Qué hay que entender por personalismo, cuál es su grado de densidad filosófica y cuál es la situación de la filosofía personalista hoy en día
Versión revisada de un texto publicado en Juan Manuel Burgos, Reconstruir la persona. Ensayos personalistas, Palabra, Madrid 2009, pp. 13-42.
El personalismo se encuentra hoy en un periodo de expansión que tiene muchas manifestaciones: notable aumento de las publicaciones de los grandes personalistas, estudios y tesis sobre temas y autores personalistas, ampliación a ámbitos específicos como la bioética, la psicología, etc. Sin embargo, este avance se produce en medio de una cierta perplejidad que continúa cuestionándose la solidez e identidad de esta corriente. El tema es importante. Por eso, voy a comenzar estas páginas afrontando esta dificultad. Intentaré establecer qué hay que entender por personalismo, cuál es su grado de densidad filosófica y cuál es la situación de la filosofía personalista hoy en día, particularmente en España[1].
La historia del personalismo, como de todos es conocido, comienza básicamente con Emmanuel Mounier. En su breve pero intensísimo recorrido vital, de 1905 a 1950, este filósofo francés fue capaz de crear, desarrollar e impulsar, en torno a la revista Esprit, la filosofía y el movimiento personalista que tan amplia repercusión tuvo en los círculos culturales, sociales e incluso políticos de su tiempo. No es este el momento de describir con detalle los elementos sustanciales de su filosofía ni el recorrido de su empresa cultural. Son realidades bien conocidas y pueden encontrarse en cualquier texto de historia de la filosofía o en estudios sobre su pensamiento. De ese proyecto lo que ahora interesa remarcar es lo siguiente:
1) Mounier planteó, estableció y desarrolló las bases de la corriente doctrinal y filosófica del personalismo
2) Modeló un tipo de personalista socialmente activo, comprometido con la transformación concreta de la sociedad y de filiación política de orientación izquierdista[2].
3) Dio lugar a una corriente ideológica que generó un importante conjunto de autores y textos, entre los que cabe citar fundamentalmente a Lacroix y Domenach, pero que finalmente perdió fuerza como movimiento con identidad propia y, sobre todo, como movimiento creativo desde el punto de vista intelectual.
Pues bien, a la vista de estos hechos y en relación con el tema que nos ocupa en estas páginas, cabe preguntarse: ¿Por qué concluyó el proyecto de Mounier? Y, sobre todo e independientemente de la respuesta que se dé a la primera cuestión: ¿Si ese proyecto concluyó, tiene sentido hoy, 30 años después, hablar de expansión o relanzamiento del personalismo? ¿No sería como pretender resucitar a un cadáver? Y, si de hecho, este fenómeno se estuviera produciendo, lo que sería razonable imaginar es que ese cadáver, falsamente resucitado, y realmente impulsado torpemente por algunos bienintencionados, se descompondría y desmoronaría al cabo de pocos pasos. ¿Es esto lo que cabe esperar del personalismo?
Ricoeur sería probablemente de esta opinión ya que en su famoso artículo: “Muere el personalismo, vuelve la persona”[3], pronunció el epitafio del personalismo. La razón fundamental que esgrimió es que “no fue lo bastante competitivo para ganar la batalla del concepto”, no fue capaz de forjar armas suficientemente sofisticadas para enfrentarse contra sus enemigos de entonces, el estructuralismo, el marxismo y el existencialismo, y lo pagó con su derrota y su desaparición. Eso no quiere decir que no aportara activos sugerentes. Lo hizo; pero sus aportaciones no tuvieron la calidad y complejidad necesaria para forjar una filosofía fuerte. Por eso, una vez asumidas por el contexto social y cultural, su atractivo decayó y, con él, su fuerza, hasta acabar desapareciendo. Consecuentemente, para Ricoeur no tendría sentido continuar ni con el término ni con el proyecto del personalismo. Es cierto que tuvo el gran mérito de introducir sólidamente en la sociedad europea la noción de persona. Pues bien, concluye, asumamos su aportación, la noción moderna de persona, consignémosla entre sus logros históricos, pero olvidémonos del personalismo.
La tesis de Ricoeur está fundamentada y es muy sugerente: las frases brillantes: “muere el personalismo, vuelve la persona”, también tiene su peso en la filosofía. Sin embargo, y a pesar de todo, se trata, a mi juicio, de una tesis equivocada.
En primer lugar, no se puede por menos de señalar con cierta melancolía irónica que, 20 años después de que se hiciera esta afirmación, algunas de las filosofías que supuestamente derrotaron al personalismo −el marxismo, el estructuralismo− están completamente agotadas y superadas mientras que el personalismo, por el contrario, goza de una salud respetable y en franca mejoría. Volveremos más adelante sobre la vitalidad sociológica del personalismo pero vamos a centrarnos ahora en el aspecto especulativo, su supuesta debilidad filosófica que le impidió ganar la “batalla del concepto”. ¿Qué hay de cierto en ello?
Sin duda, Ricoeur tenía una parte importante de razón al criticar la densidad filosófica de la propuesta de Mounier. Se trata, en efecto, de un lugar común en la valoración del pensamiento de este filósofo que se puede encontrar en términos parecidos en otros autores como Maritain o Stefanini[4]. Los motivos de fondo también son conocidos. La primacía que Mounier otorgó a la acción cultural sobre la reflexión de corte más académico le dificultó la elaboración de una reflexión filosófica detallada y sistemática. Y, aunque fue siendo cada vez más consciente de este problema, y en sus últimas obras, especialmente en El personalismo, intentó paliar este déficit, no dispuso de tiempo suficiente para lograrlo de manera satisfactoria. Qué hubiera sucedido si la muerte no hubiera interrumpido precozmente su itinerario vital e intelectual es una pregunta ciertamente apasionante pero que, lamentablemente, no tiene respuesta. Lo que sabemos, de hecho, es que su aportación especulativa en forma de una filosofía fuerte y sistemática fue insuficiente.
