Conferencia cuaresmal pronunciada en la Parroquia san Josemaría de Valencia, el domingo 22 de marzo a las 20 horas
Sumario
Introducción.- ¿Qué significa la palabra «limosna»?.- La limosna en la Antigua Ley.- ¿Cómo ve Cristo la limosna? ¿Y san Pablo?.- La famosa colecta paulina.- Mensaje cuaresmal 2008 de Benedicto XVI.- Administradores de los bienes materiales.- La rectitud en la limosna.- Es mejor dar que recibir.- La limosna nos educa en la generosidad.- La limosna nos hace testigos del amor de Cristo.- Despedida mariana.
Introducción
Tras meditar estos días pasados sobre la oración y el ayuno, vamos ahora a tratar sobre la limosna, última práctuica cuaresmal.
¡Cuán fuerte es la seducción de las riquezas materiales y cuán tajante tiene que ser nuestra decisión de no idolatrarlas! lo afirma Jesús de manera perentoria: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16,13). La limosna nos ayuda a vencer esta constante tentación, educándonos a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos por bondad divina. Las colectas especiales en favor de los pobres, que en Cuaresma se realizan en muchas partes del mundo, tienen esta finalidad. De este modo, a la purificación interior se añade un gesto de comunión eclesial, al igual que sucedía en la Iglesia primitiva.
¿Qué significa la palabra «limosna»?
La palabra griega «eleemosyne» proviene de «éleos», que quiere decir compasión y misericordia; inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Esta palabra transformada ha quedado en casi todas las lenguas europeas: en francés: «aumone»; en español: «limosna»; en portugués: «esmola»; en alemán: «Almosen»; en inglés: «Alms». Incluso la expresión polaca «jalmuzna» es la transformación de la palabra griega.
Debemos distinguir aquí el significado objetivo de este término del significado que le damos en nuestra conciencia social. Como resulta de lo que ya hemos dicho antes, atribuimos frecuentemente al término «limosna», en nuestra conciencia social, un significado negativo.
La palabra «limosna» no la oímos hoy con gusto. Notamos en ella algo humillante. Esta palabra parece suponer un sistema social en el que reina la injusticia, la desigual distribución de bienes, un sistema que debería ser cambiado con reformas adecuadas. Y si tales reformas no se realizasen, se delinearía en el horizonte de la vida social la necesidad de cambios radicales, sobre todo en el ámbito de las relaciones entre los hombres.
Encontramos la misma convicción en los textos de los profetas del Antiguo Testamento, a quienes recurre frecuentemente la liturgia en el tiempo de Cuaresma. Los profetas consideran este problema a nivel religioso: no hay verdadera conversión a Dios, no puede existir «religión» auténtica sin reparar las injurias e injusticias en las relaciones entre los hombres, en la vida social. Sin embargo, en tal contexto los profetas exhortan a la limosna. Y tampoco emplean la palabra «limosna», que, por lo demás, en hebreo es «sadaqah», es decir, precisamente «justicia». Piden ayuda para quienes sufren injusticia y para los necesitados: no tanto en virtud de la misericordia cuanto sobre todo en virtud del deber de la caridad operante.
«¿Sabéis qué ayuno quiero yo?: romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces opresores, dejar libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo; partir el pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante el hermano» (Is 58,6-7).
La palabra griega «eleemosyne» se encuentra en los libros tardíos de la Biblia, y la práctica de la limosna es una comprobacion de auténtica religiosidad. Jesús hace de la limosna una condición del acercamiento a su reino (cf. Lc 12,32-33) y de la verdadera perfección (cf. Mc 10,21 y par.). Por otra parte, cuando Judas frente a la mujer que ungía los pies de Jesús pronuncio la frase: «¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres?» (Jn 12,5), Cristo defiende a la mujer respondiendo: «Pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre» (Jn 12,8). Una y otra frase ofrecen motivo de gran reflexión.
