Introducción General
El título de nuestro trabajo posee en sí mismo un profundo significado que apunta el sentido y la dirección esencial por donde deseamos orientar esta investigación. La íntima relación entre la gracia de la vocación y la tarea de discernir la llamada lleva necesariamente a un encuentro primordial entre Dios, que dona la vocación, y el ser humano que en está abierto radicalmente a la gracia divina. De este fundamental punto de partida, se despliegan tres vectores que indican la pretensión de esta investigación: profundizar en la teología de la vocación, conocer los elementos de la espiritualidad de la vocación presbiteral y manejar categorías psicológicas que nos ayudarán a comprender en profundidad el dinamismo vocacional.
Tales vectores existen en función del discernimiento vocacional y cada uno de ellos forma las bases esenciales donde queremos sostener este proceso. En este sentido, nuestra tesis defenderá la revelación divina como llamada; la importancia de hacer llegar al candidato un previo entendimiento, espiritual y existencial, de la vocación a la cual se aspira y, por último, el necesario diálogo en clave vocacional entre la teología espiritual y las ciencias humanas que auxilia en el proceso del conocimiento y madurez de las personas en vista de un discernimiento más integral.
La certeza de que Dios continúa y continuará dirigiendo una llamada vocacional a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y las dificultades que se presentan desde el punto de vista personal y social para discernir, asumir y llevar adelante la vocación son las dos primeras motivaciones para esta investigación. Salvo la iniciativa divina, una vocación bien discernida, esto es, que tiene en consideración los vectores señalados y que serán desarrollados en los capítulos de este trabajo, abre mejores posibilidades para que la persona encuentre y responda auténticamente a su vocación. Si una persona manifiesta su vocación, es importante ayudarla a descubrirla y a trillar caminos de discernimiento y los contextos en todas sus dimensiones.
Los ruidos generados por las crisis vocacional y moral que ha vivido la Iglesia son asumidos en este trabajo como una tercera motivación y excelente oportunidad de acercarse de los fundamentos teológicos, espirituales y psicológicos que orientan la vocación en su dimensión más profunda. «Esto es valioso, porque sitúa toda nuestra vida de cara al Dios que nos ama, y nos permite entender que nada es fruto de un caos sin sentido, sino que todo puede integrarse en un camino de respuesta al Señor, que tiene un precioso plan para nosotros» (Christus Vivit 248) [1]. Conscientes de lo más esencial y de la elaboración de una sólida reflexión sobre la vocación en sus más diversas dimensiones, será posible dar un paso posterior hacia un trabajo pastoral más eficaz que ayude en la superación de los obstáculos del camino vocacional.
Para alcanzar los objetivos propuestos e intentar responder a las motivaciones expresadas en este trabajo, lo dividimos en tres capítulos con sus títulos y subtítulos que, concatenados entre sí, nos ofrecerán algunas claves para el discernimiento vocacional. Ante la amplitud del tema, hemos decidido metodológicamente, partir de la teología de la vocación general, pero con centrándonos en la vocación presbiteral. También cabe resaltar que, sin dejar de considerar las demás dimensiones de la formación, que es integral, optamos por profundizar en la dimensión humana para que, en un diálogo con la psicología, encontremos categorías equivalentes en vista de una mejor sistematización del tema.
El otro criterio metodológico a considerar se relaciona con las fuentes utilizadas para nuestra investigación. Hemos recorrido las Sagradas escrituras y utilizado el recurso de la interpretación bíblica en vista de una mejor comprensión de las llamadas vocacionales del Antiguo y Nuevo testamentos. Del mismo modo, analizamos e interpretamos algunos documentos conciliares y posconciliares del Magisterio como Lumen Gentium, Presbyterorum Ordinis, Optatam Totius, Pastores Dabos Vobis, Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis. Para el diálogo con la psicología, recorremos a la Antropología de la vocación cristiana de Luigi Rulla como referencia, siempre apoyados por autores de la misma escuela psicológica que sientan las bases científicas a la argumentación.
Dicho esto, apuntar que el capítulo I se centrará en la reflexión sobre el don de la vocación en sus aspectos teológicos que implican una antropología, cristología y eclesiología. Estos elementos de la teología de la vocación son la base donde se origina, fundamenta y gana sentido todo el proceso vocacional. En este sentido, el capítulo mantendrá un orden: desde el momento en que Dios que se autocomunica creando, llamando y manteniendo una relación dialogal con el ser humano, hasta en el que el ser humano acoge la llamada en un constante proceso de conversión y configuración a Cristo.
El capítulo II presentará un itinerario teológico espiritual de la vocación presbiteral a la luz del Concilio Vaticano II y de algunos documentos posconciliares. Este camino tendrá tres etapas fundamentales que pretende revelar los contextos sociales y culturales que afectan a la vocación; una imagen presbiteral y un camino formativo como presupuestos orientadores para el discernimiento de los candidatos. En síntesis, la tríada contexto-identidad-formación apuntará hacia un horizonte concreto de la vocación presbiteral a ser conocido, discernido y asumido por el sujeto que aspira tal vocación.
Por fin, el capítulo III retomará los criterios eclesiales de la vocación presbiteral como la recta intención, la plena libertad y la idoneidad aclarando sus definiciones y ofreciendo indicadores objetivos para el discernimiento vocacional. Conscientes de los rasgos antropológicos y psicológicos que marcan este itinerario, el capítulo concluirá su reflexión exponiendo algunos aspectos de la Teoría de la autotrascendencia en la consistencia de Luigi Rulla. Así, apoyándonos en una antropología de la vocación cristiana, será posible apropiarnos de algunas categorías comunes que surgen del diálogo entre la teología de la vocación y la psicología, y avanzar hacia una sistematización integral del camino vocacional recorrido en este trabajo.
Dicho lo cual, es importante resaltar la amplitud del tema y sus muchas y diversas conexiones, imposibles de abarcar en su totalidad. Más aún fui haciéndome consciente de los límites que existen para concretar algunos puntos de esta investigación teniendo en cuenta los grandes desafíos que la Iglesia, los formadores y candidatos enfrentan en la actualidad para discernir la vocación. Por eso, no se trata de dar respuestas cerradas a las cuestiones vocacionales acerca del discernimiento, sino de contribuir con el debate y posibilitar desde la teología espiritual y de otras ciencias humanas respuestas y prácticas más coherentes a la llamada divina en nuestros días.
Capítulo I: Teología de la vocación
Ante los desafíos que enfrentan la vida consagrada y presbiteral en la Iglesia universal, se entiende la urgente necesidad de una mejor comprensión teológica, antropológica, cristológica, eclesiológica en clave vocacional [1] para ayudar a superarlos. Con esto, en este capítulo se presenta una teología de la vocación, considerando algunos elementos fundamentales que constituyen la experiencia vocacional cristiana tan importante para la espiritualidad.
Dichos elementos de la vocación de especial consagración tocan en el núcleo de las reflexiones sobre la gracia de la vocación. Se asientan así las bases para un diálogo interdisciplinar entre la teología, la antropología y la psicología, y se posibilita un mejor conocimiento de la imagen de Dios –que llama– y del ser humano –que responde–, así como de las prácticas de discernimiento vocacional tan importantes para una elección más acertada y una existencia más coherente con la llamada recibida.
Ante la estrecha conexión entre la teología y la antropología, las imágenes de Dios y la concepción bíblica del ser humano serán entendidas aquí como dos realidades inseparables, pues en la antropología cristiana una no puede ser entendida sin la otra. En cuanto a la comunicación como vocación, Dios dirige su llamada al ser humano, este a su vez, apoyado en una antropología vocacional, es capaz de responder a su Creador y Señor.
El carácter dialógico relacional entre Dios y el ser humano es una clave que acompañará a toda la reflexión sobre la vocación en este capítulo. En un primer momento se conocerá la imagen de este Dios que habla a la persona y la invita a una vocación. En segundo lugar, se presentará una antropología basada en la comprensión bíblica que presenta al ser humano con un claro destino existencial. Esta experiencia teológica espiritual y vocacional se analizará también dentro de los contextos culturales, con el objetivo de lograr una mejor comprensión del tema.
Por lo tanto, el Dios que dirige una palabra a la humanidad, el ser humano que es capaz de escucharla y los contextos contemporáneos donde Dios continúa llamando serán la base de la teología vocacional, que se desarrollará a continuación. De estos temas generales se desarrollarán otros elementos que reflejen perfectamente el sentido de la gracia de la vocación y la tarea de la persona llamada a discernir.
