El amor entre dos personas libres e irrepetibles no es un estado idílico de gozo, al contrario, pone a prueba el amor a uno mismo, inclinado naturalmente al egoísmo, para abrirse al amor por otra persona y para donarse a ella
Quisiera compartir con el lector algunas reflexiones sobre la pastoral matrimonial y familiar sirviéndome tanto de la pastoral puesta en práctica en mi diócesis de origen, Cracovia, por el cardenal Karol Wojtyla y de su maestro y predecesor, el obispo Jan Pietraszko, hoy siervo de Dios[1], como de mi experiencia personal de mujer casada.
San Juan Pablo II es conocido como autor de estudios filosóficos en los cuales ha desarrollado la antropología que él mismo llama antropología adecuada. Sin embargo se olvida a menudo que su reflexión filosófica estaba precedida y siempre acompañada por la labor pastoral con las persona reales. Desde los años cuarenta y hasta su elección como sucesor de Pedro ha cuidado la pastoral, al principio la de los jóvenes universitarios, después de sus familias, la cual ha constituido su “parroquia personal” sui generis, que él, como “auténtico párroco”, ha seguido hasta la muerte.
Es sabido que el pensamiento filosófico de Karol Wojtyla está centrado en el hombre, en la persona humana en relación con Dios y con las otras personas. Él mismo ha dicho que la persona humana en todas sus dimensiones era “el tema central de su actividad pastoral”[2]. En la introducción a Amor y responsabilidad subraya que el libro es “ante todo fruto de una continua comparación entre la doctrina y la vida”[3]. A la pastoral nacida de esta comparación la llamará pastoral adecuada por analogía con la antropología adecuada. Trataré de explicar brevemente este neologismo creado por mí. La antropología adecuada parte de la experiencia del hombre, buscando en ella las huellas de la presencia de Dios, para llevar así el hombre hacia el Señor. El punto de partida de la pastoral adecuada es en cambio la persona de Cristo y su enseñanza, a la luz de la cual el hombre comienza a comprenderse a sí mismo y, como consecuencia, se esfuerza por vivir como discípulo de Cristo. Ambas son “adecuadas” a la experiencia del hombre y a la enseñanza de Cristo transmitida por la Iglesia. Ambas se complementan y ayudan a guiar tanto el trabajo pastoral como el intelectual. Karol Wojtyla también se servía de las ciencias, sobre todo de la medicina y de la psicología, sin dejarse condicionar nunca por las encuestas sociológicas realizadas en clave antirreligiosa y, bajo el dictado del régimen ateo, presentadas de modo tendencioso. Ni se dejaba envolver por la causa comunista que trataba de imponer un modelo de matrimonio y familia, sino que se basaba sobre el sólido, inmutable, fundamento −la Palabra de Dios− y sobre el deseo del corazón del hombre inquieto mientras no encuentre alguien a quien amar y que a su vez sea capaz de amarlo.
La pastoral adecuada no es por lo tanto la traducción a la práctica de un proyecto elaborado sobre un escritorio, sino el fruto del trabajo continuo con personas concretas en el curso del cual el sacerdote, junto a las parejas que se aman, busca entender cuál es el proyecto de Dios sobre su matrimonio y su familia. La pastoral adecuada de don Karol Wojtyla se venía formando en el encuentro entre la verdad del Evangelio y la experiencia de los laicos casados. Han sido ellos −como él mismo reconoce− quienes le enseñaron a amar el amor humano y le han convencido de que el amor puro, el amor para siempre, es posible. Y me urge recordar cómo Juan Pablo II hasta el fin de su vida ha amado el amor humano y ha testimoniado la firme confianza de que el amor para siempre es posible. Esta certeza suya era contagiosa para los jóvenes sedientos de amor y decepcionados por los “maestros de la sospecha” que proclamaban la muerte del amor puro, la muerte del matrimonio y la familia.
