1. Introducción
Cuando en diciembre de 1991 se sustituyó en el Kremlim la bandera roja de la Unión Soviética por la tricolor de Rusia, se dio por terminada una experiencia política, económica y social de la más honda transcendencia para la Humanidad. El fracaso del socialismo como sistema económico arrastró a toda la organización política hasta terminar con la desaparición del Estado soviético surgido de la Revolución de 1917.
El debilitamiento del poder central favoreció la aparición de fuerzas centrífugas surgidas en las Repúblicas Federadas. Desde mediados de 1990 hasta finales de 1991, el movimiento reformista de la Perestroika de Mihail Gorbachov fue superado por la tendencia rupturista que encarnaba el nuevo líder Boris Yelsin. Asumiendo la soberanía nacional, las Repúblicas fueron desconectándose del centro de poder soviético, dejando sin contenido político a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Cada república se convirtió en un Estado Independiente y, para poner un poco de orden en el gran caos, se creó la Comunidad de Estados Independientes, a la que se adhirieron, desde el primer momento, muchas de las Repúblicas ex-soviéticas.
Estados de la C.E.I. (Comunidad de Estados Independientes) y Países Bálticos.
La desintegración de la URSS acarreó, además, una crisis económica generalizada que ha supuesto la caída de la producción interior, especialmente industrial, con una pérdida brutal del poder adquisitivo de la población; sobre todo, en aquellos nuevos Estados donde a la crisis económica se unió la explosión de conflictos étnicos o guerras declaradas.
Después de un trienio desolador parece que la situación se está estabilizando. El realismo se impone y. aunque con gran dificultad, se abren paso poco a poco la necesidad y los deseos, al menos, de una cooperación económica que pudiera garantizar la supervivencia como Estados de muchas de las Repúblicas que formaron la antigua Unión Soviética. Y, por razones estratégicas, Rusia está impulsando un proceso que tiene como finalidad la recomposición del antiguo espacio soviético, cuya inmensidad (22 mill. de km2) equivale a más de dos veces Europa y más de cuarenta veces España.
2. Crisis de la socialista y reformas de Gorbachov
Tras medio siglo de socialismo, la URSS —como realidad política— empezó a mostrar en los años 70 resultados contradictorios: era una gran potencia militar y política, pero con insignificante peso comercial; la segunda potencia industrial del mundo no era capaz de producir bienes de consumo y alimentos suficientes para las necesidades de la población.
a) La crisis económica
Desde los años 70, la URSS venía arrastrando una crisis económica que se profundizó en la década de los 80. Al no poder ser detenida por las sucesivas reformas que se llevaron a cabo, terminó por minar los cimientos mismos del sistema político. La apertura del comercio exterior empezó en los años 70, impulsada por la necesidad de importar cereales y de acelerar el desarrollo económico (GAUTIER/REYNAUD, 1987). Sin embargo, esta apertura llevaba implícita la liberalización de la economía que, antes o después, tendría que exigir la democratización de la sociedad. Una y otra eran radicalmente contrarias al sistema político vigente en la Unión Soviética.
En la estructura del comercio exterior soviético predominaban las exportaciones de productos energéticos, materias primas y productos semi-elaborados (2/3 del valor total) y las importaciones de equipos industriales y tecnología (50%). Esta composición reflejaba la economía característica de un «país nuevo» que, con abundancia de fuentes de energía y materias primas, estaba necesitando modernizar profundamente su sistema productivo. La decisión de iniciar el proceso de modernización le llevó a un fuerte endeudamiento exterior que, en 1989, ascendía a 60.000 millones de dólares.
A pesar de que las estadísticas estuvieron mostrando éxitos productivos hasta el final de los años 70, ya a principios de los 80 el sistema económico soviético había llegado a una situación insostenible: a la ineficacia de la planificación central y de la empresa pública se unían el enorme peso de los gastos militares, el retraso tecnológico y la deficiente calidad del trabajo con una mano de obra desmotivada. En 1985, la exportación de máquinas y equipos a Occidente sólo representaba el 4% del total de exportado. Los desafíos del mundo moderno, a los que no podía hacer frente el sistema de economía planificada, de planificación hacían inevitable una reforma en profundidad. La misma sociedad, que ya nada tenía que ver con la de los años 50, demandaba igualmente cambios en el régimen político, rechazando el modelo de partido único, a la vez que exigía la apertura de un proceso democratizador.
b) La Perestroika de Gorbachov
Las reformas de Gorbachov, como otras que ya habían sido ensayadas en años anteriores, sólo pretendían dotar de mayor eficacia al sistema económico socialista. Sin embargo, acabaron por afectar a aspectos fundamentales del sistema soviético. Se iniciaron con la apertura informativa (glasnost) y con el reconocimiento de la gravedad del problema. La libertad de expresión abrió el camino a los debates que pusieron al descubierto los fallos del sistema.
