V. El espectacular despegue económico
Al iniciar este trabajo afirmamos que el mundo indostánico fue durante muchos siglos uno de los espacios geográficos más ricos del planeta. En el siglo XVI, en los albores de la expansión colonial europea, la producción de bienes de los espacios chino e indio superaba el 60% del total mundial. Precisamente por ello, aunque más tempranamente en el caso indostánico, ambos mundos se convirtieron en poderosos magnetos de dicha expansión que hizo posible el desarrollo de las artes náuticas del Viejo Continente.
Y sin embargo los dos últimos siglos de turbulenta y declinante preponderancia musulmana, junto a la irrupción de las prácticas expoliativas del mercantilismo británico, desbarataron paulatinamente la eficiencia de un tejido productivo plurisecular y arrojaron a la miseria y la hambruna a buena parte de la desbordante demografía indostánica. De modo que cuando el país obtuvo la independencia en 1947, el desvelo principal de los nuevos líderes era, junto a paliar la catástrofe humanitaria de la Partición, en especial en cuanto atañía al reasentamiento en territorio indio de al menos diez millones personas desplazadas por aquélla, garantizar alimento suficiente para su supervivencia a casi la mitad de los más de 300 millones de habitantes que había heredado de la Corona británica.
Los primeros pasos resultaron cualquier cosa menos fáciles. Aunque los estragos de la II Guerra Mundial apenas habían afectado al territorio indio, el esfuerzo bélico de la metrópoli recayó también en sus dominios indostánicos que tuvieron que reorientar una buena parte de su actividad productiva para sostenerlo. Reconducir hacia fórmulas de autosuficiencia alimentaria y desarrollo industrial la maquinaria productiva india fue el empeño de Nehru, pero al ser acometidos con criterios fuertemente estatalistas, tintados por la admiración del Pandit (el Primer Ministro indio fue denominado por sus conciudadanos como Pandit Nehru, utilizando el título aristocrático de sus orígenes cachemiríes) a los logros iniciales de la revolución soviética, sus resultados fueron magros comparados con el esfuerzo que su implantación exigió al país.
Hubo que esperar hasta la década de los 70 para que, bajo la batuta de Indira Gandhi, se comenzaran a detectar indicadores de crecimiento económico sostenido en los ámbitos industrial y agrícola, aunque aún lastrados por los controles administrativos que acotaban el funcionamiento del sistema productivo. La sucesiva y trágica desaparición de Indira y Rajiv Ghandi en las dos siguientes décadas, no ayudó a consolidar este incipiente vector de crecimiento hasta los primeros años de los 90 en que, durante el gobierno del PM. P.V. Narashima Rao y con el Partido del Congreso al frente de una nueva coalición en el gobierno central, se producen las primeras aperturas en el sistema económico, que los dos siguientes gobiernos del BJP dirigidos por Atal Bihari Vajpayee no hacen sino desarrollar, para situar a India en una senda de crecimiento económico sostenido que llegó a rozar a finales del 2008, antes del estallido de la actual crisis económica global, la cifra del 8%.
Las tasas de crecimiento que han prevalecido durante la primera década del Siglo XXI, la cauta aunque progresiva liberación de la economía en buena parte de sus componentes claves, el poderoso desarrollo del sector servicios y la pujanza de las tecnologías de la información de base local, han colocada a India entre las doce mayores economías del mundo –de hecho la undécima, justo por delante de la española–, generado un arrollador optimismo en la sociedad india sobre el futuro de su país y atraído una gran atención internacional hacia el mercado indio, que repercute muy positivamente en su expansión mediante la atracción de inversiones y capital foráneo.
El hecho de que la economía india haya capeado sin excesivos daños los momentos más críticos de la actual crisis económica y, tras la pérdida de poco más de un punto porcentual en su crecimiento durante el período 2008-2009, de nuevo haya comenzado a crecer por encima del 7%, apoyándose en un desarrollo sostenido de su mercado interior, han reforzado la idea de que India se convertirá en una de las principales locomotoras de la economía mundial en las próximas décadas.
Y sin embargo el desarrollo económico indio está marcado por fuertes dualidades: el pujante sector tecnológico y la proliferación de los centros de outsourcing (externalización) internacional, coexisten con un extenso sector agrícola en el que prevalecen técnicas de trabajo de carácter casi medieval y sectores industriales de deficiente rendimiento y bajo impacto económico.
La agricultura –que ocupa a alrededor del 57% de la población, aunque aporta al PIB nacional sólo el 14,6%–, depende de forma determinante del adecuado calendario e intensidad de las lluvias monzónicas que irrigan anualmente el país entre los meses de junio y septiembre. El monzón puede repercutir positiva o negativamente cada año en entre 2 o 3 puntos porcentuales de crecimiento económico. Aunque la estructura agrícola ha ido cambiando a lo largo de las dos últimas décadas y los logros de la llamada «revolución verde» han contribuido al aumento de la productividad y paliado en cierto grado la dependencia de las precipitaciones monzónicas, aun no se ha encarrilado la agricultura por sendas de sostenibilidad. La proliferación de suicidios de campesinos en regiones como la de Vidharbha (Maharashtra), ante la imposibilidad de alimentar a sus familias mediante el cultivo de sus exiguas tierras fértiles, o el mantenimiento por parte de los dos últimos gobiernos de Manmohan Singh del NREGA (National Rural Employment Guarantee Act) como programa estrella de inyección de subsidios de desempleo en las principales zonas agrícolas del país, a fin de evitar la deserción masiva de campesinos hacia las grandes urbes dada la imposibilidad de vivir con los productos de sus campos, así lo demuestra. El sector agrario sigue lejos de alcanzar los objetivos deseados, a pesar de que su aportación se considera imprescindible, tanto para alcanzar superiores cotas de crecimiento del PIB, como para integrar al mundo rural en la corriente del desarrollo económico.
En cuanto a producción agrícola, India es el primer productor mundial de leche, azúcar y té y uno de los principales productores de yute y semillas oleaginosas. La industria pesquera está poco desarrollada, pero se encuentra en un rápido proceso de expansión con una clara voluntad exportadora, dado que el pescado, excepto en la costa del Golfo de Bengala, no forma parte habitual de los hábitos alimentarios indios.
La principal producción minera del país es la de mineral de hierro, del cual posee las reservas más importantes del mundo. Además India es uno de los primeros productores mundiales de mica, carbón, lignito, cobre, bauxita, manganeso y aluminio. Sin embargo adolece de vastas carencias energéticas que pretende paliar desarrollando a corto plazo, y en colaboración con su vecina China –igualmente afectada por la escasa disponibilidad de hidrocarburos– de un mercado de crudo similar a los existentes en Europa y EE.UU.
Con la idea de reducir sus servidumbres energéticas y obtener el caudal necesario para respaldar eficazmente sus nuevos programas de expansión productiva, el gobierno indio firmó a mediados del 2008 el polémico «Acuerdo 123» con EE.UU, en principio enfocado a la ampliación y desarrollo de la industria nuclear india de ámbito civil, pero cuyo espectro se extendía a ámbitos comerciales y militares importantes y aproximaba a India a la órbita estratégica estadounidense. Como quiera que el máximo de potencia añadida a la generación de energía en los próximos veinte años por el desarrollo de tal acuerdo alcanzará apenas el 8% de las necesidades previstas, y en cambio somete a control norteamericano aspectos cruciales de los programas nucleares civil y militar del país, sectores a la izquierda del Partido del Congreso que colaboraban desde el exterior con el primer gobierno de Manmohan Singh, le retiraron su apoyo, forzándolo a acudir a nuevas elecciones, comicios de que sin embargo emergió de nuevo vencedora una coalición gubernamental nucleada en torno al PC y en la que repetía como PM el propio Singh.
