La Misericordia como alma de una cultura del encuentro, del perdón y de la reconciliación en el continente americano
Intervención de Mons. José H. Gómez, Arzobispo de Los Ángeles, California, durante el Jubileo extraordinario de la Misericordia en el continente americano, celebrado en Bogotá (Colombia) del 27 al 30 de agosto de 2016.
Este gran evento jubilar ha sido convocado y organizado conjuntamente por la Comisión Pontificia para América Latina (CAL) y el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), en colaboración con los episcopados de Estados Unidos y Canadá.
El Santo Padre envió un video mensaje, uno de los más largos que ha hecho Papa Francisco durante su pontificado y en el que incide en varias ideas siempre relacionadas con la misericordia.
Queridos amigos,
Agradezco la oportunidad de participar hoy en la reflexión sobre 'La Misericordia como alma de una cultura del encuentro, del perdón y de la reconciliación en el continente americano'.
Hoy quiero reflexionar con ustedes sobre el mensaje de misericordia del Papa Francisco y lo que significa para la misión continental de la nueva evangelización en toda América
Voy a seguir un esquema sencillo.
En primer lugar, quiero sugerir que el programa de misericordia del Papa Francisco está enraizado en una profunda reflexión espiritual sobre la visión profética de San Juan Pablo II.
En segundo lugar, quiero mostrar cómo −al restaurar la misericordia como el corazón de la proclamación de la Iglesia− el Papa Francisco nos ofrece una estrategia evangélica y pastoral que encaja de manera única en las realidades del continente en este momento de nuestra historia, marcada por una secularización radical, la descristianización y una extendida pérdida de la esperanza en la Providencia y la cercanía de Dios.
Por último, quiero sugerir que la canonización de San Junípero Serra −el Fundador y Padre de California− que fue celebrada por el Papa Francisco, en Septiembre pasado, nos permite contar ahora con un santo misionero que encarna el amor misericordioso de Dios, aquel que debe convertirse en el rostro de nuestra misión continental.
Quiero comenzar por recordar un simple hecho que creo que todos ya sabemos: el Papa Francisco no “ha inventado” la misericordia.
Esto podría no ser obvio si es que los medios noticiosos seculares fueran la única fuente de información sobre el Papa. Desde la noche de su elección en 2013, estos medios han insistido en una narrativa que presenta al Papa Francisco como un punto de quiebre respecto a los Papas que lo precedieron y como un reformador radical de las desfasadas enseñanzas de la Iglesia y su tradición.
Por supuesto, todos sabemos que esta narrativa de la “discontinuidad” no es cierta.
La misericordia ha estado en el corazón del kerygma cristiano desde el inicio. Con su muerte y resurrección, Jesucristo reveló la verdad de Dios que es un Padre rico en misericordia. La Buena Nueva que la Iglesia proclama es el “conocimiento de la salvación… en el perdón de los pecados, a través de la tierna misericordia de nuestro Dios”, y la misericordia del Padre es la bendición prometida para los que son misericordiosos como Él es misericordioso[1].
Aunque el Papa no “ha inventado” la misericordia, sí es cierto que él ha sido profético al reconocer que la misericordia es la “palabra” que los hombres y mujeres deben oír ampliamente hoy en nuestro mundo.
El Papa considera que “este es un tiempo para la misericordia” y en sus primeras entrevistas propuso la imagen de la Iglesia como un “hospital de campaña”. Para nuestro Santo Padre Francisco, la misericordia de Dios −proclamada por la Iglesia y expresada en la práctica concreta de los cristianos− es la medicina que la humanidad necesita porque está profundamente herida por la modernidad.
La misericordia es la medicina sanadora −no sólo para las heridas físicas infligidas por las muchas guerras, injusticias y esclavitudes del cuerpo y de la mente que encontramos en la sociedad moderna; sino que la misericordia también habla a las heridas existenciales de la gente que vive en una cultura, donde la memoria de Dios se está oscureciendo, donde la gente en el mundo ya no es capaz de sentir su presencia y su acción[2].
Creo que la visión del Papa es la de un sacerdote que ha pasado muchas horas en el confesionario −como penitente y confesor. Una de las cosas que más me impacta de este pontificado es lo mucho que él habla efectivamente sobre el sacerdocio y el confesionario.
Su visión sacerdotal del mundo y la misión de la Iglesia se reflejan en su lema episcopal, Miserando atque eligendo, (“Lo miró con misericordia y lo eligió”). El Papa Francisco sabe que la verdadera vida comienza en el encuentro del alma con la misericordia de Dios −cuando el Señor nos mira con misericordia y nos llama luego a seguirlo[3].
En todo esto, por supuesto, el Santo Padre mantiene la continuidad con su predecesor, el Papa Emérito Benedicto XVI, quien dijo que la misericordia es el corazón del mensaje del Evangelio y el rostro de Dios revelado en Cristo[4].
Pero de un modo más profundo creo que la visión del Papa Francisco está enraizada en haber descubierto una “clave” espiritual del pontificado de San Juan Pablo II. Creo que este punto necesita aún mayor estudio, pero sí me parece que podemos ver las prioridades pastorales y las perspectivas del Papa Francisco ya anticipadas en la sección final de la gran encíclica del Santo, Dives in Misericordia.
En el hermoso y casi místico pasaje final con el que concluye la encíclica, el Papa Juan Pablo afirma que la misericordia es una respuesta profética a las “múltiples formas de mal que pesan sobre la humanidad y la amenazan”. Allí también exhorta a los cristianos a “practicar la misericordia para con los hombres a través de los hombres”; alienta a la Iglesia a redescubrir las “características maternas” del amor de Dios por sus hijos; y a seguir “el ejemplo de María” y buscar ser “madre de los hombres en Dios”[5].
Como bien sabemos, estos son tres temas que caracterizan la predicación y el testimonio del Papa Francisco.
Desde los primeros días de su pontificado, el Santo Padre ha guiado a la Iglesia a una especie de “retorno a las fuentes” −una recuperación de la misericordia como la clave de las Escrituras y la historia de la salvación; entendida también como los cimientos de la actividad pastoral de la Iglesia y la vida de todo cristiano.
El Papa ha convertido a la misericordia en el tema central, no sólo de su “mensaje” en homilías, discursos y escritos; sino que también ha hecho de la misericordia la clave de su estilo pastoral e identidad sacerdotal: él visita a reclusos y refugiados, confiesa, abraza a los enfermos y discapacitados, levanta a los rescatados de la esclavitud y la prostitución forzada; y consuela a las mujeres que sufren a causa del aborto.
En todo esto, creo que el Papa Francisco nos muestra una forma nueva, resaltando un camino a seguir para la Iglesia en un mundo que se encuentra en un momento crítico de la historia.
La secularización y la descristianización son realidades dominantes en los países de América y en todo Occidente.
En mi opinión, esta es una gran prueba para la Iglesia aquí en nuestro continente. De hecho, no estoy seguro de que en la Iglesia hayamos entendido claramente hasta dónde la secularización y la descristianización constituyen una amenaza “existencial” para nuestras instituciones y las consciencias, incluso las almas, de nuestros fieles.
Hablo desde mi perspectiva en los Estados Unidos, pero creo que todos nosotros podemos estar de acuerdo en que las élites que gobiernan y modelan la dirección de nuestras sociedades están profundamente secularizadas y son hostiles a la religión, los valores religiosos y la cultura tradicional.
No vemos una persecución violenta en nuestras sociedades, como sí la sufren nuestros hermanos y hermanas en Medio Oriente, África y otros lugares. Pero en nuestros países sí vemos cada vez más a las élites usando todo el poder de la ley y las políticas públicas para imponer sus perspectivas y prioridades, que buscan negar los derechos y libertades de los que no están de acuerdo con ellas.
Estamos confrontados en nuestras sociedades con un “humanismo” poderoso y falso −un peligroso conjunto de creencias sobre lo que significa ser humano y lo que permitiría la felicidad y el florecimiento humanos. Esta falsa visión está enraizada en suposiciones materialistas y hedonistas que están completamente opuestas a la verdad revelada en la tradición cristiana−. Además, este falso humanismo es opuesto a la consideración de que la persona humana es creada a imagen de Dios y tiene como destino la santidad y la comunión.
Como ya dije, la Iglesia afronta una amenaza “existencial” en este nuevo ambiente post cristiano. ¿Cómo vivimos, amamos, trabajamos y creamos? ¿Cómo formamos a nuestras familias, educamos a nuestros hijos y cumplimos nuestra misión cristiana? ¿Cómo servimos a Dios en una “tierra extraña” que ve a la Iglesia, sus enseñanzas e instituciones como un enemigo mortal?[6]
Quiero sugerir nuevamente que el Papa Francisco nos está mostrando el camino a seguir.
