Documento sobre la perspectiva cristiana del deporte y la persona humana
«Cuando una persona da lo mejor de sí misma, experimenta la alegría del deber cumplido. Todos quisiéramos poder decir un día, con San Pablo: “He peleado hasta el fin el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe” (2Tim 4,7)».
Con estas inspiradoras palabras comienza el primer documento de la historia de la Iglesia que ofrece una perspectiva cristiana del deporte y de la persona humana; elaborado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida; y presentado el viernes 1 de junio, a las 11 de la mañana, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Al Venerado hermano
Señor Cardenal Kevin Farrell
Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida
Con alegría recibí la noticia de la publicación del documento “Dar lo mejor de uno mismo”, sobre la perspectiva cristiana del deporte y la persona humana, que el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida ha preparado con el objetivo de resaltar el papel de la Iglesia en el mundo del deporte y de cómo el deporte puede ser un instrumento de encuentro, de formación, de misión y santificación.
El deporte es un lugar de encuentro donde personas de todo nivel y condición social se unen para lograr un objetivo común. En una cultura dominada por el individualismo y el descarte de las generaciones más jóvenes y de los más mayores, el deporte es un ámbito privilegiado en torno al cual las personas se encuentran sin distinción de raza, sexo, religión o ideología y donde podemos experimentar la alegría de competir por alcanzar una meta juntos, formando parte de un equipo en el que el éxito o la derrota se comparte y se supera; esto nos ayuda a desechar la idea de conquistar un objetivo centrándonos solo en uno mismo. La necesidad del otro abarca no solo a los compañeros de equipo sino también al entrenador, los aficionados, la familia, en definitiva, todas aquellas personas que con su entrega y dedicación hacen posible llegar a “dar lo mejor de uno mismo”. Todo esto hace del deporte un catalizador de experiencias de comunidad, de familia humana. Cuando un padre juega con su hijo, cuando los chicos juegan juntos en el parque o en la escuela, cuando el deportista celebra la victoria con los aficionados, en todos esos ambientes se puede ver el valor del deporte como lugar de unión y encuentro entre las personas. ¡Los grandes objetivos, en el deporte como en la vida, los logramos juntos, en equipo!
El deporte es también un vehículo de formación. Quizás hoy más que nunca debemos fijar la mirada en los jóvenes, puesto que, cuanto antes se inicie el proceso de formación, más fácil resultará el desarrollo integral de la persona a través del deporte. ¡Sabemos cómo las nuevas generaciones miran y se inspiran en los deportistas! Por eso, es necesaria la participación de todos los deportistas, de cualquier edad y nivel, para que los que forman parte del mundo del deporte sean un ejemplo en virtudes como la generosidad, la humildad, el sacrificio, la constancia y la alegría. Del mismo modo, deberían dar su aportación en lo que se refiere al espíritu de equipo, el respeto, la competitividad y la solidaridad con los demás. Es esencial que todos seamos conscientes de la importancia que tiene el ejemplo en la práctica deportiva, ya que es buen arado en tierra fértil que facilitará la cosecha siempre que se cuide y se trabaje adecuadamente.
Por último, quisiera resaltar el papel del deporte como medio de misión y santificación. La Iglesia está llamada a ser un signo de Jesús en medio del mundo, también a través del deporte en los “oratorios”, en las parroquias y en las escuelas, en las asociaciones, etc. Siempre es ocasión de llevar el mensaje de Cristo, “a tiempo y a destiempo” (2Tim 4,2). Es importante llevar, comunicar esta alegría que transmite el deporte, que no es otra que descubrir las potencialidades de la persona, que nos llaman a desvelar la belleza de la creación y del propio ser humano puesto que está hecho a imagen y semejanza de Dios. El deporte puede abrir el camino a Cristo en aquellos lugares o ambientes donde por diferentes motivos no es posible anunciarlo de manera directa. Y las personas con su testimonio de alegría, con la práctica deportiva en comunidad, pueden ser mensajeras de la Buena Noticia.
Dar lo mejor de uno mismo en el deporte, es también una llamada a aspirar a la santidad. Durante el reciente encuentro con los jóvenes en preparación al Sínodo de los Obispos manifesté la convicción de que todos los jóvenes allí presentes físicamente o a través de las redes sociales, tenían el deseo y la esperanza de dar lo mejor de uno mismo. He utilizado la misma expresión en la reciente exhortación apostólica, recordando que el Señor tiene una forma única y específica de llamada a la santidad para todos nosotros: “Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él” (Gaudete et Exsultate, 11).
Es necesario profundizar en la estrecha relación que existe entre el deporte y la vida, para que puedan iluminarse recíprocamente, para que el afán de superación en una disciplina atlética sirva también de inspiración para mejorar siempre como persona en todos los aspectos de la vida. Tal búsqueda, con la ayuda de la gracia de Dios, nos encamina a aquella plenitud de vida que nosotros llamamos santidad. El deporte es una riquísima fuente de valores y virtudes que nos ayudan a mejorar como personas. Como el atleta durante el entrenamiento, la práctica deportiva nos ayuda a dar lo mejor de nosotros mismos, a descubrir sin miedo nuestros propios límites, y a luchar por mejorar cada día. De esta forma, “en la medida en que se santifica, cada cristiano se vuelve más fecundo para el mundo” (ibidem, 33). Para el deportista cristiano, la santidad será entonces vivir el deporte como un medio de encuentro, de formación de la personalidad, de testimonio y de anuncio de la alegría de ser cristiano con los que le rodean.
Ruego al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen, para que este documento produzca frutos abundantes tanto en el compromiso eclesial con la pastoral del deporte, como más allá de las fronteras de la Iglesia. A todos los deportistas y los agentes de pastoral que se reconocen en el gran “equipo” del Señor Jesús les pido por favor que recen por mí y envío de corazón mi bendición.
Vaticano, 1 de junio de 2018.
Fiesta de San Justino, mártir.
Francisco
Hoy estamos aquí para presentar el documento del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida −que tengo el honor de presidir− sobre la perspectiva cristiana del deporte y la persona humana, junto con el Mensaje que el Papa Francisco ha dirigido a todos los amantes del deporte con motivo de la presentación de este texto. Doy las gracias en primer lugar al Santo Padre por sus palabras y a todos aquellos que han colaborado con disponibilidad y competencia en la revisión del documento, algunos de los cuales están aquí presentes.
El documento se remonta a un proyecto ya iniciado por el entonces Consejo Pontificio para los Laicos, al que san Juan Pablo II había confiado la tarea de ser un punto de referencia para las organizaciones deportivas a nivel internacional y nacional y sensibilizar a las iglesias locales acerca de la atención pastoral en los ambientes deportivos.
El documento que presentamos no pretende responder a todas las preguntas y desafíos que plantea hoy, el mundo del deporte: quiere "contar" la relación entre el deporte y la experiencia de la fe y ofrecer una visión cristiana de la práctica deportiva.
El título "Dar lo mejor de uno mismo" se refiere al discurso que el Papa Francisco dirigió a las asociaciones deportivas el 7 de junio de 2014 en la Plaza de San Pedro, con motivo del setenta aniversario del Centro Deportivo Italiano. Sin embargo, la expresión también fue utilizada por el Santo Padre en otras ocasiones, como durante la reunión con los jóvenes participantes en la reunión pre-sinodal en abril pasado: "Venís de muchas partes del mundo y traéis con vosotros una gran variedad de pueblos, culturas y también religiones: no todos sois católicos y cristianos, ni siquiera sois todos creyentes, pero ciertamente estáis animados por el deseo de dar lo mejor de vosotros mismos". Y, dice así en la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate: "Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él" (n. 11).
"Dar lo mejor de uno mismo" es, sin duda, una expresión que se aplica tanto en el ámbito del deporte como en el de la fe. Efectivamente, por un lado, recuerda el esfuerzo, el sacrificio que un deportista debe asumir como una constante en su vida para obtener una victoria o simplemente para alcanzar la meta. Pero también en el ámbito de la fe, estamos llamados a dar lo mejor de nosotros mismos para alcanzar la santidad, que, como ha subrayado el Papa en Gaudete et exsultate, es una llamada universal, dirigida a todos, incluidos los deportistas. No es coincidencia que el Santo Padre en el Mensaje que acompaña este documento escriba que "el deporte puede ser un instrumento de encuentro, formación, misión y santificación".
También me gustaría resaltar que este es el primer documento de la Santa Sede sobre el deporte. Si bien es cierto, que hay discursos y mensajes de varios Papas dirigidos al mundo del deporte y que la Santa Sede ha organizado no pocas conferencias sobre este argumento, no había todavía ningún documento que recogiera el pensamiento y los deseos de la Iglesia Católica relacionados con el deporte, tanto profesional como amateur.
El documento está estructurado en cinco capítulos: La relación entre la Iglesia y el deporte (capítulo 1); una descripción del fenómeno deportivo con una mirada atenta a la persona humana (capítulos 2 y 3); algunos de los desafíos actuales que el deporte debe afrontar (capítulo 4); la Iglesia y la pastoral del deporte (capítulo 5).
Asimismo me gustaría llamar la atención, para una lectura clave del documento, sobre las muchas citas del Magisterio acerca del deporte desde el Papa Pío X al Papa Francisco. Son citas tomadas de discursos, saludos y homilías que indudablemente podrían contribuir a desarrollar la pastoral del deporte con respecto a su promoción y formación.
Concluyo, subrayando el carácter divulgativo y pastoral del documento. No es un texto para los estudiosos o investigadores, sino una reflexión sobre el estado actual del deporte a la que se agregan indicaciones y sugerencias que, sin duda, servirán no sólo a las conferencias y a las diócesis para poner a punto una pastoral del deporte, sino también a los clubs amateurs, a las asociaciones de aficionados y a los mismos atletas para reflexionar sobre la vida cristiana y la forma de practicar deporte.
Dar lo mejor de uno mismo
Dar lo mejor de uno es un tema fundamental en el deporte, ya que los atletas se esfuerzan individual y colectivamente para lograr sus objetivos en el juego. Cuando una persona da lo mejor de sí misma, experimenta la alegría del deber cumplido. Todos quisiéramos poder decir un día, con San Pablo: “He peleado hasta el fin el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe”. (2Tim 4,7). Este documento pretende ayudar al lector a entender la relación entre dar lo mejor de uno mismo en el deporte y a vivir la fe cristiana en todos los aspectos de nuestra vida.
La Iglesia, como Pueblo de Dios, tiene una profunda y rica experiencia de humanidad. Con gran humildad, quiere compartir su experiencia y ponerla al servicio de la humanidad. La Iglesia se acerca al mundo del deporte porque desea contribuir a la construcción de un deporte que sea cada vez más auténtico y más humano.
De hecho, “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco”[1] en los corazones de los seguidores de Cristo. El deporte es universal y ha alcanzado un nuevo nivel de importancia en nuestro tiempo y también, por eso, encuentra un eco en el corazón del Pueblo de Dios.
La Iglesia entiende a la persona humana como una unidad de cuerpo, alma y espíritu, y busca evitar cualquier tipo de reduccionismo en el deporte que rebaje la dignidad humana. “La Iglesia se interesa por el deporte porque le interesa el hombre, todo el hombre y reconoce que la actividad deportiva incide en la formación de la persona, en sus relaciones, en su espiritualidad”[2].
Este documento pretende ser una carta de presentación de los puntos de vista de la Santa Sede y de la Iglesia Católica en lo referente al deporte. En la forma como se ha escrito la historia del deporte se ha llegado a pensar que la Iglesia Católica ha tenido un punto de vista negativo sobre el deporte y su impacto, especialmente durante la Edad Media y durante los periodos más tempranos de la Edad Moderna, por las posturas negativas de algunos católicos hacia el cuerpo. Esta tendencia negativa, sin embargo, se basa en una mala interpretación de la postura católica hacia el cuerpo durante estos periodos, y olvida la influencia positiva de las tradiciones educativas, teológicas y espirituales, católicas referentes al deporte como un aspecto más de la cultura[3].
“La postura cristiana hacia el deporte, así como hacia otras expresiones de las facultades naturales del hombre, como la ciencia, el aprendizaje, el trabajo, el arte, el amor, y los compromisos sociales y políticos, no es una postura de rechazo o huida, sino de respeto y estima, aun cuando los corrija y los eleve: en una palabra, una postura de redención”[4] Una postura de redención que se presenta en el deporte cuando la primacía de la dignidad de la persona es respetada y el deporte está al servicio de la persona humana en lo que a su desarrollo integral se refiere. Como apunta el Papa Francisco, “El vínculo entre la Iglesia y el mundo del deporte es una maravillosa realidad que se ha fortalecido a lo largo del tiempo, por lo que la Comunidad Eclesial ve en el deporte un instrumento poderoso para el crecimiento integral de la persona humana. Comprometerse en el deporte, de hecho, nos lleva a mirar más allá de nosotros mismos y de nuestros propios intereses, de una manera sana; entrena el espíritu de sacrificio y, si se organiza bien, promueve la lealtad en las relaciones interpersonales, la amistad, y el respeto a las normas”[5].
La Iglesia Católica dirige este documento a toda la gente de buena voluntad. En particular, la Iglesia está interesada en dialogar con todas las personas y las organizaciones que han estado desarrollando −y desarrollan− programas para defender aquellos valores humanos que son inherentes a la práctica del deporte.
Lo dirige también a todos los fieles católicos, empezando por los obispos y sacerdotes, pero especialmente a los laicos, quienes están más en contacto con el deporte como una realidad de vida. El objetivo del documento es que hable a todos aquellos que aman y valoran el deporte, ya sean jugadores, profesores, entrenadores, padres y a todos aquellos para los cuales el deporte es tanto un trabajo como una vocación. Nos gustaría extender estos pensamientos a nuestros hermanos y hermanas en la fe que han evangelizado y promocionando los valores cristianos en el deporte durante más de 50 años[6].
¿Cómo podría la Iglesia no estar interesada?
La Iglesia ha motivado y promovido siempre la belleza en el arte, la música y otras áreas de la actividad humana a lo largo de su historia. La razón última es que la belleza es algo que proviene de Dios, y la percepción de la misma es algo inherente a todo ser humano en cuanto criatura amada. El deporte nos ofrece la oportunidad de participar en momentos bellos, o de presenciarlos. En este sentido, el deporte tiene el potencial de recordarnos que la belleza es una de las muchas maneras de encontrar a Dios.
La universalidad de la experiencia de los deportes, su fuerza simbólica y comunicativa, y su gran potencial educativo son muy evidentes a día de hoy. El deporte es un fenómeno de la civilización que reside tan plenamente en la cultura contemporánea y empapa los estilos de vida de tanta gente y sus elecciones, que podríamos preguntarnos con Pio XII: “¿Cómo no va a estar la Iglesia interesada en el deporte?”[7]
Pío XII y Pablo VI abrieron vigorosamente la puerta del diálogo entre la Iglesia y el mundo del deporte en el siglo XX, promocionando los aspectos que eran comunes al deporte y la vida cristiana y uniendo los ideales del movimiento olímpico con los ideales católicos: “Esfuerzo físico, cualidades morales, amor a la paz: en estos tres puntos, esperamos haberos mostrado, que el diálogo que la Iglesia tiene con el mundo del deporte es sincero y cordial. Nuestro deseo es que sea cada vez más grande y más fructífero”[8].
La necesidad del cuidado pastoral en el deporte: una tarea esencialmente educativa
El diálogo entre Iglesia y deporte ha producido y sigue produciendo una propuesta polifacética para el cuidado pastoral, especialmente en colegios, parroquias y asociaciones católicas. San Juan Pablo II apoyó este proceso, por un lado, desde el Magisterio, y por otro abriendo por primera vez en la Santa Sede una oficina dedicada a la relación entre la Iglesia y el deporte.
“La Iglesia debe estar en primera fila en esta área para elaborar una pastoral específica adaptada a las necesidades de los atletas y especialmente para promover un deporte que pueda crear las condiciones de una vida rica en esperanza”[9]. La Iglesia no sólo incentiva la práctica del deporte, sino que quiere estar en el deporte, considerado como un moderno “Patio de los Gentiles” y el areópago donde es anunciada la Buena Noticia.
El Magisterio de la Iglesia se refiere continuamente a la necesidad de promover “un deporte para la persona” que sea capaz de dar un significado a la vida y desarrollar plenamente a la persona en lo moral, social, ético, espiritual y religioso. La relación de la Iglesia con el deporte, toma la forma de una variada y extensa presencia pastoral inspirada por el interés de la Iglesia en la persona humana.
La Iglesia ha estado en constante diálogo con el mundo del deporte desde su existencia. Son bien conocidas las metáforas utilizadas por San Pablo para explicar la fe y la vida cristiana a los gentiles. En la época medieval, los laicos católicos organizaban juegos y deportes durante las fiestas, que representaban buena parte del año, así como los domingos. Estos juegos encontraron apoyo teológico en los escritos de Santo Tomás de Aquino cuando argumentó que puede existir "una virtud en el juego" porque la virtud tiene que ver con la moderación. Una persona virtuosa, por esto mismo, no debería estar trabajando todo el tiempo, sino que también necesita tiempo para el juego y el ocio. Los humanistas del Renacimiento y los primeros jesuitas pusieron en práctica el concepto de virtud de Santo Tomás de Aquino al decidir que los alumnos necesitaban tiempo para jugar y recrearse durante el transcurso de la jornada escolar. Esta fue la razón original para la inclusión del juego y el deporte en las instituciones educativas en el mundo occidental[10].