El sector industrial está marcado por una gran diversificación y es el que, junto al sector servicios, contribuye de manera más significativa al crecimiento del PIB (16,4% y 41,7% respectivamente). La progresiva liberación de sectores industriales supone que de un año a otro se despliegue el abanico de nichos productivos con perspectivas favorables.
Las principales industrias son la textil, la siderúrgica (ampliamente dominada aun por empresas estatales, pero con creciente participación de agentes privados), la química y la farmacéutica, está última volcada en la manufactura masiva de genéricos. Aparte de las industrias de mano de obra intensiva, como el textil y la locomoción, otras ofrecen significativas posibilidades de crecimiento, pudiéndose citar entre ellas la ingeniería electrónica, el procesado de alimentos, la biotecnología y el sector de las telecomunicaciones, habiéndose convertido este último en los primeros años del nuevo siglo en el más codiciado para las inversiones extranjeras.
Por otra parte, las grandes corporaciones indias muestran un comportamiento cada vez más agresivo en los mercados internacionales, donde han irrumpido con una pujanza adquisitiva inusitada: Más de un tercio del valor añadido del sector servicios corresponde al comercio. Su sector minorista es uno de los que posee mejores perspectivas de crecimiento por el concomitante desarrollo del mercado interior, aunque aún la inversión extranjera en él sigue sometida a numerosas restricciones.
Cabe destacar los impulsos que está recibiendo la industria turística, sobre todo en ámbitos regionales, para que el sector se consolide como una fuente decisiva de producción de divisas y generación de empleo, en un país que, con un portentoso patrimonio cultural y una extraordinaria diversidad geográfica, ofrece una panoplia amplísima de posibilidades turísticas. La crisis económica de los últimos años, junto a una oferta hotelera de casi exclusiva gama alta y por ello sustancialmente más cara que sus competidoras en otros destinos surasiáticos, junto a recientes restricciones temporales impuestas a la expedición de visados turísticos, han impedido que la cifra de turistas recibidos por India sobrepase los cinco millones de visitantes que alcanzó en el 2008.
El sector público sigue manteniendo un considerable peso específico en la economía nacional y su necesaria reestructuración se está enfrentando a resistencias considerables por parte de diversos grupos de interés. El principal de ellos es la poderosísima burocracia estatal india, directamente heredera de su homóloga británica del periodo imperial, hasta el punto de que algunos de sus críticos más acerbos no dudan en tacharla de verdadero poder neocolonial, la cual se resiste a ceder sus posiciones de privilegio en el control que mantiene sobre el ancho sector público de la economía india. Es por ello que el pretendido cierre de unidades no rentables o la privatización de aquellas que sí lo son y se pretende que lo sigan siendo, provoca tensiones y rechazos poco comprensibles desde una óptica puramente económica.
Uno de los principales factores –si no el más sustantivo– que dificultan y demoran el desarrollo económico indio es el déficit de infraestructuras de transporte. Aunque su red viaria es trimillonaria en kilómetros, solo el 2% corresponde a autovías por las que el tráfico rodado puede transitar a una razonable velocidad de crucero; menos del 50% de la red total comprende rutas asfaltadas. Y sin embargo las carreteras soportan el 87% del tráfico de pasajeros y el 60% del flujo de mercancías, según datos oficiales. El deficiente estado del grueso de la red viaria impide un transporte rápido y eficiente y encarece consecuentemente el acceso de las mercancías a sus puertos de destino. El Programa Nacional de Desarrollo de Carreteras, en ejecución desde hace una década, ha conseguido hasta el presente cubrir con estructuras viarias más eficientes el Rombo Dorado (la conexión entre cuatro de los polos económicos más importantes del país como Delhi, Bombay, Chennai y Calcuta) y los corredores N-S y E-O, aunque todavía los espacios geográficos sin cubrir adecuadamente son más extensos que los atendidos por nuevas infraestructuras.
En lo que respecta a la red ferroviaria, mucho menos extensa (640.000 km), sólo está electrificado el 33,4% de su longitud, lo que produce su baja rentabilidad, junto al hecho de que su operación y explotación se realiza con carácter de monopolio por la empresa estatal Indian Railways.
Hasta el momento sólo se ha permitido el ingreso de inversores privados en el transporte de contenedores, así como la autorización de inversión extranjera en la construcción y explotación de trayectos no esenciales.
India cuenta con doce grandes puertos –que absorben el 75% del tráfico total– y 200 puertos menores gestionados por los gobiernos estatales. A través de todos ellos fluye el 70% de las mercancías en valor del comercio exterior, aunque su funcionamiento, capacidad y conectividad con la red de transporte terrestre mantenga unos estándares muy inferiores a los recomendados internacionalmente. El año 2006 el gobierno puso en marcha el Programa de Desarrollo Marítimo Nacional, que pretendía doblar la capacidad portuaria y alentar a los grandes operadores internacionales a que se implicaran en proyectos de cooperación empresarial en el sector, por la vía del Public Private Partnership (PPP), sin que hasta la fecha se hayan podido comprobar mejoras sustanciales en las infraestructuras portuarias.
En el ámbito aeroportuario, y aunque existen 125 aeropuertos, de los cuales 12 tienen la categoría de internacionales, India es igualmente deficitaria, sobre todo teniendo en cuenta las dimensiones de su geografía y las carencias que afectan a las redes viarias alternativas. No obstante el sector del transporte aéreo está experimentando en los últimos años una rápida apertura, merced a la irrupción en el mercado aéreo de compañías privadas con autorización para el tráfico internacional (Jet Airways, Kingfisher Airline), así como de empresas de bajo coste (Air Deccan, Spice Jet, Jetlite Air, Indigo Airline) que han multiplicado la oferta interior y elevado a quince el número de operadores domésticos.
El gobierno indio, consciente del obstáculo que supone el actual déficit de infraestructuras para el crecimiento económico a que aspira en los próximos años, ha previsto un gigantesco plan de inversiones en el sector por un coste aproximado de 40.000 millones de dólares para los siguientes cinco años. Delhi pretende que dicho plan sea aprobado en la sesión parlamentaria de este invierno, tras solventar disensos habituales entre los intereses del Centro y de los estados, a fin de que pueda iniciarse de forma inmediata. Tal inmediatez en India es siempre relativa, ya que los procesos de licitación de concursos públicos son desusadamente complicados, por un lado para que la burocracia estatal continúe siendo árbitro indiscutible de sus resultados, pero también para reducir en lo posible los efectos de la ubicua corrupción en todos los ámbitos, que tan negativamente lastra en India las perspectivas de desarrollo económico, por lo que normalmente la adjudicación de grandes obras públicas experimenta retrasos de varios años sobre el calendario previsto.
En el sector Servicios, a pesar de la sólida y antigua presencia de varias de las multinacionales más conocidas del sector de bienes de consumo, para muchas otras India representa aún un territorio muy desconocido, caracterizado por numerosos factores que dificultan la distribución en el país. La variedad y elevado número de consumidores, la extensión geográfica, la proliferación de intermediarios, la gran dimensión del comercio minorista, el deficiente estado de las infraestructuras de transporte a que nos hemos referido y la desorganización de una parte importante de sus mercados, complica extremadamente la penetración internacional en este ámbito.
La distribución minorista en India se caracteriza por su atomización y claro predominio de modos tradicionales, es decir la existencia y preponderancia de miríadas de pequeños puntos de venta sobre la distribución organizada. A lo largo del último lustro, no obstante, se ha producido un repunte significativo de las nuevas formas de distribución, como centros comerciales, hipermercados o supermercados, que hasta ahora se concentraban en los seis o siete principales centros urbanos del país, pero que han comenzado a extenderse a nuevos polos poblacionales de rápido crecimiento como en los casos de Gurgaon, Noida, Amritsar, Cochin o Ahmadabad.