El sacerdote y después cardenal Wojtyla y también Pietraszko sacerdote y obispo, participaban en toda la vida de los matrimonios y de sus familias, compartiendo con ellos las celebraciones litúrgicas y también las excursiones a la montaña y las fiestas familiares, compartiendo sus alegrías y sufrimientos, incluidos los momentos de crisis del matrimonio. Esta pastoral no era por tanto un rígido programa realizado sistemáticamente, cuanto más bien una actitud y una comunión amistosa de un pastor con los fieles, un intercambio de dones entre pastor y fieles que enriquecía a ambas partes. La pastoral adecuada se podría llamar también pastoral integral porque abrazaba, como he dicho, todas las vivencias de la vida matrimonial y familiar: alegrías, dificultades, victorias y derrotas, incluida la rotura del pacto matrimonial. Esta condivisión y comprensión vivida y meditada se refleja en los documentos del magisterio del santo pontífice. Basta releer la Familiaris Consortio, donde están presentes todos los problemas actuales de la familia; tan solo no se menciona el fenómeno de la ideología de género.
La pastoral adecuada no es tanto una teoría científica como una práctica que se realiza en el trabajo cotidiano, no es un modelo efímero que siga las modas culturales, porque tiene como fundamento la inmutable verdad evangélica y se apoya sobre la identidad cristiana de la persona humana, cuyo principal rasgo es la semejanza del hombre con Dios que se expresa en la relación de amor con Dios y con los otros hombres. Benedicto XVI explica con claridad y eficacia esta semejanza: “Dios es todo y solo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una gran soledad, sino que es sobre todo fuente inagotable de vida que se dona y se comunica sin cesar”[4].
Del mismo modo, el interminable donarse y comunicarse de los esposos es la manifestación de la impronta divina inscrita por el Creador que “incesantemente se dona y se comunica”. El sacerdote, buen pastor, debe siempre recordar a los jóvenes que el amor entre dos personas libres e irrepetibles no es un estado idílico de gozo, al contrario, pone a prueba el amor a uno mismo, inclinado naturalmente al egoísmo, para abrirse al amor por otra persona y para donarse a ella.
Esta realidad dinámica, Wojtyla la expresa poéticamente así: “El amor es un reto continuo. Dios mismo quizá nos reta a fin de que nosotros mismos desafiemos al destino”[5]. Y el obispo Pietraszko dirá: “Nunca ningún amor entre las personas es un estado de calmada posesión sino que es una pregunta continuamente repetida, una respuesta incesantemente esperada. Es una elección continuamente elegida. Una decisión continuamente tomada de aceptar como don una persona amada. [...] El amor brota de la libertad y la libertad propone todos los días la pregunta: ¿Qué puede elegir un hombre? [...] Al amor no le basta una sola pregunta. No le basta una sola respuesta: [...] continuamente, de distintas formas, dirá: ¿me amas tú?”[6].
La explicación de esta verdad constituía la primera lección del curso de preparación al matrimonio. Nuestros pastores de Cracovia nos han enseñado además que tal curso viene de lejos, es una larga formación, un largo proceso educativo que comienza en el momento en que los jóvenes están en condiciones de entender el concepto cristiano de persona humana y que la felicidad de los esposos está garantizada por el recíproco respeto de los derechos divinos de cada miembro de la comunidad esponsal. En la comunidad matrimonial y familiar no basta con respetar los derechos humanos, que hoy están tan de moda, pero que no tienen en consideración el derecho al amor y la dimensión espiritual de la persona.
Lo ha explicado de modo claro y convincente Jan Pietraszko. En su predicación a los universitarios recordaba que Dios, creando al hombre a su imagen, le ha dado tal dignidad que no puede convertirse en propiedad de nadie como cualquier objeto. Decía: “Nadie tiene derecho a tratar a otro hombre como objeto que se tiene, y hacerlo solamente en nombre propio, sino en aquella profunda intimidad que es propia del matrimonio. Nadie tiene el derecho de donarse a sí mismo, hasta en el amor más grande, unirse con otro tal como sucede en el matrimonio, solamente en nombre propio. Es Dios quien conduce una persona a través de otra, primero creándolas iguales en dignidad, iguales en todo. [...] es Dios quien ofrece un varón a una mujer como don propio. Así conduce a Eva hacia Adán y la da como don propio: una persona humana igual a Adán en dignidad y derechos”[7].
Cada vez que se celebra el sacramento del matrimonio, esta escena del Paraíso se repite, porque el marido y la mujer pertenecen por encima de todo a su Creador y sólo después uno al otro. Es lógico que Dios al término de la vida terrena pedirá cuentas a cada uno de los dos de qué ha hecho por Su criatura[8].
Consecuencia de esta visión del matrimonio es la consideración de las relaciones prematrimoniales como un tomar al otro a escondidas de Dios, sin su permiso, y de la infidelidad matrimonial como la indebida posesión de una persona que Dios ya ha dado a otra.
En el momento de la celebración del sacramento, Dios mismo entra en la comunidad de los esposos como tercera persona. Desde ahora en adelante Dios está siempre presente en la intimidad de los esposos, no como un intruso sino como el que todos los días viene en ayuda con su gracia. El carácter sacramental de la comunión matrimonial significa que los dos esposos encuentran la ayuda de la gracia de Dios, siempre fiel a su promesa (Fil 4,13). Dios sabe que el hombre “no puede ayudarse a sí mismo y tiene necesidad de ayuda” (Sab 13,16). El matrimonio cristiano es parte integral de la estructura sacramental de la Iglesia, de manera que no puede separarse de los otros sacramentos y sobre todo del bautismo, de la reconciliación y de la Eucaristía. El matrimonio sacramental hace que los esposos reciban también la ayuda de la comunidad eclesial a la que pertenecen como piedras vivas. Solo con la ayuda de Dios y de la Iglesia el hombre puede ser fiel a su promesa hasta la muerte. Solo con la ayuda de Dios y de la Iglesia la familia puede superar todas las crisis.
La unidad corporal y espiritual del hombre y de la mujer, llamada por Juan Pablo II “unidad de los dos”, está por su naturaleza abierto al futuro, incluido el futuro eterno. El amor de los esposos genera una irrepetible persona humana destinada a la vida eterna. Cuando esta verdad última viene negada, se cierra la vida en el tiempo y fácilmente se rechaza una nueva vida hasta incluso matar a un niño condenado, según esta lógica, a sufrir mucho y a morir pronto.
La pastoral adecuada realizada por Wojtyla y Pietraszko es posible incluso hoy, yo diría que más necesaria que nunca, porque aquellos que han decretado la muerte del matrimonio, y que parecen ser la mayoría (porque poseen la mayoría de los medios de comunicación) no escuchan el deseo del corazón inquieto de los hombres y de las mujeres, el mismo deseo que desde tiempos de Jesús hasta nuestros días habita en el corazón del hombre.
Chesterton ha dicho que no tenemos necesidad de una Iglesia que se mueva con el mundo pero sí de una Iglesia que mueve al mundo. Parafraseando estas palabras, podríamos decir que hoy las familias, las que están en crisis y las que son felices, no tienen necesidad de una pastoral adecuada al mundo pero sí de una pastoral adecuada a la enseñanza del que sabe qué es lo que desea el corazón del hombre.
El paradigma evangélico de esta pastoral lo veo en el diálogo de Jesús con la samaritana, del que emergen todos los elementos que caracterizan la actual situación de dificultad tanto de los esposos como de los sacerdotes dedicados a la pastoral. Cristo acepta hablar con una mujer que vive en pecado. Cristo no es capaz de odiar, es capaz solamente de amar y por tanto no condena a la samaritana sino que despierta el deseo originario de su corazón ofuscado en los actos de una vida desordenada. La perdona solamente después de que la mujer ha confesado que no tiene marido. Así el pasaje evangélico recuerda que Dios no dona su misericordia a quien no se la pide y que el reconocimiento del pecado y el deseo de conversión son condiciones necesarias para obtener misericordia. La misericordia no es nunca un don ofrecido a quien no lo quiere o no lo entiende, no es un producto en venta porque es poco requerido. La misericordia no puede estar separada de la justicia y de la verdad.
La pastoral adecuada requiere una adhesión profunda y convencida de los pastores a la verdad del sacramento. En el diario íntimo de Juan Pablo II, encontramos esta nota escrita en 1981, tercer año de su pontificado: “La falta de fe en la familia es la primera causa de la crisis de la familia”[9]. Se podría añadir que la falta de fe en la familia por parte de los pastores está entre las principales causas de las crisis de la pastoral familiar. Ésta no puede ignorar las dificultades pero no se debe detener en ellas y admitir la propia derrota. No puede adecuarse a la casuística de los fariseos modernos. Debe acoger a los samaritanos no para ocultar la verdad sobre su comportamiento sino para conducirles a la conversión. Debe mostrar la belleza de la unión matrimonial para que los jóvenes de hoy comprendan que es mejor casarse que vivir una efímera unión de hecho. La pastoral debe de modo claro transmitir el mensaje evangélico sobre el matrimonio y la familia, debe oponerse con coraje a quienes “molestan” a los fieles y “quieren pervertir el evangelio de Cristo” (Gal 1,7).
Los cristianos están hoy en una situación similar a la que se encontró Jesús, el cual a pesar de la dureza de corazón de sus contemporáneos ha repropuesto el modelo de matrimonio tal como Dios lo quiso al principio.
Una última consideración: tengo la impresión de que nosotros cristianos, laicos y sacerdotes, hablamos mucho de los matrimonios fracasados y poco de los matrimonios fieles, hablamos demasiado de la crisis de la familia pero poco del hecho de que la comunidad matrimonial y familiar asegura al hombre no solo la felicidad terrena sino también la eterna y es el lugar en el cual se realiza la vocación a la santidad de los laicos. De este modo se ensombrece el hecho de que, gracias a la presencia de Dios, la comunidad matrimonial y familiar no se limita a lo temporal sino que incluye lo supratemporal, porque cada uno de los esposos está destinado a la vida eterna y es llamado a vivir eternamente en la presencia de Dios, que ha creado a ambos y ha querido unirlos sellando Él mismo esta unión con el sacramento.
Espero vivamente que los padres sinodales recuerden la enseñanza y el testimonio de Juan Pablo II, para así transmitirla a las futuras generaciones. Espero finalmente que del Sínodo surgirá incluso la propuesta de que el santo pontífice sea proclamado Patrono de la Familia. ¿Quién mejor que él pude interceder por la familia de hoy y de mañana?
Luzmila Grygiel
Fuente: jp2madrid.org.
[1] Jan Pietraszko (1911-1988), carismatico cappellano degli universitari a Cracovia, che per primo ha elaborato il modello di pastorale dei giovani e delle famiglie, adottato anche da Karol Wojtyla, e ha educato due generazioni di intellettuali.
[2] Giovanni Paolo II con Vittorio Messori, “Varcare la soglia della speranza”, Arnoldo Mondatori Ed, Milano 1994, p.217.
[3] Karol Wojtyła, „Amore e responsabilità”, in: Tutte le opere filosofiche e saggi integrativi, a cura di Giovanni Reale e Tadeusz Styczeń, Milano, Città del Vaticano 2003, p.463.
[4] Angelus, 7 giugno 2009.
[5] “Bottega dell’Orefice”, in: Tutte le opere letterarie.p.849.
[6]Bp Jan Pietraszko, Otwarte Chrystusowe Serce. Medytacje pierwszopiątkowe, Wydawnictwo św. Stanisława, Kraków, p. 168.
[7]Bp Jan Pietraszko. Rok B, p. 309.
[8] Don Pietraszko suggerisce ai novelli sposi di rivolgersi a Dio con queste parole: “Ho condotto quest’uomo (donna) davanti a Te, perché Tu me lo (la) doni, perché soltanto dalla Tua mano posso prendere la Tua proprietà e soltanto per Tuo decreto lui (lei) può essere mio (mia)” ibid. p. 310.
[9] Cfr. Karol Wojtyła, Jan Paweł II, “Jestem bardzo w rękach Bożych, Notatki osobiste 1962-2003”, Wydawnictwo Znak, Kraków 2014, p.255.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |