El desarrollo de la historiografía sobre la mujer desde los años sesenta del último siglo se puede calificar como explosivo, tanto por la inmensa cantidad de sus productos (libros, artículos, cursos universitarios, centros de estudio) como por su sorprendente variedad, su continua metamórfosis, y su capacidad de inspirar novedades muy diversas en cuanto a temas de investigación, métodos, teorías y hasta nuevas especialidades. A las emanaciones de este Monte Vesubio, ningún historiador que ha trabajado durante las últimas cuatro décadas ha podido escapar, no importa su especialidad ni su nacionalidad. En ese sentido, la historiografía de la mujer ha afectado la historia como disciplina de una manera más o menos proporcional al impacto que ha ejercido sobre la sociedad en general el movimiento por la igualdad de la mujer. Pocos precedentes históricos se igualan a los dos procesos anteriores en cuanto a los impactos transformadores que han tenido.
El propósito de este ensayo es analizar, desde el punto de vista de un historiador que no se especializa en la historia de la mujer, los dos aspectos más sobresalientes de la historiografía de la mujer durante el período que va de los años sesenta del siglo XX hasta el presente. El primero de ellos es su carácter fuertemente político-ideológico, manifestado en el profundo entrelazamiento entre la historiografía de la mujer y el feminismo. La ideologización es un rasgo de la historiografía de la mujer que durante mucho tiempo ha distinguido este campo de las demás especialidades historiográficas, aunque recientemente dicho rasgo ha sido muy imitado en las otras especialidades. El segundo aspecto que se analizará en este ensayo es el papel central que han jugado, en la historiografía de la mujer, la pregunta antropólogica, “¿Qué es la mujer?”, y la variedad de respuestas que esta pregunta ha generado. Esta pregunta y sus respuestas han afectado mucho la dirección y la naturaleza de la historiografía de la mujer, y han dado pie a tendencias paralelas en otras especialidades de la historia. De todos modos, veremos que los dos aspectos –el político y el antropológico– están estrechamente relacionados, en el sentido de que las respuestas a la cuestión antropológica han sido debatidas más por su significado ideológico que por su valor verdaderamente teórico. Todo lo dicho apunta a otra dimensión de la ola contemporánea (es decir, de las últimas cuatro o cinco décadas) de la historiografía femenina. Esta dimensión se expresa en una hostilidad, si no intolerancia, hacia historiadores de otras especialidades que no muestran suficiente interés en la historia de la mujer desde la perspectiva fijada por los especialistas de ese campo. Vale aquí la observación de que esta tendencia exclusivista (hablo aquí desde la perspectiva de un historiador norteamericano) no se encuentra en otras especialidades de la disciplina histórica. Esta actitud hegemonista es entendible si se parte de la premisa de que los historiadores de la mujer aparentemente asumen que sus investigaciones son una necesidad moral, llevadas a cabo por todos los medios políticos, para corregir una injusticia universal y eterna. Y es todavía más entendible cuando dichas investigaciones se apoyan en una de las variantes más extremas del feminismo, por ejemplo la que hace de las personas del sexo masculino un enemigo nato y permanente, o las que niegan la realidad de las diferencias sexuales entre hombre y mujer. Otro aspecto de dicha exclusividad tal vez más sobresaliente es que el campo de la historia de la mujer está constituido casi por completo de mujeres, algo que, en principio, no tiene ninguna razón de ser [1].
En lo que sigue analizaré, después de una breve discusión de la politización del campo, la manera en que la historiografía de la mujer ha manejado la cuestión antropológica, y haré al final una evaluación general de esa historiografía proponiendo una antropología diferente. Aunque mis interpretaciones se fundamentan principalmente en la lectura de muchas obras de especialistas (casi todas mujeres) que han tratado el estado de la cuestión de la historiografía de la mujer desde los años sesenta, no pretendo ofrecer aquí una visión completa de todas las corrientes, ni cargar al lector con citas más allá de las necesarias para sostener mi argumento. La historiografía de referencia será principalmente, pero no exclusivamente, la angloparlante, que es su corriente más antigua, más grande e influyente en términos globales.
Sobre los orígenes de la especialidad llamada en Europa y América “historia de la mujer”, hay un acuerdo absoluto entre los especialistas, no importa su identidad nacional [2]. Su matriz fue ese movimiento social que surgió en la década de los sesenta del siglo pasado en apoyo de la extensión de los derechos de la mujer a fin de lograr una completa igualdad con el hombre. Este movimiento se sustentó a su vez en una ideología llamada, en términos generales, feminismo. Desde el momento del nacimiento de este movimiento social, la mayoría de historiadores de la mujer entendieron que su tarea primordial era liberar a la mujer de la opresión que siempre ha sufrido por parte del sexo masculino [3]. Para llevar a cabo dicho fin, los historiadores han hecho uso de dos métodos principales, aunque ciertamente no exclusivos: buscar, investigar y relatar las diferentes maneras en que la mujer ha sido víctima del hombre a través de la historia, como también las igualmente diversas maneras en que la mujer ha desafiado y resistido su subordinación, al mismo tiempo que ha hecho contribuciones sustanciales en uno u otro entorno de la vida humana [4]. En principio, uno puede separar la “historia de la mujer” (women’s history) de la “historia feminista” (feminist history) pero en la práctica, ha sido una diferencia muy poco reconocida porque la tendencia general ha sido combinar indistintamente ambas corrientes [5].
Algunos historiadores distinguen entre la historia de la mujer y la historia de gender (ya comúnmente traducido como género en castellano), que se refiere a la representación de diferencias sexuales y a los efectos de dichas representaciones en las relaciones de poder [6]. El debate sobre la relación entre la historia de la mujer y gender continúa, como veremos luego.