No pasó mucho tiempo para que los dogmas económicos, que hasta entonces parecían inquebrantables, terminasen siendo discutidos y rechazados. Se criticaba abiertamente como inoperante el Plan todopoderoso (Gosplan) que trazaba el desarrollo económico de acuerdo a unas prioridades políticas predeterminadas, sin tener en cuenta los aspectos de la rentabilidad. De este modo, se llegó igualmente a proponer la introducción del mecanismo del mercado, entendido como una tecnología de intercambio. Se animaba a la iniciativa privada y se dictaron normas que daban un mayor protagonismo a los tecnócratas frente a los burócratas, con el objetivo de lograr más rigor, agilidad y eficacia en la gestión económica. Se establecieron incentivos salariales para mejorar la productividad y se amenazó con la regulación de plantillas.
Al mismo tiempo, se propuso disminuir los gastos militares, acordando la reducción de armamento y la retirada del Ejército Rojo de los países socialistas de la Europa del Este. Con ello se pretendía canalizar un mayor volumen de inversiones hacia la industria y la agricultura.
Sin embargo, a pesar de todas estas medidas, los problemas económicos no se resolvían. Por el contrario, no cesaban de surgir nuevas dificultades que hacían imposible el control de una situación, cada día más complicada.
El problema fundamental se planteó, cuando se puso de manifiesto que la verdadera reforma económica, es decir, la introducción de los elementos del mercado en el sistema socialista, era imposible sin la renovación del sistema político que estaba en la base de todos los dogmas económicos. A partir de 1987, ya se hablaba abiertamente del agotamiento del modelo económico y socio-político del socialismo. Fue entonces cuando la Perestroika dio un paso decisivo al adoptar un enfoque más globalizador, reconociendo el vínculo directo que las medidas económicas tenían con el sistema político.
La aceptación explícita de la transición desde una economía centralizada y planificada hacia otra de mercado fue aprobada por el Soviet Supremo en noviembre de 1990, conscientes de lo que ello suponía, los reformadores dieron por terminada la experiencia que tanto entusiasmo había despertado en el mundo entero desde la constitución del Estado Soviético tras la revolución de 1917. Sin pretenderlo, la Perestroika puso en marcha el proceso desintegrador del inmenso Imperio soviético. La transformación profunda de la economía planificada suponía la reforma del sistema político; reforma que llevaba inevitablemente a replantear el papel del Partido Comunista (PCUS) y las relaciones territoriales entre la Repúblicas Federadas.
Gorbachov, en tan sólo cuatro años, terminó asumiendo la ingente tarea de reestructurar en profundidad la Unión: sin abandonar los principios del socialismo e intentando no llegar a la nacional, pretendía una renovación espectacular de la de la sociedad y del Estado soviético. Sin embargo, los acontecimientos ocurrieron tan deprisa que las por desatadas terminaron por desbordarle, provocando la quiebra de un régimen que parecía estable, sin haber sido antes creada una nueva estructura que lo sustituyera. De esta forma, inesperadamente y con gran sorpresa para todos, se produjo la caída del modelo socialista y la desintegración precipitada del gran imperio soviético, heredado del anterior imperio de los zares.
3. La brusca desintegración de la Unión Soviética y sus graves consecuencias
Las nuevas medidas económicas y la inseguridad en el futuro que generaban provocaron el caos en el sistema productivo. El Producto Nacional Bruto, que había crecido en los años 80 entre el 4,3%y 2%, pasó en 1990 a ser negativo (-2.5€); la exportación de petróleo cayó de 200 millones de t en 1980 a 150 millones en 1990 y a 90 en 1991.
La Perestroika estaba provocando una perturbación general de la economía, cuyos efectos inmediatos fueron la caída alarmante de la producción y la desorganización de los circuitos comerciales. Al fuerte deterioro de la calidad de vida se unió también el colapso de los servicios públicos.
a) La desintegración del Imperio Soviético
En este ambiente de crispación, en el que aumentaban los opositores a la Perestroika, Gorbachov se decidió a abordar la reforma del sistema político y lo que ello suponía en relación con el PCUS y con las Repúblicas Federadas.