Pues bien, Ricoeur señala con gran acierto este hecho pero, a mi juicio, carga excesivamente las tintas en la debilidad intelectual de la propuesta de Mounier ya que acaba prácticamente transformándola en un programa pedagógico y en una actitud ante la vida[5]. Pero, en realidad, el personalismo de Mounier, si bien carece de sistematización formal, fue filosóficamente muy fuerte desde el punto de vista de la intuición y del proyecto, y buena prueba de ello fue su grado de influencia. Mounier vio los problemas, vio las soluciones, intuyó el camino que había que recorrer y dio los primeros pasos. Es cierto que ni él ni sus seguidores desarrollaron a fondo estas intuiciones con el grado de sistematicidad que se puede encontrar en otras filosofías y que, cuando lo intentaron, como pretendió Mounier con su Tratado del carácter, los resultados tampoco fueron especialmente satisfactorios, pero eso no quita para que en sus escritos se encuentre toda una filosofía en ciernes.
Ahora bien, si todo concluyera aquí, a pesar de los matices que se han apuntado habría que darle probablemente la razón a Ricoeur y afirmar, como él hace, que este capítulo de la historia de la filosofía aportó conceptos y temas interesantes pero sustancialmente debería darse por concluido.
El personalismo, sin embargo, no ha desaparecido, no es sólo un capítulo de la historia de la filosofía. Al contrario, su presencia y su importancia están incrementándose de manera continua, lo cual solo puede significar que existen fisuras significativas en la interpretación de Ricoeur. ¿Dónde falla su tesis? ¿Cuál es el punto débil de su argumentación? El error fundamental consiste en que Ricoeur identificó sustancialmente el personalismo con la corriente mounieriana. Ahora bien, esta identificación es incorrecta y, por tanto, invalida sus conclusiones.
No me resisto a relatar mi experiencia personal en este terreno por su significado especulativo para la cuestión que estamos abordando. Mi formación filosófica inicial fue de orientación tomista pero me hice personalista sin tener más que un conocimiento superficial de la filosofía de Mounier y, en concreto, sin haber leído ninguno de sus libros. Los responsables de mi paso hacia el personalismo fueron, fundamentalmente, Jacques Maritain, Romano Guardini, Julián Marías, y sobre todo Karol Wojtyla. Cada uno de ellos cumplió una misión: suscitar dudas, abrir horizontes, aportar soluciones. Algunos de ellos, con generosidad, aportaron varias. En cualquier caso, el resultado final fue la asunción de la filosofía personalista como referente ideológico de mi identidad filosófica.
¿Qué se deduce de esta experiencia? Algo muy importante: la existencia de una vía filosófica plenamente personalista no ligada estrictamente a Mounier y a la revista Esprit. Este es el hecho fundamental que saca a la luz esta experiencia personal y que permite replantearse de manera muy radical las tesis de Ricoeur. Este, en efecto, tuvo en cuenta básicamente sólo un segmento de personalismo, el de la línea fundacional, pero, a pesar de la importancia que pueda tener esta línea por surgir del tronco original, no refleja ni da cuenta de la imagen completa y global del personalismo.
Para dibujar un cuadro completo hay que ampliar la corriente francesa con pensadores como Jacques Maritain, Gabriel Marcel y Nédoncelle, el personalista metafísico. Y además y sobre todo hay que extenderlo a otros países y matrices especulativas que vayan más allá del personalismo comunitario. La matriz dialógica aporta pensadores de la talla de Buber, Ebner, Rosenzweig y, más recientemente, Lévinas. En la matriz fenomenológica encontramos, entre otros, a Scheler, von Hildebrand y Stein. Karol Wojtyla es el principal representante de la numerosa escuela polaca. En Italia, entre otros podemos mencionar a Carlini, Luigi Pareyson y Luigi Stefanini. Ya hemos hablado de Romano Guardini, pero se puede señalar también a Seifert, Crosby y, en España, a Zubiri, López Quintás, Laín Entralgo, Díaz, Manzana, Burgos y, en un sentido que habría que determinar, Polo[6]. Todo esto sin mencionar la vertiente teológica, que existe. Este elenco de figuras refleja, esta vez sí, de modo sustancialmente global, el cuadro de la filosofía personalista.
¿Cambia esta nueva panorámica las tesis sobre la presunta defunción del personalismo y su debilidad especulativa? La respuesta, a mi juicio, es claramente positiva. El personalismo, definido a partir de este conjunto de autores, no sólo no ha desaparecido sino que continúa vigente y posee una consistente solidez especulativa. Y la mejor manera de mostrarlo es proceder por una vía afirmativa, es decir, exponiendo directamente sus contenidos.
¿Cuál es el rostro completo y no sesgado del personalismo? ¿Cuáles son los rasgos que lo caracterizan más allá de visiones parciales? Vamos a responder a esta cuestión de manera breve pero intentando mostrar los puntos esenciales.
3.1. Una filosofía
El personalismo es, ante todo, una filosofía en el sentido estricto del término. No veo qué justificación pueda tener dudar de ello. Es cierto que nació, en parte, y como puso de relieve Lacroix, como una anti-ideología, como una vía de escape ante la presión intolerable del individualismo y del colectivismo de la Europa de entreguerras[7]. Y es cierto que pensadores de la talla y de la orientación de Maritain tuvieron dudas sobre la identidad del personalismo[8]. Pero Lacroix se encuadra directamente en el grupo de Esprit y Maritain nunca quiso abandonar su filiación tomista. Fue un pensador de transición. Son críticas, pues, que ya están respondidas. El hecho es que esa anti-ideología fructificó, arraigó y se transformó en una filosofía fresca y sugerente como afirma, con mucha claridad, el mismo Mounier en una obra madura: “el personalismo es una filosofía, no solamente una actitud. Es una filosofía, no un sistema. No rehuye la sistematización, pues el orden es indispensable en los pensamientos: conceptos, lógica, esquemas de unificación no son útiles solamente para fijar y comunicar un pensamiento que sin ellos se disolvería en intuiciones opacas y solitarias: sirven para sondear esas intuiciones en sus profundidades: son instrumentos de descubrimiento al mismo tiempo que de exposición. Porque determina estructuras, el personalismo es una filosofía y no solamente una actitud”[9].