Él nos muestra el camino para hacer de la misericordia el idioma de nuestra misión: un idioma que no sólo habla con palabras sino también con “obras”.
El testimonio siempre es más poderoso y más persuasivo que las palabras, como bien sabemos, pero esto se vuelve más crucial en una sociedad que niega la realidad de Dios, la relevancia de la fe y la libertad de consciencia. En una sociedad post cristiana, la misericordia −vivida a través de las obras del amor− se convierte en la mejor “prueba” de la presencia de Dios y su poder.
Por nuestro amor, ternura y alegría, atraemos a otros a la causa de nuestra alegría, a la persona de Jesucristo. Por nuestro amor y ternura hacemos que la misericordia de Dios sea una realidad para que nuestro prójimo pueda creer y entregarle su vida[7].
El Papa Francisco resalta que la misericordia no es una virtud pasiva, tampoco una estrategia “de defensa” de la Iglesia ante una cultura hostil. La misericordia es misionera, está conducida por un amor universal por la humanidad, por un deseo de salvación y liberación de la persona humana. La misericordia busca sacar a los hombres y mujeres de su soledad y llevarlos al encuentro de la hermandad con el Dios viviente.
El llamado de la misericordia requiere que los seguidores de Cristo ingresen en la realidad de aquellos que están quebrados y heridos: aquellos en nuestra sociedad que se sienten abandonados por la Iglesia y aquellos que se han alejado de Dios o son indiferentes a Él.
Cuando la misericordia se convierte en la perspectiva y la práctica fundamental del discípulo cristiano, comenzamos a ver el marco de una cultura completamente nueva. Una cultura del encuentro enraizada en la compasión −especialmente para los pobres y desposeídos, para los que están solos o han sido descartados en las “periferias”.
A través de nuestra práctica de la misericordia, encontramos al “otro” como a un hermano o hermana, uno que es como nosotros, un hijo o una hija de nuestro Padre en el cielo, un hijo creado a imagen y semejanza de Dios.
Nuestra práctica de la misericordia lleva a la transformación del entorno, ya que podemos comenzar a ver el mundo a través de los ojos misericordiosos de Cristo. Y así, podremos ver los inicios de una cultura del encuentro, que es la puerta de entrada a un nuevo mundo de fe, una ciudad de amor y verdad.
Este “nuevo mundo”, esta cultura del encuentro que buscamos en la misericordia, es muy diferente al mundo en el que hoy vivimos.
Hace casi una generación, San Juan Pablo II escribió: “La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia”.
El Papa Francisco cita estas palabras en su bula para este Año Santo[8]. Y, tristemente, creo que esta afirmación es aún más cierta ahora.
En un mundo en el que parece que la guerra y la violencia son constantes, que nos confronta diariamente con ejemplos trágicos de la pobreza espiritual y material, injusticia y sufrimiento humanos, muchos de nuestros hermanos no son capaces de encontrar “evidencia” de un Dios de misericordia o una “prueba” de que la creación es guiada por una mano amorosa.
Y así como en nuestro mundo la creencia en Dios se está desvaneciendo, la esperanza por la misericordia −incluso la misma idea de la misericordia− está desapareciendo de nuestra vida pública[9].
En mi país veo signos de esta desaparición todos los días. Hay una creciente frialdad de corazón, una retórica dura y temerosa en nuestros medios y nuestra política, una creciente imposibilidad de la gente común de tener empatía con la humanidad de los demás. Veo esto reflejado en el trato cruel de los refugiados y los inmigrantes indocumentados, en las deportaciones que rompen familias y dejan detenidos a mujeres y niños. Lo veo también en los debates sobre los programas sociales para los pobres y los sin techo, en los cada vez más severos castigos para los criminales y en las pobres condiciones de algunas de nuestras cárceles.
Y no creo que la desaparición de la compasión pública y la misericordia se limite sólo a los Estados Unidos. El Papa Francisco habla de la “globalización de la indiferencia”[10]. Es triste decirlo, pero creo que nos estamos convirtiendo en un mundo sin misericordia.
En estos tiempos, el Papa Francisco nos dice que nosotros −la Iglesia y cada uno de nosotros como seguidores de Cristo y discípulos misioneros− tiene que dar un “testimonio creíble de la misericordia”[11]. Y tiene razón. Sólo la misericordia es creíble en un mundo que ya no siente el calor de Dios o la caricia amable de su amor.
Uno de los signos proféticos de este pontificado es el testimonio de misericordia del Papa para con los criminales y presos. Como sabemos, en sus viajes a América −en los Estados Unidos, México y Bolivia− el Papa Francisco recordó este punto al visitar cárceles y hablar personalmente con los presos. Este es un testimonio hermoso y creíble de misericordia.
El Papa Francisco también ha pedido la abolición de la pena de muerte: una exhortación a la misericordia que es rica y que tiene posibilidades misioneras y evangélicas.
Al alentar a la misericordia para los condenados a muerte −aquellos a los que nuestra sociedad condena y considera indignos para vivir− el Papa da un poderoso testimonio de la verdad de que el perdón y la misericordia de Dios son para todos, de que no hay nada más allá del abrazo de su amor y la posibilidad de su redención.
De esta forma, abolir la pena de muerte se convierte en algo que va mucho más allá que un acto político. Se convierte en un hermoso testimonio del poder de la misericordia como la sanación espiritual para los hombres y mujeres que han perdido la esperanza en la posibilidad de la redención y que ya no creen que sus pecados pueden ser perdonados, o que incluso sus vidas pueden ser nuevamente “plenas” y “correctas”.
Se convierte en un testimonio de que la misericordia de Dios es más fuerte que todo mal y que no hay nadie que no pueda ser tocado por la misericordia de Dios y cambiado por su amor.
Quiero concluir poniendo como ejemplo a uno de nuestros santos más recientes: San Junípero Serra, el gran apóstol de California y uno de los héroes de la primera evangelización de América.
Pienso que el Papa Francisco ha hecho un regalo muy importante a la Iglesia Universal y especialmente a nosotros en el Continente Americano con la canonización de los tres misioneros que se mencionaron ayer: San Jose de Anchieta, Brazil. San Francisco de Laval, Canada y San Junípero Serra, Mexico y Estados Unidos.
Para nosotros en los Estados Unidos y especialmente en California, San Junípero es un gran intercesor y modelo en la obra de la nueva Evangelización y la misión de misericordia. San Junípero fue un verdadero misionero de misericordia. Defendió los derechos de las mujeres y los pueblos nativos. Fue voz de los que no tienen voz ni poder. También fue probablemente la primera persona en América que buscó detener una ejecución, apelando a la misericordia para un asesino condenado.
En uno de sus sermones, San Junípero dijo: “Dios es misericordia completa, completo amor y completa ternura para todos, incluso para los pecadores más desagradecidos… el Señor desea que todos lleguen a aquello para lo que Él nos ha creado compasivamente. Él anhela que podamos creer que Él es el camino, la verdad y la vida; y que podemos avanzar hacia la salvación que Él tiene para nosotros”[12].
Queridos amigos, esta es nuestra misión ahora.
Como los primeros misioneros de este continente, necesitamos proclamar la bella realidad de la compasión y la ternura de Dios. La feliz noticia de la misericordia y el amor completos de Dios, así como su deseo de que podamos encontrar la salvación que Él quiere para nosotros.
Que este Año Jubilar de la Misericordia nos renueve y nos dé un nuevo coraje para proclamar la Buena Nueva de que el amor de Dios es más fuerte que el mal y la muerte en el mundo de hoy, y que su misericordia puede encontrarse en la misericordia que mostremos unos con otros.
Que la Virgen de Guadalupe −Madre de Misericordia y Madre de la Nueva Evangelización− nos ayude a todos a ser discípulos misioneros y mensajeros de la misericordia divina.
Mons. José H. Gómez
Arzobispo de Los Ángeles, California.
Fuente: osservatoreromano.va.
[1] Ex. 33:19; Ef. 2:4; Lc 1:77–78; Mt. 5:7; Lc 6:36.
[2] Papa Francisco, Lumen Fidei, 17, 25; El nombre de Dios es Misericordia (Random House, 2016), 8, 15–16.
[3] El nombre de Dios es Misericordia, 11.
[4] Regina Caeli (30 de marzo 2008).
[5] Dives in Misericordia, 15.
[6] Salmo 137:4.
[7] Papa Francisco, Discurso a la asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (14 de octubre 2013).
[8]Dives in Misericordia, 2; Misericordiae Vultus, 11.
[9]Ver, Tuckness and Parrish, The Decline of Mercy in Public Life (Cambridge University, 2014).
[10]Evangelii Gaudium, 54.
[11]Misericordiae Vultus, 25.
[12]Beebe and Senkewicz, Junípero Serra: California, Indians, and the Transformation of a Missionary, 427.
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