En 1988, la XIX Conferencia del PCUS ya había abierto la puerta a la reforma constitucional y a una nueva ley electoral para la constitución del nuevo Congreso de Diputados. El Partido Comunista, pieza clave del sistema soviético, perdía poder ante los partidarios de la reforma y aceptaba renunciar al privilegio de ser el partido único; con ello renunciaba igualmente al «papel dirigente» que, desde el principio, le había conferido la Constitución de la URSS. En 1990 se modificó el artículo de la Constitución, dando paso al pluripartidismo; y en 1991 el PCUS renunció al marxismo-leninismo, convirtiéndose así en un partido socialdemócrata.
Respecto a la relación entre las Repúblicas, Gorbachov proyectó un Nuevo Tratado de la Unión que, ante la crisis de poder en la que se encontraba la URSS, con la idea de establecer una estructura de poder más clara y menos centralizada. La propuesta suponía una unidad de «Estados soberanos», una confederación, que iba más allá de la simple ampliación de derechos de las Repúblicas y autonomías, pero sin poner en peligro el espacio político y económico común. Sin embargo, con el debilitamiento del poder central y la pérdida de protagonismo del PCUS, se agitaron aún más los nacionalismos y se aceleraron los movimientos independentistas.
Antes de presentar el proyecto del Nuevo Tratado de la Unión, previsto para el 20 de diciembre, Rusia, Ucrania y Bielorrusia acordaron fundar la Unión firmando el 8 de diciembre de 1991 en Minks (Bielorrusia) la de Estados Independientes.
El Nuevo Tratado de la Unión se iba a aprobar el 20 de agosto de 1991, pero, en la víspera, se produjo el golpe de estado promovido por el PCUS. Su fracaso no hizo más que acelerar el proceso desintegrador. El 25 de diciembre de 1991, con la dimisión de Gorbachov como presidente, la URSS dejaba oficialmente de existir: era sustituida por un conjunto de quince países independientes que iniciaban —muchos reiniciaban— su andadura como Estados, teniendo que afrontar numerosos conflictos interétnicos e inmersos en gravísimas crisis económicas.
Más que el problema de los nacionalismos, fue el desmoronamiento del partido comunista el que trajo consigo la desestabilización general del país. Hasta el golpe de agosto, se quería aprovechar su estructura para llevar a cabo ordenadamente las reformas del Estado; después del golpe, no había nada que aprovechar. Sin la omnipresencia del Partido, la sociedad civil pudo recuperar el protagonismo político y, con la libertad de expresión, pudieron salir a la superficie las reivindicaciones nacionalistas hasta entonces reprimidas. En muchos de los nuevos Estados el partido comunista fue declarado ilegal; sin embargo, en algunos de ellos, la nomenclatura se convirtió al nacionalismo y así pudo seguir detentando el poder.
b) La eclosión de los nacionalismos y los conflictos interétnicos
Hasta mediados de los 80 se pensaba que en los territorios de la URSS felizmente estaba resuelta la cuestión de las nacionalidades. En el Estado multinacional soviético todo parecía indicar que se había concluido el proceso de «fusión de los pueblos» —más de100— en el marco de la estructura política federal del Estado socialista. Sin embargo, esta impresión resultó ser más aparente que real.
El Partido Comunista de la Unión Soviética, pilar fundamental en la vertebración estatal, era mayoritariamente ruso. A través de las migraciones y del aprendizaje de la lengua, se había llevado a cabo un proceso de rusificación muy intenso por todos los territorios de la URSS; no obstante, en el fondo, permanecían casi intactos los resentimientos y las rivalidades interétnicas.
Con la crisis económica, el debilitamiento del poder central y la pérdida de influencia del partido comunista se produjo, casi de golpe, el estallido de las tensiones nacionalistas. Primero, fue un motivo de preocupación para los planes de reforma, por su enorme potencial disgregador; después, se convirtió en el principal obstáculo para salvar la supervivencia de la URSS. La desunión provocada por los nacionalismos acentuaron el caos económico y provocaron el hundimiento del Estado soviético que, sin la intervención decidida del ejército, resultó imposible evitar.
Las repúblicas independentistas más agresivas fueron, desde el principio, las tres bálticas y Moldavia —últimas anexionadas por la URSS, tras la Segunda Guerra Mundial—, las caucásicas, de fuerte personalidad étnica y poco y Ucrania, pero con ansias de cumplir una vieja aspiración.
En contra de lo que se podía pensar, las cinco repúblicas de Asia Central no se destacaron por sus deseos de independencia; a pesar de su fuerte carácter islámico, estas repúblicas eran partidarias del Nuevo Tratado de la Unión que proponía Gorbachov, debido a su fuerte dependencia económica de las otras repúblicas, especialmente de Rusia.