Son diversas las circunstancias que han contribuido a esta visión negativa de la limosna, que ha llegado hasta nuestros días. En cambio, la «limosna» en sí misma, como ayuda a quien tiene necesidad de ella, como «el hacer participar a los otros de los propios bienes», no suscita en absoluto semejante asociación negativa. Podemos no estar de acuerdo con el que hace la limosna por el modo en que la hace. Podemos también no estar de acuerdo con quien tiende la mano pidiendo limosna, en cuanto que no se esfuerza para ganarse la vida por sí. Podemos no aprobar la sociedad, el sistema social, en el que haya necesidad de limosna. Sin embargo, el hecho mismo de prestar ayuda a quien tiene necesidad de ella, el hecho de compartir con los otros los propios bienes, debe suscitar respeto.
Vemos,pues, cuán necesario es liberarse del influjo de las varias circunstancias accidentales para entender las expresiones verbales: circunstancias, con frecuencia, impropias que pesan sobre su significado corriente. Estas circunstancias, por lo demás, a veces son positivas en sí mismas (por ejemplo, en nuestro caso: la aspiración a una sociedad justa en la que no haya necesidad de limosna porque reine en ella la justa distribución de bienes).
Cuando el Señor Jesús habla de limosna, cuando pide practicarla, lo hace siempre en el sentido de ayudar a quien tiene necesidad de ello, de compartir los propios bienes con los necesitados, es decir, en el sentido simple y esencial, que no nos permite dudar del valor del acto denominado con el término «limosna», al contrario, nos apremia a aprobarlo: como acto bueno, como expresión de amor al prójimo y como acto salvífico.
Además, en un momento de particular importancia, Cristo pronuncia estas palabras significativas: «Pobres... siempre los tenéis con vosotros» (Jn 12,8). Con tales palabras no quiere decir que los cambios de las estructuras sociales y económicas no valgan y que no se deban intentar diversos caminos para eliminar la injusticia, la humillación, la miseria, el hambre. Quiere decir sólo que en el hombre habrá siempre necesidades que no podrán ser satisfechas de otro modo sino con la ayuda al necesitado y con hacer participar a los otros de los propios bienes... ¿De qué ayuda se trata? ¿Acaso sólo de «limosna», entendida bajo la forma de dinero, de socorro material?
La limosna en la Antigua Ley
En sus diversos estratos, las ordenaciones de la Torah en favor de viudas, huérfanos, extranjeros y levitas acerca de la cosecha, diezmos, préstamos, año de remisión y jubilar, se refieren a diversos tributos y prestaciones, pues la limosna no puede ser regulada jurídicamente por casos particulares, ya que se trata de un don voluntario y personal al necesitado, sin derecho a reciprocidad o compensación (cf. Ex 22,20-26; 32; Lev 25; Dt 15).
Pero aquellas ordenaciones pueden fomentar e incitar más amplia ayuda material voluntaria, es decir, limosnas, sobre todo por ser los motivos religiosos y, más aún, hasta universales:
la voluntad de Yahveh (por ej., Lev 19,15-18);
la salvación inmerecida obliga al pueblo a bondad semejante (Lev 19,34; 25-38; Dt 24, 18.22; 15,15).
Dios es el verdadero propietario de la tierra y de sus productos, por lo que necesidad significa ya derecho (Lev 25,23; Job 31,15-22).
A diferencia de Occidente, la justicia no era en todo el Antiguo Oriente una relación simplemente de hombre a hombre, sino entre poderosos y ricos de una parte, y débiles y pobres por otra. El término Sedaqa viene a ser casi idéntico a misericordia (Prov 21,21; 29,7.14; Jer 22,16). Sin duda bajo el influjo del arameo y de la espantosa extensión de la miseria durante el exilio y después de él, la palabra recibe también la significación de limosna propiamente dicha.
Los LXX la traducen al parecer caprichosamente ora por eleemósyné, ora por dikaiosyné. A menudo se ponen ambos términos paralelamente. Además, la limosna se parafrasea frecuentemente. Así es a menudo difícil separarla de otras exigencias negativas y positivas de la justicia y de la caridad.
Dar limosna va haciéndose tanto más importante, cuanto más largamente meditan y predican sobre ello profetas y sabios. Sin la limosna, no conciben la verdadera moralidad, piedad y justicia en sentido amplio (Ez 18,7.16) se la nombra a la par con el ayuno y la oración (Tob 12,8 BA; cf. Mt 6,2. 16); es meritoria y opera el perdón de los pecados (Prov 11,4; 19,17-22; Tob 4,7-11; 12,9; Sal 40/41,1ss; Dan 4,24; Eclo 3,30.32.33); es una condición de la salud (Is 58,6-12); se equipara al sacrificio (Tob 4,11; Eclo 32[35],2; Heb 13,16).
Entre las formas innúmeras de recomendación, no faltan en la literatura sapiencial indicaciones sobre las ventajas de dar limosna (Prov 28,27), sobre las desventajas y daños del obrar, «insolente y necio», del avaro (Eclo 14,3-10; 20,10-17; 41,[19]21; Prov 28,8; Job 27,13-17), ni exhortaciones a la cautela (Eclo 12,1-6; cf. Didakhé 1,5-6). Sin embargo, el pobre es en el fondo cosa de Dios, Dios es su abogado (Prov 14,31; 17,5; 19,17; Eclo 4,6.10). El lado ético está tan fuertemente acentuado que se tiene por más importante que el don mismo la palabra amable que lo acompaña (Eclo 18,15-18; 4,1-6).
El judaísmo deja que el dar limosna prolifere de manera inorgánica tan independiente que se tiene finalmente como cumplimiento de toda la Ley.
¿Cómo ve Cristo la limosna? ¿Y san Pablo?
En el NT perviven la alta estimación y práctica de la limosna (Jn 13,29; Lc 16,19-31; Act 3,2; 6,1-6; 10,2-31; 1 Cor 16,15-17; cf. 1Tim 5,16; 1Cor 11,20-22). Así lo ponen también de manifiesto los numerosos pasajes que se toman del AT. No ha de afirmarse, en cambio, una influencia por parte del mundo helenístico. Tampoco el fundamento que Jesús le da en el amor es del todo nuevo, pues su mandamiento del amor enlaza con el AT (Dt 6,5; Lev 19,18; cf. Eclo 4,2; 18,15ss; 41, [22]25).
Pero su máximo mandamiento equipara el amor a Dios y al prójimo (Mt 22,34-40; Lc 10,25-28; Mc 12,28-31; cf. 1 Jn 3,14-22; 4,7-8). Ciertamente, Cristo no quita la limosna de nuestro campo visual. Piensa también en la limosna pecuniaria, material, pero a su modo. A este propósito, es más elocuente que cualquier otro el ejemplo de la viuda pobre, que depositaba en el tesoro del templo algunas pequeñas monedas: desde el punto de vista material, una oferta difícilmente comparable con las que daban otros. Sin embargo, Cristo dijo: «
Esta viuda... echó todo lo que tenía para el sustento» (Lc 21,3-4). Por lo tanto, cuenta sobre todo el valor interior del don: la disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos.Recordemos aquí a San Pablo: «Si repartiere toda mi hacienda... no teniendo caridad, nada me aprovecha» (1 Cor 13,3). También San Agustín escribe muy bien a este propósito: «Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna» (Enarrat. in Ps. CXXV 5).
Aquí tocamos el núcleo central del problema. En la Sagrada Escritura y según las categorías evangélicas, «limosna» significa, ante todo, don interior. Significa la actitud de apertura «hacia el otro». Precisamente tal actitud es un factor indispensable de la «metanoia», esto es, de la conversión, así como son también indispensables la oración y el ayuno. En efecto, se expresa bien San Agustín: «¡Cuán prontamente son acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y esta es la justicia del hombre en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración» (Enarrat. in Ps. XLII 8): es decir:
la oración, como apertura a Dios;
el ayuno, como expresión del dominio de sí, incluso en el privarse de algo, en el decir «no» a sí mismos;
y, finalmente, la limosna como apertura «a los otros».
El Evangelio traza claramente este cuadro cuando nos habla de la penitencia, de la metanoia. Sólo con una actitud total en relación con Dios, consigo mismo y con el prójimo el hombre alcanza la conversión y permanece en estado de conversión.
La «limosna» así entendida tiene un significado, en cierto sentido, decisivo para tal conversión. Para convencerse de ello, basta recordar la imagen del juicio final que Cristo nos ha dado: «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,35-40).
Los Padres de la Iglesia dirán después con San Pedro Crisólogo: «La mano del pobre es el gazofilacio de Cristo, porque todo lo que el pobre recibe es Cristo quien lo recibe» (Sermo VIII 4); y con San Gregorio Nacianceno: «El Señor de todas las cosas quiere la misericordia, no el sacrificio; y nosotros la damos a través de los pobres» (De pauperum amore XI).
Por lo tanto, esta apertura a los otros, que se expresa con la «ayuda», con el «compartir» la comida, el vaso de agua, la palabra buena, el consuelo, la visita, el tiempo precioso, etc., este don interior ofrecido al otro llega directamente a Cristo, directamente a Dios. Decide el encuentro con Él. Es la conversión.
En el Evangelio, y aun en toda la Sagrada Escritura, podemos encontrar muchos textos que lo confirman. La «limosna» entendida según el Evangelio, según la enseñanza de Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo en nuestra conversión a Dios. Si falta la limosna, nuestra vida no converge aun plenamente hacia Dios.
La famosa colecta paulina
El orden de la primitiva comunidad de Jerusalén (Act 2,44-45; 4,32-35), y más claramente las colectas de Pablo (Ga 2,10; 1 Cor 16,1-3; Rom 15,15-27.31; 2 Cor 8-9; cf. 1 Cor 11,20-22), comprenden, entre otras cosas, limosnas organizadas, es decir, dentro de un marco social y con un fin social, s¡yre.rilho.rdnpuestás por la situación interna del momento en la Iglesia.
Pablo reprueba todo exceso (2Cor 12-13). Recomienda con sentido absolutamente realista primero el derecho, aunque no exclusivo, de los que profesan la misma fe (Ga 6,10), y trata de cortar abusos (1 Tes 4,11; 2 Tes 3,6-15; 1 Tim 5,16; cf. Jds 12.16). El dar actual no puede ni debe pasar por alto ciertos límites y reglas de orden físico, moral y social (cf. 2 Cor 8,13).
Sin embargo, la disposición como tal no puede conocer limites, y se mantiene aun con sacrificios personales (Ef 4,28). Se ha de dar con sencillez (Rom 12,8; 2 Cor 8,2; 9,11.13), es decir, mirando sólo a Dios (cf. Mt 6,21; Lc 12,14); por eso se ha de dar naturalmente con generosidad, con buena voluntad y amor (2Cor 9,5.7-9; Rom 12,8). Sólo lo que sale «del corazón» tiene valor (2Cor 9,7), no los dones de la avaricia (2Cor 9,5.7; cf. 1 Tim 6;10). Se ha de dar con equidad (isótes, 2Cor 8,13-14), pero no como corrección de situaciones humanas o terrenas.
Todo es jaris, en su múltiple significación, empezando por la pobreza de Cristo, que opera gracia (2 Cor 8,9), hasta el dinero que los cristianos, por amor de Cristo, han gastado por otros cristianos (1 Cor 16,3; cf. 2 Cor 8-9). No hay en ello una palabra de agradecimiento a los hombres. Todo es amor dado por Dios, de suerte que los que reciben son fortalecidos en la fe y la caridad, y alaban y dan gracias a Dios (2 Cor 9,8-15; cf. Flp 2,13-15; 2 Cor 8,5).
San Pablo habla de ello en sus cartas acerca de la colecta en favor de la comunidad de Jerusalén:
Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza. Y en esto os doy un consejo, porque es lo que os conviene: puesto que desde el año pasado habéis sido los primeros no sólo en realizar la colecta, sino también en quererla, ahora, pues, llevadla también a cabo para que, según fue la prontitud del querer, así sea también su terminación, con arreglo a vuestras posibilidades; porque, si hay prontitud en la voluntad, es bien acogida con lo que tenga, sin importar lo que no tiene. Pues no se trata de que para otros haya desahogo y para vosotros apuros, sino de que, según las normas de la igualdad, vuestra abundancia remedie ahora su necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar vuestra necesidad, a fin de que haya equidad, según está escrito: El que mucho recogió, no tuvo de más; y el que poco, no tuvo de menos (2 Co 8,9-15).
Por ahora, sin embargo, me marcho a Jerusalén en servicio de los santos. Pues Macedonia y Acaya han tenido a bien hacer una colecta en favor de los pobres de entre los santos que viven en Jerusalén. Pues les pareció bien, y son deudores de ellos; porque si los gentiles participaron de sus bienes espirituales, deben también servirles a ellos con los bienes materiales (Rm 15,25-27).
Mensaje cuaresmal 2008 de Benedicto XVI
¡Queridos hermanos y hermanas!.- Cada año, la Cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos. En el tiempo cuaresmal la Iglesia se preocupa de proponer algunos compromisos específicos que acompañen concretamente a los fieles en este proceso de renovación interior: son la oración, el ayuno y la limosna. Este año, en mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, deseo detenerme a reflexionar sobre la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales.
"Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre" (2 Cor 8,9)
Benedicto XVI, Roma, 30 de octubre de 2007
Administradores de los bienes materiales
Según las enseñanzas evangélicas, no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un instrumento de su providencia hacia el prójimo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, los bienes materiales tienen un valor social, según el principio de su destino universal (cf. nº 2404).
En el Evangelio es clara la amonestación de Jesús hacia los que poseen las riquezas terrenas y las utilizan solo para sí mismos. Frente a la muchedumbre que, carente de todo, sufre el hambre, adquieren el tono de un fuerte reproche las palabras de San Juan: "Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?" (1 Jn 3,17). La llamada a compartir los bienes resuena con mayor elocuencia en los países en los que la mayoría de la población es cristiana, puesto que su responsabilidad frente a la multitud que sufre en la indigencia y en el abandono es aún más grave. Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad.
La rectitud en la limosna
El Evangelio indica una característica típica de la limosna cristiana: tiene que hacerse en secreto. "Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha", dice Jesús, "así tu limosna quedará en secreto" (Mt 6,3-4). Y poco antes había afirmado que no hay que alardear de las propias buenas acciones, para no correr el riesgo de quedarse sin la recompensa en los cielos (cf. Mt 6,1-2). La preocupación del discípulo es que todo sea para mayor gloria de Dios. Jesús nos enseña: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestra buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). Por tanto, hay que hacerlo todo para la gloria de Dios y no para la nuestra.
Queridos hermanos y hermanas dice benedicto XVI, que esta conciencia acompañe cada gesto de ayuda al prójimo, evitando que se transforme en una manera de llamar la atención. Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad la gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la perspectiva evangélica. En la sociedad moderna de la imagen hay que estar muy atentos, ya que esta tentación se plantea continuamente. La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros.
¿Cómo no dar gracias a Dios por tantas personas que en el silencio, lejos de los reflectores de la sociedad mediática, llevan a cabo con este espíritu acciones generosas de ayuda al prójimo necesitado? Sirve de bien poco dar los propios bienes a los demás si el corazón se hincha de vanagloria por ello. Por este motivo, quien sabe que "Dios ve en lo secreto" y en lo secreto recompensará, no busca un reconocimiento humano por las obras de misericordia que realiza.
Es mejor dar que recibir
La Escritura, al invitarnos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf. 2 Cor 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría.
Más aún: san Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados. "La caridad escribe cubre multitud de pecados" (1P 4,8). Como repite a menudo la liturgia cuaresmal, Dios nos ofrece a los pecadores la posibilidad de ser perdonados. El hecho de compartir con los pobres lo que poseemos nos dispone a recibir ese don. En este momento pienso en los que sienten el peso del mal que han hecho y, precisamente por eso, se sienten lejos de Dios, temerosos y casi incapaces de recurrir a él. La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.
La limosna nos educa en la generosidad
La limosna educa a la generosidad del amor. San José Benito Cottolengo solía recomendar: "Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo" (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201). Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo "todo lo que tenía para vivir" (Mc 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee, sino lo que es: toda su persona.
Este episodio conmovedor se encuentra dentro de la descripción de los días que precedente inmediatamente a la pasión y muerte de Jesús, el cual, como señala San Pablo, se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9); se ha entregado a sí mismo por nosotros. La Cuaresma nos impulsa a seguir su ejemplo, también a través de la práctica de la limosna. Siguiendo sus enseñanzas podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándolo estaremos dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos.
¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno.
