I. Introducción. Estados Unidos en el siglo XXI
La pregunta inmediata que surge cuando se constata la rápida incorporación de nuevas potencias (Brasil, India); potencias re-emergidas(China), y viejas potencias (Rusia) al nuevo orden internacional, es qué relación guardan con la que aún se perfila como la potencia más poderosa de todas, tomada en conjunto: Estados Unidos. Ninguna política de alcance global puede llevarse a cabo sin contar con EE.UU., sea económica, energética, medioambiental o de seguridad. Ello le convierte en un actor omnipresente de las relaciones internacionales, pues obliga al resto de actores a definir claramente sus objetivos y su estrategia respecto a aquélla.
Tras la implosión de su rival ideológico y geopolítico, la Unión Soviética, a partir de 1989, y a lo largo de las dos décadas posteriores hasta hoy, Estados Unidos ha protagonizado hechos que han determinado el devenir de la economía y la política mundiales. Para poder definir en qué posición se halla EE.UU. respecto a los principales países «emergentes», los llamados BRIC (acrónimo de Brasil, Rusia, India y China) (1) es necesario llevar a cabo una breve reflexión sobre lo acontecido en este tiempo.
En la medida en que los BRIC han surgido al albor de la globalización, y tienen pretensiones de conformar un orden multipolar, su sentido y trayectoria futura no se entienden sin su referencia a EE.UU. Cabe resaltar que lo que hoy llamamos globalización, en tanto fenómeno contemporáneo, tiene su origen en EE.UU. Tras el fin de la Guerra Fría y durante el decenio de los 90, la hegemonía norteamericana se hizo sentir hasta el punto de hacerle aparecer a sus propios ojos y a los del resto del mundo como una hiperpotencia –en la expresión acuñada por el entonces Ministro de Asuntos Exteriores francés, Hubert Védrine– configurando lo que
se dio en llamar el «momento unipolar» (2).
Paralelamente al estallido de la primera Guerra del Golfo (1990-91), y el consiguiente desplazamiento de la atención geoestratégica de EE.UU. a Oriente Medio, tuvo lugar en el ámbito de las finanzas mundiales una desregulación de los mercados financieros promovida desde Washington.
Esta primacía financiera, articulada a través de organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, venía unida a la promoción de la democracia y del libre mercado en los antiguos países del bloque soviético. Estos elementos configuraron una década de «liberalismo democrático» en la que Rusia había retrocedido posiciones mientras el resto de economías emergentes aún no habían despegado. Al inicio del siglo XXI, Norteamérica se veía a sí misma, en expresión célebre de Samuel Huntington, como la superpotencia solitaria (3).
Sin embargo, Norteamérica ha experimentado un cambio importante en su posición relativa mundial a consecuencia de dos tipos de factores durante la primera década del siglo XXI. Primero, una serie de crisis sucesivas en EE.UU., tanto de origen doméstico como de política exterior. Entre ellas cabe señalar el estallido de la burbuja de las punto.com en 2000, tras años de crecimiento exponencial, que supuso una seria advertencia de los peligros derivados de una lógica financiera especulativa. Poco después, los ataques terroristas del 11-S mostraron la vulnerabilidad de la seguridad de EE.UU.: la segunda guerra de Irak con la invasión del país de su presidente Sadam Hussein, así como la ocupación de Afganistán, han repercutido en un cierto desprestigio de la imagen de EE.UU en el mundo. A ello hay que añadir una percepción entre los ciudadanos de un deterioro de las condiciones sociales por el aumento de las desigualdades. En el plano macroeconómico, se fue agudizando el déficit fiscal y comercial estadounidense. Finalmente, la gran crisis financiera de las subprime originada en el sistema bancario estadounidense, a finales de 2008 –con el derrumbe del banco de inversión Lehman Brothers, y de las grandes compañías hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac– ha puesto de manifiesto la debilidad del capitalismo financiero global y, en particular, del norteamericano.
El segundo factor que ha incidido en el reposicionamiento norteamericano ha sido la imparable pujanza de otros actores emergentes. China, India o Brasil, ya habían empezado a escalar posiciones a partir del comienzo de esta década, en términos de tecnología, mercados, gasto militar, o reducción de la pobreza gracias a una alta tasa de crecimiento interno. Mientras, la economía norteamericana ha acrecentado su deuda respecto a otros actores globales –en especial China– y el dólar se ha debilitado como moneda de reserva mundial. El hecho central de que la crisis tuvo su origen en el epicentro del sistema, y no, como en el pasado, en la periferia (México, Malasia, o Argentina), ha acelerado este proceso de debilitamiento relativo de EE.UU.. La crisis ha puesto de manifiesto la necesidad de dar un papel central a los países emergentes, los cuales en su mayoría –a excepción quizá de Rusia– se han visto menos afectados que las economías desarrolladas de europeos y norteamericanos.
Inevitablemente, el impacto de la crisis financiera ha traspasado las fronteras de EE.UU., y ha abierto un proceso de revisión de la arquitectura económica y financiera mundial, la cual ha producido un primer resultado: la configuración del G-20 que viene a sustituir al G-7 o G-8 del pasado, y que ha tenido en Seúl en noviembre de 2010 su quinta reunión.