Sin embargo, no todos los problemas étnicos quedaban resueltos con la independencia de las repúblicas. Más bien ocurrió lo contrario: todos los nuevos Estados tenían minorías dentro de sus fronteras que, a su vez, también reivindicaban su propia autonomía o independencia política. De esta manera, los conflictos se han multiplicado, provocando inseguridad y acentuando el caos general. Algunos degeneraron en verdaderas guerras y han sumido a los nuevos Estados donde se han desarrollado en una profunda crisis económica y social muy difícil de superar.
Conflictos y minorías rusas en los estados surgidos de la antigua unión soviética (C.E.I. y Países Bálticos)
Por las causas que los han desatado se pueden distinguir tres tipos de conflictos étnicos (URJEWICZ, Ch., 1993):
a) los que tienen su origen en reivindicaciones territoriales; son los más numerosos y están relacionados con el trazado de las fronteras dentro de la Unión Soviética o con deportaciones de pueblos, impuestas por Stalin al terminar la Segunda Guerra Mundial.
Entre ellos, destacan el conflicto del Alto Karabaj, enclave con mayoría armenia en la república de Azerbaiyán; este conflicto ha enfrentado a dos pueblos con viejas rivalidades: los armenios, indoeuropeos y cristianos, con los azeríes, turcófonos y musulmanes; la guerra ha provocado el desplazamiento de unos 500.000 azeríes de Armenia y de casi toda la población armenia (otros 500.000) de Azerbaiyán.
Otros dos han afectado a Georgia: el de Osetia del Sur, república autónoma dentro de Georgia, que desea unificarse con Osetia del Norte, república también autónoma dentro de la Federación Rusa, y el de Abjasia, república autónoma al Noroeste, de ricas tierras agrícolas y mayoría musulmana, que declaró su independencia de Georgia, provocando una guerra que terminó tras la intervención rusa a favor de ésta.
Otro conflicto de carácter territorial fue el que provocó la minoría rusa y ucraniana de Moldavia en la región del Transniéster, donde a su vez son mayoría; éstos declararon independientes los territorios al Este del Dniéster, ante el temor de que Moldavia terminase uniéndose a Rumania por la afinidad de sus poblaciones; el ejército ruso participó activamente a favor de la minoría independentista que logró así su propósito de mantener las estrechas relaciones de Moldavia con Rusia.
Ucrania ha tenido también que hacer frente a las reivindicaciones de Crimea, poblada por el 65% de rusos que pretenden un estatuto de autonomía o su reunificación con Rusia, de la que fue separada en 1954.
Más enconado parece estar el conflicto de Tayikistán, donde ha surgido y actúa una guerrilla integrista apoyada por los afganos; las diferencias políticas, étnicas y religiosas se han mezclado con los problemas económicos, especialmente graves en esta república; el Sur, nacionalista e islamista reivindica la independencia frente al Norte pro-ruso y laico; el alto valor estratégico de esta frontera, especialmente favorable para el tráfico de drogas y la inmigración ilegal, ha hecho que Rusia intervenga en el conflicto y mantenga su ejército en la zona.
b) Otro tipo de conflicto étnico tienen su origen en la grave situación socio-económica, provocada tras la ruptura de la URSS. Son manifestaciones que hasta ahora parecían propias del Tercer Mundo. La desorganización de las estructuras económicas y comerciales han provocado la aparición del paro y situaciones increíbles de pobreza. En este contexto se ha producido una ola de xenofobia, radicalizándose los conflictos inter-étnicos latentes de «autóctono» contra «extranjero»; así han surgido estallidos de violencia, como las matanzas de armenios en Azerbaiyán y las agresiones de uzbecos contra poblaciones caucásicas deportadas por Stalin a la república de Uzbekistán.
c) El tercer tipo corresponde a los conflictos de soberanía que han surgido en el interior de Rusia: Tatarstán y Chechenia se declararon independientes. Mientras que en el primer caso la situación se ha controlado sin intervención armada, mediante un nuevo estatuto de autonomía, en el que se han concedido ciertas reivindicaciones, en Chechenia ha terminado con la intervención brutal del ejército ruso que ha reducido a escombros la capital Grozni; a pesar del alto el fuego firmado, el problema de soberanía no está todavía resuelto.
Como conflictos de soberanía pueden también considerarse la declaración de independencia que proclamaron los ruso-fonos en la república del Transdniéster en Moldavia y la de la república autónoma de Abjasia en Georgia, ambos resueltos con la intervención del ejército ruso.
