La apuesta por los jóvenes es un elemento de continuidad, desde Juan Pablo II hasta Francisco, pasando por Benedicto XVI
Intervención de Lucas Buch, el pasado día 9 de mayo, en el Aula Magna de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer, de Valencia, con motivo de la 21ª Edición de “Diálogos de Teología Almudí”, bajo el título “El Papa: principio visible de unidad y fe en la Iglesia”.
El tres es un número especial. No solo para los cristianos; también para los compositores, para los bailarines, para los jugadores de baloncesto… Es fácil de memorizar y crea ritmo. Dos puede ser demasiado simple, y cuatro es excesivo. Con todo, tengo que reconocer que si presento aquí «Tres propuestas», y no dos ni cuatro, no hay en ello ningún intento o motivación particular. Simplemente, al estudiar con cierto detenimiento los mensajes del Papa Francisco a los jóvenes, me pareció que estas eran las propuestas que se repetían con mayor frecuencia. En realidad, tienen algo más de historia, pues la apuesta por los jóvenes es un elemento de continuidad, desde Juan Pablo II hasta Francisco, pasando por Benedicto XVI.
En estas páginas voy a intentar una reflexión teológico-pastoral, recogiendo algunas propuestas que lanza el Papa en sus distintas intervenciones (mensajes, discursos y escritos) dirigidas a los jóvenes. Me centraré en sus mensajes en las Jornadas Mundiales de la Juventud y en la reciente Ex. Ap. Christus Vivit (CV), que escribió después del Sínodo de los Obispos dedicado a «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional».
El presente texto tiene cuatro partes. La primera presenta el marco teórico de los mensajes de Francisco a los jóvenes; las tres siguientes exponen las tres propuestas que le dan título, con un breve interludio que servirá para pasar de la segunda a la tercera. Así pues, comencemos por el Marco teórico.
Al afrontar este aspecto previo, voy a hacer una distinción. Primero me fijaré en algunos elementos de la antropología de fondo, que tienen, en mi opinión, un claro inspirador; después repasaré las líneas maestras, en el plano teológico, de los mensajes del Papa.
a) Antropología inspirada en Guardini
Romano Guardini es uno de los pocos autores —fuera del Magisterio precedente y de algunos santos— que Francisco cita en sus documentos magisteriales. Lo hizo en Laudato si’ y lo hace en varias ocasiones en CV. No es de extrañar, pues durante algún tiempo trabajó en una tesis doctoral sobre el pensador alemán[1].
La antropología de Guardini es marcadamente personalista, es decir, está centrada en la persona, como un ser específicamente distinto del resto de la creación, en cuanto ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. A continuación, señalaré algunas características propias de la concepción de la persona en este pensador alemán —presentes también en CV—, indicando, sin ánimo de ser exhaustivo, algunas de sus obras en que se pueden apreciar esas características.
En primer lugar, la persona es única, es decir, irrepetible e insustituible. Su vida responde a un don divino, que la hace infinitamente valiosa. Hay en esto una afirmación del carácter creatural de la persona humana, que pone de relieve el valor de actitudes cristianas fundamentales, como son la acogida (del don de la existencia) y el agradecimiento. Guardini desarrolló este punto con particular viveza en el breve escrito La aceptación de sí mismo, agotado en lengua castellana desde hace muchos años[2].
Las actitudes de acogida y agradecimiento están muy lejos de algunas corrientes actuales, que pretenden poder modificar ilimitadamente al ser humano, a las que Francisco hace referencia en distintas ocasiones[3]. Por otra parte, aquellas actitudes constituyen la mejor defensa del sentido y el valor de la propia valía —la autoestima— que tanto echa de menos buena parte de la juventud actual. En ese sentido se mueve la invitación del Papa a ser uno mismo, y no una fotocopia de otro (incluso aunque sea un santo)[4]. De hecho, el discernimiento que propone se mueve en esta misma dirección, pues se presenta como «un camino de libertad que hace aflorar eso único de cada persona, eso que es tan suyo, tan personal, que sólo Dios lo conoce»[5].
En segundo lugar, la persona es dia-lógica, y lo es en dos sentidos. Por una parte, en cuanto su existencia es respuesta a una llamada de Dios por el propio nombre. De hecho, la vida entera de una criatura personal puede presentarse como vocación, o como llamada[6]. Pero la persona es dia-lógica también en cuanto su existencia constituye un mensaje para el mundo. Un mensaje único, que cada uno está llamado a desarrollar hasta llevarlo a plenitud. Así es como Francisco presenta la existencia de los santos en el seno de la Iglesia y como propone, en definitiva, que se puede encarar la propia vida[7]. Por su parte, el desarrollo más amplio de la existencia personal en este sentido es el que hace Guardini en Mundo y Persona[8], tal vez uno de sus libros más difíciles, aunque aparece también en el breve ensayo Quien sabe de Dios conoce al hombre[9].
Otra característica de la persona es su historicidad, pues a lo largo de su existencia crece, se desarrolla. Esta es una idea central en CV, citando en varias ocasiones cita una obra de Guardini: Las etapas de la vida[10]. De este escrito toma también la idea de que cada una de esas etapas es mucho más que un simple momento: «es una gracia permanente, encierra un valor que no debe pasar»[11]. Así pues, cada etapa abre una característica de la existencia, que se vive especialmente en un tiempo, pero que es posible integrar y mantener a lo largo de la vida. En este sentido, afirma Francisco que «ser joven, más que una edad es un estado del corazón», que consiste en el deseo de «lo infinito del comienzo aún no puesto a prueba»[12]. Así se entiende que Juan Pablo II, en su última reunión con los jóvenes en España, en Cuatro Vientos, exclamara: «¿Cuántos años tiene el Papa? ¡Casi 83! ¡Un joven de 83 años!»[13]. Se puede ser joven cuando la edad no acompaña.
Aunque lleguemos ahora a esta característica, tal vez deberíamos haber comenzado por ella, pues la principal diferencia entre la persona y el resto de seres creados es la libertad, esto es, que la persona se posee a sí misma. Y, en la historia, crece libremente y crece según la libertad. Este es un punto fundamental de la propuesta pastoral del Papa. En CV repite el ejemplo de Emaús, donde dos discípulos van en dirección opuesta a donde deberían estar. El Señor se pone a su lado, los acompaña, les enseña, les alimenta, pero deja en sus manos la decisión de volver a Jerusalén; son ellos quienes vuelven corriendo[14]. Desde esta perspectiva se entiende también la idea de que «el tiempo es superior al espacio» y la importancia que da Francisco a «iniciar procesos», que sorprendió a algunos lectores de Evangelii Gaudium (EG) y que en CV aparece también en el ámbito del acompañamiento[15]. Sobre la libertad de la persona trata Guardini en muchos de sus escritos. Tal vez podría citarse aquí un libro recientemente reeditado en España, que tal vez no haya recibido la atención que merece: Libertad, gracia, destino[16].
