Jornadas Mundiales de la Juventud
Transmisión de la fe y actitudes pastorales
Carlos Cremades Sanz-Pastor
Comunicación en el XIII Simposio de Teología Histórica "Transmitir el mensaje en tiempos de dificultad", organizado por la Facultad de Teología "San Vicente Ferrer" de Valencia. Valencia, 16 de noviembre de 2006
Sumario
1. El porqué de las Jornadas Mundiales de la Juventud.- 2. Esquema de las JMJ.- 3. «El laboratorio de la fe»: Roma 2000.- 4. Experiencia y fe.- 5. Catequesis, Iglesia y transmisión de la fe.- 6. Las JMJ y la pastoral juvenil ordinaria.- 7. La juventud en el trabajo pastoral de los sacerdotes.
Muchos jóvenes han participado en alguna de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ). La mayoría de ellos están incorporados a la pastoral ordinaria, pero otros no. Han transmitido sus experiencias. Algunas de ellas podemos calificar como de extraordinarias. La eficacia de estas jornadas consiste en la acción de Dios en las almas, que no es cuantificable, pero aunque «los números no sirven en las cosas del espíritu, (…) al menos dan buenas pistas» [1], señalaba un sacerdote, que narra sus encuentros a lo largo de un paseo por el campo de Tor Vegata en la JMJ del año jubilar. Nos detenemos en uno de ellos.
«De pronto una petición a gritos para que no me fuera. Se acercan dos italianas. Veintitrés años, me dijeron. Y otra cosa: están pidiendo oraciones a todos los sacerdotes que se encontraban. Como es lógico, les dije que contaran con ello, pero querían asegurar la constancia en mi respuesta. Querían contarme por qué lo necesitaban tanto: "Hemos sido prostitutas. Por una casualidad que Dios ha permitido, estamos en las Jornadas con otras, jóvenes como nosotras y en la misma situación. Comprenderá que no lo hacíamos por gusto; sino que hay situaciones difíciles ante las que no se acierta a reaccionar bien. Pero estos días nos han cambiado muy a fondo y queremos ser fieles a nuestro encuentro con Jesús. Para empezar, no pensamos volver a nuestra ciudad". Estaban alegres, desde lo más hondo. Y con la mirada limpia. Quizá tan limpia como la de María Magdalena después de su primer encuentro con Cristo. A pesar de toda su historia. Estaba muy presente en Roma el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Remataron su historia: "Así no se olvidará de nosotras en sus oraciones"» [2].
1. El porqué de las Jornadas Mundiales de la Juventud
«Os he buscado. Ahora vosotros habéis venido a verme. Y os doy las gracias» Son las últimas palabras de Juan Pablo II la víspera de entregar su alma a Dios. Palabras que conmovieron al mundo entero y de modo especial a los jóvenes que estaban numerosamente representados en la multitud orante en la Plaza de San Pedro. Palabras que son como el broche de la actitud pastoral de todo el pontificado.
Pocos días antes, en el Ángelus del Domingo de Ramos, Juan Pablo II afirmaba: «Amadísimos jóvenes, cada vez tomo mayor conciencia de cuán providencial y profético ha sido que precisamente este día, el domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, se haya convertido en vuestra Jornada. (…). Hoy os digo: proseguid sin cansaros el camino emprendido para ser por doquier testigos de la cruz gloriosa de Cristo. ¡No tengáis miedo! Que la alegría del Señor, crucificado y resucitado, sea vuestra fuerza, y que María santísima esté siempre a vuestro lado» [3].
Las JMJ nacen de esta preocupación de Juan Pablo II por lo jóvenes. Quitándose protagonismo lo rememoraba con sencillez en Cruzando el umbral de la esperanza,: «Inicialmente, con ocasión del Año Jubilar de la Redención y luego con el Año Internacional de la Juventud, convocado por la Organización de las Naciones Unidas (1985), los jóvenes fueron invitados a Roma. Y éste fue el comienzo. Nadie ha inventado las jornadas mundiales de los jóvenes. Fueron ellos quienes las crearon. Esas jornadas, esos encuentros, se convirtieron desde entonces en una necesidad de los jóvenes en todos los lugares del mundo. Las más de las veces han sido una gran sorpresa para los sacerdotes, e incluso para los obispos. Superaron todo lo que ellos mismos se esperaban» [4].
Y continuaba manifestando la interacción existente entre el Papa y los jóvenes : «Estas jornadas mundiales se han convertido también en un fascinante y gran testimonio que los jóvenes se dan a sí mismos, han llegado a ser un poderoso medio de evangelización. En los jóvenes hay un inmenso potencial de bien, y de posibilidades creativas. Cuando me encuentro con ellos, en cualquier lugar del mundo, espero en primer lugar todo lo que ellos quieran decirme, de su sociedad, de su Iglesia. Y siempre les hago tomar conciencia de esto: "No es más importante, en absoluto, lo que yo os vaya a decir; lo importante es lo que vosotros me digáis. Me lo diréis no necesariamente con palabras; lo diréis con vuestra presencia, con vuestras canciones, quizá incluso con vuestros bailes, con vuestras representaciones; en fin, con vuestro entusiasmo"» [5].
Ciertamente, sin la intuición de Juan Pablo II no hubieran existido estos encuentros [6]. Juan Pablo II desea recalcar el papel de los jóvenes en el nacimiento de estas jornadas. No lo hace por falsa modestia. Se atribuye un papel mas bien pasivo: hacer de antena ante un anhelo real de los jóvenes [7]. En estas palabras manifiesta su actitud en la pastoral con la juventud: salir al encuentro de los jóvenes, escuchar sus interrogantes más profundos, dar respuesta a sus inquietudes. Existía entre Juan Pablo II y la juventud una sintonía especial: en todas partes del mundo el Papa «busca a los jóvenes, y en todas partes es buscado por los jóvenes. Aunque, la verdad es que no es a él a quien buscan. A quien buscan es a Cristo, que "sabe lo que hay en cada hombre" (Juan 2,25), especialmente en un hombre joven, ¡y sabe dar las verdaderas respuestas a sus preguntas! Y si son respuestas exigentes, los jóvenes no las rehuyen en absoluto; se diría más bien que las esperan» [8].
Concluye reafirmando su actitud pastoral de salir en busca del hombre, más en especial cuando es un joven: «No es verdad que sea el Papa quien lleva a los jóvenes de un extremo al otro del globo terráqueo. Son ellos quienes le llevan a él» [9].