1. La Palabra de Dios dirigida al ser humano como llamada
1.1. La comunicación es vocación
En la historia de la salvación, Dios se revela por la Palabra. Por medio de ella,
«Dios no solo comunica algo de sí, algo que está implícito en toda palabra, sino que pide algo a alguien, al que llama, manda, promete, juzga» [2]. En este sentido, es posible afirmar que la comunicación divina posee un gran rasgo vocacional que será desarrollado en este primer apartado como llamada creadora, dialogal y encarnada.
Dios se dirige al ser humano llamándolo a la existencia. Por la fuerza de su Palabra crea al ser humano a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 27), le invita a un diálogo de amistad y le concede la gracia de la participación divina. Así pues, queda marcado desde el origen humano un itinerario que progresivamente conduce a la realización de la vocación del ser humano en su Creador y Señor.
El concepto bíblico del término latino vocare [3] ayuda a comprender la fuerza de esta Palabra en la propia historia de la salvación. Vocare es entendido con el significado de llamar, invitar y, finalmente, adjudicar un nombre a una persona. En este sentido, Dios dirige su llamada al ser humano, invita a una relación interpersonal e impone un nombre que genera una nueva identidad y configura la existencia de la persona, otorgándole la gracia de la vocación fundamental de ser hija de Dios [4] (cf. Jn 1, 12; 1Jn 3, 1).
La vocación es siempre una gracia donde Dios tiene la iniciativa libre y amorosa de salir al encuentro del ser humano y a él dirigir una llamada vocacional, que es fundamentalmente la participación en la vida divina. El Concilio Vaticano II expresa esta radical actitud de Dios con las siguientes palabras: «En esta revelación, Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1Tm 1, 17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33, 11; Jn 15, 14-15), trata con ellos (cf. Ba 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía» [5] (DV 2).
Ante la primacía de la bondad y sabiduría de Dios, que se revela y dirige una llamada a la vocación, el ser humano no puede sino acoger, discernir y responder, asumiendo su tarea de colaborar con la gracia de la vocación recibida. Se profundizará sobre esta cuestión más adelante, en un segundo apartado sobre la antropología vocacional. Pero antes, vale resaltar que la persona también es libre para rechazar la llamada. En este sentido cuando por alguno motivo el ser humano resiste a la voluntad divina, su vida y vocación queda vacía, superficial y sin sentido.
En la historia de la salvación siempre ha tenido ejemplos de rechazo a la llamada divina. Además de la desobediencia del hombre a Dios después del relato de la creación (Gn 3, 6), o del miedo y desobediencia del profeta Jonás en no asumir la misión dada por Dios (Jon 1, 2-3], hay un clásico relato sobre “el joven rico” que muchas veces es utilizado como ejemplo de negativa a la llamada vocacional:
«Cuando se puso en camino, llegó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: -Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna? Jesús le respondió: - ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios. Conoces los mandamientos: (…). Él le contestó: - Maestro, todo eso lo he cumplido desde la adolescencia. Jesús lo miró con cariño y le dijo: - Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después vente conmigo. A estas palabras, el otro frunció el ceño y se marchó triste; pues era muy rico (…)» (Mc 10, 17-22) [6].
John R. Donahue y Daniel J. Harrington comentando sobre esta parábola afirman que en este caso a riqueza é retratada como un obstáculo para el joven rico seguir a Jesús. El rechazo a la invitación de Jesús surge de su reluctancia de asumir el estilo simple e itinerante del Maestro. En una última palabra, sus bienes eran obstáculos a la participación en misión de Cristo, o sea, en para responder libremente a la llamada divina [7].
«Y más importante aún es el hecho de que tanto las parábolas de las que se servía Jesús, como los lances de su ministerio ponen de relieve la seriedad y el alcance del desafío que planteaba y de la respuesta a la que urgía» [8]. La llamada de Jesús a su seguimiento es radical como se ve en la parábola del joven rico y la respuesta hay que ser libre, confiada y alegre para servir. Bien distinta de la respuesta del joven rico que a pesar de sus buenos valores y deseos, no le fue posible afrontar el estilo de vida propuesto por Jesús.
Independiente de la respuesta del ser humano, en la revelación, Dios se comunica con la humanidad. Él dirige una Palabra al ser humano donde refleja la voluntad divina. La acogida de la gracia de la vocación tiene lugar en la colaboración entre Dios ‒que viene al encuentro del ser humano‒ y la persona ‒que asume la libre tarea de discernir y responder a este llamamiento‒. Esta dinámica se da en una búsqueda constante busca de la voluntad de Dios para la realizarse vocacionalmente.
Este itinerario vocacional pasa necesariamente por la primacía de la Palabra de Dios dirigida a la persona. Junto a esta relación fundamental donde Dios se comunica en clave vocacional, será posible captar la imagen de un Dios cercano, pues «solo se puede comprender a Dios que llama a alguien, cuando en su llamada comunica algo de sí y propone un mensaje de salvación» [9]. Así, la revelación de Dios se caracteriza por una llamada creadora que salva, como se explicará a continuación.
1.2. Un Dios que llama creando
La persona que se siente llamada en algún momento experimenta en su vida un Dios «personal y trinitario, revelado en las tres personas divinas, que se comunica ‘desde arriba’ (Ej 31) en el don de la creación, en la kénosis de la encarnación y en la inhabitación del Espíritu Santo, haciendo ser, vivir y obrar en el ámbito de lo divino» [10]. Esta experiencia que se da entre el Creador que se comunica con su criatura es fundamental para revelar la imagen de Dios que llama creando, por la fuerza de Su Palabra.
El papa Benedicto XVI afirma que «la creación es el lugar en el que se desarrolla la historia de amor entre Dios y su criatura. Por tanto, la salvación del hombre es el motivo de todo» [11] (VD 9) y esta salvación ya empieza por una llamada creadora. En este sentido, es posible relacionar la creación y la salvación como vocación fundamental del ser humano. La fe en Dios creador toma forma concreta en el primer artículo del Credo, sostenido en el relato bíblico de Génesis sobre la creación, donde Dios crea por Su Palabra. También, como destaca Ruiz de la Peña:
«En varios lugares se habla de la creación por la palabra. Como Dios llamó a Israel para hacer de él su pueblo (Is 45, 3-40; Is 48, 12; Is 54, 60), así llama las cosas al ser (Is 48, 13: Yahvé llama a los cielos y estos comparecen ante él) (…) La creación, pues, es ya inicio del diálogo histórico-salvífico; el mundo, como la historia, no se construye según una secuencia anónima de causas y efectos, ni está al arbitrio de una fuerza ciega, sino de un ser personal, dialogal, que piensa, quiere y llama a las criaturas» [12].
El diálogo histórico-salvífico del Dios que llama el ser humano desde la creación se realiza en una experiencia personal, donde Dios se dirige a la persona por el nombre. Este hecho confiere, además del conocimiento íntimo en el trato de Dios con su criatura, una existencia e identidad al ser llamado. Ruiz de la Peña ayuda a comprender que «en las culturas semíticas, el acto de nombrar conlleva una potestad cuasi omnímoda, que lo que no tiene nombre no existe, y que el nombre de una cosa, al notificar su identidad, le otorga su capacidad funcional, es el ser mismo de la cosa» [13].
Así pues, es posible entender que la creación abarca también una llamada vocacional en que la persona renace existencialmente. Este acto libre y amoroso de Dios de llamar al ser humano por el nombre transforma radicalmente su vida:
«Aquí se percibe también la fuerza de la llamada, de la vocación, que a veces va acompañada de un nombre nuevo (Simón será Cefas, latinizado como Pedro; Saulo de Tarso será Pablo), con toda la implicación que supone de una nueva existencia, de una nueva realidad que se recibe en la llamada y que se constituye en ella y a través de ella» [14].
En los padres de la Iglesia es posible encontrar la base que fundamenta una teología del nombre, en cuanto a la vocación cristiana y bautismal. Cuando se bautiza a la persona nacida de nuevo en el Espíritu, esta asume una nueva identidad y recibe el nombre que la identifica como nueva criatura de Cristo [Gal 6, 15; 2 Cor 5,17]. Así habla Gregorio de Nisa sobre los que recibieran por el bautismo la gracia de ser llamados cristianos:
«Ya que esta gracia nos ha sido dada de lo alto, es justo que antes que nada consideremos la magnitud del don, para que demos dignamente gracias a Dios, que tanto nos ha dado; después, que nos mostremos en nuestra vida conforme exige la grandeza de este gran nombre» [15].
