La autoridad moral de cualquier líder procede de la coherencia entre lo que dice y lo que hace. Francisco no da consejos gratuitos o pide en sus mensajes que se haga algo que él no haya realizado personalmente
Intervención de Eva Fernández, corresponsal de Cope en el Vaticano y en Italia, el miércoles 15 de mayo de 2019, que ha tenido lugar el miércoles 15 de mayo de 2019 en el Aula Magna de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer, de Valencia, con motivo de la 21ª Edición de “Diálogos de Teología Almudí”, bajo el título “El Papa: principio visible de unidad y fe en la Iglesia”.
Cuando los responsables de la Biblioteca sacerdotal Almudí me ofrecieron la posibilidad de hablar del Papa Francisco a los sacerdotes valencianos, no eran conscientes de que para un periodista se trataba de un auténtico reto.
Los resultados de la suma entre un pontífice y sus sacerdotes sólo podían ser positivos, y más aún en una ciudad como Valencia, teniendo la fortuna de compartir mesa con Monseñor D. Francisco Conesa, Obispo de Menorca, y en un recinto de tanto significado como es la Facultad de Teología San Vicente Ferrer.
Desde que llegué a Roma para trabajar como corresponsal he dedicado muchas horas a mirar y a escuchar al Papa Francisco. Y aún hoy logra sorprenderme. Tener la oportunidad de observar desde cerca el trabajo de un papa constituye un verdadero privilegio.
Y si hay algo que he aprendido en estos años, es que los gestos de Francisco no son fruto de una estrategia destinada a caer bien, a ganar “adeptos” o a conseguir una buena reputación pública. Surgen de una persona que ha puesto el Evangelio en el centro de su vida.
La autoridad moral de cualquier líder procede de la coherencia entre lo que dice y lo que hace. Francisco no da consejos gratuitos o pide en sus mensajes que se haga algo que él no haya realizado personalmente.
Los expertos en comunicación aseguran que los mensajes que lanza una persona pueden ser brillantes o mediocres, pero que lleguen a convertirse en titulares solamente se entiende desde el punto de vista de quien los moldea y personaliza. La diferencia estratégica la ponen las personas.
En una sociedad ávida de gestos, basta tan sólo seguir de cerca al Papa Francisco para darse cuenta de que cada una de sus caricias a un bebé en brazos de su madre es única, aunque las prodigue por cientos. Cada bendición a un enfermo acompañado de sus familiares, cada mirada a quien le saluda con un apretón de manos, cada “escapada” a una cárcel, su especial sintonía con los inmigrantes o con mujeres que caen en las redes de la trata. Imposible entender a Francisco sin mirar de cerca la raíz de sus gestos. Tan importante como leerle y escucharle.
Los gestos del Papa Francisco surgen espontáneos fruto de la alegría de saber que su trabajo está en las manos de Dios. Es esa alegría la que le da serenidad y contagia a quienes tiene alrededor.
Que Francisco haya escogido una vez más una cárcel para celebrar el pasado Jueves Santo junto a los presos, forma parte de ese deseo del Papa de no conformarse sólo con discursos. Busca a la persona, y cuando la encuentra, le muestra su cercanía. Gestos muy recientes como la visita a enfermos de Alzheimer en sus viernes de la misericordia, el besar los pies a los líderes políticos de Sudan del Sur o la llamada a un sacerdote anciano en una residencia de Toledo son detalles que configuran el retrato que mejor describe a Francisco.
Pasemos a los ejemplos prácticos. Podríamos elegir cientos, pero aprovechando la ocasión de encontrarme ante sacerdotes, quiero relatarles lo que ocurrió una tarde del pasado mes de febrero de 2019 en la residencia para sacerdotes “Cardenal Marcelo” de Toledo. Eran las 4:15 de la tarde. Don Marcos Conde se encontraba en su habitación cuando la hermana Verónica, con cara de felicidad, entró como una exhalación con el teléfono en la mano: “Es el Santo Padre”. Las monjas que atienden la residencia ya estaban prevenidas. El Papa Francisco había llamado por primera vez, días atrás, ante la incredulidad y sorpresa inicial de quien atendió el teléfono. Aquel día don Marcos se encontraba rezando fuera de la habitación y no pudieron localizarlo. El Papa, tras preguntar por los sacerdotes enfermos y pedir que rezaran por él, prometió que volvería a llamar en otra ocasión. Tan sólo horas antes había aterrizado en Roma tras un agotador viaje a Abu Dabi, durante el que firmó un documento que marcará una nueva página en la historia del diálogo entre el cristianismo y el islam. Ese mismo día había celebrado la primera misa de un papa en la Península Arábiga, la más multitudinaria de la historia en un país musulmán; había mantenido una rueda de prensa de casi una hora durante el vuelo de regreso de cerca de seis horas y, al llegar a Casa Santa Marta, su principal preocupación había sido llamar por teléfono a un sacerdote anciano de 82 años al que no conocía. Así es Francisco. No se conforma con los discursos. Busca a las personas y practica con ellos la ciencia de las caricias. ¿Hay mejor manera de comunicar la alegría de Dios que a través de estos pequeños gestos?
