Obispo auxiliar de Valencia.
Ponencia en Diálogos de Teología de con motivo del año sacerdotal
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Ponencias Diálogos Año sacerdotal, 2010:
* * *
Esta ponencia ha sido publicada en
AA VV, “Cuatro figuras sacerdotales”,
(Edicep, Valencia 2010), pp. 49-56.
(ISBN: 978-84-9925-034-2)
1. Por sus frutos los conoceréis
Sin duda alguna, hay muchos sacerdotes en la diócesis que tendrían más datos que yo para presentar la figura de D. Eladio España, pues todavía viven muchos que le conocieron personalmente bien porque fue superior suyo en el Real Colegio-Seminario del Corpus Christi o porque habitualmente era su confesor. Tengo que reconocer que yo no llegué a conocerlo personalmente. Las primeras noticias que recuerdo sobre él se remontan al año 1976, cuando ingresaron en el seminario dos condiscípulos míos que en algún momento de su vida se confesaron con él. Los dos coincidían a la hora de expresar los sentimientos que se despertaban en ellos cada vez que celebraban el sacramento de la penitencia: descubrían en D. Eladio una claridad en ayudarles a descubrir las exigencias de la vida cristiana y, al mismo tiempo, una gran paz en su interior y un deseo de volver a hablar con él. De su vida personal, ninguno de los dos me ha podido aportar ningún detalle.
La lectura de un libro publicado recientemente sobre su vida[1] me ha confirmado en estas impresiones: lo primero que llama la atención en los testimonios recogidos en él son las pocas noticias sobre su vida personal, sobre las actividades pastorales que pudiera realizar al margen de su dedicación al sacramento de la Penitencia y al Colegio del Patriarca. Tampoco tenemos referencias de sus homilías y tengo la sensación de que no se conservan escritos suyos que puedan ser relevantes en su proceso de beatificación. Es algo paradójico el que se conozcan tan pocos detalles de la vida personal de alguien que está en proceso de beatificación: ¿Significa esto que no hay datos para probar que estamos ante un sacerdote que vivió un auténtico camino de santidad?
Desde mi punto de vista creo que el libro pone de manifiesto algunos rasgos de su persona y de su vida que nos llevan a pensar que la Iglesia puede llegar un día a reconocer de un modo solemne y público que en la vida sacerdotal de Don Eladio encontramos un modelo de santidad sacerdotal que es accesible a cualquier sacerdote que quiera vivir su ministerio en fidelidad al Señor. Voy a reflexionar brevemente sobre algunos de estos rasgos.
Los santos se reconocen por lo que han hecho y por sus frutos. Para dar fruto el grano de trigo tiene que caer en tierra y morir en lo oculto de la tierra. La lectura de este libro me ha llevado a pensar que Don Eladio hizo vida estas palabras del Señor: nos encontramos ante un sacerdote que, viviendo escondido con Cristo en Dios, se anonada a sí mismo para que Dios vaya actuando en el corazón de las personas. Cuando menor es el protagonismo del instrumento elegido por Dios, mayor será el fruto que produzca su ministerio en el corazón de los hombres.
2. No se enciende una luz para esconderla
Hace unos años tuve ocasión de visitar el pueblo de Ars. Esta visita suscitó en mí un interrogante: ¿Cómo es posible que un sacerdote, escondido en este pequeño pueblo del que no salió prácticamente nunca, pudiera atraer a las multitudes de penitentes que acudían a él, sin hacerse ninguna publicidad a sí mismo?
Esta misma pregunta nos la podemos hacer cuando contemplamos el ministerio sacerdotal de D. Eladio. Sabemos que sus penitentes y dirigidos hablaban de él a sus amigos y que de este modo iba creciendo el número de quienes acudían a él, y sabemos también que en ningún momento buscó ni fomentó ningún tipo de publicidad hacia su persona. Su vida fue una vida tan oculta en el Colegio como pudiera ser la de Juan María Vianney en Ars.
Se vive aquí una tensión que encontramos en el Sermón de la Montaña: la vida cristiana tiene un carácter oculto porque el cristiano no busca su propia gloria (cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos); pero al mismo tiempo tiene también un carácter visible, porque si es auténtica, irradia e ilumina nuestro mundo (vosotros sois la luz del mundo).
La luz brilla y una ciudad sobre el monte no se puede esconder, pero la luz no brilla porque se lo propone, sino porque arde. El resplandor de la vida cristiana no depende de que el discípulo de Cristo se esfuerce en que se note su presencia o en que se sepa lo que hace, sino del fuego que hay en el corazón del cristiano. El testimonio de santidad atrae por sí mismo, no hace ninguna falta que esté acompañado por la publicidad. La autenticidad sacerdotal que irradiaba en su vida era lo que percibían quienes trataban con él y el testimonio de éstos atraía a otros.
En el trato con sus penitentes y dirigidos, D. Eladio nunca buscó orientarlos hacia su persona, sino hacia Dios. Sabía que un sacerdote no se hace sacerdote para que los hombres le quieran a él, sino para que amen más a Dios. La vida cristiana ilumina a otros cuando por las buenas obras del cristiano los hombres alaban a Dios.
3. Un ministerio esencialmente humilde
El sacerdote ha recibido el ministerio para el servicio del Pueblo de Dios. Nuestra vida sacerdotal está esencialmente orientada hacia los otros. Ellos forman parte esencial de nuestra misión. Por ello, cuando miramos la historia de una vida sacerdotal, se piensa en los trabajos que ha tenido un sacerdote, en las personas que ha conocido, en las cosas que ha hecho, en las actividades pastorales que ha organizado, etc En el paso de un sacerdote por nuestro mundo hay una historia que se ve, esa historia que queda en los libros y en los anales de las parroquias y que está constituida por aquellas obras de las que queda constancia, por todas aquellas acciones por las que generalmente un sacerdote es recordado en las parroquias o instituciones a las que ha servido: actividades pastorales y organizativas, obras materiales y restauraciones, etc
Pero lo fundamental del paso de un sacerdote por el mundo no es esto, sino el hecho de que estamos ante una historia de gracia: es el paso de la gracia de Dios por nuestro mundo. El sacerdote es un instrumento de esa gracia de Dios para el mundo. Por ello, junto a esa historia que se ve y que es la que generalmente se recuerda, hay una historia que no se ve y que, sin embargo, es tan real como la historia que todos conocen. Se trata de esos acontecimientos de gracia que se deben al ministerio sacerdotal y que muchas veces permanecen ocultos incluso para el mismo sacerdote, porque quedan únicamente entre Dios y la persona que se ha visto agraciada por Dios gracias al ministerio del sacerdote. Además de ser tan real como la historia que todos conocen, esta historia de gracia es seguramente lo más importante en la historia del paso de un sacerdote por el mundo: ¿Cuántas personas habrán encontrado en su vida paz y consuelo por la acogida y las palabras de un sacerdote? ¿Cuántas personas pueden reencontrarse con Dios por el testimonio de una vida sacerdotal? ¿Cuántos hombres habrán experimentado la alegría de recuperar la amistad con Dios por la dedicación de un sacerdote al ministerio de la reconciliación con Dios? ¿Cuántos cristianos progresan en su vida cristiana animados por la palabra y la vida de un sacerdote? ¿Por cuántas personas ora un sacerdote a lo largo de su vida y esta oración llega a la presencia de Dios? Son preguntas a las que no podemos responder con exactitud porque las respuestas pertenecen al secreto de Dios, a lo más profundo del ministerio sacerdotal, a la intimidad de la relación entre Dios y cada persona.
Estas preguntas nos las podemos hacer pensando en Don Eladio. El recuerdo que permanece de él en nuestra diócesis es el de un sacerdote que se dedicó a esto que es lo esencial del ministerio, el de un sacerdote que vivió su vocación como un servicio a la gracia de Dios.