Es de remarcar la absoluta prohibición a la inversión extranjera en el comercio minorista multimarca. Esta limitación refleja las cautelas de los dirigentes indios hacia el ingreso de multinacionales extranjeras en el sector, ya que implicaría una transformación radical del mismo y la desaparición de millares de negocios familiares. El debate sobre su liberalización está planteado y ciertas multinacionales como Wal-Mart o Carrefour han comenzado a posicionarse, mediante alianzas con firmas locales, ante la eventualidad de que aquélla se produzca en un próximo futuro. En todo caso, corresponde a los gobiernos estatales las competencias de distribución interior, de lo cual se deriva una gran diversidad de normativas que impiden el desarrollo de un mercado unificado y uniforme, y explica la abundancia de intermediarios y redes de distribución locales.
El sistema bancario se halla bastante desarrollado, ofrece las fórmulas más habituales de financiación y dispone de una extensa red de oficinas. La banca pública resulta marcadamente mayoritaria con cerca del 75% de los activos financieros, instrumentados primordialmente en la financiación a medio y largo plazo para la administración pública. Entre los bancos comerciales también se da la preponderancia de los que poseen capital público, como el State Bank of India, el Punjab National Bank o el Canara Bank; entre las entidades privadas destacan el ICICI Bank y el HDCF de capital indio, y otros extranjeros como el HSBC, el Citibank o el Bank of Tokio-Mitsubishi. El Reserve Bank of India (RBI), como banco central del país, ejerce una estricta tutela sobre el conjunto del sistema y es la única institución india con competencias en política económica y control de cambios. Este tutelaje se mostró muy efectivo durante la reciente crisis financiera, inmunizando a los bancos públicos indios de su contagio y capacitándolos para vadear mejor los primeros embates de la crisis económica global.
En su conjunto, los indicadores más negativos para el crecimiento de la economía india identificados por el Global Competitiveness Report (8) 2008 son: Oferta inadecuada de infraestructuras, 24%; burocracia estatal ineficaz, 16,5%; reglamentación laboral restrictiva 12,5%; corrupción, 11,9% y reglamentación fiscal, 7,4%.
Antes de concluir nuestro repaso del despegue económico indio debemos mencionar dos elementos destacados que en gran medida lo acotan y condicionan. El crecimiento demográfico y el incremento numérico de su clase media.
En cuanto al primero, India cuenta en la actualidad (y según los datos difundidos este mismo año por la Central Statistical Organization of India) con 1.173 millones de habitantes. La tasa de crecimiento de la población es 1,376%, lo que significa que cada año aumenta en aproximadamente 16 millones de personas. El 39% de dicha población (459 millones) se encuentra en la franja de edad de entre los 13 y los 35 años, lo que supone un inmenso contingente poblacional de marcada juventud. El crecimiento demográfico en el primer cuarto del presente siglo se producirá –según datos del PNUD– en los estados más atrasados: Uttar Pradesh, Bihar; Madhya Pradesh, Rajastán, Orissa, Jharkhand, Chhatisgarh y Uttarakhand. Como quiera que los índices de desarrollo humano vigentes para India (puesto 62 entre 108 países en lo tocante a pobreza humana; 94 entre 118 en el de hambre en el mundo; 126 de 177 en desarrollo humano general) son poco alentadores, ese crecimiento demográfico de los estados más desfavorecidos tendrá un efecto escasamente positivo.
En principio, dicho carácter juvenil debería conceder a esa franja de la población india sustanciales ventajas para competir en el mercado de trabajo global con poblaciones más envejecidas, como las que existen en las economías de los países más desarrollados. Y sin embargo, puede que esa ventaja inicial tenga grandes dificultades para explotar sus potencialidades debido, principalmente, a los bajos niveles educativos que prevalecen en gran parte de ese estrato poblacional y que dificultan su acceso a niveles, incluso bajos, de especialización laboral. En palabras del reconocido sociólogo Dipankar Gupta (9), «...en la conferencia CEO Round Table celebrada en Goa en 2006, altos ejecutivos indios tuvieron que aceptar la incómoda verdad de que existía un déficit de mano de obra cualificada en el país. Es verdad que tenemos un gran número de trabajadores altamente cualificados, pero si los colocamos en perspectiva en términos del total de nuestra población, emerge una imagen completamente distinta. No se trata sólo de que su nivel de alfabetización se halle como mucho al 61%, sino que sólo el 5% de nuestra fuerza de trabajo ha recibido algún tipo de formación en escuelas técnicas básicas o medias, comparada con el 70% en Alemania, el 80% en Japón o el 95% en Corea. Aun más, las existencias de jóvenes ingenieros indios (con siete años o menos de experiencia laboral) era de sólo 130.000 en el 2003, mientras que EE.UU contaba en la misma fecha con medio millón.
Por si las anteriores cifras no resultasen suficientemente significativas, el número de ingenieros superiores era marcadamente más bajo que en otros países: quince veces inferior al de EE.UU., diez al de Alemania e incluso seis veces menor que el de Filipinas. Y si se toman en cuenta ingenieros graduados de reconocidos Institutos con programas de formación tetraanuales, en 2004 India produjo sólo 112.000 contra 137.000 en Estados Unidos. Sólo un tercio de los empleados en el pujante sector IT cuentan con un título superior de ingeniería; los dos tercios restantes se conforman con títulos de rango diplomatura o inferior. ¿Con tales cifras sejustifica la descripción de India como una floreciente sociedad de producción de conocimientos?».
El problema de los déficits educacionales que aquejan a la población india, dificulta su ingreso fluido en puestos de trabajo generados por la economía moderna y por tanto lastra el desarrollo económico de la nación, es bien conocido por los gestores indios. El gobierno pretende atajarlo mediante la implantación de ambiciosos programas que incluyen la normalización y multiplicación de instituciones universitarias, el establecimiento de una gran red de institutos de Formación Profesional e incluso la autorización a instituciones extranjeras para que compitan en el mercado educativo indio, como mencionó el Dr. Narendra Jadhav, Ministro de Estado en el actual gobierno indio y experto en cuestiones educativas, en la V edición de la Tribuna España-India, celebrada en Madrid el pasado mes de octubre. La magnitud del reto, los disensos que habitualmente plagan las relaciones entre el Centro y los Estados en materias como la educación que a ellos compete, junto al tiempo necesario para que el citado plan comience a ofrecer resultados útiles, introduce amplios índices de incertidumbre respecto a su éxito.
Y sin embargo, si India no consigue alcanzar la pretendida dinamización de su ventaja demográfica, ésta tenderá a convertirse en lastre para su desarrollo social y económico. No olvidemos que el crecimiento del PIB en porcentajes cercanos al 7% es el mínimo imprescindible para garantizar cuotas razonables de inclusividad en el desarrollo de la mayor parte de la población y garantizar la paz social en un país con diferencias económicas tan abismales como las que subsisten en India.
En lo que atañe a la clase media, cuyo tamaño se considera en continuo crecimiento (alrededor de 300 millones según estadísticas indias) y a la que en los últimos años se asigna un papel destacado en la expansión del mercado interior, y por ende, el de catalizador de un crecimiento económico sostenido, incluso en épocas como las recientes de contracción económica global, el citado Dipankar Gupta (10) afirma: «No está claro cómo puede determinarse que haya entre 250 y 300 millones de consumidores de clase media en India. Una de las razones por la que las cifras resultan tan impresionantes es porque se han rebajado los estándares de lo que constituyen las clases alta y media, al igual que ocurre con las cifras que indican los diversos grados de pobreza de la población india.
A veces los criterios estadísticos vigentes permiten incluir en la clase media a individuos cuya capacidad de compra alcanza sólo 0,87 dólares por día. Conviene además tener en cuenta que existen en el país sólo 30 millones de personas que realizan sus declaraciones de renta de forma habitual (¡apenas el 2,5% de la población...!) y de ellos sólo una tercera parte se ve obligada a pagar impuestos. Además sólo es necesario tener una capacidad de compra diaria de 2,30 dólares a fin de cualificar estadísticamente para ser considerado clase alta. Naturalmente con criterios tan laxos, casi cualquiera puede ser considerado clase media y un gran número incluso legítima clase alta».