El origen de esta llamada tiene forma de carta. Una compañera de profesión, la periodista Ángeles Conde llevaba tiempo pensando cómo podía corresponder a tantos años de entrega escondida y generosa al servicio de la Iglesia de su tío. Se le ocurrió que la mejor sorpresa que podría darle era escribir una carta al Papa hablándole de su vida como cura de pueblo y de cómo transcurrían ahora sus jornadas rezando por la Iglesia y ayudando donde le necesitaran. Ángeles pudo entregarle la carta durante el vuelo a Abu Dabi y se vio cómo el papa pidió al portavoz vaticano, Alessandro Guisotti, que la guardara a buen recaudo.
La llamada a la residencia de Toledo confirmó que Francisco había leído la carta y al regreso del viaje se había tomado la molestia de marcar un número de teléfono. No solo una vez, sino que insistió, volviendo a llamar días después, al término del encuentro sobre protección de los menores que tuvo lugar en el Vaticano. En esta segunda llamada todos estaban preparados. La hermana Verónica atendió al Papa con emoción y cariño y, a continuación, se produjo una afectuosa conversación entre dos “jóvenes” de la misma quinta, el Papa y don Marcos: Entonces ¿usted es el tío carnal de Ángeles Conde?, le preguntó sonriendo Francisco. Sí, Santidad, quiero que sepa que estoy rezando el Rosario por usted con la invocación “Reina de la Vida”, añadió don Marcos. Durante esta conversación, hasta en tres ocasiones el Papa Francisco le pidió que rezara mucho por él, y al despedirse le dio recuerdos para el resto de sacerdotes de la residencia. Francisco acababa de dar una lección de ternura en forma de llamada telefónica.
En cuanto colgó el teléfono, don Marcos se dio cuenta de que acababa de protagonizar uno de los momentos más especiales de su vida. Aún hoy se repite una y otra vez cómo es posible que, de entre los cerca de 421.000 sacerdotes que hay en el mundo, haya sido él quien ha recibido la llamada del Papa. Don Marcos es uno más de los innumerables sacerdotes que apuntalan nuestra fe escondidos por el mundo. En una época en la que ser sacerdote genera sospechas, esta llamada llena de cariño del Papa tiene un efecto multiplicador. Y cuanto más pequeño es un gesto, más grande hace a la persona.
Mi trabajo como corresponsal de la cadena COPE en el Vaticano desde hace más de tres años, me ha permitido analizar desde primera fila la actividad de un Papa que la historia situará en el lugar que le corresponde. Hasta junio de 2019 he tenido la oportunidad de acompañarle en quince viajes internacionales. A lo largo de estos años he realizado más de 2.500 crónicas de radio y puedo asegurar que en cada una de ellas me he quedado corta. Imposible describir en una crónica de radio o del periódico los matices de su personalidad. Hay que escuchar las inflexiones de su voz, su forma de sintonizar con el interlocutor y los motivos que le llevan a improvisar para entender qué es lo que realmente nos quiere decir.
Tampoco tiene por qué gustarnos todo lo que hace el Papa ni él tampoco lo pretende. Los papas también pueden cometer errores, sobre todo si no les llega la información correcta. Cuando Francisco es consciente de que se ha equivocado pide perdón en público y corrige el rumbo. Pero seguirle a diario ayuda a separar lo circunstancial de lo realmente importante, a pesar de las miserias que se esparcen a voleo para dañar su pontificado. A la hora de hablar sobre el Papa hay que intentar que las ramas que algunos ponen por delante intencionadamente para que nos tropecemos, no nos impidan ver el bosque, que es la Iglesia universal.
