Mujer es maternidad y novedad: lo eternamente moderno
Desvincular mujer y maternidad es desvencijarla en su núcleo más íntimo y obligarnos a vivir al raso de la barbarie
Una presidenta de no sé qué asociación de empresarios ha expresado en voz alta lo que otras personas también piensan, pero no son capaces de vocear. Dice que no contrataría a una mujer que tuviese una disposición a la maternidad; y por eso, se inclina por féminas que, o bien son jóvenes y pueden esperar; o bien son ya mayores y no pueden engendrar. Su sinceridad va a la par de su simpleza. Aunque vete tú a saber lo que ha querido decir, que esa es otra.
La cuestión es que en el imaginario colectivo, también femenino, la visión que se posee es precisamente esa: la maternidad es, en el fondo, una carga que impide la autorrealización. Pero hay algo que se rebela ante semejante razón de eficacia, precisamente por su inhumanidad. Subyace una antropología profundamente errada, porque sus consecuencias son nefastas e injustas.
Me viene a las mientes algo que llevo tiempo dándole vueltas: ¡Mujer, sé tú misma! ¡No te empeñes en imitar roles ajenos! ¡No reivindiques lo que no te corresponde porque daña tus mismas entrañas! Mujer es un vocablo fuerte, de resonancias bíblicas. Es quien nos da cobijo frente a la intemperie. Encarna la ternura, eso que nos hace humanos. Es, como afirma la novela de Álvaro Pombo, el metro de platino iridiado que da la medida, que sostiene, que asegura, que permanece en los avatares no siempre felices de cada uno de nosotros. Es la que siempre está esperándonos.
Mujer es maternidad y novedad: lo eternamente moderno. Vida. Quizá el máximo desdén histórico, al menos en Occidente, sea la lucha de clases propuesta por el marxismo que lleva hasta el paroxismo la contraposición dialéctica hombre-mujer. Ese radicalismo estúpido destruye lo más íntimo de la comunidad humana, el seno mismo −nunca mejor dicho− de la mujer emancipada precisamente de ser mujer; y con ella, de la entera sociedad.
Desvincular mujer y maternidad es desvencijarla en su núcleo más íntimo y obligarnos a vivir al raso de la barbarie. Quizá una de las frases más conmovedoras de la historia sea aquella en que Jesús de Nazaret, a punto de morir en la cruz, dirige a su madre y al discípulo amado: ¡Mujer, he ahí a tu hijo! ¡Mujer: sé tú misma!