Además, ya desde el comienzo de la Edad Moderna, la Iglesia ha mostrado interés en este fenómeno, ya que aprecia su potencial educativo a la vez que comparte muchos valores con el deporte. La Iglesia ha promovido activamente el desarrollo del deporte a través de formas organizadas y estructuradas.
El deporte en el mundo moderno surge en el contexto de la revolución industrial, cuyo terreno social, político y económicamente fértil, dio al deporte los medios para avanzar en todo el mundo. El deporte es el resultado de la modernidad y, al mismo tiempo, se ha convertido en un "catalizador" de la modernidad. Por otro lado, en nuestros días, el deporte está experimentando profundos cambios y presiones para hacer realidad esos cambios. Nuestra esperanza es que los expertos del deporte no solo "gestionen" el cambio, sino que lo hagan tratando de comprender y mantener firmes los principios tan queridos por el deporte antiguo y moderno: la educación y la promoción humana.
En 1904, Pío X abrió las puertas del Vaticano al deporte organizando un evento de gimnasia juvenil. Las crónicas de esa época no ocultan su asombro ante este gesto. Se cuenta que, en respuesta a la pregunta de un desconcertado sacerdote de la curia, “¿Dónde vamos a terminar?” Pío X respondió: “¡Querido mío, en el Paraíso!”[11].
Pero sin duda alguna, San Juan Pablo II puso el compromiso y el diálogo con el deporte en su más alto nivel de importancia con respecto a la jerarquía de la Iglesia Católica. Después del Jubileo del año 2000, donde predicó frente a 80,000 jóvenes atletas en el Estadio Olímpico de Roma, decidió crear la oficina de Iglesia y Deporte, que desde 2004 ha estado estudiando y promoviendo una visión cristiana del deporte que enfatiza su importancia para construir una sociedad más humana, pacífica y justa, así como para la evangelización.
No un deporte cristiano sino una visión cristiana del deporte
Incluso si las federaciones deportivas nacionales o internacionales se declararon en su origen como “de inspiración católica”, el objetivo no era crear un deporte "cristiano" que fuera diferente, separado o con un desarrollo alternativo, sino ofrecer una visión del deporte basada en una comprensión cristiana de la persona y de una sociedad justa.
Este nuevo enfoque, ha madurado rápidamente. En uno de sus documentos sobre la pastoral del deporte, la Conferencia Episcopal Italiana dice que, "si no se tiene por objetivo la existencia de un deporte cristiano, es completamente legítimo tener una visión cristiana del deporte que no solo le dé valores éticos universalmente compartidos, sino que desarrolle su propia perspectiva, que es innovadora y que se pone al servicio del deporte mismo y de la persona y de la sociedad”[12].
“Sin socavar e invalidar de ninguna manera la naturaleza específica del deporte, el patrimonio de la fe cristiana ayuda a que esta actividad esté libre de ambigüedades y desviaciones, lo que facilita su plena realización”[13]. El cristianismo, por lo tanto, no es una "marca de calidad ética" del deporte, o una etiqueta yuxtapuesta pero externa a ella. El cristianismo se propone como un valor agregado que puede ayudar a dar plenitud a la experiencia deportiva.
La Iglesia valora el deporte en sí mismo, como un campo de la actividad humana donde virtudes como la sobriedad, humildad, valentía y paciencia, pueden encontrarse y fomentar la belleza, la bondad, la verdad, y donde puede testimoniarse la alegría. Este tipo de experiencias pueden ser vividas por personas de todas las naciones y comunidades de todo el mundo, independientemente de su edad, del nivel social o nivel deportivo. Es esta dimensión la que hace del deporte un fenómeno global verdaderamente moderno y, por lo tanto, algo en lo que la Iglesia está apasionadamente interesada.
Por lo tanto, la Iglesia quiere elevar su voz al servicio del deporte. La Iglesia se siente corresponsable del deporte y de la salvaguardia de las situaciones que lo amenazan todos los días, en particular del engaño, las manipulaciones y el abuso comercial.
“El deporte es la alegría de vivir, de jugar, de divertirse y, como tal, debe ser valorado y quizás redimido, hoy, por los excesos del tecnicismo y el profesionalismo a cualquier precio, a través de la recuperación de su gratuidad, su capacidad de estrechar los lazos de amistad, fomentar el diálogo y la apertura de uno hacia el otro, como una expresión de la riqueza del ser, mucho más válida y apreciable que el tener, y por lo tanto muy por encima de las duras leyes de producción y consumo y cualquier otra consideración puramente utilitaria y hedonista de la vida”[14]. A este nivel, el diálogo y la colaboración entre la Iglesia y el deporte, será siempre rentable y dará muchos frutos.
Además, la Iglesia desea estar al servicio de todos los que trabajan en el deporte, ya sea en puestos remunerados o, como la gran mayoría de los que participan en el deporte, como voluntarios, funcionarios, entrenadores, profesores, dirigentes, padres, etc., y de los propios atletas.
Habiendo articulado las motivaciones y el propósito de diálogo entre la Iglesia y los deportes en este primer capítulo, el documento explora en el capítulo 2 la realidad del deporte desde sus orígenes hasta sus contextos modernos. Al hacerlo, se configura una definición de “deporte” y se refleja la relevancia de éste en y para el mundo. A continuación, el capítulo 3, profundiza en una comprensión antropológica del deporte y su importancia, específicamente para la persona humana, como una unidad de cuerpo, alma y espíritu. Además, el capítulo trata cómo el deporte se acerca a nuestra búsqueda del significado último de la vida, y promueve la libertad y la creatividad humanas. La experiencia del deporte implica la justicia, el sacrificio, la alegría, la armonía, el coraje, la igualdad, el respeto y la solidaridad en esta búsqueda de sentido. El significado último de la comprensión cristiana es la felicidad máxima que se encuentra en la experiencia del amor y la misericordia de Dios que todo lo abarca, tal como se realiza en una relación con Jesucristo en el Espíritu que tiene lugar y se vive en la comunidad de fe.
En el capítulo 4, el documento explora algunos desafíos específicos para la promoción de un deporte humano y justo, que incluye la degradación del cuerpo, el dopaje, la corrupción y la influencia, a veces negativa, de los espectadores. La Iglesia reconoce su responsabilidad compartida con los líderes deportivos a la hora de denunciar las desviaciones y el comportamiento poco ético y para dirigir el deporte de una manera que promueva el desarrollo humano. Finalmente, en el capítulo 5, el documento presenta una visión general de los esfuerzos continuos de la Iglesia para contribuir a la humanización de los deportes en el mundo moderno. El deporte en sus diversos contextos, como en el ámbito profesional o en el aficionado, puede servir −y lo hace− como una herramienta efectiva para la educación y la formación en valores humanos.
Ciertamente, hay más temas relacionados con las posibilidades y desafíos del deporte que no se tratan en este documento. Pero este texto no pretende ser un resumen exhaustivo de las teorías y realidades que afectan al deporte, sino que busca articular la comprensión de la Iglesia sobre el fenómeno deportivo y su relación con la fe.
El deporte es un fenómeno universal. Allí donde los seres humanos viven juntos, disfrutan jugando, disfrutan perfeccionando sus habilidades físicas o compitiendo entre ellos. Probablemente, a lo largo de la historia y en todos los lugares del mundo, las personas han practicado lo que hoy en día llamamos deportes. Con este trasfondo, no sería un error tomar el deporte como un tipo de constante antropológica. El término “deporte” como tal, por supuesto, es mucho más reciente. Tiene su raíz en el término del francés antiguo desporter o se desporter −el cual proviene de la palabra latina de(s)portare− que significa entretenerse uno mismo. Pero, es en la Edad Moderna donde se acuñó la abreviación sport, y desde entonces, el término se ha utilizado para describir la variedad de actividades que fascinan a tantas personas, ya sean atletas o espectadores[15].
Como ya se ha mencionado, con este documento la Iglesia quiere alzar la voz al servicio del deporte y de forma paralela arrojar luz sobre la importancia antropológica del deporte, el reto que afronta, y las oportunidades pastorales que ofrece. No obstante, antes de que esto se produzca, será útil adquirir un conocimiento más cercano con el este fenómeno como tal. Será bueno conocer así, por ejemplo, como adquiere el deporte su forma actual o cuáles son sus características principales. Además, será bueno tomar nota de las diversas relaciones con las distintas sociedades de las que forma parte.
Posiblemente todas las culturas históricas han desarrollado actividades lúdicas, físicas y competitivas las cuales hoy podrían llamarse deporte. El deporte, por tanto, ha existido a lo largo de toda la historia de la humanidad. Y sin embargo fue el Papa Juan Pablo II quien designó el deporte como un “fenómeno típico de la Era Moderna […] “un signo de los tiempos que corren” capaz de interpretar las nuevas necesidades y expectativas de la humanidad.” El deporte, decía, “se ha propagado hasta el último rincón del mundo, trascendiendo las diferencias entre las culturas y las naciones”[16]. Lo que el Papa quiso claramente subrayar fue el hecho de que el deporte, a pesar de su historia inmemorial ha sufrido un cambio radical durante los dos últimos siglos. En tiempos pasados, el deporte estaba exclusivamente determinado por las culturas particulares a las que pertenecía. El deporte moderno es, en cambio, compatible con casi todos los escenarios culturales y ha superado así las viejas limitaciones de cultura y nación. Por supuesto, aún existen formas de deporte local que disfrutan a día de hoy de una popularidad creciente, pero junto a ellas existe también un tipo de deporte global el cual −como una lengua global− puede ser comprendida por casi todos los seres humanos. Así que la pregunta es: ¿Cómo llegó a ser el deporte un fenómeno global?
Ya en los siglos dieciséis y diecisiete, muchas −aunque no todas[17]− las actividades deportivas en occidente se desligaron de los contextos religiosos y culturales a los que habían pertenecido anteriormente. Por supuesto, esto no significa que se haya convertido en un fenómeno desligado. Sea como sea, en ese periodo podemos observar el inicio de una institucionalización, profesionalización y comercialización del deporte[18]. La creciente soberanía del deporte junto con la adquisición de los ideales pedagógicos de la Grecia Antigua iniciaron un desarrollo durante el cual las actividades físicas se veían más y más como una parte crucial de la educación holística. Una larga fila de educadores progresistas −desde John Amos Comenius (1590-1670) a través del fundador del movimiento filantrópico John Bernhard Basedow (1724-1790) hasta Thomas Arnold (1795-1842)− tomaron esta idea holística y la tradujeron al currículo educativo el cual puso especial énfasis en el entrenamiento físico.
En términos generales, el deporte moderno bebe de dos fuentes principalmente, que son, por un lado, los juegos y competiciones que se iniciaron en los colegios públicos ingleses en la primera mitad del siglo diecinueve y, por otro lado, los ejercicios y deportes que emergieron del filantropismo (un movimiento de reforma educativa) y que fueron desarrollado posteriormente los educadores suecos. En referencia a la primera tradición, se debe mencionar que los juegos antiguos, competiciones y actividades de ocio, fueron incorporados en los programas educativos de los colegios públicos ingleses. Siendo una parte central de la educación pública, el deporte se expandió gradualmente por todas las clases y los estratos sociales dentro de la sociedad británica. Cuando Gran Bretaña se convirtió en una potencial mundial, el sistema educativo se transfirió a todas las partes del imperio británico. De todos modos, hay que mencionar, que también existieron formas de resistencia locales contra este proceso como, por ejemplo, la Asociación Atlética Gaélica en Irlanda.
Algunos años antes, había surgido ya el filantropismo. Este tuvo, como ya se ha mencionado previamente, un impacto en la reforma educativa del sistema educativo público en Gran Bretaña. Por otro lado, desarrolló también sus propias dinámicas en el continente europeo y en Escandinavia. Originalmente, el filantropismo era un ideal pedagógico que abogaba por una educación holística. Tal educación, no obstante, no sólo incluía actividades físicas como la gimnasia, sino que buscaba también promover el reconocimiento de la igualdad humana y la formación en virtudes democráticas. Esta idea surgió en Suecia donde los gimnastas formaron parte del sistema educativo. Del mismo modo, sirvió como medio para la educación militar, estética o sanitaria. La importancia del sistema sueco podía verse en el hecho de que había tenido una influencia considerable en el desarrollo del deporte de la mujer[19].
A finales del siglo XIX, Pierre de Coubertin, unió las diferentes tradiciones y las convirtió el ideal olímpico. Lo que Coubertin tenía en mente era un programa pedagógico global para educar a los jóvenes del mundo. Sus metas principales eran la paz, la democracia, el entendimiento internacional y la perfección humana. Para propagar el ideal olímpico, Coubertin fundó (o revitalizó) los Juegos Olímpicos, un evento cuatrienal donde se darían cita los jóvenes del mundo. El objetivo original de los Juegos Olímpicos, no obstante, no era solo una competición atlética sino una celebración de la belleza y la nobleza humanas. El lema olímpico citius, altius, fortius, (más rápido, más alto, más fuerte) −el cual, por cierto, había tomado del dominico Henri Didon[20]− no se refería solo a la excelencia física sino también a la excelencia humana en general. Por esta razón, la exhibición de las artes, la música, y la poesía, eran vistas también como una parte esencial de los Juegos. Se ha de mencionar, de manera crítica, que para Coubertin el olimpismo era una religión del mundo, llamándola “religio athletae”. Y como podemos comprobar fácilmente desde la ceremonia inaugural plagada de ritos hasta la ceremonia de entrega de premios o la ceremonia de clausura, la actual representación de los juegos recoge su naturaleza religiosa.
Los primeros Juegos Olímpicos de la edad moderna tuvieron lugar en Atenas en 1896, aunque había habido Juego Olímpicos nacionales en Grecia, Inglaterra y Alemania antes. Pero solo la iniciativa de Coubertin, que perseguía un reconocimiento internacional, fue la que resultó exitosa. Desde entonces los deportes Olímpicos han hecho progresos sin precedentes. Desde 1900, las mujeres tenían la posibilidad de participar en los Juegos Olímpicos. Otro elemento para explicar el éxito del deporte, por supuesto, fue la proximidad de los medios de comunicación en la primera mitad del siglo XX. Mediante el cine, la radio o la televisión, los grandes eventos deportivos fueron fácilmente retransmitidos a lo largo de muchos países y posteriormente a nivel mundial. Gracias a los medios de comunicación e internet, el deporte es hoy un fenómeno global al cual la mayoría de países y personas del mundo tienen un acceso básico.
Aunque, en la mayoría de los casos, el deporte no reclama ser una religión o tener una conexión intrínseca con otros logros humanos como el arte, la música, o la poesía, corre el peligro de ser utilizado con propósitos ideológicos. Esto tiene que ver con el hecho de que, en el deporte, el cuerpo humano se esfuerza por llegar a la perfección. En particular, los grandes eventos deportivos como los Juegos Olímpicos o los campeonatos del mundo, presentan cuerpos humanos realizando grandes actuaciones frente a una audiencia global. Sin embargo, un cuerpo humano de alto rendimiento, es un signo de interpretación múltiple al que se le puede atribuir una amplia gama de significados diferentes. Por lo tanto, el deporte −y en concreto el deporte de élite− se utiliza en muchas ocasiones para comunicar mensajes políticos, comerciales o ideológicos[21]. Por un lado, esta interpretabilidad múltiple explica el atractivo global del deporte, pero por el otro, pone al descubierto los peligros relacionados con esta actividad. El deporte en general, es un signo altamente expresivo, pero a la vez un signo altamente indeterminado que no puede servir para su propia interpretación. Por lo tanto, debe ser interpretado por otros y estas interpretaciones pueden ser ideológicas o incluso amorales e inhumanas[22].
De acuerdo con algunos estudiosos, el deporte se utiliza con propósitos ideológicos cuando el campo de juego queda inclinado hacia Occidente y hacia la riqueza, y cuando el deporte refuerza las estructuras de poder existentes o promulga los valores culturales de la élite[23]. Las reflexiones del Papa Francisco sobre la globalización, tienen mucho que aportar a nuestra consideración de este tipo de asuntos en el deporte mundial. En referencia a una tensión innata que existe entre la globalización y la localización, el Papa Francisco escribe en Evangelii Gaudium: “Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra. [...] El modelo no es la esfera [...] donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad. Tanto la acción pastoral como la acción política procuran recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno”[24]. Respecto a los eventos deportivos a nivel mundial, como los Juegos Olímpicos, si estuvieran representados más países no occidentales, en lo relativo a la sede de los juegos así como en el origen de los deportes practicados y en su representación en el COI, sería incluso más exitoso su organización y gestión siendo realmente un evento global y reuniendo lo mejor de cada país.
Durante mucho tiempo, filósofos y académicos del deporte han intentado dar una definición idónea del deporte. No se trata de una tarea sencilla, ya que, hasta ahora, no se ha llegado a un acuerdo para enunciar un axioma generalmente aceptado. Además, se debe tener en cuenta que los deportes están sujetos a cambios históricos. Lo que consideramos como deporte a día de hoy, no tiene porqué ser visto como deporte mañana, y viceversa. Sin embargo, estas dificultades no impiden que podamos enunciar algunas características que habitualmente atribuimos al deporte.
En primer lugar, el concepto de deporte se asocia con el cuerpo humano en movimiento. Por supuesto, existen actividades que muchas veces se toman como deporte, pero apenas conllevan movimiento corporal. Pero, en general, el deporte se identifica con individuos o grupos de seres humanos que mueven su cuerpo ejercitando sus músculos.
El segundo lugar cabe resaltar que el deporte es una actividad lúdica. Esto significa que no se trata solo de una actividad dirigida a alcanzar un propósito externo, sino que tiene un propósito en sí mismo. Algunos propósitos internos son, por ejemplo, perfeccionar un gesto particular, sobrepasar los propios logros o los logros de otros, o jugar en equipo para ganar una competición. Seguramente, el deporte moderno, y en particular el deporte profesional, sirve también a propósitos externos como, por ejemplo, obtener el reconocimiento para un país, mostrar la supremacía de un sistema político o ganar dinero. Y aunque el propósito externo domina o incluso elimina el propósito interno, dejaríamos de llamarlo juego para llamarlo simplemente trabajo o profesión. Podría decirse incluso que las actuaciones de los atletas profesionales nunca alcanzarían el más alto nivel si condujeren su trabajo sin una actitud lúdica.
En tercer lugar, las participaciones deportivas están sujetas a ciertas reglas. El propósito intrínseco de la actividad deportiva no debe ser logrado por todos los medios sino cumpliendo las reglas del juego. Habitualmente, algunas reglas están para dificultar la consecución de la meta. En una competición de natación, por ejemplo, los nadadores no pueden cubrir una distancia de cien metros usando una embarcación a motor o corriendo por el borde lateral de la piscina, sino que tienen que nadar en el agua sin herramientas y empleando un estilo particular como el crol o la mariposa. Por supuesto, las reglas pueden disponer diferentes niveles de rigidez. Un atleta amateur que sale a correr tres veces a la semana una distancia concreta, se pondrá el listón en no correr por debajo de ese tiempo, mientras que un corredor profesional está regulado por un código de numerosas reglas y leyes cuyo cumplimiento, además, está monitorizado por árbitros especializados y por un equipamiento técnico. En definitiva, el deporte sin reglas es difícil de concebir.
Un cuarto aspecto del deporte es su carácter competitivo. Una vez más, podríamos poner el ejemplo de un deportista amateur que solo entrena esporádicamente y por mera diversión. Presumiblemente este atleta no está involucrado en una competición. Pero esto no es del todo cierto. Incluso este atleta puede competir consigo mismo mejorando la calidad del ejercicio, luchando por cubrir una distancia concreta en un tiempo determinado, o correr, nadar o escalar con un tiempo fijo y así sucesivamente. En el resto de los casos, el elemento competitivo del deporte está incluso más desarrollado lo que nos lleva a decir que esa competitividad es una característica indispensable del deporte.
El componente final está relacionado con los anteriores. Si el deporte es realmente una competición regulada por unas normas concretas, la igualdad de oportunidades tiene que estar garantizada. No tendría sentido tener dos o más competidores, ya sean individuales o colectivos, cuyo punto de partida fuese exageradamente desigual. Esta es la razón por la que en las competiciones deportivas se haga habitualmente una distinción por sexos, niveles, edad, peso, grados de discapacidad y demás.
Resumiendo estos cinco rasgos, podríamos decir que los deportes son movimientos corporales, de agentes individuales o colectivos que, en coherencia con unas reglas de juego particulares, llevan a cabo actuaciones, en condiciones de igualdad, se comparan con actuaciones similares de otros en una competición. Como ya se ha dicho, esta definición no muestra toda la riqueza que contiene el concepto de deporte[25]. No obstante, será suficiente para nuestro propósito.
Pero aún hay más. Como ya hemos visto, el deporte no es solo una actividad en sí misma, sino que también tiene una parte externa. Después de todo, los que no participan pueden enterarse de los deportes, observarlos, evaluarlos, o incluso estar a gusto o molestos con él, y pueden interpretarlo de formas muy diferentes. Como se indica arriba, el cuerpo humano en movimiento es una señal que da lugar a muchas interpretaciones. Tras haber destapado los aspectos lúdicos, reglamentarios y competitivos del deporte, esta significación múltiple debe ser explicada un poco más en profundidad. En cierto sentido, la competición deportiva puede ser comprendida como una narración que cuenta la historia de un concurso entre dos o más grupos que compiten entre ellos por un objeto artificial sin tener razones reales para esta competición. De acuerdo con las reglas específicas del juego, ambos grupos se esfuerzan por la excelencia. Independientemente de sus motivaciones subjetivas, los participantes ponen en práctica formas estéticas y artísticas que son comprensibles para otros y pueden, por tanto, ser activamente comprendidas por ellos. Como con muchas otras obras de arte, esta historia no tiene un contenido distinto y es por este motivo está abierta a la diversidad e incluso a atribuciones contrarias de significado.
Para concluir con estas reflexiones, podemos afirmar que, por un lado, el deporte contiene en sí, un mundo propio en el sentido en que exhibe el carácter de una obra que, en términos ideales, no persigue fines externos. Por otro lado, este mundo encapsulado tiene también un exterior en el que se presenta a sí mismo a los forasteros con la forma de una historia altamente expresiva que sin embargo no tiene un contenido específico y a la que se le pueden atribuir diferentes significados. Una vez más, es esta múltiple interpretación la que hace al deporte tan atractivo para tantas personas de todo el mundo. Al mismo tiempo esta variedad significativa hace que el deporte sea más propenso a una manipulación externa de carácter ideológico.
Pero eso no es todo lo que se puede decir sobre el deporte, porque el deporte nunca existe sin un contexto. En primer lugar, tenemos que pensar en la integración institucional de los deportes en la sociedad. Esto comienza, por ejemplo, con un grupo de niños, cuando se reúnen por la tarde en el patio trasero para jugar al fútbol o al baloncesto. Aquí, el encuentro como tal, así como el tiempo y el lugar en particular, señalan ya un tipo de institución inicial. A medida que acudimos a formas más avanzadas de deporte, nos encontramos con programas de entrenamiento, con la coordinación de las competiciones, la gestión de los terrenos de juego y su mantenimiento, el transporte de los atletas y los equipos deportivos, el compromiso de los árbitros, la documentación de los partidos y sus resultados, etc. Y en un nivel aún mayor, vemos que debe establecer una jurisdicción deportiva, ejecutar programas de monitoreo de dopaje y organizar grandes eventos deportivos. Esta es la tarea de las organizaciones deportivas como clubes o asociaciones nacionales e internacionales. En general, podríamos llamar a estas formas organizativas de deporte, el sistema deportivo.
Ahora bien, es evidente que el sistema deportivo no puede generar los recursos necesarios por sus propios medios. Para facilitar las tareas que acabamos de mencionar, el sistema deportivo necesita benefactores externos, por ejemplo, el trabajo de los voluntarios, la financiación pública o donantes privados, pero sobre todo los clientes, que están dispuestos a comprar entradas, artículos de merchandising o adquirir los paquetes de programación en televisión. Solo de esta manera, el sistema deportivo es capaz de generar los recursos requeridos. Esta dependencia estructural del sistema deportivo, explica por qué este sistema tiene que dar a conocer constantemente el atractivo del deporte a los agentes externos. El sistema deportivo, en otras palabras, tiene que preocuparse por dar una apariencia de deporte que motive a los benefactores potenciales a hacer sus contribuciones para mantener o incluso impulsar el sistema. Esto, sin embargo, implica presentar el deporte de una manera que se ajuste a los diversos intereses de los posibles benefactores y así, el deporte se convierte en una especie de producto que promete satisfacer los intereses de varios individuos, grupos e instituciones. Es por eso que el mismo sistema deportivo está disponible de manera fácil y rápida para servir a intereses ideológicos, políticos o económicos de otros, ya que de lo contrario no sería capaz de generar los recursos que necesita para sobrevivir.
Dado que el deporte, como hemos visto, es una historia expresiva con poco contenido al que se pueden atribuir varios significados, el sistema deportivo en general demuestra ser muy exitoso en generar recursos externos porque los benefactores potenciales pueden usar el deporte para comunicar sus mensajes particulares. Esto se puede comprobar, por ejemplo, viendo los acuerdos de patrocinio que los atletas y las grandes organizaciones deportivas establecen con empresas comerciales y la industria publicitaria. En este caso, se podría decir que el deporte sirve como un vehículo para transmitir mensajes económicos.
La dependencia estructural del sistema deportivo que acabamos de describir no tiene que ser necesariamente negativa, ya que el deporte puede servir para muchos propósitos que son éticamente aceptables e incluso verdaderamente humanos. Si los políticos, por ejemplo, están dispuestos a invertir dinero público en el sistema deportivo porque esto permite mejorar la salud de la población o la educación integral de niños y jóvenes, entonces no está mal que el sistema deportivo presente un deporte que sirve a ese fin. Pero, esta dependencia estructural del sistema deportivo conlleva también muchos peligros. Si, por ejemplo, se pueden generar una mayor cantidad de recursos haciendo que el sistema deportivo dependa del sistema económico o de los sistemas ideológicos, entonces el riesgo para hacer exactamente esto y solo esto será muy alto, incluso si los propósitos son éticamente dudosos o inhumanos, es decir, contrarios al deporte. De esto se hablará con más detalle en el cuarto capítulo.
Aunque es común en las investigaciones de tipo histórico caracterizar las actitudes católicas sobre el cuerpo como esencialmente negativas, en realidad la teología católica y las tradiciones espirituales han insistido que el mundo material (y todo lo que existe) es bueno, puesto que ha sido creado por Dios y que la persona es una unidad de cuerpo, alma y espíritu. De hecho, los primeros teólogos medievales pasaron mucho tiempo criticando a agnósticos y maniqueos precisamente porque estos grupos asociaban el mundo material y el cuerpo humano con el mal. Una de las quejas de los autores cristianos de aquella época era que, los agnósticos y los maniqueos no incluían las escrituras judías como parte de las escrituras cristianas y, por lo tanto, no aceptaban el relato del Génesis que describe a Dios creando el mundo y los seres humanos calificándolos de “muy buenos”. Al contrario, estos grupos elaboraron relatos mitológicos sobre el origen del mundo material, que lo asociaban con la “caída” o un “principio maligno”.
Consideraban el mundo material y el cuerpo humano como antagónicos frente a lo verdaderamente espiritual. En 1979, Juan Pablo II habló a una delegación de futbolistas italianos y argentinos sobre estas controversias: “Merece la pena recordar que ya en los primeros siglos los pensadores cristianos se opusieron resolutivamente a ciertas ideologías, entonces de moda, a las que caracterizaba una clara devaluación de lo físico debido a una mal entendida exaltación del espíritu. Sobre la base de datos bíblicos, estos pensadores afirmaron con fuerza lo contrario, una visión de unión del ser humano”[26].
Esta visión unificada del ser humano ha sido expresada ya en la Sagrada Escritura y por diversos teólogos como la unidad de “cuerpo, alma y espíritu” o bien de “cuerpo y alma”. Esta comprensión unitaria de la persona humana fue consecuente con la formación de la actitud cristiana frente al deporte. Según Juan Pablo II, la Iglesia tiene en estima al deporte porque ésta valora “todo cuanto contribuye constructivamente al desarrollo armónico e integral del hombre, alma y cuerpo. En consecuencia, alienta cuanto tiende a adiestrar, desarrollar y fortificar el cuerpo humano con objeto de que éste se preste mejor a alcanzar la madurez personal”[27].
La comprensión de la persona humana como una unidad es también el fundamento en el que se apoya la Iglesia para resaltar en sus enseñanzas la dimensión espiritual en el deporte. De hecho, Juan Pablo II describe el deporte como “una forma de gimnasia del cuerpo y del espíritu”[28]. Como él mismo expresó “la actividad deportiva, además de destacar las ricas posibilidades físicas del hombre, también pone de relieve sus capacidades intelectuales y espirituales. No es mera potencia física y eficiencia muscular; también tiene un alma y debe mostrar su rostro integral”[29].
La libertad es el regalo que Dios nos hace en el que nos revela la grandeza de la naturaleza humana. Creados a imagen y semejanza de Dios, hombre y mujer están llamados a participar en la creación divina. Pero la libertad conlleva responsabilidad, ya que las decisiones libres de cada ser humano impactan en las relacionas de uno mismo, en las de la comunidad y, en algunos casos, en las de toda la creación.
Hoy en día, muchas personas creen que libertad es hacer lo que uno quiere, sin ningún límite. Ese punto de vista disocia la libertad y la responsabilidad y puede incluso hacer olvidar las consecuencias de los actos humanos. Sin embargo, el deporte nos recuerda que ser verdaderamente libres es también ser responsables.
La tecnología permite hoy a gente de todo el mundo tener a su disposición muchas cosas con una facilidad sorprendente. En este contexto, es fácil para una persona perder de vista la necesidad del esfuerzo y el sacrificio para conseguir alcanzar sus metas. Pero en el deporte, quien no desarrolla estas virtudes tampoco podrá perseverar en la práctica del deporte y no alcanzará ninguna meta que se proponga. Aquí, la comprensión cristiana de libertad es aplicable al deporte en cuanto que la libertad permite a los humanos realizar elecciones y sacrificios adecuados incluso cuando se les exige pasar por la “puerta estrecha”[30].
Además, en la “cultura de usar y tirar” que el Papa Francisco denuncia a menudo, los compromisos duraderos con frecuencia nos asustan. A este respecto el deporte nos ayuda a mejorar enseñándonos que vale la pena comprometerse con desafíos a largo plazo. El entrenamiento y los esfuerzos constantes por mejorar valen la pena, ya que los bienes más altos solo pueden ser alcanzados cuando las personas buscan esos bienes sin huir de las incertidumbres y desafíos que se presentan. Además, superar dificultades como las lesiones y resistir a la tentación de hacer trampa en un juego ayuda a fortalecer el propio carácter a través de la perseverancia y autocontrol.
El lema del Comité Olímpico Internacional, “citius, altius, fortius” (“más rápido, más alto, más fuerte”)[31] evoca este ideal de constancia. En cierto sentido, la vida cristiana se parece más a un maratón que a un corto sprint, en el que hay muchas etapas, algunas muy difíciles de superar.
Y aun así, ¿por qué la gente corre maratones? Porque en cierta medida el atleta se divierte con la superación de ese desafío. Ir mejorando paso a paso, kilómetro a kilómetro, despierta un sentido de satisfacción que provoca una alegría en la persona que lo ejercita. San Gregorio Nacianceno y otros padres de la iglesia pensaban en la vida cristiana como en un juego. También el Papa Francisco ha hablado sobre este tema en los mismos términos, conectando la categoría del juego con la alegría cristiana[32].
Cada persona hace uso de los talentos que ha recibido en la realidad diaria en la que vive, que puede incluir el deporte. Considerando las normas y reglamentos de cada deporte unidas a las estrategias de juego que definen los entrenadores, cada atleta se desarrolla personalmente al mismo tiempo que lucha, desde su libertad y con su creatividad, por alcanzar las metas fijadas dentro de los parámetros establecidos. De esa manera, los deportes son un testimonio de justicia porque requieren obediencia a las reglas. Y para asegurar dicha justicia hay árbitros, jueces, comisarios y, en los años recientes, ayudas tecnológicas. Sin reglas, el sentido del juego y la competición se perdería. En el fútbol, por ejemplo, si la pelota no cruza por completo la línea de meta, no es gol. Un insignificante milímetro marca una enorme diferencia. De alguna forma, esa regla nos ayuda a entender que la justicia no es algo meramente subjetivo, sino que tiene una dimensión objetiva, incluso bajo la forma de un juego.
Al contrario de lo que uno puede pensar, en el deporte las reglas no limitan la creatividad humana, sino que la estimulan. Para alcanzar sus objetivos dentro de las normas establecidas, el atleta tiene que ser muy creativo. Tiene que buscar sorprender a su rival con un nuevo o inesperado truco o estrategia. Por esta razón, los atletas creativos están altamente valorados.
Algo análogo pasa con la libertad. Las reglas establecidas, que de por sí son el resultado de la creatividad de los que fundaron cada deporte, se convierten en objetivas según su observancia. Esa objetividad no anula la subjetividad del atleta, sino que le ayuda a desarrollarla libremente cuando practica ese deporte. Las reglas son claras y están definidas, el atleta se hace más libre y más creativo cuando las observa.
Los seres humanos crean reglas, y posteriormente se ponen de acuerdo para seguir esas reglas que fundamentan los diversos deportes. Estas reglas distinguen los deportes de otras actividades de la vida cotidiana. Algunos académicos han observado que una de las características que constituyen las reglas del deporte es que tienen una lógica gratuita. Como fue mencionado en el último capítulo, cada deporte tiene unos objetivos. En el golf, por ejemplo, la meta es meter la bola en el hoyo con el menor número posible de golpes a lo largo de dieciocho hoyos. Aun así, las reglas del golf prohíben la forma más eficiente de hacer esto, como ir andando y dejando caer la bola en cada agujero. Gratuitamente, introducen desafíos y obstáculos que hacen que sea más difícil alcanzar el objetivo. Cada golfista tiene que usar un palo de golf, empezar a una cierta distancia del hoyo, y evitar estanques y búnkeres de arena. Los participantes aceptan las reglas que constituyen el golf porque disfrutan de formar parte del juego y de intentar superar los desafíos que propone. Nuestros deportes no tienen por qué existir, los inventamos y participamos libremente en ellos porque disfrutamos haciéndolo. En este sentido, los deportes se encuentran en el ámbito de lo gratuito.
El deporte, pues, parte desde las bases de la colaboración y de la aceptación de las reglas que lo constituyen. Hay muchas maneras en las que los participantes necesitan colaborar entre ellos para hacer posible un evento deportivo. En efecto, la colaboración precede y es la base de la competición. En este sentido, las dinámicas del deporte son contrarias a las de la guerra, que tiene lugar cuando la gente cree que la colaboración ya no es posible y cuando hay una falta de acuerdo en reglas fundamentales. En el deporte, el competidor está participando en un concurso gobernado por reglas, no contra un enemigo que debe ser aniquilado. Por eso, es el oponente el que saca lo mejor de un atleta, y así la experiencia puede entonces ser muy divertida y atractiva. La palabra competición alude a esta experiencia, ya que la palabra viene de dos raíces latinas “com” −con y “petere” esforzarse o buscar. Los competidores “se esfuerzan o buscan juntos” la excelencia. Los muchos ejemplos de atletas dándose la mano y abrazándose o incluso socializando o compartiendo una comida después de una intensa pugna tiene mucho que enseñarnos a este respecto.
Podemos comprobar así que practicar deportes ayuda al ser humano a crecer, porque se siente capaz de crear un ambiente que combina libertad y responsabilidad, creatividad y respeto por las reglas, entretenimiento y seriedad. Este ambiente se genera a través de la colaboración y el acompañamiento mutuo en el desarrollo de los talentos individuales.
Juego Limpio (Fair play)
En las últimas décadas, ha habido una mayor conciencia de la necesidad de fair play en el deporte, es decir, que el juego sea limpio. Los atletas honran el juego limpio cuando no sólo obedecen las reglas formales, sino también observan la justicia con sus oponentes para que todos los competidores puedan participar libremente en el juego. Una cosa es cumplir las reglas del juego para evitar ser reprendido por un árbitro o descalificado, y otra ser considerado y respetuoso con el oponente y con su libertad, independientemente de cualquier ventaja proporcionada por las reglas. Esta forma de actuar incluye evitar el uso de estrategias, como el dopaje, para tener una ventaja ilícita sobre el competidor. La actividad deportiva “debe ser ocasión ineludible para practicar las virtudes humanas y cristianas de solidaridad, lealtad, buen comportamiento y respeto a los demás, a los que hay que ver como competidores y no como meros adversarios o rivales”[33]. De esta manera, los deportes pueden fijar metas más altas, más allá de la victoria, encaminadas al desarrollo de la persona en una comunidad de compañeros de equipo y de competidores.
El fair play permite que los deportes se conviertan en un medio de educación para toda la sociedad de los valores y las virtudes como la perseverancia, la justicia y la cortesía, por nombrar algunos que señala el Papa Benedicto XVI. “Ustedes, queridos atletas, cargan con la responsabilidad, no menos importante, de dar testimonio de estas actitudes y convicciones y de encarnarlas más allá de la actividad deportiva, como en la familia, la cultura y la religión. Al hacerlo, serán de gran ayuda para los demás, especialmente para los jóvenes, que están inmersos en una sociedad en rápido desarrollo donde hay una pérdida generalizada de valores y una desorientación cada vez mayor”[34].
En este sentido, los atletas tienen la misión de ser “educadores también, ya que el deporte puede inculcar de manera altamente efectiva valores como la lealtad, la amistad y el espíritu de equipo”[35].
Algo muy típico del mundo de los deportes es la armoniosa relación entre el individuo y el equipo. En los deportes de equipo, como el fútbol, el rugby, voleibol y baloncesto, entre otros, esta realidad se ve claramente. Pero incluso en los deportes individuales como el tenis o la natación siempre hay alguna forma de trabajo en equipo.
En nuestros días podemos ver muchas manifestaciones de individualismo. Los objetivos individuales de un atleta parecen prevalecer sobre los del bien común del equipo.
El Papa Francisco, hablando a los jóvenes con motivo del 70º aniversario del Centro Sportivo Italiano dijo: “Os deseo también que sintáis el gusto, la belleza del juego de equipo, que es muy importante para la vida. No al individualismo: No a desarrollar el juego para sí mismos. En mi tierra, cuando un jugador hace esto, le decimos: «Pero, ¡este quiere comerse la pelota!». No, esto es individualismo: no os comáis la pelota, desarrollad el juego de equipo, de équipe. Pertenecer a una sociedad deportiva quiere decir rechazar toda forma de egoísmo y de aislamiento, es la ocasión para encontrarse y estar con los demás, para ayudarse mutuamente, para competir en la estima recíproca y crecer en la fraternidad”[36].
Cada miembro es único y contribuye de modo particular al equipo. El individuo no se difumina en el conjunto, porque cada uno es valorado en su especialidad. Todos ellos tienen una importancia que hace al equipo más fuerte. Un gran equipo está siempre hecho de grandes individuos que no juegan solos, sino juntos. Un equipo de fútbol, por ejemplo, puede estar formado por los mejores centrocampistas del mundo, pero no será un gran equipo si no tiene un portero, defensores, atacantes e incluso un buen entrenador o un fisioterapista, etc. En los deportes, los dones y talentos de cada persona en particular se ponen al servicio del equipo.
Las personas que practican deporte están muy familiarizadas con el sacrificio. No importa cuál sea el nivel o el tipo de actividad que realicen, en equipo o individualmente: el deportista debe someterse a la disciplina y la concentración en la tarea que tiene entre manos si quiere aprender y adquirir las habilidades necesarias. Para lograr esto a menudo hace falta que la persona siga un programa reglado y estructurado. Esto se realiza mejor cuando el deportista acepta qué tendrá que tomar un camino que implica cierto nivel de dificultad, negación personal y humildad. Aprender y mejorar en un deporte implica siempre un encuentro con la derrota, la negación de sí mismo y el desafío.
El atleta profesional experimenta a menudo estos desafíos psicológicos, físicos y espirituales como parte de su carrera deportiva; y es incluso más impresionante cuándo atletas de menor nivel o incluso de nivel aficionado se preparan para someterse a estas exigencias, aunque a una menor intensidad, para llegar a ser mejores en algo que aman[37]. El aficionado que entrena para preparar una media maratón benéfica, el golfista con un hándicap alto tratando de desarrollar un mejor swing, o el jugador de “fútbol caminando” que intenta anotar más para el equipo, entienden a través de sus experiencias vividas que estos pequeños sacrificios tienen sentido si se realizan por amor al deporte. Aunque se dirigía a los deportistas olímpicos, Juan Pablo II hacía mención al valor del sacrificio en el deporte por parte de todos los atletas, sin importar su nivel: “En las recientes Olimpíadas de Sydney hemos admirado las hazañas de grandes atletas, que, para alcanzar esos resultados, se sacrificaron durante años, día a día. Esta es la lógica del deporte, especialmente del deporte olímpico; y es también la lógica de la vida: sin sacrificio no se obtienen resultados importantes, y tampoco auténticas satisfacciones”[38]. Estos encuentros con el sacrificio en el deporte pueden ayudar a los atletas a formar su carácter de un modo particular. Pueden desarrollar las virtudes de la valentía y la humildad, la perseverancia y la fortaleza.
La experiencia común del sacrificio en el deporte puede ayudar también a los creyentes a entender más plenamente su vocación de hijos de Dios. Mantener una vida de oración, una vida sacramental rica, y trabajando por el bien común, va acompañado frecuentemente de muchos obstáculos y dificultades. Intentamos superar estos desafíos mediante nuestra constancia y autodisciplina, como una gracia que viene de Dios. “Una estricta disciplina y auto-control, prudencia, espíritu de sacrificio y dedicación”[39] según San Juan Pablo II, representan las cualidades espirituales psicológicas y físicas de muchos deportistas. Las exigencias mentales y físicas y los desafíos del deporte pueden ayudar a fortalecer el espíritu y a tomar conciencia de uno mismo. Un aspecto católico del valor antropológico del deporte y del sacrificio se basa en el mundo cotidiano de los deportistas. Ellos saben a través de su experiencia vivida que el sacrificio y el sufrimiento tienen una naturaleza potencialmente transformadora.
Podemos decir entonces que el sacrificio es un término familiar y bien utilizado en el mundo real del deporte. La Iglesia también utiliza esta palabra, y a menudo de una manera muy directa y en un sentido muy claro. Ella sabe que el amor a Dios y al prójimo a menudo conlleva un coste para nosotros. Como cristianos debemos aceptar los sacrificios y sufrimientos que recibamos, grandes o pequeños, y alentados por la gracia de Dios en nuestras vidas, esforzarnos para hacer realidad el reino de Dios en la tierra y en el mundo que vendrá. Desde esta perspectiva es más fácil entender lo que San Pablo tenía en mente cuando pidió que nos preparamos para "luchar la buena batalla" (Tim 6, 12). Todos los sacrificios nobles qué hacemos son importantes, incluso aquellos que pueden parecer insignificantes como por el deporte.
Desde la publicación de la carta internacional de la Educación Física, la actividad física y el deporte en 1978, el deporte se ha convertido en un derecho para todos, no solo para los jóvenes con salud y en forma. Más allá de si éste es practicado por niños, personas mayores, o personas con discapacidad, éste proporciona alegría a todos aquellos que libremente participan en él, a todos los niveles.
Los atletas principiantes sufren las frustraciones y a veces la vergüenza de sus repetidos fracasos en la lucha por conseguir destacar en una actividad. A niveles más altos, los deportistas a menudo se preparan para superar con disciplina programas muy estrictos. La alegría para todos aquellos que practican el deporte a menudo emerge junto con las dificultades y complicados desafíos. También podemos ver en todo el mundo cómo mucha gente participa en actividades deportivas simplemente por el hecho disfrutar la sensación de su cuerpo en movimiento, la oportunidad de socializar con otros, de aprender nuevas habilidades, o por el simple hecho de sentirse parte de un grupo. La alegría en estos contextos es la consecuencia de hacer algo que amamos o que disfrutamos. Vemos que a fin de cuentas la alegría es un don, y que siempre está basada en el amor, como una fórmula que se aplica a todos los estándares del deporte[40]. Está relación entre la alegría y el amor en el deporte tiene mucho que enseñarnos sobre la relación entre Dios, amor y alegría en nuestras vidas espirituales.
La gran mayoría de las personas no practica deporte con el fin de obtener dinero o fama. Sin embargo, para el atleta comprometido, los momentos de alegría se encuentran generalmente junto con el sufrimiento o los sacrificios de un tipo u otro y después de un gran esfuerzo mental y físico. Esto nos enseña que la alegría verdadera, profunda y duradera a menudo surge cuando nos comprometemos sin reservas con algo que amamos. Este amor puede dirigirse al acto deportivo mismo, o hacia los otros miembros de un equipo a medida que las relaciones se encauzan hacia la búsqueda de un objetivo común. Si la alegría relacionada con el amor al deporte y a los compañeros de equipo es una realidad que los psicólogos deportivos asocian con nuestras mejores actuaciones y algo que hace que los jugadores vuelvan una y otra vez para participar, puede ser una ocasión donde el entrenador incentive la relación entre la práctica deportiva y la práctica de la fe.
Es importante recordar a este respecto la parábola del tesoro enterrado en el campo para ilustrar cómo es el reino de Dios. Jesús enfatiza que el hombre que descubre el tesoro está “lleno de alegría” y vende todo lo que tiene para comprar ese campo (Mt 13,44). Así también, nuestro seguimiento de Jesús y el anuncio de que el reino de Dios está cerca surge de la alegría de haber experimentado el amor abundante y la misericordia de Dios que caracteriza este reino. Cuando sigamos a Jesús y trabajemos para la construcción del reino de Dios, encontraremos dificultades y adversidades, e incluso seremos invitados a cargar con la cruz. Pero las pruebas y el sufrimiento no pueden extinguir esta alegría. Ni siquiera la muerte puede hacerlo. Después de decirle a sus discípulos que, como el Padre le amó, así les ha amado Él, y a permanecer en su amor, Jesús les dice que él dijo estas cosas “para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena” (Jn 15,11). Mientras se acercaba más a su propio sufrimiento y muerte, les dijo: “También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (Jn 16,22).
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”[41]. El Papa Francisco subraya la centralidad de la alegría en la vida del creyente, qué es un don a compartir con todos. De la misma manera, deporte solo tiene sentido cuándo promueve un espacio de alegría común. No es una cuestión de negar los sacrificios y dolores que provocan el entrenamiento y la práctica deportiva, pero al final el deporte está llamado a estimular la alegría en aquellos que lo practican e incluso en los aficionados que con pasión presencian un deporte en todo el mundo.
El armonioso desarrollo de la persona tiene que estar siempre entre las prioridades de todos los que tienen responsabilidad en el deporte, ya sean entrenadores, directivos o educadores. Esta palabra, armonía, se refiere al equilibrio y el bienestar y es esencial para experimentar la verdadera felicidad. Sin embargo, existen en el mundo todavía muchas fuerzas que tientan a las personas a abandonar esta importante virtud en favor de una perspectiva parcial y desequilibrada. Basta mencionar como ejemplos preocupantes la sobre-comercialización de algunos deportes y la excesiva dependencia de soluciones científicas en algunos de ellos que dejan de lado las implicaciones éticas. Cuando en el deporte se utilizan métodos en los que el cuerpo humano está visto como un simple objeto material o la persona como un accesorio, corremos el riesgo te provocar un gran daño a las personas y a las comunidades.
Por otro lado, el desarrollo armonioso de la persona en su dimensión física, social y espiritual ha sido reconocido como una contribución al bienestar psicológico y a la prosperidad de la humanidad. Estamos empezando a contemplar desarrollos positivos en algunos lugares donde “muchas personas sienten la necesidad de encontrar formas apropiadas de ejercicio que ayuden a recuperar un equilibrio saludable de mente y cuerpo”[42]. En relación a esto, en los últimos años muchas formas nuevas de deporte y diferentes concepciones de competición han comenzado a aparecer como respuesta a la necesidad existencial de una mayor armonía entre el cuerpo y la mente. También el Concilio Vaticano II señaló que, en relación a la construcción de comunidades en armonía, el deporte puede “promover relaciones fraternas entre los hombres de todas las clases, naciones y razas”[43].
A menudo, en ambientes donde la gente ya no viene considerada como una criatura amada de Dios, se pasa por alto la importancia de la formación espiritual de las personas. La armonía implica un equilibrio, y esto a su vez se relaciona con el conjunto del ser humano, con su vida moral, física, social y psicológica. El deporte es uno de los ambientes más efectivos dentro del cual las personas pueden desarrollarse de manera integral.
Paradójicamente, al participar en lo que a nivel superficial parecen actividades puramente físicas como el deporte, podemos crecer en nuestro conocimiento de lo espiritual. Descuidar este aspecto de nuestro ser, socava nuestro crecimiento, nuestra salud y nuestra felicidad. La tendencia a ignorar lo espiritual, o reducirlo a lo meramente psicológico (que es una característica tan frecuente en algunas partes del mundo de hoy), es común hoy en día y puede ser perjudicial, especialmente para los jóvenes y para aquellos que carecen de educación religiosa y espiritual. La Iglesia en su sabiduría nos ofrece una visión muy necesaria y convincente a este respecto. Se nos pide que vivamos el deporte en y con el Espíritu, ya que como dijo San Juan Pablo II “Sois verdaderos atletas cuando os preparáis con constancia asumiendo las dimensiones espirituales de la persona, para un desarrollo armonioso de todos los talentos humanos”[44].
La Iglesia, siguiendo a Santo Tomás de Aquino, nos enseña que la valentía representa un punto medio entre la cobardía y la temeridad. Esto es así porque para ser valiente es necesario que hagamos lo que es bueno, lo correcto, y no lo que es más fácil o conveniente.
El concepto del valor también se puede entender como una elección personal. No podemos hacer que alguien sea valiente, aunque los entrenadores, educadores y otros pueden desarrollar la capacidad para ser valientes en aquellos con quienes trabajan. De hecho, podríamos argumentar que el coraje se ve con más frecuencia antes, durante y después de una y otra derrota. Para seguir adelante cuando las probabilidades están en contra de uno mismo o del equipo, para tratar de hacer lo correcto, moral y físicamente cuando está sufriendo una dura derrota, para mantener el grupo unido como un equipo cuando se les considera mediocres: todas estas ocasiones pueden ofrecer una evidencia categórica de que el deporte está repleto de momentos de gran valentía.
Cada ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y tiene el derecho de guiar su vida con dignidad y de ser tratado con respeto. Todos tenemos el mismo derecho de experimentar y llenarnos de las múltiples dimensiones de la cultura y del deporte. Todos tenemos el mismo derecho a promover nuestras capacidades individuales, así como ver respetadas nuestras propias limitaciones.
Esta igualdad de derecho para cada persona no significa, sin embargo, uniformidad o similitud. Al contrario: significa el respeto por la multiplicidad y la diversidad de la vida humana respecto al sexo, edad, formación cultural o tradiciones. Esto se aplica de igual modo al deporte. Es comprensible que hay diferencias específicas sobre la edad a la hora de establecer categorías de rendimiento deportivo o que en la mayoría de las disciplinas deportivas los hombres y las mujeres no compitan entre sí. Las personas cuyas capacidades físicas básicas se desvían notablemente de la capacidad promedio esperada, (debido, por ejemplo, a algún tipo de impedimento), deben ser juzgadas y evaluadas de manera diferente.
Con toda la atención en la multiplicidad de condiciones, talentos y habilidades, las diferentes categorías de rendimiento no deben conducir a rangos ocultos o jerarquías de clasificaciones o incluso a la delimitación hermética entre diferentes grupos humanos. Esto destruye el sentimiento de la unidad básica de la familia humana. Lo que el apóstol San Pablo pide para la comunidad cristiana como un reflejo del cuerpo de Jesucristo debe también experimentarse en el deporte: “Y el ojo no puede decir a la mano: No te necesito; ni tampoco la cabeza a los pies: No os necesito. Por el contrario, la verdad es que los miembros del cuerpo que parecen ser los más débiles, son los más necesarios; […] Y si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se regocijan con él. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él”[45].
El deporte es una actividad que puede y debe promover la igualdad entre seres humanos. “La Iglesia considera el deporte como un instrumento de educación cuando fomenta elevados ideales humanos y espirituales; cuando forma de manera integral a los jóvenes en valores como la lealtad, la perseverancia, la amistad, la solidaridad y la paz”[46]. El deporte es un área de nuestra sociedad que promueve el encuentro de toda la humanidad, y puede superar barreras socioeconómicas, raciales, culturales y religiosas.
Todas las personas son iguales porque todas están hechas a imagen y semejanza de Dios. Somos todos hermanos y hermanas que provienen del mismo Creador. Pero nuestro mundo todavía se enfrenta a desigualdades incrustadas, y es tarea de los cristianos afrontar esta realidad. El deporte es un espacio donde los cristianos pueden buscar la promoción de la igualdad porque “sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión”[47].
Existen muchos ejemplos de cómo el deporte crea vínculos de unión en la sociedad e igualdad entre las personas. Muchos deportes populares realizan campañas contra el racismo y promueven la paz, la solidaridad y la inclusión. “el deporte puede unirnos en un espíritu de amistad entre pueblos y culturas. De hecho, los deportes son una señal de que la paz es posible”[48].
El mensaje de la Iglesia sobre la solidaridad nos muestra que existe un estrecho lazo entre la solidaridad y el bien común, entre solidaridad y el destino universal de los bienes, entre solidaridad y la igualdad entre los pueblos, entre solidaridad y la paz en el mundo[49].
La solidaridad dentro de un equipo deportivo se refiere a la unidad que se puede desarrollar entre los compañeros de equipo mientras luchan juntos por el mismo objetivo. Tal experiencia proporciona a todos los participantes la sensación de atención y estima personal. La solidaridad en el sentido cristiano, sin embargo, va más allá de los miembros del propio equipo. Incluso puede incluir un oponente cuando están en el suelo y ya no puede levantarse sin ayuda. Aquí, se requiere el apoyo y la solidaridad que ya no se pregunta si la derrota del otro es su propia culpa o el resultado de una desafortunada secuencia de eventos.
Los atletas, especialmente los de mayor renombre, tienen una inexcusable responsabilidad social. Es importante que estos atletas adquieran una mayor conciencia de su papel con respecto a la solidaridad, que debe notarse en la sociedad: “Vosotros, los jugadores sois exponentes de una actividad deportiva, que cada fin de semana congrega a tanta gente en los estadios y a la que los medios de comunicación social dedican grandes espacios. Por eso mismo, tenéis una responsabilidad especial”[50].
El Papa Francisco invita claramente a los atletas a involucrarse “con los demás y con Dios, dando lo mejor de uno mismo, gastando la vida por lo que realmente vale y dura para siempre. Poned vuestros talentos al servicio del encuentro entre personas, de la amistad y de la inclusión”[51].
San Juan Pablo II exhortaba a las personas vinculadas al deporte a “favorecer la construcción de un mundo más fraterno y solidario, contribuyendo a la superación de situaciones de incomprensión recíproca entre personas y pueblos”[52].
El deporte siempre debe ir de la mano de la solidaridad, porque la actividad deportiva está llamada a irradiar los valores más sublimes de la sociedad, especialmente la promoción de la unidad de los pueblos, razas, religiones y culturas, ayudando a superar muchas divisiones que nuestro mundo hoy todavía experimenta[53].
El deporte pone de manifiesto la tensión entre la fuerza y la debilidad, experiencias inherentes a la existencia humana. El deporte es un ámbito dentro del cual los seres humanos pueden vivir de forma auténtica sus talentos y su creatividad, pero al mismo tiempo experimentar sus limitaciones y finitud, ya que el éxito no está en absoluto garantizado.
Como se menciona al comienzo del capítulo, el deporte es al mismo tiempo un vínculo que puede revelar la verdad de la libertad humana. “La libertad −dice el Papa Francisco− es algo grandioso, pero podemos echarla a perder”[54]. El deporte respeta la libertad humana porque dentro de los límites de un conjunto específico de reglas, no impide la creatividad, sino que la fomenta. Por lo tanto, la experiencia de ser uno mismo no se pierde.
La relación intrínseca entre la libertad individual y la aceptación de las reglas también muestra que la persona está dirigida hacia una comunidad de personas. De hecho, la persona nunca es una entidad aislada sino “un ser social, y a menos que se relacione con otros no puede vivir ni desarrollar su potencial”[55]. Los deportes de equipo por ejemplo, o la presencia de espectadores, revelan la relación entre los individuos y la comunidad. Tampoco en los deportes individuales se pueden practicar sin las contribuciones de muchos otros. El deporte puede servir como un paradigma que ilustra cómo la persona puede llegar a ser él mismo a través de la experiencia de la comunidad.
Finalmente, en el contexto del mundo moderno, el deporte es quizás el ejemplo más llamativo de la unidad de cuerpo y alma. Hay que resaltar que, una interpretación unilateral de las experiencias mencionadas anteriormente conduce a una noción falsa del ser humano. Concentrarse únicamente en la fuerza, por ejemplo, podría sugerir que los seres humanos son seres autosuficientes. Un concepto unilateral de libertad implica la idea de un yo irresponsable que solo puede seguir sus propias reglas. Del mismo modo, un énfasis demasiado fuerte en la comunidad conduce a una subestimación de la dignidad del individuo. Y, por último, descuidar la unidad del cuerpo y el alma da como resultado una actitud que, o bien deja de lado por completo al cuerpo o fomenta un materialismo mundano. Por lo tanto, todas las dimensiones deben tenerse en cuenta para comprender qué constituye realmente el ser humano.
En resumen, podríamos decir que, en el deporte, los seres humanos experimentan de forma particular la tensión entre la fuerza y la debilidad, la libertad de someterse a unas reglas generales que constituyen una práctica común, la individualidad dirigida a la comunidad y la unidad del cuerpo y el alma. Además, a través del deporte, los seres humanos pueden experimentar la belleza. Como señaló acertadamente Hans Urs von Balthasar, la facultad estética del ser humano es también una característica decisiva que estimula la búsqueda del sentido último[56]. Si se aplica una visión antropológica tan integral, el deporte puede ser visto como un campo extraordinario donde el ser humano experimenta algunas verdades significativas acerca de sí mismo en la búsqueda del sentido último.
El sentido último desde un punto de vista cristiano
Los seres humanos encuentran su verdad más profunda sobre quiénes son en la imagen y semejanza de Dios, ya que así es como nos creó (Génesis 1,27). Aunque es cierto que el deporte encarna la búsqueda de un cierto tipo de felicidad, que el Concilio Vaticano II caracterizó como “una plena liberación de la humanidad; una en la que [las personas y los grupos sociales] ponen a su servicio las inmensas posibilidades que les ofrece el mundo actual”[57], también es cierto que fuimos creados para una felicidad que es aún mayor. Esta felicidad es posible gracias al regalo gratuito de la gracia de Dios. Es importante enfatizar que la gracia de Dios no destruye lo humano, sino que "perfecciona la naturaleza"[58] o nos eleva a la comunión con Dios, que es el Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos lleva a la comunión de unos con otros.
Una de las formas importantes en que podemos experimentar la gracia de Dios es en su misericordia. Como el Papa Francisco ha insistido a lo largo de su pontificado, y especialmente en el Año de la Misericordia, Dios nunca se cansa de perdonarnos. Dios nos ama incondicionalmente. Incluso cuando cometemos errores o cometemos pecados, Dios es paciente con nosotros y siempre nos ofrece su perdón y una segunda oportunidad. El perdón de Dios, al igual que nuestro perdón mutuo, provoca la sanación y la recuperación de la imagen y semejanza de Dios en nosotros. Como dijo San Pablo en su carta a los Colosenses: “No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador” (Col 3,10). Y también a los Corintios: “Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es el Espíritu” (2Cor 3:18). Si el proceso de redención significa que estamos siendo renovados y transformados a imagen y semejanza de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, esto significa comprender que somos fundamentalmente seres relacionales y estamos hechos para la comunión con Dios y con los demás.
Ya hemos mencionado anteriormente el significado de las dimensiones del deporte, así como su lugar en la búsqueda del bien y de la verdad. Sin embargo, como cualquier otra realidad humana, el deporte puede volverse en contra de la dignidad y los derechos de la persona. Consecuentemente, la Iglesia alza la voz cuando ve amenazada esta dignidad y la verdadera felicidad.
Promoción de los valores humanos del deporte
Los avances actuales en el deporte deben juzgarse de acuerdo a si proceden de un reconocimiento de la dignidad de la persona y si muestran un respeto adecuado por los demás, por las criaturas y por el medio ambiente. Además, la Iglesia reconoce la importancia de la alegría de la propia participación en el deporte y la coexistencia leal de los seres humanos. Cuando las reglas del deporte se acuerdan a nivel internacional, los atletas de diferentes culturas, naciones y religiones tienen la posibilidad de sentir una experiencia compartida de sana competición y de alegría, que permite ayudar a fomentar la unidad de la familia humana.
Participando del deporte, las personas pueden experimentar lo corpóreo de nuestra existencia de una manera elemental y positiva. Jugando en equipo, aprenden también a superar el individualismo y a tomar conciencia de su pertenencia a algo más grande que sí mismos.
Crítica a los enfoques erróneos
Desde esta perspectiva, hay una serie de fenómenos y construcciones que se deben juzgar con espíritu crítico. La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda siempre que las personas involucradas en la política, la economía o la ciencia deben preguntarse si sus actos están o no al servicio de la persona humana y la justicia. Las personas relacionadas con las actividades deportivas deben enfrentarse igualmente a esta misma pregunta.
La calidad de las experiencias que se viven en los deportes es la base de su fuerza atractiva. No obstante, es, al mismo tiempo, susceptible de desviarse hacia políticas y prácticas que no están al servicio de la persona. Esto atañe tanto a los participantes como al público. La gran importancia del deporte, para muchos, puede degradarse como vehículo de otros intereses: propósitos políticos y demostraciones de poder, búsqueda ciega del beneficio económico, o autoafirmaciones nacionalistas. Así se amenaza tanto la autonomía del deporte como sus bondades intrínsecas. Los intereses, que han dejado de ser deportivos para convertirse más bien en intereses políticos, económicos o mediáticos, comienzan a imperar en la dinámica del deporte e incluso en la experiencia de los mismos atletas. El deporte es parte integrante de una compleja sociedad, que tiene muchos sectores, y en la cual el deporte participa; pero, por otro lado, debe tener cuidado para no poner su autonomía en peligro. Hablando a una delegación de equipos de fútbol italianos profesionales, el Papa Francisco recordaba la alegría de los días en que iba al estadio con su familia y del aire de celebración de aquellos días. Dijo a jugadores y dirigentes: “Espero que el fútbol, y cualquier otro deporte muy popular, pueda recuperar la dimensión de la fiesta. Hoy el fútbol se mueve en un ambiente de negocios, por la publicidad y la televisión. Pero el factor económico no debe prevalecer sobre el deportivo, porque puede contaminarlo todo, tanto a nivel internacional como nacional o local”[59].
Cuando se practica deporte con una actitud de "ganar a toda costa", este se ve seriamente amenazado. Fijarse solamente en el éxito deportivo, ya sea por motivos personales, políticos o económicos, deja los derechos y el bienestar de los participantes reducidos a aspectos marginales. Respecto al propio cuerpo, un deseo del ascenso a cualquier precio determina el comportamiento y tiene graves consecuencias. El criterio que prevalece sobre el resto ya no es la dignidad de la persona, sino más bien su eficiencia, y esto puede acarrear riesgos para la propia salud o la de los compañeros. La dignidad y los derechos de la persona nunca pueden verse subordinados a otros intereses arbitrarios. Los atletas tampoco pueden convertirse en una suerte de mercancía. Tal y como el Papa Francisco expresó a miembros del Comité Olímpico Europeo: “Cuando el deporte viene considerado únicamente en conformidad a los parámetros económicos o de persecución de la victoria a toda costa, se corre el peligro de reducir a los atletas a una mera mercancía lucrativa. Los mismos atletas entran en un mecanismo que los arrastra, pierden el verdadero sentido de su actividad, esa alegría de jugar que les atraía de niños y que les empujó a hacer tantos sacrificios para convertirse en campeones”[60].
Los derechos fundamentales para la libertad y una vida digna deben protegerse en el mundo del deporte. Esto afecta sobre todo a los pobres y débiles, especialmente a los niños, que tienen el derecho de ser protegidos en su integridad corporal. Los hechos de abusos de niños, ya sean físicos, sexuales o emocionales, por parte de sus entrenadores u otros adultos, son una afrenta directa a la persona joven, que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios, y se deben condenar de manera tajante.
Los atletas, además, tienen el derecho de asociar sus intereses y representarlos de manera conjunta. Como ciudadanos, no se les puede privar del derecho de expresarse libremente según su conciencia. Deben ser tratados como personas, con todos sus derechos correspondientes. En el deporte, no se debe aceptar nunca ningún tipo de discriminación debida a origen social, nacionalidad, sexo, raza, etnia, constitución física o religión.
Pero incluso más allá de la inmediatez del evento deportivo, el deporte es responsable de lo que ocurre en su entorno. Hay mucha gente que se ve afectada por la preparación y celebración de grandes eventos deportivos, y sus condiciones de vida e intereses legítimos deben respetarse.
El deporte es una realidad polifacética. Ni los críticos del deporte deberían sospechar tanto del mismo, ni sus aspectos positivos deben contemplarse ingenuamente. Es más, debemos distinguir qué agentes y organizaciones del deporte tienen responsabilidades concretas en cada caso particular. De hecho, la responsabilidad no recae sólo en los atletas o participantes, sino también en muchas otras personas como sus familias, los entrenadores y ayudantes, médicos, dirigentes, espectadores y muchos más actores conectados con el deporte a través de otras áreas, como los investigadores científicos del deporte, los líderes políticos y empresariales o los representantes de los medios.
Los espectadores y los aficionados que participan de las actividades deportivas directamente o a través de los medios de comunicación tienen su propia parte de esta responsabilidad en los eventos deportivos. Pueden mostrar que respetan a los jugadores de ambas partes de la contienda y expresar su desaprobación ante el comportamiento antideportivo porque el juego limpio se debe mostrar también a los aficionados del equipo rival. Cualquier clase de desprecio o violencia se debe condenar, y los responsables del deporte deben hacer todo lo posible para luchar contra ello. Hay modelos acerca de cómo se puede tratar la violencia en ambientes deportivos. Por ejemplo, algunos equipos profesionales, en Europa y otros lugares, forman voluntarios que trabajan entre los aficionados contrarrestando comportamientos antideportivos e incluso sofocando la violencia de los hinchas, que demasiadas veces ha formado parte de los partidos de fútbol estos últimos años. El deporte no puede descargar esta responsabilidad hacia otras instituciones.
Mucha gente practica deporte en la naturaleza. No obstante, la actividad deportiva no mantiene intacto este entorno. En algunos casos tiene un impacto, a largo plazo. Así pues, tanto los atletas como los patrocinadores del deporte tienen una responsabilidad añadida, que es la tarea de tratar la creación con el mayor respeto. Otra vez, esta responsabilidad recae sobre varios hombros. No solo debe considerar cada persona el coste ecológico que se puede asociar a su deporte, sino que aquellos que promueven los grandes eventos deportivos deben también valorar si han encontrado o no un formato sostenible que respete el medio ambiente.