Finalmente, la persona tiene una irrenunciable dimensión relacional-comunitaria y, por eso, no se entiende aislada[17]. De ahí la idea que plantea Francisco de que la relacional es la primera expresión del desarrollo espiritual de los jóvenes, y la primera condición para su crecimiento[18]. De ahí también algunas de sus propuestas para la pastoral de los jóvenes, en particular la que hace referencia a la necesidad de crear «ambientes adecuados»[19]. En este punto, la antropología enlaza con la teología en la figura de la Iglesia. Guardini le dedicó su primer escrito, aquel que comenzaba con la conocida frase: «Un acontecimiento de gran importancia ha comenzado: la Iglesia despierta en las almas»[20]. No es casual, por otra parte, que el pensador y sacerdote alemán gastara sus mejores energías en los grupos de jóvenes católicos, en los que veía la esperanza de una Alemania distinta[21].
b) Magisterio en clave trinitaria
Como lo fue ya el de Juan Pablo II, en una manera programática en sus primeras encíclicas, el Magisterio de Francisco se mueve en una clave trinitaria.
La primera expresión de esta clave es, tal vez, el cristocentrismo de sus propuestas, que se manifiesta en dos modos distintos. Primero, en cuanto presenta a Cristo como modelo. CV, por ejemplo, dedica un capítulo a Cristo joven, y al modo en que su juventud se prolonga de algún modo en la juventud de la Iglesia y de los santos. En segundo lugar, y tal vez más decisivo, el cristocentrismo se manifiesta en la centralidad que ocupa en los textos de Francisco el encuentro con Cristo vivo. En esos términos se había expresado ya en EG; pero en CV el tema ocupa, desde el mismo título, un lugar central, como veremos después[22].
La figura del Padre es igualmente importante en el Magisterio del Papa. Un Padre que ama, que recuerda siempre a sus hijos el valor que tienen a sus ojos y que, al mismo tiempo, los empuja adelante. En realidad, estas dos actitudes son también características del modo en que él, Francisco, se dirige a los jóvenes, y en el que propone que todo aquel que «ha sido llamado a ser padre, pastor o guía de los jóvenes»[23] debería mirarles. Por una parte, hay en sus mensajes siempre una honda confianza, que descansa en la seguridad del Amor de Dios. Por otra, hay también un tono de desafío. No basta recordar que Dios nos ama como somos, que somos valiosos para Él; es preciso también tener presente que ha querido contar con nosotros para cumplir su designio de salvación. El mismo Cristo, que revela a los creyentes el Amor del Padre, les dice también: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). Así, frente a la tentación de cerrarse ante el crecimiento y la maduración, propone el Papa:
«Mejor déjate amar por Dios, que te ama así como eres, que te valora y respeta, pero también te ofrece más y más: más de su amistad, más fervor en la oración, más hambre de su Palabra, más deseos de recibir a Cristo en la Eucaristía, más ganas de vivir su Evangelio, más fortaleza interior, más paz y alegría espiritual»[24].
Finalmente, es muy llamativa la importancia que tiene el Espíritu Santo en los textos magisteriales de Francisco. Recuerdo la sorpresa que supuso para mí la lectura de EG. Acababa de publicar la tesis doctoral, centrada en la Tercera Persona de la Trinidad y en la obra de Yves Congar, siempre crítico con el papel secundario que la Teología latina le había dado, y por eso me llamó la atención que el quinto capítulo de aquel documento se titulara «Evangelizadores con Espíritu». Era una respuesta a aquellas indicaciones, que significaron, ya desde el Concilio Vaticano II, una recuperación del papel que corresponde al Paráclito en la realización del misterio cristiano. En CV, se insiste en que es Él quien hace posible el encuentro con Cristo.
Por otra parte, en el Magisterio del Papa, el Espíritu Santo va muy ligado a María, restaurando el orden más propiamente teológico sin dejar de lado el papel que tiene la Madre de Dios en la vida espiritual de todos los cristianos.
La pastoral juvenil se enfrenta hoy al desafío de contestar a decisiva pregunta, que en ocasiones se ha pasado por alto, pero que no puede ser postergada en un mundo secularizado: «¿Existe Dios?». Hay fundamentalmente dos modos de dar respuesta a esta cuestión. El primero consiste en dar razones para creer. Razones como las que daba el autor de este conocido texto:
«Todo aquel que se dedica seriamente a la ciencia termina convencido de que algún espíritu se manifiesta en las leyes del universo, un espíritu muy superior al del hombre»[25].
Para muchas personas sigue resultando sorprendente que esto no lo escribiera un filósofo, un teólogo, y ni siquiera un pastor de la Iglesia, sino un científico, y precisamente uno de los más importantes del siglo XX: Albert Einstein. El mismo que alabó la teoría del sacerdote y físico belga G. Lemaître, popularmente conocida como el Big Bang. Sin querer sacar más consecuencias que las que el ejemplo permite, se puede afirmar que, en definitiva, razón y fe no son instancias necesariamente opuestas o contrarias. Existen casos actuales de científicos que han encontrado a Dios a través de su investigación. Francis Collins, quien dirigió el proyecto Genoma humano, o Anthony Flew son solo dos ejemplos.
Con todo, hay otro modo de responder a la pregunta por la existencia de Dios: la experiencia vivida. Una experiencia como la de aquel intelectual francés que narró su conversión en el libro Dios existe, yo me lo encontré. Ese mismo es el caso del Papa. Es conocida la historia del descubrimiento de su vocación, que coincide con su encuentro personal con Jesucristo, en una confesión. Él mismo la ha narrado en numerosas ocasiones. Aparece con cierto detalle en la entrevista que concedió siendo aún cardenal de Buenos Aires. Aunque es un texto un poco largo, pienso que vale la pena recogerlo con cierta extensión:
«Era 21 de septiembre y, al igual que muchos jóvenes, Jorge Bergoglio —que rondaba los 17 años— se preparaba para salir a festejar el Día del Estudiante con sus compañeros. Pero decidió arrancar la jornada visitando su parroquia. Era un católico practicante que frecuentaba la iglesia porteña de San José de Flores.
Cuando llegó, se encontró con un sacerdote que no conocía y que le transmitió una gran espiritualidad, por lo que decidió confesarse con él. Grande fue su sorpresa al comprobar que no había sido una confesión más, sino una confesión que despabiló su fe. Que le permitió descubrir su vocación religiosa, al punto que resolvió no ir a la estación de tren a encontrarse con sus amigos y volver a su casa con una firme convicción: quería… tenía que ser sacerdote.
