Hemos sido llamados a la vida y nuestra libertad es una respuesta a Dios, quien nos convoca. ¿Cómo podemos vivir esta vocación?
En el ‘fiat’ de María y la obediencia de José descubrimos cómo hacerlo. En su “Hora”, Jesús le oró al Padre: “Hágase tu voluntad, y no la mía”. La familia está llamada a ser el lugar donde aprendemos e imitamos la entrega radical de Cristo, donde nos entregamos a la voluntad de Dios. Para vivir esta vocación, la familia necesita de otras familias y prácticas de oración y de celebración. La familia necesita una parroquia “amigable”.
Intervención del Autor en el Encuentro Mundial de las Familias (Filadelfia 2015).
“¿Qué llegará a ser este niño?”[1]. El nacimiento de Juan el Bautista fue envuelto en misterio y grandes expectativas. El hijo de padres mayores, tuvo mucho éxito al principio, predicando la conversión y reuniendo muchos discípulos. Pero si consideramos su vida entera según los cánones contemporáneos, fue un fracaso total. Pronto perdió la mayoría de sus discípulos, que siguieron a Jesucristo. Al poco tiempo le mandaron a la cárcel por juzgar los “asunto privados” del rey. Al final fue decapitado, y le recordaron solamente un pequeño grupo de discípulos. Su cabeza fue solo el premio de un baile[2]. ¿La vida de Juan fue un fracaso total?
Sin embargo, Jesús dijo de Juan que era el más gran de entre los nacidos de mujer[3]. La paradoja de la vida de San Juan Bautista nos ayuda a hacer la pregunta esencial de nuestra existencia: ¿Qué es lo que hace grande nuestra vida?[4]
En la vida de Jesús descubrimos su ofrenda total al Padre: “Que no se haga mi voluntad sino la tuya”[5]. A través de su entrega radical, su confianza y obediencia totales, demostró el amor más grande. “Nadie tiene amor más grande que dar la vida por los amigos”[6].
Nos interesa analizar el significado de “entrega radical” como el camino de cada persona humana hacia una existencia totalmente viva, hacia la verdadera felicidad[7]. Nuestra hipótesis será que un entendimiento correcto de entrega radical solo es posible a la luz de las palabras decisivas del Concilio Vaticano II, tan queridas por San Juan Pablo II, «el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás»[8].
Según nuestro mundo contemporáneo, la realización humana es una cosa muy distinta. Estamos verdaderamente vivos cuando somos independientes, autónomos, cuando no estamos bajo la autoridad de nuestros padres. En nuestro siglo la felicidad significa autonomía y auto-determinación. El hombre plenamente feliz es el que tiene éxito, el que consigue una vida sana, rica y confortable. De otro modo, será un perdedor, como San Juan Bautista. Por otro lado, para conseguir este éxito y auto-suficiencia, depende solo de sí mismo: si de verdad lo quiere, será una cuestión de la voluntad. Lo único que hace falta es querer hacerlo. Y en la vida del Bautista, no encontramos fuerza de voluntad sino obediencia filial a su vocación.
En contra del ideal moderno de la felicidad, podemos objetar que es imposible y además indeseable. Para empezar, nadie puede ser completamente independiente. No somos islas, sino redes con muchas conexiones. Nacimos de nuestros padres en un estado de necesidad y debilidad absolutas y envejeceremos y dependeremos de nuestros hijos y cuidadores. Pero aún cuando somos jóvenes y fuertes, nuestra libertad nunca es absoluta, sino que tiene muchas condiciones. Hay muchas cosas en nuestras vidas que no hemos elegido: nuestro origen, nuestro cuerpo, nuestro sexo, nuestros padres y hermanos, nuestro nombre, nuestra educación, la gente con quien nos encontramos...
Podemos aceptar estos límites a nuestra libertad y adoptar una actitud hedonista. Pero si intentamos disfrutar una vida cómoda lo máximo posible, nos daremos cuenta que no puede durar mucho en el tiempo. También habrá que aceptar que este estilo de vida está al alcance de un grupo muy pequeño, los pocos que tienen la suerte de nacer en una familia y país bonitos. El ideal de una vida independiente y placentera es solo una ilusión.
