La figura histórica de Jesucristo
Pedro Beteta
Jesucristo es el personaje más y mejor estudiado a lo largo de estos 21 siglos que han transcurrido desde su entrada en la historia humana. Nadie como Él ha sido estudiado con tanta profundidad porque nadie como Él ha suscitado tanto interés. Vivió poco tiempo, pues apenas pasaba de los treinta años cuando murió. Y falleció ajusticiado como un malhechor. No fue pues un hermoso final. Y, sin embargo, su doctrina vivida y predicada ha sido el comienzo de la mayor revolución de la historia de la humanidad.
Ninguna doctrina, teoría filosófica o civilización ha influido jamás tanto en las personas de todas las épocas y circunstancias; incluyendo todos los aspectos de la vida, tanto cultural, como artística, moral, jurídica, familiar, etc.
El asunto verdaderamente desconcertante y que, de ser cierto, hace singular a esta persona es que vive actualmente. ¿Acaso no murió realmente como ha quedado dicho? No. En efecto, murió. Murió y además gracias al estudio de los documentos que narran su muerte, es el hecho histórico mejor documentado. Pero igual de documentado está su Resurrección.
El asunto, para que vamos a negarlo, que está en el fondo de todo planteamiento relacionado con Jesús, es el de su personalidad. ¿Quién es en realidad? Evidentemente, una persona con buena salud psíquica no se creerá jamás -al menos en serio- que es Dios, y desde luego nadie cuerdo acepta tanto sacrificio para mantener una postura falsa e hipotética.
Sin embargo, Jesús de Nazaret, está persuadido de ser Dios y por mantener la defensa de tal identidad será condenado a muerte y ejecutado. Los relatos evangélicos, pese a no dibujar el retrato físico de Jesucristo, son generosos a la hora de aportar datos sobre la fisonomía moral. Vamos a intentar la osadía de esbozar en el carácter de Jesús de Nazaret al hilo documental, meramente histórico, de los evangelios.
El carácter de Jesús de Nazaret
Las joyas, las monedas, las ánforas, etc., desde antiguo, son reconocidas por la marca, el carácter. Hay un cuento de León Tolstoi en el que un zapatero invita a cenar en Nochebuena a un mendigo y su mujer le increpa. El invitado se va empequeñeciendo y afeando a medida que oye los insultos y siente los desprecios. Al final, cambia de actitud la mujer y comienza a tratarle con afabilidad y darle bien de comer. Ante la perplejidad del matrimonio aquel hombre mejora. Crece y su rostro embellece hasta convertirse en lo que era... ¡un ángel! Al ser preguntado sobre porqué no lo había dicho antes respondió: "siempre soy ángel pero me manifiesto como ángel cuando me tratan como tal".
Todos los hombres tienen un modo peculiar de ser, un carácter propio. Es la resultante de los muchos influjos que inciden en la persona configurando así su carácter, su marca indeleble mostrada en el comportamiento. El sello inédito que dejan estas condiciones psíquicas y afectivas -unas heredadas y otras adquiridas- distinguen y señalan a esa persona. Los hombres tras el pecado original que les hirió en su naturaleza han de mirar a Jesucristo, para correspondiendo esforzadamente a la gracia, modelar el carácter y conseguir la identificación con Cristo.
¿Qué datos deberíamos abordar al pretender describir el talante, el carácter o la personalidad de un hombre? A bote pronto se nos ocurre que de un hombre conocido se podría quizá decir por ejemplo, algo así: alegre, afectuoso, laborioso, inteligente, equilibrado, locuaz, sabe escuchar, profundo, reflexivo, acomete los problemas con fortaleza sin herir a las personas, ordenado, comprensivo, generoso, se sobrepone al cansancio sin espectáculo para hacer lo que toca en cada momento, tiene conciencia de su vocación y no retrocede ante las dificultades, etc.
Sería largo y prolijo hacer la descripción del carácter de un hombre, como queda demostrado. Veamos que podemos hacer nosotros para entresacar del Evangelio el retrato moral del Señor.
Disfruta del mundo y lo conoce bien
Su predecesor, Juan el Bautista, se aparta del mundo y en su momento comienza a predicar y acuden a él desde todas partes. Jesucristo, en cambio, trabaja largos años de su vida en un oficio concreto antes de cambiar al oficio de Maestro de Israel, y vive en el seno de una familia y se deja invitar a convites y fiestas. Jesús vive en contacto profundo con los hombres de la sociedad de su tiempo. Sabe apreciar lo que hay de bueno en cada hombre, y conocedor de su crónica enfermedad espiritual fruto del pecado, trata de recuperarlos y orientarles, sin dejarse llevar de ingenuos espejismos idealistas.
Es la suya una personalidad sólida, donde las virtudes humanas alcanzan niveles jamás vistos. Inaccesible a los halagos de la muchedumbre, sereno ante los peligros e inalterable ante las grandezas humanas si son sólo materiales. Siempre cortés y delicado en el trato es también enemigo de todo exceso, palabra o acción desmedida y de mal gusto.
Todo tiene vida, los montes, los ríos, las flores, los pájaros y sobre todo el hombre es para el alma de Jesús el horizonte de contacto del mundo con la voluntad de su Padre; ahí quiere morar y reinar sirviendo. De ahí su actitud ante la vida, es una visión gozosa, optimista y positiva. Es Jesús un hombre realista, sin falsa poesía ni blandenguería. Toca de cerca los problemas y los conoce en profundidad. Enseña con la pedagogía de la anécdota, de la comparación o parábola, en una suave ascensión en profundidad y sin temor a repetir lo mismo de diversas formas. Pone ejemplos llenos de color, de vida, de poesía, de tragedia cotidiana o alegría familiar y popular. Aprecia la naturaleza, proclama la belleza de los lirios del campo y la libertad de los pajarillos; ensalza las ansias del pastor que perdió una oveja y critica la arrogancia del fariseo autosuficiente que reza en el Templo. Todo esto refleja un sentido exquisito de fina observación y gran sensibilidad que emergen de su rica vida interior. No hay la más mínima desconexión con la realidad. Jesús vive con intensidad su vida humana.
El concepto de amor que enseña
Enseña una doctrina jamás oída, una moral tan exigente que era desconocida hasta entonces y donde todo lo explica el amor, mejor dicho, el nuevo concepto de amor. Un amor que es completamente distinto al hasta entonces entendido como tal. Un amor que es generosa donación a todos los hombres sin acepción de personas, pobres y ricos, sanos y enfermos, pecadores o no, varones o mujeres, niños o mayores. El mismo amor exige vivir la aparente desigualdad de manifestar especial dulzura por los más necesitados: los enfermos, los pobres, los marginados de la sociedad, etc. Los marginados podían ser especialmente pudientes pero con el trauma del pecado o el desprecio de los hombres, como era el caso de Zaqueo.
Tiene un temperamento entrañablemente humano, que mira con cariño -y a veces con ira, si aflora la hipocresía-, que abraza a los niños y los bendice. Incluso se enfada si los apartan para que no le molesten. Jesucristo es un hombre a quien se le enternecen las entrañas ante una viuda que llora a su hijo único muerto o ante un pueblo que no reconoce al Mesías que tanto lo ama, que llora ante el amigo muerto y que se conmueve ante las muchedumbres en desamparo o los pobres o los enfermos. Jesús es accesible, misericordioso, familiar, de grandeza única, dignidad inefable, nítido en su pensamiento, palabra y obra. Jesús es la más bella imagen que se ha dado a los hombres contemplar.
Santidad de vida patente
Sin embargo, lo que parece ser la atracción que más impresiona a los que con Él se tropiezan es su sinceridad de vida. No es que parezca bueno, es que se nota que realmente lo es. Y palpan que no es algo temporal, eventual, sino que es que es así siempre. De cualquier persona que tenemos por santa se le conocen momentos de debilidad que comprendemos y justificamos generosamente porque son hombres como nosotros; sin embargo, en Jesús no hay el menor síntoma o asomo de desfallecimiento espiritual. No hay en Él ningún gesto -acto o palabra- que no despida santidad. Podríamos pensar que se trata de falta de datos actualmente, pero no. La falta de datos es porque no los hay. Pues los mismos que buscaban matar a Jesucristo tuvieron que recurrir a falsos testimonios que al contradecirse ponían al descubierto de modo más patente su santidad, incluso Pilatos reconoce su inocencia y que ha sido entregado por envidia y el mismo Judas se arrepentirá de haber entregado sangre inocente.
Realista en todos sus planteamientos
Su realismo predicando prueba su espíritu de observación y aprecio por la naturaleza. Leyendo sus parábolas se percibe la lozanía del modo oriental de captar la belleza y el vasto conocimiento de las realidades cotidianas de la época y del lugar. Nada hay de ingenuo idealismo en su vida. Es un gran observador de la realidad como lo demuestran las descripciones de las parábolas con las que enseñaba al pueblo; en ellas sale toda la gama de clases y situaciones sociales y en unos marcos de maravilloso colorido costumbrista. Con el vehículo de una prosa que embelesa también el alma predispone a sus oyentes para captar los mensajes espirituales. Leyendo sus parábolas se percibe la lozanía de tipo oriental que posee para captar la belleza. Todo cobra vida en sus descripciones: mercaderes que negocian, amas de hogar que se afanan buscando unos dineros perdidos, jóvenes que acompañan a la amiga que se casa, las reacciones típicas de los niños que juegan en la plaza, agricultores en paro que mantienen pacientemente la esperanza de un contrato laboral, reyes que se preparan para la guerra, bodas de príncipes, el aspecto del cielo como presagio del tiempo futuro, la belleza del campo con sus flores, pájaros y árboles; la pesca en el mar, la recolección de las cosechas en el campo, el almacenaje del vino en los odres adecuados, etc.
La belleza de su elocuente estilo al predicar responde a algo interior, no al espectáculo al que tan aficionados eran los orientales. Su comportamiento parece ser algo interior que mana suavemente al exterior, sin violencia, como brota la vida en el valle cuando llega la primavera, sin uniformidad pero con armonía. Sus palabras tienen la autoridad de sus hechos, de su vida.
Cómo muestra que es hombre y Dios
Jesús manifestó su divinidad poco a poco, de forma gradual y progresiva, mediante una pedagogía admirable, adecuada al fuerte sentido monoteísta del pueblo de Israel, al que le habría sido muy difícil aceptarlo sino. Comunica al pueblo con hechos y palabras su divinidad pero de un modo bien distinto del relato espectacular lleno de apoteosis al que estaban acostumbrados los oyentes de relatos épicos. Jesucristo va haciendo una progresiva y pedagógica explicitación de su divina condición con la sensibilidad de quien conoce a fondo la dificultad de entender el mensaje de su identidad y las personas que han de recibirlo. Recordemos que si escandalizaba mostrarse como Mesías, eso no tenía comparación con el escándalo que suponía identificarse además con Dios, pues los hebreos no osaban ni pronunciar su nombre.
Con la autoridad de Mesías y con la naturalidad con la que actuaba siempre dice en el Sermón de la Montaña: "Habéis oído que se dijo a los antiguos..., pero Yo os digo...", dejando claro que Él está por encima de Moisés. También -¡con qué asombro oirían estas cosas sus coetáneos!- manifestó estar por encima de Salomón, de David, del Sábado, del Templo, etc, con lo que poco a poco les iba desvelando su condición divina. Avala estas afirmaciones con milagros que sólo Dios -pues los hace en nombre propio- puede hacer: da la vista a los ciegos, el habla a los mudos, agilidad a los paralíticos, limpia a los leprosos, resucita a muertos, supera a la naturaleza creada: camina sobre las aguas, aquieta las tempestades, multiplica los alimentos, etc, y sobre todo perdona los pecados, lo cual es exclusivo del Ofendido, es decir, Dios.
Qué se concluye al mirar a Cristo con la luz de la Fe
Que Jesucristo es un milagro desde el punto de vista humano. En su vida se armonizan admirablemente sentimientos aparentemente contrapuestos. La armonía y perfección humanas de Jesús son un auténtico milagro moral. Su realidad humana conduce al misterio de su Persona: que Jesucristo es el Verbo hecho carne, hecho Hombre. La realidad de Jesucristo exige la aceptación de su misterio total aunque su modo de ser y de existir exceden toda capacidad humana.
En Cristo hay una Persona divina -el Verbo- con dos naturalezas, una divina y otra humana. La fe que la Iglesia proclama sin posibilidad de error sobre Jesús es que en Él se da una naturaleza humana singular, pero no se da una persona humana. Al comunicar a la naturaleza humana asumida su ser personal, el Verbo no perdió ni disminuyó su divinidad sino que elevó a Sí la naturaleza humana que asumía, haciéndola existir y dotándola de las prerrogativas y propiedades derivadas de la unión hipostática, es decir de la unión de las dos naturalezas en una sola Persona: la del Verbo, segunda Persona de la Santísima Trinidad. Cristo, pues, subsiste en dos naturalezas, ambas plenas, perfectas, íntegras: la divina y la humana.
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