El cardenal Mercier fue profesor de filosofía y fundador del Instituto de Filosofía en Lovaina. Como arzobispo de Malinas impulsó la universidad y la formación del clero, fomentó conversaciones con el anglicanismo e intervino en los grandes asuntos de la Iglesia al inicio del siglo XX
León XIII (1810-1903) llegó al pontificado (en 1878) con bastante edad (67 años) y una experiencia de treinta y dos años como obispo de Perugia (1846-1878) en una época de desencuentros con la Modernidad. La Santa Sede acababa de perder los Estados Pontificios (1870), los regímenes liberales en medio mundo habían combatido a la Iglesia durante un siglo (y la habían expropiado de todo lo que pudieron), muchas instituciones católicas se habían hundido o habían sido prohibidas, aunque surgían otras. Había contestación e inquietudes doctrinales en el mundo católico por la influencia de las nuevas corrientes de pensamiento. Y las naciones se agitaban con las tensiones de la revolución industrial. Se necesitaba mucho ánimo y discernimiento. Y León XIII, pese a su apariencia frágil, los tuvo.
En las primeras semanas, ya entró a todos estos importantes temas, pensando que su pontificado sería corto (sin embargo, duraría veinticinco años, para sorpresa suya y ajena). Y al cabo de un año publicó Aeterni Patris (1879), recomendando la filosofía tomista en los estudios eclesiásticos. Lo apoyó con nombramientos de profesores en Roma (Gregoriana, Antonianum) y fuera. Pidió formalmente al cardenal de Malinas (Bruselas) que dotara una cátedra de filosofía tomista en la Universidad de Lovaina. Esta universidad católica había sido refundada en 1834, y había sobrevivido bien a la debacle del siglo. El episcopado belga se resistió por motivos de oportunidad política. Pero León XIII mandó a su costa a un dominico italiano (Rossi). Entonces buscaron inmediatamente un candidato belga (y devolvieron al dominico). Descartando grandes y difíciles figuras, la elección recayó en un joven profesor y director espiritual del seminario menor de Malinas, Desirée-Joseph Mercier. Acababa de cumplir treinta años y tenía que hacerse respetar (y hacer respetable el tomismo) tanto en la propia universidad como en los medios liberales belgas, muy críticos con lo católico.
León XIII le invitó a Roma para comentar el programa. Y las clases comenzaron el 27 de octubre de 1883. Por voluntad del Papa eran obligatorias para todos los estudiantes eclesiásticos de la universidad. También asistían los doctorandos de filosofía y letras, y todos los estudiantes laicos que querían. Mercier se esforzó en adquirir una buena formación científica, sobre todo en psicología (y fisiología). Y sus clases adquirieron fama. Sus discípulos le recuerdan como un profesor documentado, brillante y acogedor. Preparaba apuntes para los alumnos y los fue convirtiendo en manuales. Se le juntaron algunos discípulos y dividió los cursos.
Mantenía informado a León XIII. En 1887 viajó a Roma y le propuso crear en Lovaina un Instituto Superior de Filosofía, distinto de la Facultad de Filosofía y Letras, que tenía una orientación histórica y filológica. Al Papa le gustó la idea y le nombró en el acto prelado doméstico. En cambio, el rector de Lovaina y orientalista Mons. Abbeloos, que se había sentido “puenteado” desde el principio, se opuso y creó opinión: este “medievalismo” no podía conducir a ninguna parte. El asunto se tensó. Incluso a Mercier le tentó aceptar la propuesta que le llegó de trasladar el proyecto a la recién creada Universidad católica de Washington. Pero León XIII hizo saber que le apoyaba, y cuando Mercier propuso crear dos cátedras, una de filosofía y otra de ciencias propedéuticas, envió la financiación y erigió el instituto (1889).
Mercier desarrolló los cursos y buscó nuevos profesores, procurando que estuvieran bien informados tanto en las ciencias positivas como en la historia medieval (De Wulf). Consiguió financiación, construyó aulas y también laboratorios de psicología experimental (al estilo de Wundt). Quería un Instituto “Superior” de Filosofía: no una enseñanza elemental. Tras una nueva entrevista con León XIII, compuso unos estatutos que definían la orientación intelectual del Instituto y su relación con la Universidad. El rector se opuso de nuevo, alegando esta vez que lo que se enseñaba era ciencia moderna con un barniz tomista, y que debía hacerse en latín y no en francés. Mercier cedió en la enseñanza en latín para los eclesiásticos, pero no en la orientación. Publicó Psicología (1892), Lógica y Metafísica (1894), y más tarde una Criteriología. Con esto compondría un Curso de Filosofía en 4 volúmenes (Lógica, Metafísica general, Psicología, y Criteriología o teoría general de la certeza). Además publicó un ensayo sobre Los orígenes de la psicología contemporánea (1894) En 1894, fundó la Revue Néoescolastique, que más tarde se convertiría en la Révue Philosophique de Louvain.