A pesar de todo, sigue habiendo críticos que niegan de manera muy radical el carácter filosófico del personalismo, incluso considerado en toda su amplitud. A mi juicio, tales críticas no requieren mayor respuesta que una mención a sus filósofos más representativos y a sus obras. Si semejantes textos no se consideran filosóficos es que se posee una idea muy peregrina de la filosofía o bien, simplemente, que se critica desde la idea preconcebida y no contrastada, desde la ignorancia o desde la comodidad. O quizá, también, desde una estrategia no muy bien intencionada. Colocar al personalismo la etiqueta de pensamiento no filosófico puede ser, ciertamente, el mejor modo de evitar el engorroso enfrentamiento con un pensamiento que se vislumbra como un posible competidor. Pero, como decía, una mínima referencia al plantel de filósofos que componen esta corriente y a sus obras resulta suficiente para desbaratar esta objeción hasta el punto de que, en algunos casos, habría que plantear sinceramente a esas personas si hablan de autores a los que han leído o se trata solo de una crítica por correspondencia.
Cuestión muy diversa es la unidad. ¿Personalismo o personalismos? ¿Hay un solo personalismo o hay varios según el autor al que se haga referencia? Esa sí que es una cuestión interesante y de entidad[10]. A mi juicio, existen motivos fundados para optar por la unidad, y lo intentaré probar describiendo justamente los rasgos que lo definen como una filosofía unitaria. Para ello seguiré un método que ya he utilizado en otra ocasión, y que consiste en determinar los elementos que permiten identificar al personalismo, en primer lugar, como una filosofía realista y, en segundo lugar, como una filosofía original[11].
3.2. Una filosofía realista
La mayor parte de los filósofos personalistas, exceptuando quizá los que caracterizan la filosofía del diálogo, proceden de una matriz fenomenológica (primer Husserl), aristotélico-tomista o existencialista. Y, aunque posteriormente, en su etapa madura, puedan haber abandonado esa matriz o seguirla sólo de manera débil, configura sin lugar a dudas un fondo común bastante preciso sobre el que se construye el personalismo, y que podríamos denominar ontológico-realista[12]. El personalismo no soporta ni el idealismo ni la deconstrucción del hombre: el mundo es real, el hombre es real, y no sólo real, sino denso, profundo y estable. ¿Qué implica esa densidad? Implica, entre otras cosas, capacidad cognoscitiva ajena tanto a un objetivismo extremo como al relativismo[13]; libertad entendida no solo como libertad de la acción sino de la persona; subsistencia, no opaca sustancialidad hostil a la subjetividad[14]; la convicción de la existencia de un núcleo permanente, inalterable y común a todos los hombres, se llame estructura de la personalidad (Stein) o, más clásicamente, naturaleza humana; la radicación del hombre en una estructura ética que conforma su mundo interior y, finalmente, la profunda convicción de que la persona posee una dimensión religiosa y trascendente, convicción que queda reflejada en que todos los personalistas son creyentes: cristianos, la mayor parte, junto a algunos judíos.
3.3. Una filosofía original y moderna
Este es, descrito un poco a trompicones, el marco general que permite definir al personalismo como una filosofía realista, pero, dentro de este marco −en el que también hay elementos de novedad pues esta separación es meramente pedagógica− el personalismo se destaca como una filosofía original que insiste en algunos rasgos antropológicos característicos, presenta temas nuevos y todo ello de una manera específica y peculiar. A continuación voy a describir algunos de esos rasgos, pero antes me voy a detener brevemente en la determinación de su origen histórico, pues se trata de una cuestión no menor.
Algunos autores, como Seifert, opinan que “el verdadero personalismo no es una escuela filosófica de las últimas décadas, restringida a un pequeño número de adeptos, sino en realidad otra forma de denominar la philosophia perennis, entendida en el mejor y más amplio sentido del término, que incluye todas las genuinas contribuciones a la filosofía, pero en cuanto son verdaderas”[15]. Personalmente disiento de esta perspectiva. El personalismo, a mi juicio, es una escuela filosófica concreta forjada en el siglo XX con todo lo que ello pueda tener de positivo y también de limitador. Es cierto que, por su carácter realista, se puede entroncar con la denominada filosofia perennis y con algunos de sus principales representantes como Tomás de Aquino, Agustín, Aristóteles o Platón, pero se trata de una conexión temática, nunca sistemática. No es una conexión estrecha ni en el planteamiento ni en los instrumentos filosóficos. El personalismo no tiene ni la estructura aristotélica ni la platónica ni la tomista ni la agustiniana. Tiene una estructura y un sistema de conexión de conceptos propio y original, que se forja, a partir y en conexión con Mounier, en el marco mental y filosófico del siglo XX. Por eso es simultáneamente una filosofía moderna y concreta que se separa y se distingue netamente de otras filosofías previas, aunque pueda coincidir con ellas en rasgos importantes.
Puntualizada esta cuestión histórica paso a señalar algunos de los rasgos que configuran su originalidad.
1. Insalvable distinción entre cosas y personas y necesidad de tratar a éstas últimas con categorías filosóficas propias.
Por el peso de la tradición griega, la filosofía occidental y, en particular, la escolástica, ha tendido a elaborar conceptos antropológicos pensando principalmente en objetos o animales para después aplicarlos al hombre. El resultado de este planteamiento (como han visto, por ejemplo, Polo o Julián Marías[16]) es que lo específico humano ha quedado oscurecido y encorsetado porque se ha tematizado intelectualmente al hombre como una cosa o un animal sólo que con unas características especiales[17]. Pero la realidad es que la persona es esencialmente distinta de los animales y de las cosas y que, incluso en aquellas dimensiones en las que pueden parecer más similares, como las físicas o sensibles, difieren profundamente. Por eso, necesita unas categorías filosóficas propias y exclusivas que se deben forjar a partir de un análisis filosófico-experimental de corte fenomenológico.