Nuestra segunda objeción va a la misma raíz del estándar contemporáneo de la felicidad. Dejando de un lado la posibilidad o no de la autonomía, la verdadera pregunta es: ¿es de verdad deseable? Narciso no era un tipo feliz, sino un enfermo ansioso. ¿De verdad queremos vivir como islas, aislados pero independientes? El infierno descrito por C.S. Lewis en El Gran Divorcio es un sitio de una gran autonomía, pero de enorme tristeza y miedo. El mito narcisista de la independencia no es un verdadero camino de plenitud. La verdadera felicidad viene del amor, y los que se quieren no son independientes, sino que se regocijan en su aumentada dependencia el uno del otro que crece con el tiempo[9].
Si nuestra autonomía radical y una vida cómoda no son la meta de nuestra existencia, ¿qué es lo que dará grandeza a nuestra vida? ¿Qué es lo que aporta grandeza y grandiosidad a nuestra vida? Como el papa Francisco explicó en su primera encíclica, “La convicción de una fe que hace grande y plena la vida, centrada en Cristo y en la fuerza de su gracia, animaba la misión de los primeros cristianos”[10]. Desde el principio, los discípulos de Jesús sabían que nuestra fe en Cristo aporta grandiosidad a nuestras vidas. La misma visión fue propuesta por Benedicto XVI en las primeras líneas de su primera encíclica. Ser cristiano es “el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”[11]. Cuando cultivamos una relación personal con Jesucristo, nuestra vida-nuestro trabajo, nuestro horario, nuestra familia... recibe nueva luz y significado/sentido.
La meta de nuestra existencia −este horizonte nuevo y dirección decisiva− fue revelado por Cristo cuando rezó al padre: “para que todos sean uno...como nosotros somos uno”[12]. Como explica Gaudium et Spes, Jesús revela una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. El ser humano ha sido creado para vivir en comunión con Dios a través de la comunión de personas que es la familia.
“¿Qué llegará a ser este niño?”[13] El camino de Jesús, como el camino de Juan el Baptista, empieza con un bebé que está siendo acunado por su madre. El principio de la vida es nuestro abandono total en brazos de nuestros padres. El punto de arranque de una persona totalmente viva es el reconocimiento y aceptación de ser niño: un hijo o una hija. Antes de que hagamos nada, antes incluso de nuestra entrega, somos aceptados y amados incondicionalmente por nuestros padres. Somos abrazados antes de que podamos abrazar, nos hablan antes de que podamos hablar, pertenecemos antes de que podamos poseer. Recibimos un apellido antes de recibir un nombre. Venimos del amor de nuestros padres y del amor de Dios[14].
¿Qué poseemos que no hayamos recibido?[15] El primer paso de nuestra “entrega radical” consiste en reconocer una presencia amorosa que sostiene nuestra vida y nos llama a la gratitud radical. Si no nos llenamos de asombro y gratitud como un niño, no podemos ser plenamente felices.
En el origen de nuestras vidas no descubrimos nuestro poder, nuestros actos ni nuestras mentes, sino una palabra de Dios. Goethe describió la sorpresa y el escándalo de esta revelación. Cuando Fausto lee el prólogo del evangelio de San Juan, no lo puede aceptar. Rechaza el Logos que fue en el principio. Preferiría encontrar allí su propio poder, su propia acción. Pero la divina revelación nos demuestra lo que había en el principio. Antes de que digamos nada, recibimos la Palabra de Dios, nuestra vocación en Cristo. No hemos sido lanzados a la existencia, hemos sido llamados por alguien. “No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”[16].
Si volvemos a mirar al nacimiento de San Juan Bautista podemos entender esta verdad radical. El hijo de Isabel y Zacarías no será llamado como su padre, como se esperaba. Será “Juan”, que significa “don de la gracia de Dios”. En el nombre, dado por el padre, descubrimos su identidad y su misión. Nuestro nombre revela que nuestro futuro no depende solamente de nuestra voluntad y libertad, sino que depende de una presencia que nos precede. “Y ahora, así habla el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó, Israel: No temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú me perteneces”[17].