En esta situación de inestabilidad, un sentimiento de inseguridad se ha apoderado de los rusos que llegaron como inmigrantes y que hoy viven en otras repúblicas soviéticas. En los nuevos Estados ya independientes se han convertido en minorías que, con frecuencia se ven acosadas. Un movimiento de retorno desde todos los rincones de la antigua URSS ha hecho que entre 1990 y 1994 hayan vuelto unos 3 millones de rusos de los 25 millones que en 1989 vivían en otras repúblicas —12 millones en Ucrania, 10 en Asia Central, 1,5 en la Estados Bálticos, 1,3 en Bielorrusia—; y se prevé que entre 1994 y 1996 regresen otros 5 millones más, principalmente procedentes de las repúblicas caucásicas, de Asia Central y de los Estados Bálticos.
No obstante, para Rusia la presencia de rusos en otros Estados es muy importante; si constituyen minorías fuertes y se concentran en determinadas regiones, como ocurre en Ucrania, Kazajstán o Moldavia, Rusia las puede utilizar como arma de presión contra los intentos de un excesivo alejamiento. Para las repúblicas de Asia Central esta minoría rusa es decisiva para su economía, ya que casi todos llegaron para trabajar como técnicos en las empresas industriales; su emigración puede suponer un grave trastorno para su economía.
c) El hundimiento de la producción: 1991-1993, el trienio catastrófico
La llegada a la independencia de las repúblicas soviéticas se hacía en condiciones muy difíciles, puesto que la crisis en el sistema productivo de la URSS ya se había iniciado en años anteriores. En 1991 la anarquía se instaló en el país y la crisis penetró por todas las ramas de la economía, hasta el punto de que los responsables soviéticos fueron incapaces de controlar el proceso de cambio. Este año marca el principio de un trienio catastrófico para todos los nuevos Estados independientes.
Una vez independientes, los nuevos Estados tenían que hacer frente a un contexto muy desfavorable, sin ninguna experiencia en la gestión económica. En 1992 el deterioro de todas las instituciones estatales de las que dependía la marcha de la economía provocó un grave descontrol en los órganos de decisión y coordinación. Las consecuencias en la producción nacional fueron terribles: el descenso del PIB fue de un 20% afectando especialmente a la ganadería, a la industria y a los servicios. Todos los proyectos de reformas de estructuras tuvieron que ser tomados con gran precaución para evitar un colapso económico y una revolución social.
En 1995 se puede hacer un balance de la situación, pero teniendo en cuenta que los datos disponibles no poseen fiabilidad absoluta debido a las dificultades para homogeneizar las estadísticas de los distintos Estados. Hasta 1992 el desaparecido Servicio Estadístico de la URSS no fue sustituido por el Comité Estadístico de la CEI. Sin embargo, como opina Mª. A. Crosnier con una óptica comparativa, pueden servir como indicadores de la evolución y de las diferentes situaciones de los distintos Estados nacidos de la URSS, unos años después de su independencia.
En primer lugar, hay que destacar que todos los nuevos Estados sufren un descenso significativo, tanto en el Producto Interior Bruto como en la producción industrial, precisamente porque este sector es el primero y el que más intensamente acusó la crisis; en segundo lugar, se puede ver que hay importantes diferencias de intensidad de la crisis entre unos Estados y otros. El único que ha registrado aumento es Uzbekistán los que menos han acusado la caída de la producción general coinciden con los de menor descenso de la producción industrial. Se trata de países agrícolas, como Moldavia; de países con una producción principal de fuentes de energía o de materias primas, como Uzbekistán y Turkmenistán, y de Estados que han retrasado la puesta en marcha de la reforma de las estructuras productivas, como Kazajstán o Turkmenistán
Descenso de la renta per (1991-1993).
Los de mayor descenso de la producción son Estados que han sufrido los efectos negativos de los conflictos bélicos, como Georgia, Armenia, Azerbaiyán y Tayikistán, o los que iniciaron muy pronto las reformas radicales de las estructuras, como los Bálticos, Ucrania o Kirguistán. En 1992 Estonia sufrió un descenso de la producción industrial del 40% respecto a 1991 y Lituania del 51 %. Esto reflejaba la desconexión de su sistema industrial respecto al de Rusia y la caída de la producción de las grandes empresas estatales donde estaba empleada la mayoría de la población rusa.
Son varios los factores que explican esta brusca caída de la producción, sin precedentes en países industrializados. Unos venían ya de la crítica situación económica de la URSS: el envejecimiento del aparato productivo exigía continuas reparaciones; cuando faltaban los créditos para realizarlas, el equipo se paralizaba; esto sucedió con frecuencia en el año de la anarquía de 1991, en el que todavía oficialmente funcionaba la URSS. Ocurrió también que el debilitamiento de la autoridad central permitió que muchas empresas del complejo metalúrgico y químico se cerrasen por motivos ecológicos y ante la presión de la opinión pública local; la falta de recursos económicos impedía sustituir los viejos equipos por otros nuevos no contaminantes.