En estas circunstancias convendría cierta circunspección y escepticismo respecto a la capacidad de la «mítica» –el calificativo es también de Gupta– clase media india para actuar como locomotora o multiplicador del desarrollo económico.
En todo caso las previsiones del FMI para el próximo lustro adjudican a India un crecimiento económico rayano en el 50% (contra el 57% de su vecina China). Tales previsiones macroeconómicas se han mostrado en otras épocas de transición, como en el periodo post-Gran Recesión de mediados del pasado siglo, notablemente imprecisas. En la actualidad los riesgos para que las anteriores previsiones se materializasen derivan de las masivas inyecciones de liquidez que las economías desarrolladas han realizado en las de los países emergentes, las cuales están generando disfunciones en su anterior ritmo de expansión. La guerra de divisas a la que actualmente asistimos en una de las más importantes de ellas y por el momento es difícil de predecir cómo se resolverá y qué consecuencias tendrá. Con todo, China e India ingresan en el futuro con una pujanza envidiable respecto a sus competidores económicos más cercanos.
VI. Objetivos nacionales
En la actualidad los principales objetivos nacionales indios pueden resumirse de la forma siguiente:
– Consolidar y acrecentar el crecimiento económico de la última década e imprimirle en lo posible tonos de inclusividad de los que hasta ahora ha carecido.
– Obtener un papel más prominente en las grandes instituciones económicas y financieras internacionales, que esté en consonancia con el lugar que ahora ocupa en la economía global.
– Alcanzar el reconocimiento de su significación actual en la arena internacional mediante la obtención de un asiento permanente en el CS/ONU. Para lograrlo aporta el apoyo de un nutrido grupo de países (aunque entre los europeos que lo sustentan no se encuentre España), sus impecables credenciales democráticas y la alta y dilatada participación de sus FAS en Misiones de Paz patrocinadas por la Organización. En su contra, sin embargo, cuenta con una poco explícita, pero no por ello menos lesiva, reticencia china y el hecho de que sigue incumpliendo las resoluciones de la ONU relativas a la solución del disenso cachemirí.
– Conseguir el reconocimiento internacional de su status como gran potencia mundial –refrendo del cual sería su pretendido ingreso como miembro permanente en el CS/ONU-, en tanto que el de potencia regional lo estima sobradamente alcanzado.
– Conjurar las amenazas que percibe contra su seguridad externa y resolver lo más rápido posible las que pesan sobre su seguridad y estabilidad interiores.
– Integrarse armónicamente en el mundo globalizado y desempeñar en él el papel que le corresponde por su historia, la entidad de su población y su creciente peso económico.
VII. Fricciones internacionales
Lo menos que se puede afirmar de la situación geoestratégica de India es que se halla en una incómoda vecindad. Cinco de los países con los que comparte fronteras (Pakistán, Myanmar, Bangladesh, Nepal y Sri Lanka) experimentan diversos grados de agitación interna, que en la mayoría de los casos producen desbordamientos y tensiones en el lado indio de la línea fronteriza. En el Índice de Estados Fracasados de 2009 (11), preparado por el Fondo de Paz de Washington, dichos países ocupan respectivamente los puestos 10, 13, 19, 22 y 25. En cuanto a su gran vecino septentrional, China, las relaciones desde la guerra que los enfrentó en 1962 y extendió a más de 4.000 km la frontera común (todavía con largos tramos sujetos a disputa y por tanto susceptibles de generar diversos tipos de fricción) han mantenido un carácter predominantemente pacífico, aunque con evidentes ribetes de desconfianza mutua e incertidumbre.
En el caso de Pakistán, como se indicó al comienzo de este trabajo, el origen de las prácticas de mala vecindad con India son evidentes: el trauma de la Partición, cuatro guerras perdidas y la llaga abierta de Cachemira. Los descalabros bélicos paquistaníes impulsaron en gran medida a Mohammed Zía–ul-Haq, el general que desbancó del poder (ejecutándole posteriormente) a Ali Bhutto en 1977 y dirigió el país con mano de hierro durante once años, a buscar el reforzamiento del sentimiento nacional paquistaní mediante intensas campañas de islamización que hicieran de la religión musulmana el factor de identidad predominante sobre las identidades étnicas y regionales prevalentes. Esta islamización forzada, realizada además con el marchamo radical del movimiento deobandi en vez de bajo los auspicios de la corriente sufi, mucho más extendida entre la población paquistaní, sobre todo en sus componentes shindi y punjabi, aumentó considerablemente la pugnacidad de Pakistán
La rivalidad nuclear entre los dos países, revelada a partir de los 90, elevó a una potencia de inédita gravedad las tensiones mutuas, las cuales alcanzaron su apogeo con ocasión del conflicto armado de Kargil en 1999, cuando los dos países amagaron con utilizar sus respectivos arsenales nucleares para dirimirlo, forzando a las grandes potencias, especialmente a EE.UU, a utilizar todo su poder de disuasión para impedirlo.
Los puntos de vista enfrentados sobre las respectivas influencias en el conflicto afgano, enconan aún más las complicadas relaciones entre Delhi e Islamabad. Desde el inicio del conflicto afgano-soviético en el que Pakistán se convirtió en pieza clave, los estrategas paquistaníes concibieron la durable influencia en Afganistán como una de sus metas prioritarias. Con ello perseguían varios objetivos: obtener en territorio afgano una «profundidad estratégica» que aminorara la ventaja india de tener al alcance, no sólo de su aviación, sino incluso de sus fuerzas acorazadas, tres de los principales centros urbanos del país (Lahore, Rawalpindi e Islamabad); hacer del territorio afgano el corredor por el que su comercio pudiera acceder a los nuevos países independientes del Asia Central, al tiempo que vetaba o dificultaba a Delhi similar empeño. Es por ello que durante la guerra civil que siguió al abandono soviético de Afganistán, Islamabad apoyó sin reservas –y nutrió con fondos, armas y combatientes procedentes de las madrasas paquistaníes– al Movimiento Talibán del Mullah Omar.
Durante ese mismo período, Delhi trató de paliar esa arrolladora influencia paquistaní en los asuntos afganos, mediante apoyos a la Alianza del Norte del Comandante tajiko Ahmed Shah Massoud, siempre demasiado tímidos y por ello menos efectivos, y con contactos y apoyos a la disidencia baluchi en el propio Pakistán.
Tras el desmantelamiento del régimen talibán y la conquista de Kabul por las fuerzas de la coalición occidental como secuela bélica del 11-S, y el posterior empantanamiento del conflicto, India ha tratado de ganar terreno en Afganistán sobre su rival paquistaní, el cual ahora se enfrenta a mayores dificultades para mantener contactos e influencia en el conmocionado universo afgano. Su enfoque ha sido en este caso de carácter político-económico: por un lado se ha esforzado en mantener las más cálidas relaciones con el régimen del Presidente Karzai y promover foros y conferencias sobre el fututo de Afganistán, y por otro ha invertido cuantiosos recursos económicos en la reconstrucción del país (construcción del tramo de carretera de 218 Kmts de longitud Delaram-Zarang, en la provincia de Nimruz, que liga la carretera de circunvalación (Ring Road) con la ciudad iraní de Zahedar y de ahí con el puerto de Chah Bahar, sobre el Golfo de Omán, mediante el cual mercancías afganas e indias podrían alcanzar el mar sin contar con la aquiescencia paquistaní, ahora necesaria; edificación del nuevo Parlamento afgano en Kabul, obra altamente simbólica para el futuro del país; inversiones en creación o mejoras de infraestructuras sanitarias y de irrigación, y ofrecimiento de formación de cuadros medios de la policía afgana en territorio indio). El monto aproximado de las inversiones indias en Afganistán hasta primeros del 2010 rozaba los 1.000 millones de dólares, habiéndose comprometido en la última Conferencia de Donantes en alcanzar los 1.200, lo que le convertiría en el 6º inversor en la reconstrucción del país.