2. Carácter autónomo, originario y estructural de la afectividad
Siguiendo, básicamente, las propuestas de Scheler y von Hildebrand, el personalismo estima que la afectividad es una estructura esencial, originaria y autónoma de la persona y que, al menos en algunos aspectos, posee una dimensión espiritual. La afectividad constituye así una tercera columna, junto al conocimiento y la voluntad, de la estructura del hombre, siendo su centro originario y de referencia el corazón[18].
3. Las relaciones interpersonales: dialogicidad del mundo
El personalismo ha asumido plenamente la aportación realizada por la filosofía del diálogo acerca del carácter y de la importancia de las relaciones interpersonales. La relación, último accidente para Aristóteles, resulta así ser esencial en la filosofía, y, particularmente, la relación de tipo interpersonal: el complejo, profundo y apasionante proceso descrito por Buber que hace interactuar al Yo frente al Tú[19], o el encuentro descrito por Guardini. De este modo, el personalismo comprende y asume que el hombre se hace hombre sólo frente al hombre, se hace yo-sujeto frente al tú-sujeto, no frente al tú-objeto. Como es sabido, Lévinas ha desarrollado la formulación más radical de esta dialogicidad elaborando una quasi-metafísica dialógica del mundo: el diálogo precede al ser y, por eso, la ética está antes que la metafísica y que la ontología[20].
4. Contra el intelectualismo
Aunque la inteligencia es una dimensión fundamental en la vida del hombre, para el personalismo no es –en términos aristotélicos- la potencia fundamental; por encima del conocimiento están los valores morales y religiosos o, si se quiere hablar en términos de potencias, la libertad y el corazón, de quien dependen las decisiones morales y la capacidad de amar. Este planteamiento tiene importantes consecuencias filosóficas comenzando por la revalorización de la acción[21]. Una exaltación exacerbada de la inteligencia conduce a una autoclausura en el estudio de los procesos cognitivos olvidando la teoría de la acción y la praxis humana[22]. La insistencia del personalismo en la relación y en la actividad moral del hombre le orienta, por el contrario, al estudio de las múltiples dimensiones en las que se despliega la actividad humana. Fruto de este planteamiento es el tratamiento de temas como la acción, el amor, el trabajo, la actividad creadora en el ámbito estético (pictórico, poético, etc.)[23], y el desarrollo de conceptos de filosofía social y, sobre todo, de filosofía política.
5. Corporeidad. Sexualidad. El hombre como varón y mujer
Otro aspecto característico del personalismo es la tematización de la corporeidad humana. Su consideración global de la persona y su acercamiento fenomenológico al cuerpo humano le permite descubrir la riqueza de matices y la importancia que tienen todos los aspectos corporales. Mounier ha expresado brillantemente la profunda imbricación de lo corporal y lo espiritual. “No puedo pensar sin ser, ni ser sin mi cuerpo; yo estoy expuesto por él a mí mismo, al mundo, a los otros; por él escapo a la soledad de un pensamiento que no sería más que pensamiento de mi pensamiento. Al impedirme ser totalmente transparente a mí mismo, me arroja sin cesar fuera de mí en la problemática del mundo y las luchas del hombre. Por la solicitación de los sentidos me lanza al espacio, por su envejecimiento me enseña la duración, por su muerte me enfrenta con la eternidad. Hace sentir el peso de la esclavitud, pero al mismo tiempo está en la raíz de toda conciencia y de toda vida espiritual. Es el mediador omnipresente de la vida del espíritu”[24].
La corporalidad abre el camino hacia el tratamiento de la sexualidad (ver, por ejemplo, los trabajos de Wojtyla[25] y Marías), y esta conduce a su vez a otro gran tema: la dualidad varón-mujer, un dato completamente obvio, pero del que la filosofía se ha hecho eco sólo muy tardíamente. Todo ello abre un amplio panorama temático característico del personalismo: la reflexión sobre la mujer bien en cuanto persona bien en aspectos determinados: corporalidad, razón, sentimientos[26]; el estudio de las complejas y apasionantes relaciones entre el hombre y la mujer regidas por la ley de la atracción y la complementariedad; el proceso de enamoramiento, la formación del matrimonio y de la familia, etc.[27]. Conviene hacer notar, por último, que para el estudio de esta amplia temática, además de los instrumentos técnicos que surgen al reflexionar sobre la corporalidad y la sexualidad, el personalismo cuenta con las herramientas filosóficas elaboradas al estudiar la relación interpersonal en general: la relación yo-tú.
6. El personalismo comunitario
La afirmación de la centralidad de la persona como sujeto social permite al personalismo crear un punto de anclaje y de referencia entre los extremos del individualismo liberal y los colectivismos[28]. Lo radicalmente importante no es ni la sociedad en cuanto tal ni el individuo egoísta, sino la persona en relación con los demás[29]. La sociedad es, fundamentalmente, un entramado de relaciones comerciales, educativas, de bienestar y salud, etc. que debe estar al servicio de las personas concretas, no de anónimas fuerzas colectivas. Pero la persona, por su parte, no debe ser un mero receptor egoísta de los beneficios que le reportan esas relaciones sino que debe poner su esfuerzo al servicio de los demás. Este es el núcleo central sobre el que se funda la doctrina personalista de la relación del hombre con la sociedad. Una doctrina que intenta evitar tanto el riesgo de hacer del individuo un mero apéndice del cuerpo social (colectivismo) como fomentar posturas irresponsables en la que los sujetos esperen pasivamente de la sociedad que les resuelva cómodamente sus dificultades.
El reciente comunitarismo norteamericano en sus diversas variantes (Etzioni[30], McIntyre, Taylor, Glendon) ha desarrollado una versión moderna de este paradigma, pero está todavía pendiente una confrontación temática entre ambas corrientes que establezca las convergencias, divergencias o novedades.
3.4. Una filosofía cristiana
El personalismo es, por último, una filosofía cristiana en cualquiera de los sentidos que pueda tener esta expresión. Lo es, ante todo, por la filiación religiosa de sus principales representantes. La gran mayoría de ellos, en efecto, no sólo fueron cristianos, sino cristianos fervientes, practicantes; varios de ellos conversos (Maritain, von Hildebrand, Marcel, Stein) e incluso hay una santa canonizada (Edith Stein). La hermenéutica nos ha ayudado a superar los rasgos infantiles del racionalismo y, por eso, hoy sabemos que nuestra precomprensión del mundo influye en la elaboración de la filosofía. No existen posiciones cartesianas puras ni absolutamente neutrales. Así, de una precomprensión cristiana ha surgido necesariamente una filosofía cristiana.
Pero el personalismo es cristiano no sólo por la filiación religiosa de sus representantes, lo es, sobre todo y fundamentalmente, por sus contenidos y por su estructura. Es más, me atrevería a decir que es profundamente cristiano porque no sólo no se enfrenta ni se opone a la fe cristiana, sino que tampoco se limita a ser compatible con ella. Va mucho más allá: se inspira directamente y no vergonzosamente en el cristianismo para elaborar parte de sus categorías o perspectivas filosóficas. Piénsese, por poner solo algunos ejemplos, en la dependencia de la idea de interpersonalidad de las relaciones intratrinitarias o en el correlato dogmático que supone la Encarnación a la visión positiva de la corporalidad.
Se podría objetar, con razón, que una línea importante de esta corriente –la filosofía del diálogo- está prioritariamente formada por judíos, pero no es difícil solventar esta dificultad. El personalismo es una filosofía y, como es sabido, las premisas filosóficas del judaísmo y del cristianismo son básicamente las mismas. Hay algunos matices diferenciadores, pero no son significativos para esta cuestión, aunque sí es cierto que esa precomprensión diversa se puede intuir y percibir en la diferente estructura mental, afectiva y argumentativa que presentan, por un lado, autores como Buber o Lévinas y, por otro, Guardini, Maritain o Marías[31].
Hasta aquí una exposición necesariamente breve, más bien un simple esbozo, de la herencia completa que los filósofos personalistas del siglo XX nos han legado. Ahora, con esta imagen en la mente, estamos en condiciones de analizar otras cuestiones. Comenzaré haciendo un diagnóstico de la situación actual del personalismo.
Hay, sin duda, factores de peso negativos a tener en cuenta.
El personalismo es una filosofía bastante desconocida tanto para el público amplio de corte intelectual (estudiantes, licenciados, masters de humanidades, etc.) como en los ambientes académicos. En estos últimos, por otro lado, generalmente se suele identificar el personalismo con la línea de Mounier: el personalismo comunitario.
Las críticas a la entidad especulativa del personalismo han surtido efecto, provocando una infravaloración de su potencialidad tanto interna como externa. Algunos estudiosos del personalismo, ante el peso de esa crítica, pueden adoptar actitudes de cierta timidez intelectual, mientras que, externamente, en ocasiones no se le da toda la consideración intelectual que merece. El personalismo tiene un problema de imagen.
El personalismo se encuentra infrautilizado. Sólo una pequeña parte del enorme caudal especulativo acumulado por el impresionante plantel de filósofos que lo configura está socialmente activo y se emplea en la formación de los interesados o en la investigación. Es cierto −y constituye una buena noticia− que se ha producido recientemente un boom en el estudio de algunos personalistas (por ejemplo, el número de tesis doctorales sobre Edith Stein o Karol Wojtyla ha aumentado notablemente), pero este interés se reduce todavía a algunos nombres muy específicos y no se ha extendido a muchos otros que merecerían una atención similar.
Por último, el personalismo se haya infraexplotado en el sentido de que las enormes potencialidades de esta vía filosófica están todavía por desarrollar. No se trata sólo de que no se emplee suficientemente el material especulativo ya elaborado, sino que muchos temas y líneas de investigación de gran amplitud que podrían afrontarse −bioética, psicología− tienen un nivel de actividad bajo o se encuentran inactivas.
Como puede verse, el personalismo tiene en su contra trabas importantes, pero deben ser valoradas teniendo en cuenta el cuadro conjunto de la situación que comprende otros factores positivos. El primero es que, actualmente, no existen filosofías dominantes. La caída de las ideologías y la difusión de la mentalidad posmoderna ha traído consigo un magma multiculturalista en el que todas las posiciones tienden a convivir en paralelo sin que ninguna reclame ni, por otra parte, esté en condiciones de reclamar, la primacía. Y esto significa, por lo que respecto al personalismo, que no tiene enfrente ninguna postura alternativa especialmente vigente y poderosa. Si realmente posee en su interior la capacidad de crecer y convertirse en un árbol frondoso no va a encontrar poderosas trabas externas. Todo depende de la fuerza que anide en su interior.
La segunda consideración es que el personalismo ha sufrido un notable impulso en los 10 o 15 últimos años. Continúa siendo una filosofía poco conocida, pero algo está cambiando. Un buen botón de muestra lo proporciona el número de publicaciones. Hace tan sólo 10 años la presencia editorial de autores personalistas en lengua española era bastante escasa. Después del boom de los años 60-70, resultado de la apertura ideológica de las fronteras a raíz de la transición política española, habían desaparecido paulatinamente de las librerías y de los catálogos. Pero, en los últimos 10 o 15 años, esa tendencia se ha invertido completamente y como mínimo 100 libros de filosofía personalista se han incorporado al mercado a través de traducciones o de nuevas obras[32]. También está variando al alza la utilización de la filosofía personalista en los planes de estudio, en los Institutos filosóficos, en los diversos másters de orientación humanista, en el número de tesis doctorales y en la realización de Congresos.
Además, se ha comenzado a trabajar en la aplicación del personalismo a otros ámbitos antropológicos como la psicología, la pedagogía, la psiquiatría, etc. Hasta ahora, los estudios más desarrollados en este terreno son los de bioética, hasta el punto de que se ha llegado a establecer la denominada bioética personalista asociada en la FIBIP. Desde el punto de vista teórico, la bioética personalista emplea la antropología personalista y la teoría de las relaciones interpersonales en la fundamentación de una bioética que impulse la dignidad de la persona y en la teorización de las relaciones personales en los ámbitos sanitarios[33].
A partir de todo lo que se ha afirmado resulta ya fácil comenzar a entrever qué sentido puede tener hoy una Asociación de Filosofía Personalista y cuáles pueden ser sus tareas. Pero antes de desarrollar este punto quiero detenerme en una cuestión que he respondido solo de modo indirecto pero que merece una atención específica. ¿Por qué el personalismo? o, en otros términos, ¿por qué es importante hoy en día esta filosofía?
A mi juicio, es importante por un motivo estrictamente filosófico. Es una filosofía contemporánea que propone soluciones técnicas a los problemas que plantea el estudio del hombre y que aporta un conjunto de temas nuevos, frescos y originales. Este es el primer y fundamental motivo para estudiar el personalismo. Pero, además existen otros, no menos importantes y profundos. El primero de todos es que la persona necesita el personalismo. El concepto de persona ha demostrado que posee una gran fuerza y fecundidad y por ello se ha anclado sólidamente en las raíces mentales de nuestra sociedad. La dignidad de la persona, de cada persona es hoy uno de nuestros referentes ideológicos ineludibles. Con todo, si el concepto de persona no se continúa construyendo, consolidando y fundamentado, de la misma manera que se ha arraigado puede comenzar a debilitarse lentamente, degenerar en una simple y desvaída apelación retórica a la dignidad del hombre para, finalmente, acabar convirtiéndose en una afirmación vacía y sin sentido que pierda su vigencia social y su fuerza normativa.
Ahora bien: ¿es posible, y repito palabras de Ricoeur: “hablar de la persona sin el apoyo del personalismo”? Puesto que rechazó la idea de personalismo, Ricoeur optó por “dar un estatuto epistemológico apropiado a la ‘actitud’” lo que significaba básicamente establecer una precomprensión que determine la orientación de las investigaciones. En el caso que nos ocupa, dice Ricoeur, la persona sería justamente el “foco de una ‘actitud’ a la que pueden corresponder ‘categorías’ múltiples y muy diferentes, según la concepción que se tenga del trabajo de pensamiento digno de ser llamado filosofía”[34]. Se trataría, en definitiva, de abordar la noción de persona no desde una filosofía fuerte y específica, sino desde premisas diferentes propias de cada investigador que deberían tener, eso sí, algunos rasgos comunes propios del foco que establece tal actitud. La actitud-persona, en concreto, según Ricoeur, estaría gobernada por nociones como la de crisis y compromiso.
Este planteamiento suscita notables perplejidades. Ante todo es excesivamente ambiguo y poco definido. Si Mounier fue duramente criticado por su falta de espíritu sistemático y por su carencia de precisión, ¿qué se podría decir de esta propuesta de la “actitud-persona” que se despliega en la crisis y en el compromiso? ¿Cabe algo más vago e indefinido desde el punto de vista conceptual? Porque, en realidad, Ricoeur no hace otra cosa que apelar a que cada uno estudie a la persona desde su propia perspectiva, excepto por una difuminada orientación común que no se traduce en ninguna indicación conceptual concreta. Y si bien es cierto que este tipo de trabajo puede dar lugar a resultados interesantes[35] plantea al mismo tiempo un grave problema: la carencia de un mínimo contexto unitario con todo lo que esto lleva consigo. En efecto, si cada investigador estudia a la persona desde su propia perspectiva ese concepto puede acabar perdiendo su originalidad e identidad y acabar transformándose en un sinónimo de hombre. Estudiar a la persona acabaría siendo equivalente en definitiva, a hacer, sin más, antropología. Pero, en realidad, “persona” no es un sinónimo de hombre, sino un modo concreto y específico de entender al ser humano. Por eso, sólo es posible profundizar en este concepto sin desvirtuar su significado desde la filosofía que lo ha definido y precisado, esto es, desde el personalismo.
Además, una profundización filosófica seria requiere una filosofía estructurada y sistemática de referencia porque los contenidos que configuran la noción de persona están interrelacionados. La persona reclama la autodeterminación, la intimidad, la afectividad, la interpersonalidad, etc., por lo que sólo es posible ahondar en esta noción si se ahonda simultáneamente en las que la explican y configuran su matriz hermenéutica. Lo cual, a su vez, solo es posible en el marco que ha configurado esos conceptos, esto es, en el personalismo.
Otra buena razón por la que el personalismo resulta de interés social se deriva de la fragmentación ideológica a la que nos vemos sometidos. En nuestro mundo multicultural e inconexo, cada vez resulta más acuciante el peligro de pérdida de sentido ante la acumulación de información que nos aturde, ante el miedo imperante a proponer estructuras conceptuales fuertes y, por consiguiente, ante la falta de una antropología integral y equilibrada de referencia. Pues bien, el personalismo es capaz de cubrir, al menos en parte, esas necesidades puesto que se autoconcibe como una visión global de la persona y se autopropone justamente como una visión sistemática y fuerte del ser personal. Y este rasgo, unido a su contemporaneidad lo hace especialmente valioso.
Por último, cabe postular al personalismo como la antropología que hoy necesita el cristianismo. La Iglesia católica, por su concepción de las relaciones entre la fe y la razón, siempre ha necesitado recurrir a una antropología filosófica. No para integrarla en el contenido de la fe, pero sí como un instrumento necesario para desarrollar la teología y para poder exponer de modo adecuado a la cultura de la época algunos contenidos de la fe. Pues bien, la Iglesia necesita ahora, de manera urgente, una antropología de referencia capaz de contactar con la mente y las experiencias vitales de unos hombres y unas mujeres cuya comprensión del mundo evoluciona de una manera rapidísima y, aparentemente, en dirección opuesta a los parámetros de comprensión cristianos. España y Europa son, en muchos aspectos, todavía cristianas, pero en otros están dejando de serlo porque el cristianismo no logra penetrar lo suficientemente a fondo en los caminos interiores del hombre contemporáneo para proponerle, desde dentro, el mensaje que lleva transmitiendo desde hace veinte siglos. Y, una de las razones por las que esto sucede es la carencia de una antropología fuerte, coherente con su mensaje y moderna. Se puede, por supuesto, apelar a antropologías más antiguas −como el tomismo− para llevar a cabo esa misión. Pero la historia no se detiene y, sin negar su validez incluso todavía en nuestro tiempo, parece claro que no pueden llegar más allá de donde lo han hecho. Los odres viejos han servido hasta la extenuación para los fines para los que habían sido creados, pero hacen falta odres nuevos. Si no, el vino se derramará. Y esos odres los puede proporcionar el personalismo.
Esta propuesta, por supuesto, no es una novedad absoluta. De hecho, la Iglesia ya ha utilizado ampliamente la antropología personalista en los documentos elaborados por el Concilio Vaticano II, especialmente en la Gaudium et spes y en la Dignitatis humanae, y en el Magisterio de Juan Pablo II (no olvidemos la filiación personalista de este Papa-filósofo entre otras muchas cosas). Pero sostengo que se puede hacer un uso todavía mucho mayor y más profundo de esta filosofía tanto en la formación de los sacerdotes como en la de los cristianos laicos. Mientras esto no suceda se estará malbaratando parte importante del riquísimo legado elaborado por un buen puñado de filósofos cristianos del siglo XX y, como consecuencia, se estará propiciando −o al menos no atajando− una crisis filosófica y cultural especialmente, quizás, en los cristianos laicos, al no poner a su disposición un instrumento profundo, actual, sistemático y coherente con su cristianismo que les permita, en primer lugar, comprenderse a sí mismos y, después, comprender al mundo que les rodea. Estoy convencido, tanto por mi propia reflexión intelectual como por la recepción tan favorable que los intelectuales cristianos hacen de la filosofía personalista, que el personalismo tiene un papel muy decisivo que jugar en el futuro en este terreno.
Juan Manuel Burgos
Presidente de la Asociación Española de Personalismo
Universidad CEU-San Pablo
Fuente: personalismo.org.
[1] Para una primera profundización en el personalismo remito a J. M. Burgos, Introducción al personalismo, Palabra, Madrid 2012, y para la antropología subyacente a J. M. Burgos, Antropología: una guía para la existencia, (4ª ed.), Palabra, Madrid 2009. Ambos textos ofrecen amplia bibliografía. Cfr. también E. Mounier, El personalismo, PPC, Madrid 2004; B. Mondin, Storia dell’Antropologia Filosofica, vol. 2, ESD, Bologna 2002: Le antropologie personaliste, pp. 514-660; C. Díaz, Treinta nombres del personalismo, Mounier, Salamanca 2002; J. M. Burgos, J. L. Cañas y U. Ferrer (eds.), Hacia una definición de la filosofía personalista, Promesa, San José (Costa Rica) 2008; J. M. Burgos (ed.), El giro personalista, Mounier, Salamanca 2011; J. M. Burgos (ed.), La filosofía personalista de Karol Wojtyla, Palabra, Madrid 2007; C. Bartnik, Personalism, KUL, Lublin 1996; Studies in personalist system, KUL, Lublin 2006; A. Domingo Moratalla, Un humanismo del siglo XX: el personalismo, Pedagógicas, Madrid 1985; A. Rigobello, Il personalismo, Città Nuova, Roma 1978.
[2] Mounier describe su izquierdismo como espiritual y temperamental, desmarcándose expresamente de las ideologías y políticas específicas de la izquierda. Cfr. E. Mounier, Breve tratado sobre la mítica de izquierda, en Comunismo, anarquía, personalismo, Zero, Madrid 1973, especialmente, pp. 135-139.
[3] P. Ricoeur, Meurt le personnalisme, revient la personne, en “Esprit”, enero de 1983. Traducción española en P. Ricoeur, Amor y justicia, Caparrós, Madrid 1993. Este artículo es paradigmático para el análisis de la densidad filosófica del personalismo porque: 1) afronta directamente esa cuestión; 2) cuenta con el prestigio filosófico de Ricoeur y 3) Ricoeur fue discípulo directo de Mounier.
[4] “Quien escribe tiene una gran admiración por el personalismo social que viene de Francia bajo la bandera de E. Mounier, pero (….) el personalismo social debe ser no solo afirmado y divulgado como una fuerza activa en el mundo moderno, sino también fundado en una segura conciencia crítica de los principios que lo sostienen” (L. Stefanini, Personalismo sociale (2ª ed.), Studium, Roma 1979, p. 2).
[5] Cfr. P. Ricoeur, Une philosophie personnaliste, Esprit, n. 174, año 18, diciembre 1950, pp. 860-887.
[6] Una exposición más detallada de esta tesis, así como las claves de los principales autores personalistas, la ofrezco en J. M. Burgos, El personalismo, cit., cap. II-IV.
[7] Cfr. J. Lacroix, Le personnalisme comme anti-idéologie, 1972.
[8] Cfr. J. Maritain, La personne et le bien commun, Obras completas, vol. IX, p. 170.
[9] E. Mounier, El personalismo, cit., p. 9.
[10] Cfr. AA.VV., Persona e personalismi, Nápoles 1987.
[11] Cfr. J. M. Burgos, El personalismo, cit., cap. V: “Definiendo la persona”.