Tomados por separado, los cuatro BRIC están tomando posiciones cada vez más determinantes para las relaciones internacionales. Resultan elocuentes las perspectivas de contribución al porcentaje de crecimiento económico global entre 2005 y 2020, que antes de la crisis financiera se estimaba en un 40% del total para los BRIC (con China 26% e India 12%) (4). De hecho, es probable que sea incluso mayor, dado que las economías emergentes han sufrido los efectos de la crisis en mucha menos medida que los países más desarrollados: la UE y EE.UU., poniendo así de manifiesto la vigencia de la teoría del decoupling. Finalmente, la experiencia del estancamiento en las guerras de Irak o Afganistán, o la presencia de amenazas difíciles de controlar como la de un Irán nuclear, se traduce en la nueva actitud y enfoque cercano al multilateralismo de la Administración Obama, en el tratamiento de conflictos enquistados como Afganistán-Pakistán, y las relaciones con China, Rusia, América Latina, o el mundo musulmán, entre otros muchos, así como la puesta del énfasis en la diplomacia como vía de resolución de conflictos y de prevención de los mismos.
A lo largo de este capítulo nos proponemos hacer un repaso de los elementos de fortaleza y debilidad de EE.UU. tras la primera década del siglo veintiuno para poder valorar el poder relativo mundial tanto de EE.UU. como de los BRIC, que son objeto de este estudio. Posteriormente, tratamos de esbozar las principales líneas estratégicas de EE.UU. con cada uno de ellos, haciendo también una breve referencia a la Unión Europea, en la medida que ésta es su socio económico principal y tiene a veintiuno de sus veintisiete miembros como aliados miembros de la mayor organización de seguridad mundial y que resulta prioritaria para EE.UU.: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
¿Declinar relativo o «Nuevo Siglo Americano»?
Las crisis de la primera década del siglo XXI han mostrado, en definitiva, la vulnerabilidad de la seguridad y de la economía estadounidenses, y el fin de la «ilusión unipolar». Suele afirmarse que el orden internacional actual se mueve entre la «multipolaridad», la «interpolaridad», y la «nopolaridad», pero quizá ninguno de estos esquemas define del todo la situación. Y en esto reside la paradoja americana: casi nada puede hacerse sin EE.UU., pero EE.UU. ya no puede hacerlo todo solo. Asuntos que trascienden su capacidad de control e influencia, y que remiten a la necesidad de cooperación a escala global –como el cambio climático, las fuentes de energía, el desarrollo, el terrorismo o el crimen organizado– necesitan de una asociación con los emergentes y con su aliado europeo (5).
Ahora bien, ¿cuál es la visión que EE.UU. tiene de sí mismo? En principio, la sociedad y las élites norteamericanas tienen conciencia de que se está abriendo una nueva era en la que la superpotencia ya no es capaz de imponer su voluntad unilateralmente, ni garantizar su prosperidad ni su seguridad al margen de las otras grandes potencias. La Administración Obama parece hacer suya la premisa –compartida por los emergentes– de que el mundo, empujado tanto por la lógica de la interdependencia, como por el ascenso de otros actores, se encamina hacia un nuevo reparto de poder que habrá de configurar en el futuro un orden necesariamente multipolar. Esto supone un giro de ciento ochenta grados respecto a la visión de la Administración precedente de George W. Bush. En ese nuevo sentido se entiende la Estrategia Nacional de Seguridad (en adelante, ESN) de mayo de 2010 (6), la cual dedica un apartado específico a la cooperación con China, India y Rusia, así como con «otros centros de influencia», como el G-20, Brasil o Indonesia, para abordar los desafíos globales: la recuperación económica, la proliferación nuclear, o el cambio climático. También, de forma significativa, se destaca la importancia de un refuerzo institucional, mejorando la coordinación y la eficiencia de Naciones Unidas y sus agencias, trabajando con organizaciones regionales como OTAN, OSCE, la Unión Africana o ASEAN, y reforzando la contribución de los países emergentes en el mencionado G-20. La Nueva Estrategia norteamericana hace hincapié en la necesidad de un enfoque pragmático que haga posible una convergencia de intereses. A este respecto, el mismo Obama y su Secretaria de Estado, Hillary Clinton, han repetido en múltiples foros, al dirigirse al mundo musulmán, a América Latina, a Naciones Unidas, o a la comunidad financiera global, que EE.UU. ya no puede, ni quiere, hacerlo todo, y que el nuevo orden mundial requiere la participación de todos.
Un planteamiento que, en definitiva, y con los matices que más adelante se desarrollarán en este trabajo, se aparta por completo de la «doctrina Bush» del eje del mal, y que puede facilitar una transición menos abrupta que la de su antecesor a un sistema de responsabilidades compartidas.
Sin embargo, existe un elemento de ambigüedad en este reconocimiento explícito de la necesidad de reconfigurar la acción de EE.UU. en base a la nueva relación de fuerzas económicas y militares. Pues al mismo tiempo que se reconoce lo anterior, se afirma que EE.UU. está Estados Unidos frente a las potencias emergentesen la mejor posición para el liderazgo en una época de globalización.
Así, tanto en el ámbito académico norteamericano –desde posiciones cercanas tanto al realismo como al liberalismo– como desde el propio Departamento de Estado, se insiste en que EE.UU. conservará su primacía; ya sea debido a que sus cualidades le favorecen para liderar el mundo del siglo XXI, ya sea porque las otras potencias afrontan serios desequilibrios y carencias que les inhabilitan para tomar el relevo de Norteamérica, o siquiera para ponerse a su altura (7). Así, por ejemplo, para el gran teorizador del «poder blando», Joseph Nye, EE.UU. dominará aún durante varias décadas el mundo, mientras los BRIC, en especial China y Rusia, se enfrentan a serios problemas sociales, económicos o medioambientales que frenarán su pujanza (8). Se trata de la visión del «Nuevo Siglo Americano» subrayada por la Secretaria de Estado Hillary Clinton, quien parece seguir en esto a Anne Maria Slaughter en su visión de una Norteamérica que disfruta de una posición privilegiada gracias a su capacidad de conectar y comunicar. Es decir, a pesar de tratarse de un mundo no-polar, o inter-polar, sin un hegemónico definido, EE.UU. poseería unas características propias –desde su poderío militar hasta su ventaja en el manejo de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información– que le permitirían maniobrar en un contexto complejo de manera más flexible y efectiva que sus rivales chino o ruso, e integrar las tres «D»: Defensa, Diplomacia y Desarrollo. Se trataría, en definitiva, de la capacidad norteamericana para desarrollar un «poder inteligente» (smart power) que combine poder duro (hard power: militar y económico) y blando (soft power: capacidad de influir través de los valores e ideas): gracias al uso inteligente de los recursos y de las nuevas tecnologías, EE.UU. podría situarse siempre por delante de sus rivales (9).
II. ¿Cuánto pesa EE.UU.?
Esta visión, predominante en Washington, nos lleva a una de las cuestiones más recurrentes al analizar la coyuntura mundial actual. ¿Cuál es la realidad de EE.UU.: declinar relativo o liderazgo del nuevo siglo americano? La evidencia empírica de la que se haga uso para valorar el poder norteamericano habrá de tener en cuenta al menos dos factores.
Primero, la combinación ya mencionada de su poder duro –capacidades «objetivas», potencialmente capaces de tener efectos directos y mensurables– y poder blando –otras capacidades susceptibles de añadirse al ranking–(10). En segundo lugar, su peso relativo frente a las demás potencias en ascenso. A continuación, en este primer apartado, enumeramos algunas de esas capacidades, no de manera exhaustiva, sino de un modo que pretende ser orientativo, de cara a situar posteriormente las relaciones con cada uno de los países emergentes en la segunda parte de este estudio.
Capacidades objetivas
Poder económico
A causa de la crisis financiera de las sub-prime de 2008, la economía norteamericana entró en recesión a la mitad de 2008, y el PIB se contrajo hasta el tercer cuatrimestre de 2009, una duración e intensidad que la hacen comparable con la Gran Depresión que sucedió al crack de 1929. El fondo de estímulo fiscal de 787 mil millones de dólares para los siguientes diez años lanzado por la Administración Obama ha servido para salir de la recesión; pero a finales de 2010 se estaba agotando y aún no había dado los logros esperados. En general, la crisis del capitalismo norteamericano de los bancos de inversión y su posterior contagio a las economías más desarrolladas (especialmente las europeas) ha puesto de manifiesto otras debilidades de la economía norteamericana (los déficit gemelos, fiscal y por balanza de cuenta corriente). Resulta insostenible prolongar un déficit fiscal de un billón de dólares (11), y una deuda que se acerca peligrosamente al límite establecido por la ley de 14’3 billones (12). La crisis ha llegado incluso a poner en cuestión al dólar como moneda de reserva mundial. Éste último es un aspecto que han puesto conjuntamente de manifiesto los BRIC en su primera Cumbre celebrada en Ekaterimburgo, Rusia, en junio de 2009 (13). Todo ello ha debilitado la imagen de EE.UU. y ha reforzado más aún el diagnóstico generalizado de que el eje geoeconómico se desplaza ya irremediablemente hacia Asia.
Las proyecciones establecidas por Goldman Sachs en 2003 apuntaban a que de aquí a cuatro décadas (2050) entre las seis economías más grandes del planeta (en términos absolutos, pero no en renta per cápita) sólo se hallarán dos del ránking actual (EE.UU. y Japón), mientras el resto (Alemania, Francia, Reino Unido, e Italia) son desplazadas por China, India, Brasil y Rusia. La economía estadounidense se vería superada por China hacia 2041, e India superaría a Japón en 2032. Lo cierto es que en 2010 China ha superado a Japón y es ya la segunda economía mundial, adelantándose a la fecha establecida por Goldman, 2016; y también parece muy probable que la economía china alcance a la norteamericana mucho antes, quizá en la mitad de la próxima década (14). Otros datos abundan en esa tendencia: en 2009 los cuatro BRIC sumaron el 95.5 por ciento del PIB norteamericano, acaparando el 40% de las reservas de oro mundiales. De todo lo anterior, algunos han concluido una tendencia a la baja de la influencia norteamericana en la economía y la política mundial, a favor claramente de sus rivales.
Pero, siendo importante esto, y pese a existir evidencia empírica de ello, hay que señalar que estas proyecciones pueden ser engañosas en al menos dos sentidos. Primero, suponen un crecimiento lineal del PIB de los BRIC sin altibajos ni recaídas debidas a otros factores (envejecimiento de la población, catástrofes ecológicas, conflictos políticos y sociales internos, o guerras). Segundo, sobreestiman el tamaño del PIB en tanto factor principal de influencia política y económica, y no contemplan otros factores de influencia o de crecimiento potencial (la diversificación de la economía, la tecnología, la competitividad, o la cohesión social).
Así pues, lo anterior necesita ser matizado. La realidad, más allá de todo tipo de proyecciones, es que hoy EE.UU. cuenta con un PIB nominal de más de catorce billones de dólares, tan sólo superado por el de la Unión Europea sumados sus veintisiete países (15). Aunque su participación en la riqueza global se ha reducido en las últimas décadas, se sitúa en un notable 20%, estimada en poder de paridad de compra, mientras China posee el 12%. Si consideramos la riqueza total en referencia a la población del país, vemos que su renta per cápita está en torno a los 46.000 dólares, lo que le sitúa en el noveno puesto mundial, a una distancia astronómica de cada uno de los BRIC: casi seis veces mayor que las de Rusia y de Brasil, casi quince veces mayor que China, y cuarenta y seis veces mayor que la de India. Cabe mencionar solamente que a principios de 2010, entre las diez principales empresas transnacionales no financieras, cuatro eran estadounidenses; que, en un momento especialmente delicado a resultas de la crisis financiera, entre las diez primeras entidades bancarias, EE.UU. tenía tres, con JP Morgan Chase y Bank of América a la cabeza (mientras China había colocado otras tres); o que entre las grandes del gas y el petróleo Exxon Mobile figuraba a la cabeza.
Es cierto, sin embargo, que en el retroceso de las entidades financieras norteamericanas, se ha producido un costoso proceso de obligadas absorciones o nacionalizaciones, con la caída de los grandes bancos de inversión como Lehman Brothers o Merrill Lynch, a favor de los grandes bancos chinos pertenecientes al gobierno (ICBC, o Bank of China).
Aunque estos y otros datos deben ponerse entre paréntesis debido a la volatilidad introducida por una crisis financiera y económica global de efecto prolongado, hay otros indicadores que corroboran la solidez relativa de la economía norteamericana. Por ejemplo, más importante aún de cara al futuro, ésta figura entre los puestos de cabeza en el Índice de Competitividad Global del World Economic Forum, en cuarto puesto para las estimaciones 2010-11, a muy escasa distancia del primero, Suiza (16). Este índice tiene en cuenta los requisitos básicos (institucionales, sociales, macroeconómicos, infraestructuras) junto a potenciadores de eficiencia (formación, mercado de trabajo, tecnología) y factores de innovación. A pesar de un retroceso institucional originado por la crisis, y los retos de reestructuración pendientes, la economía de EE.UU. se muestra.
Poder militar
Estados Unidos es también, sin lugar a dudas, la superpotencia militar global, tanto desde el punto de vista del gasto militar (17) como desde el punto de vista cualitativo: formación de ejército, organización, o uso de las nuevas tecnologías en el combate. A ello no es ajeno el salto cualitativo producido por la llamada «revolución en los asuntos militares» puesta en marcha la pasada década por el Pentágono a través del Secretario de defensa durante la Administración Bush, Donald Rumsfeld.
Estados Unidos es hoy el único país con una capacidad de proyección global que lo habilita para mantener varias guerras simultáneas.
Debido a que se trata de su aspecto más estudiado y evidente, no nos detendremos mucho en este punto. Baste recordar que el gasto militar norteamericano resulta abrumador, habiendo experimentado un ascenso exponencial durante la última década, debido en parte al coste de las guerras de Irak y de Afganistán. Actualmente se sitúa en aproximadamente seiscientos sesenta billones de dólares, un 43% del total mundial, más del doble que el de la Unión Europea en su conjunto, y abrumadoraramente mayor, tecnológicamente y cuantitativamente, que el de China, con unos cien billones, el 6’6%; Rusia, con cincuenta y tres billones y el 3’5% o India, con unos treinta y seis billones y el 2’4% del total. El gasto norteamericano no se ha detenido en la Administración Obama, debido a la escalada en Afganistán, si bien el presupuesto de 2010 se pone más el acento en tecnología de información y comunicación.
Además, junto a Rusia, EE.UU. permanece como el mayor exportador de armas mundial, y con visos de mantener su posición dominante durante mucho tiempo. Finalmente, su posición dominante en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –aún la mayor organización militar del mundo, que cumple funciones de defensa colectiva y gestión de crisis y lidera la ISAF (Internacional Security Assistance Force) en Afganistán– así como su capacidad de presión sobre gobiernos aliados, aunque decreciente, hacen de EE.UU. un líder en este terreno.