Siguieron años de crecimiento que estabilizaron el Instituto, que todavía existe en la Universidad de Lovaina. Y puso en marcha un seminario (con el nombre de León XIII) para alojar a los estudiantes que le llegaban de todas partes.
No cabe duda de que Mercier tenía enormes capacidades, ni de que su reto sigue planteado casi en los mismos términos. Se puede observar que la mezcla directa de filosofía y ciencias experimentales (sobre todo en su psicología) produce una caducidad rápida, al variar el estado de las ciencias. Hay que tenerlo en cuenta.
La obra de Santo Tomás importa al pensamiento filosófico cristiano al menos por tres motivos: aporta una reinterpretación cristiana de la filosofía clásica, que compone en parte nuestra visión del mundo (lógica y metafísica); transmite análisis importantes de antropología o psicología racional, que interesan a la ética y a nuestro conocimiento propio (inteligencia, acto libre, afectividad, pasiones); y en tercer lugar aporta un vocabulario que pertenece a la tradición de la teología e interesa entender bien.
Por un lado, interesa transmitir la filosofía tomista (metafísica, lógica, cosmología, antropología) en su contexto histórico, para no alterar su sentido. Es lo que hizo Gilson, por ejemplo. En un segundo momento, se ha de entrar en diálogo con nuestro conocimiento del mundo. La Lógica y la antropología (y la ética) que transmite santo Tomás, en lo que tienen de saber introspectivo, siguen teniendo mucha fuerza, aunque puedan necesitar complementos o desarrollos. Mientras que la cosmología, nuestro saber acerca del universo, ha cambiado mucho con nuestra capacidad para observarlo y comprenderlo. Esto repercute en la metafísica, que universaliza nuestro conocimiento sobre el ser: resulta más estable en lo que se refiere a la inteligencia y menos en lo que se refiere a la materia. Es evidente que no se puede hacer hoy una cosmología o una filosofía de la naturaleza sin tener en cuenta lo que sabemos de la composición de la materia, del origen del universo o de la evolución de la vida. Y esto afecta a nuestra idea del ser (metafísica).
Desde luego interesa que quienes se dedican a estas ramas de la filosofía en contextos cristianos tengan, al mismo tiempo, una buena formación histórica, que les permita acceder y conservar el sentido original, y, por otra parte, una buena formación científica. Y esto, sin precipitar concordancias.
Desaparecido León XIII (1903) su sucesor, san Pío X, lo eligió directamente como arzobispo de Malinas y primado de Bélgica (1906) y, al año siguiente, cardenal (1907). Desde el principio se empeñó en la formación del clero. Predicó muchos retiros para sus sacerdotes (que están publicados), y fundó una asociación para cultivar su espiritualidad (Fraternidad sacerdotal de los amigos de Jesús). También creó una revista diocesana. Apoyó la universidad y preparó profesores buscando un alto nivel científico. Animó, por ejemplo, a Georges Lemaître (que fue miembro de la fraternidad sacerdotal) a que estudiara física y se relacionara con Einstein, y así postuló su teoría del Big Bang.
En el pontificado de san Pío X se suscitó la cuestión modernista. El cardenal apoyó al Papa y describió la situación en una importante conferencia en la Universidad (El Modernismo). Pero también contribuyó a superar malentendidos (Lagrange, Blondel); intentó suavizar la situación canónica de Laberthonniére y dialogar con Tyrrell, por ejemplo.
Por otra parte, desde 1909 apoyó a Dom Lambert Beaudoin en su espíritu de renovación litúrgica, que buscaba una mayor participación de los fieles, y también en sus esfuerzos de apertura ecuménica. Sostuvo también el crecimiento de la Acción Católica y se interesó mucho por la cuestión social.
En 1914, con una especie de ingenuidad suicida y sin poner los medios para evitarlo, las naciones europeas entraron en una guerra brutal que acabó a la vez con cuatro imperios, quizá un quinto de la población juvenil europea y, de paso, con el mito ilustrado del progreso.
En los primeros movimientos, Alemania invadió por sorpresa la neutral Bélgica para atacar Francia. Y castigó duramente la reacción aislada de la resistencia belga, bombardeando sistemáticamente poblaciones y la propia Lovaina, donde ardió la catedral, la universidad, la biblioteca… Al cardenal Mercier le pilló en Roma, donde había acudido a los funerales de san Pío X y al cónclave. A la vuelta (diciembre de 1914), paseó por el enorme destrozo y escribió una dura pastoral para que fuera leída en todas las iglesias, con el título Patriotismo y firmeza (Patriotisme et endurance), que se puede encontrar online.
Elogia el patriotismo como virtud cristiana, valora la entrega de los soldados que han dado su vida por la patria, anima a la población a que apoye al gobierno belga, al rey y al ejército en el exilio. Declara que el gobierno invasor es ilegítimo, que solo se deben obedecer aquellas leyes que son necesarias para el bien común y el orden público, pero pide que no se haga violencia innecesaria fuera de la que toca al ejército belga.
El mando militar alemán intentó evitar la difusión, secuestró las copias y amenazó a los párrocos, pero temiendo repercusiones entre los católicos alemanes, apenas retuvo unas horas al cardenal. Se conserva la documentación y correspondencia. En esos momentos, el cardenal representó el honor de la nación. Con todo, la Santa Sede le pidió que moderara sus expresiones políticas. Al terminar la guerra, quedó convertido en un héroe nacional en Bélgica, pero también en Inglaterra y los Estados Unidos. Hizo un viaje triunfal por los Estados Unidos (1919), donde, entre otras cosas, consiguió generosas ayudas para la reconstrucción de la Universidad de Lovaina.
Desde entonces, Mercier es un personaje con una inmensa irradiación en todo el mundo católico. Y se hizo al papel. Hay que comprenderlo. No fue un cardenal renacentista que construyera palacios barrocos. Fue un cardenal de la Iglesia en una época de enorme debilidad ante los Estados. Se necesitaba prestigio para ser oído. Él lo adquirió y lo usó en bien de la Iglesia. Incluso la Santa Sede quiso que interviniera, tras la guerra, en el tratado de Versalles para resolver la penosa cuestión de los Estados Pontificios, pero no pudo hacer nada. A su muerte, el gobierno belga le concedió un funeral de estado con todos los honores (existen viejas grabaciones online).
La densidad de la época y del mismo personaje ha hecho que todavía no exista la biografía que merecería. Existe un primer esbozo del canónico A. Simon, Le cardinal Mercier. Y Roger Aubert, gran historiador de la Universidad de Lovaina, le dedicó un conjunto importante de estudios, recogidos con ocasión de los ochenta años del propio Aubert: Le cardinal Mercier (1851-1926). Un prelat d’avant-garde. Me han servido para componer este retrato. Aparte de otros estudios especializados.
Se le achaca altivez e incomprensión respecto al sector flamenco de Bélgica. La cuestión se ha estudiado y necesita bastantes matices. Por otra parte, pese a su pose cardenalicia, fue una persona de gustos sobrios. Especialmente durante la guerra y posguerra, no quiso desentonar con las penurias de su gente, y por ejemplo, prescindió de la calefacción y simplificó al máximo la comida.
Era devoto del Sagrado Corazón, del Espíritu Santo, de la Virgen y de la Eucaristía. Y por lo que se deduce de su correspondencia tuvo una reacción cristiana ante las muchas incomprensiones y dificultades de su vida. En los últimos años puso mucho interés en promover la proclamación del dogma de la mediación universal de María y mantuvo conversaciones con los pontífices y muchos teólogos.
Un capítulo particularmente interesante fueron las conversaciones ecuménicas con representantes del mundo anglicano. Ocuparon la última parte de su vida (1921-1926). Comenzaron en 1921 por la amistad del lazarista p. Pombal con Lord Halifax, conocido noble anglicano que aspiraba a la unidad de la Iglesia. Acudieron al cardenal para ver qué se podía hacer. Después de informar a la Santa Sede, y sin publicidad, tuvieron lugar conversaciones entre teólogos católicos y anglicanos para estudiar en común las dificultades: la cuestión del valor de las ordenaciones anglicanas, del episcopado y de los sacramentos. Y especialmente, del ejercicio del Primado romano. Se apuntó que se podría intentar acercarse al ejercicio del primer milenio.
La muerte del cardenal dejó la cosa en suspenso, pero aquellas conversaciones fueron un importante precedente en el impulso ecuménico del Concilio Vaticano II, y formularon cuestiones y enfoques que siguen dando luz.
Juan Luis Lorda
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