La Eucaristía es el amor para siempre, sin solución de continuidad, de Jesús por los suyos, manifestado en la celebración del sacramento eucarístico, que hace presente el sacrificio de Jesús en la Cruz, y en su presencia real en los Sagrarios bajo las especies eucarísticas
El versículo primero del capítulo 13 del Evangelio de San Juan forma como un solemne pórtico que nos introduce en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, o, tratándose del cuarto Evangelio, en el misterio de su glorificación: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.
El amor
El evangelista destaca el amor de Jesús por los suyos: los ha amado hasta ese momento, y ahora se dispone a “completar” ese amor. Siguiendo la habitual división del cuarto Evangelio en dos partes (dicho resumidamente: “libro de los signos”, capítulos 1-12; y “libro de la gloria”, capítulos 13-21), el verbo “amar” (ἀγαπάω), que aparece pocas veces en la primera parte, es muy abundante en la segunda. Con esta palabra, el evangelista quiere expresar la relación entre el Hijo y el Padre, la del Hijo respecto a sus discípulos y la de los discípulos entre ellos mismos.
Pero el escaso uso de ese verbo en la primera parte queda compensado en este primer versículo, pues el participio pasado “habiendo amado”, que resume la manifestación de Jesús al mundo como Mesías por medio de sus signos y palabras (capítulos 1-12). Ese amor va a tener una continuidad en una culminación máxima, pues ahora, “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre”, Jesús dará la propia vida por los suyos.
La totalidad
La expresión “hasta el extremo” (εἰς τέλος) podría interpretarse en dos sentidos: uno más bien temporal-cuantitativo, “hasta el final”. Así se dice, por ejemplo, de Moisés, cuando terminó de escribir la ley “hasta el final” (ἕως εἰς τέλος, Dt 31, 24), y otro más bien cualitativo, “absolutamente, del todo”. Es posible que el evangelista quiera expresar ambos sentidos, que de hecho se complementan o casi se identifican. Por un lado, el hecho temporal de amar hasta el final está expresando que esa entrega es voluntaria, según lo que Jesús dice en el discurso del “Buen Pastor”: “Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente” (Jn 10, 17). Esta unión de Jesús a la voluntad de su Padre del cielo a menudo en el Evangelio se indica con la expresión de que las cosas han de suceder “según las Escrituras”.
Por ejemplo, estando Jesús con sus discípulos en Getsemaní, ante la agresión al criado del sumo sacerdote, Jesús dijo: “Envaina la espada: que todos los que empuñan espada, a espada morirán. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. ¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?” (Mt 26, 51-54). La respuesta de Jesús a Pedro en el cuarto evangelio va en la misma línea: “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?” (Jn 18, 11).
Obediencia y amor se funden, de tal modo que el término τέλος adquiere un valor máximo en el corazón de Jesús, pues cuando ese amor llega al final, en realidad es que ha llegado a la perfección, al acabamiento perfecto. Ese final es la muerte en la Cruz, cuando Jesús dice: “Está cumplido” (τετέλεσται, verbo de la misma raíz que τέλος, Jn 21, 30). Es el modo de “pasar de este mundo al Padre”, por medio del amor supremo manifestado en entrega de sí mismo hasta la muerte en la Cruz.
El lavatorio de los pies y la Eucaristía
Juan no relata la institución de la Eucaristía (los cuatro relatos están en la Primera Carta a los Corintios y en los tres Evangelios sinópticos) pero el contexto en el que se desarrollan los capítulos 13 a 17 es el de la Última Cena: así se dice en 13, 2: “Estaban cenando”. Por lo tanto, la expresión “los amó hasta el extremo” también habría que entenderla enmarcada en un contexto litúrgico-eucarístico. De hecho, si quitamos las oraciones subordinadas que están intercaladas en el versículo, la frase se queda así de clara: “Antes de la fiesta de la Pascua […] los amó hasta el fin”. La institución de la Eucaristía será “antes” de la Pascua, antes de la inmolación de los corderos, será una “anticipación” de la entrega de Cristo en la Cruz.
Además, el relato del lavatorio de los pies (13, 4-12) está introducido por otra solemne afirmación que expresa el culmen de la relación de amor y unión de voluntades entre Jesús y el Padre: “Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita el manto…” (13, 3-4). La unión entre el Hijo y el Padre da paso a un gesto material. Señal de que ese gesto tiene un fuerte sentido: es expresión de ese amor hasta el extremo, un amor que purifica, que hace limpio al que lo recibe (“vosotros estáis limpios”, Jn 13, 10) y que está anticipado sacramentalmente en la Eucaristía que Jesús instituye en esa cena. Hay una nueva pureza, superior a la meramente ritual y externa.
Enseñando en la sinagoga de Cafarnaún, Jesús dirá: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6, 56). Así pues, con palabras de Joseph Ratzinger en Jesús de Nazaret, Jesús, “que es Dios y Hombre al mismo tiempo, nos hace capaces de Dios. Lo esencial es estar en su Cuerpo, el estar penetrados por su presencia”. Los sacrificios antiguos miraban al futuro, eran sacramentum futuri. Con el misterio pascual, anticipado sacramentalmente en la Eucaristía, ha llegado la hora de la novedad, y se podría decir que ha llegado “el amor hasta el extremo”. Por eso, puede decir san Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucharistia: “Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega ‘hasta el extremo’ (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida” (n. 11). Y ese amor será el modelo de conducta para la existencia de los discípulos: “También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo…” (Jn 13, 14-15), de modo que el cristiano, de alguna manera, ha de ser pan para los demás.
Esta relación entre el “amor hasta el extremo” y la Eucaristía nos desvela otro sentido de esta expresión: “para siempre”, o “continuamente”. La Eucaristía es el amor para siempre, sin solución de continuidad, de Jesús por los suyos, manifestado en la celebración del sacramento eucarístico, que hace presente el sacrificio de Jesús en la Cruz, y en su presencia real en los Sagrarios bajo las especies eucarísticas. Este sentido también aparece en el Antiguo Testamento, por ejemplo, en el testamento de David a su hijo Salomón, en el que le dice que si él abandona al Señor, el Señor le abandonará “para siempre” (εἰς τέλος, 1Cr 28, 9; cf. también Est 3, 13g).
Conclusión
El amor de Jesús es incondicional. Por esos mismos “suyos” que no lo recibieron, Jesús da la vida viniendo a su casa en carne (cfr. Jn 1, 11.14), y manifestándose con signos y palabras (cap. 1-12) y luego de modo total y definitivo con la entrega de su vida en la Cruz y con su presencia sacramental entre nosotros, dando además ejemplo de conducta: el discípulo ha de mantener con su hermano una actitud de servicio abnegado, haciéndose pan para los demás.