El comienzo del año “Familia-Amoris laetitia” (desde el 19 de marzo pasado hasta el 26-VI-2022) ha coincidido con el 150º aniversario de la proclamación de san Alfonso María de Ligorio como doctor de la Iglesia. Con motivo de esta segunda efeméride, el Papa ha hecho público un mensaje en el que se subraya la importante contribución de este santo a la renovación de la teología moral, en continuidad con lo que ya señaló Benedicto XVI.
El texto recoge las palabras del Papa Pío IX, alabando a san Alfonso por haber sabido mostrar "el camino seguro a través de la maraña de opiniones encontradas de rigorismo y laxismo”. Hoy este santo, patrono de los confesores y moralistas, es presentado por Francisco también como modelo para toda la Iglesia en salida misionera.
En efecto, la aportación de san Alfonso (por su experiencia misionera, de búsqueda de los alejados y escucha de confesiones, y fundador de una congregación religiosa) tiene mucho que ver con el momento actual, sobre todo a través del discernimiento, tema común a la moral y a la misión evangelizadora y pastoral.
El discernimiento, desde antiguo, es necesario para toda persona madura que se enfrenta a decisiones sobre el camino a tomar, sea en las actividades más ordinarias de cada día, o de vez en cuando en decisiones más importantes. El discernimiento es acto propio de la razón práctica. Es decir, según Aristóteles, la dimensión de la razón que se ocupa de la acción.
Si es un cristiano el que actúa, además la fe ilumina su acción y la de la Iglesia en su conjunto, a nivel universal o local. Y también en el nivel de las familias, asociaciones y movimientos y demás realidades eclesiales.
Todas nuestras acciones afectan siempre a los demás, a nuestras familias, a nuestros amigos, a la Iglesia y a la sociedad. El discernimiento es clave, tanto desde el punto de vista de la moral personal como desde el punto de vista de la ética social, y también en el ámbito de la evangelización o de la misión de la Iglesia.
Se entiende que el discernimiento sea particularmente decisivo en el caso de los gobernantes. También para los confesores. Y en general para todos los educadores (padres y madres de familia, catequistas, profesores, etc.), que deben ejercerlo habitualmente, ellos mismos y enseñarlo a los jóvenes. El discernimiento, en una buena “teología de la acción”, requiere, como se ve en los epígrafes del mensaje papal, “la escucha de la realidad”. Es decir, el conocimiento, la observación y la valoración de la situación y especialmente de las personas. Y todo en orden a la formación de “conciencias maduras para una Iglesia adulta”.
Se entiende también que la aportación de san Alfonso sigue siendo una valiosa luz para toda la teología, “fe que busca entender”. Esta relación entre fe y razón a nivel de la acción hace posible el “discernimiento” en perspectiva cristiana: distinguir en la realidad aquellos signos que pueden ayudar a valorar y decidir lo que hay que hacer, teniendo en cuenta nuestra identidad como cristianos y nuestra misión evangelizadora.
Se trata de distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo bello respecto de que no lo es. El discernimiento, tanto en la acción humana como en la acción de los cristianos (que asume lo humano en la perspectiva de la fe, mirando “con los ojos de Cristo”), es ejercicio de la virtud de la prudencia, que es “guía” de todas las virtudes, e interviene en el juicio de la conciencia. El discernimiento, en definitiva, es fundamental para toda persona y para todo cristiano en el día a día.
El Papa Francisco ha hecho del discernimiento un tema constante de sus enseñanzas, en el contexto del a nueva evangelización. En su exhortación programática Evangelii gaudium (2013) señala entre otras cosas:
“Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (n. 20). “(…) Exhorto también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma” (Ib., 30). Todo cristiano “sabe que él mismo tiene que crecer en la comprensión del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino” (Ib., 45).
Cinco años después, en su exhortación Gaudete et exsultate (2018) sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo, vuelve sobre el discernimiento en el ámbito de la vida cristiana, tanto a nivel personal como familiar, social y eclesial. Se trata del discernimiento como “método” educativo y de acompañamiento, y también como “contenido”, es decir, como modo de actuar humano y responsable, que puede y debe enseñarse particularmente a los jóvenes. Y destaca cinco puntos:
1) su imperiosa necesidad, para poder educar y aprender la verdadera libertad;
2) debe realizarse siempre a la luz del Señor (un ejercicio concreto es el “examen de conciencia”);
3) es un don sobrenatural del Espíritu Santo (que nos ayuda a ir más allá de la búsqueda del bienestar o del interés propio); por lo tanto, hay que invocarlo para saber acertar;
4) requiere una disposición a escuchar (a Dios en la oración, y también a los demás, y al magisterio de la Iglesia);
5) ha de seguir “la lógica de la cruz” (sin dejarse llevar por la comodidad o por el miedo).
“El discernimiento –observa ahí Francisco- no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos” (n. 175).
En el mensaje sobre san Alfonso María de Ligorio, el Papa conecta el discernimiento con los temas principales de su pontificado: la evangelización de una Iglesia “en salida”, la atención especial a los más frágiles y necesitados, el acompañamiento de las familias (ahora que estamos de nuevo comenzando un año especial dedicado a la familia), el cuidado de la Tierra para todos (ecología integral) y la fraternidad universal.
Como vemos, el discernimiento no se opone a la llamada universal a la santidad, sino que protege e impulsa la vocación y la misión de todos. Y esto, tanto para la mayoría de los cristianos (los fieles laicos, sea en el matrimonio o en el celibato), como en el caso de los ministros sagrados o en el de la vida consagrada. Ayuda a superar una ética de corte individualista (muy frecuente en nuestra cultura), que podría encerrarnos en nosotros mismos. Y, como se ha dicho ya, es el núcleo de la formación de la conciencia. Volviendo a san Alfonso, respecto a la teología moral, señala Francisco que este santo promovió una reflexión teológica que “no se detiene en la formulación teórica de los principios, sino que se deja interpelar por la vida misma”.
De san Alfonso había dicho el Papa Benedicto XVI: "Propuso una rica enseñanza de teología moral, que expresa adecuadamente la doctrina católica (...). En su época se había difundido una interpretación muy rigorista de la vida moral, entre otras razones por la mentalidad jansenista que, en vez de alimentar la confianza y esperanza en la misericordia de Dios, fomentaba el miedo y presentaba un rostro de Dios adusto y severo, muy lejano del que nos reveló Jesús. San Alfonso (...) propone una síntesis equilibrada y convincente entre las exigencias de la ley de Dios, esculpida en nuestros corazones, revelada plenamente por Cristo e interpretada con autoridad por la Iglesia, y los dinamismos de la conciencia y de la libertad del hombre, que precisamente en la adhesión a la verdad y al bien permiten la maduración y la realización de la persona" (Audiencia general, 30-III-2011).
Cabe observar que esto (por situarse justamente en el plano de la razón práctica) es bueno y provechoso para toda la teología, que tiene una dimensión evangelizadora y de servicio al bien común en la sociedad. Especialmente, claro está, para la teología pastoral, que se ocupa de la evangelización, y otras disciplinas que estudian también las acciones cristianas o eclesiales.
Francisco desea impulsar concretamente “el desarrollo de una reflexión teológico-moral y de una acción pastoral, capaz de comprometerse con el bien común, que tiene su raíz en el anuncio del kerigma, que tiene una palabra decisiva en defensa de la vida, para la creación y la fraternidad”.
Ramiro Pellitero, en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com/
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