Otros indicadores de poder
Sin embargo, estos indicadores no agotan la naturaleza del poder de Norteamérica. Existen muchos otros aspectos que o bien hacen a aquélla más fuerte y resistente a los cambios, o bien la hacen atractiva a ojos de los demás, y por lo tanto incrementan su poder blando. Conviene mencionar brevemente algunos posibles indicadores complementarios, igualmente relevantes para configurar el futuro, y en los cuales EE.UU. se halla bien posicionado, o cuanto menos, no en desventaja, frente a los BRIC.
Demografía
Si bien la población de EE.UU., en torno a los 310 millones, representa escasamente el 5% del total mundial, el país presenta en este terreno una ventaja comparativa frente a otras regiones desarrolladas del mundo. Su dinamismo demográfico, con una alta tasa de recepción de inmigrantes, es un factor de primera magnitud para la economía y la sociedad. En el caso de EE.UU., las estimaciones son que la inmigración hará posible un crecimiento de la población, y evitará su envejecimiento excesivo. Esto resulta esencial para mantener un cierto equilibrio en el mercado de trabajo en el porcentaje de los que se hallan en activo y los que están retirados. En este terreno EE.UU. presenta hoy una ventaja no sólo respecto a los europeos, sino también respecto a otros países con tasas igualmente decrecientes de su población activa de aquí a 2030, como China, o incluso de población absoluta, como Rusia. Aunque aproximativas, las estimaciones de la Population Division de Naciones Unidas resultan contundentes a este respecto. Mientras se estima un crecimiento medio de la población de EE.UU. de 317 a 404 millones (casi cien millones absolutos) entre 2010 hasta 2050, para China, con un potencial inmenso, el aumento es sólo de 1354 a 1417, unos sesenta millones, a causa principalmente de la estricta política gubernamental de un solo hijo; y para Rusia se prevé un brusco descenso de 140 millones a 116 (18).
La cultura norteamericana
En EE.UU. se ha convertido en habitual el señalar a la cultura popular norteamericana –inspirada por sus valores democráticos y derechos y libertades civiles y políticas– y a su modelo de vida (way of life) individualista y consumista –con sus productos pop en la música o el cine vehiculados en idioma inglés de uso universal– como un factor clave de poder blando en la medida que inspira la admiración en el resto de sociedades del mundo (19). Desde los representantes de la escuela de la democracia liberal y el institucionalismo liberal (J. Ikenberry, Joseph Nye, Fareed Zakaria, entre otros muchos), hasta conservadores y neoconservadores procedentes del American Enterprise Institute o de la Heritage Foundation, todos creen que, de una u otra forma, la cultura estadounidense sirve de ejemplo para los ciudadanos de países aliados y rivales.
Este factor en principio favorable a toda acción que emprende EE.UU. en el exterior, ha de contrarrestarse con el hecho de que, en amplias áreas del mundo musulmán, desde los países árabes hasta Asia, con sistemas morales restrictivos y patrones socioeconómicos muy diferentes, dicha cultura produce un gran rechazo. Ciertas decisiones en el ámbito de la política exterior de las últimas dos décadas –las dos guerras de Irak o el conflicto palestino-israelí, o el proteccionismo comercial norteamericano en la Organización Mundial del Comercio– han anulado en parte el potencial atractivo de EE.UU. De esta manera, parece claro que cultura y política son ámbitos heterogéneos. Por un lado, el atractivo de la cultura no funciona según estándares lineales, de manera que incluso allí donde se enraíza (como en ciertos sectores sociales de Irán o Arabia Saudita), no elimina la actitudes anti-estadounidenses. Esto se explica también por una asimetría de conocimiento: las elites norteamericanas no parecen ser conscientes del desconocimiento por parte del resto del mundo de los orígenes revolucionarios e igualitaristas de la República y de su espíritu anticolonial. Por otro lado, la transparencia de la sociedad norteamericana (con libertad de expresión y medios de comunicación) a menudo resulta contraproducente, al exponer las múltiples fracturas sociales de EE.UU. a los ojos de los demás (exclusión social, desigualdad, violencia). En este sentido, el momento optimista vivido en la década de la globalización (los años noventa del siglo veinte) sufre un retroceso, por más que en un primer momento la Presidencia de Obama haya mejorado la imagen del país gracias a la figura de su mandatario, que encarna el mestizaje y el multiculturalismo.
Imagen exterior
Ciertamente, el paso de la Administración Bush a la de Obama ha supuesto una mejora generalizada de la percepción de EE.UU. en el exterior. Esta mejora, sin embargo, ha experimentado un cierto retroceso a resultas de la crisis económica, de la que se culpa en parte a EE.UU., tanto en Europa como en los países emergentes. Con todo, el estudio anual del Transatlantic Trends 2010 (TT) muestra una mejora continuada de la imagen de EE.UU. entre sus aliados europeos (incluido Turquía) a pesar de la crisis. La popularidad del presidente Obama no ha sufrido un desgaste proporcional a las dificultades económicas por las que atraviesa EE.UU.: el 78% de los encuestados de la UE aprueban la política internacional de Obama, un descenso ligero frente al 83% de 2009. Y mientras poco más de la mitad de los encuestados europeos apoyan el liderazgo mundial de EE.UU., respecto a las expectativas «objetivas», cabe resaltar que la mayoría de americanos (90%) y europeos (81%) creen que EE.UU. ejercerá un fuerte liderazgo en los próximos años (20).
De nuevo, respecto a la imagen de EE.UU. en los países musulmanes, si bien ha mejorado respecto al periodo Bush, especialmente tras el célebre discurso de Obama en El Cairo en junio de 2009, no lo ha hecho con suficiente fuerza. Sin embargo, los musulmanes en todo el mundo desconfían de Estados Unidos y se sienten desencantados con el presidente Obama. Especialmente en Pakistán, epicentro de las nuevas amenazas para EE.UU., por su conexión con los talibanes y su inestable régimen con capacidad nuclear; allí el apoyo a Obama se reduce al 8%. Estados Unidos cuenta hoy una imagen favorable sólo entre 17% de los entrevistados en Egipto, Turquía y Pakistán y 21% en Jordania. En cambio, la percepción positiva del liderazgo de Obama predomina en El Líbano, con un 52%; en Indonesia con un notable 59%, algo muy importante ya que es el país musulmán más poblado del mundo, además de potencia regional emergente, y con el que Obama guarda una estrecha vinculación personal (21); y en Nigeria, con el 81%.
En el terreno de la imagen exterior, constitutiva del poder blando, resulta significativo que para ninguno de los BRIC exista una encuesta de este tipo: ninguno de ellos ha alcanzado aún un estatus que lo haga en exceso querido o sospechoso a ojos de la comunidad internacional, siendo que sólo contamos con mediciones parciales a partir de encuestas de sus vecinos, u opiniones pertenecientes únicamente a sus líderes políticos o empresariales, pero escasamente sistematizadas. Tampoco existen datos relevantes de la percepción de los ciudadanos y las elites de EE.UU. respecto a cada uno de los BRIC: quizá es demasiado pronto para ello, por la razón que hemos apuntado. Sí puede afirmarse en cambio que tanto China como Rusia tienen un escaso poder blando, especialmente en el área no-asiática, debido en gran parte a que su actuación gubernamental, así como la de sus empresas, resulta poco transparente, y a que en dichos países a menudo se emplean métodos coactivos violentos con los ciudadanos para acallar la disidencia política interna. A ojos de la comunidad mundial de los negocios, sí como de las ONG internacionales, los BRIC no son por lo general un ejemplo en lo relativo a la corrupción: en la clasificación del Transparency International’s Corruption Perceptions Index 2010, mientras EE.UU. ocupa el puesto 22, China se halla en el puesto 78, India en el 87, y Rusia en el 154 (22).
En EE.UU., la percepción hacia China es quizá la que está más estudiada de entre todos los BRIC. A este respecto, una gran mayoría de norteamericanos creen hoy que China ejercerá un liderazgo fuerte; pero la mitad cree que existen valores comunes con China, y aún menos (20%) juzgan positivo el papel de China en los conflictos globales, en su lucha contra la pobreza, o contra el cambio climático. Muy distinto es el caso de los otros emergentes, Brasil e India, quienes, tanto por el atractivo de su cultura, como por su naturaleza democrática (formalmente al menos, en el caso indio), o por el hecho de carecer de un historial de conflictos expansionistas, aún resultan simpáticas y no encuentran las barreras de los otros en el ámbito de la opinión pública internacional.
Las instituciones políticas
La tradicional fortaleza y estabilidad del sistema político norteamericano por comparación al resto (cuenta con la misma Constitución (22) Transparency International’s Corruption Perceptions Index, 2010. Ver en www.transparency.org/policy_research/surveys_indices/cpi/2010/results consulta de 20/11/2010 desde 1787), que a menudo ha contribuido a la superación de crisis
económicas, como la de 1929 o las del petróleo del decenio de 1970, es otro factor positivo que da mayor peso a EE.UU.. Sin embargo, también está presente una continua distorsión en la toma de decisiones debido precisamente a uno de los fundamentos de la democracia norteamericana: la proliferación de contrapesos (checks and balances) entre el Presidente, el Congreso y la Judicatura: un sistema que, en las célebres palabras de un experto, configuran una permanente «invitación a la lucha» política (23).
En la actualidad, esta lucha llevada al extremo tiene un efecto ralentizador sobre decisiones referentes a reformas necesarias para el buen funcionamiento de la sociedad y de la economía (por ejemplo, reforma de la seguridad social, el alivio de los déficit fiscal y la deuda, la reforma financiera). Ello a su vez puede tener impactos negativos en la rapidez requerida para responder en el ámbito exterior (el proteccionismo comercial frente a China, o la financiación de las guerras de Afganistán o Irak).
Tras las elecciones al Congreso de noviembre de 2010, existe el riesgo de que una Cámara de Representantes de nueva mayoría republicana produzca un bloqueo de graves consecuencias, de manera parecida a la de otras ocasiones en el pasado reciente, como el segundo mandato del Presidente Bill Clinton a partir de 1994, cuando los Demócratas se quedaron en minoría en ambas Cámaras (24).
De esta manera, resulta difícil responder a una cuestión central para el devenir de EE.UU. y del orden multipolar: si el sistema político norteamericano, con sus checks and balances y su gran transparencia informativa por comparación a otras sociedades, supone una ventaja o desventaja frente a otros países emergentes que, o bien son regímenes autoritarios como China o Rusia sin contrapesos significativos en las instituciones o en la sociedad civil, o bien aún no han desarrollado mecanismos disfuncionales, como India o Brasil. Por un lado, la «rapidez» de los gobiernos a la hora de tomar decisiones de tipo económico o estratégico en un mundo en cambio, sin barreras adicionales internas, parece un factor importante de ventaja para los BRIC chino y ruso. Por otro lado, como ejemplifica también el caso chino, la rigidez y falta de flexibilidad en la toma de decisiones, su falta de contrastación previa, puede dar lugar a errores y efectos negativos, económicos o medioambientales, y a la postre, a una asfixia social. Sea como fuere, la «exportación» de un modelo compartido de transparencia y su plasmación en un régimen internacional para administrar los llamados «bienes públicos globales» resulta fundamental para la supervivencia de la fortaleza norteamericana, y es uno de sus mayores retos futuros.
Ciencia e innovación tecnológica
La misma globalización exige de manera inherente una gran capacidad de innovación que aporte valor añadido y gran capacidad de comunicación. Precisamente la Estrategia de Seguridad Nacional reconoce que la influencia de EE.UU. «empieza en casa», es decir, que EE.UU. debe predicar con el ejemplo en lo relativo a la educación y la tecnología, y en definitiva, a la innovación.
Un aspecto fundamental del desarrollo, como es el gasto en I+D se halla concentrado en su mayor parte en EE.UU. (en torno a un tercio del total mundial); para la UE es del 24 %, y para Japón el 14%. La economía de EE.UU. sigue siendo, a pesar de la crisis, la más poderosa tecnológicamente del mundo. El gasto en I+D en relación al PIB, sólo superado por Japón, duplica al estancado gasto en I+D de la UE, actualmente en torno al 1,84% del PIB (muy por debajo del objetivo del 3% fijado por la Agenda de Lisboa). Sin embargo, la supremacía norteamericana podría disminuir en una década debido al enorme crecimiento del gasto chino de acuerdo a su objetivo de 2.5 % anual hasta el 2020, lo que le situaría en segundo lugar tras EE.UU. Pero incluso así, hasta la fecha los resultados cualitativos del gasto favorecen a EE.UU. por encima del resto.
Asimismo, resulta significativo que el 44% de los premios Nobel vayan a científicos norteamericanos. No menos relevante es el hecho de que, en industrias del futuro como la nanotecnología y la biotecnología, EE.UU. aventaje con mucho a otros líderes mundiales como Alemania, Reino Unido y China. Tampoco es casual que la nueva economía impulsada por el Presidente Obama se centre en la transición a las nuevas tecnologías en sectores como la educación, la sanidad o la información, así como en las energías renovables. Fiel a este principio, en un discurso en la Academia Nacional de Ciencias, Obama ha anunciado su intención de mantener un gasto del 3% del PIB en ciencia e investigación como piedra de toque de la supremacía norteamericana.
Vicente Palacio de Oteyza, en ieee.es/
Notas:
(1) O´Neill, Jim: «Building Better Global Economic BRIC´s» Global Economic Paper nº 66. O´Neill, Jim: «Building Better Global Economic BRIC´s» Global Economic Paper nº 66. Goldman Sachs, 2001. Para una actualización que comprende más siglas y grupos de emergentes: The BRIC´s and Beyond. Goldman Sachs, 2007. Es importante destacar que si bien «BRIC» es un término inventado en el entorno de Goldman Sachs, y esencialmente económico, su traducción al plano de las consecuencias geopolíticas resulta aún bastante más complejo, como se muestra en el presente Cuaderno de Estrategia del IEEE.
(2) Para un compendio de la visión globalista, ver Friedman, Thomas L (2005) The world is flat. New York, Farrar, Straus and Giroux.
(3) El autor que mejor resume aquel El autor que mejor resume aquel momentum es Huntington, Samuel P. (1999) «The Lonely Superpower», en: Foreign Affairs, vol. 78 (3), March-April 1999. La mejor obra en clave geopolítica es Brzezinski, Zbignew (1997) The Grand Chessboard. American Primacy and its Geoestrategic Imperatives. New York: Basic Books. Resulta significativo del momento, que el autor considere a Rusia una amenaza mayor que China.