En suma, la limosna hace que el cristiano se vuelva al prójimo, le conozca, le ame, le escuche, le dé su tiempo y su atención, y le preste ayuda, consejo, presencia, dinero, casa, compañía, afecto. Pero difícilmente estamos disponibles para el prójimo si no está despegado del mundo y encendido en el amor a Dios. El cristiano sin oración, cebado en el consumo de sus criaturas, no está libre ni para Dios por el ayuno, ni para los hombres por la limosna.
La limosna nos hace testigos del amor de Cristo
El fin de la limosna cristiana no es la eliminación permanente o general de toda necesidad, cualquiera sea su causa (Mt 26,11; Mc 14,7; cf. Dt 15,11), sino una actuación de la caridad, sugerida o impuesta por las circunstancias. Por eso, se habla relativamente poco en el Nuevo Testamento en forma expresa de la limosna, excepto cuando lo pide un fin que hay que lograr inmediatamente, como las colectas de Pablo, de las que ya hablamos.
A Jesús le importa la validez universal de la caridad, ora en las exposiciones contra una escrupulosidad ritual sin amor (Lc 11,39-42; cf. Mt 23, 25-26), ora en la aplicación y aclaración de sus consecuencias (por ej., Lc 12,33-34; Mt 6,1-4.19-21). La limosna comparte la no bleza de la caridad.
Por eso, la Cuaresma nos invita a "entrenarnos" espiritualmente, también mediante la práctica de la limosna, para crecer en la caridad y reconocer en los pobres a Cristo mismo. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que el apóstol san Pedro dijo al tullido que le pidió una limosna en la entrada del templo: "No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar" (Hch 3,6).
Con la limosna regalamos algo material, signo del don más grande que podemos ofrecer a los demás con el anuncio y el testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera. Por tanto, este tiempo ha de caracterizarse por un esfuerzo personal y comunitario de adhesión a Cristo para ser testigos de su amor.
«Gracias a hombres y mujeres obedientes al Espíritu Santodecía Benedicto XVI en su mensaje de Cuaresma de 2006, han surgido en la Iglesia muchas obras de caridad, dedicadas a promover el desarrollo: hospitales, universidades, escuelas de formación profesional, pequeñas empresas. Son iniciativas que han demostrado, mucho antes que otras actuaciones de la sociedad civil, la sincera preocupación hacia el hombre por parte de personas movidas por el mensaje evangélico. Estas obras indican un camino para guiar aún hoy el mundo hacia una globalización que ponga en el centro el verdadero bien del hombre y, así, lleve a la paz auténtica.
Con la misma compasión de Jesús por las muchedumbres, la Iglesia siente también hoy que su tarea propia consiste en pedir a quien tiene responsabilidades políticas y ejerce el poder económico y financiero que promueva un desarrollo basado en el respeto de la dignidad de todo hombre. Una prueba importante de este esfuerzo será la efectiva libertad religiosa, entendida no sólo como posibilidad de anunciar y celebrar a Cristo, sino también de contribuir a la edificación de un mundo animado por la caridad. En este esfuerzo se inscribe también la consideración efectiva del papel central que los auténticos valores religiosos desempeñan en la vida del hombre, como respuesta a sus interrogantes más profundos y como motivación ética respecto a sus responsabilidades personales y sociales. Basándose en estos criterios, los cristianos deben aprender a valorar también con sabiduría los programas de sus gobernantes.
No podemos ocultar que muchos que profesaban ser discípulos de Jesús han cometido errores a lo largo de la historia. Con frecuencia, ante problemas graves, han pensado que primero se debía mejorar la tierra y después pensar en el cielo. La tentación ha sido considerar que, ante necesidades urgentes, en primer lugar se debía actuar cambiando las estructuras externas. Para algunos, la consecuencia de esto ha sido la transformación del cristianismo en moralismo, la sustitución del creer por el hacer. Por eso, mi predecesor de venerada memoria, Juan Pablo II, observó con razón: «La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una "gradual secularización de la salvación", debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal. En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral» (Enc. Redemptoris missio, 11)».
Despedida mariana
Que María, Madre y Esclava fiel del Señor, ayude a los creyentes a proseguir la "batalla espiritual" de la Cuaresma armados con la oración, el ayuno y la práctica de la limosna, para llegar a las celebraciones de las fiestas de Pascua renovados en el espíritu. Con este deseo, os imparto a todos una especial bendición apostólica.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |