La Teología fundamental es una novedad en el curriculum teológico de la segunda mitad del siglo XX. Y aglutina muchas nuevas inspiraciones
René Latourelle, uno de los teólogos clave en esta materia, describe muy bien esta historia con un esquema que se ha hecho clásico. Presenta la Teología Fundamental como superación de la Apologética de principios de siglo, con tres pasos: antes, durante y después del Concilio: primero, una reacción ante la apologética clásica; después, una ampliación, donde se asume el nombre de “Teología Fundamental”, y, finalmente, una fase de reflexión y sedimentación del enfoque y contenidos. Merece la pena leer el artículo que compone con Rino Fisichella y Savador Pié y Ninot, sobre la Teología Fundamental, en su conocido diccionario sobre esta materia.
A principios del siglo XX, se había introducido en los estudios eclesiásticos la asignatura de Apologética, reuniendo los argumentos que permitían defender la fe ante las dificultades surgidas en siglos anteriores sobre los fundamentos intelectuales e históricos del cristianismo.
Por un lado, se recogían los argumentos que defienden la existencia de Dios (y a veces del alma humana), considerados “preambula fidei”, preámbulos o presupuestos necesarios para la fe. Por otro, se defendía la realidad histórica de Cristo, los testimonios de su divinidad y resurrección. También, su intención de fundar la Iglesia, incluyendo la reflexión sobre las características o notas que permiten reconocer cuál es la verdadera Iglesia (una, santa, católica y apostólica). Esto procedía de polémicas históricas con las comunidades protestantes.
Ese esfuerzo intelectual supuso un beneficio para el cristianismo, que siempre ha defendido la compatibilidad de la fe con la razón. De manera que, aunque las objeciones resultaran a veces incómodas o mal dirigidas, provocaron una amplia, fecunda y pormenorizada reflexión sobre todos los fundamentos de la revelación y la fe cristianas.
La apologética se presentaba, generalmente, articulada en tres “demonstrationes”: “demonstratio religiosa”, “demonstratio christiana” y “demonstratio catholica”. Se trataba de reunir todos los argumentos que hacen que el cristianismo sea creíble (credibilidad) como revelación divina, manifestada en Cristo y transmitida auténticamente por la Iglesia. Allí se encuentra mucha sabiduría acumulada a través de los siglos. Empezando por la tradicional “Teología natural” e incluyendo las últimas investigaciones históricas e incluso arqueológicas; además de la abundante reflexión teológica, por ejemplo, sobre las notas de la Iglesia.
Antes de la segunda guerra mundial, los tratados de Apologética más acabados y profundos eran los de Gardeil, Garrigou-Lagrange y Tromp. Garrigou defendía que la apologética es una materia distinta de la dogmática, porque tenía que ponerse en la posición del no creyente y, en esa medida, no presuponer la fe.
Al mismo tiempo que el esquema se enriquecía y resultaba más completo, se revelaron más claramente sus límites, y se produjo un gran salto, que llevaría de la Apologética a la Teología Fundamental.
En primer lugar, y aunque no se tomara conciencia hasta más tarde, era manifiesto que una actitud puramente defensiva de toda la fe cristiana frente al mundo moderno no se correspondía con la entraña del cristianismo, que es un anuncio salvador para todas las naciones y todos los tiempos, para todos los seres humanos, incluyendo los modernos. No cabía refugiarse en la defensa. Cuestión estratégica que sigue vigente. La verdad cristiana es defendible frente a la razón, pero su fuerza no está en que pueda resolver las objeciones una por una, sino en que es un mensaje de salvación universal y para todos los seres humanos y para todo lo humano.
Esta idea sería recogida y expandida más tarde por Blondel. La obra de Blondel Carta sobre la Apologética hizo tomar conciencia de que Cristo y la Iglesia son la respuesta, la única respuesta, a las inquietudes de todos los seres humanos de todos los tiempos. Esa es la base más profunda de una apologética: todo lo auténticamente humano (y también la naturaleza) está esperando “la manifestación de los hijos de Dios” (Rm 8, 19), porque está destinado a eso. Hay una profunda conexión entre la revelación cristiana y las aspiraciones más profundas de todos los seres humanos. Como señaló Tertuliano, “anima naturaliter christiana”.
El enriquecimiento de la idea de fe se debe en gran parte al importante (y un tanto difícil) libro de Newman Gramática del asentimiento. El punto de partida era concebir la fe como asentimiento a las verdades cristianas expresadas en el Credo. Es decir, un asentimiento intelectual por el que yo acepto esas proposiciones como verdaderas. Es correcto, pero hay mucho más.
Al investigar Newman los motivos por los que una persona llega a la fe, se fijó no solo en los motivos que podemos llamar “externos”, como son las pruebas de la existencia de Dios, los milagros, las profecías o la santidad de los santos y de la Iglesia, que eran motivos muy considerados por la apologética clásica, sino también en los motivos de credibilidad “internos”. Newman considera que el asentimiento de la fe no es obra de la razón sola, que no puede demostrar la fe, sino que están involucradas todas las capacidades del ser humano: su sensibilidad, sus más hondos sentimientos y aspiraciones, su memoria biográfica e histórica, su experiencia de lo cristiano y de la vida de la Iglesia, y su voluntad, capaz de percibir el bien que supone aceptar la fe. Es la confluencia de todas esas dimensiones, y no solo una, lo que da tanta fuerza al asentimiento del que cree. Y lo que hace razonable la fe, pero no desde el punto de vista de la lógica puramente racional, nocional y externa (“lógica de papel”, la llamaba).
En sucesivas oleadas, esta inspiración del cardenal Newman influyó explícitamente en muchos autores que desde los primeros años del siglo XX piensan en la naturaleza interna, experimental y personal de la fe. Y también que lo más característico no es creer en unos enunciados, sino en una persona, Cristo, nuestro Señor, Hijo de Dios. Los enunciados son expresión de la fe, pero la fe es una adhesión personal a una persona. Hay una experiencia, una “experiencia religiosa”, como se insiste en la época, no solo pensamiento. Además, el sujeto que cree no está solo, su fe no es una elaboración particular, cree y vive lo que la Iglesia cree y vive unida a Cristo. El creer cristiano es siempre un “creemos”, que no excluye sino que incluye el “creo”.
En este itinerario son relevantes Rousselot (Los ojos de la fe), el ya citado Maurice Blondel (en toda su obra) y Jean Mouroux (Creo en ti). Además, es de destacar que dos notables y primeros expertos de Teología Fundamental, el alemán Heinrich Fries (animado por Karl Adam) y el belga H. Walgrave, profesor de Lovaina, hicieron sus tesis precisamente sobre Newman. Pero la influencia es mucho más amplia y, al final, llega a ser común en la teología católica. Vale la pena consultar el interesante artículo de Antonio Jiménez Ortiz, De la Apologética clásica a la teología Fundamental (online), centrado en la influencia de Newman.
En paralelo a la idea de fe hay que poner la de revelación. Ya que la fe se puede definir como una aceptación de la revelación divina. La idea de revelación parece indicar la manifestación de una verdad oculta. Y esa era la idea, simple aunque auténtica: Dios nos ha manifestado unas verdades misteriosas, porque pertenecen a su intimidad, que son las que se recogen en el Credo y se aceptan con fe.
Pero hubo una aportación de la Teología Bíblica que dejó claro que el argumento de la Biblia es la historia de la revelación o historia de la Alianza, o también historia de la salvación (Cullmann), con sus etapas. Evidentemente, de esa historia se podían deducir algunas nociones y proposiciones, y formularlas como verdades de fe. Pero la revelación bíblica no consiste en unos oráculos dirigidos a hombres escogidos (que también tiene), sino en que Dios mismo se ha hecho presente en la historia, actuando en ella y manifestándose tal cómo es. Por eso, aunque de entrada parezca un poco tautológico, se puede hablar de una auto-revelación de Dios. Dios no solo ni principalmente ha revelado enunciados, sino Él mismo, con una economía que llega hasta la dispensación de la intimidad divina en Cristo.
Así, la relación entre revelación y fe es la de unas verdades que se manifiestan y se creen, pero sobre todo es la acogida y adhesión al Dios que se hace presente, se dona y salva en su Hijo, Jesucristo. La transformación puede verse entre el meritorio tratado de Garrigou-Lagrange sobre la revelación y el amplio estudio de Latourelle, que se convertirá en una referencia clásica del tema.
Hay, pues, tres grandes ensanchamientos que llevan de la Apologética de principios del siglo XX a la Teología Fundamental que despunta en los años cuarenta y madura en la época posconciliar.
El primero consiste en pasar de una apologética de defensas por áreas a una presentación global del mensaje cristiano como oferta de sentido, salvación y plenitud para todo ser humano. Los otros dos, como acabamos de ver, son las ampliaciones de las nociones de revelación y de fe, en términos personales, existenciales y eclesiales, aunque conservando su aspecto noético. No se refieren solo a proposiciones, sino a misterios, con los que se alcanza una relación personal, porque se vive en ellos.
Ya no se trataba de defender aspectos particulares y fundamentales del cristianismo, sino de justificar epistemológicamente la teología como saber de la fe. Y comprender mejor sus fundamentos: la revelación como oferta divina y la fe como respuesta humana. También como consecuencia el tema de las fuentes de la revelación, que será hondamente transformado. Hay que señalar que esta estructura está acogida en el Catecismo de la Iglesia Católica, cuando comienza afirmando que el ser humano está hecho para Dios y presenta la revelación como manifestación salvadora de Dios, con su plenitud en Cristo, y la fe como respuesta.
Ante esta ampliación tan grande del marco, se cambió el nombre de Apologética por Teología Fundamental. Este título ya había sido empleado a finales del siglo XIX, pero ahora alcanzó un sentido mucho más fuerte: justificar el estatuto epistemológico de la revelación, la fe y la teología.
En algún momento llegó a parecer que la ampliación era demasiado grande y que laTeología Fundamental lo abarcaba todo (Rahner), ya que todo el mensaje cristiano en su conjunto, todos los tratados teológicos, estaban implicados. Por un lado, todos en su conjunto servían a la presentación plausible de la fe. Y por otro, todos necesitaban justificación epistemológica.
Poco a poco, en los años posconciliares, la Teología Fundamental se asentó. Y se centró principalmente en presentar y justificar la revelación cristiana, la fe cristiana y la teología. Con sensibilidad al diálogo con la filosofía, con la cultura contemporánea y con las religiones.
La “demonstratio religiosa” basada principalmente en la Teología natural (que suele tener una asignatura propia en el curriculum filosófico) se expandió hacia la relación entre el cristianismo y otras religiones, pero se ha terminado por recoger en otra asignatura específica (Teología de las religiones). Quedan los grandes temas sobre la “demonstratio christiana” y la “demonstratio catholica”, que se han convertido generalmente en una Cristología Fundamental y una Eclesiología Fundamental, y suelen estar incorporadas a los tratados correspondientes.
Con todo, además del planteamiento global, recogido en los nuevos tratados de Teología Fundamental, sigue urgiendo responder a las inquietudes y las dificultades concretas de nuestro tiempo. Y puede hablarse de una nueva y brillante oleada de apologética, generalmente fuera del ámbito académico teológico, empezando por Chesterton o Lewis, cuya influencia no cesa de crecer.
A eso hay que añadir la multitud de testimonios de conversos y la floración de obras de carácter apologético que en los últimos decenios responden a la urgencia evangelizadora del momento. Aunque en su conjunto hayan nacido fuera del ámbito académico, merecen consideración, porque enriquecen el patrimonio de pensamiento cristiano y muchas veces tienen aportaciones lúcidas.
Así que, en un siglo, hemos superado un planteamiento apologético insuficiente por racionalista, hemos adquirido una visión más profunda de los fundamentos de la fe y la teología, y nos sentimos acompañados de una nueva apologética, que conviene acoger también en los estudios teológicos. En definitiva, se trata de estar “dispuestos siempre a contestar a todo el que os pida razón de vuestra esperanza, pero hacedlo con dulzura y con respeto” (1Pe 2, 15-16).
Juan Luis Lorda
Fuente: Revista Palabra.
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