpo, imagen de Dios» y «El cuerpo como sacramento», en las AG del 2 de enero de 1980 y del 20 de febrero de 1980.
[48] Cfr. Gén 2, 18-25.
[49] Cfr. las explicaciones al segundo relato de la Creación, en AG del 19 de septiembre de 1979.
[50] MD, 6.
[51] Cfr. Angelus del 18 de junio de 1995.
[52] Juan Pablo II desarrolla estas ideas en su antropología filosófica. Cfr. JOHANNES PAUL II (Karol WOJTYLA): Von der Konigswürde des Menschen (KM), Sruttgart 1980, 95-97.
[53] MD, 7.
[54] MD, 7.
[55] Cfr. las explicaciones sobre la «Soledad original» del hombre, en AG del 10 de octubre de 1979.
[56] Juan Pablo II habla de una «ayuda» no sólo en «el hacer», sino también en el «ser». Cfr. CM, 7.
[57] Cfr. las explicaciones acerca de la unidad y dualidad originarias del ser humano, en AG del 14 de noviembre de 1979.
[58] Cfr. las explicaciones sobre «El sexo, constitutivo de la persona», en AG del 21 de noviembre de 1979.
[59] Cfr. Jorg SPLETT: Der Mensch. Mann und Frau, Frankfurt 1980, 18.
[60] Cfr. KM, 97.
[61] Cfr. las explicaciones acerca de la «Entrega» en AG del 16 de enero de 1980.
[62] KM, 106. Cfr. también GS, 24.
[63] Cfr. las explicaciones sobre la recíproca aceptación del otro, en AG del 6 de febrero de 1980. Se puede ver también el Angelus del 19 de marzo de 1995.
[64] En su antropología filosófica expone Juan Pablo II que la «entrega mutua» conduce al «desarrollo mutuo». Cfr. Karol WOJTYLA: Ensayos de ética personalista, en Mi visión del hombre, Madrid 1997, 316. Cfr. también las reflexiones sobre la «Comunión de personas» en la AG del 14 de noviembre de 1979 y 9 de enero de 1980. Precisamente en la exhortación a la entrega mutua, ve el Papa la «Novedad evangélica». Cfr. MD, 24.
[65] En nuestro siglo, Simone de Beauvoir ha formulado, en toda su agudeza, la ideología de la igualdad de los sexos. La influencia de la filósofa francesa no puede ser subestimada. Su monografía Le Deuxieme Sexe (aparecida por primera vez en 1949) es considerada como la «biblia del feminismo». Cfr. C. WAGNER: Simone de Beauvoirs Wég zum Feminismus, Rheinfelden 1984.
[66] Cfr. MD, 10. También CM, 10-12.
[67] Cfr. Angelus del 23 de julio de 1995 y 15 de agosto de 1995.
[68] Cfr. MW, 200.
[69] Este suceso es narrado por Maria Antonietta MACCIOCCHI, MW, 40 s.
[70] Cfr. MD, 18.
[71] Cfr. MD, 18.
[72] Cfr. Angelus del 14 de agosto de 1994.
[73] Cfr. Hildegard WESTHOFF-KRUMMACHER (ed.): Als die Frauen noch sanft und engelgleich waren, Münster 1996, 14.
[74] Juan Pablo II apoya toda justa emancipación de la mujer, que le permita desarrollarse no solamente fuera del hogar. Subraya, además, que el valor de las tareas maternas y familiares debe ser reconocido con claridad, también en la legislación. Influir en ella es un derecho y una obligación de la mujer. Cfr. la Encíclica Laborem exercens (14 de septiembre de 1981), 23. Cfr. asimismo, la Carta Apostólica Familiaris Consortio (22 de noviembre de 1981), 23. MD, 18 Y 19.
[75] Cfr. MD, 18.
[76] Cfr. EV, 99.
[77] Cfr. MD, 30.
[78] Cfr. MD, 30. También Joseph RATZINGER: La Donna - custode dell'essere humano. Presentación de la carta apostólica Mulieris dignitatem, L’Osservatore Romano, 6 de octubre de 1988.
[79] Cfr. MD, 21.
[80] Véase J. ANGST y C. ERNST: Geschlechtsunterschiede in der Psychiatrie, en la publicación Weibliche Identitiit im Wandel, Heidelberg 1990,69-84.
[81] Véase la conferencia del Papa ante los miembros de la delegación del Vaticano que participaron en la Conferencia Mundial de la Mujer en Peking (29 de agosto de 1995), publicado en CMM, 59-64.
[82] Cfr. MD, 69.
[83] Cfr. CM, 3.
[84] Cfr. las explicaciones sobre «El ideal religioso, un ideal real, un ideal práctico», en: Karol WOJTYLA: Primat des Geistes. Philosophische Schriften, Stuttgart 1980, 271 y 272. También las explicaciones acerca del tema «Servir a los hombres, no a una ideología», en: JUAN PABLO II: Wissen im Glanz der Wahrheit, Sankt Augustin 1980, 108-111. Angelus del 25 de junio de 1995. CM, 4.
[85] Cfr. EV, 99. También las declaraciones de JUAN PABLO II en Canadá, L’Osservatore Romano, 27 de octubre de 1987.
[86] Sobre este tema, cfr. CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE: Dall' lnter insigniores all' Ordinatio Sacerdotalis, Ciudad del Vaticano 1997. En español: El sacramento del orden y la mujer. De la «lnter insigniores» a la «Ordinatio sacerdotalis», Madrid, 1997.
[87] Sobre las otras muchas posibilidades de las mujeres en la Iglesia, véase por ej., la Conferencia del Papa a las participantes en un congreso nacional italiano (4 de diciembre de 1993), publicado en L'Osservatore Romano del 10 de diciembre de 1993. También la AG del 23 de julio de 1994.
[88] Cfr. la Homilía del Papa en Colonia (15 de noviembre de 1980), 4: Johannes Paul JI. in Deutschland, Bonn 1980, 18. MD, 22. Sobre todo la Exhortación apostólica Redemptoris custos (15 de agosto de 1989).
[89] Así queda claro que el llamado al «genio femenino» nada tiene que ver con una superficial feminización de la sociedad, como la que propagan ciertas ideologías, como la «new age». Véase L. CALDECOTT y S. LELAND (eds.): Reclaim the Earth, London 1983. L. SEGAL: Ist die Zukunft weiblich?, Frankfurt 1989.
[90] MD, 18.
[91] Cfr. las explicaciones sobre el «Ethos del cuerpo», AG del 13 de febrero de 1980. También las declaraciones de Juan Pablo II en Canadá, L´Osservatore Romano del 27 de octubre de 1987. En el mensaje con ocasión del Día Mundial de la Paz (1 de enero de 1995), el Papa expone que la mujer es «educadora de la paz». Cfr. CMM, 17-25.
[92] Cfr. MD, 30.
[93] Cfr. EV, 98. Sobre este punto, véanse in extenso José Luis IUANES: Iglesia en la historia. Estudios sobre el pensamiento de Juan Pablo II, México - Santo Domingo - Valencia, 1997, 249-272.
[94] Cfr. véase C. G. JUNG: Gesammelte Werke, X, Friburgo 1971, 43-65. También las explicaciones y continuación de la psicología de Jung en H. BARZ: Männersache, Zürich 1984.
[95] Cfe. CM, 7.
[96] Cfr. MD, 7.
[97] Cfr. Isaías 43, 1. MD, 25.
[98] Cfr. Apoe 12, 1-4. MD, 30.
[99] Cfr. JUAN PABLO II: Redemptoris mater (25 de marzo de 1987), 46. MD, 4 y 5.
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