2. Esquema de las JMJ
Desde el punto de vista organizativo, en 1985 se concreta el esquema que encontraremos, con algunas variantes, en todos los encuentros sucesivos: «misa de apertura, tres días de catequesis, Via crucis, vigilia con el Papa, solemne misa conclusiva» [10]. No se trata por tanto de un encuentro sin más, sino que desde el principio se plantean como unos días en los que los jóvenes puedan llegar a tener una experiencia muy personal de su fe en Cristo, de su pertenencia a la Iglesia y de la responsabilidad que tienen ante el anuncio del Evangelio.
¿Cuáles son los objetivos de Juan Pablo II con la institución de las JMJ? Los expone, con la experiencia adquirida tras la celebración de varias jornadas, en una Carta, del 8 de mayo de 1996 [11], con ocasión de un Seminario de Estudio sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud, que tuvo lugar en el Santuario de Jasna Góra, en Czestochowa. En dicha carta, de modo sintético, afirma que «la finalidad principal de las Jornadas es la de colocar a Jesucristo en el centro de la fe y de la vida de cada joven, para que sea el punto de referencia constante y la luz verdadera de cada iniciativa y de toda tarea educativa de las nuevas generaciones. Es el "estribillo" de cada Jornada Mundial. Y todas juntas, a lo largo de este decenio, aparecen como una continua y apremiante invitación a fundamentar la vida y la fe sobre la roca que es Cristo» (n. 1).
Por ello, invita a los jóvenes a peregrinar –en cada Jornada habrá que peregrinar al lugar del encuentro-, a construir «puentes de fraternidad y esperanza». Las Jornadas se convierten en «un camino siempre en movimiento. Como la vida. Como la juventud. Lanza el reto de que la Iglesia en ellos se vea a sí misma y su misión, acoja los desafíos del futuro y se llene de esa «renovada juventud de espíritu» (n. 2) de la que tan necesitada está la humanidad.
Define las Jornadas como un «acontecimiento providencial». En él, los jóvenes se interrogan sobre las aspiraciones más profundas, experimentan la comunión con la Iglesia y se comprometen con la urgente tarea de la nueva evangelización. Se trata de que los jóvenes puedan «vivir una fuerte experiencia de fe y de comunión, que le ayudará a afrontar las preguntas más profundas de la existencia y a asumir responsablemente el propio lugar en la sociedad y en la comunidad eclesial.» (n. 3)
Como metodología, Juan Pablo II señala que «la Palabra de Dios es el centro, la reflexión catequética el instrumento, la oración el alimento, la comunicación y el diálogo el estilo» (n.3).
Hace ver la importancia de los testimonios de los jóvenes que llevan a «alabar a Dios, que revela a los jóvenes los secretos de su Reino (cfr. Mt 11,25)» (n. 4).
En definitiva, se trata -dice a los asistentes al Seminario de estudio- de que reflexionemos «constantemente sobre nuestro ministerio entre los jóvenes y sobre la responsabilidad que tenemos de presentarles la verdad plena sobre Cristo y su Iglesia» (n. 4). Es una invitación a servirse de las JMJ con generosidad y creatividad, a que, dentro del itinerario normal de educación en la fe, sean para los jóvenes un acontecimiento en el que experimenten la atención y la confianza que la Iglesia deposita en ellos (n. 4).
Un punto central de la reflexión del Pontífice es subrayar «el indispensable dinamismo del compromiso apostólico de los jóvenes, tanto en la dimensión local como universal» (n. 1). No son una alternativa de la pastoral juvenil ordinaria -a la que reconoce el sacrificio y la abnegación con que se llevan a cabo-, sino que desea fortalecerla, ofreciendo nuevos estímulos de compromiso y metas cada vez más significativas y participativas. Al suscitar en los jóvenes un mayor dinamismo apostólico no los aísla, sino que los convierte en «protagonistas de un apostolado que contagie a las otras edades y situaciones de vida en el ámbito de la nueva "evangelización"» (n. 3).
Podríamos afirmar, por tanto, que las JMJ son un "acontecimiento" que el ministerio petrino, al servicio de la comunión universal, pone a disposición de las Iglesias locales a fin de que se dinamice toda la pastoral local.
Conviene añadir un aspecto que a mi parecer engloba todos los anteriores. Lo señalaba Benedicto XVI, en la iglesia de San Pantaleón, la víspera de la vigilia en Marienfeld: «He querido que, en el programa de estos días en Colonia, hubiera un encuentro especial con los jóvenes seminaristas, para resaltar de manera más explícita y vigorosa la dimensión vocacional que tienen siempre las Jornadas Mundiales de la Juventud» [12].
3. «El laboratorio de la fe»: Roma 2000
Es un sentir común en los estudiosos de las JMJ de que la de Roma del año 2000 es la más emblemática de todas. En ella Juan Pablo II introduce a los jóvenes en lo que él llama el "laboratorio de la fe".
Se centra en dos pasajes de los Evangelios. El primero en el de Cesarea de Filipo (Mt 16, 13-17): «Ahí se desvela el misterio del inicio y de la maduración de la fe. En primer lugar está la gracia de la revelación. Un íntimo e inexpresable darse de Dios al hombre; después sigue la llamada a dar una respuesta y, finalmente, está la respuesta del hombre, respuesta que desde ese momento en adelante tendrá que dar sentido y forma a toda su vida». Este diálogo en Cesarea de Filipo tuvo lugar en tiempo pre-pascual.
El encuentro con Tomás (Jn 20, 24-29) nos sitúa después de la resurrección. En esta ocasión, el Cenáculo fue también para los apóstoles una especie de "laboratorio de la fe". La escena va más allá de la de Cesarea de Filipo. Por una parte, está más claramente manifestada la «dialéctica de la fe y de la incredulidad más radical», dándose al mismo tiempo «una confesión aún más profunda de la verdad sobre Cristo». Cuando la incredulidad de Tomás «se encontró con la experiencia directa de la presencia de Cristo, el Apóstol que había dudado pronunció esas palabras con las que se expresa el núcleo más íntimo de la fe: si es así, si Tú verdaderamente estás vivo aunque te mataron, quiere decir que eres "mi Señor y mi Dios"». Con el caso de Tomás el "laboratorio de la fe" se enriquece con un nuevo elemento: el encuentro personal con Cristo.
Esta puede ser también la historia de cada uno, con sus correspondientes matices. «Todo ser humano tiene en su interior algo del Apóstol Tomás. Es tentado por la incredulidad y se plantea las preguntas fundamentales. (…) La respuesta surge junto con la experiencia que la persona hace de su divina presencia. Es necesario abrir los ojos y el corazón a la luz del Espíritu Santo. Entonces a cada uno le hablarán las heridas abiertas en Cristo resucitado: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído"».
Después de hablarles de cómo la opción por Dios conlleva una opción por Jesús, que en muchas ocasiones es como un nuevo martirio, Juan Pablo II desea llevarles a conocer a Cristo. Les regala un ejemplar del Evangelio de San Marcos. Les invita a leerlo junto a los sacerdotes y educadores con el fin de comprenderlo en su vida, «entonces encontraréis a Cristo y lo seguiréis entregando día a día la vida por Él». Les insiste en que no están solos, pues cuentan con las familias, los sacerdotes, los educadores y tantos otros como ellos, para terminar exhortándoles: «¡muchos como vosotros luchan y con la gracia del Señor vencen!».
Después del encuentro con Cristo, la misión. «Centinelas de la mañana (cf. Is 21, 11-12)» fue la expresión utilizada por Juan Pablo II y la que más fortuna hizo en Tor Vergata. Comparando con las convocaciones de jóvenes del siglo XX en las que se les enviaba a luchar unos con otros, les hace ver que «defenderéis la paz, incluso a costa de vuestra vida si fuera necesario». Concluyendo les puede afirmar que «diciendo "sí" a Cristo decís "sí" a todos vuestros ideales más nobles»
4. Experiencia y fe
Podríamos calificar las JMJ como una experiencia fuerte en la vida de los jóvenes. Federica Colzani, que ha estudiado a fondo la Jornada del 2000 en Roma, sostiene, con acierto, que la JMJ, «más que una experiencia masificada y masificante, se revela pues como un acontecimiento que confirma el pluralismo interno al mundo católico y que abre espacio a la personalización» [13]. Habría que entender aquí el "acontecimiento" en el sentido propio que le da el diccionario de la Real Academia de la Lengua: «Hecho o suceso, especialmente cuando reviste cierta importancia».
En nuestro caso, la experiencia cristiana, siguiendo a Ratzinger [14], tiene unos caracteres específicos: «es una experiencia que se instala en la cotidianidad del experimentar común, pero para avanzar se apoya en el ámbito de la de la experiencia histórica y de la riqueza experimental que ha creado ya el mundo de la fe». Antes esto sucedía de modo más natural, pues se vivía en un ambiente «acuñado por la fe». En estos momentos la educación religiosa debe abrirse al espacio de experiencia de la fe de tres maneras:
a) La que se da como fruto de «la vivencia común de la fe y del culto de la Iglesia»: fuerza vitalizadora para la vida cotidiana y para la crisis de existencia. La importancia, por tanto, de formar comunidades allí donde la parroquia no las pueda ofrecer.
b) La que proviene del verdadero creyente. «El que se expone a los procesos de maduración de la fe, comienza a ser luz para otros; es apoyo en el que los demás encuentran ayuda». Produciría en un primer paso una fe «de segunda mano» -si éste cree, es que vale la pena creer- para llegar después a una fe de «primera mano». Por tanto, concluye, «nos necesitamos los unos a los otros, también, y precisamente, cuando se trata de lo definitivo».
c) La que proviene de la figura de los santos, que «proporciona una expresión elevada de este fenómeno cotidiano y constituye una de las funciones esenciales de la Iglesia». En ellos «se almacena la fe como experiencia, se acondiciona antropológicamente y se acerca a nuestras vidas». Facilita el «gustar de lo divino», y así el hombre se apoya ya en la realidad –en lo que él ha "gustado"- y no en la experiencia de otro, en la de «segunda mano». Como esta experiencia de lo divino es un a modo de anticipo, nunca puede convertirse en un fin en sí mismo. Son experiencias a lo «Tabor», que facilitan luego el encuentro con Dios en lo cotidiano.
Las JMJ se sitúan en el terreno de esas experiencias fuertes que, conducen a nuevos espacios y permiten tanto el acercamiento a la fe, como el fortalecimiento. Un ejemplo claro sería el diálogo del Señor con la Samaritana [15].
5. Catequesis, Iglesia y transmisión de la fe
Una JMJ es un momento fuerte en el que los jóvenes encuentran respuestas a muchos de sus interrogantes y se plantean nuevas cuestiones y horizontes. Podemos decir que son la suma de muchos encuentros con Cristo, de una experiencia viva de fe con el Resucitado. «La catequesis, -afirma el Directorio General para la Catequesis- al presentar el mensaje cristiano, "debe preocuparse por orientar la atención de los hombres hacia sus experiencias de mayor importancia, tanto personales como sociales, siendo tarea suya plantear, a la luz del Evangelio, los interrogantes que brotan de ellas, de modo que se estimule el justo deseo de transformar la propia conducta"» [16].
Podríamos definir también las JMJ como un acontecimiento catequético de gran amplitud. En el DGC encontramos "luces" para enjuiciar estos acontecimientos. Así, el capítulo III de su parte primera, trata de la "Naturaleza, finalidad y tareas de la catequesis". Resalta cuatro aspectos que aplicaremos al desarrollo de estas Jornadas.
a) La catequesis es una acción de naturaleza eclesial (DGC 78-79). La Iglesia es el sujeto agente de la catequesis (madre y maestra): «por la catequesis alimenta a sus hijos con su propia fe y los inserta, como miembros, a la familia eclesial». El mismo Directorio se ha señalado anteriormente (n. 28) que, a pesar de la fecundidad de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, «se ha debilitado el sentido de pertenencia eclesial; se constata, con frecuencia, una "desafección hacia la Iglesia"; se la contempla, muchas veces, de forma unilateral, como mera institución, privada de su misterio» [17]. Por ello, «la acción evangelizadora de la Iglesia, y en ella la catequesis, debe buscar más decididamente una sólida cohesión eclesial. Para ello, es urgente promover y ahondar una auténtica eclesiología de comunión, a fin de generar en los cristianos una sólida espiritualidad eclesial» [18].
En esta doble dimensión –reciben la fe de la Iglesia y se sienten más Iglesia con su correspondiente corresponsabilidad en la misión [19]- las JMJ pueden jugar un papel importante. Los jóvenes experimentan que el Romano Pontífice expone con autoridad la misma fe que reciben en sus lugares de origen, a la que se sienten llamados a transmitirlas a sus coetáneos como primeros protagonistas. «La "Generación Juan Pablo II", como el Papa del que toma el nombre, es una generación del Sí: "Sí a Cristo, sí a la Iglesia, sí a la civilización del amor". Al mismo tiempo, las JMJ son un único gran sí. Pronunciado en los años por millones y millones de voces jóvenes, que quiere a su vez conquistar el corazón y el sí del mayor número posible de coetáneos» [20].
b) La traditio-redditio Symboli. Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Catechesi Tradendae (CT), n. 28 [21] había recomendado recuperar este rito tan expresivo y que ha sido recogido en el Ritual para la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA).
La JMJ de Tor Vergata fue pensada con esta dinámica. En el programa pastoral se señala: «Estrechamente relacionado con el tema general y como una consecuencia de él surge la idea madre y síntesis de toda la Jornada: reconocer y vivir la fe como don-respuesta a Dios en Jesucristo, la Palabra hecha carne.
»Ésta encuentra en la transmisión (traditio) y retransmisión (redditio) del Símbolo (Credo) una de las formas más altas y expresivas tanto de la profesión pública de fe en la Iglesia, cuanto de su testimonio en el mundo. En este "icono", netamente bíblico e histórico-eclesial, se inspirarán los distintos momentos de la Jornada, culminando en la celebración de la vigilia y en la solemne Celebración Eucarística conclusiva» [22].
c) La finalidad de la catequesis es la comunión con Cristo [23]. El encuentro personal con Cristo ha sido el motivo fundamental de las jornadas. En la Carta a los jóvenes, comentando el diálogo con el joven rico, Juan Pablo II ya señalaba que Jesús «mira con amor a todo hombre. El Evangelio lo confirma a cada paso. Se puede también decir que en esta "mirada amorosa" de Cristo está contenida casi como en resumen y síntesis toda la Buena Nueva» [24] e insistía «¡Deseo que experimentéis una mirada así! ¡Deseo que experimentéis la verdad de que Cristo os mira con amor!» [25].
En diversas JMJ, el Papa manifiesta el deseo de que los jóvenes descubran la mirada de Cristo, de que aprendan a contemplarlo. En la Vigilia de Tor Vergata ya vimos cómo les entregaba el Evangelio para que encontraran a Cristo y lo siguieran. Al día siguiente les vuelve de nuevo a hablar de ese amor de Cristo: «La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo que se nos da porque nos ama. Él nos ama a cada uno de nosotros de un modo personal y único en la vida concreta de cada día: en la familia, entre los amigos, en el estudio y en el trabajo, en el descanso y en la diversión. Nos ama cuando llena de frescura los días de nuestra existencia y también cuando, en el momento del dolor, permite que la prueba se cierna sobre nosotros; también a través de las pruebas más duras, Él nos hace escuchar su voz». Subrayando ese amor afirmaba que es un amor sin condiciones. La consecuencia lógica será la respuesta generosa a su llamada: «a Jesús no le gustan las medias tintas» [26], les dirá de modo coloquial; la mirada de Cristo es una mirada exigente, que invita mirar alto, que interpela y que lleva a la misión. Les animaba a ser «testigos fervorosos de la presencia de Cristo en nuestros altares. Que la Eucaristía modele vuestra vida, la vida de las familias que formaréis; que oriente todas vuestras opciones de vida. Que la Eucaristía, presencia viva y real del amor trinitario de Dios, os inspire ideales de solidaridad y os haga vivir en comunión con vuestros hermanos dispersos por todos los rincones del planeta» [27].
d) Si ahora nos fijamos en las tareas fundamentales de la catequesis (DGC 85), se señalan cuatro, que son las que corresponden a la fe que «pide ser conocida, celebrada, vivida y hecha oración» (DGC 84):
1) «Propiciar el conocimiento de la fe».
2) «La educación litúrgica».
3) «La formación moral».
4) «Enseñar a orar».
Estas tareas son necesarias para el crecimiento de la fe cristiana. Cada una de ellas realiza, a su modo, la finalidad de la catequesis. Se implican mutuamente y se desarrollan conjuntamente. Para llevarlas a cabo, la catequesis se vale de la transmisión del mensaje evangélico y de la experiencia de la vida cristiana.
También señala como relevantes, «la educación para la vida comunitaria» y «la iniciación a la misión» (DGC 86).
¿No estamos indicando con estas seis conjuntadas tareas el resumen acabado de lo que es una JMJ? Todas ellas se dan, y de un modo circular, que hace que se impliquen unas en otras. Los jóvenes que participan en una JMJ refieren que se siente fortalecidos en la fe, que han descubierto la maravilla de vivir esa fe en común con muchas personas de muy diversas nacionalidades y condiciones, así como las implicaciones morales que lleva consigo la fe cristiana y, sobre todo, el descubrimiento de la oración. Si todas las vigilias y celebraciones han procurado propiciar en los jóvenes la oración personal y comunitaria, Colonia añadió la "revelación" de la importancia de la adoración. Son muchos los testimonios que así lo avalan. Impresionaba el Campo de María: miles de jóvenes arrodillados ante el Santísimo expuesto, en un intenso silencio de oración; también las horas pasadas en las capillas habilitadas para la contemplación y oración ante Cristo en la Eucaristía.
Desde la perspectiva catequética se descubre el gran valor pastoral que encierran las JMJ y el buen instrumento que puede ser para incentivar la pastoral juvenil ordinaria.
6. Las JMJ y la pastoral juvenil ordinaria
Los jóvenes que acudieron a la JMJ de Roma se sienten formando parte de una historia. Federica Colzani [28] ha valorado estos días como de una «eficacia instantánea sorprendente» (al comprobar que son pocos los que mantienen contacto entre sí después de dos años). Cuando se pasa del plano personal a social, el escenario cambia: no siempre las marcas dejadas por la JMJ afloran de modo claro, quedando impresas en la historia privada del sujeto. El hecho de encontrarse tanta gente les ha llevado a ser «mayoría por un día». La experiencia de la universalidad de la Iglesia les ha abierto nuevos horizontes. Pero son jóvenes normales que viven en un mundo con un plural religioso. En él viven sin discutir sus presupuestos. Pueden sentirse llamados a transmitir con palabras o con los hechos lo vivido esos días. Esta transmisión puede realizarse en el nivel cercano –familia, amigos, etc.- o en ámbitos más amplios –trabajo- donde suele reducirse a dar el testimonio de una vida corriente de acuerdo con lo vivido [29].
El 30 de enero de 1998, un día antes de recibir el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Navarra, el entonces Cardenal Ratzinger mantuvo un coloquio con unos doscientos universitarios en el Colegio Mayor Belagua de Pamplona. Uno de los jóvenes planteaba cómo lograr que las JMJ dejen una huella profunda, es decir, que sean eficaces desde el punto de vista pastoral. Preguntaba: «He estado en varios encuentros del Papa con la juventud, en Santiago, en París… Allí nos ha hablado de que somos la esperanza de la Iglesia, del mundo. Lo que percibo entre la juventud es que hay una respuesta muy positiva ante el Papa, pero tal vez los contenidos doctrinales y éticos que explica no tienen el mismo seguimiento. ¿Cómo cree usted que debemos afrontar el mensaje de esperanza del Papa de darle la vuelta al mundo?»
Aunque larga, me parece interesante transcribir por entero la respuesta del Cardenal. Tiene el candor de lo inmediato, de lo conversado directamente con protagonistas de las JMJ, y nos señala puntos interesantes para enfocar correctamente, desde un punto de vista pastoral, estas jornadas.
«Pienso que hay que seguir el orden correcto. Puede que no tenga ningún sentido tratar de los valores morales más complicados, sin empezar por el descubrimiento de lo positivo que resulta que se nos regale la fe y abrirse a ese regalo. Esa fuerza de la fe, ese impulso del descubrimiento de la fe lleva también a la superación de aquello que hay que superar y a ir configurando una vida de acuerdo con unos principios. En el Antiguo Testamento se dice: "La alegría de Dios es nuestra fuerza", y después del exilio lo que hacen los sacerdotes es redescubrirle al pueblo esa alegría de Dios y, a partir de ahí, la alegría de la Ley. Por tanto, el punto de partida debe ser esa alegría de Dios, esa alegría de saber que no estamos en un mundo lleno de enigmas sin solución: tenemos a Jesucristo, la palabra viva de Dios que da respuesta a esas preguntas. Lo primero es alegrarse, alegrarse de que Dios es así, de que Dios es mi amigo, de que Dios me conoce, y también la alegría de conocer la pertenencia a la Iglesia. Partiendo de esa alegría de la amistad con Dios, también se está dispuesto a aceptar las condiciones de esa amistad, se está dispuesto a superar lo que es incompatible son esa amistad. La alegría de conocer a Dios también es una alegría que va creando vínculos humanos: la alegría de saberse perteneciente a esa gran comunidad de la Iglesia, a esa gran comunión de los santos, y también la alegría de saberse perteneciente a comunidades más concretas, como puede ser el Opus Dei [30] y otras instituciones de la Iglesia. Y eso también va creando unas amistades, un humus, y de forma natural se va intentando superar lo que es incompatible con esa amistad y se va incorporando el programa de vida cristiana poco a poco, paso a paso, porque las cosas no caen del cielo» [31].
La alegría del encuentro con Dios. Esta es la nota común de todos los que han asistido a una JMJ y es, a mi juicio, el punto de partida para poder valorar lo que suponen las JMJ para la pastoral ordinaria. Después de asistir a la de Colonia, un joven alejado de la práctica cristiana comentaba cómo había estado diez días sin necesidad de acudir a la bebida y a la fiesta del fin de semana: "ni lo había echado en falta". Le había cautivado la alegría de esos días, la sensación de pertenecer a una gran familia, el cariño de todos. Después de madurar lo vivido, ya de vuelta en su casa, cuando le llamaron para recordar los días pasados en Colonia –ver las fotografías- manifestó que lo primero que quería era confesarse; había decidido volver a vivir su fe en plenitud. Luego se reuniría con todos [32].
Las JMJ dependen mucho tanto de la propia jornada, como del antes y del después. Y esto a todos los niveles: nacional, diocesano, local y personal. La alternancia entre JMJ local y mundial tiene como finalidad que la primacía gravite sobre la diócesis [33]. A modo de ejemplo, la Iglesia en Italia ha configurado su pastoral juvenil con los contenidos de cada JMJ [34]. Así el descubrimiento que los jóvenes realizan de la Iglesia como familia [35] se concreta y materializa en el día a día en sus respectivas diócesis y parroquias.
De todos modos, y ciñéndonos a un nivel más local y personal, a mi juicio la eficacia pastoral viene, contando siempre con la gracia de Dios, del acompañamiento personalizado a cada uno de los asistentes. Juan Pablo II siempre hace mención de los sacerdotes y personas acompañantes a los que los jóvenes deben acudir para su encuentro personal con Cristo.
La Iglesia es consciente de que debe dirigirse al hombre concreto, que la evangelización se hace efectiva cuando cada uno de los cristianos la interioriza personalmente. Los eventos y las celebraciones son importantes, pero luego hay que llegar al "boca-oído". Pablo VI en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, señalaba: «Además de la proclamación que podríamos llamar colectiva del Evangelio, conserva toda su validez e importancia esa otra transmisión de persona a persona. El Señor la ha practicado frecuentemente —como lo prueban, por ejemplo, las conversaciones con Nicodemo, Zaqueo, la Samaritana, Simón el fariseo— y lo mismo han hecho los Apóstoles. En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe? La urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas de hombres no debería hacer olvidar esa forma de anunciar mediante la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro hombre. Nunca alabaremos suficientemente a los sacerdotes que, a través del sacramento de la penitencia o a través del diálogo pastoral, se muestran dispuestos a guiar a las personas por el camino del Evangelio, a alentarlas en sus esfuerzos, a levantarlas si han caído, a asistirlas siempre con discreción y disponibilidad» [36].