Aún más, en aquellos deportes en los que hay animales involucrados, se debe prestar atención para asegurar un trato moralmente adecuado de los mismos, no solamente como meros objetos.
La Iglesia reitera la responsabilidad de cada persona en el mundo del deporte e invoca la conciencia de cada uno para comprometerse en el desarrollo de un deporte lo más justo y humano posible. Sin embargo, no sería justo poner toda la carga de responsabilidad sobre los hombros de los atletas individuales. También se debe prestar atención a las estructuras sociales que afectan a cómo pensamos y actuamos. “Estos criterios permiten también juzgar el valor de las estructuras, las cuales son el conjunto de instituciones y de realizaciones prácticas que los hombres encuentran ya existentes o que crean, en el plano nacional e internacional, y que orientan u organizan la vida económica, social y política”[61]. Dichas estructuras pueden influir en determinadas acciones, de tal manera que resulta difícil permanecer fieles a los beneficios y valores internacionales del deporte. Pero estas estructuras no conforman el destino. “Éstas dependen siempre de la responsabilidad del hombre, que puede modificarlas, y no de un pretendido determinismo de la historia”[62]. Por lo tanto, quedan dentro del área de nuestra responsabilidad. La importancia social de algunas instituciones y organizaciones deportivas a nivel regional, nacional e internacional es considerable, y también lo es por tanto su responsabilidad moral. Todo debe estar al servicio de los bienes intrínsecos del deporte y de la persona.
Hay cuatro desafíos que la Iglesia estima particularmente en nuestros días y que este documento quiere mencionar. Pueden entenderse como el resultado de una búsqueda desenfrenada de éxito y de la ingente cantidad de intereses económicos que se mueven en las competiciones deportivas. Cuantos más agentes diferentes involucrados en los eventos deportivos −atletas, espectadores, medios, empresarios− insisten en presenciar, cada vez, mejores actuaciones o en ganar a toda costa, más intensa se hace la presión ejercida sobre los deportistas y más buscan ellos formas de aumentar el rendimiento que son moralmente dudosas.
La degradación del cuerpo
Así como la práctica deportiva puede ser una forma positiva de experimentar la propia corporeidad, como se mencionó anteriormente, también puede ser un contexto en el que el cuerpo humano queda reducido al estatus de objeto o es utilizado como una simple máquina. Como comentó un jugador de fútbol americano una vez terminada su carrera “paradójicamente, me percaté de lo separado que estaba de mi cuerpo. Lo conocía más a fondo de lo que muchos hombres pueden llegar a hacerlo nunca, pero lo había usado como si fuera una máquina y había pensado en él como tal, cómo algo que tenía que estar bien engrasado, bien alimentado y cuidado para realizar una tarea específica”[63]. Cuando los jóvenes se forman de esta manera, corren el riesgo de vender su propia afectividad, lo que compromete su capacidad del sentido de intimidad, una importante tarea de desarrollo para los jóvenes adultos[64]. Esto tiene un impacto negativo en su habilidad para establecer una relación íntima física y emocional, que es uno de los dones y gracias de la vida matrimonial.
Los padres, los entrenadores y las sociedades a menudo fabrican atletas para garantizar el éxito y satisfacer esperanzas de medallas, récords, lucrativos contratos publicitarios y riqueza. Es posible ver este tipo de aberraciones en la alta competición de deportes infantiles. Cada vez es más corriente que una persona joven se vea en manos de padres, entrenadores y representantes cuyo único interés es la especialización unilateral de un solo talento. Sin embargo −como el cuerpo joven de una persona no puede soportar pasar todo el año entrenando un deporte− esta especialización temprana conduce con demasiada frecuencia a lesiones por exceso de entrenamiento. En el caso de las gimnastas de élite, el canon del cuerpo ideal ha cambiado con el paso de los años hasta quedarse en el de una delgada pre púber. En muchos ambientes, esto ha llevado a que muchas chicas se entrenen durante muchas horas todos los días de la semana y algunas de las que se encuentran en esta situación, desarrollan una obsesión por perder peso que ha producido trastornos alimenticios entre las gimnastas en proporciones mucho más elevadas que la población femenina general. Este ejemplo señala la importancia del papel de los padres de los atletas jóvenes en todos los deportes. Los padres tienen la responsabilidad de mostrar a los niños que son amados por lo que son, no por sus éxitos, su apariencia o sus habilidades físicas.
No se pueden justificar éticamente aquellos deportes que inevitablemente causan daños serios en el cuerpo humano. En los casos en los que se haya tenido conocimiento acerca de los efectos nocivos para el cuerpo de un deporte, incluyendo daños cerebrales, es importante que las personas de todos los sectores de la sociedad tomen decisiones que pongan la dignidad de la persona y su bienestar en primer lugar.
El dopaje
La cuestión del dopaje afecta al fundamento mismo del deporte. Y, desafortunadamente, hoy en día lo practican tanto atletas individuales como equipos o incluso estados. Del dopaje nacen una serie de problemas morales, ya que se corresponde con los valores de salud y juego limpio. También es un buen ejemplo de cómo la mentalidad de "ganar a toda costa" corrompe el deporte violando las reglas que lo constituyen. Durante el proceso, se rompe el "marco del juego" y los bienes propios del deporte, que dependen del respeto hacia las reglas. En estos casos, más importante que las capacidades deportivas de una persona o el entrenamiento es el poder de aquellos que intentan incrementar sus capacidades por todos los medios posibles e imaginables. El cuerpo del atleta se degrada convirtiéndose en un objeto que demuestra la eficacia médico-científica.
En algunos deportes en los que se usan medios mecánicos (ciclismo, deportes de motor, Fórmula 1), el fair play se deteriora al adoptar fraude o dopaje mecánico. Este fraude puede ser hecho individualmente por el deportista, pero también en un grupo más amplio, con la ayuda de asistentes mecánicos e impulsado por patrocinadores o incluso manipulado a una mayor escala.
Para combatir los peligros del doping físico y mecánico y para apoyar el fair play en las competiciones deportivas, no es suficiente con apelar solamente a la moral y la ética de los atletas. El problema del doping no puede ser individualizado, sin importar la culpa que tiene dicha persona. Existe un problema mucho más grande. Es responsabilidad de las organizaciones internacionales crear reglas efectivas y condiciones básicas a nivel institucional que respalden y recompensen a los atletas individualmente por su responsabilidad y reduzcan cualquier incentivo para recurrir al dopaje. En el mundo globalizado del deporte, se necesitan esfuerzos coordinados y efectivos. Otros agentes que ejercen una influencia significativa en el deporte en la actualidad, como los medios de comunicación y los estamentos políticos y financieros, deben estar igualmente involucrados.
Los espectadores también tienen que considerar si sus cada vez más altas expectativas y su anhelo de un mayor espectáculo durante los eventos deportivos, llevan a los deportistas a doparse físicamente o a utilizar el dopaje mecánico.
La corrupción
En igual medida que el dopaje, la corrupción también puede arruinar el deporte. Se usa para explotar el sentido de competencia deportiva de jugadores y espectadores que son engañados deliberadamente y decepcionados. La corrupción no se refiere solo a los eventos deportivos, ya que puede extenderse a las políticas deportivas. Las decisiones relativas a los deportes son tomadas por agentes externos que a menudo tienen intereses financieros o políticos. Igualmente reprensible es cualquier tipo de soborno en relación con las apuestas deportivas. Si muchos deportistas y entusiastas del deporte son engañados solo para que unos pocos puedan enriquecerse descaradamente, esto también amenaza la integridad del deporte. Como en el caso del dopaje, se debe advertir a las personas involucradas sobre este hecho, así como alentar a las organizaciones deportivas a tener sus propias reglas transparentes y efectivas para evitar que sus valores se vean erosionados. El deporte no debe parecer un espacio sin derechos en el que no se apliquen los estándares morales de coexistencia leal y humana.
Los aficionados y espectadores
Los espectadores durante los eventos deportivos, animan y apoyan juntos como un único cuerpo. Este sentimiento común que va más allá de la edad, el sexo, la raza y las creencias religiosas es una maravillosa fuente de alegría y belleza. Los aficionados son uno y representan la totalidad de la comunidad cuando su equipo gana, pero también frente a la derrota. Están siempre con sus jugadores y respetan tanto a los integrantes como a los aficionados del otro equipo y a los árbitros en un recíproco fair play. Estos son momentos, ocasiones y comportamientos que nos hacen ser conscientes de la alegría, la fuerza y el sentido armonioso del deporte. Aun así, el papel de los espectadores en el deporte puede ser ambiguo. En algunos casos, los espectadores desprecian a los oponentes o a los árbitros. Este comportamiento puede deteriorarse y transformarse en violencia, ya sea vocalmente (al cantar canciones odiosas o insultar) o físicamente. Las peleas entre las aficiones rivales violan el fair play que siempre debería reinar durante los eventos deportivos. Una identificación exagerada con un atleta o un equipo también puede exacerbar tensiones ya existentes entre diferentes grupos culturales, nacionales o religiosos. A veces un aficionado puede llegar a usar un evento deportivo para propagar el racismo o ideologías extremistas. Incluso, los aficionados que no respetan a los atletas, también a veces los atacan físicamente o continuamente los insultan o los denigran. Esta falta de respeto a veces ocurre hacia los miembros del propio equipo cuando realizan una actuación mejorable. Los equipos, las federaciones y ligas, ya sea en las escuelas, a nivel de élite o en deportes profesionales, tienen la responsabilidad de garantizar que el comportamiento del espectador respete la dignidad de todas las personas que participan o asisten a eventos deportivos.
Hasta aquí, el documento ha buscado formas de enfocar y evaluar el deporte, su significación y sus diferentes dimensiones dentro del marco de un entendimiento cristiano de una sociedad justa y de la persona. Al tiempo que se han evaluado las inmensas oportunidades y posibilidades del deporte, se han considerado también los peligros, amenazas y desafíos.
La Iglesia, como Pueblo de Dios, está genuinamente conectada e interesada en el deporte como realidad humana contemporánea. Naturalmente, la Iglesia se siente llamada a hacer todo lo posible dentro de su ámbito de influencia para asegurar que el deporte se realice de forma humana y razonable.
“El cuidado pastoral del deporte es un momento necesario y parte integral del cuidado pastoral ordinario de la comunidad. El propósito primero y específico de la Iglesia en el campo del deporte se manifiesta en un compromiso de dar sentido, valor y perspectiva a la práctica del deporte como hecho social humano y personal”[65].
Como ya se ha recalcado en el primer capítulo, la Iglesia ha tenido una relación fructífera con el deporte moderno involucrándose de forma activa y proactiva desde principios del siglo XX.
Una presencia responsable
La Iglesia es consciente de la corresponsabilidad del desarrollo y destino del deporte. Por lo tanto, desea establecer un diálogo con las diferentes organizaciones deportivas y sus órganos de gobierno para abogar por la humanización de los deportes de hoy. Busca activamente la mejora de las prácticas, sistemas y procedimientos deportivos, a través de asociaciones que colaboran con las organizaciones del deporte. La Iglesia puede ofrecer una visión moral en el contexto de las malas prácticas, como son el dopaje, la corrupción, la violencia entre el público y la feroz comercialización, que pueden desvirtuar el espíritu deportivo.
La Iglesia tiene tal presencia organizativa e institucional en el mundo del deporte que le permite promover una visión cristiana del deporte, de varias maneras y a diferentes niveles. La Santa Sede, dentro de sus propias estructuras internas, tiene diferentes organismos que se interesan en el fenómeno del deporte, que siguen y promueven el deporte desde un punto de vista institucional, pastoral y cultural.
En varios países, las conferencias episcopales trabajan en estrecha colaboración con asociaciones nacionales e internacionales que fomentan el deporte. En ciertos países, las asociaciones y clubes deportivos eclesiales existen desde hace más de cien años y hoy siguen muy involucradas en eventos deportivos locales y nacionales. Estas organizaciones en ocasiones forman redes y constituyen organismos deportivos de mayor tamaño a nivel nacional e internacional. Por último, además del apostolado de muchos laicos, hay muchos sacerdotes que se implican en grupos deportivos aficionados de parroquias, en asociaciones deportivas, o son capellanes en clubes profesionales o en los Juegos Olímpicos.
Una Iglesia que sale al encuentro
El deporte es un ámbito en el que se experimenta de forma muy concreta la invitación a ser una Iglesia que sale al encuentro, no a construir muros y fronteras, sino puentes y “hospitales de campaña”.
Más que muchas otras plataformas, el deporte reúne a los oprimidos y poderosos, los marginados, los inmigrantes y los nativos, los ricos y los pobres, en torno a un interés compartido y, en ocasiones, en un espacio común. Para la Iglesia, cualquier realidad presenta en sí misma una invitación al encuentro con otras personas de diferentes procedencias y con circunstancias vitales muy diferentes. A la vez que la Iglesia da la bienvenida a todo el que acude a ella, también sale al mundo. Como dice el Papa Francisco “el camino de la Iglesia es precisamente el de salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las “periferias” esenciales de la existencia; no sólo acoger e integrar, con valor evangélico, a aquellos que llaman a la puerta, sino salir, ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros hemos recibido gratuitamente”[66].
Un moderno Patio de los Gentiles
En algunas zonas del mundo, existe la tradición de abrir las instalaciones físicas de las propias iglesias para los jóvenes −que se reúnen para jugar y hacer deporte. En el diverso entorno cultural actual, este espacio se convierte en uno de los canales que facilita la interacción armoniosa entre comunidades, culturas y religiones. Como ya se ha mencionado, la Iglesia ve un gran valor en estas interacciones que pueden fomentar un sentido de unidad de la familia humana. Este espacio puede posibilitar también, en palabras de Benedicto XVI, “un diálogo con aquellos para quienes la religión es algo extraño, para quienes Dios es desconocido y que, a pesar de eso, no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a él al menos como Desconocido”[67]. Habla de la misión de la de la Iglesia con estas personas: “creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de “Patio de los Gentiles” donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia”[68].
Así, la Iglesia percibe que hay un abanico de posibilidades que tienen un papel en la realidad contemporánea del deporte. Son especialmente relevantes en cuanto a que están alineados con la misión superior de la Iglesia.
La visión del Magisterio sobre el deporte se ha concretado en una propuesta pastoral activa, lo que esencialmente se traduce en un compromiso educativo hacia la persona, que a su vez genera un compromiso social hacia la comunidad.
El deporte como experiencia educativa de humanización
La persona, creada a imagen y semejanza de Dios, es más importante que el deporte. La existencia de la persona no está al servicio del deporte, sino que el deporte debe servir a la persona en su desarrollo integral.
Como se ha mencionado con anterioridad, la persona es una unidad de cuerpo, alma y espíritu. Esto significa que las experiencias corporales de juego y deporte están íntimamente relacionadas con el alma y el espíritu de la gente, y tienen un impacto directo en ellos. Por este motivo, pueden ser parte de la educación integral de la persona. El Papa Francisco ha fomentado la visión del juego y el deporte como parte de una educación holística dirigida a la mente, el corazón y las manos, o a lo que uno piensa, siente y hace. De acuerdo con el Santo Padre, la educación formal de nuestro tiempo se ha visto estrechamente ligada a la “tecnicidad intelectual y el lenguaje de la cabeza”[69]. El Papa nos anima a abrirnos la posibilidad a aceptar formas de educación no formal, como el deporte. Tal como se formula, encerrados a veces en la rígida exclusividad de la educación formal “no hay humanismo, y donde no hay humanismo, ¡Cristo no puede entrar!”[70].
El deporte y la educación católica
¿Cómo puede empezar la Iglesia a integrar la actividad física o el deporte en su propio marco de trabajo fundamental? ¿Cómo puede permear la visión de la Iglesia en el deporte en las conferencias episcopales, en las diócesis y en las parroquias? Quizá se debería comenzar con el establecimiento de un apostolado visible para los deportes. Tal apostolado será una manifestación concreta del compromiso de la Iglesia hacia la persona en el deporte, y asimismo dará herramientas a los diferentes organismos de la Iglesia para emprender directamente actividades relacionadas con el deporte.
Desde el origen de la Cristiandad, el deporte apareció como metáfora efectiva de la vida cristiana: el apóstol San Pablo no dudó en incluir el deporte entre los valores humanos, lo que le sirvió como punto de apoyo y referencia en el diálogo con la gente de su época. Hoy en día podemos introducir en el deporte, los juegos y otras actividades lúdicas para llevar a los jóvenes a un entendimiento más profundo de las escrituras, las enseñanzas de la Iglesia o los sacramentos.
Cuando se vive el deporte de manera respetuosa con la dignidad de la persona y está libre de explotación económica, mediática o política, se convierte en un modelo para todo en la vida. “Cuando es así,” como dice el Papa Francisco, “el deporte trasciende el ámbito de lo puramente físico y nos lleva al ámbito del espíritu y hasta del misterio. te trasciende el nivel de la pura física y nos lleva al campo del espíritu, incluso del misterio”[71]. Educar cristianamente es llevar a las personas a los valores humanos en la realidad completa, y uno de esos valores es la trascendencia. Este es el profundo significado del deporte: puede educar en la plenitud de la vida y la apertura a la experiencia de la trascendencia.
El deporte también es camino que presenta a los jóvenes las virtudes cardinales de la fortaleza, templanza, prudencia y justicia; y facilita su crecimiento en las mismas. En el campo de la educación física, San Juan Bosco, entonces solo un capellán juvenil de Turín, seguramente fue, desde 1847, el primer educador católico en haber reconocido lo importante que es el movimiento, el juego y el deporte para el desarrollo holístico de la personalidad de los jóvenes. La educación en el deporte significa para Don Bosco cultivar el acompañamiento personal del joven y el respeto mutuo, también en la competición.
El deporte para crear una cultura de encuentro y paz
En un mundo repleto de cuestiones como la migración, el nacionalismo y la identidad individual, la humanidad se esfuerza cada vez más en coexistir con aquellos que son culturalmente diferentes o tienen sistemas de creencias diferentes de los propios. Las fronteras, las percepciones y los límites están constantemente redibujándose. En este sentido, debemos recordar que el deporte es una de las pocas realidades que a día de hoy ha trascendido las fronteras de la religión o la cultura. La vocación de la Iglesia universal de trabajar en busca de la unidad de la familia humana adquiere una significación especial desde el punto de vista del deporte. En este sentido, la idea de ser “católico” va de la mano de lo mejor del espíritu deportivo. En el mundo del deporte, la Iglesia puede tener un papel significativo ayudando a construir puentes, abrir puertas y apoyar causas comunes -permeando la sociedad como “levadura”.
El deporte como obra de misericordia
El deporte puede también erigirse como una potente herramienta cuando se hace presente entre las personas marginadas y sin privilegios. Hay muchos organismos de gobierno del deporte a nivel internacional, así como instituciones privadas y organizaciones sin ánimo de lucro que fomentan y emplean el deporte como un medio positivo de cohesión entre los jóvenes y adolescentes que viven en ambientes susceptibles de violencia de bandas, consumo y tráfico de drogas. Las comunidades cristianas de todo el mundo están involucradas a menudo en iniciativas que se sirven de la práctica deportiva y los eventos deportivos como mecanismos relevantes que alejan a la juventud de las drogas y la violencia.
El deporte para crear una cultura de inclusión
Puesto que hay aspectos positivos de carácter humanos asociados al deporte, cualquiera que lo desee participar debería ser capaz de hacerlo. Esto se hace especialmente patente en niños pobres o desplazados, en las personas con discapacidad física o intelectual y en personas sin techo o refugiados. Más aun, en ciertas partes del mundo, a las niñas y mujeres se les niega el derecho de practicar deportes, por lo que no pueden participar de sus beneficios. Todo el mundo puede enriquecerse al crecer la participación. A los atletas de élite, entre otros, ver jugar a atletas con discapacidades, les recuerda de qué trata verdaderamente el deporte: de la alegría de la participación y la competición contra el oponente y contra uno mismo. Tales ejemplos son una ayuda para reorientarnos hacia el potencial humanizador del deporte[72].
La creación de los Juegos Paralímpicos o los Special Olympics son un signo visible de cómo el deporte puede ser una gran oportunidad de inclusión, y es capaz de dar significado a la vida y ser un signo de esperanza. También lo es la constitución del primer Equipo Olímpico de Refugiados en 2016, así como el desarrollo de la “Homeless Cup” (Copa Mundial de los sin techo) por poner un ejemplo; son iniciativas importantes a través de las cuales la conciencia del bien común que el deporte fomenta, se propaga de tal manera que las personas desplazadas o que experimentan las dificultades asociadas con la pobreza tienen oportunidad de participar.
El compromiso de la Iglesia con el deporte es asegurarse que el deporte siempre permanezca como una experiencia capaz de dar significado y valor a la vida de las personas, a cualquier nivel al que sea promovido o practicado, en cualquier lugar o entorno en el que se organice. El deporte siempre debe apuntar a la formación integral de la persona, mejorando las condiciones sociales, y a la construcción de relaciones interpersonales. Por esto, la pastoral del deporte está encajando en muchos ambientes y se puede promover en muchos contextos diversos.
Los padres como primeros educadores
Habitualmente, los padres son los primeros educadores en la fe y en el deporte para sus hijos. Si los padres no son quienes enseñan directamente a sus hijos cómo lanzar una bola de béisbol, o no enseñan a su hijo a nadar o a montar en bicicleta, al menos tienen el papel de estimularles a participar en un deporte, compartir aficiones o asistir juntos a eventos deportivos o incluso llevándoles a los entrenamientos y partidos. A menudo los padres se encuentran entre la multitud, animando a su atleta en la cancha o en el campo. Estos ejemplos nos enseñan cómo el deporte es una fuente primaria de vinculación entre padres e hijos. Esta vinculación permite a los padres educar a los hijos en las virtudes y en los valores humanos intrínsecos al deporte. Si el deporte corre el riesgo de ser el motivo para dividir a una familia y disminuir la santificación del domingo como un día para celebrar, también puede ayudar a integrar a una familia con otras familias en la celebración del domingo, no solo en la liturgia, sino en la vida de la comunidad. Por eso, no significa que los eventos deportivos no deban realizarse en domingo, sino que dichos eventos no deben excusar a las familias de asistir a Misa y también deben promover la vida de familia dentro de la comunidad.
Parroquias (y oratorios o centros juveniles)
Como el Papa Francisco ha dicho, “es hermoso cuando en la parroquia hay un grupo deportivo, y si no hay un grupo deportivo en la parroquia, falta algo”[73]. No obstante, un club deportivo de parroquia debe ser coherente con el compromiso de fe de la parroquia y tener su raíz en un proyecto educativo y pastoral. El club deportivo de la parroquia puede generar ocasiones de encuentro entre los jóvenes de la misma diócesis o del mismo país a través de competiciones amistosas.
Toda realidad genuinamente humana está definitivamente encaminada a verse reflejada dentro de la Iglesia. La Iglesia debe siempre estar al tanto del mundo del deporte, leyendo los signos de la época en este campo. Se debería animar a los sacerdotes a tener un conocimiento razonable acerca de las realidades y tendencias deportivas contemporáneas, especialmente acerca de aquellas que afectan a la juventud, y a vincular el deporte y la fe en las homilías cuando esto tenga sentido. Además, las parroquias pueden y deben ofrecer actividades deportivas no solo para los jóvenes sino también para los adultos y mayores.
Colegios y universidades
Los colegios y las universidades son lugares ideales para incentivar un entendimiento del deporte que este orientado a la educación, la inclusión y el progreso humano. Los padres y las familias tienen un papel importante, en diálogo con los profesores y la dirección del colegio, en el modo de promover a las actividades deportivas, para que éstas lleven al desarrollo integral de los estudiantes. Las universidades de muchos países también han asumido la tarea del estudio del deporte. Hay cursos y programas de investigación que buscan educar, formar y entrenar a los futuros entrenadores, dirigentes del deporte, y científicos y administradores deportivos. Este campo, presenta una oportunidad maravillosa para la Iglesia de dialogar con aquellos que tienen una responsabilidad específica en educar a los líderes actuales y futuros del deporte, para que contribuyan al desarrollo del deporte respetando la dignidad de la persona y la construcción de una sociedad más justa.
Asociaciones amateur y clubes deportivos
Los entrenadores y dirigentes tienen una gran influencia en sus atletas, por lo que la acción pastoral y educativa requiere una alianza con ellos. A la vez que se reconoce la naturaleza específica del trabajo que las asociaciones y clubes de aficionados llevan a cabo, es importante buscar un diálogo con estas, especialmente en lo que a planes pedagógicos formativos y culturales se refiere.
Deporte profesional
El nivel de deporte profesional y de élite es una realidad internacional que abarca a jugadores, espectadores, hinchas, organizaciones deportivas, medios, agencias de publicidad e incluso gobiernos. Es un fenómeno con un gran espectro comunicativo, capaz de influenciar profundamente no sólo a la juventud sino también el estilo de vida de toda una sociedad. Por estos motivos, la Iglesia debe seguir mejorando el desarrollo de competencias relevantes y formando capellanes deportivos preparados, o laicos que ayuden en la labor pastoral y espiritual de entrenadores y atletas que participan en eventos deportivos como los Juegos Olímpicos o la Copa del Mundo.
La Iglesia debe desarrollar un plan pastoral adecuado para el acompañamiento de jugadores y atletas, muchos de los cuales tienen una influencia considerable en el deporte y en el mundo entero. Parte de este acompañamiento debe ser ayudar a los atletas a permanecer en contacto con el significado intrínseco del deporte y del hecho de participar en él. "Esta dimensión profesional no debe dejar de lado la vocación inicial de un deportista o de un equipo: ser aficionado[74]. Cuando un deportista, aun siendo profesional, cultiva esta dimensión de aficionado, hace bien a la sociedad, construye el bien común a partir del valor de la gratuidad, de la camaradería, de la belleza”[75]. La Iglesia debe acompañar a estos atletas en su viaje personal, apoyándoles en el entendimiento y potenciando su responsabilidad de ser heraldos de la humanidad.
El acompañamiento pastoral y el cuidado espiritual deben ir más allá de la vida deportiva en activo de un deportista. El mundo ha visto muchos jugadores y atletas de primera clase que, al final de sus carreras, experimentan vacío y depresión, cayendo muchas veces en la dependencia del alcohol o las drogas. Por eso, un plan de acompañamiento consistente puede ayudar a estas personas a explorar su identidad, quizá por primera vez en su vida, fuera del mundo del deporte. En el sentido más fundamental, su identidad y su valor proviene del hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, que sigue llamándoles, solo que de una manera nueva. El cuidado pastoral de los atletas una vez que ha finalizado su carrera, debe por lo tanto incorporar la ayuda necesaria para descubrir lo que harán con sus dones y talentos en el futuro.
Hoy en día, los espectadores son una parte fundamental del mundo del deporte profesional. Alrededor de los espectadores diseminados por el mundo se arremolinan los clubes de fans, las plataformas online y la técnica de mercado. Es frecuente que los hinchas y seguidores experimenten la pasión por el deporte como algo absoluto, lo que lleva a excesos y desviaciones. En ese sentido, la Iglesia, junto a los líderes de otras tradiciones religiosas, puede ayudar a recordar a la gente que mantenga la perspectiva justa con respecto al deporte. Los juegos y el deporte son buenos, hechos para vivirlos y disfrutarlos con pasión, pero no son lo más importante en la vida.
Los medios de comunicación como puente
Los medios son el principal interlocutor de la Iglesia en lo que respecta al deporte. Son los medios -especialmente en las redes sociales- los que conforman la imagen del deporte para gran parte del público. Por lo tanto, la Iglesia, con su inmensa actividad en sus plataformas de redes sociales, puede tener un alcance importantísimo en el mundo de los espectadores y líderes de opinión del deporte.
Es imperativo que la Iglesia dé respuestas con significado a los eventos y sucesos deportivos. De hecho, los fieles desean que cada vez más se oiga la voz de la Iglesia, que acepta el deporte y lo percibe como algo bueno. Estas respuestas tendrán mucho recorrido si se ayuda a las generaciones más jóvenes a sentirse conectadas a la Iglesia.
Ciencias especializadas
La Iglesia también debería dialogar con aquellos que trabajan en los campos de la ciencia y la medicina del deporte. En estos diálogos, la Iglesia puede adquirir un amplio conocimiento acerca de las realidades contemporáneas del deporte para poder emitir juicios precisos y competentes. No obstante, este diálogo debe explorar, sobre todo, cómo dar forma a la práctica del deporte y su entorno de tal manera que lleve o se acerque a una cultura del cuerpo humanizada. Las colaboraciones de la Iglesia con otras ciencias, como las ciencias de la vida, las ciencias culturales o las ciencias sociales, también pueden proporcionar puntos de vista interesantes acerca del deporte y las formas en las que éste puede ser una actividad beneficiosa durante toda la vida.
Nuevos lugares del deporte
También hay centros de fitness y parques en los que uno se puede encontrar con jóvenes, adultos y mayores, interesados en una cultura de bienestar y abiertos a una interpretación holística humanizada de la vida, de unidad entre el cuerpo, el alma y el espíritu.
Más allá de los lugares habituales de práctica de deporte, se debe prestar atención a los lugares no habituales del deporte en donde la gente, especialmente la gente joven que a menudo rechaza los códigos y contextos preestablecidos, practica nuevos deportes callejeros. El riesgo de estos ambientes, sin embargo, es que el deporte a veces se practica en solitario, fomentando el individualismo, en el que no caben propósitos sociales ni educativos. Por eso, es esencial y urgente establecer un diálogo activo con los medios de comunicación deportivos y con los deportes electrónicos o e-Sports.
No puede haber una atención pastoral adecuada del deporte si no hay una estrategia educativa. Esto implica un papel activo de todos los que han elegido, cada uno a su manera, ofrecer un servicio a la Iglesia a través del deporte. El deporte necesita educadores y no simplemente proveedores de servicios. La atención pastoral a través del deporte no puede improvisarse, sino que requiere personal entrenado y motivado para redescubrir el sentido del deporte en un contexto educativo e involucrarse para lograr en su misión dar una visión cristiana del deporte.
Educadores deportivos
Cuando hablamos del deporte, los entrenadores, árbitros, profesores y dirigentes juegan un importante papel en la actitud de los jugadores y deportistas. Un ambicioso plan espiritual y pastoral enfocado a ellos permitirá que tengan un papel clave en la humanización del deporte. De hecho, la mayoría de ellos, están en constante búsqueda para lograr el mejor y más completo programa para sus jugadores.
La Iglesia debe entablar un diálogo con las academias de formación deportiva, colaborar con ellas o promover vías de formación complementarias sobre los aspectos pastorales del deporte. El plan pastoral puede incluir materiales, interacciones personales y talleres especializados para entrenadores deportivos que incluirán orientación a nivel espiritual y eclesial, lo que les permitirá ser testigos “para anunciar a Jesucristo con palabras y acciones, o sea, hacerse instrumento de su presencia y actuación en el mundo”[76].
Familia y Padres
El diálogo con la familia, especialmente con los padres, se convierte en un aspecto esencial en la promoción de una pastoral orgánica y continua, especialmente dirigida a los niños y jóvenes. Es importante que las familias conozcan y compartan las metas educativas y pastorales. Esto no significa que la propuesta deportiva deba ser una propuesta confesional, pero ciertamente no puede ser una propuesta neutral desde el punto de vista de los valores. Por lo tanto, es esencial crear momentos de reunión y discusión con los padres, para que conozcan los objetivos de la capacitación ofrecida, para compartir las prioridades educativas con ellos, para que tomen conciencia de una participación consciente, respetando los roles de entrenadores y gerentes deportivos.
Los voluntarios
El mundo del deporte ha crecido y se ha desarrollado gracias a la estratégica colaboración de los voluntarios. Los voluntarios tienen un papel fundamental que va más allá de la dimensión técnica o la capacidad de organización. Mantienen viva, a través de sus elecciones y su testimonio, la cultura del dar y el estilo de la gratuidad; contribuyen a que el deporte permanezca orientado al servicio de los demás y no se centre solamente en el aspecto burocrático y económico. Estas personas necesitan un acompañamiento que les ayude a crecer, reafirme sus motivaciones y les integre armónicamente en el tejido organizacional del deporte.
Sacerdotes y personas consagradas
La presencia pastoral de sacerdotes y consagrados en el mundo del deporte, debe manifestar su cometido de proporcionar un propósito educativo en el deporte y un acompañamiento espiritual de los atletas. Este cometido no se puede articular en términos “intelectuales” abstractos alejados de la vida real. El mundo del deporte es un mundo acogedor, pero exhorta a los líderes de la pastoral a tener una presencia centrada y respetuosa, así como una conciencia de las dinámicas, cargos y habilidades específicas necesarias para el deporte.
Para el cuidado pastoral del deporte, es importante que se incluya esta temática en la formación de candidatos al sacerdocio y que tengan ocasión de practicar deporte mientras estén en el seminario. En muchos seminarios del mundo, utilizan “buenas prácticas” del deporte, en ocasiones de forma bien organizada para evangelizar.
La belleza del deporte al servicio de la educación
Para que el deporte sea un bien pastoral, ha de ser impulsado de forma adecuada. El deporte tiene sus reglas, su especificidad, su belleza y estamos llamados a promover el deporte aprovechando al máximo su cualidad técnica y organizativa. Sin embargo, la belleza de un gesto deportivo, la cualidad de la enseñanza técnica y de la eficiencia organizativa no son fines en sí mismos.
El deporte genera pasiones y emociones fuertes, pero la tarea de la acción pastoral no debe quedarse en el nivel emocional, sino producir un efecto a largo plazo, capaz de ser incisivo y que continúe en la vida diaria.
El deporte para reconstruir el pacto educativo
“Sólo es posible cambiar el mundo si cambiamos la educación”[77]. Para tener un impacto concreto, un proyecto de cuidado pastoral del deporte debe ser un proyecto conectado con los agentes locales involucrados en la educación, empezando por las familias, los colegios y las instituciones públicas. Si queremos influir en el proceso educativo, no es suficiente delegar la responsabilidad de la educación en gente que trabaja en compartimentos estancos que no tienen relación unos con otros. “Debemos reintegrar el esfuerzo de todos por la educación, rehacer armónicamente el pacto educativo, porque solamente así, si todos los responsables de la educación de nuestros chicos y jóvenes nos armonizamos, podrá cambiar la educación”[78]. En esta misión, la Iglesia debería trabajar cercana y respetuosamente con las autoridades competentes para que fructifique su visión de una cultura del deporte que sirve a la persona, que refleja el ser una criatura amada, hecha a imagen y semejanza de Dios.
El deporte al servicio de la humanidad
San Juan Pablo II señalaba “la relatividad del deporte respecto a la superioridad de la persona, de tal forma que el valor subsidiario del deporte quede resaltado en el proyecto creativo de Dios. Así pues, el deporte debería ser visto también en las dinámicas de servicio, y no en aquello que se beneficia. Si uno tiene presentes los objetivos de humanización, no puede evitar sentir la necesidad indispensable de la tarea de transformar el deporte cada vez más en un instrumento de elevación humana hacia la meta sobrenatural a la que está llamado”[79].
Esto significa que, en un plan pastoral, tiene que primar la persona, que tiene una unidad de cuerpo, alma y espíritu. El deporte se debe fomentar y practicar con el más alto respeto por la persona y orientándolo a su desarrollo integral. El atleta no puede quedar reducido a una mera herramienta de la que se hace uso para lograr resultados deportivos, que se asocia en ocasiones incluso, con importantes objetivos políticos y económicos.
El juego como base del deporte
El deporte es una subcategoría del juego y jugar es la base del deporte a todos los niveles. Tal y como lo expresa el Papa Francisco, "Es importante, queridos muchachos, que el deporte siga siendo un juego. Sólo si es un juego, hará bien al cuerpo y al espíritu"[80]. Es especialmente importante que el deporte siga siendo un juego para los jóvenes en el medio educativo. Reflexionando acerca del rumbo que debería tomar la educación de hoy en día, el Papa Francisco dijo que “hay que ir a buscar lo fundacional de la persona, la sanidad fundacional, la capacidad lúdica, la capacidad creativa del juego. El libro de la Sabiduría dice que Dios jugaba, la sabiduría de Dios jugaba. Redescubrir el juego como camino educativo, como expresión educativa. Entonces, ya la educación no es meramente información; es creatividad en el juego, esa dimensión lúdica que nos hace crecer en la creatividad y en el trabajo en conjunto”[81].
Trabajo en equipo contra el individualismo
Se ha hecho hincapié en este documento en que participando del deporte, las personas “saborean la belleza del trabajo en equipo, que es tan importante en la vida”[82]. Pertenecer a un club deportivo implica rechazar cualquier forma de individualismo, egoísmo y aislamiento, y aporta “una oportunidad de encuentro y compañía con los demás, de ayudarse unos a otros, de competir con mutua estima y crecer en fraternidad”[83]. La experiencia deportiva fomenta de manera natural las dinámicas de la amistad y la convivencia, que cuando se cultivan y valoran pueden ir más allá de los límites de los campos y estadios y llegar a ser oportunidad de relaciones sólidas y duraderas.
Deporte para todos
El deporte es empático, y reúne gente de todo tipo, generando una cultura de encuentro. Debe rechazar la cultura del descarte y ha de ser abierto, inclusivo y acogedor. El deporte también debe posibilitar la integración de la diversidad de habilidades. “Por favor, que todos jueguen, no sólo los mejores, sino todos, con los talentos y los límites que cada uno tiene, más aún, privilegiando a los más desfavorecidos, como hacía Jesús”[84]. De este modo “la actividad deportiva se convierte en un auténtico servicio a la comunidad”[85].
Una visión ecológica del deporte
Los tiempos que vivimos no son únicamente tiempos de cambio, sino que se trata de un cambio de era, un cambio acelerado por las revoluciones tecnológica y digital. Los jóvenes que crecen hoy se ven profundamente afectados por estas revoluciones, y el deporte también acusa su impacto. La presencia de los e-Sports (deportes electrónicos) y de nuevas formas de dopaje, que dependen de innovaciones tecnológicas y médicas, son sólo la punta del iceberg de un fenómeno que está permeando en el deporte a un nivel más profundo.
Así como las revoluciones tecnológica y digital han supuesto muchos beneficios para la humanidad que es bueno celebrarlas, el paradigma tecnológico actual también tiene efectos negativos. De acuerdo con el Papa Francisco, estos se hacen evidentes en un cierto número de síntomas, “como la degradación del ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de la vida y de la convivencia”[86].
Ante este panorama, el deporte puede resultar revolucionario, en cuanto a que ofrece a los jóvenes la oportunidad de encontrarse cara a cara con otros jóvenes que, en ocasiones tienen orígenes muy distintos unos de otros. Jugando en un equipo, aprenden cómo abordar los conflictos de unos con otros de una forma muy directa, mientras comparten una actividad que significa mucho para ellos. También tienen la oportunidad de jugar contra gente de otras zonas de su comunidad, de su país o del mundo, y así de expandir su horizonte de contacto humano. Estas experiencias pueden ayudar a los jóvenes a darse cuenta de que forman parte de algo más grande que ellos mismos y ser parte de lo que da significado y propósito a sus vidas.
El deporte es un contexto en el que muchos jóvenes y adultos de todas las culturas y tradiciones religiosas aprenden a dar lo mejor de sí mismos. Este tipo de experiencias pueden servir como una “señal de trascendencia”[87]. El documento trata de mostrar cómo a través de la práctica del deporte se puede experimentar la alegría, el encuentro con personas diferentes a ellos y la construcción de un sentido de comunidad, y cómo el crecimiento en virtudes y en auto-trascendencia pueden enseñarnos también algo acerca de la persona humana y su destino.
En su discurso al Centro Sportivo Italiano en 2014, el Papa Francisco alentó a sus participantes, y nos alienta hoy, a dar lo mejor de nosotros mismos, no solo en el deporte, sino también en el resto de nuestras vidas: “Y precisamente porque sois deportistas, os invito no sólo a jugar, como ya lo hacéis, sino también a algo más: a poneros en juego tanto en la vida como en el deporte. Poneros en juego en busca del bien, en la Iglesia y en la sociedad, sin miedo, con valentía y entusiasmo. Poneros en juego con los demás y con Dios; no contentarse con un «empate» mediocre, dar lo mejor de sí mismos, gastando la vida por lo que de verdad vale y dura para siempre”[88].
Fuente: vatican.va.
[1] Gaudium et spes, 1.
[2] Francisco, Discurso a la Federación italiana de tenis, 8 de mayo de 2015.
[3] Cfr. D. Vanysacker, The Catholic Church and Sport. A burgeoning territory within historical Research! Revue d'histoire ecclésiastique, Louvain Journal of Church History 108 (2013), 344-356.
[4] Juan Pablo II, Homilía con ocasión del Jubileo del Redentor en el estadio olímpico, 12 de abril de 1984.
[5] Francisco, Discurso a los miembros del Comité Olímpico Europeo, 23 de noviembre de 2013.
[6] En el contexto estadounidense, según J. Stuart Weir, la pastoral cristiana en los deportes profesionales comenzó con la atención pastoral de los jugadores de la NFL a mediados de la década de 1960. Además, afirma que John Jackson fue el primer capellán nombrado oficialmente como tal para un club de fútbol americano profesional en marzo de 1962. J. Stuart Weir, "Sports Chaplaincy: A Global Overview" in: Sports Chaplaincy: Trends, Issues and Debates. Ed. by A. Parker, N.J. Watson and J.B. White. London, 2016.
[7] Pio XII, Discurso a una delegación de atletas italianos, 20 de mayo de 1945.
[8] Pablo VI, Discurso a los miembros del Comité Olímpico Internacional, 28 de abril de 1966.
[9] Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la Asamblea Nacional de la Conferencia Episcopal Italiana, 25 de noviembre de 1989.
[10] Cfr. P. Kelly SJ, Catholic perspectives on sports. From Medieval to modern times, Nahwah, NJ 2012.
[11] Cfr. A. Stelitano, A. M. Dieguez, Q. Bortolato. I Papi e lo sport, 4-5.
[12] Conferencia Episcopal Italiana, Sport e Vita cristiana n. 32.
[13] Ibídem n. 11.
[14] Juan Pablo II, Homilía con ocasión del Jubileo del Redentor en el estadio olímpico, 12 de abril de 1984.
[15] P. Gummert, “Sport”. In: Brill’s New Pauly. Ed. by H. Cancik and H. Schneider, English Edition by: C.F. Salazar, Classical Tradition volumes edited.
[16] Juan Pablo II, Homilía con ocasión del Jubileo de los deportistas, 29 de octubre de 2000.
[17] Cfr. P. Kelly, Catholic Perspectives on Sports: From Medieval to Modern Times, Nahwah, NJ 2012.
[18] W. Behringer, Kulturgeschichte des Sports: Vom antiken Olympia bis ins 21. Jahrhundert, München 2011, 198-238.
[19] Ibidem, 257.
[20] Cfr. N. Müller, “Die olympische Devise ‘citius, altius, fortius’ und ihr Urheber Henri Didon”, in: Wissenschaftliche Kommission des Arbeitskreises Kirche und Sport (ed.), Forum Kirche und Sport 2 Düsseldorf 1996, 7-27.
[21] Cfr. D. Vanysacker, “The Attitude of the Holy See Toward Sport During the Interwar Period (1919–39)”, in Catholic Historical Review 101 (2015) 4, 794-808; see also Dries Vanysacker, “La position du Saint-Siège sur la gymnastique féminine dans l’Allemagne de L’entre-deux-guerres (1927-1928) à partir de quelques témoignages tirés des archives des nonciatures de Munich et Berlin” to appear in Miscellanea Pagano.
[22] Cfr. C. Hübenthal, “Morality and Beauty: Sport at the Service of the Human Person”, in: K. Lixey, C. Hübenthal, D. Mieth, N. Müller, Sport and Christianity: A Sign of the Times in the Light of Faith, Washington DC 2012, 61-78.
[23] Cfr. H. Reid, Introduction to the Philosophy of Sport, Lanham, MA 2010, 180-185.
[24] Francisco, Evangelii gaudium nn. 234, 236.
[25] En una línea similar, el historiador del deporte Allen Guttmann aplicó distinciones binarias para definir el deporte. Comienza desde el juego de categoría general, y luego continúa determinando el deporte como juego organizado (= juegos), juegos de competencia (= concursos), concursos físicos (= deportes). Véase A. Guttmann, A Whole New Ball Game: An Interpretation of American Sports, Chapel Hill – London 1988.
[26] Juan Pablo II, Discurso a los equipos de fútbol de Italia y Argentina, 25 de mayo de 1979.
[27] Ídem, Discurso al Consejo del Comité Olímpico Nacional Italiano, 20 de diciembre de 1979.
[28] Ídem, Discurso a los dirigentes y jugadores del equipo de fútbol “A.C. Milan”, 12 de mayo de 1979.
[29] Ídem, Discurso a los participantes en el Congreso Internacional sobre el deporte, 28 de octubre de 2000.
[30] Cfr. Mt 7, 13-14.
[31] Adoptado por Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos de la Era moderna a finales del siglo XIX.
[32] Francisco, Discurso a los participantes del IV encuentro organizado por Scholas Ocurrentes, 5 de febrero de 2015.
[33] Juan Pablo II, Discurso a la selección nacional de México de fútbol, 3 de febrero de 1984.
[34] Benedicto XVI, Discurso a los miembros de la Federación Austriaca de esquí alpino, 6 de octubre de 2007.
[35] Juan Pablo II, Discurso a los miembros de la FIFA, 11 de diciembre de 2000.
[36] Francisco, Discurso a los miembros de las asociaciones deportivas con motivo del 70° aniversario del CSI (Centro Sportivo Italiano), 7 de junio de 2014.
[37] Cfr. J. Parry, S. Robinson, N. Watson, y N. Nesti, Sport and Spirituality: An introduction, London 2007.
[38] Juan Pablo II, Homilía con ocasión del Jubileo de los deportistas, 29 de octubre de 2000.
[39] Juan Pablo II, Discurso a una delegación del Club Alpino Italiano, 26 de abril de 1986.
[40] Cfr. J. Pieper, About Love, Chicago 1974.
[41] Francisco, Evangelii gaudium, n. 1.
[42] Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Campeonato Mundial de Atlética, 2 de septiembre de 1987.
[43] Gaudium et spes, n. 61.
[44] Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Campeonato Mundial de Atlética, 2 de septiembre de 1987.
[45] 1Cor 12, 21-27.
[46] Juan Pablo II, Discurso a una delegación del equipo “Real Madrid Club de Fútbol”, 16 de septiembre de 2002.
[47] Francisco, Evangelii gaudium, n. 59.
[48] Benedicto XVI, Ángelus, 8 de julio de 2007.
[49] Cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 194.
[50] Juan Pablo II, Discurso a una delegación del equipo “Fútbol Club Barcelona”, 14 de mayo de 1999.
[51] Francisco, Discurso a la Federación italiana de tenis, 8 de mayo de 2015.
[52] Juan Pablo II, Discurso a una delegación del equipo de fútbol “A.S. Roma”, 30 de noviembre de 2000.
[53] Francisco, Discurso a los miembros del Comité Olímpico Europeo, 23 de noviembre de 2013.
[54] Francisco, Amoris laetitia, n. 267.
[55] Gaudium et spes, n. 12.
[56] Cfr. H.U. Gumbrecht, In Praise of Athletic Beauty, Cambridge 2006.
[57] Gaudium et spes, n. 9.
[58] Tomas de Aquino, Suma Teológica, 1ª Parte, Cuestión 1, artículo 8, respuesta a la objeción 2.
[59] Francisco, Discurso a los equipos del Nápoles y la Fiorentina y a una delegación de la Federación Italiana de Fútbol y de la Liga Serie A, 2 de mayo de 2014.
[60] Ídem, Discurso a los miembros del Comité Olímpico Europeo, 23 de noviembre de 2013.
[61] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Libertatis Conscientia sobre la libertad y la liberación cristianas “La verdad os hará libres”, 22 de marzo de 1986.
[62] Ibídem.
[63] Cfr. D. Meggysey, Out of Their League, Berkeley, CA 1970, 231.
[64] Cfr. E. Erikson, Identity and the Life Cycle, New York, NY 1980.
[65] Conferencia Episcopal Italiana, “Sport e Vita Cristiana”, n. 43.
[66] Francisco, Homilía con motivo de la creación de nuevos Cardenales, 15 de febrero de 2015.
[67] Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana, 21 de diciembre de 2009.
[68] Ibídem.
[69] Francisco, Discurso a los participantes en el Congreso mundial sobre “Educar hoy y mañana, una pasión que se renueva”, 21 de noviembre de 2015.
[70] Ibídem.
[71] Francisco, Discurso a los participantes en la conferencia “Deporte al Servicio de la Humanidad”, 5 de octubre de 2016.
[72] N. Watson & A. Parker (Ed.), Sports, Religion, and Disability. New York 2015.
[73] Francisco, Discurso a los miembros de las asociaciones deportivas con motivo del 70 aniversario del CSI (Centro Sportivo Italiano), 7 de junio de 2014.
[74] Amateur en este documento se refiere a un deportista que participa por amor al deporte y no solamente por cuestiones económicas.
[75] Francisco, Discurso a las selecciones nacionales de fútbol de Argentina e Italia, 13 de agosto de 2013.
[76] Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la Evangelización, n. 2, 3 de diciembre de 2007.
[77] Francisco, Discurso a los participantes del IV encuentro organizado por Scholas Ocurrentes, 5 de febrero de 2015.
[78] Ibidem.
[79] Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la Asamblea Nacional de la Conferencia Episcopal Italiana, 25 de noviembre de 1989.
[80] Francisco, Discurso a los miembros de las asociaciones deportivas con motivo del 70 aniversario del CSI (Centro Sportivo Italiano), 7 de junio de 2014.
[81] Francisco, Discurso a los participantes del IV encuentro organizado por Scholas Ocurrentes, 5 de febrero de 2015.
[82] Francisco, Discurso a los miembros de las asociaciones deportivas con motivo del 70º aniversario del CSI (Centro Sportivo Italiano), 7 de junio de 2014.
[83] Ibídem.
[84] Ibídem.
[85] Juan Pablo II, Discurso a una delegación del equipo de fútbol “Juventus”. 23 de marzo de 1991.
[86] Francisco, Laudato Si’ nn. 107, 108, 110.
[87] Cfr. P.L. Berger, A Rumour of Angels: Modern Society and the Rediscovery of the Supernatural, New York 1969.
[88] Francisco, Discurso a los miembros de las asociaciones deportivas con motivo del 70º aniversario del CSI (Centro Sportivo Italiano), 7 de junio de 2014.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Construyendo perdón y reconciliación |
El perdón. La importancia de la memoria y el sentido de justicia |
Amor, perdón y liberación |
San Josemaría, maestro de perdón (2ª parte) |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
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