[12] Existe una excepción, la peculiar corriente norteamericana que ha surgido y caminado por cauces, diversos, originales e independientes. Cfr. B. Gacka, American personalism, Oficiyna Wydawnicza “Czas”, Lublin 1995.
[13] Cfr. L. Pareyson, Verità e intepretazione, Mursia, Milano 1971.
[14] “Si no hubiera en la sustancia aristotélica nada más que independencia en el ser entonces habría poca controversia sobre la substancialidad de las personas; prácticamente todo el mundo afirmaría que las personas son substancias. La controversia surge porque la substancia aristotélica da la impresión de ser incurablemente ‘cosmológica’, hostil a la subjetividad personal” (J. F. Crosby, The selfhood of the human person, The Catholic University of America Press, Washington 1996).
[15] J. Seifert, El concepto de persona en la renovación de la Teología Moral. Personalismo y personalismos en AA.VV., El primado de la persona en la moral contemporánea, Eunsa, Pamplona 1997, p. 35. También J. L. Cañas apunta en esta dirección. Cfr. Personalismo o personalismos. El problema de la unidad, en J.M. Burgos, J.L. Cañas y U. Ferrer (eds.), Hacia una definición de la filosofía personalista, cit. pp. 27-45.
[16] “Cuando, ya en la escolástica, se ha intentado pensar filosóficamente la persona, las nociones que han sido decisivas no son las procedentes de estos contextos, sino las de ‘propiedad’ o ‘subsistencia’ (hypóstasis). La famosa definición de Boecio, tan influyente –persona est rationalis naturae individua substantia– ha partido de la noción aristotélica de ousía o substantia, pensada primeramente para las ‘cosas’, explicada siempre con los eternos ejemplos de la estatua y la cama, fundada en el viejo ideal griego de lo ‘independiente’ o suficiente, de lo ‘separable’ (khoristón). El que esta sustancia o cosa que llamamos ‘persona’ sea racional, será sin duda importante, pero no lo suficiente para reobrar sobre ese carácter de la ousía y modificar su modo de ser, su manera de realidad. La persona es una hypóstasis o suppositum como los demás, sólo que de naturaleza racional” (J. Marías, Antropología metafísica, Alianza, Madrid 1987, p. 41).
[17] Cfr. J. M. Burgos, Praxis personalista y el personalismo como praxis, en Reconstruir la persona, cit., pp. 133-157.
[18] Sobre este punto vid. D. von Hildebrand, El corazón (4ª ed.) y M. Scheler, Ética. Nuevo ensayo de fundamentación de un personalismo ético, Caparrós, Madrid 2001, pp. 444-465.
[19] Cfr. M. Buber, Yo y tú (3ª ed.), Caparrós, Madrid 1998. Juan José Pérez-Soba, La pregunta por la persona. La respuesta de la interpersonalidad, Facultad de Teología San Dámaso, Madrid 2005.
[20] Cfr. E. Lévinas, Totalidad e infinito, Sígueme, Salamanca 2002.
[21] En este terreno resulta fundamental la obra de K. Wojtyla, Persona y acción (ed. de J. M. Burgos y R. Mora), Palabra, Madrid 2011.
[22] Cfr. J. M. Burgos, Praxis personalista y el personalismo como praxis, en Reconstruir la persona, cit., pp. 97-131.
[23] En estética son especialmente importantes los trabajos Pareyson y de Maritain, especialmente su obra fundamental, La intuición creadora en el arte y en la poesía, Palabra, Madrid 2004.
[24] E. Mounier, El personalismo, cit., p. 22.
[25] Amor y responsabilidad (Palabra, Madrid 2008) es un ejemplo paradigmático de colaboración entre filosofía tomista, personalismo y método fenomenológico aplicado a la difícil cuestión de la sexualidad humana.
[26] Cfr., entre otros muchos que se podrían mencionar, E. Stein, La mujer (3ª ed.), Palabra, Madrid 2001 y G. Paola di Nicola, Reciprocidad hombre/mujer: igualdad y diferencia, Narcea, Madrid 1991.
[27] Cfr. R. Buttiglione, La persona y la familia, Palabra, Madrid 1999.
[28] Vid. L. Stefanini, Personalismo sociale (2ª ed.), Studium, Roma 1979 y J. M. Burgos, Principios del personalismo social, en Reconstruir la persona, cit., pp. 159-185.
[29] Son paradigmáticas en este terreno las dos grandes obras políticas de Maritain: Humanismo integral (2ª ed.), Palabra, Madrid 2003 y El hombre y el Estado, Encuentro, Madrid 1983.
[30] Cfr. A. Etzioni, La dimensión moral, Palabra, Madrid 2007.
[31] Sobre las peculiaridades del personalismo hebreo cfr. C. Díaz, El humanismo hebreo de Martin Buber, Mounier, Salamanca 2005 y El Nuevo pensamiento de Franz Rosenzweig, Mounier, Salamanca 2008.
[32] El mérito de esta aportación hay que atribuirlo principalmente a Ediciones Palabra, a la editorial Caparrós y a la Fundación Emmanuel Mounier con la colección Persona. También ha jugado un papel importante Ediciones Encuentro.
[33] Cfr. E. Sgreccia, Manuale di bioetica (2 vol.) (3ª ed.) Vita e Pensiero, Milano 1999; L. Ciccone, Bioética. Historia, principios, cuestiones (2ª ed.), Palabra, Madrid 2007; F. Torralba, Antropología del cuidar, Mapfre Medicina, Barcelona 1998, Ética del cuidar, Mapfre Medicina, Barcelona 2002; J. M. Burgos, Persona versus ser humano. Un debate bioético, en Reconstruir la persona, cit., pp. 71-95.
[34] P. Ricoeur, Muere el personalismo, vuelve la persona, cit., p. 101.
[35] Una línea de trabajo con esta orientación la está llevando a cabo Antonio Pavan. Véase, por ejemplo, A. Pavan (coord.), Dire persona. Luoghi critici e saggi di aplicaciones di una idea, Il Mulino, Bologna 2003.
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