"¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros, que entierran a Dios? ¿Nada sentimos de la descomposición divina? ¡También los dioses se descomponen! ¡Dios ha muerto! ¡Y somos nosotros quienes le hemos dado muerte! (…) Este acontecimiento enorme está en camino, marcha, todavía no ha llegado hasta los oídos de los hombres. Es necesario dar tiempo al relámpago y al trueno, es necesario dar tiempo a la luz de los otros astros, tiempo a las acciones, cuando ya se han realizado, para ser vistas y oídas". (Nietzsche "Gaya Ciencia" n. 125).
I) Sentido y significado de la frase "¡Dios ha muerto!"
A) Un cadáver
Según Heidegger en su libro "Sendas Perdidas" la frase de Nietzsche "alude al destino de dos milenios de historia". Se trata de la constatación de una realidad histórica. Un tomar el pulso a la historia de Occidente, y descubrir que el corazón de Dios no late ya en ella. El Dios que vivía en la conciencia de los europeos está ya muerto. ''Vivía —escribe Adler— en el único retiro, donde los dioses pueden vivir, en la conciencia humana, y ha desaparecido". (1). O como escribe Welte: "Muerto está lo que en otro tiempo se veía como vivo, de lo que sin embargo ha desaparecido la vida, y ahora no es que llegue a ser la nada, sino que está muerto" (2).
Ahora bien, tenemos que tener presente que este hecho todavía no se ha manifestado en la realidad de la hora histórica. Por eso, cuando aquel loco en pleno día con una linterna encendida se arroja sobre la multitud apiñada en la plaza para revelarle la realidad histórica del hecho que acaba de descubrir, se encuentra con que su grito de " ¡Dios ha muerto" provoca en sus oyentes sólo risa e hilaridad. Ha llegado demasiado pronto. Este acontecimiento enorme está todavía en camino. Es natural, por eso, que el hombre-masa acoja la noticia con una carcajada maciza. El loco tratará de arrancarlo de su indiferencia, le mostrará el vacío que se ha abierto bajo sus pies como consecuencia de este enorme suceso ; pero.. , "es necesario dar tiempo al relámpago y al trueno".
Sólo un número reducido, algunos espíritus que llevan en sí el destino de la humanidad, saben resistir el vértigo que produce esta toma de conciencia de que Dios ha muerto. Nietzsche sabe que ha nacido demasiado pronto: "Porque esta cuestión no está aún de actualidad, algunos hombres nacemos póstumos". Quizás sea ésta una de las convicciones o sentimientos más claros que aparece en su libro "Así habló Zaratustra". Nietzsche se adelantó al tiempo. "El sol ha caído ya, pero alumbra y entorpece todavía el cielo de nuestra vida", nos dice en su libro "Humano, demasiado humano". Todavía tardará años hasta que desaparezca por completo la sombra de Dios de la tierra. Hay que saber esperar. Aguardar a que los años vayan borrando todas las sombras de ese Dios ya muerto, y se haga manifiesto al hombre-masa.
Dado que la muerte de Dios es para Nietzsche un hecho histórico, lo importante es, por tanto, su poder histórico, y no la validez lógica de las pruebas a favor de la existencia de Dios. A este respecto es patente que, una vez desaparecido este poder histórico "no puede —como afirma el mismo autor antes citado, Welte— deducirse sin más, por un proceso formal de una demostración de las pruebas de la existencia de Dios" (3).
B) Asesinado
Según De Lubac, existe en la expresión "¡Dios ha muerto!" un sentido también que "traduce una elección" (4). Como muy bien es cribe Jaspers, "esta muerte no es sólo un hecho, es la acción de una voluntad" (5).
