En el último tercio del siglo XX irrumpió con fuerza en la teología el tema de la belleza. Camino privilegiado para encontrar la verdad y el bien, porque apela directamente al corazón por encima de las confusiones especulativas y las perplejidades morales
En ningún sitio ha recibido tanta atención como en Italia, en el contexto de su inmenso patrimonio artístico cristiano, de altísima calidad. Se puede decir que la presencia explícita de una teología de la belleza ha recorrido cinco etapas:
−la intuición profética de Dostoievsky, en el umbral del siglo XX, de que “la belleza salvará el mundo”;
−el proyecto teológico de Von Balthasar presentado en Solo el amor es digno de fe (1963), desarrollado en Gloria y en el conjunto de su Trilogía, y recogido especialmente por CL (Comunione e Liberazione);
−la recepción creciente en Occidente de la sensibilidad cristiana oriental, y en particular de los iconos, con una justificación teológica que el gran teólogo ruso afincado en París Paul Evdokimov plasmó maravillosamente en su libro Teología de la belleza. El arte del icono (1970);
−la adopción de la “via pulchritudinis” en la pastoral de la Conferencia Episcopal Italiana y, más tarde, por el Consejo Pontificio de la Cultura, junto con la Carta a los artistas, de san Juan Pablo II (1999);
−a final del siglo, el trabajo teórico y plástico de Rupnik, acompañado por el cardenal Tomáš Špidlík, y el interés de otros teólogos en el ámbito italiano: John Navone, Bruno Forte, Pierangelo Sequeri, Rino Fisichella…
De entrada, es oportuno trazar un breve panorama sobre el fenómeno de la belleza. Se define en relación a nuestra sensibilidad. Se suele decir que es el “resplandor de lo bueno”, y también el resplandor de lo verdadero o de lo auténtico.
Con eso se subraya que es una captación intuitiva y no reflexiva de lo valioso. Es característico de la experiencia de belleza el ser cautivado directamente por el brillo o resplandor de lo que es bueno o verdadero. Por eso cabe distinguir:
−la belleza ontológica y trascendente de la realidad, que a veces se nos manifiesta con mucha fuerza: en los grandes espectáculos de la naturaleza (los cielos, el mar, los bosques), pero también en los pequeños: la maravilla de las flores, de los seres vivos o de la impresionante estructura y génesis de la materia. ¿Cómo es posible que las cosas sean tan fascinantes? Hay en ellas un componente de misterio y trascendencia que refleja la bondad de Dios (“vio Dios que era bueno”);
−la belleza de las artes plásticas (artística o hecha con “arte”), de los objetos pero también de las acciones (ceremonias, danzas, etc.) ideadas y creadas por los seres humanos con valores de armonía, brillantez, sugerencia y nostalgia...;
−la belleza de la verdad, sentida especialmente cuando captamos grandes panoramas de sabiduría o de las ciencias, también de las matemáticas;
−la belleza moral de los comportamientos nobles y heroicos, plasmados en la vida misma y en las artes (literatura, teatro, cine) y especialmente en la santidad;
−la Liturgia ofrece un género combinado de belleza, al reunir muchos elementos de belleza plástica, con la profundidad de la palabra, la oración, la celebración del misterio con un sentido de trascendencia y santidad.
Hay una belleza ontológica de la realidad (que también se refleja en la belleza de la verdad), una belleza estética o “artística” de la creación humana, y una belleza moral de lo noble y digno del ser humano. Cuando la belleza artística de la creación humana no conecta con la belleza ontológica y trascendente de la realidad o con la belleza moral que la dignidad del ser humano reclama, se reduce a esteticismo. En su famoso libro Presencias reales, George Steiner llamó la atención sobre este componente de trascendencia necesario en las artes humanas.
La famosa frase de Dostoievsky ha tenido un fuerte eco en todo el siglo XX. Verdaderamente se trataba de una iluminación, como declaró Alexander Solzhenitsyn en su discurso de recepción del Premio Nobel en 1970.