Esta dimensión del ministerio, que es la más importante, es también la más humilde humanamente hablando. Y esta humildad del ministerio debe llevar al sacerdote a no olvidar que su trabajo de cada día esta constituido por pequeñas cosas, por gestos en los que va sembrando el Reino de Dios en el corazón de los niños, de los jóvenes cuando puede, de las personas que sufren por enfermedad o por muerte, de quienes necesitan una palabra de aliento en su sufrimiento y en su pecado.
La vida sacerdotal de Don Eladio no se caracterizó por gestos grandilocuentes o espectaculares, por grandes obras o iniciativas. Nos encontramos ante un sacerdote que vivió sabiendo que lo más importante en el ministerio no son los propios proyectos, sino la gracia de Dios y que en el ejercicio del sacerdocio, el tesoro más grande (la vida de la gracia) se descubre y se encuentra en los gestos más humildes y escondidos (el sacramento de la penitencia).
4. Un amigo de Dios
El sacerdote tiene ante sí a toda una comunidad cristiana. Ello implica que, lo quiera o no, su persona es un punto de referencia para los demás cristianos. Ello le debe llevar a preguntarse por aquellos elementos que deben caracterizar su vida ante la comunidad cristiana: ¿Qué es lo primero que una comunidad cristiana tiene que ver en el sacerdote? Lo primero que los cristianos deberían ver en un sacerdote es a un amigo del Señor: "Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos". La existencia sacerdotal debe ser, ante todo, una existencia cristiana. La cercanía al Señor debe ser la característica más evidente de una vida sacerdotal para una comunidad cristiana.
Cuando el sacerdote vive en esta cercanía al Señor su vida se convierte en una ofrenda existencial a Dios, vive con el deseo de entregarse a Dios y a los hombres. Toda su vida, y no sólo algunos momentos puntuales, llega a ser un culto agradable a Dios. Esto fue la vida del Señor y esta debe ser la clave de toda vida sacerdotal. Cuando se da esta cercanía al Señor el sacerdote se convierte en un "teólogo", en alguien que habla de Dios a los hombres con un rostro humano. La amistad con Cristo llevará al sacerdote a sentir pasión por Él y por el Reino, a comprometer la propia persona en la propia misión.
Si éste es el rasgo fundamental en la vida de un sacerdote, su ministerio ayudará a los cristianos a centrarse en lo esencial de su vida de fe: todo creyente, por el bautismo, está llamado a hacer de su existencia cristiana una existencia sacerdotal. Un sacerdote debe ser ante todo un buen cristiano para que los cristianos hagan de toda su vida una ofrenda agradable a Dios, para que Dios y su voluntad sean el horizonte de su existencia y de este modo refieran a Dios todas las realidades de nuestro mundo.
También esta característica de la vida sacerdotal la vemos realizada en D. Eladio: quienes le conocían no veían en él un sacerdote que lo sabía todo o que lo hacía todo, sino que se encontraban ante un amigo de Dios, ante una persona en quien percibían una cercanía a Dios. Tampoco estaban ante un sacerdote que orientaba hacia un activismo desmedido, sino que ayudaba a ser cristianos, a que cada cual descubriera la voluntad de Dios sobre su vida y la viviera como vocación. Esto explica el que sin grandes obras pastorales, sus dirigidos aprendieron a vivir su vida cristiana en su vocación al matrimonio y muchos de ellos al ministerio sacerdotal.
5. El último acto sacerdotal
El carácter escondido de su misión y de su vida sacerdotal se acentuó los últimos años de su vida en los que, jubilado de sus trabajos en el Colegio, se retiró a la Barraca de Aguas Vivas. Su retiro, su silencio y su muerte constituyen sin lugar a dudas el último acto sacerdotal de su vida. En su silencio y en su oración consumó la ofrenda sacerdotal de su vida a Dios. Esperamos que la Iglesia reconozca en él un modelo de vida sacerdotal y nos lo proponga a todos como modelo para los sacerdotes e intercesor para que surjan abundantes vocaciones en nuestra diócesis.
[1] V. CÁRCEL ORTÍ; R. M. CARLES GORDÓ; S. M. CORREALE, Eladio España Navarro. Apóstol del Sacramento de la Reconciliación, Valencia, 2007.
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