Con ocasión del centenario del nacimiento de Mons. Álvaro del Portillo, y en inminencia de su beatificación, se ha celebrado, en la Pontifica Universidad de la Santa Cruz (Roma 12-14 de marzo de 2014), de la que fue su primer Gran Canciller, un congreso en el que han participado teólogos y expertos en otras materias para reflexionar sobre su vida y su mensaje
El Papa Francisco muestra que los santos son enamorados de Dios que contribuyen también a mejorar la vida de los demás: esta realidad se constata en el caso de Mons. Álvaro del Portillo, sucesor de san Josemaría al frente del Opus Dei, que inspiró y alentó un centenar de iniciativas en todo el mundo dirigidas a los sectores más necesitados.
Mons. Álvaro del Portillo fue un “sacerdote celoso que supo conjugar una intensa vida espiritual fundada sobre la fiel adhesión a la roca que es Cristo”. Con estas palabras comienza el telegrama que el Papa Francisco ha enviado a la Universidad de la Santa Cruz, con motivo del Congreso organizado para recordar el centenario del nacimiento de Mons. Álvaro del Portillo, su primer Gran Canciller, que será beatificado el próximo 27 de septiembre.
Resaltando el “generoso empeño apostólico que lo hizo peregrino en los cinco continentes siguiendo las huellas de San Josemaría y merecedor de las frase bíblica El hombre leal será colmado de bendiciones”, el Papa Francisco ha presentado a Del Portillo como ejemplo a seguir a los 350 participantes. Ha exhortado en concreto a “imitar la vida humilde, alegre, escondida y silenciosa, pero también decidida en dar testimonio de la perenne novedad del evangelio, anunciando la llamada universal a la santidad y la colaboración, con el trabajo cotidiano, en la salvación de la humanidad”.
El Congreso comenzó con la intervención de Mons. Javier Echevarría, Gran Canciller de la Universidad y actual Prelado del Opus Dei, que recordó cómo el evento coincide con los Ejercicios Espirituales del Papa Francisco y con el primer aniversario de su elección como sucesor de San Pedro. En este sentido, ha agradecido al Santo Padre “el dinamismo apostólico que está difundiendo y su esfuerzo por estar cercano a cada uno en particular”.
El empuje apostólico del Papa, añadió, “es un incentivo para lograr que todos los cristianos se esfuercen por llevar el amor y la misericordia de Jesús hasta el último rincón del mundo”. Aseguró que “muchos han reconocido en el Papa Francisco el sacerdote auténtico que reza mucho y que sabe escuchar a quien le busca”. Todo esto “es motivo de una gran alegría filial y de un profundo agradecimiento a Dios”.
En su discurso inaugural, Mons. Javier Echevarría repasó la importancia de la figura y el recorrido existencial de Mons. Álvaro del Portillo −con el que vivió durante más de cuarenta años− partiendo de su fidelidad “a Dios, a la Iglesia, al Romano Pontífice, a San Josemaría y al espíritu del Opus Dei”, que se “forjó un día tras otro, desde la infancia y la adolescencia”.
Relató muchas anécdotas de la vida espiritual de este Siervo de Dios, como su primer encuentro con San Josemaría y la ayuda que supuso para el desarrollo del Opus Dei. “La fidelidad de don Álvaro se demostró especialmente en el modo en el que llevó a término el itinerario jurídico de la Obra con la erección como Prelatura Personal en 1982. La forma jurídica definitiva aseguraba que el carisma recibido de San Josemaría Escrivá el 2 de octubre de 1928 no quedara desnaturalizado, y fuese reforzada la unidad de espíritu, de régimen y de jurisdicción de esta porción del pueblo de Dios compuesta de cristianos comunes, laicos y sacerdotes”.
Resaltando la fidelidad del próximo beato a la Iglesia y al Romano Pontífice, Mons. Echevarría afirmó: “No tengo la menor duda de que la biografía espiritual de don Álvaro, constituye un ejemplo que todos nosotros podemos imitar”. De hecho, “nuestra máxima aspiración como cristianos es servir a la Iglesia, al Romano Pontífice y a todas las almas, como enseña el Evangelio”. Y esta ha sido “la línea de conducta de don Álvaro que luchó con paz y alegría, con constancia, para poner en práctica el espíritu que le había transmitido san Josemaría”.