Estados de la C.E.I. decrecimiento económico 1990-1993
Estados de la C.E.I. producción industrial 1990-1993 (1989=100) M/n
Otros factores más decisivos en la brusca caída de la producción industrial surgieron de la nueva situación política en 1992 (CROSNIER, Mª. A., 1993). En primer lugar, la desorganización de las relaciones comerciales agravada por la dislocación de la zona del rublo y la introducción de nuevas monedas. Las relaciones interestatales se deterioraron mucho y se rompió la fluidez de los intercambios de materias primas y productos industriales; Rusia, poseedora del 90% de los hidrocarburos consumidos en la URSS, presionaba ante las otras Repúblicas, cortándoles en ocasiones el suministro de gas o de petróleo, además de imponerles fuertes aumentos de precio (PALAZUELOS, E., 1994). Finalmente, la inexistencia de una red de relaciones comerciales en todas las empresas y la falta de experiencia en este tema crearon graves dificultades en muchas de ellas, cuando desapareció el organismo central encargado de planificar tanto la entrada de materias primas como la salida de los productos manufacturados.
4. La comunidad de estados independientes (CEI) o la construcción de un nuevo sistema de relaciones
El 20 de diciembre de 1991, cinco días antes de la dimisión de Gorbachov, once de las quince Repúblicas soviéticas constituían la Comunidad de Estados Independientes (CEI) que, diez días después, fue ratificada oficialmente en Minks, capital de Bielonusia. Era la nueva estructura que sustituía a la desaparecida URSS para gestionar el espacio exsoviético. Más tarde, en 1993, Georgia se adhirió a esta comunidad que desde entonces consta de doce Estados. Sólo los Países Bálticos han rechazado categóricamente su incorporación a la misma, impulsados por su fuerte vocación europea-occidental.
a) El nacimiento de la CEI
La CEI no nació de la suma de aspiraciones comunes; más bien quería ser una asociación de los nuevos Estados con el fin de «liquidar» lo más civilizadamente posible la herencia soviética. Sin embargo, muy pocos eran partidarios de una ruptura total de los lazos económicos entre las distintas repúblicas ex-soviéticas. Existía un altísimo nivel de interrelación entre unas y otras a causa de la planificación centralizada. Los criterios políticos habían primado casi siempre en las decisiones de industrialización; de esta manera, Bielorusia estaba fabricando camiones, tractores y componentes de automóviles sin producir acero; Estonia producía cinturones de seguridad para los coches rusos, Kirguistán se había especializado en lavadoras que exportaba a toda la URSS, pero importando el acero y determinadas piezas clave, etc.
Sólo Rusia y Ucrania presentaban en el momento de su independencia un alto índice de autosuficiencia: únicamente importaban de las otras repúblicas un 15% y un 17% de lo que consumen. Y, desde luego, la que destacaba claramente entre todas era Rusia que concentra el 89% de la producción de petróleo, el 75% de gas, el 55% de carbón, el 56% de maíz, el 48% de trigo y de carne, etc. Esta es la gran baza de Rusia que, desde el principio, ha tenido la intención de conservar el espacio económico, como instrumento para mantener el control político y militar de todo el antiguo espacio soviético.
De todas formas, hasta 1995, en el seno de la CEI han coexistido dos tendencias: la integradora, impulsada por el eje Rusia-Kazajstán, y la desintegradora, por Ucrania, que nunca ha querido ver a la CEI más que como una fórmula transitoria para llevar a cabo la separación sin traumas.
Tras los primeros entusiasmos independentistas, la realidad ha terminado por imponerse, ya que ningún Estado, excepto Rusia, ninguna república puede mantener una verdadera independencia económica. La caída de la producción, la desorganización del sistema de transportes y el empobrecimiento dramático de la población en todas las Repúblicas soviéticas han hecho que muchos dirigentes sean partidarios de mantener, al menos, la unidad del espacio económico; y Rusia, con todo tipo de estrategias, intenta recomponer un espacio político tutelado económica y militarmente por ella.