“En esa confesión me pasó algo raro, no sé qué fue, pero me cambió la vida; yo diría que me sorprendieron con la guardia baja”, evoca más de medio siglo después. En verdad, Bergoglio tiene hoy su interpretación de aquella perplejidad: “Fue la sorpresa, el estupor de un encuentro; me di cuenta —dice— de que me estaban esperando. Eso es la experiencia religiosa: el estupor de encontrarse con alguien que te está esperando. Desde ese momento para mí, Dios es el que te ‘primerea’. Uno lo está buscando, pero Él te busca primero. Uno quiere encontrarlo, pero Él nos encuentra primero”»[26].
Eso, que él ha vivido en su vida, es lo primero que propone a los jóvenes. Lo hizo ya en la Introducción de EG, donde invitaba «a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso»[27]. Lo hace de nuevo en CV. Al lanzar esta invitación, cita siempre el texto de Deus Caritas Est en que Benedicto XVI señalaba: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[28]. En definitiva, la primera propuesta del Papa Francisco a los jóvenes descansa en la convicción, personalmente experimentada, de que el cristianismo nace del encuentro con Cristo vivo: vivo en el Evangelio; en la Eucaristía, en la Penitencia y en todos los sacramentos; en la Iglesia, en la comunidad eclesial; en los pobres, en las periferias[29].
En CV, Francisco hace girar la entera pastoral juvenil sobre ese encuentro. Con una elocuente formulación, lo presenta como la experiencia fundamental:
«Si alcanzas a valorar con el corazón la belleza de este anuncio y te dejas encontrar por el Señor; si te dejas amar y salvar por Él; si entras en amistad con Él y empiezas a conversar con Cristo vivo sobre las cosas concretas de tu vida, esa será la gran experiencia, esa será la experiencia fundamental que sostendrá tu vida cristiana. Esa es también la experiencia que podrás comunicar a otros jóvenes»[30].
Así pues, esta experiencia es fundamental en dos sentidos. Primero, en cuanto es la experiencia en la que se apoya la entera vida cristiana. En este sentido, es fundamental hasta tal punto, que vivir la juventud a fondo es posible solo si se hace en amistad con Jesús[31]. De hecho, ese es el tema al que dedica más espacio en CV: todo el planteamiento vocacional que se desarrolla en el documento gira en torno a este punto, pues, como repite en diversas ocasiones, la vocación es, primero, a la amistad con Cristo; la misión concreta viene después[32].
En segundo lugar, es una experiencia fundamental en cuanto sostiene y da contenido al testimonio que los cristianos están llamados a dar. En EG se proponía ya en estos términos el primer contenido de la evangelización: «Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin Él, entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los otros»[33]. En CV se subraya que el testimonio va unido al anuncio, y que es en primer lugar una invitación a encontrar a Jesucristo[34].
En realidad, así es como el mismo Francisco procura anunciar la buena noticia de Cristo. En uno de sus primeros viajes pastorales en Italia, en setiembre de 2013, en el marco de un encuentro con los jóvenesa, les ofreció su propio testimonio. El día anterior se habían cumplido sesenta años de aquella confesión que cambió su vida; al recordarlo, proponía:
«El Señor me hizo sentir con fuerza que debía ir por ese camino. Tenía diecisiete años. Pasaron algunos años antes de que esta decisión, esta invitación, llegase a ser concreta y definitiva. Después pasaron muchos años con algunos acontecimientos, de alegría, pero muchos años de fracasos, de fragilidad, de pecado... sesenta años por el camino del Señor, siguiéndole a Él, junto a Él, siempre con Él. Sólo os digo esto: ¡no me he arrepentido! ¡No me he arrepentido! ¿Por qué? ¿Porque me siento Tarzán y soy fuerte para seguir adelante? No, no me he arrepentido porque siempre, incluso en los momentos más oscuros, en los momentos del pecado, en los momentos de la fragilidad, en los momentos del fracaso, he mirado a Jesús y me fié de Él, y Él no me ha dejado solo. Fiaos de Jesús: Él siempre va adelante, Él va con nosotros. Pero, escuchad, Él no desilusiona nunca. Él es fiel, es un compañero fiel. Pensad, este es mi testimonio: estoy feliz por estos sesenta años con el Señor»[35].
Como se ve, de un modo muy cercano y vivencial, Francisco propone a los jóvenes que estén dispuestos a encontrar a Jesucristo —a dejarse encontrar por Él— y a fiarse de Él. No les ofrece largos razonamientos, sino que parte en primer lugar de su experiencia personal. Una experiencia que han vivido también muchos otros jóvenes, como los «jóvenes santos» que CV presenta como modelo, o como aquellos otros «jóvenes testigos» que propuso el Sínodo de los Obispos.
Esta segunda propuesta corresponde de manera más específica a los jóvenes, pues, como la juventud, es una propuesta que mira al futuro. En este sentido, el Documento Final del Sínodo señalaba que la juventud es un «tiempo de sueños y elecciones»[36]. Por eso, parece que no debería ser necesario proponer a un joven que sueñe. Sin embargo, hoy aparecen dos tentaciones —o dos riesgos— que pueden cercenar esta capacidad. Dos tentaciones, a las que corresponde también una doble actitud. Veámoslas, aunque sea solo brevemente.
a) Dos tentaciones actuales
La primera tentación es aquella en la que caen los «jóvenes jubilados»[37]. Jubilarse es fatal para una persona joven, pues conlleva renunciar al futuro. Un joven jubilado no deja de trabajar porque lo haya hecho ya durante muchos años, sino porque considera que, en realidad, “no hay nada que hacer”. El trabajo carece de sentido, porque nada puede —o nada debe— cambiar.
Paradójicamente, este riesgo se presenta a veces ligado a un cierto culto a la juventud. Desde distintas instancias llega a los jóvenes este mensaje: “no pienses en el futuro, pues lo mejor que puedes hacer es no pasar de la juventud”. En su mejor versión, el futuro se contempla como un “seguir como estás”: seguir siendo siempre joven, atractivo, despreocupado. Basta contemplar a personas de cierta edad intentando aparentar una juventud que no tienen ya, o ver los anuncios en que personas ya maduras se presentan al mismo nivel que jóvenes que están empezando su vida profesional. Si ese es el caso, si el futuro en su mejor versión consiste en no cambiar nada, en seguir siendo jóvenes, no tiene sentido luchar por un mundo mejor. Porque no hay mejor mundo que aquel que vivo en mi juventud. Lo que con esto se consigue, naturalmente, es amputar la capacidad de soñar.