Cuando Dios llama a la persona obsequiándola con la vocación cristiana por el bautismo, la hace nacer en su ser divino como hija en el Hijo. En este sentido, relacionando la vida del cristiano con Cristo, Gregorio de Niza señala en su obra Sobre la vocación cristiana que asumir esta nueva vida es al mismo tiempo un don y supone una gran exigencia. El don de ser creado, llamado por el nombre a participar de la vida de Cristo, y la exigencia de discernir esa llamada fundamental para reflejar a Cristo en toda su vida.
Así, la creación puede ser considerada como la primera llamada de Dios al ser humano creado a Su imagen y semejanza [Gn 1, 27]. En este acto vocacional, la criatura, al mismo tiempo que recibe su condición creatural, recibe también su origen y su destino divino, que se realiza únicamente en la relación con su Creador. Dios «llamó a la existencia lo que no existía» [Rm 4, 17], dándole vida, nombre y una vocación cristiana. Esta creación como llamamiento, además de criar al ser humano, lo invita a una nueva existencia que solo puede ser sostenida en una profunda y constante relación dialogal entre el Creador y su criatura, que es capaz de garantizar un coloquio vocacional que revela a Dios que llama, crea y acompaña con Su gracia.
1.3. La vocación como relación dialogal
El Dios que se revela en la experiencia vocacional es radicalmente el Otro y, por lo tanto, distinto del ser humano. Esta diferencia está marcada principalmente por la realidad pecadora de la criatura llamada desde su creación. El padre de la Iglesia Gregorio de Nisa reflexiona sobre la vocación cristiana e indica que, basándose en las Escrituras, «la primera plasmación del hombre fue a imagen de la semejanza de Dios» [16] y que, frente a la negación humana al proyecto divino donde genera el pecado, «la buena nueva del cristianismo es la restauración del hombre a su primitiva dignidad» [17] que se da para siempre en Jesucristo.
Según Benedicto XVI, la relación entre el Dios que llama con Su Palabra y el hombre que responde con su existencia apunta para Cristo, pues «estamos verdaderamente llamados por gracia a conformarnos a Cristo, el Hijo del Padre, y a ser transformados por Él» (VD 22). Esta referencia cristológica es la única garantía de que haya un coloquio vocacional sostenido en la misericordia de Dios que interpela y conduce al ser humano a responder la llamada con gratitud y generosidad.
La comunicación de Dios con el ser humano que, desde Su bondad infinita, que dirige Su Palabra acercándose a la fragilidad humana, revela la capacidad de la persona en acoger la llamada de Dios, por haber sido ella misma creada para un destino de salvación. Todo eso tiene su raíz en Dios que mira a la persona con amor, es decir, que pone su mirada y su gracia en el ser humano e inicia un diálogo de salvación. Esto es, Dios sitúa sus ojos de misericordia en la persona y le ofrece su favor.
La gracia fundamental de la vocación es garantizada por antecedencia, pues Dios viene al encuentro con el ser humano, al que acompaña y con el que mantiene siempre abierto un diálogo de amor y misericordia y, a pesar de sus debilidades, el Señor en su infinita bondad y fidelidad le confía una vocación y espera una respuesta de amor y servicio.
En los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, en la contemplación para alcanzar el amor (Ej 231-237) [18], es posible captar claramente la imagen de un Dios que desea y realiza una relación de diálogo amoroso con la persona: «el amor consiste en comunicación de las dos partes» (Ej 231): de Dios que se comunica regalando dones de la creación, salvación y mantiene siempre abierto el dialogo; y del ser humano que «enteramente reconocido, pueda en todo amar y servir a su divina majestad» (Ej 233), entregando su ser a Dios. La respuesta del ser humano al Señor que lo sostiene con la gracia de la vocación como comunicación está sintetizada en la propia oración de San Ignacio vivida desde el punto de vista de una respuesta a la llamada vocacional:
«Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer; Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad, dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta» (Ej 234).
En la «Contemplación para alcanzar el amor», en el «Principio y fundamento» y en toda la dinámica de los Ejercicios Espirituales, puede ser vista la importancia de relación dialogal de Dios con su criatura. San Ignacio en la anotación 15 señala que «deje inmediatamente obrar al Creador con la criatura y la criatura con su Creador y Señor» [Ej 15]. Es decir, un obrar de comunicación amorosa permanente de la parte de Dios que alimenta y mueve la vocación del ser humano a una respuesta cotidiana y existencial.
Solo desde esta experiencia, es posible adentrarse en el misterio de la vocación como relación dialogal que transforma la vida. Una relación en la cual Dios cuenta con el ser humano para tejer un “coloquio vocacional”, donde Él es el dador de la gracia de la vocación y el ser humano el que acoge, con la tarea de discernir y asumir existencialmente esta llamada. En este coloquio, Dios espera la participación libre y consciente de la persona que escucha y acoge la Palabra y obra en la vida extendiendo este diálogo al mundo.
2. El ser humano que escucha la llamada divina
2.1. La capacidad de acoger la llamada
El Catecismo de la Iglesia Católica trata sobre la capacidad humana de acoger la Palabra: «porque ha sido creado a su imagen y semejanza, el hombre tiene capacidad de conocer y acoger la revelación de Dios» [19]. En esta relación fundamental del Creador con su criatura se entiende que «toda la existencia del hombre está bajo la llamada divina» (VD 24). Es decir, hay una existencia vocacional sostenida en la Palabra de Dios que debe ser escuchada por la persona en vista de la comunión. «Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado a un diálogo divino» [20] (GS 19) y necesariamente a una vocación. Pero, como cuestiona el salmista, « ¿qué es el hombre para que Te acuerdes de él (…)?» (Si 8, 4).
El carácter dialógico explicado hasta aquí de la relación del Creador con su criatura conduce necesariamente a una antropología teológica vocacional; es decir, a un acercamiento a la persona desde las Escrituras. En su conjunto, del Antiguo al Nuevo Testamento, «la Escritura entiende lo que la persona humana es, en su núcleo más radical, desde el destino de lo que está llamada a ser: reproducir la imagen del Hijo» [21]. Con este horizonte esencial de la vocación cristiana, se desarrollará este apartado.
El relato bíblico de Génesis, ya en el capítulo uno, ofrece una comprensión del ser humano fuertemente relacionada con su proctología y escatología, su vocación original y final: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra» (Gn 1, 26]). Desde aquí se abre al ser humano un itinerario vocacional, que empieza por la gracia de Dios de llamar creando y consecuentemente donando la vocación, y continúa en un largo proceso de discernimiento y configuración a Cristo, principio y fundamento de su vida y vocación.
En las experiencias vocacionales de la Biblia que implica esta fundamental relación Creador-criatura en el horizonte de una antropología cristiana y vocacional, «Dios le descubre al hombre su carácter de ser libre, ratifica su índole personal y responsable» [22]. Aquí el ser humano se pone delante de su “Señor y Creador”, consciente de su realidad, pero también capaz de responder a la llamada con el drama de la libertad, que es propio de la realidad humana. Solo en esta relación totalmente abierta y libre para Dios, dirigida a realizarse en Cristo y sostenida por la gracia del Espíritu, puede entenderse a la persona en su dinámica existencialmente vocacional.
Aquí se observa claramente uno de los rasgos fundamentales de la antropología vocacional y de la teología espiritual, que es afirmar que el ser humano es capaz de la gracia de la vocación que llega por la Palabra. Esto es, esencialmente creado y elegido a obedecer a la voluntad del Padre como Jesús. El papa Benedicto XVI señala que «cada hombre se presenta como destinatario de la Palabra, interpelado y llamado a entrar en diálogo de amor mediante su respuesta libre» (VD 22). En este sentido es interesante recordar la siguiente afirmación sobre lo que piensa Von Balthasar:
«El hombre tiene ante todo una estructura responsorial. Todo lo que el ser humano puede hacer ante Dios es de carácter responsivo. El hombre es siempre respuesta (Antwort) a la palabra eficaz o la acción elocuente (Tatwort Gottes) siempre primera de Dios. El ser humano ha sido creado con esta disposición radical de capacidad de acoger, escuchar y responder a esta Palabra performativa de Dios» [23].
La capacidad que tiene el ser humano de responder libre y responsablemente a Dios es un elemento clave en una antropología vocacional bíblica y relacional. Esto no significa que sea una relación entre iguales, sino de respuesta obediente del humano a su Señor y Creador. En esta relación, la persona dotada de libertad puede incluso negar la orientación del proyecto de Dios para su vida, frustrando así su vocación mediante la desobediencia. En síntesis, el buen uso de la libertad humana consiste en la obediencia filial a Dios que expresa la capacidad de acoger positivamente la llamada y asumirla en la existencia, como en diversos ejemplos en las Sagradas Escrituras.
2.2. Las llamadas vocacionales en la Biblia [24]
Dios dirige su llamada a personas concretas en la historia. Como indicó el estudio del exegeta y cardenal Martini sobre la vocación en la Biblia, será posible captar elementos los esenciales que constituyen la llamada vocacional en algunos relatos bíblicos importantes como de Abraham, Moisés, Samuel, Jeremías y en los Evangelios sinópticos. Con eso, se hará notar la dinámica vocacional y sus dimensiones fundamentales presente en estos textos de las Escrituras.
a) La vocación en Abraham
En la vida de Abraham como llamada, o como juramento (Lc 1, 72-73) y promesa (Hch 7, 17; Ga 3, 16), queda clara la iniciativa divina de Dios que hace una alianza y se manifiesta (Hch 7, 2) al ser humano. La respuesta humana a la llamada divina es posibilitada por la fe, que marca fuertemente la vida de Abraham, corroborada en la carta de San Pablo a los Gálatas: «Ahí está el ejemplo de Abraham: Creyó a Dios y ello le fue tenido en cuenta para alcanzar la salvación» (Ga 3, 6). Una fe que resiste a las pruebas y tentaciones (Hb 11, 17-19) presentes en la vida humana.
El texto de Hb 11, 8: «Por la fe, Abraham obediente a la llamada divina, salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión y salió sin saber a dónde iba». Es una importante relectura de la llamada de Abraham, que resalta la obediencia total por la fe. Aunque ese relato sea considerado una llamada, Martini ayuda a comprender que:
«El verbo llamar no aparece nunca en todo el ciclo de Abraham para expresar una acción de Dios con él. El uso del verbo “llamar”, referido a la vocación, comienza con los Cánticos del Siervo de Yahvé. “Yo, el Señor, te llamé según mi plan salvador, te tomé de la mano” (Is 42,6). Es aquí precisamente, en este versículo concreto, donde se plantea por primera vez en la Biblia el tema vocacional» [25].
Así que considerar la experiencia de Abraham como llamada confirma la tesis de que, por su Palabra, Dios dirige una llamada al ser humano. En este sentido, esta Palabra divina comunicada a la persona es una categoría fundamental de la vocación. En esta perspectiva, Dios llama a Abraham desde su realidad histórica: tierra, parientes, casa de su padre (Gn 12, 1). Él «es un hombre que se siente puro y simplemente alcanzado por Dios en su identidad para iniciar una historia» [26]. Es decir, llamado por Dios, en su realidad concreta y con un objetivo, que específicamente está relacionado con una tierra y un pueblo.
Con lo visto hasta aquí, es posible destacar cuatro importantes características de la vocación de Abraham. En primer lugar, es el llamamiento de una persona concreta para muchos: «Ya desde el principio este acontecimiento vocacional manifiesta la relación entre singularidad y universalidad que hay siempre en toda vocación» [27]. En segundo lugar, está la fe absoluta de Abraham en un Dios que no termina por aclarar su tarea. Después, vale resaltar que este llamamiento fundamentalmente es una invitación, no una imposición de Dios, que cuenta con la libertad de Abraham. Por último, la ruptura con el pasado y su historia anterior en vista de un futuro completamente nuevo.
b) La vocación en Moisés
La vocación en la vida de Moisés transcurre de modo progresivo como un largo camino que lo conduce a lo que Dios quiere de su vida. Martini, desde el texto de Hch 7, 20-40, observa tres etapas de este itinerario a las que llama respectivamente «educación de Moisés» (Hch 7, 20-22), “generosidad y desilusión de Moisés” (Hch 7, 23-29) y, por último, “descubrimiento de su vocación” (Hch 7, 30-40).
Moisés vive un largo proceso de preparación, en vista de descubrir su verdadera vocación. Desde la educación, él recibe una buena formación egipcia; es generoso cuando intenta defender y vengar el sufrimiento de su pueblo con sus propias fuerzas, y experimenta la desilusión huyendo para el desierto. Todo esto conduce a Moisés a una conversión que va de la autoconfianza centrada en sí mismo a una mayor conciencia de la realidad y absoluta confianza en Dios. Dios le llama desde la zarza por el nombre y le envía para liberar su pueblo de la esclavitud.
La iniciativa divina, que va al encuentro de Moisés en el desierto y lo llama para una misión liberadora, marca fuertemente su itinerario vocacional como progresión. Aquí se hacen notar importantes rasgos de su vocación: la primacía de Dios y el llamamiento hacia fuera, de servicio, que garantiza el sentido bíblico de la vocación; y la comprensión progresiva de la vocación vivida por muchos hombres y mujeres de la Iglesia, como vivió con San Ignacio de Loyola [28], por ejemplo, que desde su conversión experimentó procesos de búsqueda de la voluntad de Dios y consecuentemente de conciencia progresiva del llamamiento.
c) La vocación en Samuel
Es fácil referirse a Samuel como un ejemplo vocacional, debido principalmente al relato bíblico de 1S 3, donde Dios dirige a él su Palabra: «Vino el Señor, se acercó y le llamó como las otras veces: ‘¡Samuel, Samuel!’. Samuel respondió: ’Habla, que tu siervo escucha’» (1S 3, 10). Esta narrativa y su continuación configuran un esquema típico de la llamada: Dios llama por el nombre y le confía una misión. Llama la atención el carácter directo de la llamada divina a Samuel, que es elegido por Dios para una misión profética.
Es interesante resaltar también el ambiente familiar como un aspecto importante para la vocación de Samuel. Su propia madre hace esta bonita oración de entrega de su hijo a Dios: «Señor mío, te ruego que me escuches, yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía, y el Señor me ha concedido lo que lo pedí. Ahora, yo se lo cedo al Señor; por todos los días de su vida queda cedido para el Señor» (1S 1, 25-28).
Llamado por el propio Dios que toma la iniciativa, Samuel acoge la palabra divina, pero tiene la tarea de discernir e interpretar la voluntad de Dios para su vida y para el pueblo de Israel. Hay una llamada total en la vida de Samuel que extrapola la referencia vocacional de 1S 3, como se ha resaltado al principio. Esta globalidad de su vocación consiste principalmente en congregar y unir al pueblo: «Samuel es un instrumento de unidad para su pueblo. Esto nos parece fundamental para entender cualquier vocación al sacerdocio. La vocación es siempre un medio de unión, de estímulo, de fomento del deseo de unidad y de fraternidad del pueblo de Dios» [29].
d) La vocación en Jeremías
En Jeremías, el crecimiento de la fe está relacionado con la experiencia vocacional. Fe y vocación son dos elementos referenciales en la dinámica espiritual vivida por Jeremías, que pasa por la fe receptiva, oblativa y la madurez de la fe. En cuanto receptiva, el profeta está llamado a acoger con total confianza el don vocacional, que tiene su origen y fin en la primacía absoluta del amor de Dios. Esa primera etapa del itinerario es fundamental y debe estar presente de alguna manera en toda la experiencia.
Sin embargo, la fe receptiva, para que no sea pasiva, ingenua e infantil, debe ser purificada: «tener un Padre bueno y pendiente de nuestras necesidades no significa que la vida va a ser fácil y que no habrá problemas» [30]. Con esta conciencia, Jeremías prueba los fracasos y se prepara para lo que Dios le pedirá y para una nueva dimensión de la fe que implica una tarea oblativa.
Una vez que Jeremías se experimenta totalmente en las manos de Dios, él da un paso más, que refleja su compromiso con la Palabra divina. El compromiso responsable y la reforma de conducta moral que exigen un proceso vocacional son de fundamental importancia en el desarrollo de la experiencia de la fe. No obstante, esta necesita ser siempre discernida para no caer en dinámicas de gratificación, moralismo y ciegas observaciones cultuales que olvidan la globalidad de la llamada sostenida en la ley del amor: «Pondré mi ley en su interior; la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jr 31, 33).
Según Martini, Jeremías llega al núcleo de su experiencia vocacional y de la madurez de la fe «cuando logra que el pueblo pase de la experiencia de la observación mecánica de ley a la promesa de un nuevo encuentro, de una nueva relación personal con Dios» [31] para que observen y vivan la Ley desde una perspectiva completamente nueva que se fundará plenamente en la amistad con Dios por Cristo. Esta relación entre Dios y el ser humano, cuando madura, está abierta a la comunidad, a la Iglesia y a la humanidad.
Hay un entrelazamiento indisociable entre fe y vocación en la experiencia de Jeremías que se extiende a todo ser humano. Sin embargo, es esencialmente en Jesús que vivió la respuesta libre y obediente a la voluntad del Padre, donde esta estrecha relación se hace transparente.
e) La vocación en los Evangelios sinópticos
Para entender más profundamente el tema vocacional en los Sinópticos, Martini divide los temas que considera importantes en cinco grupos: «referidos a los Doce (Mc 3, 13; Mt 10, 1); sobre llamadas concretas (Mc 1, 20); llamadas dirigidas a los pecadores (Mc 2, 17; Lc 5, 29-32; Mt 9, 10-13); invitación al banquete de las bodas (Mt 22, 3-4; Lc 14, 16-17); y un texto no sinóptico paralelo al Evangelio de Lucas (Hch 13, 2)» [32].
El primer llamado narrado en Mc 1, 16-20 es un paradigma para todas las demás llamadas que se seguirán en el Evangelio de Marcos (Mc 2, 13-15; Mc 3, 13-19; Mc 6, 6b-13). Esta llamada consiste en algunos elementos esenciales presentados por John R. Donahue y Daniel J. Harrington: “la iniciativa es siempre de Jesús; las personas llamadas están involucradas en el trabajo cotidiano; el llamado es una forma de una invitación clara para el seguimiento; la respuesta al llamado es inmediata; la llamada no es privado, sino es un estar con Jesús y los demás” [33]. En este sentido último, la misión es un elemento fundamental de la llamada cristiana como se notará más claramente en llamada a los Doce.
Si se tiene como referencia el primer grupo, que habla específicamente sobre la institución de los Doce (Mc 3, 13), será importante contextualizar este relato bíblico para captar mejor los elementos vocacionales que él ofrece. En el contexto de Marcos 3, «Jesús se retiró con sus discípulos hacia el lago y lo siguió una gran multitud (…)» (Mc 3, 7). Aquí se destaca la gran muchedumbre con su carácter universal (personas de Galilea, Judea, Jerusalén, Idumea, Tiro y Sidón) y con diversas necesidades humanas y espirituales (enfermos y endemoniados). Es justamente en medio de estas realidades donde ocurre el llamamiento de los Doce.
El texto central narra que Jesús «subió después al monte, llamó a los que quiso y se quedaron con él» (Mc 3, 13). La Palabra divina se dirigió a cada uno por el nombre:
«Simón, a quien dijo el sobrenombre de Pedro; a Santiago, hijo de Zebedeo y a su hermano Juan, a quienes dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el hijo de Alfeo; Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el que lo entregó» (Mc 3, 16-19).
Los Doce, uno a uno, escuchan sus nombres, acogen la llamada y se unen a Jesús. Ellos entienden que la llamada es una elección para estar junto a Jesús. No se trata de escuchar la llamada vocacional para inmediatamente hacer cosas. Según el texto, es necesario antes subir la montaña, por Jesús, pues es un «lugar de contacto sagrado con Dios, lugar de oración, de la adoración, de la Revelación de la Palabra» [34]. Este llamamiento de los Doce a estar con Jesús es muy original y de fuerte rasgo personal. Estar con Él para aprender a ser como Él. Aquí de desborda una teología vocacional del discipulado que parte de una llamada de Jesús y une dos aspectos que son fundamentales e inseparables: permanecer en Jesús y ser enviado. Así, «estar con Jesús y ser enviado, no son dos actividades distintas» [35].
Estos textos revelan una experiencia vocacional de personas llamadas a seguir Jesús. Además de los elementos ya presentados, ellas son normalmente caracterizadas por una fuerte experiencia del Dios de Jesús que lleva a la persona a uno estilo de vida radicalmente nuevo, orientado únicamente por el modo de proceder de Jesús que se aprende estando con él y asumiendo un largo y profundo proceso de conversión y configuración de la vida a la vida de Él.
Los relatos de la Escritura sobre la vocación parten siempre de la iniciativa de Dios que dialoga llamando al hombre. Por tanto, en las narraciones más que una búsqueda del hombre hacia Dios, se encuentra la absoluta búsqueda de Dios al ser humano. La tarea de una respuesta por parte de la persona será siempre secundaria, frente a primacía divina y marcada por una gran necesidad de conversión y discernimiento.
2.3. La Conversión: llamados a discernir
La gracia de la vocación presentada en los relatos bíblicos ayuda a entender cómo la Palabra de Dios va tomando, para algunos, forma de llamada divina. Esta llamada asumida en la historia personal y comunitaria del pueblo de Dios fortalece la necesidad de conversión, donde la persona llamada está invitada a una respuesta discernida que transforma toda la vida por el modo de proceder de Jesús.
El llamamiento divino que llega al corazón del ser humano lo debe transformar radicalmente, pues la verdadera conversión es un paso esencial en el itinerario hacia una vocación específica en la Iglesia. Esta transformación interior que exige la vocación es acompañada y sostenida por Dios, que al mismo tiempo es transcendente, totalmente Otro e inmanente, que actúa en lo más íntimo de la persona revelándose en las mociones del espíritu.
Antes incluso de la conversión de la persona llamada, Dios en primer lugar lo llama, crea y se revela en su corazón. «Que Dios se revele en las mociones del espíritu personal significa que Dios es capaz de adecuarse al espíritu humano sin violentar esa libertad o consciencia personal» [36]. En este sentido, Dios siempre espera de la persona una respuesta de conversión coherente con su vocación.
Conversión «en el sentido general indica cambio de vida; dejar el comportamiento habitual de antes para emprender otro nuevo; prescindir de la búsqueda egoísta de uno mismo para ponerse a servicio del Señor. Conversión es toda decisión o innovación que de alguna manera nos acerca o nos conforma con la vida divina» [37]. Con esta definición de conversión es posible comprender una clara relación con la vocación cristiana que pide transformación, salida de sí mismo y decisión de la vida a Cristo.
Además de esto, la conversión como una respuesta a la llamada de Dios es marcada por la capacidad de discernir los espíritus a la luz de la voluntad divina, como fue en la vida de San Ignacio [38]. La experiencia de conversión en el itinerario vocacional incita al sujeto a la concienciación de importantes aspectos de este camino, asumiendo su realidad y responsabilidad en este proceso por medio del discernimiento.
Aquí se hace importante dar espacio a luz del Espíritu, que capacita al ser humano con la gracia de discernir para responder la llamada y convertir la vida. El Espíritu ilumina para el discernimiento e impulsa a una decisión que le cambia la vida. Esta apertura al Espíritu conduce al conocimiento de los movimientos que agitan el corazón de la persona llamada. Con el ejercicio del discernimiento de los espíritus y más consciente de las mociones interiores, ella no se adelantará al Espíritu de Dios, pero buscará continuar con la voluntad del Padre consagrándose al Hijo, concretando así el deseo de Dios para su vida y misión.
Gregorio de Nisa, antes de San Ignacio, hace un elogio a la capacidad de conversión discernida que está al alcance del ser humano en su búsqueda de responder a su vocación cristiana. Este proceso es vivido por la persona siempre en la perspectiva de cambio para mejor:
«El hombre en su capacidad de cambio no solo tiene propensión al mal. En efecto, le sería imposible vivir en el bien, si su naturaleza solo le inclinase hacia su contrario (…). La más hermosa consecuencia de esta capacidad de cambio estriba en la capacidad de crecer en el bien, en el progreso hacia lo mejor, cambiando siempre lo que ya está bien cambiando en algo aún más divino» [39].
El diálogo abierto con Dios provoca una constante conversión del ser humano en la medida en que él es capaz de responder y discernir la llamada. Esta llamada vocacional es siempre una invitación a la conversión, a un cambio existencial de vida que conduce a elección fundamental de consagrar la vida a Jesucristo. En este sentido, el discernimiento es un importante rasgo de la antropología vocacional, donde el cristiano encuentra la condición de posibilidad para una respuesta obediente a la invitación divina y consecuentemente a realización de su vocación.
2.4. Jesucristo, la Llamada hecha carne
Jesús es el llamado por excelencia. Es la Palabra absoluta y encarnada que Dios ofrece y dirige a la humanidad, en vista de la salvación de todos. En los relatos bíblicos del Bautismo (Mc 1, 11) y de la Transfiguración (Lc 9, 35), se escucha la voz del Padre que confirma a Jesús como el Hijo amado y elegido. Además, el Padre invita a escuchar a su hijo: Palabra hecha carne. En principio fue presentada la palabra que llama a la existencia y a la relación dialogal, ahora esta Palabra llama al seguimiento de una persona concreta.
En Jesucristo está el camino concreto para la realización plena de la vocación del ser humano. «La vocación en el Antiguo Testamento era una relación directa entre Dios y el hombre; ahora esa relación se verifica solamente a través de Jesús, por medio de Jesús» [40]. En este sentido, en la vocación de Jesús está la fuente y la inspiración para toda vocación cristiana. Por los misterios de la vida de Cristo, Dios se comunica plenamente a la humanidad y dirige el destino vocacional del hombre.
El prólogo del Evangelio de Juan, al revelar que la Palabra de Dios es Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne, desvela el significado más profundo de la Palabra entendida como llamada. Es decir, la Palabra ahora dirigida al ser humano es plenamente manifestada en la totalidad de la vida misma de Jesús. Sus palabras, su mirada y sus acciones interpelan y llaman a los Doce (Mc 3, 13-16); a los cuatro primeros discípulos (Mc 16, 1 -20); a Andrés, Pedro, Felipe y Natanael (Jn 1, 35-51), a Leví (Mt 9, 9), al joven rico (Mt 19, 16-22), así como a vocación de Pablo (Hch 9, 1-30; Hch 22, 3-21; Hch 26, 9-23; Ga 1, 11-24; 1Co 15, 8-11). En todos estos relatos, Jesús se convierte en clave para entender la vocación.
La vocación del ser humano encuentra su verdadero sentido en la imagen de Jesucristo. La persona desde su origen está llamada a ser hija en el Hijo, partícipe de la misma filiación de Jesús (Rm 8, 15; Ga 4, 5; Ef 1, 5). El texto de la carta de San Pablo a los romanos expresa con claridad este destino cristológico del hombre:
«Sabemos que todo ocurre para el bien de los que aman a Dios, de los llamados según su designio. A los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él el primogénito de muchos hermanos. A los que había destinado los llamó, a los que llamó los hizo justos, a los que hizo justos los glorificó» (Rm 8, 29-30).
La antropología cristiana expresada en estos versículos presenta al ser humano como llamado a realizar su vocación en Cristo. Solamente en Él la persona entiende su destino y puede asumir un itinerario de cristianización. La vocación humana se revela y se realiza en la relación filial, obediente y libre de Jesucristo al Padre. En la constitución pastoral Gaudium et Spes se encuentra una dinámica cristológica que sintetiza bien esta realidad:
«El misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22).
3. La Iglesia comunidad de los llamados
3.1. La dinámica eclesial de provocación
En un sentido común, la Iglesia puede ser entendida como un grupo de personas llamadas. El Nuevo Testamento asume esta misma línea y se encuentra fuertemente marcada en los escritos paulinos, donde en numerosas ocasiones Pablo se refiere a los cristianos como “los llamados” (Rm 1, 6; Rm 8, 28; 1Co 1, 2; 1Co 1, 9; 1Co 1, 24; Hb 9, 15]. Para profundizar aún más en el significado de este término Iglesia:
« (…) procede del latín ecclesia, que a su vez deriva del griego ek-klesia. Detrás de ekklesia está el verbo kaleo, que significa precisamente llamar, convocar. Klesis significa llamada en griego (…). Así, ekklesia designaría al grupo de los llamados; hoy diríamos de los llamados por Dios con la fuerza del Espíritu al seguimiento del Señor Jesús» [41].
Es interesante percibir como la vocación define el propio ser da Iglesia que en su nombre carga el significado de llamada y vocacionada. De hecho como ya señalado, la Iglesia es formada por aquellos que son llamados y forman el grupo de los convocados. Por eso, así dice el Concílio en Lumen Gentium (LG) que «Dios formó una congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia» (LG 9) [42]. Aquí Deus hace claramente una con-vocación.
La fuerza de la llamada divina está dirigida a la Iglesia. En los relatos bíblicos vocacionales, presentados anteriormente, es posible encontrar una dinámica que relaciona a la persona llamada con los contextos de la comunidad como pueblo de Dios, en el Antiguo Testamento, y como Iglesia, en el Nuevo Testamento. Así, como el ser humano es llamado por Dios y creado a la imagen y semejanza de la Trinidad, la Iglesia recibe esa misma llamada, que es convocada en la Trinidad y creada en ella como comunidad de fe.
Una vez llamada, la Iglesia como comunidad debe asumir y mantener viva la Palabra en la oración personal y comunitaria, en la lectura de las Escrituras, en la liturgia celebrada y en la praxis de la fe. En este sentido, escuchar la llamada significa abrir el corazón (Hch 16, 14), poner la Palabra en práctica (Mt 7, 24) y perseverar en la obediencia a la voluntad de Dios (Rm 1, 5; Rm 10, 14ss; Rm 16, 26). En resumen, la Iglesia asume su vocación en una dinámica de acogida de la Palabra y transmisión a los demás como provocación a la santidad.
Como ya reflexionado, cada vocación cristiana encuentra su fundamento en la elección del Padre: «Por él, antes de la creación del mundo, nos eligió para que por el amor fuéramos santos» (Ef 1, 4). La vocación a la santidad es don de Dios ofrecida a todos, pero, nunca fuera de la Iglesia (cf. LG 9). En este sentido se comprende desde ya que la eclesiología es una dimensión esencial e inseparable de la vocación cristiana, pues, encuentra en ella su mediación, su reconocimiento y realización, y un camino de misión y servicio a Dios, a la propia Iglesia y al mundo.
La dinámica de provocación eclesial es también un desafío para que la Iglesia continúe siendo señal que reflete a luz de Cristo mediante todas vocaciones que existe en la Iglesia. Además de luz que sea también instrumento que hace resonar la llamada divina en el mundo y en el corazón del ser humano. Y finalmente que en su triple ministerio de anunciar la Palabra, celebrar los sacramentos y servir en caridad pueda ser provocadora de muchas vocaciones.
3.2. Lumen Gentium en clave vocacional
La Lumen Gentium es un documento fundamental del Concilio Vaticano II, pues devuelve al seno de la Iglesia una nueva imagen como pueblo Santo de Dios, formada por todos los bautizados que participan del Sacerdocio único de Cristo (cf. Hb 5,1-10), y en Él son transformados y santificados por el Espíritu Santo. La idea general de Iglesia asumida en este Concilio se hace notar en la estructura y división de los capítulos de la Lumen Gentium. Madrigal [43] recoge de G. Philips la siguiente clave de lectura:
«Los capítulos se presentan dos en dos; los dos primeros hablan del misterio de la Iglesia, primeramente en su dimensión transcendente, luego en su forma histórica como pueblo de Dios; los capítulos tercero y cuarto describen la estructura orgánica de la comunidad eclesial, los pastores y los seglares, jerarquía y laicado; seguidamente, el documento plantea la misión santificadora de la Iglesia, común a todos los miembros del pueblo de Dios, dando una relevancia específica a la vida religiosa. El último díptico o pareja de capítulos asocia el desarrollo escatológico de la Iglesia con la figura de la Virgen María y su participación en el misterio de Cristo y en el misterio de la Iglesia, modelo del ideal cristiano y de la Iglesia ya consumada» [44].
Esta síntesis sobre la eclesiología del Concilio Vaticano II pone en relieve la íntima relación entre la llamada divina y la Iglesia. Como hemos visto anteriormente, Dios comunica su misterio en la historia, a las personas y estructuras concretas como la Iglesia que, según la constitución, es «un pueblo reunido con la unidad del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo» (LG 4). Todo pueblo de Dios es convocado en la Trinidad a participar del proyecto del Padre, en la misión del Hijo y animados por la obra santificadora del Espíritu. Es decir, la vocación de la Iglesia tiene su origen en el misterio más profundo de Dios.
La fuente de la santificación de la Iglesia brota de la Trinidad, como don que sale de sí misma y que se entrega en Cristo Jesús a la humanidad por el Espíritu. Es tarea de la comunidad de fe acoger este don y vivir en comunión y amistad con Dios, adhiriendo a Cristo y alimentándose de la Palabra que la transforma. La Iglesia «recibe de este modo la filiación adoptiva, se convierte en pertenencia de Dios y participa del misterio de Amor trinitario» [45], viviendo así su vocación más plenamente.
Dado este paso inicial de recuperar la dimensión mistérica y vocacional de la propia Iglesia, es importante asumir como base de la teología de la vocación de la Lumen Gentium la concepción de la Iglesia como pueblo de Dios y la llamada universal a la santidad. La Iglesia entendida como "Pueblo de Dios" está sostenida en el sacerdocio común de los fieles donde cada cual, según los dones recibidos, participa del sacerdocio único de Cristo. Es importante resaltar que este concepto está relacionado, por ejemplo, con vocaciones del Antiguo Testamento como la de Abraham y Moisés. Estos relatos prefiguran y preparan la Nueva Alianza sellada en Jesús para la salvación de toda la humanidad (LG 9), el nuevo pueblo santo de Dios formado según el Espíritu y no en la ley.