Por otra parte, la amenaza de «balcanización» con multitud de posibles conflictos y guerras étnicas insolubles, es un hecho real. La única alternativa posible, a pesar de los recelos frente a la «vocación» imperialista de Rusia, parece ser la de estrechar los lazos de colaboración entre todos los nuevos Estados, fortaleciendo las interrelaciones económicas, comerciales, políticas y culturales y respetando, a la vez, la soberanía de cada uno de ellos.
b) Lento proceso de reintegración
Al principio, la colaboración avanzó poco. A pesar de haber firmado acuerdos bilaterales de libre comercio con otros diez Estados y de colaboración en el campo de la energía y de la industria agroalimentaria con casi todos ellos, Rusia, a finales de 1992, lamentaba el escaso desarrollo del tratamiento conjunto de los problemas y conflictos de todo género en el seno de la CEI.
Los primeros acuerdos importantes fueron el Tratado de Seguridad Colectiva y la Carta de la CEI. El primero fue firmado en marzo de 1992 por Rusia, Bielorrusia, Armenia, Kazajstán, Uzbekistán y Kirguistán; después, en 1993, se unieron Tayikistán, Azerbaiyán y Georgia; y, en 1994, Moldavia y Ucrania. Con este acuerdo se pretende crear una estructura militar similar a la OTAN: las nuevas Repúblicas independientes pueden disponer de un ejército propio y su participación en la defensa común es voluntaria, pero se realiza bajo el papel dominante de Rusia.
La Carta de la CEI constituye el documento fundacional de la nueva organización supra-estatal. En enero de 1993 la firman Rusia y otros seis Estados más, que se adhieren de manera categórica a la CEI, manifestando, sin reparos, su voluntad de reintegración económica y política y apostando por el restablecimiento de unas relaciones parecidas a las existentes en tiempos de la URSS, aunque respetando la soberanía nacional de cada Estado. Bielorrusia prefiere la colaboración con Rusia, al pensar que la vía independentista que pretende seguir Ucrania es más costosa y encierra mayores peligros. Armenia considera vital la ayuda de Moscú, dado su aislamiento total y el bloqueo económico y energético que le impone su vecina y rival Acerbaiyán. Kazajstán es un Estado multiétnico, con el 45% de la población rusa y ucraniana; partidario de la estructura federal defiende la unión estrecha con Rusia que evite la desmembración de su propio territorio. Uzbekistán y Kirguistán tienen una dependencia económica casi total de Rusia y optan por defender la estabilidad basada en las relaciones tradicionales. Tayikistán sufre una guerra civil y piensa que la unión con las otras repúblicas puede alejar la amenaza real de «afganización».
En los meses siguientes también Azerbaiyán, Georgia, Moldavia, Ucrania y Turkmenistán firmaron la Carta institucional de la CEI, aunque estos dos últimos con evidente recelo y sin estar demasiado convencidos.
La Carta fija cinco objetivos básicos a conseguir por la Comunidad de Estados Independientes: la cooperación en los dominios político, económico, ecológico, humanitario, cultural y otros; el respeto de los derechos humanos; la cooperación para el mantenimiento de la paz y de la seguridad internacionales; la promoción de la libertad de asociación y de circulación de ciudadanos de los Estados miembros en el interior de la Comunidad; y la preocupación por la coordinación de la política exterior.
En esta Carta se establecen también los cuatro órganos institucionales que deben garantizar el funcionamiento de la CEI: el Consejo de Jefes de Estado, con poder de decisión en cuestiones fundamentales; el Consejo de Jefes de Gobierno, que coordina la cooperación de los órganos de poder ejecutivo; el Comité Consultivo de Coordinación, órgano ejecutivo y de coordinación permanente de la Comunidad, y la Asamblea Interparlamentaria, órgano consultivo de representación popular.
c) El inicio de las reformas económicas
Mientras tanto, se intenta llevar adelante la transición del sistema socialista de economía planificada al sistema capitalista de economía de mercado. Sin embargo, la complejidad de la situación, agravada con la cuestión de los nacionalismos y los conflictos étnicos, ha impedido que se haya llegado ya a acuerdos formales en materia de política económica y de coordinación de las reformas. La esperanza de formar inmediatamente un mercado común se alejó con la ruptura de la unidad monetaria, al introducir cada Estado su moneda particular, en muchos casos desligada del rublo. Ello ha contribuido a mantener el caos económico en 1992 y 1993, provocando un fuerte descenso del P.N.B. en el conjunto de la CEI que, como ya hemos visto, alcanza porcentajes superiores al 30%. No obstante, en 1994 se han inició los trabajos para establecer el paso gradual a la Unión Aduanera; mientras tanto, se están firmando acuerdos bilaterales, como los de Rusia con Kazajstán, Armenia, Georgia, etc., o el tratado entre Kazajstán, Uzbekistán y Kirguistán que pretende crear un mercado común entre los tres.
Aunque sin coordinación y siguiendo cada Estado su propia dinámica, el proceso de reformas se ha iniciado en todos ellos. Unos han avanzado extraordinariamente, como los Estados Bálticos que hoy tienen ya una economía muy semejante a la de los países occidentales. Otros han avanzado, pero las grandes dificultades les han impedido hacerlo con más rapidez, como ha sucedido en Ucrania, Rusia, Moldavia, Azerbaiyán o Kirguistán. Otros han progresado mucho menos, debido a los conflictos bélicos sufridos, como ha ocurrido en Georgia, Armenia o Tayikistán. Y, finalmente, todavía quedan algunos, como Turkmenistán, Uzbekistán y Kazajstán que apenas han introducido reformas en su estructura productiva y mantienen en 1994 casi intacto el sistema de economía planificada.
En cualquier caso, allí donde se ha iniciado y ha progresado la transición, el proceso de reformas ha puesto el acento en tres aspectos principales:
1. La liberalización de precios; su objetivo ha sido el eliminar la escasez de artículos de consumo, tratando de resucitar el espíritu de iniciativa y de empresa. Su consecuencia inmediata fue el fuerte y brusco encarecimiento del coste de la vida que ha puesto al 90% de la población al borde de la miseria, mientras que una minoría de mafiosos, en muchos casos parte del aparato productivo estatal, amasaba enormes fortunas y practicaba la evasión de capitales.
2. El saneamiento de la economía; ha llevado consigo la reducción de los presupuestos estatales, afectando sobre todo a los gastos militares, a la educación, sanidad y seguridad social.
3. La privatización; el traspaso de la propiedad estatal a manos privadas no ha tenido todavía el alcance que en un principio se esperaba. Ha progresado sobre todo en las pequeñas empresas y en la agricultura; pero la escasez de capitales en la clase media urbana y campesina ha limitado notablemente el proceso de privatización que, sin embargo, ha favorecido a ciertos grupos financieros y a una minoría de altos cargos socialistas. Mientras se mantienen la mayor parte de los koljoses y sovjoses, con un nombre diferente pero con el carácter de cooperativas, para salvaguardar la gran explotación agrícola, muchas grandes empresas industriales y de servicios han pasado a ser sociedades anónimas; en unos casos pertenecen formalmente a colectivos de trabajadores, pero con el control real del Estado; en otros, la participación de capital extranjero ha propiciado la aparición de empresas mixtas.
Así, pues, en los países de la CEI el protagonismo económico del Estado todavía sigue siendo mayoritario, pudiendo definirse esta fase de transición como la de un capitalismo de iniciativa estatal.
5. Conclusión
La brusca desintegración de la URSS ha dado como resultado la aparición de quince nuevos Estados independientes. Sin embargo, sus profundas relaciones económicas, socia- les y territoriales, establecidas a lo largo de setenta años de centralizada, han obligado a doce de ellos a mantenerse unidos, en el seno de la Comunidad de Estados Independientes. Organización político-económica muy peculiar, todavía con pocas estructuras comunes, la CEI avanza lentamente y con grandes dificultades hacia la reintegración económica y política. La colaboración dentro de un espacio común supraestatal aparece como la única manera de evitar el caos generalizado en este inmenso territorio, poblado por más de 100 nacionalidades.
La Comunidad de Estados Independientes se articula, así, sobre un núcleo central fuerte, constituido por los tres Estados que forman un conjunto territorial imponente. Con 18 millones de km2 y 211 mill. de habitantes, generan el 81% del P.N.B. de todo el bloque ex-soviético, ya que en ellos se localizan las grandes regiones industriales, las mejores tierras agrícolas y los mayores yacimientos minerales y de fuentes de energía.
En Asia, el apoyo más fuerte de la CEI es Kazajstán; no sólo porque es una potencia nuclear, sino porque es también muy rico en minerales y fuentes de energía y se manifiesta como un firme partidario de re-establecer la integración más completa entre las antiguas repúblicas de la URSS.
La debilidad de la CEI proviene del flanco meridional, económicamente más pobre y con un alto riesgo de conflictos, ya que la gran complejidad étnica ha creado conflictos muy difíciles de resolver.
La supervivencia de la CEI parece, por el momento, asegurada. Sin embargo, para que este gran conjunto espacial logre su definitiva consolidación es necesario que los Estados miembros, muy dependientes de la poderosa Rusia y a la vez muy recelosos de su fuerza, consigan encontrar una fórmula flexible de integración, capaz de asegurar en el futuro la estabilidad política y la recuperación económica.
José Sánchez Sánchez, en https://dialnet.unirioja.es/
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