Frente a esta tentación, el Papa Francisco subraya la necesidad de ser «jóvenes con raíces». No deja de ser sorprendente que haya querido dedicar a esta cuestión un capítulo entero de su última Exhortación Apostólica. Si lo hace, es porque ve en el culto a la juventud una ideología, un intento de manipulación y de colonización ideológica[38]. Al mismo tiempo, es consciente de que hablar de raíces puede sugerir un cierto inmovilismo, un permanecer que iría precisamente en contra de la capacidad de soñar. Por eso, señala que «las raíces no son anclas que nos atan a otras épocas y nos impiden encarnarnos en el mundo actual para hacer nacer algo nuevo. Son, por el contrario, un punto de arraigo que nos permite desarrollarnos y responder a los nuevos desafíos»[39]. Unos años atrás, en conexión simultánea con jóvenes de distintas partes del mundo, había hablado de la necesidad de ser «jóvenes con raíces y jóvenes con alas»[40]. Con sus sueños, los jóvenes introducen novedad, pero lo hacen en una historia que tiene ya unas raíces.
Sobre la segunda tentación habló el Papa en la JMJ de Cracovia, haciendo referencia a una “parálisis”. Había hablado antes de otra parálisis, muy presente en algunos países, que es la que resulta del miedo y que lleva a encerrarnos en nosotros mismos. Aunque esto pudiera parecer lo más grave, añadió:
«en la vida hay otra parálisis todavía más peligrosa y muchas veces difícil de identificar; y que nos cuesta mucho descubrir. Me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde “felicidad” con un “sofá”. Sí, creer que para ser feliz necesitamos un buen sofá. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá —como los que hay ahora, modernos, con masajes adormecedores incluidos— que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora. Un sofá contra todo tipo de dolores y temores. Un sofá que nos haga quedarnos cerrados en casa, sin fatigarnos ni preocuparnos. El “sofá-felicidad” es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar, que más puede arruinar a la juventud»[41].
La imagen del “sofá-felicidad” trae a la imaginación aquellos personajes de una película de Pixar que pasó un poco desapercibida: WALL-E. En la historia, la humanidad ha abandonado la tierra (que ha quedado sepultada en basura y se ha convertido en un lugar invivible) y se ha trasladado a unas naves espaciales donde goza de todo tipo de comodidades. Los hombres pasan el día sentados en unos sofás inmensos, donde tienen todo lo que necesitan. En distintas escenas se les ve con una especie de tablet que les da acceso a todo tipo de entretenimientos, siempre con alguna bebida o comida entre las manos. Los humanos se han convertido en unos obesos consumidores de comodidad, incapaces incluso de caminar. En eso mismo consiste la tentación del “sofá-felicidad”. Por eso, en aquella Vigilia de oración en Cracovia, el Papa Francisco añadió: «la verdad es otra: queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a “vegetar”, a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella»[42]. En estas palabras se manifiestan dos actitudes con las que se dirige a los jóvenes para sacarles de todo encerramiento y lanzarles a soñar —y a hacer— un mundo mejor.
b) Dos actitudes para una propuesta
Antes las dos tentaciones que acabamos de repasar, ¿cuál es la respuesta del Papa Francisco? En cierto sentido, la respuesta es igualmente doble: recordar el sentido profundo de la juventud —y en definitiva, de la vida humana—, y confiar en la pasión que late en un corazón joven. No es artificial descubrir aquí las dos actitudes, propias del corazón del Padre, que hemos señalado más arriba; como no es tampoco forzado ver en ellas la doble dimensión temporal que complementa la insistencia previa en la necesidad de raíces: la confianza, que tiene que ver con en el presente, y el desafío, que corresponde al futuro. Pero vayamos por partes.
En primer lugar, confianza en los jóvenes, en su presente. Es una de las expresiones llamativas de CV: los jóvenes no son solo el futuro del mundo y de la Iglesia, sino que son también «el ahora de Dios»[43]. La actitud de confianza ha sido constante en la relación del Papa con la gente joven. En la ceremonia de acogida de la JMJ de Cracovia, expresó de modo muy hermoso y paternal esta confianza:
«En los años que llevo como Obispo, he aprendido una cosa —he aprendido muchas, pero una quiero decirla ahora—: no hay nada más hermoso que contemplar las ganas, la entrega, la pasión y la energía con que muchos jóvenes viven la vida. Esto es hermoso, y, ¿de dónde viene esta belleza? Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos. Es estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y sus ganas de rebelarse contra todos aquellos que dicen que las cosas no pueden cambiar»[44].
En aquella misma JMJ, dedicaría toda la homilía de la Misa de envío a subrayar la confianza que Dios tiene en sus hijos, la seguridad que debe darnos, en relación con nuestra valía, la conciencia de ser hijos de Dios. En estas palabras, en cambio, el valor del corazón joven tiene que ver con el encuentro con Cristo. De ahí nace la seguridad de que las cosas sí pueden cambiar, de que no es forzoso —ni tampoco deseable— jubilarse, pues hay mucho por hacer en este mundo.
Este punto enlaza perfectamente con la segunda actitud: el desafío, que proyecta la vida de los jóvenes hacia el futuro y hacia las personas que les rodean. Es propio de los padres no solamente recordar a los hijos su valía, sino también desafiarles, lanzarles hacia delante para que crezcan. Ya en su primera Jornada Mundial de la Juventud, en Brasil, Francisco utilizó expresiones diversas para animar a quienes se habían reunido en Río a afrontar el futuro con esperanza. Ante los jóvenes argentinos, exclamó: «¡Hagan lío!»[45]; y más tarde, en la Vigilia de oración, utilizó algunas expresiones que se grabaron en la mente de todos: «No se metan en la cola de la historia. Sean protagonistas. Jueguen para adelante. Pateen adelante»; les animó a ser «protagonistas del cambio», «constructores del futuro»; y añadió una petición: «no balconeen la vida, métanse en ella, como hizo Jesús»[46].
Tres años más tarde, en Cracovia, transmitió un mensaje muy similar, acudiendo al lenguaje de los sueños, enraizado en el encuentro con Jesucristo, para romper toda parálisis y todo encerramiento:
«Ese es el secreto, queridos amigos, que todos estamos llamados a experimentar. Dios espera algo de ti. ¿Lo habéis entendido? Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti. Dios viene a romper nuestras clausuras, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones, de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo aquello que te encierra. Te está invitando a soñar, te quiere hacer ver que el mundo contigo puede ser distinto. Eso sí, si tú no pones lo mejor de ti, el mundo no será distinto. Es un reto»[47].
La invitación a soñar y, por el camino que abren los sueños, a mejorar el mundo, está también muy presente en CV. Ahí se sirve repetidamente de los sueños al repasar a tantas figuras jóvenes del Antiguo y del Nuevo Testamento. Después, caracteriza la juventud como un «tiempo de sueños y decisiones»[48]. En ese contexto, sale al paso de la crítica vitalista, muy difundida en los últimos siglos, contra el cristianismo:
«El amor de Dios y nuestra relación con Cristo vivo no nos privan de soñar, no nos exigen que achiquemos nuestros horizontes. Al contrario, ese amor nos promueve, nos estimula, nos lanza hacia una vida mejor y más bella. La palabra “inquietud” resume muchas de las búsquedas de los corazones de los jóvenes»[49].
Así pues, Cristo no es un enemigo de la vida, como pretendía Nietzsche, sino precisamente quien tiene un empeño mayor en llevarla a plenitud.
En su Exhortación Apostólica, el Papa llama a los jóvenes a mejorar el mundo. Se trata, en primer lugar, de vivir a fondo la vocación laical, que «es ante todo la caridad en la familia, la caridad social y la caridad política»[50]. Como se ve, es una propuesta de gran amplitud, que incluye distintas dimensiones:
«es un compromiso concreto desde la fe para la construcción de una sociedad nueva, es vivir en medio del mundo y de la sociedad para evangelizar sus diversas instancias, para hacer crecer la paz, la convivencia, la justicia, los derechos humanos, la misericordia, y así extender el Reino de Dios en el mundo»[51].
Mejorar el mundo pasa también por fomentar la amistad social y por llegar a quienes más lo necesitan, a las periferias, cada uno en el modo que le sea más congenial y adecuado: algunos, en trabajos directamente asistenciales o de servicio; otros de manera más organizada e interdisciplinar, como corresponde a los universitarios; todos, en la caridad[52]. Igualmente, Francisco invita a los jóvenes a ser «misioneros valientes», que sepan dar testimonio de su fe con su vida y con su palabra[53]. En todo caso, el mensaje de Cristo, y aún más el encuentro con Cristo vivo, es siempre una invitación a soñar, a implicarse en la construcción de un mundo mejor, el mundo que puede crecer «desde la fuente viva de la Eucaristía»[54].
En este mismo sentido se mueve todo el esfuerzo del Papa Francisco —que no hace en este punto sino continuar el empeño de sus predecesores— por recordar a los jóvenes que el futuro está en sus manos. Al mismo tiempo, el lenguaje de los sueños tiene que ver con el enraizamiento en una tradición y con la confianza en la propia valía, que descansa, en último término, en que la vida de los hombres es un sueño de Dios[55]. Así, los sueños de los jóvenes están llamados a entrar en diálogo con los sueños de los viejos[56].
La importancia de los sueños se pone de relieve, finalmente, en cuanto sirve de marco para presentar la vida como vocación, entendida en sentido específico, esto es, como «llamado al servicio misionero de los demás»[57]. Francisco concreta esos sueños —los sueños de los jóvenes que son también los sueños de Dios— en tres campos fundamentales: el amor y la familia, el trabajo que transforma el mundo, y la misión, esto es, la dedicación exclusiva al servicio misionero[58].
c) Sueños para jóvenes muy despiertos
Al repasar esta segunda propuesta del Papa a los jóvenes, hemos visto cómo el lenguaje de los sueños ha ido tomando el protagonismo en los mensajes de Francisco. En realidad, ese lenguaje —que tiene tanto que ver con la confianza como con el desafío— venía de antes incluso de la JMJ de Cracovia. Fue para mí emocionante descubrir que lo había utilizado ya en una ocasión particularmente comprometida, en su viaje a Cuba. En el encuentro con los jóvenes, en La Habana, al escuchar a un muchacho que exponía las preocupaciones de sus coetáneos, el Papa pidió papel y lápiz y comenzó a tomar nota. Cuando le llegó el turno de hablar, dejó de parte los discursos que traía preparados y habló de lo que aquel joven había expuesto. Y lo primero había sido, precisamente, soñar:
«Una palabra que cayó fuerte: soñar. Un escritor latinoamericano decía que las personas tenemos dos ojos, uno de carne y otro de vidrio. Con el ojo de carne vemos lo que miramos. Con el ojo de vidrio vemos lo que soñamos. Está lindo, ¿eh?
En la objetividad de la vida tiene que entrar la capacidad de soñar. Y un joven que no es capaz de soñar, está clausurado en sí mismo, está cerrado en sí mismo. Cada uno a veces sueña cosas que nunca van a suceder, pero soñalas, desealas, busca horizontes, abrite, abrite a cosas grandes. No sé si en Cuba se usa la palabra, pero los argentinos decimos “no te arrugues”, ¿eh? No te arrugues, abrite. Abrite y soñá. Soñá que el mundo con vos puede ser distinto. Soñá que si vos ponés lo mejor de vos, vas a ayudar a que ese mundo sea distinto. No se olviden, sueñen. Por ahí se les va la mano y sueñan demasiado, y la vida les corta el camino. No importa, sueñen. Y cuenten sus sueños. Cuenten, hablen de las cosas grandes que desean, porque cuanto más grande es la capacidad de soñar, y la vida te deja a mitad camino, más camino has recorrido. Así que, primero, soñar»[59].
A nadie se le escapa que hablar de “sueños” en Cuba, insistir en que el mundo “puede ser distinto”, animar a los jóvenes a “contar”, a “compartir” sus sueños en un régimen como el cubano, tiene mucho de audaz. Por eso, contemplar la reacción de aquellos jóvenes, los aplausos y los gritos entusiastas, pone los pelos de punta.
Por otra parte, al oír aquellas palabras por primera vez, podía parecer que se trataba de una imagen más, como las que había utilizado en Río, o como las que utiliza con una notable creatividad en su predicación diaria. Sin embargo, la de los sueños no es una imagen más: al insistir una y otra vez, en intervenciones posteriores, se descubre que se trata de algo más profundo. ¿Por qué esa insistencia en la necesidad de soñar? Sencillamente, porque los sueños tienen que ver con la libertad humana; en palabras de un escritor italiano: «la libertad nos permite soñar, y los sueños son la sangre de nuestra vida»[60]. Sin sueños, no hay auténtica libertad, pues le faltaría a esta el líquido vital con el que mover la existencia entera.
Se puede decir que los sueños son el modo en que llegamos a ser nosotros mismos, el modo en que desarrollamos nuestro propio ser, único, personal. A menudo, los sueños son el modo en que se presenta en nuestra vida la misión que, una vez abrazada y continuada a lo largo de los años, le da una forma plena[61]. Los santos son personas que han desarrollado su unicidad personal cultivando precisamente los sueños que Dios había sembrado en su corazón. Basta pensar en Madre Teresa o en Juan Pablo II: al perseverar en los sueños grandes que Dios puso en su corazón, llegaron a ser dos personas inconfundibles. Así, en los sueños se ponen en juego las dimensiones más hondas de la libertad humana, aquellas que se pueden denominar libertad de adhesión y libertad interior (frente al autodominio fundamental y la libertad de elección, que serían sus dos primeras dimensiones)[62].
Surge en este punto una objeción no pequeña. He intentado expresarla en el título de esta sección: el lenguaje de los sueños podría entenderse como una invitación a dormir, a pensar en un futuro maravilloso, pero tan espléndido como irreal. Algo así como Moses, aquel cuervo de Rebelión en la granja que habla de un país maravilloso, el “Monte-azúcar”, con lo que no hace sino adormecer a los animales para que no se rebelen, sino que acepten su situación.
En realidad, la propuesta del Papa Francisco está muy lejos de esa caricatura. Los sueños de los que él habla son mucho más que tranquilizantes ensoñaciones. Quizá el modo en que esto se manifiesta mejor es en el carácter presente de esos sueños, una idea que aparece repetidamente en CV:
«Amigos, no esperen a mañana para colaborar en la transformación del mundo con su energía, su audacia y su creatividad. La vida de ustedes no es un “mientras tanto”. Ustedes son el ahora de Dios, que los quiere fecundos. Porque “es dando como se recibe” [oración de San Francisco de Asís], y la mejor manera de preparar un buen futuro es vivir bien el presente con entrega y generosidad»[63].
La segunda propuesta es, pues, una llamada a tomar las riendas de la propia vida, de la Iglesia y de la historia, y de hacerlo ya, en el momento presente. Una invitación a tomar en serio la propia libertad y la propia unicidad soñando, y poniendo lo mejor de uno mismo, desde el instante presente, al servicio de esos sueños. Francisco ha insistido en esa invitación, de palabra y con mil gestos. Es ciertamente una llamada urgente, en un mundo que tantas veces corre el riesgo de dormirse, y otras tantas sufre la tentación de la desesperanza. Este punto nos permite afrontar una situación particular, antes de la tercera propuesta del Papa a los jóvenes.
La pregunta no es banal, pues el fracaso es una experiencia universal, que en muchos casos se presenta, por primera vez de modo consciente, en la adolescencia[64]. En efecto, la adolescencia (que los romanos prolongaban hasta los 23 años) es un momento de cambios. Es interesante la etimología de la palabra. A veces se dice que proviene de ‘adolecer’, como si al adolescente “le faltara algo”. En realidad, esa es una falsa etimología. La palabra proviene del verbo latino adolescor, que significa crecer. Es su participio presente: el adolescens es el que está creciendo, de igual modo que el adultus —participio pasado del mismo verbo— es el que ya ha crecido. Así pues, la adolescencia es, por antonomasia, el tiempo del crecimiento. Y no solo en lo físico, sino sobre todo en lo profundamente personal. Por eso, es el tiempo en que se plantean con urgencia y cierto dramatismo algunas preguntas fundamentales: «¿Quién soy?», «¿Quién (se supone que) debo ser?». Preguntas que pueden generar cierta angustia.
Norman Rockwell lo inmortalizó en un conocido retrato de una niña, una pre-adolescente, que está sentada frente a un espejo. En el suelo, una muñeca, el peine con el que solía peinarla y unas ceras de colores. Todo eso no le interesa ya: ha dejado de ser una niña. Su cara, frente al espejo, indica una cierta ansiedad: ha dejado de ser una niña, pero no sabe quién es, y eso le intranquiliza. Sobre sus piernas tiene una revista con un gran retrato de una que parece una actriz: «¿Se supone que debería ser así…?», parece preguntarse, «porque estoy muy lejos de ser como ella…». Con magistral talento, Rockwell traza los rasgos propios de la adolescencia.
Ahora bien, esa angustia no es un mal del que haya que huir, sino que puede convertirse en una oportunidad. En efecto, esta situación de cambio, de transición, es un tiempo oportuno para descubrir algunas de las dimensiones más hondas de nuestra vida. Así, la pregunta por el mandato externo —«quién debo ser»— puede servir para descubrir la propia libertad —que se concreta en la pregunta «¿quién quiero ser?»— y la propia vocación —«¿quién estoy llamado a ser?». Estas preguntas, y las dimensiones que abren, hacen posible que la persona descubra y desarrolle su propia unicidad. Como señala el Papa Francisco, «para cumplir la propia vocación es necesario desarrollarse, hacer brotar y crecer todo lo que uno es. No se trata de inventarse, de crearse a sí mismo de la nada, sino de descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer florecer el propio ser»[65]. De este modo, lo que era causa de angustia puede dar paso a una aventura, la más grande de la que es capaz un ser humano.
Junto a la incertidumbre sobre la propia identidad, se presentan para el adolescente otros motivos de preocupación. Tras la infancia, en que el propio valor se da por descontado, pues los padres lo hacen patente a cada paso (o a cada beso), la adolescencia marca la ruptura de los lazos paternos y la salida al mundo interpersonal. En ese ámbito surgen nuevas preguntas inquietantes: «¿Soy valioso?» y, por otra parte, «¿Qué me hace valioso?». No basta ya que lo digan los padres o, en general, la familia.
Actualmente, la cuestión se ha agudizado, debido en parte a la omnipresencia de las redes sociales, con sus continuas exigencias de perfección y de aceptación, y en parte también a la descomposición de la familia, del papel del padre y de la madre, donde el adolescente encontraba un apoyo seguro. La situación ha llevado a un creciente número de problemas de falta de autoestima o de madurez emocional, así como a otros fenómenos como trastornos de ansiedad, enfermedades psicológicas, etc.[66]. Entre los jóvenes surge la tentación —tantas veces hecha realidad— de la desesperanza y, junto a ella, la «amenaza del lamento»[67]. Ambas son cuestiones a las que el Papa Francisco hace a menudo referencia cuando se dirige a ellos. La adolescencia, que es la explosión de la vida, es también, paradójicamente, la edad de la melancolía. ¿Y frente a eso?
Frente a la situación que hemos descrito brevemente, Francisco propone: ¡Levántate siempre! Se trata de aceptar, en definitiva, que las caídas forman parte del camino de la vida. Desde luego, el tropiezo es muy distinto si se trata de un niño pequeño o de una persona mayor, de alguien que se sabe dependiente y vulnerable, o de alguien que se considera autosuficiente. Por eso, esta tercera propuesta va unida a la primera: descubrir el Amor de Dios, el Dios que me ama antes, el Dios que primerea, el Padre que me mira con cariño desde antes que yo pueda merecer ese amor. En este sentido, cobran particular relieve algunas figuras bíblicas que el Francisco quiso recordar con frecuencia durante el Jubileo de la Misericordia: el hijo pródigo, María Magdalena o Zaqueo, en quien se centró ese año la homilía de la Misa de envío durante la JMJ.
Esta tercera propuesta se puede resumir en dos puntos. El primero de ellos nos es ya conocido, pues consiste en el encuentro con el Amor incondicional de Dios. Si en algunas ocasiones el Papa ha expuesto ese descubrimiento en el marco de la filiación divina de los cristianos, en muchas otras lo ha resumido en el encuentro personal con Jesucristo, que en la Cruz revela de modo pleno el Amor divino. Es particularmente denso el texto que escribió Francisco en preparación de la JMJ de Cracovia. Tras recordar aquella confesión que le cambió la vida, lanzaba la siguiente pregunta:
«Y tú, querido joven, querida joven, ¿has sentido alguna vez en ti esta mirada de amor infinito que, más allá de todos tus pecados, limitaciones y fracasos, continúa fiándose de ti y mirando tu existencia con esperanza? ¿Eres consciente del valor que tienes ante Dios que por amor te ha dado todo? Como nos enseña San Pablo, “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Rm 5,8). ¿Pero entendemos de verdad la fuerza de estas palabras?»[68].
Se trata de «comprender en profundidad» la idea de que Jesús dio su vida por nosotros conociéndonos, esto es, sabiendo que éramos —e íbamos a seguir siendo— pecadores. Incluso teniendo eso ante los ojos, y no engañándose en absoluto, consideró que realmente valía la pena dar su vida para darnos la Vida. De ahí la invitación a mirar a Cristo y, sobre todo, dejarnos mirar por Él. Ese es sin duda un camino para descubrir lo que significa el Amor de Dios. La tercera propuesta del Papa a los jóvenes es, pues, inseparable de la primera.
El segundo punto tiene que ver con la imagen, tradicional en la Iglesia, de la vida cristiana como un ascenso. Un ascenso hacia Dios en el que contamos con toda su ayuda y, sin embargo, seguimos experimentando el peso del pecado, que nos arrastra de nuevo hacia abajo. Es algo que Ovidio supo expresar, muchos siglos atrás: «Video meliora proboque; deteriora sequor». La historia de la doctrina de la gracia tiene mucho que ver con el escándalo de que la Salvación traída por Cristo no nos libere —no, al menos, completamente— de ese peso. Y sin embargo, la gran rebelión del ser humano consiste en no conformarse con el pecado, sino seguir aspirando a lo mejor. Algo que solo será posible si descansamos en el Amor infinito de Dios, pues solo partiendo de esa base tendremos motivos (y fuerza) para levantarnos cada vez que estemos caídos. Ni siquiera la experiencia cotidiana de la debilidad, de las caídas, nos robará la esperanza.
En distintos encuentros con jóvenes, el Papa Francisco ha recordado un canto de montaña: «Los alpinistas tienen una canción muy linda, que a mí me gusta repetírsela a los jóvenes —mientras suben van cantando—: “En el arte de ascender el triunfo no está en no caer sino en no permanecer caído”»[69]. En Morelia, trajo a colación ese canto al escuchar a los jóvenes que le pedían una palabra de esperanza. Una vez más, esta propuesta va íntimamente unida al encuentro y a la relación con Jesucristo, pues, seguía:
«Ese es el arte, y, ¿quién es el único que te puede agarrar de la mano para que no permanezcas caído?: Jesucristo, el único. Jesucristo que, a veces, te manda un hermano para que te hable y te ayude. No escondas tu mano cuando estás caído, no le digas: “No me mires que estoy embarrado o embarrada. No me mires que ya no tengo remedio”. Solamente, dejate agarrar la mano y agarrate a esa mano, y la riqueza que tenés adentro, sucia, embarrada, dada por perdida, va a empezar, a través de la esperanza, a dar su fruto. Pero siempre agarrado de la mano de Jesucristo. Ese es el camino, no se olviden: “En el arte de ascender el triunfo no está en no caer sino en no permanecer caído”. No se permitan permanecer caídos ¡Nunca!»[70].
En el encuentro con Cristo, Él recuerda a cada uno el valor inmenso que tiene, la belleza y la riqueza que esconde en su interior y que su mirada divina sabe descubrir.
Por lo demás, en un camino de ascenso, por un terreno que tantas veces se presenta resbaladizo, ningún montañero se sorprende si, subiendo una ladera llena de nieve, por cada tres pasos hacia arriba, cae hacia abajo otros dos. Como tampoco se sorprende por un resbalón mayor. Más bien, «la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar»[71]. Y al contrario, el verdadero triunfo no está en no resbalar, sino en continuar cuesta arriba, a pesar de los tropiezos y resbalones, con la vista puesta en la cima. En eso se resume, en definitiva, esta tercera propuesta del Papa: en sabernos amados y, justamente por eso, levantarnos siempre en las distintas caídas que jalonarán nuestra vida.
* * *
He intentado resumir en estas páginas tres propuestas que el Papa Francisco ha lanzado a los jóvenes en los años de su pontificado. Tres propuestas que suenan a sendas invitaciones: Déjate encontrar por Cristo — ¡Sueña! — …y levántate siempre. Quisiera cerrar estas reflexiones con unas palabras del Papa que resonaron con fuerza en mi corazón cuando las oí en el Campus Misericordiae, durante la JMJ de Cracovia. Resumen a la perfección lo que he intentado transmitir en estas páginas, poniendo además el acento final, como un colofón, en la alegría que supone para Dios ver que sus hijos sueñan:
«Hoy Jesús, que es el camino, te llama a ti, a ti, a ti [señala a cada uno] a dejar tu huella en la historia. Él, que es la vida, te invita a dejar una huella que llene de vida tu historia y la de tantos otros. Él, que es la verdad, te invita a abandonar los caminos del desencuentro, la división y el sinsentido. ¿Te animas? —“Sí” [contestan los jóvenes].
¿Qué responden —lo quiero ver— tus manos y tus pies al Señor, que es camino, verdad y vida? ¿Estás dispuesto? —“Sí” [contestan de nuevo los jóvenes]. Que el Señor bendiga vuestros sueños»[72].
Lucas Buch
Facultad de Teología. Universidad de Navarra
Diálogos de Teología Almudí. Valencia, 9 de mayo de 2019
[1] Otra conocida fuente de inspiración, que aparece también en sus escritos magisteriales, es la teología del Pueblo, desarrollada en América. Sobre estas cuestiones puede consultarse la biografía de A. Ivereigh, El gran reformador (Barcelona: Grupo Zeta, 2015) y sobre todo la de M. Borghesi, Jorge Mario Bergoglio. Una biografía intelectual (Madrid: Encuentro, 2018).
[2] R. Guardini, La aceptación de sí mismo. Las edades de la vida (Madrid: Guadarrama 1962).
[3] Por ejemplo, cfr. Francisco, Ex. Ap. Christus Vivit, 25-III-2019, 82 (en adelante, CV), y Enc. Laudato si’, 24-V-2015, 106.
[4] CV, 104s., y 162. La expresión está tomada de Carlo Acutis, uno de los «jóvenes testigos» que el Sínodo ofreció a los jóvenes.
[5] CV, 295.
[6] Sobre la vida como vocación, cfr. Ex. Ap. Gaudete et Exsultate, 19-III-2018, así como CV 248, 255-257, y la sección «El llamado del Amigo», 287-290.
[7] Cfr. Gaudete et Exsultate, 21-24; CV, 161 y también, a su modo, 109.
[8] R. Guardini, Mundo y Persona (Madrid: Encuentro, 2014).
[9] Id., El fin de la modernidad. Quien sabe de Dios conoce al hombre (Madrid: PPC, 1995).
[10] Id. Las etapas de la vida (Madrid: Palabra, 2019).
[11] CV, 160.
[12] CV, 34 y 290, respectivamente. La segunda es una cita de Las etapas de la vida, a la que se hace referencia también en el n. 160.
[13] Juan Pablo II, Discurso, 3-V-2003.
[14] Cfr. CV, 236-237, 292, 296.
[15] Francisco, Ex. Ap. Evangelii Gaudium, 24-XI-2013, 222-225 (en adelante, EG), cfr. CV 297.
[16] R. Guardini, Libertad, Gracia y Destino (Madrid: Palabra 2018).
[17] Joseph Ratzinger desarrolló, en un conocido artículo, la fundamentación teológica de esta idea propuesta por Guardini, cfr. J. Ratzinger, “Sobre el concepto de persona en la Teología”, en Palabra en la Iglesia (Salamanca: Sígueme, 1973), 165-180.
[18] CV, 163 y 110, respectivamente.
[19] Cfr. CV, la sección «Sendas de fraternidad» del cap. 5, así como las distintas referencias que se encuentran en el cap. 7, sobre «La pastoral de los jóvenes».
[20] R. Guardini, El sentido de la Iglesia. La Iglesia del Señor (Madrid: EDIBESA, 2011).
[21] Cfr. E. Reinhardt, “Romano Guardini, amigo y maestro de la juventud”, Scripta Theologica, 50/3 (2018): 591-610.
[22] La entera pastoral gira en torno a ese encuentro, que Francisco parece identificar prácticamente con el kerygma, cfr. CV, cap.7, especialmente los nn. 204, 211, 213-4.
[23] CV, 67. Sobre la paternidad de Dios, cfr. 112-117.
[24] CV, 161; cfr. 153.
[25] Carta recogida en S. Usher, Cartas memorables (Barcelona: Salamandra, 2014), Carta n. 116.
[26] S. Rubin, F. Ambrogetti, El Papa Francisco. Conversaciones con Jorge Bergoglio (Barcelona: Ediciones B, 2013), 47-48.
[27] EG, 3.
[28] Benedicto XVI, Enc. Deus Caritas Est, n. 1.
[29] Cfr. CV, 224-229.
[30] CV, 129.
[31] CV, 150.
[32] Cfr. CV, la sección «Su llamado a la amistad con Él» en el cap. 8 y la sección «El llamado del Amigo» en el cap. 9.
[33] EG, 121.
[34] Cfr. CV, 176.
[35] Francisco, Discurso, 22-IX-2013.
[36] Este es el título de una de las secciones del cap. 5 de CV.
[37] Francisco, Discurso, 28-VII-2016.
[38] Cfr. CV, 180-186.
[39] CV, 200.
[40] «El futuro lo tienen los jóvenes. Pero cuidado, jóvenes con dos cualidades: jóvenes con alas y jóvenes con raíces. Jóvenes que tengan alas para volar, para soñar, para crear, y que tengan raíces para recibir de los mayores la sabiduría que nos dan los mayores. Por eso el futuro está en las manos de ustedes si tienen alas y raíces», Francisco, Videoconferencia, 4-IX-2014.
[41] Francisco, Discurso, 30-VII-2016.
[42] Ibíd.
[43] Esta expresión da título al cap. 3 de CV.
[44] Francisco, Discurso, 28-VII-2016.
[45] Francisco, Discurso, 25-VII-2013. Retomado en CV, 143.
[46] Francisco, Discurso, 27-VII-2013. Retomado en CV, 143 y, citado literalmente en 174.
[47] Francisco, Discurso, 30-VII-2016.
[48] Es el título de una de las secciones del cap. 5 de CV.
[49] CV, 138. La crítica de Nietzsche contra lo que él consideraba el antivitalismo cristiano, está presente también, de modo indirecto, en la idea de una presencia, la de Cristo en nuestra vida, que nos hace bailar (cfr. CV, 157, retomando un discurso de la JMJ de Panamá, el 24-I-2019).
[50] CV, 168.
[51] Ibíd.
[52] Cfr. la sección «Jóvenes comprometidos», en el cap. 5 de CV.
[53] Cfr. también en ese capítulo, la sección «Misioneros valientes». Retoma la idea más adelante, al tratar de la pastoral juvenil, nn. 239-241.
[54] CV, 173.
[55] «El sueño primero, el sueño creador de nuestro Padre Dios, precede y acompaña la vida de todos sus hijos. Hacer memoria de esta bendición, que se extiende de generación en generación, es una herencia preciosa que hay que saber conservar viva para poder transmitirla también nosotros», CV, 194.
[56] Cfr. Jl 3,1, un texto al que el Papa ha hecho referencia en múltiples ocasiones, y que comenta con cierto detalle en CV, 192-197.
[57] CV, 253.
[58] Cfr. cap. 8 de CV, «La vocación», especialmente nn. 253-277.
[59] Francisco, Discurso, 20-IX-2015.
[60] A. D’Avenia, Bianca come il latte, rossa come il sangue (Milano: Mondadori, 2010), 20.
[61] Cfr. EG, 273 y CV, 259.
[62] De libertad de elección y libertad de adhesión habló E. Mounier, El personalismo (1950) (Buenos Aires: Editorial universitaria de Buenos Aires, 19707), 39. En realidad, el estudio de las dimensiones de la libertad es tradicional en el pensamiento filosófico.
[63] CV, 178; cfr. 147-8, donde habla de «vivir el presente a lo grande» y de vivir «plenamente el hoy».
[64] Sobre la experiencia del fracaso ha hablado Francisco a los jóvenes desde el inicio de su pontificado, por ejemplo, en su visita a Cerdeña, cfr. Discurso, 22-IX-2013.
[65] CV, 257.
[66] Puede encontrarse una interesante visión de conjunto en G. Lukianoff, J. Haidt, The Coddling of the American Mind. How good intentions and bad ideas are setting up a generation for failure (New York: Penguin Books, 2018).
[67] CV, 141.
[68] Francisco, Mensaje de preparación para la JMJ de Cracovia, 15-VIII-2015.
[69] Francisco, Discurso 16-II-2016.
[70] Ibíd.
[71] Francisco, Discurso, 26-I-2019. En cursiva en el original. Recogido en CV, 120.
[72] Francisco, Discurso, 30-VII-2016.
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