Efectivamente, Nietzsche anuncia un hecho, pero que ha realizado el mismo hombre. "¡Nosotros le hemos matado, vosotros y yo!". Es el hombre el que ha querido deliberadamente la muerte de Dios. Hay en Nietzsche, pues, un sentimiento de rebeldía instintiva, según frase de De Lubac en su libro "El drama del hum nismo ateo". Afirmación que el propio Nietzsche parece rubricar, cuando escribe en su libro "Ecce Horno": "Yo no considero el ateísmo como un resultado, y aún menos como un hecho; para mí, el ateísmo se cosa instintiva". Ateísmo que brota desde dentro, como mayor que él mismo. Hay algo en su interior que se quiere sin la valla de un Dios. Esto instintivo que se le presenta como lo primero y siempre querido por él, es precisamente su voluntad de querer ser. Sería aquel " querer ser" de Schopenhauer, pero que en Nietzsche toma tono de un querer ser al máximo: un querer ser sin límites, infinito.
La muerte de Dios se le presenta a Nietzsche como un enorme suceso histórico que yace en la cuneta de los caminos de la Historia. Ahora bien, hay aquí algo más profundo que un mero tropezarse en su caminar con el cadáver de Dios. "¡Dios ha muerto! " es, ante todo, el gran suceso que Nietzsche proyecta fuera, precisamente porque se le presenta internamente (instintivamente) como lo primero y siempre querido. Por eso, diríamos con Welte que él "encontró en el tiempo algo que primero quería encontrar y quería encontrarlo, porque ya había en él algo que deseaba estar sin la valla de un Dios vivo" (6).
Porque se quiere sin límites, infinito. Porque se quiere dios, no quiere ya otro Dios. Esta es quizás la idea eje de su libro "Así habló Zaratustra"... Donde el viejo papa, ya gastado y sin oficio, revelará a Zaratustra el secreto último de su ateísmo: "Ha debido haber un Dios, que te ha convertido a tu impiedad". Este Dios que le salva, sumergiéndole en la incredulidad, es esa voluntad existencial que le llama —con su voz honda e instintiva— a querer ser al máximo: querer ser él mismo su dios. Porque, "si hubiera dioses, ¿cómo soportaría yo no ser un Dios? Por consiguiente, no hay dioses", nos afirma categóricamente Zaratustra.
II) Cuando Dios muere:
A) Nihilismo:
Dios muere, y con su muerte se nos viene abajo todo el edificio de la humanidad: las viejas tablas de los valores quedan rotas en mil pedazos, y aquellos antiguos ídolos —siempre respetados por su edad— llegan a su ocaso... Cae el sol y, con él, la vida ha muerto en la tierra, convirtiéndose todo en una nada vacía. Esta es la consecuencia más inmediata del gran suceso que el loco ha venido a anunciarnos.
El loco presiente la nada infinita como amenaza. De ahí que con la misma fuerza que proclama la muerte de Dios, a renglón seguido anuncia también la terrible sacudida que se nos avecina: "¿No erramos como a través de una nada infinita? El vacío ¿no nos persigue con su hálito? ¿No hace más frío? ¿No veis oscurecer cada vez más, cada vez más? ¿No es necesario encender linternas en pleno mediodía?" Un mar vacío: El nihilismo, el más inquietante de todos los huéspedes, está a la puerta.
B) Liberación:
El nihilismo llama a la puerta invitando; pero Nietzsche nos insistirá en su libro "Voluntad de dominio" que éste es un estado meramente transitorio. Nos repetirá una y otra vez que él lo ha superado.
Quiso la muerte de Dios, pero la quiso porque Este se le presentaba como su mayor peligro y amenaza. "No habéis resucitado hasta que él bajó a la tumba", escribe en "Así habló Zaratustra". Nietzsche no mata a Dios para sumergirse morbosamente en una nada oscura. El no se cierra el paso como hará Sartre, cuando descubra que todo existe "para nada". Para Nietzsche la muerte die Dios se le presenta como una liberación, como la condición de posibilidad única para poder ser al máximo: "En efecto, nosotros, —escribe en la Gaya Ciencia— filósofos y espíritus libres, al saber que el "antiguo Dios ha muerto" nos sentimos iluminados por una nueva aurora; nuestro corazón desborda de agradecimiento, de asombro, de aprensión y de esperanza; por último, el horizonte nos parece libre de nuevo, aun admitiendo que no esté claro, y, en fin, nuestros barcos pueden darse a la vela, bogar ante el peligro; todos los acasos del que busca el conocimiento son lícitos de nuevo; el mar, "nuestra pleamar", se abre de nuevo ante nosotros y quizás no ha habido nunca una mar tan plena".
Un mar libre se abre con la muerte de Dios. Por eso, cuando Nietzsche entona un "Requiem Aeternam Deo", el cántico fúnebre hay que traducirlo por un ¡Aleluya!, un saludo a la nueva "aurora que nace".
B) Afirmación:
Nietzsche saluda la aurora de la muerte de Dios, porque ésta se le presenta como la gran liberación. El hombre se libera y comienza a elevarse cada vez más, al no tropezar ya con Aquel que le tenía acorralado dentro de unos muros. Así nos lo describe el mismo Nietzsche unas páginas más atrás de la proclamación de la muerte de Dios: "Existe un lago que un día detuvo su corriente y que construyó un dique allí donde antes corría; (...) Quizás el hombre se elevará cada vez más a partir del momento en que ya no "corra" a verterse en el seno de un Dios".
Con el "no" a Dios y, por consiguiente, a los supremos valores, llega el "sí" al hombre: a su voluntad de poder. He aquí la gran consecuencia de la muerte de Dios. , Aunque ,más que hablar de consecuencia, yo diría que, precisamente porque Nietzsche quería a toda costa la realización de su voluntad existencial (manifestada en esa llamada a ser pero sin límites, al máximo), proyectó fuera —en la historia— el asesinato de Dios que, en realidad, se había realizado dentro de su más profunda mismidad. Porque quería crear, afirmar una nueva tabla de valores, en la cual figurase como único valor la vida, entendida como voluntad de poder. Siguiendo a Heidegger, diríamos que Nietzsche supera el nihilismo precisamente con la metafísica de la voluntad de poder, entendida esta como principio de la subvención de todos los valores supremos.
Más aún, yo afirmaría que, puesto que Nietzsche quiere como lo primero y siempre querido esta subversión de valores (condición única de posibilidad para implantar como nuevo valor la voluntad de poder), él no duda en arrancar instintivamente la vida de Dios. Porque quiere la consecuencia, realiza esta enorme hazaña: El hecho de la muerte de Dios no es causa, sino consecuencia de esta voluntad de dominio. Así comprendemos por qué nos insiste tanto en sus obras que el que quiere ser "creador" debe ser antes "destructor". En "Así habló Zaratustra" leemos: "Esta voluntad (de crear) es la que me alejó de Dios y de los dioses porque ¿qué podría yo crear si hubiera Dios?" Y también: "... fue preciso que yo me vengara de semejante testigo (Dios), si no quería morir yo mismo".
III) ¿Qué Dios ha muerto?
"Cuando era joven ese Dios de Oriente, era duro y estaba sediento de venganza y construyó un infierno para divertir a sus favoritos.
Pero acabó por hacerse viejo y blando, tierno y compasivo, pareciéndose más a un abuelo que a un padre, pero mucho más a una abuela vieja y caduca.
Con el rostro arrugado se sentaba al amor de la lumbre, lamentándose de la debilidad de sus piernas, fatigado del mundo y del querer y acabó por ahogar un día toda su piedad. "Viejo para —interrumpió entonces Zaratustra— ¿viste tú eso con tus propios ojos? Puede ser que eso pasara como lo cuentas, y también de otra manera. Cuando los dioses mueren, mueren de muchas clases de muerte.
¡Pues bien! De todas maneras el caso es que ya no existe. Repugnaba a mis ojos y a mis oídos y no quisiera decir de Él otra cosa peor. A mí me gustaba todo lo que tiene la mirada limpia y habla francamente. Pero Él —tú lo sabes bien, viejo sacerdote— tenía algo de todos los sacerdotes: era equivoco.
Tenía también el espíritu confuso ¡Cómo se enfadaba con nosotros el soberbio, porque no le comprendíamos! Y ¿por qué no hablaba más claro?
Y si la falta era de nuestros oídos, ¿por qué nos dio unos oídos que oían tan mal? Si teníamos barro, en los oídos, ¿quién lo puso en ellos?
Hizo muchas cosas que le salieron mal a aquel alfarero que nunca acabó de aprender su oficio. Pero eso de vengarse en sus pucheros y en sus criaturas porque lie salieron mal, fue un pecado contra el "buen gusto".
También hay un buen gusto en la piedad; ese buen gusto ha acabado por decir: "Quitadnos de encima semejante Dios. Es mejor que no tengamos Dios". Es mejor hacerse cada uno su destino con sus propios puños, es mejor ser un loco, es mejor ser cada uno un Dios.
"¡Qué estoy oyendo! -dijo el papa al llegar aquí, aguzando el oído- ¡Oh Zaratustra tú eres más piadoso de lo que crees, con toda tu incredulidad! Ha debido haber un Dios que te ha convertido a tu impiedad".
(Nietzsche "Así habló Zaratutra" págs. 236-37).
Ese Dios repugnaba a sus ojos y oídos. Era un Dios como lo acabamos de ver descrito, oculto y lleno de misterios; un Dios que mantenía su reinado a costa de crucificar al hombre. Y la "piedad" no soporta que el amor de ese Dios a los hombres fuera la muerte del mismo hombre. Por eso, es mejor que no tengamos Dios, nos dice Zaratustra; es mejor ser cada uno un Dios. Es un Dios dormido el que hay dentro de Zaratustra, un Dios que despierta... un nuevo Dios: el mismo Zaratustra .
El viejo Dios tenía que morir. Nietzsche se plantea el dilema ("O Dios, o Zaratustra"), y no duda a la hora de elegir:
"Me veía, sin cesar, "a mí"; fue preciso que yo me vengara de semejante testigo, si no quería morir yo mismo.
El Dios que lo veía todo, "aun siendo hombre", ¡ese Dios debía morir! El hombre no tolera que semejante testigo viva".
Nietzsche, el más feo de los hombres, el que tiene los pies más grandes y más pesados, el que hunde y estropea los caminos, se siente impelido al crimen... Porque Dios se le presenta como su enemigo número uno. Por eso, tiene que morir y bajar a la tumba; y, así, sólo así, despertará el superhombre, comenzando con ello el reinado de Zaratustra:
"¡Ante Dios! ¡Pero si Dios ha muerto! hombre superior, ese Dios ha sido vuestro mayor peligro. No habéis resucitado hasta que Él bajó a la tumba. Ahora solamente vuelve el gran Mediodía, ahora el hombre superior es el amo.
¿Habéis comprendido esta frase, oh hermanos míos? ¿Os habéis asustado? ¿Vuestro corazón es presa del vértigo?
¿Aquí se abre el abismo para vosotros? ¿El perro del infierno os ladra?
¡Pues bien! ¡Vamos, hombre superior! Ahora es cuando la montaña del porvenir va a dar a luz: ahora queremos que viva el superhombre".
(Nietzsche "Así habló Zaratustra" págs. 261-2).
El pensamiento de Nietzsche es claro. Dios aparece como el mayor peligro para Zaratustra. Y en ese duelo a vida o muerte, triunfa (quiere el triunfo) Zaratustra sobre Dios. A él poco le importa que el hombre-masa le tenga por "el más feo de los hombres", por el mayor criminal de todos los tiempos. El sabe bien que este es el único camino, para que su corazón se transforme por fin: para llegar a ser él... Sólo, así, podrá resucitar, con el horizonte despejado y sin la valla de un Dios vivo.