Pero, incluso bajo el peso de los ataques externos, Francisco no pierde la sonrisa ni la serenidad. La reforma que realmente le importa es la del corazón, que es la única que quiere sacar adelante. Un retorno a la sencillez, a la generosidad y a la alegría del Evangelio.
La táctica de juego de Francisco no es defensiva. Ni juzga ni condena. Prefiere acompañar, reconfortar y abrir puertas que otros se esfuerzan en mantener siempre cerradas. Por eso es un Papa molesto y el adversario busca minar su autoridad moral y desacreditarle.
De san Juan Pablo II todos habíamos aprendido que el lenguaje más universal es el de los gestos: arrodillarse en el suelo para besar la tierra al bajar de la escalerilla del avión, visitar en la cárcel a Alí Agcá, el asesino a sueldo que había intentado matarle a tiros en la plaza de san Pedro. Francisco sigue esa escuela, añadiendo a los gestos la ciencia de las caricias y de la ternura. Dar clases en un colegio de Buenos Aires le sirvió para aprender que nada arrastra tanto como el ejemplo.
Uno de los colaboradores más cercanos del Papa Francisco, el Secretario de Estado Vaticano, Pietro Parolin, ha repetido en varias ocasiones que la característica más importante de este pontificado es la alegría. Podemos comprobarlo en alguno de los documentos más importantes de Francisco: la alegría del Evangelio o la alegría del amor, que invitan siempre a la alegría.
Cualquier persona que se acerca al papa percibe esa alegría, pero se engañaría quien piense que se trata de una alegría ingenua. Se equivoca quien afirma que Francisco no cuenta con una sólida base teológica e intelectual. Lo confirmaba nada menos que el Papa emérito en una carta que envió al entonces secretario de Comunicación del Vaticano, Dario Viganò. En ese texto subrayaba la importancia de salir al paso “del prejuicio tonto de quienes consideran al Papa Francisco un hombre práctico, sin especial formación teológica o filosófica”. Aplaudiendo una colección editada por la Librería Editorial Vaticana: la Teología del Papa Francisco, Benedicto XVI escribía que esos volúmenes “demuestran que el Papa Francisco es un hombre de profunda formación filosófica y teológica, y ayudan, por tanto, a ver la continuidad interior entre los dos pontificados, al margen de las diferencias de estilo y temperamento”.
En los escritos de Francisco se nota la huella de teólogos como Romano Guardini o Hans Urs von Balthasar, y fundadores de algunos movimientos del siglo XX como Luigi Giussani.
Quizá el papa Francisco desconcierta por su forma de formular sus mensajes, rebosantes de palabras llenas de sentido común. Expresarse con sencillez no es indicio de pensamiento simple. El Papa ha escogido un estilo de comunicación propio, con la prioridad de hacerse entender por todos. Para algunos, una provocación.
El biógrafo y amigo del papa san Juan Pablo II, George Weigel, en el libro “Testigo de Esperanza” cuenta que en una ocasión el papa polaco le comentaba refiriéndose a quienes escribían sobre él: “Ellos tratan de entenderme desde afuera, pero yo solo puedo ser entendido desde adentro”.
Y realmente así es como hay que intentar entender a Francisco.
Los gestos de Francisco están llenos de nombres propios. Muchos de ellos se han hecho virales: Vinicio, aquel enfermo lleno de terribles protuberancias en su cabeza, al que Francisco abrazó durante una de sus primeras audiencias generales; Óscar Camps, el socorrista español que le entregó el chaleco salvavidas de una niña ahogada; el pequeño Emanuele, que le preguntó en una visita a una parroquia de Roma si su padre ateo estaría en el cielo. Francisco enseña que nombrar es combatir el olvido, identificar los problemas, devolver la dignidad perdida, reconocer la historia de estas personas y su sufrimiento.
Otro de los recuerdos que conservo más recientes tiene como protagonista a Marek Lisinski, al que conocí en Roma durante la cumbre de febrero de 2019 a la que el Papa Francisco convocó a los responsables de las conferencias episcopales de todo el mundo. Era una víctima de abusos sexuales. “Este trauma estará conmigo hasta el final", explicaba emocionado en la plaza de San Pedro a periodistas de todo el mundo ávidos de conocer la historia que escondía aquel largo, sincero y sanador beso que Francisco había depositado en sus manos al finalizar la audiencia general de los miércoles. Todo había sido muy rápido e inesperado. Estaba a punto de comenzar la histórica cumbre convocada por el pontífice para hacer frente a la lacra de los abusos sexuales y, en el turno de saludos finales al finalizar la audiencia, le esperaba un grupo de representantes de la ONG polaca 'Have No Fear' (No tengan miedo), que acoge a víctimas. Querían entregarle un informe sobre casos ocurridos en Polonia. Allí se encontraba Marek, y cuando los acompañantes contaron al Papa que había sufrido abusos, Francisco, después de mirarle a los ojos, le agarró con fuerza las dos manos y mientras se inclinaba ante él, en señal de respeto, depositó sobre ellas un beso. Fue algo más que un gesto. Una forma de señalar que las manos de Marek se encontraban ungidas por el mismo dolor que el cuerpo mancillado de Cristo. A su alrededor se hizo el silencio. Todo fue muy rápido. Nadie supo qué decir, quizás porque ese beso traducía el lenguaje universal del perdón. Marek llevaba mucho tiempo imaginando ese encuentro con Francisco, pero nunca se esperó que ocurriera de ese modo ni que las imágenes dieran la vuelta al mundo. Lo peor para Marek y para el resto de víctimas es que nunca consiguen soltar lastre. Nunca terminan de olvidar: “La víctima no es culpable de su silencio. El trauma y los daños son mayores cuanto más se prolonga el silencio entre miedos, vergüenza y sensación de impotencia. Las heridas no prescriben nunca”, insistía a los periodistas mientras reconocía que no quería que ese beso se convirtiera en un simple gesto. En eso compartía el pensamiento de Francisco. Desde el primer día pidió a los asistentes a la reunión que se tomaran medidas prácticas y en su discurso de conclusión dejó claro que “el objetivo de la Iglesia será escuchar, tutelar, proteger y cuidar a los menores abusados, explotados y olvidados, allí donde se encuentren”.
Francisco tiene los pies en la tierra y le gusta acercarse a los lugares de pobreza y a los países en crisis. Pero, al mismo tiempo, su cabeza siempre está en el cielo. Y su corazón, en la persona a la que está saludando o escuchando como si no hubiese nadie más en el mundo.
Cada uno de sus gestos, no lo olvidemos, están dirigidos no a mirarle a él, sino a mirar hacia donde él mira, que siempre es Cristo.
¿Se puede resumir toda la personalidad y toda la actividad de Francisco en sus gestos? Naturalmente que no, pero nos ayudan a descubrir muchos de los matices de su pontificado.
Por alguna razón que se nos escapa y casi sin planteárselo le siguen cada día casi 50 millones de personas en Twitter y varios millones más en Instagram.
Los gestos del Papa despliegan una ternura sin edulcorantes: llora con la presa que ve crecer a su hijo en la cárcel, con los padres a los que han dicho que la enfermedad de su pequeño no tiene cura, con el niño que ha perdido a su familia en una dura travesía del Mediterráneo, con el sacerdote anciano que ha vivido años de torturas encerrado en prisiones por no renegar de su fe, con la mujer víctima de la trata de personas. Ternura que sabe ponerse siempre en el lugar del otro.
Una de mis rutinas semanales es seguir la audiencia general de los miércoles para después contarla a los oyentes de la Cadena COPE. Recuerdo perfectamente aquel día en el que todo parecía que iba a ser una catequesis normal y de repente apareció el pequeño Wenzel y lo cambió todo. Sentado en las primeras filas, con sus padres, decidió que la diversión estaba arriba, en el estrado, junto al Papa Francisco y un soldado de la guardia suiza vestido de colores. En un instante subió las escalerillas y comenzó a corretear ajeno a las sonrisas que estaba provocando en su entorno. Francisco no le perdía de vista. Su madre, muy apurada, al ver que Wenzel jugueteaba con la mano enguantada del impertérrito guardia suizo, intentó “atraparlo” mientras explicaba al Papa que era autista, no hablaba, y que la familia procedía de Argentina, aunque vivían en Italia. Inmediatamente Francisco le dijo: “Si quiere jugar por acá, dejálo”. Poco después, mientras continuaban las correrías de Wenzel, Francisco, cómplice, se acercó al oído del jefe de la Casa Pontificia, George Gaenswein para confesarle: “Es un argentino: indisciplinado…”. A estas alturas, un niño autista de 6 años se había convertido en el protagonista indiscutible de la audiencia. Francisco fue el primero en darse cuenta y conmovió a los siete mil participantes que le escuchaban explicando que “este chiquillo no puede hablar, es mudo. Pero sabe expresarse, sabe comunicar. Y me hizo pensar si yo soy también libre delante de Dios”. Los peregrinos aplaudían emocionados. Antes de despedirse añadió lo que todos pensaban: “Yo creo que este chico nos predicó a todos. Pidamos la gracia de que pueda hablar”.
Los padres de Wenzel llevaban 6 años afrontando un largo camino, con muchas preguntas y pocas respuestas. El Papa acababa de darles una: en su singularidad, Wenzel era el más libre. La sintonía de Francisco con los “diferentes” resulta sorprendente. Actúa como un padre que quiere de forma desigual a sus hijos desiguales. Francisco nos regaló aquel día dos palabras: indisciplinado y libre. Esta es la escuela de Francisco, la que nos enseña a disfrutar de la libertad de los hijos de Dios gracias a la lección de un niño autista.
Nos sorprenderíamos de todas las personas que han recibido algún tipo de detalle de cariño del Papa Francisco. Muchas nunca llegaremos a conocerlas. Una de sus formas de acercarse a quienes tiene lejos es llamándolas por teléfono: madres como Rosalba, una viuda de 80 años que había perdido a su hijo; desde hace cinco años recibe cada mes la llamada del Papa. O Anna, madre soltera que decidió seguir adelante con su embarazo y Francisco se ofreció a bautizar a su hijo. Son innumerables las llamadas de Francisco a presos y a refugiados, a sacerdotes, monjas, jóvenes e incluso niños, como Francesco María, quien desde el pueblo italiano de Mendicino le había escrito una carta para que rezara por su tía enferma.
Gestos como las llamadas de teléfono o tantas imágenes que se convierten en virales, son las pinceladas que configuran el retrato que mejor describe a Francisco: Un hombre que ha sabido encontrar en la misericordia de Dios su GPS para renovar la Iglesia y las personas.
Los gestos del Papa Francisco se agigantan cuando tienen como destino a quienes no pueden dar nada a cambio. Él lo llama “periferias existenciales”. Desde aquella vez que por primera vez se asomó al balcón de la fachada principal de la basílica de San Pedro, ha quedado patente que Francisco, más que hablar de caridad, de misericordia o de ternura, prefiere practicar estas virtudes siempre que tiene ocasión.
Hace tiempo, un niño de una parroquia romana preguntaba a Francisco por qué se había convertido en Papa. Él le respondió entre risas: “Porque hay algunos culpables”. Camino ya de los siete años de pontificado, los hechos confirman que Bergoglio había sido fabricado para ser Papa.
En lo alto de sus 82 años gasta esa rara hechura de los flacos con hambre de pelea. Porque sólo quien pelea y “hace lío” consigue cambiar las cosas.
Francisco es alguien capaz de contar el Evangelio en un gesto, en un silencio o dejándose hacer mil selfis entre los fieles que lo reclaman. También es consciente de que lo que está construyendo no culmina en un Pontificado.
Hay algo de especial en los gestos de Francisco. Son siempre afectuosos, gratuitos. Es la condensación misteriosa que se da en quienes son capaces de conmover de un modo imborrable. Al Papa le importa la persona y comprende los adentros del alma humana, sus contradicciones, sus angustias, su soledad.
Lo hace porque sabe que los gestos de cariño y de ternura con las personas obran milagros. Transforma a los desencantados, derrite a los inflexibles, interpela a los que dicen que nada cambiará, hostiga a los neutros y aleja a los agoreros. Francisco es consciente de que la Iglesia estaba necesitada de una revolución y el optó por el combate cuerpo a cuerpo, corazón a corazón, utilizando el arma de los gestos y de la alegría.
Vivimos en unos momentos en los que hay que salir al campo y darlo todo. La responsabilidad es del equipo. No puede quedar sólo sobre los hombros de Francisco. Todos somos Iglesia. Todos podemos contribuir a mostrar también el Evangelio al mundo dando importancia a los gestos.
Las obras de Francisco dejan poso. Hablan de una misericordia que se sale por las costuras porque está confeccionada desde la ternura. De la que sana el alma. De la que perdura. De la que contagia.
Muchas gracias.
Eva Fernández. Corresponsal de Cope en el Vaticano y en Italia.
Diálogos de Teología Almudí. Valencia, 15 de mayo de 2019
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