La teología bíblica del nombre está profundamente vinculada a la teología de la vocación. Cuando Dios llama a alguien por su nombre, él contesta manifestando su presencia y disponibilidad ante el Señor. ¡Adsum! Esto es el caso, por ejemplo, de Samuel: “Aquí estoy, porque me has llamado... Habla, que tu siervo escucha”[18]. Esto fue también la respuesta de María: “Aquí está la esclava del Señor”[19]. Encontramos lo contrario en el caso de Adán, que se escondió cuando Dios le llamó[20]. No quería comprometerse, sino quedarse al margen como observador anónimo. Esta llamada no es sólo para los que son elegidos para una misión especial. Cada ser humano que nace entra en el mundo gritando: “¡Adsum! Aquí estoy”[21].
Por lo tanto, el principio de nuestro camino como discípulos de Cristo será la aceptación gozosa de nuestra dependencia radical de Dios. Aun cuando no nos guste depender de otros, la dependencia es una dimensión muy importante de nuestras vidas y de nuestra sociedad. No estamos hablando de la dependencia de los irresponsables, sino la conciencia responsable de nuestra permanente dependencia unos de otros. Como Nicodemo, cada persona está llamada a nacer de nuevo y reconocerse como hijo.
Alasdair McIntyre ha explicado con claridad la importancia de lo que él llama los “virtudes de dependencia reconocida”[22]. Necesitamos ejercer las virtudes de recibir además de las virtudes de dar. Necesitamos aceptar que es bueno depender, ser vulnerable. La presencia de una madre es un testigo permanente y recuerdo de esto. Como ha dicho el papa Francisco recientemente, “las madres son el antídoto más fuerte ante la difusión del individualismo egoísta”[23] porque nos recuerdan siempre de nuestra dependencia original.
Finalmente, la aceptación de nuestra presencia en el mundo como hijos trae una profunda paz y serenidad a nuestras vidas. Nuestra entrega será siempre una respuesta al don de la vida. Como primer paso, nuestra gratitud radical nos ayuda a superar la tentación del egoísmo, que a veces está presente en nuestro entendimiento de “entrega radical”.
Cristo, el Hijo, llegará a ser el Esposo a través del don de su vida en la cruz. Su ofrenda radical será posible por su crecimiento en gracia, edad, sabiduría y gratitud en Nazaret. Durante casi treinta años, Cristo, el niño y el joven, se sometió a sus padres en obediencia. El Espíritu Santo estaba moldeando su corazón, en colaboración con María y José. Podríamos describir este tiempo como el de la transición del Fiat de María y José, al Fiat de Jesús. El futuro don radical del Hijo de Dios se preparó con paciencia en el tiempo del taller de Nazaret. El Espíritu Santo estaba trabajando como el herrero del corazón humano de Jesús.
“Que no se haga mi voluntad sino la tuya”. La obediencia de Jesús es el fruto de un largo camino de preparación. Si examinamos su entrega radical al Padre, descubrimos que era el don de sí total, confiado y fecundo.
Primero, sus palabras revelan su compromiso total de vida, una vez por todas. Jesús no guarda nada para sí. Sabe que le van a matar, y por amor, lo acepta. No pone límites ni condiciones a su ofrenda. Como dice Karol Wojtyla, “si restamos del amor la plenitud de auto-entrega/entrega de sí, la totalidad del compromiso personal, lo que queda será un rechazo y una negación total de ello. Restar de esta forma, llevado a su conclusión, lleva a lo que llamamos prostitución”[24]. Jesús es el grano de trigo que cae en la tierra y muere[25].
Segundo, en las palabras de Jesús descubrimos el don de sí seguro y confiado. No se entrega porque no aprecia la belleza de su vida o porque desea morir. Jesús ofrece todo al Padre porque conoce su amor fiel: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”[26]. El fundamento de su entrega radical es su confianza en el Padre. Su entrega radical no es un salto al vacío. Tiene buenas razones para confiar en su Padre y encomendar su vida en sus manos. La confianza de Jesús tiene ojos. Él sabe en quién se ha puesto su confianza[27].
Tercero, la obediencia de Jesús al Padre es fecunda. Cristo subirá a la Cruz “por nosotros y por nuestra salvación”. Cada ser humano está presente en su entrega radical. “Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad”[28]. Jesús se ofrece al Padre por nosotros. En su corazón, amor a Dios y amor al prójimo son íntimamente unidos.
Por lo tanto, nuestra entrega radical no está llamada a ser un nexo íntimo solo con Dios, ni una devoción solitaria y egoísta. “la luz de la fe ilumina todas nuestras relaciones humanas”[29]. Soy siempre “algo de alguien”: hijo de mis padres, hermano de mis hermanos, marido de mi mujer, etc. Dios me ha dado padres, hermanos, amigos, esposo, hijos, y quiere hablar a través de ellos. Revela su gloria en estas relaciones[30]. Esta unión entre Dios y mi familia se puede considerar “la prueba de algodón” de una entrega radical sana. Mi devoción a Dios está llamada a sanar y fortalecer las relaciones en la familia.
Podemos contemplar la obediencia de Jesús al Padre como el testimonio supremo. Cuando Jesús fue llevado al Sanedrín, fue condenado por llamarse Hijo de Dios. San Juan explica que, mientras predicaba, los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios[31]. La misión de Jesús, la razón de ser de su don total de sí, será revelar al mundo el increíble amor de Dios, que es nuestro Padre. Esto será su testimonio radical: “Abba, Padre”[32].
La respuesta del Padre a la entrega de Cristo será la Resurrección de los muertos. “Pues no has de abandonar mi alma al Seol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa”[33]. Después de su Ascensión, los apóstoles recibirán el Espíritu Santo. En la poderosa acción del “Espíritu de Jesús” en los discípulos, reconocemos las primicias de la muerte y resurrección de Cristo.
Los Hechos de los Apóstoles describen la fecundidad de la vida Cristo. Su entrega y testimonio radical han transformado las vidas de sus discípulos. La acción del Espíritu en sus corazones se hace visible en su valentía y gozo radicales. Ya no tienen miedo de hablar ni de ser perseguidos.
La valentía radical es la consecuencia natural de nuestra gratitud y entrega radicales. Cuando hablamos de la “entrega” en nuestra vida, no estamos proponiendo un camino de mediocridad o de cobardía. La vida cristiana es una guerra espiritual contra el mal en nuestro corazón, no se nos invita a tirar la toalla ni a entregarnos al enemigo de nuestra esperanza. La entrega radical no es una negación de nuestra libertad ni de nuestra valentía, ni una invitación al derrotismo ni la sumisión de un esclavo a la voluntad de Dios.
Llenos del Espíritu Santo, los apóstoles se entregaron al Señor, es decir, confiaron en él y así lograron ser verdaderamente libres y valientes. El Espíritu del Señor transformó sus corazones y les llenó de amor divino. San Pedro y San Juan fueron capaces de entregarse como niños pequeños y luchar como soldados de Cristo. En el corazón cristiano de los apóstoles, la verdadera humildad y grandeza de corazón abundan y nacen de la misma raíz.
El misterio de Jesús ilumina el misterio del hombre. El camino de Jesús es el camino de cada ser humano a la felicidad. De la gratitud y dependencia radicales, estamos llamados al don de sí radical, a dar testimonio radical del amor de Dios. Estamos llamados a reconocernos hijos, a llegar a ser esposos y a ver el fruto de nuestras vidas como padres.
Siguiendo el ejemplo de la familia de Nazaret, donde Jesús creció y aprendió, cada familia se convierte en una escuela de gratitud y entrega radicales: la escuela del amor hermoso.
Como dice Benedicto XVI, la familia es el “espacio humano de nuestro encuentro con Dios”[34]. Es el lugar elegido por Dios para encontrarse con nosotros. En las relaciones con nuestra familia aprendemos virtudes humanas y oración divina, llegamos a ser plenamente humanos y divinos.