Explicitando más, diríamos ya que, evidentemente, este Dios que muere es para Nietzsche el Dios cristiano. Nos encontramos, pues, "junto al lecho mortuorio del cristianismo". Junto al cadáver del Dios cristiano y, con su muerte, ante la descomposición de todo el cristianismo.
Pero ¿qué concepto tiene Nietzscher del Dios cristiano?
A) Negatividad.
En primer lugar, según él, el concepto cristiano de Dios es el más corrompido que existe, puesto que hace guerra a la vida, es hostil a la naturaleza y a la voluntad de vivir. Es negación:
"El concepto cristiano de Dios —el Dios entendido como un Dios de los enfermos, como araña, como espíritu— es uno de los conceptos más corrompidos de la divinidad que se ha inventado sobre la tierra; quizás represente el nivel más bajo en la evolución descendente del tipo de los dioses. Dios, degenerado hasta ser la contradicción a la vida, en vez de ser su glorificación y su eterna afirmación. La hostilidad declarada a la vida, a la naturaleza, a la voluntad de vivir, en el concepto de Dios".
(Nietzsche "Anticristo" n. 18)
El concepto de Dios que Nietzsche ha fotografiado, responde a esa imagen hoy ya caduca (y tal vez caricaturesca), pero que, sin duda, sería la foto presentada en los púlpitos y cátedras de Teología de su Europa contemporánea. Un concepto en contradicción con la vida, interpretada ésta como la voluntad de dominio: "Se ha llamado Dios —escribe Nietzsche en su libro Voluntad de dominio"— todo lo que debilita, a todo lo que predica la debilidad, a todo lo que contagia de debilidad... "y también: "La noción de Dios representa una aversión a la vida, la crítica, el desprecio mismo de la vida". Y, así, podríamos seguir citando machaconamente, y no por ello adulterando el pensamiento nietzscheriano, puesto que es él mismo quien obsesivamente nos insiste en todos sus escritos en lo mismo: Dios como opuesto a vida.... Como contradicción. El concepto de Dios ha sido creado, nos dice Nietzsche, para negar esta existencia. Para negar todo sentimiento de poderío:
"Lo que ha sido más temido, la causa de los mayores sufrimientos (afán de poderío, voluptuosidad), ha sido tratado con más saña por el hombre y eliminado del verdadero mundo. Por eso han ido borrando poco a poco las pasiones: han creado a Dios como lo opuesto al mal, han hecho consistir la realidad en la negación de los deseos y de las pasiones".
(Nietzsche "Voluntad de do minio" pg. 327).
Como acabamos de ver, Nietzsche entiende en su libro "Voluntad de Dominio" que este concepto cristiano de Dios ha sido creado, para que no tomemos en serio nuestra existencia,... para que no tomemos conciencia de nuestra voluntad de poderío. Nietzsche no perdona "a las razas fuertes" que también ellas cayeran prisioneras de este concepto nihilista. Mostraron mal gusto —nos dice en su libro "Anticristo"— cayendo ellos también en las garras de la nada.
El crucificado como símbolo de condenación de esta existencia. Esta es la historia lamentable: El hombre busca un principio en nombre del cual pueda despreciar al hombre; inventa otro mundo para poder calumniar a éste. "De hecho —insiste Nietzsche, en su libro Voluntad de Dominio— extiende siempre la mano hacia la nada, y de esta nada saca un Dios, "la verdad" y, en todo caso un juez y un condenador de este ser".
B) Impostor:
En segundo lugar, yo diría con De Lubac que Dios es para Nietzsche sólo el espejo del hombre. El hombre, en ciertos estados fuertes, excepcionales, adquiere conciencia del poder que hay en él, o del amor que le eleva... , Pero como ciertas e indeterminadas sensaciones le embargan de algún modo por sorpresa y sin que él aparezca para nada, no atreviéndose a atribuirse a sí mismo oeste poder o este amor, los hace atributos de un ser sobrehumano que le es extraño. Reparte, pues, en dos esferas los dos aspectos de su propia naturaleza: el aspecto ordinario, piadoso y débil, pertenecerá a la esfera de lo que él llama el hombre; el aspecto raro, fuerte y sorprendente, a la esfera de lo que él llama Dios. Así se priva él mismo de lo que hay en él de mejor.
La creencia es el Dios cristiano, por eso, no es más que un caso de "alteración de la personalidad". Así nos lo dice Niétzsche cuando escribe en "Humano demasiado humano":
"... el hombre se ama de nuevo, lo siente, pero precisamente este nuevo amor, esta nueva estimación de sí mismo le parece increíble, y no puede ver en este fenómeno más que la gracia de Dios descendiendo inmediatamente sobre él. (. .. ) Del mismo modo que antes, sobre todo en sus estados de depresión encontraba una explicación falsa de sus acciones, igualmente ahora la encuentran de sus impresiones; su estado de confortamiento es para él como el efecto de un poder que reina fuera de él, el 'amor con que en el fondo se ama a sí mismo, se le aparece como un amor divino".
Más claramente aún nos lo dice en su libro "Voluntad de Dominio":
"El sentimiento de poderío cuando se apodera de una manera repentina del hombre y le subyuga y esto es lo que sucede con todas las grandes pasiones", despierta una especie de duda sobre la capacidad de la persona; el hombre no se atreve a imaginar que él mismo es la causa de este sentimiento —imagina, por consiguiente—, una personalidad más fuerte, una divinidad que viene a sustituir a su propia personalidad en un caso dado (...) Y semejante al enfermo que siente extrañas pesadeces en uno de sus miembros y concluye de esto que hay otro hombre acostado sobre él, el ingenuo "horno religiosus" se disocia en varias personas. La religión es un caso de "alteración de la personalidad".
Pero Nietzsche no quiere una existencia entre un aquí y un allí; entre él y Dios. El quiere ser uno. El concepto de Dios se le presienta como una proyección del otro yo" del hombre; un ceder a otro lo que le pertenece a él también. Por eso, Dios tiene que morir... Porque ya es hora de que el hombre tome en serio su propia existencia: su voluntad de querer ser uno.
Quizás sea este "puro querer ser uno" la voz más repetida de la voluntad existencial de Zaratustra. El nos predica fidelidad a la tierra y al cuerpo, fidelidad a sí mismo, romper con todo lo que nos divide. Fidelidad al cuerpo y a la tierra será el mensaje concreto que viene a anunciarnos Zaratustra, como camino indispensable para que nuestra existencia llegue a ser una". En sus discursos mostrará al populacho, todavía apegado a lo ultra-mundano, la alucinación que él padeció en su juventud al lanzar sus ideales "más allá de los hombres". Más aún, atacará a aquellos alucinados de la historia que inventaron el más allá. Aconsejará que nos apartemos de todos aquellos que han pronunciado un ¡desgraciado de los que ríen aquí abajo!, y se fueron a buscar una felicidad ultramundana. Ellos no han comprendido que el corazón de la tierra es de oro.
Zaratustra quiere para sí el cuerpo y la tierra, como lo inmediato e indivisible de su existencia. Y se niega a dárselo a un tercero aunque se llame Dios. Zaratustra no es más que la encarnación de una voluntad en la que siempre y ante todo, se oye la voz que le invita a ser uno.
C) Otros muchos rasgos podríamos subrayar sobre la fotografía que Nietzsche tiene de Dios:
Un Dios hostil al progreso, a la selección. Un Dios amante del espíritu de rebaño, de la igualdad. Un Dios que teme a la ciencia, porque ésta descubre su mentira. Un Dios no compatible con este mundo, y para el cual inventamos otro mundo que no conocemos. Un Dios del cual hay que alejar la idea de bondad suprema", así como la de "suprema sabiduría", puesto que permite la duda, durante siglos y siglos, y da oídos que oyen mal. Un Dios cazador de conciencias, y que obliga a amar hasta el límite, para lo cual inventó el infierno (para precipitarse en él a los que no querían amarle). Un Dios que nace del miedo, del instinto de rebaño...
Creo, no obstante, que todos estos rasgos no son más que variaciones sobre el mismo tema. El Dios en qu.ien piensa Nietzsche, el Dios que asesina, es un Dios negador de la vida y un Dios como alteración de la personalidad
IV) ¿Por qué este Dios muere?
A la luz de todo lo expuesto hasta aquí, sobre la pregunta de por qué este Dios muere. Sencillamente, tiene que morir.
Un Dios tal, un Dios en contradicción con la vida, un Dios que disocia al hombre en dos, estorba al hombre que se quiere como "puro ser uno". Es obvio.
Antes, cuando Dios vivía en la conciencia del hombre, se razonaba del siguiente modo, nos dice Nietzsche:
"La vida sería insoportable si no hubiera Dios, o como se dice entre los idealistas "la vida sería insoportable si no tuviera una significación moral". Luego es necesario que Dios exista o que haya una significación moral de la vida". (Nietzsche. "Aurora" n. 90).
La verdad, no obstante, es —según Nietzschte— todo lo contrario. O mejor aún, la vida sólo es vida sin Dios; luego Dios tiene que morir, para que pueda ahora vivir el hombre. Recordemos que, según él, sólo el ser vivo que tiene además voluntad de Dominio, posee "su vida", su propia existencia; mientras que el que, aunque tenga voluntad de vivir, está ligado a otro tiene su existencia repartida, no se puede decir que tiene realmente su vida.
Así, pues, ¡Dios ha muerto!" es el resultado de una acción deliberada de una voluntad. Es el propio Nietzsche el que se quiere sin Dios: "Yo mismo he matado a todos los dioses en el cuarto acto", escribe en la "Gaya Ciencia". Es su voluntad de querer ser pero al máximo, sin límites:
"Pero yo os hablaré con el corazón, amigos míos: si hubiera dioses, ¿cómo soportaría yo no ser un dios? Por consiguiente, no hay dioses. (...)
El querer emancipa esta es la verdadera doctrina de la voluntad y de la libertad: esto os enseña a vosotros Zaratustra".
Al conocer siento la voluntad de crear y la alegría del devenir, y, si hay inocencia en mi conocimiento, es porque en él existe la voluntad de crear. Esta voluntad es la que se alejó de Dios y de los dioses, porque qué podría yo crear si hubiera Dios?" Nietzsche. "Así habló Zaratustra", pp. 71-72).
V) Nietzsche, un afirmador:
"Nosotros no negamos fácilmente, ponemos nuestro honor en afirmar". (Nietzsche. "El Ocaso de los idolos" n. 6).
Generalmente se ha interpretado la metafísica de la voluntad de Dominio como el escape nietzscheniano al nihilismo. Así, por ejemplo, W. Scbubat en su estudio "Dostojewski und Nietzsche"; así también Charles Moeller quien cree que Nietzsche edifica su humanismo sobre un orden varonil para no caer en el nihilismo.
Ahora bien, pienso yo, que por debajo de todo esto, se esconde algo más profundo. No se trata de que ante la nada que se le avecina a Nietzsche como hombre europeo que se encuentra enrolado en el movimiento histórico de Europa, lo auto-supere mediante una metafísica de la voluntad de poder . Evidente mente, esto es lo que parece nos quiere dar a entender él, cuando nos habla de la muerte de Dios como un hecho histórico (un enorme acontecimiento) con que se encuentra; o cuando nos habla del nihilismo como "huésped molesto" que irremediablemente se nos viene encima... Pero profundizamos:
Nietzsche, en realidad, jamás tuvo peligro de nihilismo, aunque nos haya dicho que él ha sido el "primer nihilista europeo, pero ya lo ha superado". Siempre hubo algo dentro de sí más último: algo más profundo que le dio un carácter de afirmador. Va siempre tras el "sí" absoluto y dionisiaco de su propia existencia. Precisamente es la voluntad de Dominio aquello que poco a poco se lo fue haciendo cada vez más lúcido, y mostrándosele como lo primero y siempre querido por él.
Todas sus negaciones y, entre ellas, la negación entre las negaciones, —"¡Dios ha muerto!"— no es más que el eco de esa voluntad de crear, voluntad de ser uno, de ser sin límites: "La voluntad del león quiere ser hambrienta, violenta, solitaria y sin Dios ", nos dice Zaratustra. La vida de Nietzsche no fue más que un querer "penetrar hasta el sí total de su propia existencia"... Y para poder decir sí, tiene antes que negar; para poder crear, destruir primero; para poder vivir el hombre, tiene antes que bajar a la tumba Dios. Sólo así, — muerto Dios— el dominio sobre la existencia pasa "al querer nuevo del hombre determinado por la voluntad de poder", como escribe Heidegger. Recordemos a este fin aquella frase con que Nietzsche cierra la primera parte de su libro "Así habló Zaratustra":
"Los dioses han muerto, y ahora queremos que viva el superhombre: ésta será, un gran Mediodía, nuestra última voluntad!"
Se trata del reinado del superhombre. Pero maticemos:
El lugar de Dios que queda vacío, es ocupado por el superhombre. "por el hombre cuya esencia y existencia es lo pretendido a base de la voluntad de poder". Sin embargo, hay que entender bien esto. No podemos interpretarlo como que Nietzsche pone ahora al hombre exactamente en el lugar que metafísicamente le correspondía a Dios. "El hombre no puede -—escribe Heidegger a este respecto— ponerse nunca en el lugar de Dios, porque la esencia del hombre nunca alcanza el dominio esencial de Dios. (…) El superhombre no se pone, nunca, en el lugar de Dios, sino que el lugar donde penetra el querer del superhombre, es otro dominio de otra fundamentación de lo existente en otro ser" (7).
Por supuesto, se refiere al dominio "de la interioridad"; dominio del que se posee, del que tiene total posesión de su existencia. Así, pues, con la muerte de Dios, llega un nuevo reinado: el reinado del superhombre. Respuesta total y absoluta a la voluntad de poder, el sí a la propia existencia... pero un sí sin detracción, sin excepciones, sin límites.
Esto es precisamente lo que le da a Nietzsche un carácter de afirmador. Yo diría que la violencia de la negación se convierte en él en afirmación. Acabemos, pues, diciendo con J. Wahl:
"El no, cuando es radical, puede, por su propia fuerza, por su frenesí, transformarse en sí y el nihilismo de los fuertes, no ya el die los débiles, en filosofía positiva" (8).
Juan Serrano, en dialnet.unirioja.es/
Notas:
(1) QUINTIN PEREZ, Nietzsche. Cádiz, Escelicer, 1943. pág. 234, citando a Adler.
(2) WELTE, El ateísmo de Nietzsche y el cristianismo. Madrid, Taurus, 1962, página. 14.
(4) DE LUBAC, El drama del humanismo ateo. Madrid, Sol y Luna, 1949. pág. 53.
(5) Nietzsche et la mort de Dieu, note á propos du N. de Jaspers, en Acéphale, enero 1937, pág. 2. Citado por DE LUBAC, Op. Cit., pág. 53.
(7) HEIDEGGER, Sendas Perdidas. Buenos Aires, Losada, 1960. pág. 213.
(8) J. WALH, Le Nietzsche de Jaspers, Recherches Philosophiques, 1936-37. página 357.
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