A pesar de esa generosidad, acompañada además por el sacrificio de alrededor de cincuenta de sus ciudadanos en diversos ataques terroristas o acciones de guerra contra las obras de la carretera Delaram-Zarang, la presencia india en Afganistán resulta poco cómoda para las fuerzas de la coalición occidental, hasta el punto de que el General McChrystal, Comandante supremo del contingente estadounidense en el país, se permitió declarar en el 2008: «es probable que la presencia india exacerbe tensiones regionales e induzca reacciones paquistaníes en Afganistán o India».
Con todo, sigue siendo el contencioso de Cachemira el epicentro de las tensiones mutuas: el inocultable nexo de Islamabad con el nominal gobierno de Azad Kashmir (la porción de territorio cachemirí que quedó en manos de los incursores pashtunes en 1948), las reiteradamente probadas connivencias de ciertos sectores del stablishment paquistaní con los grupos jihadistas que continúan infiltrándose en la Cachemira india e induciendo acciones terroristas en otros lugares de su territorio, como la serie de atentados que tuvieron lugar en diversos puntos del país a partir del verano de 2008 y llegaron a un trágico colofón en el del 26-N en Bombay, junto a la pasividad de Delhi para atender adecuadamente la aspiración de la mayor parte de la población musulmana del estado de Jammu&Kashmir a superiores cotas de autogobierno o incluso a la solución plebiscitaria recomendada por la ONU en 1953, son los irritantes más significativos en las relaciones entre Delhi e Islamabad.
El proceso de distensión entre ambos que se inició en el 2004, con el General Musharraf al timón de los destinos paquistaníes, apenas si alcanzó a concretarse en un puñado de medidas de creación de mutua confianza de carácter comercial y humanitario, que además languidecieron tras los mencionados atentados de Bombay. Los intentos de vivificar ese proceso, han chocado hasta el momento con la exigencia india de que Islamabad presente ante sus tribunales de justicia a los ciudadanos paquistaníes, que India considera haber sobradamente probado que participaron en la inspiración, organización y control del ataque en Bombay.
En el caso de Nepal, aunque durante los últimos años de la ahora abolida monarquía Ghorka India gozó de gran predicamento político y considerable penetración económica en el país himaláyico, tras el desplazamiento del poder en el 2008 del último rey, Gyanendra, por una alianza de las fuerzas democráticas con la guerrilla maoísta del Partido Comunista de Nepal-Maoista (NCP-M), ha perdido parte de su influencia en Khatmandú. Aunque en la pugna por el poder que se inició el 2009, después de que el dirigente maoísta Pushpa Kamal Dahal fuese desplazado de su cargo como PM de la nueva democracia nepalí y que aún mantiene a Nepal en un limbo constitucional, Delhi cuenta con los favores del Ejército nepalí, absolutamente opuesto a las pretensiones de integración del grueso de la antigua milicia maoísta en sus filas, buenas conexiones con fuerzas autonomistas en el Therai –región meridional fronteriza con India, de mayoría religiosa hindú–, junto a buenas conexiones con ciertos sectores del histórico Partido nepalí del Congreso, su posición ha dejado de ser tan sólida como en el pasado, sobre todo por la actual polarización del tablero político nepalí.
Además los dos últimos años de turbulencia política han permitido a China, merced a una generosa política comercial y de apoyo a la construcción de muy necesarias infraestructuras, ganar terreno en Nepal, aminorando así la histórica escora de Khatmandú hacia la órbita de Delhi.
En lo tocante a Bangladesh, la deuda histórica que Dacca mantuvo con India por el apoyo que le prestó en su guerra de liberación contra Pakistán, nunca se concretó en ventajas de tipo sustancial para Delhi. Al contrario, la inestabilidad y turbulencias que plagaron desde el comienzo la historia del nuevo país, las dificultades económicas que impulsaron a millones de bangladeshíes (cerca de 10 millones) a cruzar la frontera para establecerse en los estados indios fronterizos, la animadversión entre hindúes y musulmanes y el afincamiento en territorio bangladeshí de grupos insurgentes indios que operan en varios de sus estados nordestinos, junto a algunos diferendos económicos o territoriales de menor trascendencia, han hecho que las relaciones entre los dos países se mantengan más frías que cautas y, a menudo, singularmente destempladas.
En cuanto a Myanmar, la cerrazón del régimen militar que ha presidido los destinos del país durante los últimos veinte años ha impedido a India establecer relaciones de buena vecindad con el país burmés. Aunque han sido notables los esfuerzos realizados por Delhi para obviar el carácter antidemocrático del régimen de Nay Pyi Taw y el hecho de que un número indeterminado, pero crecido, de grupos insurgentes indios que operan en estados como Nagaland, Manipur, Assam o Tripura hayan establecido sus santuarios en territorio de Myanmar, para concentrarse en proyectos de interés económico común, los logros alcanzados hasta el momento son bastante magros. Coopera a esa marginalidad de los logros el hecho antagónico de que, en el mismo período de tiempo, China ha conseguido una importante penetración económica y militar en Myanmar, es el aliado principal del régimen castrense a la hora de eludir o soslayar los bloqueos de que le hace objeto la comunidad internacional, además del primer beneficiario de materias primas tan sustantivas como hidrocarburos o gemas, rubros económicos por los que también puja, aunque con inferior fortuna, India.
Sri Lanka es un caso más del desplazamiento de Delhi en favor de Beijing en los favores del gobierno de Colombo. La intervención militar india de 1989 en el conflicto étnico-político srilankés, marcó un progresivo distanciamiento entre Delhi y Colombo, cuya relación en el pasado había tenido un carácter casi tutelar. Aunque India ha continuado manteniendo una influencia económica decisiva en la isla, debido a su capacidad suministradora de productos manufacturados a precios competitivos y la ventaja de la contigüidad de sus geografías, el escaso entusiasmo –por razones de pura política interna– mostrado por Delhi en la última fase del enfrentamiento armado mantenido por el régimen del Presidente Rajapaksa contra los Tigres Tamiles (LTTE) de Prabhakaran, –concluido a mediados del 2009 con el aplastamiento de la fuerza militar del LTTE, el aniquilamiento del grueso de sus líderes, incluido el adalid Prabhakaran y con ello el cierre en falso del conflicto entre la mayoría sinhalo-budista y la minoría hindú-tamil–, hacia la mera resolución militar del conflicto, suscitó un creciente, si circunspecto, alejamiento entre ambos gobiernos.
Este distanciamiento fue aprovechado por Beijing para iniciar una progresiva sustitución de la influencia india por la propia en ámbitos militares, diplomáticos y económicos, especialmente concretados en la obtención de una importante base naval en el puerto de Hambantota, al Sur de la isla.
A pesar de todo lo anterior, sigue siendo China el vecino que más quebraderos de cabeza proporciona a la política india. Las fricciones tuvieron un origen temprano: la invasión china de la región autónoma del Tíbet puso por primera vez en contacto directo a los dos países más poblados de Asia e indujo a una inmediata denuncia china de la línea McMahon, frontera acordada entre el imperio británico y el gobierno autónomo tibetano al final de la Conferencia de Shimla (1914), sin el aval de una China desgarrada por la guerra civil. La hostilidad larvada que produjo este disenso, bajo la diplomática capa de una política de buena vecindad, agudizada por el asilo que India garantizó al Dalai Lama cuando éste huyó de Lhasa tras el levantamiento tibetano de 1959, culminó con el enfrentamiento armado de 1962, la derrota india y consecuente ocupación militar china del territorio cachemirí de Aksai Chin. Con antecedentes como estos el entendimiento entre los dos países no podía ser sino problemático.
Y sin embargo el pragmatismo de que ambos países hicieron gala en las décadas posteriores, marcado por la voluntad de mantener sus disensos al margen de los mutuos afanes de desarrollo económico y estabilidad interior, ha ofrecido la imagen de vecinos que, aunque se contemplaban con profundo recelo, eran lo suficientemente sensatos como para orillar sus diferendos y cooperar en ámbitos diplomáticos y económicos de mutuo interés. Los hitos más significativos de este entendimiento han sido el reconocimiento indio de los derechos históricos de la RPCH sobre Taiwán, el silenciamiento chino de su desagrado por la permanencia del asilo del Dalai Lama en la ciudad india de Daramshala –sede además del gobierno tibetano en el exilio– y, sobre todo, el crecimiento meteórico de los intercambios económicos entre los dos países en la última década, cuya entidad ha superado los 30.000 millones de dólares y busca ya la cota de los 50.000 para el próximo quinquenio.
La sabiduría convencional concluiría que, países con ese gigantesco flujo comercial, no deberían tener el menor interés en empañarlo con trasnochados disensos políticos, máxime si ambos están empeñados en una carrera por consolidarse como potencias económicas globales de primer orden. Sólo que si en India la economía hace décadas que es la máxima prioridad para sus gobiernos, no ocurre otro tanto en China donde el régimen comunista aún sigue concediendo al factor político el mayor peso específico a la hora de las grandes decisiones. La memoria del pueblo chino es muy larga y eso también tiene significación política.
Lo anterior se traduce en que China agita de forma recurrente su incomodidad respecto a las actividades políticas del Dalai Lama en favor de la «ilegítima» causa tibetana desde su refugio indio, reitera a través de portavoces oficiosos sus reivindicaciones territoriales en Arunachal Pradesh (saliente de Tawang), esquiva equivalentes reclamos indios respecto al Aksai Chin, elude la búsqueda de acuerdo en los tramos fronterizos de incierta definición en la Línea Real de Control (LAC), militariza a marchas forzadas el sur de Tíbet fronterizo con India, mantiene su pertinaz y eficiente apoyo militar, económico y diplomático al vecino indio más hostil, Pakistán, y se empeña en una expansión naval sin precedentes que rodea el espacio marítimo indio con el denominado «collar de perlas», constituido por grandes estaciones navales concedidas a Beijing por los gobiernos de Myanmar (Chittagong y Sittwe), Sri Lanka (Hambantota), y Pakistán (Gwadar) como reconocimiento a su desinteresado apoyo internacional, dispositivo que amenaza con proporcionar a China la capacidad de interferir con bastante impunidad líneas vitales del tráfico marítimo indio, en especial en lo que atañe a su aspecto energético, cuando la ocasión lo aconseje.
La reacción más visible a esta pertinaz aunque discreta presión china, por parte de India, ha sido su viraje estratégico hacia la órbita estadounidense implícito en el «Acuerdo 123», que aunque inicialmente de ámbito nuclear civil, entraña connotaciones mucho más amplias. China lo encajó con crítica circunspección, pero dejando traslucir que no ignoraba los perfiles más agresivos para ella de dicho Acuerdo.
VIII. Amenazas y tensiones internas
En la arena interior las amenazas para India no son de menor calado. Aparte de la violencia endémica procedente del foco infeccioso de Cachemira que, en los dos últimos años y debido al debilitamiento en el liderazgo paquistaní, a las conmociones provocadas por la sucesión del Gral. Musharraf y al acoso jihadista contra las instituciones paquistaníes, ha adquirido cotas inéditas de impredectibilidad, tres otros vectores de violencia e inestabilidad inciden sobre la vida india.
El primero de ellos es la progresiva radicalización de una mínima parte del colectivo nacional de religión musulmana (alrededor de 156 millones) y la traducción de tal radicalidad en reiterados episodios de violencia terrorista.
Las causas de tal radicalización son muy diferentes –percepción de que los musulmanes se han convertido en los verdaderos marginados de la India actual, por debajo incluso de comunidades situadas muy abajo en la escala de castas; sintonía con el irredentismo cachemirí; carencia de voz en la política india a pesar de la entidad del colectivo; agravios comunitarios recientes e incluso las buenas relaciones indias con los dos países que en la actualidad aparecen como los enemigos más encarnizados de la cosmovisión islámica, Israel y EE.UU–, pero su referencia temporal más inmediata es la demolición de la Babri Masjid en Ayodhya, en 1992, por militantes de la galaxia hindú-nacionalista de la Organización Nacional de Voluntarios (RSS) y su corolario de violencia posterior, la masacre de musulmanes en Gujarat en el 2002, perpetrada con la impunidad que le concedía la pasividad del gobierno central dirigido en la época por el BJP (avatar político del RSS) y la connivencia, si no la activa participación, de funcionarios del gobierno regional gujaratí, también en ese tiempo en manos del Baratiya Janata Party.
El Informe Sachar, encargado por el Dr. Singh poco después de llegar al gobierno en 2004, a fin de sondear principalmente las causas que producían el creciente desapego de la comunidad musulmana respecto a los grandes objetivos nacionales, y concluido a mediados del 2006, evidenció profundos malestares como los arriba reseñados. El debate parlamentario que suscitó y las casi testimoniales medidas económicas y sociales que de sus recomendaciones se dedujeron, no modificaron significativamente la situación anterior de los musulmanes indios.
En estas circunstancias, la proliferación en la última década de organizaciones radicales islámicas de raigambre india –Movimiento de Estudiantes Islámicos de India (SIMI), Indian Mujahedin (IM), Deccan Mujahedin(DM)–, su participación directa o indirecta en varios de los atentados terroristas más importantes de los últimos cuatro años –Bombay, Hyderabad, Jaipur, Delhi, Bangalore, Pune– parece conectar con ese malestar comunitario inadecuadamente confrontado por los gobiernos indios, el cual ha comenzado a adquirir un potencial de desestabilización y un acento jihadista que han sido reconocidos como muy preocupantes por las agencias antiterroristas indias a partir del 2008.
La segunda es la pervivencia y extensión del radio de acción de la insurgencia maoísta o naxalismo, hasta el punto de que el propio PM Singh ha reiterado en los dos últimos años su catalogación del fenómeno como «la primera amenaza para la seguridad y estabilidad interna del país».
El naxalismo no es un fenómeno nuevo en la vida india. Apareció en la década del 60 en zonas tribales de West Bengala, catalizado por una ideología maoísta adaptada a las aspiraciones del extenso cinturón tribal indio. Su actividad insurreccional fue tempranamente controlada por la acción contundente de las Fuerzas de Seguridad Indias (FSI) y por la endémica práctica fraccionalista de los movimientos maoístas. A finales de la década de los 80, y coincidiendo con los primeros brotes de crecimiento económico, que hicieron de la riqueza en materias primas que celaban las poblaciones tribales objetivo altamente codiciado, el naxalismo volvió a levantar la cabeza.
En la actualidad la actividad del movimiento maoísta se extiende a lo largo de una ancha franja que cruza India de nordeste a sudoeste, afecta a estados como W. Bengala, Bihar, Orissa, Uttar Pradesh, Jharkhand, Chhattisgarh, Madhya Pradesh y Maharashtra, distorsiona la vida en de 233 de los 625 distritos territoriales de India y produce cada año por encima de las 900 de víctimas mortales (según la poco dudosa contabilidad del Portal Antiterrorista para Asia Meridional, SATP) (12), a más de interferencias desastrosas para el desarrollo de las actividades económicas.
Aunque el número naxalitas armados sobre un extensísimo territorio pudiera no rebasar los 20.000 efectivos, el amplio apoyo que obtiene de las poblaciones tribales en que arraigan, la inexistencia de presencia de la administración estatal (y menos central) en vastas extensiones de los estados afectados, las connivencias entre políticos locales y dirigentes naxalitas (a efectos electorales, con su ineludible correlato económico) y la sorprendente ineficacia de las agencias de seguridad estatales, no sólo para controlar, sino siquiera para impedir la expansión del movimiento maoísta –al que por otra parte no se le reconocen conexiones activas con la remota matriz china–, se combinan para hacer de él esa intratable amenaza a que hace referencia el Dr. Singh.
En los estados del Nordeste indio –popularmente conocidos como «Las siete hermanas»– continúan activos numerosos focos de insurgencia de carácter étnico. Estos siete estados –Sikkim, Arunachal P., Assam, Nagaland, Manipur, Mizoram, Tripura, y Meghalaya– estuvieron débilmente integrados en el mundo colonial anglo-indio y fueron objeto de intensas actividades de cristianización. Su escasa población es de tipo burmo-nepalí y su identificación con las ideas fundacionales de la nación india bastante tenue. Nagaland, como se ha mencionado anteriormente, fue forzado por Nehru a integrarse en la Unión, arrebatándole un derecho a la independencia que la mayor parte de la población consideraba adquirido y refrendado por promesas británicas.
Fueron por tanto grupos independentistas nagas los que alzaron la antorcha de la insurrección, pero tras su fracaso, pronto le siguieron otros muchos bajo las más dispares etiquetas étnicas o ideológicas –en especial los bodos, quizá el colectivo más numeroso, asentado además entre Assam. Tripura y Nagaland–, a menudo antagonistas entre sí. En la actualidad las insurgencias regionales, que alcanzan a cubrir otros 50 distritos administrativos, si no ponen en cuestión la integridad del territorio nordestino indio, sí dificultan la acción del estado en región tan crítica por su peculiar ubicación geográfica, –Manipur es una de las desembocaduras del Triángulo Dorado del narcotráfico burmo-thailandés; no es extraño por ello que el número de grupos insurgentes que infecta su territorio se eleve por encima del centenar y medio–, distorsionan la convivencia debido a las derivas mafiosas de parte de dichos grupos y dificultan poderosamente la inclusión de las poblaciones en ellos asentadas en las corrientes de desarrollo económico que actúan sobre la mayor parte de India.
Para cerrar este breve repaso de las amenazas internas a que se enfrenta India, convendría mencionar la aparición en los últimos años de evidencias de implicación en actividades terroristas –habitualmente en perjuicio de la comunidad islámica, pero también, aunque en inferior escala, contra la minoría cristiana– de elementos situados en la órbita ideológica hindú-nacionalista o Hindutva. Es difícil en este momento calibrar la trascendencia de esos brotes de radicalismo, si bien su impacto podría ser atajado por una rápida y contundente acción de las FSI, coordinada con la adecuada actuación de los Tribunales de Justicia, que hasta ahora ha brillado por su ausencia.
IX. El espectro securitario
Frente al cúmulo de retos y amenazas que se le plantean en los ámbitos exterior e interior, India despliega un vasto aparato securitario encabezado por unas Fuerzas Armadas integradas por 1.300.000 efectivos regulares, mas de 1.000.000 encuadrados en unidades de reserva y 1.200.000 efectivos paramilitares, es decir fuerzas de carácter eminentemente policial, pero con entrenamiento, equipamiento y encuadramiento militar. Se trata del segundo ejército profesional más numeroso del mundo después del de la RPCH. La valencia de este gran contingente armado queda rebajada debido a que una gran porción del mismo ha quedado «encallado» –alrededor de 600.000 efectivos del Ejército regular y otros tantos de las fuerzas paramilitares– en el conflicto cachemirí y en labores de vigilancia de las zonas fronterizas indo-paquistaní e indochina del estado de Jammu&Kashmir.
Lo completa la existencia de una variada panoplia de fuerzas policiales de base estatal –las fuerzas paramilitares arriba mencionadas dependen del poder ejecutivo central– cuya entidad supera el millón de efectivos y la actividad de un conjunto de Agencias de Inteligencia que, en número de ocho, y tras los atentados de Bombay del 2008, coordina la recién establecida Agencia Nacional de Inteligencia (NIA).
Las Fuerzas Armadas Indias han demostrado, tanto en las campañas bélicas en que han sido empeñadas, como en las Misiones de Paz de la ONU en que han participado, un alto nivel profesional y niveles técnicos comparables al de los mejores ejércitos del mundo. Sin embargo, a pesar de incrementos significativos en los sucesivos Presupuestos de Defensa, que en el bienio posterior al 26-N han supuesto el aumento acumulado del 23%, aproximadamente equivalente al 2,7% del PIB, sus capacidades operativas han venido experimentando un lento pero constante deterioro.
Las causas de éste son diversas: pérdida del prestigio social que conllevaba la profesión de las armas hasta hace una década –en ese período el Ejército resultaba la profesión más atractiva para las generaciones jóvenes, aparte de la institución más valorada por la sociedad india– en favor de las más lucrativas y menos abnegadas profesiones derivadas de la era tecnológica, la cual ha provocado déficits de alrededor de 12.000 oficiales de rango medio en las filas del Ejército de
Tierra y cifras equivalentes en los componentes naval y aéreo; retrasos injustificados en los programas de modernización de sistemas de armas claves, como las fuerzas acorazadas, la artillería de campaña, los aviones de supremacía aérea, el arma submarina o el sistema de radares de la Defensa Aérea, demoras en gran medida achacables a la incuria de la burocracia estatal central que los gestiona; dureza extremada de la vida militar –los períodos de destino en la zona de guerra de Cachemira se repiten durante una carrera militar tipo–, sobre todo comparada con la relativa placidez y provecho económico que proporcionan dedicaciones laborales alternativas; agravios salariales comparativos respecto a los integrantes de las otras dos grandes ramas de la administración, la IAS (especie de cuerpo general de la burocracia central) y el IPS (Servicio Indio de Policía, también de carácter central). El hecho es que las Fuerzas Armadas Indias han perdido parte del mordiente disuasivo que en otro tiempo tuvieron.
En cuanto a las fuerzas policiales, tanto las de obediencia central como las de base estatal, lo menos que se puede afirmar es que su entidad se halla muy por debajo de los estándares de la mayoría de los países desarrollados con muchos menos problemas internos de los que afectan a India. Su entrenamiento, equipamiento, dirección y coordinación –especialmente en lo que respecta a las policías estatales– son muy someros y su efectividad reducida. Además, las sinergias entre fuerzas centrales y estatales se producen de manera muy dificultosa (como resulta cada vez más evidente en su incapacidad de atajar la acción y expansión del movimiento naxalita, a pesar de la voluntad del gobierno de poner coto a sus desmanes) lastrando su eficacia en la lucha con las amenazas interiores que anteriormente se han reseñado.
El sistema de Inteligencia indio es comparativamente reducido con respecto a los retos a los que se enfrenta el país, que en la actualidad han adquirido, también para India, un carácter marcadamente global.
Lastran su actuación una cultura más policial que de Inteligencia en su más amplio sentido y el marchamo de su creación durante la Guerra Fría, lo que repercute negativamente a la hora de enfrentarse a amenazas globales, las cuales exigen el establecimiento y cultivo de fluidos canales de cooperación con los Servicios de países con similar problemática. Sus éxitos, que sin duda han existido, resultan desconocidos para el gran público, pero sus fracasos han quedado bastante crudamente expuestos en los últimos años.
Para finalizar y aunque sólo sea para introducir un sobrio contrapunto a los desbordados optimismos mediáticos que prevalecen sobre la «emergencia de India», me permito citar extensamente un reciente y pertinente dictamen de Ajai Sahni, avezado analista político, Director del Instituto de Gestión de Conflictos de Delhi y del South Asia Intelligence Review (13): «en la formulación actual, la solución desarrollista a la violencia política generalizada no es viable y, de hecho, se basa en la negación de las realidades sobre el terreno. Entre estas realidades cabe contar el fracaso a la hora de reconocer la inmensa magnitud de las presiones demográficas sobre los recursos, la naturaleza del desarrollo modernizador –en general su baja capacidad para la generación de empleo adicional– y el hecho de que a menudo es en sí mismo desestructurador.
En todo caso el desarrollo no es una mera cuestión de elección. No se trata de que a lo largo de los últimos 60 años los sucesivos gobiernos hayan tomado la decisión política deliberada de mantener subdesarrolladas grandes zonas del país y de que nuestra resolución para reforzar el desarrollo vaya a lograr ahora de forma inmediata la igualdad y prosperidad deseadas para todos. En realidad la demografía, por sí sola, convierte en inalcanzables los objetivos de «desarrollo» o prosperidad universal.
Peor aún, el régimen de corrupción de India, incluso en circunstancias normales, limita de forma severa la repercusión real del gasto en desarrollo destinado a los grupos elegidos. En 1989, durante su mandato como primer ministro, Rajiv Gandhi afirmó que «de cada rupia destinada al desarrollo rural sólo 15 céntimos llegan al terreno».
Y sigue Sahni, «en situación de descomposición generalizada del imperio de la ley y de colapso institucional, desaparece del todo incluso esa limitada rendición de cuentas que se da en los gobiernos en circunstancias normales. En consecuencia, «las fugas» (en las inversiones productivas) acaban por arrasar la reserva de recursos para el desarrollo y las remesas de ayuda asignadas a regiones que padecen violencia política generalizada... En consecuencia, incluso en casos en que los proyectos pudieran haber alcanzado importantes beneficios –a pesar de las «fugas»–, la aplicación resulta prácticamente imposible. Los limitados éxitos del esfuerzo en favor del desarrollo se ven contrarrestados con creces por la huída del capital privado –e incluso de la inversión del sector público– en situaciones de amplia incertidumbre política y bajo un régimen de extorsión generalizada y de corrupción política y administrativa».
Y concluye el analista indio, «La cruda realidad es que habrá que hacer frente a la amenaza de la violencia política fundamentalmente merced al recurso de la fuerza y a operaciones de «policía», y ello sin duda alguna en un futuro inmediato. Solo tras la restauración en un grado mínimo de la legalidad y de la hasta la fecha inexistente eficacia en el funcionamiento del sistema judicial, será posible restablecer la autoridad y las funciones de la gobernanza en las anchas zonas en las que impera hoy la subversión y la desestructuración extremistas».
Veredictos tan sombríos como éste, justifican de sobra la desasosegante interrogación reflejada en el título de este trabajo.
X. Conclusiones
De lo anteriormente expuesto se pueden extraer una serie de conclusiones:
– El notable crecimiento económico que India ha venido experimentando en los tres últimos lustros no es suficiente, por sí mismo, para garantizarle un desarrollo general que apuntale su aspiración a la condición de gran potencia.
Para que esto pudiera ocurrir, dicho crecimiento tendría que acercarse y consolidarse en cifras cercanas al 10%, además de incrementar notablemente su carácter inclusivo, que hasta ahora no ha sido sino una vaga aspiración de parte del espectro político.
Ambas cosas exigirían una más amplia liberalización del sistema económico y la decidida apuesta gubernamental por mejorar y expandir el sistema educativo, a fin de cualificar a su joven contingente poblacional para los retos laborales de las próximas décadas.
– En política interna India se enfrenta a la incógnita de la próxima sucesión en la línea de la dinastía Gandhi-Nehru. Esta posiblemente se planteará para las próximas Elecciones Legislativas de la primavera del 2013. En ese momento lo más probable es que el gubernamental Partido del Congreso (PC), presente como candidato al puesto de Primer Ministro a Rahul Gandhi, hijo del difunto Rajiv y de la actual Presidente del Congreso, Sonia Gandhi.
Si la tendencia del voto de las dos últimas elecciones no se modifica, habida cuenta de que el principal partido de la oposición, el BJP, ha fracasado hasta ahora en conciliar un proyecto económico modernizador con su arcaica raigambre hindu-nacionalista, Rahul Gandhi podría ser elegido a la cabeza del Ejecutivo. De ser así, un político joven (40 años actualmente) y con escasa experiencia en tareas de gobierno, se encontraría al timón de la mayor democracia del mundo, además de al frente de una formación política marcadamente gerontocrática como el PC –si bien con el concurso de la «regencia» de su madre–, lo que en el mejor de los casos constituye una apuesta preñada de incertidumbres.
– La nunca explícita, pero evidente, alianza estratégica con EE.UU podría resultar menos eficaz y más onerosa de lo que los políticos indios calcularon. La valencia económica y política de Washington ha comenzado un lento declive que reforzará sus cíclicas tendencias aislacionistas y dificultará a Delhi obtener las contrapartidas deseadas de su tardía incorporación a la órbita estadounidense.
Al contrario, esta cercanía podría colocar a India en rumbo de colisión más o menos próximo con su gran rival asiático, la RPCHN y su aliado regional Pakistán, según reciente y crípticamente afirmó un portavoz oficioso de Beijing (14): «La elección de India de acercarse a los lejanos y hostilizar a los cercanos», sin la garantía absoluta de contar con Washington en momentos en que la tensión regional alcanzase peligrosos cotas de ignición. De forma más inmediata dificultará a Delhi la consecución de un puesto permanente en el CS/ONU.
– Es por ello que no parece viable a corto plazo que India sea capaz de amortiguar los dos focos más inmediatos de tensiones regionales (Cachemira y Pakistán, con su derivada afgana) y se vea obligada a enfocar su futuro con el lastre y las amenazas inherentes a la vigencia de ambos conflictos.
– La resolución de al menos dos de las vulnerabilidades internas que hemos mencionado –el creciente despego de la comunidad musulmana, con su correlato terrorista, del proyecto nacional y la contención del fenómeno naxalita– tampoco parece muy cercana, en tanto que ello entrañaría, por un lado, el reenfoque de tal proyecto hacia una real comunidad nacional pluricomunitaria –lo cual suscitaría destempladas reacciones de los partidarios del Hindutva– y por otro reformas estructurales en las Fuerzas Policiales e incluso enmiendas a la vigente Constitución, para permitir a los efectivos paramilitares centrales participar con mayor fluidez en actividades anti-insurgencia, medidas que no parecen estar entre las prioridades inmediatas del gobierno.
– En esas circunstancias, pensar que la locomotora económica será capaz por sí sola –si es que logra mantener su actual velocidad de crucero– de alejar a India del resto de sus dificultades, resulta cuanto menos un poco justificado ejercicio de optimismo.
Ignacio Prieto Vázquez, en ieee.es/
Notas:
(8) The Global Competitiveness Report 2008
(9) Dipankar Gupta, The Caged Phoenix. Can India Fly? Penguin/Viking, Delhi 2009
(10) Dipankar Gupta, The Caged Phoenix. Can India Fly? Penguin/Viking, New Delhi 2009
(11) The Fund for Peace, Index of Failed States 2009, Washington hacia su vecino oriental, la cual a partir del conflicto afgano-soviético (1979-1989), adoptó un claro perfil jihadista.
(12) Ajai Sahni, Ajai Sahni, Counter-insurgency.Some Myths and Principles.Ajai Sahni, SATP junio 2010
(13) Ajai Sahni, Crecimiento, pobreza y futuros de la seguridad interna. Dossier sobre India, Vanguardia n. º 27, abril/junio 2008.
(14) China and India: Rivals always, partners sometimes. European Union Council for Foreign Relations, 2009
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