Aquí juega un papel fundamental el acompañamiento espiritual. En Pastores dabo vobis con referencia a la pastoral vocacional al sacerdocio, pero válido para cualquier otra labor pastoral con la juventud, Juan Pablo II afirma: «la atención a las vocaciones al sacerdocio se debe concretar también en una propuesta decidida y convincente de dirección espiritual. Es necesario redescubrir la gran tradición del acompañamiento espiritual individual, que ha dado siempre tantos y tan preciosos frutos en la vida de la Iglesia». Y animaba a invitar a los jóvenes «a descubrir y apreciar el don de la dirección espiritual, a buscarlo y experimentarlo, a solicitarlo con insistencia confiada a sus educadores en la fe. Por su parte, los sacerdotes sean los primeros en dedicar tiempo y energías a esta labor de educación y de ayuda espiritual personal. No se arrepentirán jamás de haber descuidado o relegado a segundo plano otras muchas actividades también buenas y útiles, si esto lo exigía la fidelidad a su ministerio de colaboradores del Espíritu en la orientación y guía de los llamados» [37].
¿Cuáles serían las actitudes y los modos de ser sobre los que en definitiva pivota la pastoral juvenil? En primer lugar se trataría de fomentar el afán de santidad. Así lo expresaba Juan Pablo II: «Se necesitan heraldos del Evangelio expertos en humanidad [38], que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios. Para eso se necesitan nuevos santos. Los grandes evangelizadores de Europa han sido los santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande nuevos santos para evangelizar el mundo de hoy» [39]
También podríamos decir que para llevar a cabo una auténtica labor pastoral con la juventud, es necesario la autoridad del "testigo". Pablo VI lo expresó gráficamente en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi: «Ante todo, (…) hay que subrayar esto: para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan —decíamos recientemente a un grupo de seglares—, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio". Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad» [40].
Reforzando esta idea Pablo VI señala como gran obstáculo a la evangelización «la falta de fervor, tanto más grave [en el testigo] –continúa diciendo- cuanto que viene de dentro. Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo en la falta de alegría y de esperanza. Por ello, a todos aquellos que por cualquier título o en cualquier grado tienen la obligación de evangelizar, Nos los exhortamos a alimentar siempre el fervor del espíritu (Rom 12, 11)» [41].
Y seguirá animando a los evangelizadores: «Conservemos, pues, el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo —como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia— con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo» [42]. Por experiencia sabemos que de un fervor así, cuando lo ven hecho vida en sus pastores, los jóvenes se contagian fácilmente, y que suscitan en los demás.
7. La juventud en el trabajo pastoral de los sacerdotes
A la vista de estas consideraciones, viene a colación cómo Juan Pablo II ve el trabajo pastoral de los sacerdotes con la juventud. El texto base sería el estudio de la "Carta Apostólica de Juan Pablo II a los Jóvenes con ocasión del año Internacional de la Juventud" con fecha 31 de marzo de 1985 -muy relacionada, como hemos visto, con el inicio de las JMJ-. Con esa misma fecha el Papa escribió su tradicional carta anual a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo. En ella expresa «algunos pensamientos sobre el tema de la juventud en el trabajo pastoral de los sacerdotes» (n.3). Encontramos allí un a modo de compendio, breve pero rico en experiencia, acerca de la pastoral con los jóvenes. Siguiendo dicha carta podemos encontrar «las actitudes que debe tener el presbítero en el empeño sacerdotal y pastoral con los jóvenes» [43].
El modelo que propone a los sacerdotes para la pastoral con la juventud es el mismo que utiliza en la Carta a los jóvenes [44]: el diálogo de Jesús con el joven rico. «El punto verdaderamente neurálgico» de la conversación fue cuando Jesús «poniendo en él los ojos, le amó. Si se preguntase a aquellos sacerdotes que a lo largo de generaciones han hecho más por las almas jóvenes, por los muchachos y las muchachas; si se preguntase a quienes han recogido un fruto duradero en su trabajo con lo jóvenes, nos convenceríamos de que la fuente primera y la más profunda de su eficacia está en aquel "poner los ojos con amor" como hizo Cristo». Desde la perspectiva del amor se deducen todas las actitudes del pastor de almas:
a) Se tratará de un amor por cada una y cada uno y por todos. Por tanto no es exclusivo (no debe llevar a excluir a determinados jóvenes ni a los no jóvenes)
b) Posee una característica específica: «un interés particular por lo que es la juventud en la vida del hombre». Los jóvenes poseen para los pastores de mucho atractivo, pero también tienen no pocas debilidades y defectos. A través de estos valores y defectos, hemos de llegar directamente al joven que se encuentra en «una fase de particular responsabilidad. El amor a los jóvenes es, ante todo, conciencia de esta responsabilidad y disponibilidad para compartirla».
c) Un amor así suscita confianza en una época de la vida en la que uno está muy necesitado de él. Esto supone un amor gratuito que viene a ser como la piedra de toque de la ascesis sacerdotal por identificarse con Cristo. Las almas de los jóvenes son especialmente sensibles y, con frecuencia, muy críticas. Por esto se requiere en el sacerdote, a juicio de Juan Pablo II, preparación intelectual y cualidades del carácter y del corazón, de las que señala la bondad - requisito esencial para que el sacerdote sea realmente accesible a los jóvenes-, la dedicación - todas las horas serán siempre pocas- y la firmeza. Estas características facilitan que los chicos acudan con confianza al sacerdote, pues se saben que van a ser escuchados y que le van a resolver sus inquietantes preguntas.
d) Por otra parte, los jóvenes se encuentran necesitados de sacerdotes acompañantes que posean para ellos «autoridad moral». Los jóvenes quieren encontrar la verdad sin medias tintas; no hay que temer exponersela con todas sus exigencias. El pastor sabrá ir conduciéndoles como por un plano inclinado a una mayor plenitud de vida cristiana; pero hay que ser conscientes que este camino hay que recorrerlo continuamente en la verdad: ya saben que «el verdadero bien no puede ser ‘fácil’ sino que debe ‘costar’». Poseen como «un sano instinto». Si el joven no ha sufrido todavía el deterioro moral, este sano instinto funcionará. Si está estructuralmente deteriorado, no hay más camino para que salga de esta triste situación «sino dando respuestas verdaderas y proponiendo verdaderos valores» [45].
e) Esto nos lleva de la mano a la siguiente característica: dar el protagonismo al auténtico artífice, a Dios. En el diálogo con el joven rico, Jesús parece quitarse de lado cuando responde «nadie es bueno sino sólo Dios». Aunque la labor pastoral es un trabajo que hay que realizar en primera persona y con total dedicación, no hay que ponerse en primer plano. Todo trabajo pastoral con los jóvenes «ha de servir con toda humildad para abrir y ampliar el espacio a Dios, a Jesucristo».
f) «El amor hace capaces de proponer el bien». Es la hora del «sígueme». El educador ha de ayudar a cada joven a enfrentarse con el Señor para descubrir su vocación. Vocación en su sentido amplio, «la vocación en la que se realiza el hombre y su propia dignidad». Estar con los jóvenes en medio de las pruebas, de los sufrimientos, de las inquietudes para «afianzarlos en el deseo de transformar el mundo y de hacerlo más humano y fraterno» cada uno a través del camino que el Señor le señale. Valorando todos los caminos, no podemos dejar de hacer referencia explícita a la vocación al sacerdocio. El papel del sacerdote es fundamental para que el joven se pueda plantear su posible vocación. El propio sacerdote se convierte en «punto concreto de referencia» para que «el Don recibido se convierta en fuente de una dádiva semejante para los demás y, concretamente, para los jóvenes».
Podríamos señalar muchos otros aspectos. Cada uno podría enriquecer esta relación aportando su experiencia personal. Además, ¡cuánto aprendemos de tantos buenos sacerdotes que son modelo de entrega ejemplar en la pastoral juvenil! Como las JMJ nos han servido para acercarnos a esta cuestión, podríamos acabar con las palabras que Benedicto XVI dirigió a los obispos alemanes horas después del encuentro en Colonia: «El Santo Padre Juan Pablo II, genial iniciador de las Jornadas mundiales de la juventud una intuición que considero una inspiración mostró que ambas partes dan y reciben. No sólo nosotros hemos hecho lo que estaba de nuestra parte del mejor modo posible, sino también los jóvenes, con sus preguntas, con su esperanza, con su alegría en la fe, con su entusiasmo al renovar la Iglesia, nos han dado algo. Damos gracias por esta reciprocidad y esperamos que perdure, es decir, que los jóvenes, con sus preguntas, con su fe y con su alegría en la fe, sigan siendo para nosotros un estímulo a vencer la pusilanimidad y el cansancio, y nos impulsen a indicarles el camino, con la experiencia de la fe que se nos da, con la experiencia del ministerio pastoral, con la gracia del sacramento en que nos encontramos, de forma que su entusiasmo encuentre también un justo orden. Como una fuente debe canalizarse para que pueda aprovecharse su agua, así también este entusiasmo debe ser orientado siempre de nuevo en su forma eclesial» [46].
Como resumen, podemos afirmar que las JMJ serán realmente eficaces si son un estímulo para la pastoral ordinaria. En mi opinión, este fruto está vinculado a que se lleve a cabo una labor de acompañamiento personal con cada uno de los jóvenes. Esto se hará realidad si se tiene en cuenta que «la nueva evangelización tiene necesidad de nuevos evangelizadores, y éstos son los sacerdotes que se comprometen a vivir su sacerdocio como camino específico hacia la santidad» [47]. El Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros comenta estas palabras con lo que puede ser nuestra conclusión: «¡Las obras de Dios las hacen los hombres de Dios!» [48].
Notas
[1] J. R. GARCÍA MORATO SOTO, Un abrazo del Papa, «Nuestro Tiempo», 556 (octubre 2000) 38.
[2] Ibidem, p. 43.
[3] JUAN PABLO II, Ángelus, 20-III-2005.
[4] JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza, (Plaza-Janés, Barcelona 1994), p. 134.
[5] Ibidem, p. 134 (el subrayado es nuestro).
[6] Para Mons Boccardo, encargado de la Sección de jóvenes del Pontificio Consejo de Laicos desde 1992 a 2000, la idea es totalmente de Juan Pablo II (cfr. F. VAYNA – A. ROLLIER, "Jean-Paul II, les jeunes et les JMJ. Entretiens avec Mgr. Renato Boccardo", (NDL Éditions, Francia 2005), p. 43).
[7] Cfr. M. MUOLO, Generazione Giovanni Paolo II. La storia della Giornata Mundiale della Gioventù, (Ancora, Milano 2005), p. 13 y s.
[8] JUAN PABLO II, Cruzando…, p. 133.
[9] Ibidem, p. 134.
[10] MUOLO, p. 22.
[11] Tomada de http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/1996/documents/hf_jp-ii_let_19960508_czestochowa-gmg_sp.html
[12] Cfr también R. BOCCARDO en VAYNE – ROLLIER, p. 170. Boccardo señala que la mejor definición de las JMJ es la que atribuye a Juan Pablo II, «el paso del Señor en medio de su pueblo» (en Ib., pp. 52 y ss.
[13] Federica Colzani, "Dall’evento alla quotidianità. L’impatto della GMG nella vita dei giovani partecipanti", en F GARELLI – R FERRERO CAMOLETTO (a cura), "Una spiritualità in movimento. Le Giornate Mondiali della Gioventù da Roma a Toronto", (Padova, 2003), p. 131
[14] Seguimos a J. RATZINGER, "Fe y experiencia" en J. RATZINGER, "Teoría de los principios teológicos", (Barcelona, 1985), pp. 412-417. Para un breve estudio de experiencia y teología en J. MORALES, "Introducción a la Teología", (Pamplona, 1998), pp. 167-186. y la bibliografía ahí señalada.
[15] Ratzinger lo aplica a esta escena del Evangelio en las pp. 425-427.
[16] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequisis, (Edice, Madrid 1998) n. 117. (A partir de ahora citaremos como DGC) La cita interna es de DGC (1971) 74 con cfr. CT 29.
[17] DGC 28. La cita interna es de Sínodo 1985, I, 3.
[18] DGC 28. Hacer de la "auténtica Eclesiología de Comunión" cita a CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, "Carta Communionis notio (28 mayo 1992)" 1: AAS 85 (1993), p. 838; cf TMA 36e.
[19] Conviene tener en cuenta la Nota doctrinal "Fe y moral" de la CEE, 18-X-1988, sobre el uso inadecuado de la expresión "modelos de Iglesia". Estamos hablando de cómo los jóvenes perciben claramente el ser Iglesia, sin las visiones parciales que pueden darse en ámbitos más teológicos.
[20] MUOLO, p. 124
[21] CT 28:« Una expresión privilegiada de la herencia viva que ellos han recibido en custodia, se encuentra en el Credo o, más concretamente, en los Símbolos que, en momentos cruciales, recogieron en síntesis felices la fe de la Iglesia. Durante siglos, un elemento importante de la catequesis era precisamente la "traditio Symboli" (o transmisión del compendio de la fe), seguida de la entrega de la oración dominical.
Este rito expresivo ha vuelto a ser introducido en nuestros días en la iniciación de los catecúmenos. ¿No habría que encontrar una utilización más concretamente adaptada, para señalar esta etapa, la más importante entre todas, en que un nuevo discípulo de Jesucristo acepta con plena lucidez y valentía el contenido de lo que más adelante va a profundizar con seriedad?»
[22] XV Jornada Mundial de la Juventud. Roma 2000. Un acontecimiento en el gran jubileo. Programa pastoral. Fuente: www.vatican.va
(http://www.ewtn.com/wyd2000/spanish/antecedentes/Programa_Pastoral.htm).
[23] DGC, 80.
[24] JUAN PABLO II, Carta a los jóvenes, 31-III-1985, n. 7.
[25] Ibidem.
[26] Homilía en Tor Vergata.
[27] Homilía en Tor Vergata.
[28] Vid. Federica Colzani, "Dall’evento alla quotidianità. L’impatto della GMG nella vita dei giovani partecipanti", en F GARELLI – R FERRERO CAMOLETTO (a cura), "Una spiritualità in movimento. Le Giornate Mondiali della Gioventù da Roma a Toronto", (Padova, 2003), pp. 93-132.
[29] Mons. Boccardo destaca la fuerza misionera de las JMJ y «su profundo impacto en la vida de las Iglesias locales», F. VAYNA – A. ROLLIER, "Jean-Paul II, les jeunes et les JMJ. Entretiens avec Mgr. Renato Boccardo", (NDL Éditions, Francia 2005), p. 20.
[30] El Opus Dei dirige ese Colegio Mayor.
[31] «Nuestro Tiempo», 610 (IV-2005) 53. Sobre la alegría de la vida cristiana vid también BENEDICTO XVI, "Discurso" a los participantes en la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma, 5 de junio de 2006 Y "Homilía" 8.XII.05 y 24.XII.05.
[32] De una conversación con el autor.
[33] Mons R. BOCCARDO en VAYNE- ROLLIER, p. 55.
[34] Es elocuente cómo se presenta en la página web de la Conferencia Episcopal Italiana el "Servizio Nazionale per la pastorale giovanile": «Offre collaborazione alle diocesi per la formulazione di un progetto educativo in ordine alla formazione cristiana dei giovanni; stimola un confronto col mondo giovanile; sviluppa particolare attencione alla celebrazione della Giornata Mondiale della Gioventù curandone l’opportuna preparazione catechatica e spirituale nonché gli aspetti organizzativi»
(http://www.chiesacattolica.it/cci_new/PagineCCI/index.jsp?idPagina=3).
[35] R. BOCCARDO en VAYNE – ROLLIER, p. 131.
[36] EN, 46.
[37] PDV, 40.
[38] Cfr. JUAN PABLO II, Discurso a la Academia Eclesiástica Pontificia, 26 DE ABRIL DE 2001, 1 en donde atribuye a Pablo VI la expresión "expertos en humanidad".
[39] JUAN PABLO II, Discurso al Simposio de Obispos europeos, 11-X-1985, cit. Rendere amabile la verità.
[40] EN, 41. La cita interna es PABLO VI, Discurso a los miembros del Consilium de Laicis (2 octubre 1974): AAS 66 (1974), p. 568.
[41] EN, 80.
[42] EN, ...
[43] En todo lo que sigue se hace referencia a este documento, a no ser que se indique lo contrario.
[44] También lo utilizaría en la Enc. Veritatis splendor.
[45] No pocas veces, personas no creyentes son conscientes de la capacidad que tiene la Iglesia de llevar a cabo esta misión profética. Con ocasión de la JMJ de Roma del 2000, «Massimo Cacciari, filósofo laicista y antiguo alcalde de Venecia, declaraba al diario 'Avvenire': "Sólo la Iglesia está preparada para hablar a los jóvenes. En Roma se ha producido un acontecimiento que tiene algo de increíble para el mundo laicista: hoy por hoy, el único discurso que no se ha reducido a la dimensión de lo útil, del interés, de lo pragmático, es el que la Iglesia dirige a los jóvenes. Se podrán hacer todas las consideraciones que se quieran, pero esto queda absolutamente fuera de duda. Nosotros -filósofos, políticos, empresarios, agentes sociales- debemos ponernos en postura de profunda reflexión. Si no logramos dar sentido a lo que hacemos, la misma dimensión política (que debe permanecer distinta de la espiritual) perderá todo significado, no adquirirá ningún valor. Miremos a la cara a estos jóvenes. Nos dicen: 'Acabad con la charlatanería política, volved a las cosas que valen la pena’"» (J. R. GARCÍA-MORATO, «Nuestro Tiempo» 556 (X-2000) 38).
Desde instancias creyentes también se percibe esta realidad. George Weigel se pregunta «¿A qué se debe que la relación con los jóvenes, lejos de decaer, haya ido en aumento?» Y se responde a sí mismo: «El Papa se tomaba en serio a los jóvenes como personas, como gente en pugna con el sentido de la vida. Al dirigirse a ellos no restaba incisividad a un mensaje cristiano que él demostraba vivir en sus propias carnes. Quizá lo más importante sea que no buscaba entrar a los jóvenes por el lado fácil, sino que los retaba a no conformarse con nada que no fuera la grandeza moral. En una época de la historia occidental en que costaba encontrar a otro gran personaje que llamara a los jóvenes a sobrellevar cargas y hacer sacrificios, Juan Pablo II conectó con la sed juvenil de heroísmo, y la puso en relación con la búsqueda humana de Dios. Consiguió así un estilo poderoso de evangelización» (G. WEIGEL, "Biografía de Juan Pablo II. Testigo de esperanza", (Barcelona, 1999). 662 y s.).
[46] BENEDICTO XVI, Encuentro con los Obispos de Alemania, 21 de agosto de 2005
[47] PDV, 82.
[48] CONGREGACIÓN DEL CLERO, Directorio para el Ministerio y la vida de los Presbíteros, 31-I-1994, n. 97.
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