El congreso ha estado precedido por la mañana por la inauguración de la exposición fotográfica instalada en la Universidad, que Harambee International (un proyecto de cooperación inspirado las enseñanzas de San Josemaría) ha realizado para promover la recogida de fondos a favor de cuatro iniciativas sociales para el año 2014. Se trata de la creación de un centro Materno Infantil en el Niger Hospital and Diagnostic Centre (Nigeria), la lucha contra la malnutrición en la zona de Bingerville (Costa de Marfil), el refuerzo de tres dispensarios en las zonas periféricas de Kinshasa y becas de estudio para sacerdotes africanos que estudian en la Universidad de la Santa Cruz.
Álvaro del Portillo fue una de esas figuras que, trabajando en un segundo plano, hicieron posible el concilio Vaticano II, según se puso de relieve durante el congreso que se está celebrando en la Universidad de la Santa Cruz con motivo del centenario de este sacerdote y obispo, sucesor de san Josemaría al frente del Opus Dei.
El cardenal Julián Herranz relató algunos aspectos del trabajo que Del Portillo, que será beatificado el próximo 27 de septiembre, realizó como secretario de la comisión sobre la vida y ministerio de los sacerdotes en la Iglesia y en el mundo. Se trata de una de las diez comisiones del Vaticano II a la que “se confió uno de los temas más complejos, desde el punto de vista teológico y disciplinar”.
Como perito entonces de esa comisión, el cardenal Herranz resaltó un aspecto que solo advierten quienes conocen la historia del concilio: la gran divergencia entre los endebles esquemas preparatorios que se entregaron a la comisión, y “la amplitud de las cuestiones doctrinales y disciplinares que comenzaron a suscitarse sobre la identidad e imagen eclesial del sacerdote, y sobre las exigencias y características de su vida y magisterio”.
La comisión elaboró las propuestas que se le solicitaron, pero la plenaria del concilio acordó que los temas, en efecto, eran lo suficientemente importantes como para desarrollar un documento de mayor envergadura, un verdadero ‘Decreto conciliar’. Ese cambio supuso un esfuerzo de trabajo que recayó en buena parte sobre Álvaro del Portillo, que coordinó los trabajos de los treinta miembros y de los cuarenta peritos o expertos. El nuevo texto, que sería después la Presbyterorum ordinis, fue preparado en un tiempo record y recibió una acogida casi plebiscitaria: 2.394 padres conciliares votaron a favor y solo cuatro en contra.
El cardenal Herranz intercaló algunos recuerdos personales de Mons. Álvaro del Portillo, a quien trató durante más de cuarenta años, pero quiso subrayar un comentario reciente que le hizo Benedicto XVI. “He ido a visitarle hace pocos días en su retiro en el monasterio de los jardines vaticanos. Benedicto sabía ya de la próxima beatificación de don Álvaro y me ha dicho: “¡Qué bonito! Yo lo he tenido como colaborador durante años, como Consultor en la Congregación para la Doctrina de la Fe: ¡Qué buen ejemplo para todos nosotros!”.
Junto al trabajo en el Vaticano II y posteriormente en diversos organismos de la curia romana, el historiador Josep-Ignasi Saranyana, puso de relieve algunas aportaciones de Del Portillo al derecho de la Iglesia. Destacó, concretamente, la profundización en un “aspecto de enorme importancia jurídica”: la noción de fiel, que antecede a la de laico, clérigo o religioso.
“La tesis que defendió Mons. del Portillo sobre los laicos fue realmente innovadora para la ciencia canónica”, precisó el jurista José Luís Gutiérrez. “Mientras que antes las personas en la Iglesia estaban, de entrada, divididas en tres categorías −clérigos, religiosos y laicos− él hizo notar que, como dato previo, todos los bautizados tienen en común la condición de fiel cristiano, todos participan activamente en la misión de la Iglesia −ninguno puede ser considerado un elemento puramente pasivo− y todos están llamados a la santidad".
Álvaro del Portillo sostuvo además que los fieles en la Iglesia gozan de derechos y deberes. Entre los derechos distinguió los derechos fundamentales de los derechos subjetivos. Por esta razón, recordó Saranyana, Del Portillo abogó por “una ley fundamental de la Iglesia en la que estuvieran elencados y tutelados adecuadamente tales derechos fundamentales. Es una tema sobre el que han reflexionado durante años otros expertos en derecho canónico”.