Vemos brevemente cómo la familia nos enseña entrega radical y el don de sí total.
a. Aceptación y dependencia radicales como hijos
La familia es el primer lugar donde experimentamos el asombro y nos ofrece oportunidades permanentes para recuperarlo. Este temor reverencial nos ayuda a ser agradecidos y sorprendidos por la vida.
En la familia podemos aprender la aceptación radical. Los padres aman y aceptan a su hijo antes de saber si va a ser niño o niña, sano o enfermo... Aman a su bebé sin excepciones ni condiciones. La familia es el lugar donde experimentamos esta aceptación radical. En el trabajo, sabemos que nos contratarán o nos despedirán según nuestras acciones y talentos, solo en la familia nos aman como somos. Esta es la primera fuente de la gratitud.
En segundo lugar, la familia nos enseña también pertenencia y dependencia radicales. Cuando entramos en el mundo, éramos un ser totalmente dependiente. No nos morimos porque nuestros padres nos protegieron y nos salvaron de la muerte varias veces. Estábamos a salvo porque les pertenecíamos. Es interesante ver cómo la familia nos enseña la prioridad de la comunidad. Antes de tener un nombre, ya teníamos un apellido. Primero éramos miembros de nuestra familia, y después recibimos nuestra identidad personal[35].
b. Don radical como esposos
La familia es donde aprendemos a dar y recibir, a obedecer a nuestros padres y compartir con nuestros hermanos. San Juan Pablo II se acuerda de sus años en casa con su padre como su primer seminario, el principio de su preparación para el sacerdocio[36]. Podemos considerar la vida en familia como el punto de arranque de nuestra preparación al matrimonio.
Nuestra preparación a los sacramentos de matrimonio y orden sacerdotal no pueden ocurrir en unos pocos meses o años, o peor aún, en un fin de semana. Si consideramos la santidad de estas dos vocaciones, las expectativas que el Señor tiene para cada sacerdote y esposo y esposa, no podemos llegar tan tarde. Tenemos que ver la vida de familia como el primer seminario y la primera escuela de preparación para el matrimonio de los hijos.
Debemos reconsiderar esta paradoja. La iglesia católica ha recibido el mejor mensaje sobre el misterio de la sexualidad y el amor (las profundas reflexiones de San Juan Pablo II sobre la teología del cuerpo y el sacerdocio) pero siempre habla demasiado tarde y demasiado poco.
Pero la paradoja (o en este caso, la contradicción) es aún más grande cuando vemos lo que pasa después de la boda y la ordenación del sacerdote. Sabemos que estos dos sacramentos son el fruto precioso del árbol de la cruz. Sabemos que nos transforman y son un nuevo comienzo en nuestras vidas. Sin embargo, tan pronto como alguien recibe uno de estos sacramentos, después de una celebración hermosa, nos olvidamos de ello. Estamos llamados a ver los sacramentos como puntos de partida en nuestras vidas. En cada parroquia deberíamos preguntarnos cómo acompañamos a cada matrimonio después de la boda y a cada sacerdote después de la ordenación.
c. Testimonio radical
Siguiendo el ejemplo de Jesús, los esposos católicos revelan y hacen presente en el mundo el amor de Cristo a su Iglesia. Este es el fruto de la gracia prometido por Cristo. El don del Espíritu Santo transforma los corazones de los esposos y les hace capaces de amarse con el amor de Cristo.
Igual que los discípulos después de la resurrección, los esposos reciben una misión abrumadora. ¿Cómo puedo amar a mi esposo todos los días de mi vida con el mismo amor de Jesús? Por el don del Espíritu Santo, las vidas de los esposos entran en una nueva dimensión, la dimensión de la gracia. En tanto esta dimensión no es algo que es elegido por los esposos sino por Dios mismo, encontramos una sensación sana de estar abrumados por la misión. En algunas ocasiones, es bueno que los esposos se dan cuenta que la misión va más allá que sus capacidades. Esta es una misión divina. La vocación de Dios es más grande que nuestros proyectos.
En estos momentos de crecimiento, los esposos están llamados a entregarse a Dios y a aceptar la responsabilidad de su misión. Sin Él, no pueden construir su familia sobre la roca. Necesitan la gracia del Espíritu, que día a día les ensanchará el corazón[37].
Sabemos que, igual que nos entregamos a Dios, también tenemos que entregarnos a nuestro esposo. La unión esponsal no es solamente un contrato humano entre dos personas sino el mejor don de Dios para cada esposo. Entregarse significa aceptar el esposo como el mejor don de Dios y trabajar duro para crecer en gratitud y luchar contra cualquier deseo de quejarse.
La entrega radical de los esposos incluye su futuro. En su promesa ante Dios, los esposos aceptan su futuro compartido sin condiciones. Sus votos/promesas son tan valientes que aceptan la posibilidad de una muerte inesperada de su esposo, una enfermedad crónica, una enfermedad mental e incluso una traición o abandono. En su compromiso total manifiestan la promesa de Dios a nosotros: “Estaré contigo siempre, hagas que lo que hagas, vayas donde vayas. Jamás te abandonaré”.
En estos breves comentarios descubrimos la riqueza de la familia como lugar de humanización y divinización. No vemos la familia como una entidad enferma, o un mero objeto que necesitamos proteger y salvar. La familia es un recurso enorme y un agente poderoso de evangelización[38]. La familia fundada en el sacramento del matrimonio es actuación particular a la Iglesia, comunidad salvada y salvadora, evangelizada y evangelizadora[39]. Si esto es verdad, toda la Iglesia −y por ende cada parroquia− está llamada a ser una comunidad abierta a la familia, apoyando y animando a cada familia en su misión.
Al final de nuestras reflexiones, queremos hablar brevemente del camino hacia el descubrimiento de nuestra vocación, según la voluntad de Dios. En la familia −el mejor ministerio vocacional− aprendemos a descubrir nuestra vocación. ¿Cómo se convierte un niño en esposo y padre?
La pregunta del proceso de discernimiento es muy importante. No estamos preguntando sobre mis sentimientos ni emociones, habilidades, ni mucho menos mi conveniencia. Las preguntas grandes durante el tiempo de discernimiento serán: ¿Qué aporta grandeza y plenitud a mi vida? ¿Dónde puedo encontrar la mejor forma para entregarme a Dios y mi prójimo?
Si queremos contestar estas preguntas y descubrir la voluntad de Dios para nosotros, necesitamos mirar la vida de Cristo, y especialmente la presencia de su madre y maestra, María. Ella puede ser el modelo a seguir en el camino del discernimiento. Cuando la imitamos, cumplimos el plan para el que fuimos creados.
Mirando a María podemos descubrir algunas prácticas que nos pueden ayudar a generar en nosotros la disposición para el don radical, la entrega radical al Señor.
a. Las palabras de María
Las palabras de María en Nazaret nos ayudan a purificar el corazón. María siempre busca hacer la voluntad de Dios, no lo que le agrada a ella. En su diálogo con Gabriel, recibe el anuncio sin condiciones. A diferencia de Zacarías, ella entra inmediatamente en una misión que sobrepasa sus habilidades. No está simplemente “abierta” a la voluntad de Dios: su oración es radical: “He aquí... Hágase a mí”. Ser abierta a seguir la voluntad de Dios no es suficiente. Imitando a María, necesito manifestar mi disponibilidad y mi obediencia, cada día.
Una primera práctica que puede ayudar a los que se están en proceso de discernimiento de la voluntad de Dios es la repetición y meditación diarias de las palabras de María. Si queremos ser proactivos y preguntárselo al Señor, podemos encontrar luz en el Fiat (el Ángelus) y el Magnificat. En un sentido podríamos decir que hemos sido creados para proclamar a diario la grandeza del Señor en nuestra debilidad y pobreza. La oración del Ángelus forjará en nosotros la buena disposición para aceptar la venida de Dios en nuestras vidas: Hágase en mí según tu palabra.
b. Mediaciones
Cuando Dios quería hablar con María, mandó mensajeros. Envió su arcángel Gabriel a Nazaret. Más tarde, mandó sueños a San José. María aprendió a entender la voz de Dios por medio de la mediación de un ángel o a través de los sueños de su esposo.