Dostoievsky, profundamente marcado por la experiencia del mal pero también del bien que anida en las profundidades del alma humana, e hiperconsciente sobre el peligro del nihilismo, puso esta frase en El Idiota (parte III, cap. 5). Es una pregunta dirigida al príncipe Myschkin, encarnación del idiota o ingenuo que vive con sus estándares de bondad en un mundo pervertido, y choca con su entorno, sacando lo mejor o lo peor de cada uno. Dostoievsky experimenta con esta figura el efecto de Cristo, “signo de contradicción… puesto… para que se manifiesten las intenciones de muchos corazones” (Lc 2, 34-35).
“¿Es cierto, Príncipe, que dijiste alguna vez que la belleza salvará el mundo?”. Myschkin no responde, pero su vida refleja la belleza moral del amor compasivo, que convierte a los que se dejan conmover. La belleza redentora del amor está presente eminentemente en la figura de Sonia, de Crimen y Castigo, y en otros muchos momentos de la obra de Dostoievsky. Testimonio intuitivo de verdad frente a la oleada nihilista que quiere nivelar el universo moral. Definitivamente, no brillan igual el amor que el odio, la entrega que el pecado. La belleza moral conmueve y señala dónde está la salvación.
En 1963, Hans Urs von Balthasar escribió un breve libro, que se ha hecho justamente famoso, y que da las claves de su pensamiento y de su obra principal, la Trilogía. El libro se llama en alemán Glaubhaft ist nur Liebe (Creíble es solo el amor) y, en castellano, Solo el amor es digno de fe.
Es una reflexión de conjunto sobre la presentación de la fe cristiana para que sea creíble; en ese sentido es una reflexión apologética. En los primeros capítulos, advierte que la vía cosmológica para llegar a Dios está cegada por las complicaciones del pensamiento moderno. Y también lo está la vía moral o antropológica, donde Dios se presenta como garante del orden moral y horizonte de las aspiraciones humanas. Si no se puede llegar por la vía de la verdad y del bien, queda la de la belleza. Tiene la ventaja de ser intuitiva: lo bello se presenta bajo una forma en la que se capta directamente su valor y verdad.
Pero ¿bajo qué forma se presenta y se capta la belleza lo cristiano? Hay que ir al núcleo, que es la muerte y resurrección de Cristo, misterio de amor divino que llega al abajamiento total (kénosis, Flp 2, 7). Solo Dios es capaz de tanto: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo” (Jn 3, 16). De ninguna otra manera se manifiesta tan a fondo lo que es Dios. Von Balthasar desarrolla esta intuición en Gloria 1, parte I, Una estética teológica. La percepción de la forma; y en 3, parte II, Formas de estilo. Estilos laicales. Pero suele ser más brillante cuando dice lo que va a hacer que cuando lo hace.
Este tercer paso viene también de Rusia. El fascinante y último ensayo de Evdokimov, Teología de la belleza. El arte del icono (1970) ha sido una vía principal para entender en Occidente lo que es un icono en la sensibilidad cristiana oriental. Se necesitaba un teólogo de raza para no quedarse en superficialidades.
Paul Evdokimov (1901-1970), teólogo laico, forma parte de los intelectuales rusos que, huyendo de la Revolución bolchevique, se juntan en el Instituto de Teología Ortodoxa Saint Serge, de París. Profundo conocedor de Dostoievsky (Dostoievsky y el problema del mal, 1942), y al final de una vida marcada por el exilio y la desgracia de Rusia, se acoge explícitamente a la frase de Dostoievsky para reflejar su propia experiencia.
La explicación final del icono como pobre materia trascendida por la hermosura de lo que representa, viene precedida por un largo itinerario por la teología de la creación, y la presencia santa y al mismo tiempo velada de Dios, eminentemente en Cristo. No se trata de la belleza “física”. No es esa la que intentan reflejar los iconos, a diferencia de algunos renacentistas italianos, donde los motivos religiosos sirven de excusa para una belleza paganizante. La belleza de los iconos es la belleza de la santidad de Dios presente, velada y radiante en la “pobre materia”. Cristo es “el más bello entre los hombres” (Sal 44, 3), pero, en su momento cumbre, en su “hora”, “no hay en él parecer y hermosura” (Is 53, 2).
El proyecto de Von Balthasar ha tenido una influencia muy grande en Italia, en parte a través de CL. Y ha dado lugar a un importante conjunto de tesis doctorales y artículos, incluyendo las de varios que serían después obispos. De modo que su argumentación ha estado muy viva y llega a un terreno bien preparado, como es el italiano.
Sin rehuir del planteamiento cristológico de fondo, el episcopado italiano ha tendido un puente hacia el inmenso patrimonio cultural artístico cristiano que hay en Italia. Y ha creado un proyecto nacional, en unión con otras instituciones, que se llama “Vie della bellezza” (con abundante material online).
El cierre del siglo fue extraordinariamente rico de eventos en este sentido. Uno de los más interesantes es que se traslada a Roma el sacerdote jesuita Marko Rupnik, para dar clase en el Pontificio Instituto Oriental. Ha hecho la tesis sobre el impacto evangelizador del arte, con Tomáš Špidlík, especialista en teología oriental (con un libro breve y precioso sobre los iconos). En 1995, Juan Pablo II encarga a Rupnik dirigir el Centro Aletti, que reúne artistas cristianos. Se puede hablar del impacto casi universal de los mosaicos que realiza el equipo en la capilla Redemptoris Mater del Vaticano (1999). Pero hay que notar también sus conferencias e iniciativas sobre la vía pulchritudinis. Y el libro que edita junto con el cardenal Špidlík, Teología de la evangelización desde la belleza.
En 1998, John Navone (1930-2016), jesuita americano que enseña en la Gregoriana y está interesado en la teología narrativa, publica un hermoso y breve libro, Verso una teología della Bellezza, pronto traducido al inglés. En 1999, el Papa Juan Pablo II, publicó su importante Carta a los artistas, que daría lugar a comentarios y reuniones por todo el mundo. También en 1999, el teólogo y obispo de Chietti-Vanta, Mons. Bruno Forte, presentó En el umbral de la belleza. Por una estética teológica, donde recorre la teología de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, y las contribuciones de Kierkegaard, Dostoievsky, Von Balthasar y Evdokimov, para terminar en las diversas artes. Además, Mons. Forte ha dado otras conferencias sobre la Via pulchritudinis (online).
En el mismo 2000, Pierangelo Sequeri publica un artículo sobre La via pulchritudinis: limiti e stimuli di una spiritualità estetica (online), donde muestra algunas ambigüedades de lo estético (en el sentido de esteticista). Después seguirá su ensayo sobre Il sensibilee l’inatesso. Lezioni di estetica teologica (2016). En todos estos años se puede comprobar una auténtica floración de estudios italianos, hasta llegar a las intervenciones del obispo y teólogo Rino Fisichella en Radio Vaticana sobre la belleza en la liturgia y el arte sacro, con motivo de una magna exposición al inicio de 2018, que llevó el cívico título de La bellezza una strada per l’evangelizzazione e un aiuto alla città a vivere meglio e abbassare la violenza.
Y no se debe olvidar la hermosa conferencia que el entonces cardenal Ratzinger mandó al meeting de Rimini, en 2002 (La contemplación de la belleza), y el encuentro con los artistas ya siendo Papa (21-XI-2009). Ratzinger reúne y combina las dos líneas de reflexión que aquí han salido: la más trascendente de la belleza de Dios manifestada en Cristo y en todo el misterio de la salvación, y la artística, sobre el trasfondo del arte religioso. A lo largo de toda su trayectoria. Joseph Ratzinger ha sido un gran cantor de la belleza de la santidad y del arte religioso como los dos principales testimonios cristianos.
Por su parte, el Pontificio Consejo para la Cultura organizó en el año 2006 una asamblea plenaria sobre la Via pulchritudinis, que se puede consultar online. Allí se explica la oportunidad de esta vía para llegar al bien y la verdad. Y se profundiza en la belleza de la creación, la belleza presente en las artes, y la belleza de la santidad de Cristo, que se prolonga en la liturgia cristiana. El texto conclusivo está en las páginas del Pontificio Consejo; y las ponencias en Via pulchritudinis. Caminos de evangelización y diálogo (BAC 2008).
Juan Luis Lorda
Fuente: Revista Palabra.
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