La respuesta de los bautizados que forman la Iglesia no se sostiene en la ley por la ley, sino en una respuesta existencial, libre y amorosa al Dios de la Alianza que se revela llamando y, por eso, elige un pueblo y convoca a la Iglesia a reunirse en nombre de la Trinidad. «Esta es la única razón y la condición de posibilidad de entrar en comunión con el designio eterno de Dios» [46], que llama su pueblo a ser santificado y a mantener viva la Alianza de salvación.
Después de la noción de pueblo de Dios, el segundo aspecto a ser considerado en esta reflexión es la vocación universal a la santidad. Por la vocación bautismal, todos los cristianos y toda la Iglesia está llamada a la santidad: «Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48). Para eso, recibieron la gracia de la vocación, la cual debían conservar y perfeccionar.
Esto es posible, pues Cristo amó a la Iglesia como esposa, se entregó por ella, para santificarla (cf. Ef 5, 25-26), y la unió a sí misma como su cuerpo, fortaleciéndola con el don del Espíritu Santo. Esta santidad se manifiesta en los frutos de la gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles y que se expresan en muchas formas de vida. Así pues, los caminos para responder a esta llamada universal a la santidad son diversos e influyen en la existencia y en el modo de relación con Dios. Al igual que todos son llamados a una vocación fundamental, como diversas veces enseña el Concilio; en la historia de la salvación y de la Iglesia es posible encontrar distinciones y especificidad en las vocaciones.
3.3. Hacia las vocaciones específicas
Después del acercamiento a la vocación desde el punto de vista más bíblico del cual fue posible sacar algunas conclusiones de la experiencia vocacional, y antes de seguir hacia las vocaciones específicas, es necesario tener una definición más objetiva del termo vocación. Del latin vocatio, vocación es fundamentalmente el encuentro entre dos libertades: la de Dios y del Ser humano. En el uso más habitual y cotidiano su termo es aplicado a la inclinación de una persona a desempeñar una función. La definición del diccionario de la Real Academia Española sintetiza en pocas líneas la vocación como «la inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de la religión. Inclinación a cualquier estado, profesión o carrera» [47].
Una definición que abre el concepto de vocación tanto para la teología como para las ciencias humanas es encontrada en el Diccionario Teológico de la Vida Consagrada y la define como:
«Una inspiración o moción interior por la que Dios llama a una persona determinada a un determinado estado de vida. Sin negar las mediaciones humanas, se afirma que en toda vocación auténtica la iniciativa es de Dios. A la vez las ciencias humanas se ocupan de las disposiciones naturales y de las influencias socioculturales que determinan o condicionan la mayor o menor aptitud de una persona para determinada profesión o actividad humana» [48].
Esta interdisciplinariedad que caracteriza la vocación y está apuntada en esta definición es muy importante en el proceso vocacional. El capítulo tercero de este trabajo se utilizará del diálogo entre teología y ciencias humanas desde la perspectiva vocacional. Pero ahora es suficiente una definición más teológica que sintetiza y refleja lo que ha sido estudiado hasta aquí. Que la vocación, «Vista desde la perspectiva de Dios se presenta como la iniciativa de Dios que se da y, al darse, llama. Por parte del hombre la vocación es una invitación, una interpelación a la que hay que dar una respuesta. Por consiguiente la vocación es un don que se realiza en un diálogo: presupone la iniciativa de Dios y solicita la respuesta del hombre» [49].
Las vocaciones específicas nacen fundamentalmente del bautismo que integra a todos como parte del pueblo de Dios y llamados a la santidad. La respuesta al llamamiento divino se expresa de muchas maneras en cada uno de aquellos que, en su estado de vida, buscan la perfección de la caridad y la edificación del prójimo; dos de los rasgos esenciales de toda vocación. Los diferentes tipos de vocación eclesial son fundamentalmente la vocación laical, matrimonial y de especial consagración como la vida consagrada y el ministerio ordenado. La vocación presbiteral será el objeto de estudio en el capítulo siguiente.
Respecto a la participación de todos en el único sacerdocio de Cristo, la Lumen Gentium, por ejemplo, hace una clara distinción entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial, mostrando cómo cada persona llamada puede responder a la vocación de un modo específico:
«El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo a Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda Eucarística y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante» (LG 10).
Los caminos y los medios para responder el llamamiento a la vocación específica pasan, en primer lugar, por la caridad que Dios ha difundido en los corazones, por el Espíritu Santo. Para que esta caridad fructifique, es necesaria la escucha atenta de la Palabra de Dios y, con su ayuda, cumplir en las obras su voluntad, participar activa y frecuentemente de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, y en las demás celebraciones litúrgicas, aplicándose constantemente a la oración, a la abnegación de sí mismo, al servicio fraterno actuante y en el ejercicio de todas las virtudes (cf. LG 42).
La vocación de especial consagración de los religiosos aparece de modo arraigada en la práctica de los consejos evangélicos que desvela al mundo un admirable testimonio y ejemplo de esta santidad (cf. LG 39). Por medio de la pobreza, castidad y obediencia, ellos se entregan totalmente al servicio del Reino y buscan la configuración a Jesucristo. De este modo, son señales del Reino de Dios en la gracia de la vocación recibida y asumida como forma de vida.
En el itinerario de toda vocación, sea laical o de especial consagración, hay un continuo proceso de santificación que parte de la Trinidad, por iniciativa del Dios esencialmente santo, alcanza la vida y la historia por Cristo y persevera en los designios de salvación por la fuerza y obra del Espíritu Santo. Esto requiere, según Arzubialde, una relación continua de la criatura con su Creador, caracterizado por su santidad de:
« (…) trascendencia infinita y autocomunicación; por su amor y fidelidad, por obrar conforme a su naturaleza que es el Amor; por estar en sí y fuera de sí siendo siempre alteridad, relación, participación y comunión; y por hacer que su ser trinitario y divino, su santidad, se convierta a su vez en el fundamento de toda creación y en el sentido último de la vida humana en su perenne evolución» [50].
Tal evolución, infinitamente progresiva, nace de la gracia de la vocación recibida en el bautismo. De este sacramento se despliegan todas las demás vocaciones y las ponen en un horizonte existencial, donde la búsqueda de la voluntad divina se encuentra en la realización vocacional que implica una dinámica de acogida de la llamada y constante actitud de discernimiento. Este trabajo seguirá profundizando en cómo este proceso se da en las vocaciones de especial consagración.
Conclusión
Delante de las crisis vocacionales, numéricas y existenciales que influyen fuertemente a la realidad eclesial, surge el riesgo de buscar soluciones rápidas y superficiales para enfrentar el problema. Sin embargo, ante la necesidad de comprender y hacer una teología de la vocación, esta reflexión quiso acercarse al fenómeno vocacional a partir de las categorías teológicas-espirituales que constituyen fundamentalmente la vocación cristiana.
La teología de la vocación es una parte importante de la reflexión teológica espiritual. Su principal tarea en este apartado fue comprender desde la revelación de Dios como llamada, de la antropología cristiana y de la concepción eclesial del Concilio Vaticano II, hasta las claves vocacionales que permiten establecer las bases para una experiencia vocacional que considere, en cierta medida, la globalidad teologal de este tema.
En esta reflexión teológica sobre la vocación, los rasgos bíblicos y doctrinales ayudarán a aclarar la dinámica vocacional que ponen los presupuestos para el discernimiento, para la elección y, finalmente, para una existencia más plena de la llamada. Para eso, todo el capítulo fue ordenado desde el Dios que habla al ser humano, de la persona que acoge la llamada y de la Iglesia como lugar de provocación.
Este trabajo busca reflexionar, por tanto, sobre la esencial llamada de Dios al ser humano que aconteció y continúa ocurriendo en la historia de la salvación. Tal perspectiva permitió hacer un itinerario vocacional, donde Dios se comunica llamando; una llamada que es creadora e impulsa a una relación dialogal que se sostiene en un coloquio vocacional del Creador con su criatura. De esta comunicación amorosa se desarrolla la vocación siempre como respuesta a iniciativa divina.
Así pues, se entiende que la gracia de la vocación parte de la iniciativa libre y amorosa de Dios. Él es el autor de la vocación, queda claro que la llamada es misterio divino revelado y ofrecido al ser humano concreto. Es decir, una llamada a la vida, a la realización plena de la persona, que solamente es posible desde la relación con Dios. La comprensión de la vocación como don, donde la primacía divina ocupa un lugar esencial en el itinerario vocacional, es seguramente uno de los rasgos divinos más importantes.
Escuchar, acoger, discernir esta llamada es una tarea importante del ser humano que implica una antropología vocacional. Los relatos bíblicos vocacionales de Abraham, Moisés, Samuel, Jeremías, así como la institución de los Doce, abrieron horizontes de posibilidades para que cada ser humano responda a su vocación nunca cerrada en sí misma. Se constató que ella siempre parte de la iniciativa divina que se comunica, de la capacidad humana de abrirse para acoger con libertad la llamada. Una llamada que afecta a la existencia, que confiere nueva identidad y se dirige siempre a la conversión discernida que consagra la vida a Jesucristo: la llamada hecha carne y el vocacionado por excelencia.
También la Iglesia, como comunidad de fe, es convocada por la Trinidad y llamada a ser imagen del Hijo. Por el bautismo, todos están llamados a la santidad. Sin embargo, existen al mismo tiempo semejanzas y diferencias en las distintas vocaciones, como presenta la Lumen Gentium. Con eso, este capítulo deja abierta una profundización de las vocaciones específicas de especial consagración, como la vocación sacerdotal y la vocación a la vida religiosa, que será abordada a continuación. Asimismo, conocer los rasgos fundamentales de estas vocaciones específicas en el segundo capítulo ayudará a dar un paso más en el diálogo entre la teología de la vocación, la psicología y la antropología, en vista del discernimiento vocacional.
En la teología de la vocación, la llamada divina fue presentada en un proceso de revelación donde Dios se autocomunica con la persona. De esta experiencia primordial se despliegan elementos teológicos fundamentales, pero también, apunta a una vocación específica en relación a sus contextos culturales, su identidad vocacional y su formación. Estos aspectos claves a ser trabajos en el segundo capítulo ayudan para el acercamiento al candidato desde su cultura e historia, a conocer bien la identidad vocacional a ser asumida y el camino formativo humano para mejor responder a la llamada. En este sentido, la espiritualidad de la vocación presbiteral a la luz de la tríada, contexto- identidad-formación quiere ofrecer horizontes seguros para un auténtico discernimiento vocacional.
Con el fin de alcanzar un resultado más objetivo y que sirva de orientación para las demás vocaciones de especial consagración, el siguiente capítulo se concentrará en la vocación presbiteral que abarca en muchos aspectos elementos de la vida consagrada. Pues, los contextos culturales, la identidad esencial de la vocación cristiana y la importancia de la antropología de la formación están presentes y son fundamentales para toda vocación.
Estos elementos se articulan en la medida que la identidad esencial de la vocación (presbiteral) es necesariamente el horizonte que se trata de alcanzar por medio de la formación del candidato que es un sujeto integral y cultural. Esta dinámica requiere un esfuerzo personal y eclesial que apunta para la fundamental tarea de discernir y asumir la llamada vocacional.
Marcos Vinícius Sacramento de Souza, en repositorio.comillas.edu/
Notas:
Introducción
1 Francisco. Exhortación Apostólica Postsinodal Christus Vivit (Madrid: San Pablo, 2019).
Capítulo I
1 Cf. G. Uríbarri, “La vida cristiana como vocación”, Miscelánea Comillas 59 (2001): 525-545.
2 Carlo María Martini, La vocación en la Biblia. De la vocación bautismal a la vocación presbiteral (Madrid: Sociedad de Educación Atenas, 1997), 20.
3 Lothar Coenen, “Llamada”, en Diccionario teológico del Nuevo Testamento 3, dir. Mario Sala y Araceli Herrera (Salamanca: Sígueme, 1993), 9-15.
4 Algunos ejemplos de este itinerario vocacional es encontrado en Moisés (Ex 3, 4-6), Samuel (1Sm 3,5), Isaías (Is 6, 1-7), Jeremías (Jr 1, 4-10) y en otros modelos que serán presentados en este mismo trabajo.
5 Concilio Vaticano II. Dei Verbum (18 de noviembre de 1965), n. 2. Para los documentos del
6 Concilio usaremos la edición de: Concilio Vaticano II. Constituciones. Decretos. Declaraciones. Documentos pontifícios complementários (Madrid: BAC, XCMLXV).
7 Las citas bíblicas y abreviaturas están tomadas de la Biblia del Peregrino (6ª ed.).
8 Cf. Jhon R. Donahue – Daniel J. Harrington, The Gospel of Mark (Collegeville: The Liturgical press, 2002), 307.
9 James D. G. Dunn, La llamada de Jesús al seguimiento (Santander: Sal Terrae, 2001), 44.
11 Ángel Cordovilla, “Al hablar al Padre, mi amor se extendía a toda Trinidad”, en Dogmática Ignaciana: Buscar y hallar la voluntad divina [Ej 1], ed. G. Uribarri (Bilbao: Mensajero – Sal Terrae, 2018), 75.
12 Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), n. 9.
14 Uríbarri, “La vida cristiana”, 529.
15 Gregorio de Nisa, Sobre la vocación Cristiana, Introducción, traducción del griego y notas de Lucas F. Mateo Seco (Madrid: Ciudad Nueva, 1992), 44.
16 Gregorio de Nisa, n. 20, 35-36.
18 Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, Introducción, textos, notas y vocabulario por Cándido de Dalmases, S.J, 5ª ed. (Santander: Sal Terrae, 1985), 134 - 135.
19 Catecismo de la Iglesia Católica. Catecismo de la Iglesia Católica: Compendio (Madrid: Asociación de Editores del Catecismo, 2005) n. 36.
20 Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes (7 de noviembre de 1965), n.19.
21 Uríbarri, “La vocación cristiana”, 532.
22 Juan L. Ruiz de la Peña. Imagen de Dios. Antropología teológica fundamental (Santander: Sal Terrae, 1996), 34.
23 A. Cordovilla, “La mística en la teología del siglo XX”, Estudios Eclesiásticos, 93, n. 364 (2018): 20-21.
24 Para este tema ver: Carlos María Martini – Albert Vanhoye, La llamada de la Biblia. 2ª ed. (Madrid: Sociedad de Educación Atenas, 1983); Jesús Luzárraga, Espiritualidad bíblica de la vocación (Madrid: Paulinas, 1984); Xabier Pikasa, Llamados por su nombre. La vocación, estudio bíblico (Madrid: Publicaciones Claretianas, 1998).
28 Además de San Ignacio, Martini cita otros santos que vivieran la vocación como progreso: San Camilo de Lelis y San Benito (Cf. Martini, 64).
32 Cf. Martini, 110: en el Evangelio de Juan, la clave para entender la vocación es el envío: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros” (Jn 20, 21).
33 Jhon R. Donahue – Daniel J. Harrington, 76-77.
35 Jhon R. Donahue – Daniel J. Harrington, 127.
36 Ángel Cordovilla, “Al hablar al Padre, mi amor se extendía a toda Trinidad” en Dogmática Ignaciana: Buscar y hallar la voluntad divina [Ej 1], 75.
37 Tullo Goffi, “Conversión”, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad, dir. Stefano de Fiores, Tullo Goffi, Augusto Gerra, (Madrid: Paulinas, 1991), 356.
38 El discernimiento está en el origen del cristianismo. Pero, ha sido Ignacio el que ha sistematizado la práctica de discernir en los tiempos modernos para la búsqueda de la voluntad de Dios. (Cf. Cordovillas, 80). Con todo eso, hay otras sistematizaciones y contribuciones igualmente válidas.
41 Uríbarri, “La vida cristiana”, 538.
42 Concilio Vaticano II. Lumen Gentium (21 de noviembre de 1964), n. 2.
43 Santiago Madrigal, El giro eclesiológico en la recepción del Vaticano II. (Santander: Sal Terrae, 2017), 77-94
45 Santiago Arzubialde, Justificación y santificación (Santander: Sal Terrae, 2016), 264.
47 4Diccionario de la Lengua Española, s.v. “conversión”.
48 L. González Quevedo, “La vocación en la Biblia”, en Diccionario Teológica de la Vida Consagrada, dir. A. Aparicio – J. Canals (Madrid: Publicaciones Claretianas, 1989), 1824-1849.
49 B. Tadeusz, “Vocación”, en Diccionario Teológico Enciclopédico, dir. L. Pacomio – V. Mancuso (Estella: Verbo Divino, 1995), 1034 -1036.
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