Dios habla a través de las mediaciones. Cuando queremos ofrecer nuestra entrega radical al Señor, puede que queramos oír voces claras, o encontrar la voluntad de Dios en la soledad de nuestra oración personal. María nos recuerda que muchas veces Dios habla con nosotros en la familia, o a través de nuestro director espiritual. Para discernir bien necesitamos confiar en alguien que nos ayudará a elegir lo que es más perfecto y da más gloria a Dios. Encontramos ejemplos de estas mediaciones en San Juan Pablo II y el papa Francisco. En el primer caso, algunas familias ayudaron al estudiante y trabajador polaco y tuvieron un papel decisivo en su vocación. En el caso del papa Francisco, fue un sacerdote desconocido quien le ayudó con una confesión.
c. El siguiente paso
La vida de María es un peregrinaje en la fe. Gabriel no le contó todo, solo el primer paso: “Serás la madre de Dios”. A lo largo de toda su vida, a María solo se le dijo cuál era el siguiente paso. Por el gobernador romano sabía que tenían que ir a Belén, por los sueños de José entendió que deberían escapar a Egipto y luego volver.
Dios no nos abruma con nuestra vida entera, nos revela nuestra misión poco a poco. En el discernimiento necesitamos mucha paciencia. Muchas veces queremos que Dios nos lo cuente todo, aquí y ahora. María nos enseña a mirar el siguiente paso: el siguiente paso puede ser una visita a una comunidad, empezar la dirección espiritual, o asistir a un retiro espiritual. El Señor nos invita a este peregrinaje de fe junto con María.
d. Un camino de promesas
En su itinerario de siguientes pasos, María creció en obediencia y aceptación de la voluntad de Dios, hasta su entrega total al pie de la cruz. En el tiempo de discernimiento necesitamos tomar decisiones, para crecer poco a poco en obediencia y gratitud. En este proceso, estamos invitados a hacer pequeños promesas al Señor: “No sé cuál es tu voluntad sobre toda mi vida, Señor, pero sí sé que me quieres liberar de tal o cual esclavitud. Por lo tanto prometo...”. A través de estas promesas, empiezo a ofrecer al Señor mi pasado, mi presente y mi futuro.
Nuestra entrega radical al Señor en nuestra vocación será la promesa más grande de nuestra vida: votos de matrimonio, votos religiosos de perfección o la promesa de la ordenación sacerdotal. Estas promesas enormes necesitan preparación. Como el de María, nuestro camino de discernimiento está llamado a ser un itinerario de promesas.
“¿Qué llegará a ser este niño?” Porque la mano del Señor estaba con él[40].
Nadie es más grande que San Juan Bautista. Su vida −transformada desde el principio por la presencia de María y Jesús− fue plenamente viva. Cuando estuvo todavía en el vientre de su madre Isabel, el Bautista ya fue capaz de reconocer la visita de su Señor. San Juan demuestra que la verdad de la familia y la verdad de Cristo son una sola. Proclamó a Jesucristo el Esposo que viene a esposarse con el nuevo pueblo de Israel, la Santa Iglesia. Al mismo tiempo, amonestó el rey por su unión ilícita con la mujer de su hermano. Necesitamos nuevos “Juanes el Bautista”, apóstoles valientes, dispuestos a defender la verdad de Jesucristo, la sacralidad de la vida y la belleza del matrimonio.
San Juan murió por la verdad del matrimonio y como mártir de Cristo. En su entrega radical al Señor, encontramos un ejemplo de la invitación del papa Francisco a unir misericordia y verdad. No escondió la verdad a Herodes, sino que habló con misericordia hasta el punto que al rey le gustaba escucharle y le temía, sabiendo que era un hombre recto y santo[41]. “Os digo: Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan”[42].
P. Luis Granados, dcjm.
Vicepresidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre matrimonio y familia
Fuente: jp2madrid.org.
[1]Lc 1,66.
[2]“His head was the prize for a dance” was the sign displayed by St. John Vianney in the chapel he dedicated to St. John the Baptist in Ars, France.
[3] “Os digo: Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él” (Lc 7,28).