Los historiadores de la mujer han insistido mucho en que el éxito del movimiento social y emancipador depende de un mayor conocimiento sobre la historia de la mujer, la cual es necesario rescatar de la condición de “invisiblidad” en que fue dejada por la historiografía patriarcal hasta la mitad del siglo XX. Como proclamó Gerda Lerner, una de las fundadoras de la historiografía contemporánea de la mujer y una de sus más destacadas practicantes en los EE.UU., “[l]a historia de la mujer es indispensable y esencial en la emancipación de las mujeres”. Lerner define la tarea emancipatoria a que los historiadores tienen que contribuir en los siguientes términos: “La restructuración radical del pensamiento y análisis para que, una vez y para siempre, se acepte el hecho de que la humanidad consiste en dos partes iguales, el hombre y la mujer, y que las experiencias, pensamientos y percepcio- nes de los dos sexos tienen que estar representados en cada generalización que se hace sobre los seres humanos” [7]. Como casi todos sus homólogos, Lerner no deja ninguna duda de que el trabajo de todos los historiadores, sin importar su especialidad, debe estar orientado a llevar a cabo esa ambición universal, totalizadora, e historicamente imprescindible.
Así las cosas, pocos han sido los debates teóricos, metodológicos e interpretativos entre los historiadores de la mujer cuyo eje central no haya sido politico-ideológico. Ha habido consenso entre los participantes de que el criterio determinante en la adopción de cualquier interpretación son los posibles efectos políticos que puedan resultar de esa decisión [8]. Por lo tanto, la politización ha sido la característica más contundente de la historiografía de la mujer hasta hoy, y ella es la que la separa, de una manera deslumbrante, de otras especialidades historiográficas. Es como si los historiadores de la economía buscaran ordenar su trabajo con la finalidad de conseguir la abolición de los aranceles, o que los de la época colonial francesa fueran regalistas convencidos, dedicados a restaurar la monarquía. Un historiador de la mujer que no sea feminista ha sido, a lo largo de los años, una posibilidad casi inconcebible en los Estados Unidos. Peter Laslett, el historiador inglés de la familia, señala la distorsión que resulta cuando los historiadores estudian el pasado sólo por lo que les sirve en su presente [9].
Todo lo anterior sugiere que mientras el feminismo se ha desarrollado ideológicamente durante las últimas cuatro décadas, han surgido, lógicamente, debates correspondientes entre historiadores de la mujer que se consideran feministas. Así que la historiografía y el feminismo se han modificado recíprocamente. A lo largo de esta interacción, se ha manifestado en el seno de los dos ámbitos una interrogante cuyas implicaciones, tanto para la historiografía como para el movimiento social, siguen siendo decisivas: “¿Qué es la mujer?”. La pregunta subsiste dentro de otra más amplia, “¿Qué es la persona?”. Siendo la persona humana y sus actos el objeto único del quehacer del historiador, es sorprendente la escasez de reflexión, por parte de los historiadores, en torno a la cuestión antropológica. No resulta lógicamente coherente intentar definir la historia misma, o el quehacer del historiador, sin buscar primero una definición de la persona humana [10]. Creo que la pregunta sobre la naturaleza de la persona constituye hoy en día una de la fuentes más hondas de los desacuerdos teóricos entre los historiadores, y especialmente entre la gran mayoría de los historiadores de la mujer, por un lado, y otros que se han negado a integrar en su trabajo las ideas feministas (como, por ejemplo, el concepto de gender) en los términos fijados por los historiadores de la mujer. En otras palabras, aunque en un sentido superficial (pero real), se puede hablar de la politización de la historiografía y hasta de la fragmentación política de la disciplina, creo que estamos ante un problema filosófico mucho más interesante y significativo que un problema meramente político-ideológico. Para demostrar la importancia de la pregunta antropológica, en lo que sigue analizaré las respuestas implícitas y explícitas que a ella he encontrado en la historiografía de la mujer.
Desde el principio de la ola contemporánea de la historiografía de la mujer, sus practicantes se han preguntado si la mujer tiene una naturaleza distinta a la del hombre. Mientras en los Estados Unidos la respuesta ha sido casi unánimamente negativa, en América Latina y Europa se ha mostrado más tolerancia hacia la respuesta contraria. Por tanto, como en el feminismo mismo, uno encuentra aquí una variedad de matices, aunque no cabe duda de que la tendencia común en todas partes ha sido minimizar o rechazar por completo la existencia de diferencias naturales entre hombre y mujer. Una y otra vez, los participantes en estas discusiones han insistido que tal respuesta es una necesidad política debido a que el hombre siempre ha justificado la opresión de la mujer por medio del argumento de que existe una supuesta esencia o naturaleza femenina que hace de la mujer un ser inferior al hombre, y por lo tanto, apta para la subordinación y explotación. Ceder, incluso un poco, a la idea de que haya una naturaleza femenina sería abrir la puerta a la discriminación sexual.