(4) National Intelligence Council, 2008. National National Intelligence Council, 2008. Intelligence Council, 2008. Global Trends 2025: A Transformed World. Ver en http://www.dni.gov/nic/PDF_2025/2025_Global_Trends_Final_Report.pdf, consulta del 15/11/2010
(5) Ver Haass, Richard (2008), «The Age of Non-Polarity» en: Foreign Affairs,vol.87, May/ Ver Haass, Richard (2008), «The Age of Non-Polarity» en: Foreign Affairs, vol. 87, May/June 2008; Para el concepto de interpolaridad, ver Grevi, Gionavi (2009) «The interpolar world, a new scenario», Occasional Paper, n. 79, Paris: ISS-EU
(6) US National Security Strategy, The White House, Washington, May 2010, ver en http://www.whitehouse.gov/sites/default/files/rss_viewer/national_security_strategy.pdf. Consulta de 10/10/2010
(7) Una visión matizada de los diversos aspectos del declinar relativo de EE.UU. se halla en: Zakaria, Fareed (2008), The Post-American World, New York: W.W. Norton & Company, Inc.
(8) Nye, Joseph (2004), Nye, Joseph (2004), Soft power, the means to success in World Politcs, Nueva York: Public Affaires. Ver también el artículo más actualizado de Nye sobre esta cuestión: «The Future of American Power. Dominance and Decline in Perspective» Foreign Af Foreign -fairs, Vol. 89, November/December 2010.
(9) Véase A Conversation with US Secretary of State Hillary Rodham Clinton, Council on Foreign Relations, Washington DC, September 8, 2010; Clinton, Hillary (2010) «Leading through Civilian Power. Redefining American Diplomacy and Development» Foreign Affairs, Vol. 89, November/December 2010; Slaughter, Anne Maria (2009), «America’s Edge» en: Foreign Affairs, Vol. 88, January//February 2009.
(10) Para una visión que prioriza el poder duro en el siglo XXI, ver: Campbell, Kurtz & O’Hanlon, Mchael (2009) Hard Power: The New Politics of National Security. New York: Basic Books
(11) En lo sucesivo, todas las referencias que se realicen a billones se entenderán en billones europeos (un millón de millones) y no billones americanos (mil millones).
(12) The Economist (2010) «The Republicans ride in», November 6th 2010 The Economist (2010) «The Republicans ride in», November 6th 2010
(13) Ver Joint Statement of the BRIC Countries’ Leaders, Yekaterinburg, June 16, 2009, Ver Joint Statement of the BRIC Countries’ Leaders, Yekaterinburg, June 16, 2009, ver en http://archive.kremlin.ru/eng/text/docs/2009/06/217963.shtml consulta de 10/11/2010
(14) Wilson, Dominic & Purushothaman, Roopa «Dreaming with BRICs: The Path to 2050 Wilson, Dominic & Purushothaman, Roopa «Dreaming with BRICs: The Path to 2050» Global Economics Paper No. 99, Goldman Sachs, October, 2003, ver en http://www2.goldmansachs.com/ideas/brics/book/99-dreaming.pdf consulta de 10/11/2010; National Intelligence Council, op. cit.
(15) Datos del Worldfactbook CIA, en: https://www.cia.gov/library/publications/the-worldfactbook/geos/us.html consulta del 10/11/2010.
(16) The World Economic Forum, The World Economic Forum, Global Competitiveness Report (2010-2011), Geneva, Switzerland, 2010
en este terreno extremadamente productivo, con empresas y sistema universitario y de negocios muy innovadores. De cualquier modo, resulta significativo que entre los diez primeros figuren seis países europeos (Suiza el primero, Suecia el segundo, o Alemania el quinto), mientras que los emergentes, a pesar de un ligero repunte para el nuevo periodo, se sitúen aún bastante lejos: China en el puesto ventisiete, India en el cincuenta y uno, Brasil el cincuenta y ocho, y Rusia el sesenta y tres.
(17) Véase SIPRI Yearbook 2010 Armaments, Disarmament and International Security(2010), Stockholm International Peace Research Institute 2010, Stockholm.
(18) United Nations, United Nations, World Population Prospects: The 2008 Revision Population
(19) Ver Nye, Joseph, op cit. database, ver en esa.un.org/UNPP/, consulta de 20/11/2010.
(20) German Mashall Fund of the United States, German Mashall Fund of the United States, Transatlantic Trends 2010, Washington. Cabe señalar aquí que la imagen de la diplomacia estadounidense podría verse dañada por el escándalo de Wikileaks, esto es, la revelación de miles de cables el Departamento de Estado conteniendo información reservada. Sus efectos, en el momento de la redacción de estas páginas, están aún por ver.
(21) Obama, Barack, The Audacity of Hope, New York, Crown, 2006
(22) Transparency International’s Corruption Perceptions Index, 2010. Ver en www.transpa[1]rency.org/policy_research/surveys_indices/cpi/2010/results consulta de 20/11/2010
(23) Para un estudio clásico de los check and balances del sistema político norteamericana. Para un estudio clásico de los check and balances del sistema político norteamericano, véase Crabb, Cecil & Holt, Pat (1992) Invitation to Struggle: Congress, The President, and Foreign Policy, Congressional Quaterly, Inc, 4th Edition
(24) Ver The Economist (2010) ob. cit
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