Un complemento humano sobre la figura de Del Portillo lo ofreció, entre otros, el profesor John Coverdale, de la Facultad de Derecho de la Seton Hall University (Estados Unidos). Como autor de diversos estudios sobre la historia del Opus Dei, Coverdale subrayó un aspecto quizás poco conocido: San Josemaría, su fundador, “fue un hombre santo dotado de grandes cualidades humanas, pero también necesitaba de afecto y apoyo, y ese respaldo lo recibió sobre todo de Álvaro del Portillo”.
Algunos de los responsables de esos centros participaron hoy en el congreso que se está celebrando en la Universidad de la Santa Cruz con motivo del centenario de este sacerdote y obispo, que será beatificado el próximo 27 de septiembre. Como hilo conductor, se destacó el hecho de que en Álvaro del Portillo “la relación entre caridad y justicia no fue solo tema de predicación, sino de acción”, como sintetizó el teólogo Fernando Ocáriz, vicario general del Opus Dei.
El testimonio del filipino Ruben Laraya fue elocuente: en 1987, en una situación social muy inestable, de pobreza y opresión política, “mientras muchos hablaban de terror, un hombre hablaba de cambio, era Álvaro del Portillo”. Cuatro años después abría sus puertas en Cebú el Center for Industrial Technology and Enterprise, que en estos veinticinco año se ha convertido no solo en un punto de referencia para la formación humana, técnica y profesional de los jóvenes, sino que con sus iniciativas ha colaborado en la reducción de la pobreza en una zona fuertemente afectada por el último tifón.
También se debe a Álvaro del Portillo el nacimiento del Centro Médico Monkole, en el Congo, que inició sus actividades con tres camas en 1991. Hoy, con varios pabellones y 50 mil visitas médicas anuales, es un punto de referencia para la sanidad en uno de los países potencialmente más ricos, y más conflictivos, de toda África. El doctor Leon Tshilolo, su director, relató que aún en “los momentos más difíciles del país, con saqueos y desórdenes, el centro no ha cerrado nunca sus puertas. Incluso la población de los alrededores lo ha protegido contra las bandas armadas que han invadido repetidamente la capital, Kinshasa”.
Mons. Ocáriz se refirió a Del Portillo como hombre que inspiraba serenidad y paz, características necesarias también en el ámbito social, como demuestran las experiencias de la labor formativa y asistencial en las “periferias” del mundo: “comprobamos a diario que las personas solo pueden contribuir a la paz en su entorno si primero ellos encuentran la paz en sí mismos”, afirmó el brasileño Roberto Ueda, director de Pedreira, un centro profesional situado en las favelas de San Pablo. De ahí la necesidad “de no limitar el trabajo a lo exclusivamente ‘social’, sino de dirigirse a toda la persona, como pide el Papa en la Evangelii gaudium”, subrayó Sharon Hefferan, responsable de Metro, una iniciativa en la periferia de Chicago.
A los testimonios sobre el impacto social de estas y otras iniciativas surgidas por el aliento de Álvaro del Portillo, se unió también el relato de la cercanía personal manifestada por el futuro beato. Así lo expresaron, entre otros, el cardenal Carlo Caffara, arzobispo de Bolonia, que le conoció cuando él era un joven profesor universitario, o Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal. “Su trato conmigo, dijo Argüello, siempre fue muy entrañable, lleno de dulzura y afabilidad, y más de una vez me manifestó su profunda admiración por todo lo que el Camino Neocatecumenal está haciendo en la Iglesia”.
Particularmente detallado fue el testimonio de la Madre María de Jesús Velarde, fundadora del Instituto Religioso Hijas de Santa María del Corazón de Jesús, al relatar la cercanía que le manifestó Del Portillo en momentos difíciles. “Mantuve veinticuatro encuentros con él en un arco de nueve años, casi todos de una hora de duración; conservo más de diez cartas y tres documentos que me dirigió. Por teléfono mantuvimos más de cien conversaciones. Me impresionaba ver con qué amabilidad y espíritu sobrenatural respondía a mis llamadas”.
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