Como consecuencia, ya no hay un epíteto más condenatario entre los académicos de los Estados Unidos que acusar a un colega de ser an essentialist o de ser partidario del essentialism. La acusación se considera tan seria que a muy pocos se les ocurre defender una posición “esencialista” y la única salida respetable es negar rotundamente la acusación. La teoría con que se justifica esta actitud es la de la construcción social, según la cual “todas las realidades son socialmente construidas”, premisa de otra “ley”: “no puede haber un conocimiento universal porque todo conocimiento está siempre “situado” en un momento dado y en un espacio específico cultural” [11]. Apoyados de tal forma en una teoría universalmente reconocida como prueba de la no-naturalidad de los sexos, los historiadores de la mujer han aplicado el método correspondiente: Historiar (historicize) lo que los hombres han llamado, equivocadamente, desde tiempo immemorial lo “natural” entre las mujeres. Es un método que pronto se asoció con el tropo de “desenmascarar”, con su implicación de un acto rebelde, valiente, moralmente superior y revelador de la verdad. Mientras tanto, cualquier argumento que asume o implica una diferencia “natural” entre los sexos se ridiculiza por contradecir la teoría de la construcción social, que ha llegado a tener un estatus sagrado. Otras características de la retórica anti-naturaleza son su superficialidad y su dogmatismo; raramente se encuentra un esfuerzo de investigar seriamente lo que es, obviamente, una cuestión filosófica con grandes implicaciones para el oficio del historiador.
Con matices y calificaciones, unos pocos historiadores de la mujer se han pronunciado a favor de la posición contraria. Gerda Lerner sostuvo la tesis de la diferencia en 1969: “Es un hecho que las mujeres son diferentes de los hombres y que sus papeles en la sociedad y la historia son distintos a los de los hombres. Distintos, pero iguales en importancia. Obviamente, sus logros también tienen que ser medidos según una escala distinta”. Lerner reafirmó su tesis en 1986, al decir que la diferencia sexual es algo dado biologicamente, pero que los valores asociados con esa diferencia son productos culturales [12]. En un artículo publicado en 1988, otra historiadora de la mujer muy destacada, Karen Offen, propuso la hipótesis muy perspicaz de que en la historia de los movimientos feministas, se destacan dos principales modos de argumentación a favor de los derechos de la mujer: la relacional (la igualdad, pero con reconocimiento de la existencia de naturalezas biológicas distintas, es decir, “la igualdad en la diferencia”) y la individualista, que surgió en la segunda mitad del siglo XX principalmente en los Estados Unidos y el Reino Unido, que insiste sobre todo en los derechos individuales del ser humano autónomo mientras descarta o minimiza la existencia de actividades exclusiva- mente propias de la mujer. Como es costumbre entre los historiadores de la mujer, Offen concluye su análisis histórico con una larga meditación sobre sus implicaciones políticas en cuanto a la emancipación de las mujeres en el mundo contemporáneo, terminando con una exhortación apasionada a favor de una estrategia política que combina los dos modos, con el fin de “reconfigurar el mundo según nuestros propios propósitos” y llegar así a “un mundo equitativo, un mundo en que las mujeres y los hombres puedan ser iguales y diferentes a la vez, un mundo libre del privilegio masculino y de la jerarquía masculina y del ejercicio de la autoridad masculina sobre la mujer”. Pasaron doce años. Repitió la idea, pero ya con un largo prefacio en que destaca sus credenciales como luchadora feminista. Luego: “Mientras que son las mujeres quienes menstrúan, conciben, dan a luz a los niños y los amamantan (o potencialmente o de hecho), sus vidas estarán estructuradas de forma distinta de las de los hombres. [...] Con los franceses digo, ‘Vive la différence’”. Pero luego insiste en la necesidad moral de imponer la igualdad entre los sexos y de demoler todos los obstáculos a ella, advirtiendo a sus lectores que el patriarcado es todavía muy fuerte y que las mujeres tienen que prepararse para una larga lucha. Concluye que el objetivo del feminismo sigue siendo el de “desafiar la hegemonía masculina” y “conseguir la justicia para las mujeres. [...] No queremos hacer que las mujeres sean idénticas al hombre, sino que queremos investirles del poder para que realicen su potencial completo como mujeres sin estorbo” [13]. Una vez más, Offen termina su reflexión en el campo puramente político, pasando por alto la profundización en el asunto antropológico que implicitamente demanda su comentario. De una manera semejante, Dubois et al. reconocen la importancia de la cuestión antropológica e incluso muestran una cierta apertura a un estudio profundo de ella. Pero en lugar de echar mano a los ricos recursos intelectuales disponibles, optan por una salida política. En una sección de su libro que lleva el subtítulo, “Ideology and Oppression”, las autoras consideran la posible existencia de una naturaleza femenina, pero pronto tiran la toalla, quejándose de que el concepto de “naturaleza” es “incoherente” y poco relevante en relación con la cuestión de “la justicia”, concepto que les es muy claro, aparentemente. Su búsqueda de la verdad antropológica se detiene por completo cuando declaran que, aunque se sabe exactamente qué es lo que separa al hombre de la mujer, el quid del asunto es que tales distinciones han sido utilizadas habitualmente para subordinar a las mujeres [14].
Los defensores de la posición anti-esencial (que en realidad debe incluir a disidentes como Lerner y Offen, debido a que no han hecho ningún esfuerzo de resolver las tensiones y, posiblemente, contradic- ciones que hay en su argumento) recibieron en los años ochenta una alternativa teórica más atractiva (para algunos) al construccionismo social, en los escritos, ya traducidos al inglés, de tres filósofos franceses: Foucault, Derrida y Lacan. Con las ideas de estos filósofos surgió la posibilidad de argüir no sólo que la realidad está construida, sino que las identidades y hasta el conocimiento de las identidades y de todo lo demás, incluso el sexo, está sujeto a un proceso permanente de manipulación y reformulación por parte de intereses poderosos y de quienes quieren desafiar dichos intereses. Para muchas universitarias feministas, fue una linea teórica ideal, por su rechazo total a la idea de una esencia y su invitación a la lucha política en contra del “poder”. En el campo de la historiografía de la mujer, la consecuencia más importante fue el súbito aumento de la popularidad del concepto de gender. Entre los historiadores de la mujer, nadie le dio al concepto un empuje más grande, tanto en los Estados Unidos como en Europa, que Joan W. Scott, desde los últimos años de la década de los ochenta. Sus ideas merecen atención por el reconocimiento que ha ganado mundialmente dentro de la disciplina de historia. Ha ocupado desde 1985 una cátedra en la institución académica más prestigiosa de los Estados Unidos, el Institute for Advanced Study de Princeton University, y es beneficiaria de premios muy apreciados en la disciplina de la historia [15].
En un muy citado artículo de la prestigiosa American Historical Review de 1986, Scott propuso el concepto de gender como categoría de análisis. Dos años más tarde, afirmó en un libro que el mero uso de las categorías “hombre” y “mujer” por parte de los historiadores de la mujer insinúa la existencia real y objectiva de “él” y de “ella”, una insinuación que tiende a confirmar la idea de que la mujer tiene “características inherentes e identidades objetivas” distintas a las del hombre. El resultado, dijo, es que los historiadores, aún sin querer, terminan sugeriendo que “la diferencia sexual es un fenómeno natural y no social” y como consecuencia, tanto la historiografía como “la política que sigue” de dicha historiografía, “terminan aprobando las ideas de una diferencia sexual inalterable que se usa para justificar la discriminación. Me parece –continúa Scott–, que una política feminista más radical (y una historia feminista más radical) necesitan una epistemología más radical”. Nótese bien que es el mero deseo arbitrario y personal de parte de Scott por algo “más radical” política e históricamente lo que la motiva a proponer la categoría de gender. Citando a Foucault y a Derrida, Scott concluye que tanto la política feminista como el estudio de la mujer por parte de los historiadores (scholarship about women) tienen exactamente el mismo fin: “enfrentar y cambiar las distribuciones existentes del poder”. Es un fin especialmente atractivo para el historiador feminista, dice Scott, porque “puede interpretar el mundo mientras intenta cambiarlo”. Siendo el gender un aspecto de la organización social que abarca los significados de la diferencia sexual, dichos significados son elementos de “muchos tipos de luchas por el poder”. Por tanto, cuando quiera que el historiador logre desenmascarar la naturaleza temporal y cultural de cualquier conocimiento sobre la diferencia sexual, “está abriendo el camino para el cambio”. En 1991, Scott hizo su famoso comentario de que “la experiencia es un evento lingüístico”, en un artículo casi incomprensible debido a sus incongruencias y al uso liberal del vocabulario posmoderno. Su camino en busca del gender como categoría de análisis culminó en 1999 con la aseveración de que las mujeres como colectividad realmente no existen; “la mujer” fue inventada con fines políticos por el patriarcado. Aunque su argumento está plagado de incoherencias lógicas, Scott concluye que tanto la diferencia sexual como la democracia y los derechos humanos tienen una raíz común: todos son meras “fantasias” y “deseos”. Ya en 1988 había propuesto que la historia no es algo real que se descubre sino una serie de construcciones elaboradas según reglas diseñadas por intereses políticos. Siendo la diferencia sexual una invención textual y no real, la tarea del historiador es simplemente relatar el proceso de construcción de esa diferencia, excavando sus “fantasias” constituyentes [16].
Desde el punto de vista de Scott, lo que se llama “la historia de la mujer” parece una ficción risible, y en efecto, desaparece como especialidad. Pero la ventaja política de la posición “anti-natural” o “anti-esencial” es obvia: elimina cualquiera objeción a la emancipación femenina que se basa en la existencia de una diferencia entre el hombre y la mujer. Una y otra vez se dice que si la mujer no goza de ninguna naturaleza especial, tampoco el hombre, y somos todos libres de “reconstruirnos” a la manera que nos dé la gana. El problema dialéctico a que ha dado pié esta aseveración sigue siendo tormentoso para algunos de sus partidarios, porque si la mujer no existe como ser esencialmente distinto del hombre, difícilmente puede ella insistir en tener una identidad propia. Si no tiene identidad distinta, no tiene historia propia, ni mucho menos derechos naturales. Por tanto, desaparecen lógicamente tanto la víctima como el victimario, y por añidadura la disciplina de la historia [17]. Historiadores de la mujer más tradicionales han respondido que autores como Scott se han convertido en instrumento del patriarcado, observando que, justo en el mismo momento (es decir, los años ochenta) en que la mujer descubría su propia historia, los dragones franceses se levantaron para devorarla [18]. Otros –incluso historiadores que dieron la bienvenida al gender analysis– han cuestionado el método deconstruccionista de Scott y sus discípulos debido a su tendencia a ignorar la importancia de la acción individual en la historia a favor de un énfasis excesivo en las fuerzas sociales [19]. Pero tales críticas se desvanecen mientras sus autores dejen de lado la única arma con la que puedan realmente combatir las ideas difundidas por Scott; esto es, una antropología que revele las diferencias esenciales (tanto naturales como socialmente construidas) entre los dos sexos. Tal vez la contradicción más prominente y absurda que se aprecia en los escritos de los partidarios de la perspectiva posmoderna es su tendencia a alabarse mutuamente por sus grandes contribuciones a la historia de la mujer, mientras no sólo niegan la existencia real de las mujeres, sino también la posibilidad de cualquier tipo de conocimiento.
Destaca, para los fines de este artículo, la manera en que aquella especialidad que nació como “historia de la mujer” y luego dio luz al “estudio del gender” ha transformado la disciplina de la historia, por lo menos en los Estados Unidos. En el campo de la historia de América Latina, por ejemplo, el “gender analysis” ha “revolucionado” su historiografía, según Gilbert M. Joseph de la Universidad de Yale, un historiador prominente de esa región [20]. Pocas especialidades historiográficas se han visto revolucionadas de manera semejante. Dondequiera que se presente el gender analysis, se ve acompañado por sus dos jinetes, la politización abierta y comprometida, y una antropología subyacente que rechaza cualquiera noción de la esencia humana. Estas asociaciones han sido ideales para el nacimiento de la nieta de la historia de la mujer, es decir, la historia de la homosexualidad, ya conocido como “gay history”, que se acompaña (como su madre) por una antropología anti-esencial y un compromiso con el movimiento social contemporáneo que aboga por la emancipación y la igualdad de los homosexuales. Ha sido una repetición exacta de las circunstancias que dieron a luz a su abuela –un movimiento social inspira la invención de una especialidad historiográfica, que sucesivamente se orienta para contribuir al éxito del movimiento– [21]. Todo este fermento ha engendrado además otra especialidad, la de la historia de la sexualidad, que desde 1990 ha tenido su propia revista, The Journal of the History of Sexuality, editada por la Universidad of Texas. Tal vez el signo más obvio del parentesco que hay entre estos diversos campos es el sentido de furia que comparten sus historiadores sobre la supuesta “invisibilidad” del sujeto, sea una mujer o una persona homosexual, y la gran necesidad que comparten de revelar el sujeto y así corregir la gran injusticia de la victimización. “Las mujeres que evitan la compañía de los hombres”, dice Mary Spongberg, “que solamente se relacionan con las mujeres, no han tenido el mismo acceso a los registros históricos” que las mujeres que se asociaron con los grandes hombres. Pero en realidad las lesbianas han sido doblemente victimizadas porque no sólo han sido invisibles sino que su historiadora encuentra “la omisión casi completa de actos sexuales entre mujeres en los registros de la policía o las cortes de justicia” [22]. Evidentemente, hay un fuerte sentido de identificación entre los historiadores de dichos sujetos y los sujetos mismos.
Otro campo de investigación ligado al de la historia de la mujer es la historia familiar, es decir la historia del parentesco. Por haber sido considerado durante mucho tiempo como el lugar natural y preferido de la mujer, la familia es una institución de interés especial para los historiadores de la mujer, y como consecuencia han aumentado mucho los estudios de la historia de la familia [23]. Como era de esperarse, el historiador de la mujer aborda la familia con perspectivas especiales que reflejan su compromiso con el cambio social contemporáneo. Parece que cuando los historiadores de la mujer vuelven al estudio de la familia tienden a ignorar la familia per se y fijan la mirada en la mujer individual, a quien ellos consideran como alguien “oculto” dentro de la estructura opresiva de la familia. Desde esta perspectiva, según Tilly, la familia es una mera contingencia, y los temas más importantes son “la sexualidad como entorno para la autonomía, la familia como entorno para la lucha, y la familia como una de las posibles plataformas para lanzar la política”. Silvia Arrom, especialista en los dos campos, ha señalado “las hipótesis contradictorias de la historia de la familia y de la mujer: Los historiadores de la familia-élite suelen suponer que las familias se comportaban como unidades homogéneas; mientras que los historiadores de la mujer suponen que la familia era un área de conflicto”. Aunque parece obvio que existen y han existido conflictos familiares desde tiempo inmemorial, Rapp et al. advierten, en un tono de desenmascaramiento audaz, que sería un error asumir que ha existido una “harmonía completa de intereses entre miembros de la misma familia” [24]. Por supuesto, de la misma manera en que han proyectado a la mujer y al hombre como “construcciones”, los historiadores de la mujer tienden a insistir también en que no hay nada “natural” que distinga la familia, dejando así abierto el camino a la “reconstrucción” de la institución familiar, y convirtiendo a ésta en un conjunto de “relaciones personales entre gente que se asocia libremente” [25]. Con mucha razón, los historiadores de la mujer señalan la influencia extraordinaria que tiene la familia sobre los valores, hábitos y maneras de pensar de los niños, pero tienden a asociar la familia con valores que no les gustan y que quieren cambiar. Al mismo tiempo, se nota una fusión entre la historia de la familia y la historia de la sexualidad, y el descubrimiento de dos nuevas ideologías que los historiadores deben reconocer en el pasado y desenmascarar, el maternalism y el familialism [26]. Todo esto es congruente con el movimiento en los Estados Unidos y Canadá de convertir el matrimonio en nada más que una relación íntima entre un número no- especificado de individuos, de una manera semejante a la que el gobierno de España logró con la Ley 13 de 2005, a través de la cual se modifica el Código Civil en lo relativo al derecho a contraer matrimonio [27].
Robert H. Holden, en revistas.unav.edu/
Notas:
1 Arlette Farge ha notado que el surgimiento del campo de la historia de la mujer, en los años setenta, separó casi inmediatemente a los dos sexos, algo insólito que ella atribuye al hecho de que las mujeres historiadoras pudieron identificarse con la materia (es decir, la mujer), pero esto no explica porque hay tan pocos hombres que trabajan en el campo; “Method and Effects of Women’s History”, en: Michelle PERROT (comp.), Writing Women's History, Oxford, Blackwell, 1992, p. 10. Debido a que hay historiadores de la mujer que no son mujeres, y que no hay razón para excluir al sexo masculino de la especialidad, en este ensayo usaré el substantivo neutral ‘historiadores’ para referirme a los que han contribuido a la historiografía de la mujer.
2 Por ‘America’ quiero decir los dos continentes americanos. Fuera de Europa y América, se datan los inicios de la ola contemporánea de forma distinta. En Japón, ésta surgió inmediatamente después de su derrota por los poderes aliados en 1945, alentada por los cambios introducidos por las fuerzas armadas de los EE.UU. durante la ocupación militar del país, según Hiroko TOMIDA, “The Evolution of Japanese Women’s Historiography”, Japan Forum, 8/2, 1996, pp. 189-203. Esta autora destaca la subordinación extraordinaria de la mujer japonesa antes de 1945. Una historiografía seria de la mujer africana empezó a aparecer en los años setenta, por la influencia europea-americana, según Iris BERGER, “African Women’s History: Themes and Perspectives”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003; durante el mismo período en la India, informa Geraldine Hancock FORBES, “Reflections on South Asian Women’s/Gender History: Past and Future”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003. Para una visión global del nacimiento de la especialidad, vease Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL, “Introduction”, en Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL (comps.), Writing Women’s History: International Perspectives, Bloomington, Indiana University Press, 1991, pp. xx-xxi.
3 Debido a la variedad de definiciones del feminismo, desde un
extremo ‘liberal’ o moderado, hasta el otro en donde se encuentra el separatismo, las orientaciones ideológicas de los historiadores de la mujer (y por tanto sus escritos) han tenido matices a veces bien distintos; por ejemplo, se identifican nueve formas diferentes de teoría feminista, en Carolyn ZERBE y Ada SINACORE, “Feminist Theories”, en: Judith WORELL (comp.), Encyclopedia of Women and Gender: Sex Similarities and Differences and the Impact of Society on Gender, I, San Diego, Academic Press, 2001, pp. 469-80. Como mínimo, casi todos los feministas comparten que (1) las mujeres han sido oprimidas y subordinadas injustamente por los hombres, y
(2) es un deber político si no moral poner fin a esa situación. Ha habido un debate entre los que insisten que la opresión de la mujer por el hombre ha sido una constante casi invariable en la historia de la humanidad contra otros que argumentan acerca de la existencia de transformaciones, a veces muy notables, en el estatus de la mujer; ejemplos del primer caso son dos obras de Judith M. BENNETT, “Comment on Tilly: Who Asks the Questions for Women’s History?”, Social Science History, 13/4, 1989, p. 475, y “Confronting Continuity”, Journal of Women’s History, 9/3, 1997, pp. 73-94. Para el segundo, véase Louise A. TILLY, “Response”, Social Science History, 13/4, 1989, pp. 479-80; y Bridget HILL, “Women’s History: A Study in Change, Continuity or Standing Still?”, Women’s History Review, 2/1, 1993, pp. 5-22.
4 Entre los muchos especialistas que reconocen estos dos métodos, vease Ellen DUBOIS; Gail KELLY; Elizabeth KENNEDY; Carolyn KORSMEYER y Lillian ROBINSON, Feminist Scholarship: Kindling in the Groves of Academe, Urbana, University of Illinois Press, 1987, pp. 39ss. y Gisela BOCK, “Challenging Dichotomies: Perspectives on Women’s History”, en: Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL (comps.), Writing Women’s History: International Perspectives, Bloomington, Indiana University Press, 1991, p. 1.
5 Louise Tilly, entre las más prominentes historiadoras de la mujer en los Estados Unidos, aplica los dos conceptos: ‘feminist history’ y ‘women’s history’, como si fueran sinónimos, la que es una práctica muy común; “Women’s History and Family History: Fruitful Collaboration or Missed Connection?”, Journal of Family History, 12/1, 1987, pp. 303-15. E. DUBOIS et al., Feminist Scholarship, afirman que intentaron separar las dos categorías, ‘estudios feministas’ e ‘investigaciones sobre la mujer’, pero tuvieron que concluir que fue imposible porque el feminismo es ‘el contexto dentro del cual casi todos los estudios sobre la mujer se están llevando a cabo en este momento’ (pp. 7-8). Sólo se distinguen en el caso de que el autor se refiera a la tarea específica de investigar la historia del feminismo como movimiento social, como en el caso de Karen OFFEN, que enfoca el feminismo como fenómeno histórico; Offen define dicho movimiento como ‘desafio a la hegemonía masculina’ y ‘campaña para poner fin a la subordinación de la mujer por parte del hombre’ (p. xi); considera que su propio libro es parte esencial de dicha campaña: European Feminisms 1700- 1950: A Political History, Stanford, Stanford University Press, 2000.
6 Rosa María CAPEL MARTÍNEZ, “Introducción”, Cuadernos de Historia Moderna, 19, 1997, pp. 9-18; Jean ALLMAN y Antoinette BURTON, “Destination Globalization? Women, Gender and Comparative Colonial Histories in the New Millenium [sic]”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003.
7 Gerda LERNER, The Creation of Patriarchy, Nueva York, Oxford University Press, 1986, pp. 3, 220.
8 Ha sido tan común esta premisa que sería dificil encontrar una discusión teórica entre los historiadores de la mujer que la omita. En 1982, Patricia Hilden afirmó la omnipresencia de dicha premisa: las feministas de los años sesenta del siglo XX “comprendieron que el éxito político en el presente depende de un análisis histórico. La historia de la mujer, pues, desde su nacimiento fue una actividad dedicada al presente. [...] En todas partes se acepta la necesidad de entender la opresión de la mujer en el pasado para corregirlo en el presente”. Hilden reconoció que la tendencia a instrumenta- lizar la historia para fines políticos había dado pie a obras mediocres. Sin embargo, Hilden no aboga por el abandono del fin político sino que recomienda que las teorías y las investigaciones (orientadas hacia el logro de ese fin político) sean más cuidadosas. Patricia HILDEN, “Women’s History: The Second Wave”, Historical Journal, 25/2, 1982, pp. 501, 511-2. En una conferencia principal frente a un congreso de historiadores de la mujer en 1979, Joan Kelly exhortó a su audiencia que “extirpen por completo la jerarquía de género y de sexo, y con ellos todas las formas de dominación”; “The Doubled Vision of Feminist Theory: A Postscript to the ‘Women and Power’ Conference”, Feminist Studies, 5/1 1979, pp. 216-27. En 2000, Karen Offen llamó a su propia historia del feminismo europeo, “una guía política, un acto político” (K. OFFEN, European Feminisms, p. 395). Louise Tilly observó con evidente aprobación que cuando historiadores feministas aplican la categoría de gender “expresan así un compromiso político hacia la promoción de la igualdad de género, la autonomía individual de la mujer, y el acceso al poder político y económico”; “Gender, Women’s History, and Social History”, en Social Science History, 13/4, 1989, pp. 448-9, 451, 452.
Uno de los pocos historiadores de la mujer que han cuestionado la politización de su campo es Silvia ARROM, “Historia de la Mujer y de la Familia Latinoamericanas”, Historia mexicana, 42/2, 1992, pp. 389-90. Otra es Elizabeth Fox-Genovese, entre las pioneras de la especialidad, quien observó en una entrevista que, para los últimos años ochenta del siglo pasado, “poco a poco se hacía muy claro que mis colegas pensaron que para participar en el campo de los estudios de la mujer, incluso la historia de la mujer, uno tuvo que ser leal a unas tradiciones políticas específicas”, en: Stephen GOODE, “Genoveses try to alter the course of history teaching”, Insight on the News, 14 (1/VI/1998), p. 20.
9 Peter LASLETT, “The Character of Familial History, Its Limitations and the Conditions for its Proper Pursuit”, Journal of Family History, 12/1-2, 1987, pp.. 268-71.
10 Este es un argumento que he desarrollado en Robert H. HOLDEN, “What Is Your Anthropology? What Are Your Ethics?”, Historically Speaking, 6/4, 2005, pp. 35-7.
11 Mary GERGEN, “Social Constructionist Theory”, en: Judith WORELL, (comp.), Encyclopedia of Women and Gender: Sex Similarities and Differences and the Impact of Society on Gender, II, San Diego, Academic Press, 2001, p. 1044.
12 Gerda LERNER, “New Approaches to the Study of Women in American History”, Journal of Social History, 3/1, 1969, pp. 53-62 y The Creation of Patriarchy, pp. 6, 238.
13 Karen OFFEN, “Defining Feminism: A Comparative Historical Approach”, Signs, 14/1, 1988, pp. 119-57 y European Feminisms, pp. 14-15, 16.
14 DUBOIS, KELLY, KENNEDY, KORSMEYER y ROBINSON, Feminist Scholarship: Kindling in the Groves of Academe, pp. 101-10. Se ve la misma superficialidad fuera de la disciplina de la historia. La profesora de inglés y teórica del género, Sarah Gamble, insiste en que el feminismo existe porque en la sociedad contemporánea la mujer es siempre vista como el contrario- negativo del hombre (hombre/fuerte, mujer/débil, hombre/racional, mujer/ emocional, hombre/activo, mujer/pasiva, etc.), posición exagerada que explica la hostilidad a cualquier concepto de “naturaleza femenina”; en: “Introduction”, en: Sarah GAMBLE (comp.), The Routledge Critical Dictionary of Feminism and Postfeminism, Nueva York, Routledge, 1999, p. VII.
15 Una historiadora italiana opina que, “[d]esde un punto de vista epistemológico, el enfoque en las relaciones y jerarquías de género es la contribución más significativa a la investigación histórica contemporánea por parte del movimiento feminista americano”, y añadie que el impacto de las obras de Scott en Italia fue grande; Silvia MANTINI, “Women’s History in Italy: Cultural Itineraries and New Proposals in Current Historiographical Trends”, Journal of Women’s History, 12/2, 2000, pp. 172-3. La influencia a escala mundial de la obra de Scott está evaluada también en OFFEN, PIERSON, y RENDALL, “Introduction”, p. xxxiv. El concepto de gender había sido propuesto como un instrumento en la historia de la mujer, tal vez por la primera vez, en 1976 por Natalie Zemon Davis, quien recomendó como prioridad el estudio de los cambios en los papeles sexuales de los dos sexos, pero sin referencia a métodos deconstruccionistas y sin poner en duda la existencia misma de la identidad sexual, como hará después Scott. Sin embargo, para 1985, Davis parece haberse convertido a la posición que Scott promoverá; veanse las dos obras de Davis: “‘Women’s History’ in Transition: The European Case”, Feminist Studies, 3/3-4, 1976, p. 90 y “What Is Women’s History?”, History Today, 35, 1985/VI, p. 42. Un resumen de los pasos intelectuales que siguieron los historiadores de la mujer hacia el descubrimiento de que incluso el sexo es “construido” se encuentra en Merry E. WIESNER-HANKS, “Women, Gender, and Church History”, Church History, 71/3, 2002, pp. 605-10.
16 Las citas de este párrafo vienen de las siguientes obras de J. SCOTT: Gender and the Politics of History, Nueva York, Columbia University Press, 1988, pp. 3-11; “History in Crisis? The Others’ Side of the Stor”, American Historical Review, 94/3, 1989, pp. 681, 691; “The Evidence of Experience”, Critical Inquiry, 17/4, 1991, pp. 792-3; y un nuevo capítulo (Nº. 10) de la segunda edición (1999) de Gender and the Politics of History. Vease también su “Gender: A Useful Category of Analysis”, American Historical Review, 91/5, 1986, pp. 1053-75.
17 Los ideológos de la doctrina anti-natural reconocen el problema, pero insisten en que sólo es un problema aparente. Citando a Jacques Lacan y Renata Saleci, Joan Scott observa que mientras la idea de derechos humanos universales es pura fantasía, es una fantasía útil para los que sienten la necesidad de ser reconocidos; Gender and the Politics of History, pp. 216-7.
Vease tambíen el libro de ensayos de Amnesty International dedicado a la cuestión de la tensión entre la “desconstrucción” del sujeto, por un lado, y el discurso sobre los derechos: Barbara JOHNSON (comp.), Freedom and Interpretation: The Oxford Amnesty Lectures, Nueva York, Basic Books, 1993.
18 WIESNER-HANKS, “Women, Gender, and Church History”, pp. 605- 10; la tensión aún existente entre los exponentes de la historia de género y los de historia de la mujer se analiza en ALLMAN y BURTON, “Destination Globalization? Women, Gender and Comparative Colonial Histories in the New Millenium [sic]”.
19 Louise A. TILLY, “Gender, Women’s History, and Social History”,
Social Science History, 13/4, 1989, pp. 448-9, 451, 452.
20 Gilbert M. JOSEPH, “A Historiographical Revolution in Our Time”, Hispanic American Historical Review, 81/3-4, 2001, p. 445; para ejemplos sobre cómo algunos historiadores aplican gender a la historia política y económica, vease Thomas Miller KLUBOCK, “Writing the History of Women and Gender in Twentieth-Century Chile”, Hispanic American Historical Review, 81/3, 2001, p. 518 y Sarah C. CHAMBERS, “New Perspectives in Latin American Women’s and Gender History”, Journal of Colonialism & Colonial History, 4/1, 2003.
21 Phyllis STOCK-MORTON, “Finding Our Own Ways: Different Paths to Women’s History in the United States”, en: Karen OFFEN; Ruth Roach PIERSON y Jane RENDALL (comps.), Writing Women's History: International Perspectives, Bloomington, Indiana University Press, 1991, p. 63.
22 Mary SPONGBERG, Writing Women’s History Since the Renaissance, Basingstoke, Palgrave MacMillan, 2002, p. 218.
23 CAPEL MARTÍNEZ, “Introducción”, p. 17 y Robert WHEATON, “Observations on the Development of Kinship History, 1942-1985”, Journal of Family History, 12/1-3, 1987, p. 290.
24 Louise A. TILLY, “Women’s History and Family History: Fruitful Collaboration or Missed Connection?”, Journal of Family History, 12/1, 1987, pp. 309-10; Silvia Marina ARROM, “Historia de la Mujer y de la Familia Latinoamericanas”, p. 397; Rayna RAPP; Ellen ROSS y Renate BRIDENTHAL, “Examining Family History”, Feminist Studies, 5/1, 1979, p. 187.
25 Joan KELLY-GADOL, “The Social Relation of the Sexes: Methodological Implications of Women’s History”, Signs, 1/4, 1976, pp. 809-23; Rayna RAPP; Ellen ROSS y Renate BRIDENTHAL, “Examining Family History”.
26 Para una introducción a los dos conceptos, vease Lynne HANEY y Lisa POLLARD, “In a Family Way: Theorizing State and Familial Relations”, en: Lynne HANEY y Lisa POLLARD (comps.), Families of a New World: Gender, Politics, and State Development in Global Context, Nueva York, Routledge, 2003, pp. 1-16. Sara Poggio hace notar el conflicto que había entre feministas estadounidenses de orígen mexicano y las feministas ‘anglosajo-nas’ quienes acusaron a las primeras de ‘familismo’; “Historia de las Chicanas: ¿Chicanas en Qué Historia?”, en: Eugenia RODRÍGUEZ SÁENZ (comp.), Un Siglo de Luchas Femeninas en América Latina, San José, Costa Rica, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2002, pp. 41, 46. Joan Kelly exhorta a sus lectores “a extirpar la jerarquía de genero y de sexo totalmente, y con ellas todas las formas de dominación”, incluso la familia, debido al control injusto que ejerce sobre la “sexualidad femenina”; “The Doubled Vision”, p. 223. Después de la muerte de Kelly en 1982, la American Historical Association (AHA), la sociedad de historiadores más grande y
prestigiosa de los Estados Unidos, estableció un premio para honrarla, “The Joan Kelly Memorial Prize”, que se da anualmente al autor del libro de la historia de la mujer “que mejor refleja los altos ideales intelectuales y de estudio ejemplicados en la vida y obra de Joan Kelly”. La autora de The History of the Family and the History of Sexuality, manual estudiantil sobre la historia de la familia, publicado por la AHA, es Estelle Freedman, profesora de Stanford University, quien se identifica como “outsider” (forastera) en el mundo académico por su condición de “judía, mujer, feminista, y lesbiana”, y como activista “profundamente involucrada” en la campaña para legalizar uniones de personas del mismo sexo; Feminism, Sexuality and Politics: Essays, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2006, pp. 9, 187.
27 En el caso de América del Norte, el movimiento por la transformación del matrimonio y la familia, y el apoyo que recibe por parte de asociaciones legales influyentes, está bien documentado y analizado en Dan CERE, The Future of Family Law: Law and the Marriage Crisis in North America, Nueva York, Council on Family Law, Institute for American Values, 2005.
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Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
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