[4]This is the great question of the youth, according to Benedict XVI in his Message for the 26th World Youth Day in Madrid (2011): “The years of our youth are also a time when we are seeking to get the most out of life. When I think back on that time, I remember above all that we were not willing to settle for a conventional middle-class life. We wanted something great, something new. We wanted to discover life itself, in all its grandeur and beauty”.
[5]Lc 22,42.
[6]Jn 15,13.
[7]About the path of “radical surrender”, see for example: C. DE LA COLOMBIERE – FR. SAINT-JURE, Trustful Surrender to Divine Providence: The Secret of Peace and Happiness (Tan Books, 1984); J.P. DE CAUSSADE, Self-Abandonment to Divine Providence (Tan Books, 1959); ST. THERESE OF LISIEUX, Story of a Soul: The Autobiography of St. Therese of Lisieux (ICS Pub., 1996); M. NAJIM, Radical Surrender: Letters to Seminarians (Institute for Priestly Formation, 2009); L. RICHARDS, Surrender! The Life Changing Power of Doing God’s Will (Our Sunday Visitor, 2011).
[8]Gaudium et Spes, 24.
[9]The kind of love proposed by this contemporary ideal of autonomy is a “liquid love”, in which all our human bonds are just the fruit of our free decision and they can always be dissolved. See Z. BAUMAN, Liquid Love: On the Frailty of Human Bonds (Polity, 2003).
[10] FRANCISCO, Lumen Fidei, 5.
[11] BENEDICTO XVI, Deus Caritas Est, 1.
[12]Jn 17,21-22.
[13]Lc 1,66.
[14]On this point see C. ANDERSON – J. GRANADOS, Called To Love. Approaching John Paul II ́s Theology of The Body, Doubleday 2009, 19-37.
[15] 1 Cor 4,7.
[16] BENEDICTO XVI, Homilía, 24 abril 2005.
[17] Is 43,1.
[18] 1 Sam 3,8-10.
[19] Lc 1,38.
[20] Gen 3,9-10.
[21] Sobre esta cuestión, ver las reflexiones de Emanuel Mounier. Ver, por ejemplo: Manifeste au service du personnalisme (1936), Editions du Seuil, 2000; Revolution personnaliste et communautaire (1935), Paris: Editions du Seuil, 2000.
[22] See A. MACINTYRE, Dependent rational Animals. Why Human Beings Need the Virtues, Open Court: Chicago 1999, 119-122.
[23] FRANCISCO, Audiencia general, 7 enero 2015.
[24]KAROL WOJTYLA, Love and Responsibility, 129.
[25]Jn 12,24.
[26]Lc 23,46.
[27]See 2 Tim 1,12.
[28]Jn 17,19.
[29]FRANCISCO, Lumen Fidei, 32. “Persons always live in relationship. We comefrom others, we belong to others, and our lives are enlarged by our encounter with others” (Lumen Fidei, 38). This is a very important guideline of the Encyclical letter. See also: Lumen Fidei, 42, 50-51.
[30]Mary Eberstadt has described accurately the intimate connection between the struggles of the family and the absence and rejection of God in our society. They are part of the same problem. See M. EBERSTADT, How the West Really Lost God: A New Theory of Secularization, Templeton Press 2013.
[31]Jn 5,18.
[32]Mc 14,36.
[33]Sal 16,10.
[34]BENEDICTO XVI, Address, 1 December 2011.
[35]Our family helps us to understand properly the relationship between freedom and nature. Only in the community of the family and society we can be truly free, and not just isolated or autonomous beings.
[36] Ver SAN.JUAN PABLO II, Don y Misterio.
[37]Ver Sal 119,32.
[38]An interesting explanation of the spirituality of the family and its mission in the new evangelization can be found in: J.GRANADOS – J. NORIEGA, Betania, una casa para el amigo. Pilares de espiritualidad familiar, Didaskalos, Burgos 2010.
[39] BENEDICTO XVI, Alocución, 1 diciembre 2011.
[40] Lc 1,66.
[41] Ver Mc 6,20.
[42] Lc 7,28.
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