El obispo auxiliar de Los Ángeles, Robert Barron, es conocido por su tarea evangelizadora a través de los medios digitales
El periodista John Allen Jr. ha escrito en conversación con él el libro Encender fuego en la tierra. Anunciar el Evangelio en un mundo secularizado[1], que Ediciones Palabra ha publicado recientemente. Extractamos uno de los capítulos.
En la tradición cristiana la belleza, la bondad y la verdad se denominan los “trascendentales”, relacionados con las tres capacidades humanas de sentir, desear y pensar. Barron está convencido de que el catolicismo representa la plenitud de las tres y, en la misma medida, defiende que la forma de presentarlo ante la gente es por medio de la belleza.
En un ensayo publicado en 2015 dentro de una antología sobre la catedral de San Patricio, en Nueva York, titulada El legado de la parroquia de Estados Unidos, Barron desarrolló esta idea, tras descubrir que, para mucha gente, hablar hoy de “verdad” resulta chocante, porque lo consideran una forma de imponer los valores y opiniones propios sobre los demás.
“Si se me permite utilizar una metáfora sencilla, cuando un buen entrenador enseña a un niño a jugar al béisbol, no empieza con las reglas ni con los entrenamientos más agotadores, sino con la belleza del juego, con sus sonidos y sus aromas, y con los movimientos armónicos de sus jugadores estrella”. Está absolutamente convencido de que la fe católica es verdadera y buena; pero también lo está de que es atractiva, divertida, plena y vital y, si se consigue que la gente atraviese el ruido de fondo de la cultura, responderán a ella.
En cierto modo, fue la pasión por el béisbol, y su afán por compartirlo, la que le hizo degustar por primera vez el significado de la evangelización.
“Soy un apóstol del béisbol. Cuando amas algo, lo quieres compartir. Descubres algo que te atrapa con su belleza, consideras que el béisbol es increíble, y quieres que todo el mundo lo sepa. Sólo cuando se ha vivido ese enamoramiento, explica, se pueden aprender las reglas que le dan sentido. Si no, hablar de normas se verá como una imposición, como alguien tratando de controlar a otro, como un ejercicio de poder en lugar de una liberación para poder jugar”. En ese sentido, los primeros entrenadores de Barron fueron para él evangelizadores natos.
“Un gran porcentaje de católicos desconocen los fundamentos del cristianismo. Ignoran la belleza del juego. No saben cómo es el campo, ni han palpado su textura. Lo que yo quiero es que sientan el catolicismo, que conozcan su esencia”.
En sentido amplio, cerrar esa grieta y, al mismo tiempo, recuperar la secuencia entre el enamoramiento y la comprensión de las normas, se ha convertido en una constante en la vida y la trayectoria de Barron. Hoy por hoy, su paralelismo deportivo preferido no es con el béisbol, al que ya no puede jugar, sino con el golf. “El golf es como un partido de béisbol a ras de tierra”, se ríe. “Observa cómo los jugadores se obsesionan con las reglas. Nos encantan; una vez que las conocemos y vemos cómo funciona todo, nos fascinan”. “Las reglas no son el enemigo del golf”, prosigue. “Son las que lo hacen posible, y las que te dan libertad para ser un buen jugador. Este es el enfoque correcto para las normas en el catolicismo, pero el problema es que tenemos un libro de reglas, y la gente no hace más que discutir sobre sus prohibiciones, especialmente en lo relacionado con el sexo. Son muchos los que se cuestionan su sentido. Creo que esa ha sido la reacción de bastantes personas de mi generación, y más jóvenes. ¿Quién necesita tantas normas?”
Más o menos en la misma época en la que, gracias al béisbol, comenzaba a percibir el lugar que ocupan las normas en la evangelización, nacía otra pasión en él. Descubrió la música de Bob Dylan y, desde entonces, según cuenta, nada volvería a ser igual.
“Descubrí a Dylan (cuando) tenía 12, 13 ó 14 años, y estaba empezando a gustarme el rock: escuchaba a los Beatles, y esa fue la conexión. Mi hermano trajo Concert for Bangladesh. Yo tenía puesto un vinilo de George Harrison, y entonces él le dio la vuelta, y escuché a Harrison diciendo: ‘Os presento a nuestro amigo Bob Dylan’. Nunca había oído hablar de él, pero la gente se volvió loca. Tenía esa voz tan singular, y además, como yo ya tenía una edad y algo de experiencia por el colegio, capté la poesía y el lenguaje, así que me puse a escuchar por primera vez una canción suya, que fue Hard Rain’s Gonna Fall”. Lo que le atrajo no fueron la poesía, las letras o la excepcionalidad de su voz, sino la potente sensibilidad religiosa que trasmite.
De nuevo, Barron reconoce que la pasión por Dylan fue tan fuerte que se sintió empujado a compartirla, y eso le mostró, de forma instintiva, el camino que hoy reconoce como una forma de evangelización. “Lo que me cautiva y me da vida es compartir. Me convertí en un evangelizador de Dylan de inmediato; me acuerdo de que preguntaba a la gente, siendo un niño: ‘¿Has oído hablar de Bob Dylan? Tiene una voz rara, pero cuando te haces a ella es increíble. Escucha esta canción’. Durante toda mi vida ha habido personas que me han respondido: ‘¿Bob Dylan? ¿Por qué? ¡Es malísimo!’. Pero, desde que tenía 15 años, he sido un evangelizador, y no creo que haya ofendido a nadie por eso. Ven en mí a un verdadero devoto de Dylan, que le entiende, que puede justificarlo, y que por eso te habla de él”.
Una enseñanza más de su pasión por Dylan fue la de no avergonzarse de reconocer la superioridad de esa devoción frente a otras. Está convencido de que actualmente la actividad misionera adolece de un exceso de pudor, como si a algunos les costase admitir que el catolicismo es mejor y más verdadero que otras religiones. Sin embargo, insiste, si alguien está convencido de que es así, ¿por qué no iba a querer compartirlo?
“¿Creo que Bob Dylan es superior a la inmensa mayoría de cantantes? ¡Sí, absolutamente! Y si quieres te lo demuestro. Me siento y te lo explico”, dice. “Estoy convencido de que es así, y la verdad es que me gustaría que tú lo estuvieses también. Estaría muy bien que le escuchases, porque es increíble, y es mejor que todos los demás. No creo que eso ofenda a nadie: es el entusiasmo del misionero”.
Gracias al béisbol y a Bob Dylan, Barron desarrolló la profunda convicción de que el mejor modo de exponer una idea nueva ante alguien es comenzar por lo que la hace hermosa, tratando sin descanso de que vea y sienta esa belleza, y presentarle –solo después de eso– las estructuras y normas que hacen posible vivir así.
Naturalmente, un intelecto tan ávido y dado a la reflexión como el de Barron no podía limitarse a aplicar esta defensa de la belleza al ejemplo del béisbol y de Dylan, aunque esas tempranas aficiones fuesen las que le lanzaron por esa senda. Esta perspectiva también está arraigada en los padres de la Iglesia, como Orígenes, y en muchos de los principales pensadores católicos de todos los tiempos.
Un evidente punto de referencia es la obra del teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, quien hace mucho que es uno de los referentes de Barron. Su obra sobre estética teológica recoge esta cita, con una enorme resonancia en la perspectiva de Barron: “Ante la belleza −no frente a la belleza, sino dentro de la belleza− toda la persona se estremece. No solo se descubre que la belleza es conmovedora, sino que se experimenta esa conmoción, que nos posee”.
“La belleza lleva a la bondad y a la verdad”, sostiene Barron. “Sin embargo, desde el punto de vista estratégico −y esto lo aprendí de Balthasar−, en nuestra sociedad posmoderna es mejor empezar con la belleza. No es cobardía, es estrategia”.
También cita a John Henry Newman, el gran converso inglés del XIX, y su conocido Ensayo para contribuir a una gramática del asentimiento, en la que explica el llamado sentido ilativo, reconociendo que es “una palabra altisonante para un concepto común”. En esencia, se refiere a la capacidad natural que tiene el hombre de darse cuenta de que está en presencia de algo grande, inspirador, ennoblecedor; en una palabra, bello. Se trata de reconocer que el encuentro con la belleza, con algo obviamente trascendente y fuerte, suele llevar a la pregunta de por qué es posible, qué es lo que la ha inspirado o generado y, a partir de ahí, también es habitual que nazca la apertura a lo divino y lo religioso.
Como era de esperar en alguien que pasa gran parte de su tiempo en YouTube intentando conectar con los jóvenes más alejados de la Iglesia, Barron recurre a una película actual para hacerse entender.
“Pensemos en el debate sobre el aborto. Ambos bandos hablan sin parar, discutiendo una y otra vez. Sin embargo, la película Juno aporta un enfoque esclarecedor. La protagonista va a una clínica a abortar, y allí se encuentra con una manifestante, que resulta ser su compañera de clase, y que le dice: ‘Tu bebé tiene uñas’. En la siguiente escena vemos a gente en la sala de espera mordiéndose las uñas, examinándose las uñas, limpiándose las uñas. Entonces Juno decide no abortar y se marcha de repente. Ahí está lo que dice Newman; hay argumentos y razones, pero entonces aparece la chica que dice que el bebé tiene uñas, y eso es lo que lleva a Juno a aceptar la propuesta de no abortar. Algo similar ocurre con el catolicismo”.
Según su propia experiencia, fueron con frecuencia esos momentos de descubrimiento preconsciente de la belleza los que le dejaron una huella espiritual y personal más profunda.
A un nivel teológico, y de acuerdo con su enfoque inclusivo, Barron insiste en que la Iglesia siempre mantendrá la tensión entre dos doctrinas. Por una parte, es la esposa inmaculada de Cristo, de gran hermosura y pureza. Por otra, está formada del barro de la tierra, y compuesta por seres humanos débiles y caídos.
“Como católico siempre insisto en la idea de que la Iglesia es un cuerpo místico, y subrayo la importancia de lo corporal, porque no es una especie de bolsa en la que viaja la fe. Pero, por otra parte, también tenemos esa imagen paulina, que distingue entre el tesoro y la frágil vasija que lo contiene, y ese es un aspecto teológico en el que también hay que fijarse. La Iglesia, en su belleza e integridad, en sus sacramentos y en su doctrina, sigue siendo la esposa inmaculada de Cristo, pero también es una vasija rota y frágil. Esta es una aclaración teológica que intento hacer entender a la gente”.
El énfasis de Barron en la belleza no supone, tal y como él lo entiende, que ignore o se niegue a confrontarse con la fealdad, el pecado, la corrupción y la hipocresía, que también pueden formar parte de la vida de un católico. “En el documental Catolicismo hay una escena breve e intensa en la que aparezco en una iglesia en penumbra, y hablo de las cruzadas, de la inquisición, de las cazas de brujas y de todo lo demás. ‘¿Fue un momento espantoso?’, pregunto, y no dejo de decir: ‘Sí, sí, sí’. Y hay más: ‘Hoy nos encontramos con el escándalo por los abusos sexuales. ¿Algunos sacerdotes y obispos hicieron una tremenda dejación en sus funciones?’. ‘Sí’, respondo, y en cierta forma el eco resuena en las paredes de esa iglesia”.
No obstante, Barron está convencido de que a veces es más sencillo, en el tumulto de la cultura contemporánea, ver la fealdad, y la tarea de todo evangelizador consistirá en mostrar la belleza, para que se entienda por qué hay gente inteligente y bienintencionada que deja de lado lo feo, entregando a veces su vida para erradicarlo, en favor de algo que es más grande y más cautivador.
Fuente: Revista Palabra.
[1] Junto con la sipnosis, Ediciones Palabra ofrece el texto del primer capítulo del libro.
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