Al reanudar hoy su Audiencia general, el Santo Padre se ha referido a su reciente viaje apostólico a Sri Lanka y Filipinas, y ha insistido en el papel "esencial” de las familias en la sociedad ">
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy me gustaría hablarles de mi reciente viaje apostólico a Sri Lanka y Filipinas, donde he podido encontrarme con las comunidades católicas para confirmarlas en la fe y en la misión, para animarlas a buscar cada vez más el bien común de la sociedad y para favorecer el diálogo interreligioso en el servicio de la paz.
En Sri Lanka, he canonizado al gran evangelizador San José Vaz, modelo para los cristianos de hoy, llamados a presentar cada día la verdad salvífica del Evangelio en un contexto multirreligioso. En las diversas reuniones con las autoridades civiles y los líderes religiosos, he tenido ocasión de subrayar la importancia del diálogo y del respeto a la dignidad de la persona, en la búsqueda paciente de la reconciliación y la concordia. En el Santuario de Nuestra Señora de Madhu, pedí a la Virgen María, nuestra Madre, el don de la unidad y de la paz para todo el pueblo de Sri Lanka.
En Filipinas, que está a punto de celebrar el quinto centenario de la llegada de los primeros misioneros, he insistido en la constante fecundidad del Evangelio y su capacidad de generar una sociedad digna del hombre. Las celebraciones con las familias y los jóvenes han sido momentos destacados del viaje. Además, he querido expresar mi cercanía a cuantos sufren a causa de la devastación del tifón Yolanda. Invito a rezar constantemente por todo el continente asiático.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los formadores de Seminarios reunidos en el Pontificio Colegio Español de San José, de Roma, para un curso de actualización, así como a los demás grupos venidos de España, México, veo que hay muchos mexicanos por ahí, Argentina y otros países latinoamericanos. Que Dios les bendiga. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy me gustaría hablarles de mi reciente viaje apostólico a Sri Lanka y Filipinas, que realicé la semana pasada. Después de la visita a Corea de algunos meses atrás, fui nuevamente a Asia, continente de ricas tradiciones culturales y espirituales. El viaje ha sido sobre todo un alegre encuentro con las comunidades eclesiales que en aquellos países, dan testimonio a Cristo: las he confirmado en la fe y en la misión. Conservaré para siempre en el corazón el recuerdo de la alegre acogida de parte de las multitudes −en algunos casos incluso oceánicas− que ha acompañado los momentos destacados del viaje. Además, he alentado el diálogo interreligioso al servicio de la paz, como también el camino de aquellos pueblos hacia la unidad y el desarrollo social, especialmente con el protagonismo de las familias y de los jóvenes.
El momento culminante de mi estadía en Sri Lanka fue la canonización del gran misionero José Vaz. Este santo sacerdote administraba los Sacramentos, a menudo en secreto a los fieles, pero ayudaba indistintamente a todos los necesitados, de toda religión y condición social. Su ejemplo de santidad y amor al prójimo continúa a inspirar a la Iglesia de Sri Lanka en su apostolado de caridad y de educación. He indicado a San José Vaz como modelo para todos los cristianos, llamados hoy a proponer la verdad salvífica del Evangelio en un contexto multirreligioso, con respeto hacia los otros, con perseverancia y con humildad.
Sri Lanka es un país de gran belleza natural, cuyo pueblo está buscando reconstruir la unidad después de un largo y dramático conflicto civil. En mi encuentro con las Autoridades gobernativas he subrayado la importancia del diálogo, del respeto por la dignidad humana, del esfuerzo de involucrar a todos para encontrar soluciones adecuadas en la búsqueda de la reconciliación y del bien común.
Las diversas religiones tienen un papel significativo para desarrollar a este respecto. Mi encuentro con los exponentes religiosos ha sido una confirmación de las buenas relaciones que ya existen entre las varias comunidades. En este contexto, he querido alentar la cooperación ya iniciada entre los seguidores de las diferentes tradiciones religiosas, también con el fin de poder sanear, con el bálsamo del perdón, a cuantos todavía están afligidos por los sufrimientos de los últimos años. El tema de la reconciliación caracterizó también mi visita al santuario de Nuestra Señora de Madhu, muy venerada por las poblaciones Tamil y Cingalesas y meta de peregrinación de miembros de otras religiones. En aquel lugar santo pedimos a María nuestra Madre poder obtener para todo el pueblo cingalés el don de la unidad y de la paz.
Desde Sri Lanka partí hacia Filipinas, donde la Iglesia se prepara para celebrar el quinto centenario de la llegada del Evangelio. Es el principal país católico de Asia, y el pueblo filipino es bien conocido por su profunda fe, su religiosidad y su entusiasmo, también en la diáspora. En mi encuentro con las Autoridades nacionales, así como en los momentos de oración y durante la concurrida Misa conclusiva, he subrayado la constante fecundidad del Evangelio y su capacidad de inspirar una sociedad digna del hombre, en la cual hay lugar para la dignidad de cada uno y para las aspiraciones del pueblo filipino.
Propósito principal de la visita, y motivo por el cual decidí ir a Filipinas, y éste era el motivo principal, ha sido el poder expresar mi cercanía a nuestros hermanos y hermanas que han sufrido la devastación de tifón Yolanda. Fui a Tacloban, la región más gravemente afectada, donde he rendido homenaje a la fe y a la capacidad de recuperación de la población local. En Tacloban, lamentablemente, las condiciones climáticas adversas causaron otra víctima inocente: la joven voluntaria Kristel, arrollada y muerta por una estructura azotada por el viento. Luego he dado las gracias a quienes, de cada parte del mundo, han respondido a sus necesidades con una generosa profusión de ayudas. La potencia del amor de Dios, revelada en el misterio de la Cruz, se hizo evidente en el espíritu de solidaridad demostrada por los muchos actos de caridad y de sacrificio que marcaron esos días oscuros.
Los encuentros con las familias y con los jóvenes, en Manila, fueron momentos destacados de la visita a Filipinas. Las familias sanas son esenciales para la vida de la sociedad. Da consuelo y esperanza ver tantas familias numerosas que acogen a los hijos como un verdadero don de Dios: ellos saben que cada hijo es una bendición. Escuché decir que las familias con muchos hijos y el nacimiento de tantos niños se encuentran entre las causas de la pobreza. Me parece una opinión simplista. Puedo decir −podemos decir todos− que la causa principal de la pobreza es un sistema económico que ha quitado a la persona del centro y ha colocado al dios dinero; un sistema económico que excluye, excluye siempre, excluye los niños, los ancianos, los jóvenes sin trabajo, y que crea la cultura del descarte que vivimos.
Nos hemos acostumbrado a ver “personas descartadas”. Éste es el motivo principal de la pobreza, no las familias numerosas. Evocando la figura de san José, que ha protegido la vida del “Santo Niño”, muy venerado en ese país, he recordado que es necesario proteger a las familias, que se enfrentan a diversas amenazas, de modo que puedan testimoniar la belleza de la familia en el proyecto de Dios. Es preciso también defender las familias de las nuevas colonizaciones ideológicas, que atentan su identidad y su misión.
Y fue una alegría para mí estar con los jóvenes de Filipinas, para escuchar sus esperanzas y sus preocupaciones. He querido ofrecerles mi aliento por sus esfuerzos para contribuir a la renovación de la sociedad, especialmente a través del servicio a los pobres y de la tutela del medio ambiente natural.
El cuidado de los pobres es un elemento esencial de nuestra vida y del testimonio cristiano: he indicado esto también en la visita. Implica el rechazo de toda forma de corrupción −porque la corrupción roba a los pobres− y requiere una cultura de honestidad.
Doy gracias al Señor por esta visita pastoral a Sri Lanka y Filipinas. Le pido que bendiga siempre estos dos Países y que confirme la fidelidad de los cristianos al mensaje del Evangelio de nuestra redención, reconciliación y comunión en Cristo. Gracias.
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual, Griselda Mutual - RV)
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