De nada se priva quien por amor se priva de todo lo que no es su amor
Quienes piensan que la felicidad es egoísta están en un grave error acerca del ser humano: de la misma manera que hay más alegría en dar que en recibir, a todos nos llena −más que cualquier otra cosa− querer y sentirnos queridos
Hoy en día hay personas −quizá sobre todo entre la gente joven− que han sido educadas de tal manera en el egoísmo que prefieren no enamorarse, no darse del todo a otra persona porque no quieren las ataduras del amor. Prefieren su independencia personal y piensan que el querer a alguien por completo roba su independencia. Me trae a la cabeza aquello de Saint-Exupéry de que la calidad de una vida está en función de la calidad de los vínculos afectivos libremente elegidos. Quien prefiere aislarse −esto es, no querer a nadie sino solo a sí mismo− empobrece su horizonte vital hasta negar su propia humanidad.
No he visto −ni veré porque me ha parecido muy zafia− la película ">El lobo de Wall Street (2013) que describe bien el ansia ilimitada de placer egoísta de un exitoso corredor de bolsa, encarnado por Leonardo di Caprio. Me basta con Ciudadano Kane (1941) y la dramática soledad del millonario, encarnado por Orson Welles, que tiene todo lo que puede comprarse y al que le faltan, en cambio, el cariño y afecto de todos: al que le falta todo lo que el dinero no puede comprar.
Quienes piensan que la felicidad es egoísta están en un grave error acerca del ser humano: de la misma manera que hay más alegría en dar que en recibir, a todos nos llena −más que cualquier otra cosa− querer y sentirnos queridos. No se trata de perder independencia, sino de voluntaria y confiadamente entregarse a otra persona para llevar a cabo un proyecto vital compartido, para vivir juntos toda la vida. Copio de un autor espiritual (Paroles de Chartreux, Cerf, París, 1987, p. 99) que cita Jacques Philippe: “Incluso en el orden natural, todo amor auténtico es una victoria de la debilidad. Amar no consiste en dominar, en poseer, en imponerse a quien se ama. Amar quiere decir que se acoge sin defensa al otro que viene a nosotros; en contrapartida se tiene la certeza de ser plenamente acogido sin ser juzgado, ni condenado, ni comparado. No hay ninguna prueba de fuerza entre dos seres que se aman. Hay una especie de entendimiento mutuo interior, gracias al cual no se puede temer ningún peligro que venga del otro”.
Me sorprende esa paulatina degradación en la cultura contemporánea occidental del amor humano, que ha reducido el amor romántico −el auténtico amor esponsal− a una relación de mutua satisfacción egoísta. Zygmunt Bauman ha escrito libros muy documentados estudiando lo que denomina el “amor líquido”. Hace muchos años aprendí que el amor renuncia al control del tiempo: para quien ama nunca hay prisa. O como me gusta escribir a modo de trabalenguas: de nada se priva quien por amor se priva de todo lo que no es su amor. Dicho más sencillamente, el amor deja todo por la persona que ama.
De hecho el retraso del casamiento hasta más allá de los treinta años o hasta después de que vengan los hijos es señal clara de esta transformación de la relación amorosa, que tiende a eludir el compromiso que encierra de exclusividad y eternidad. En lugar de comprometerse para toda la vida, hoy en día es más común el compromiso “mientras dure el amor”, mientras se conserve el sentimiento amoroso o la mutua satisfacción sexual. Por un motivo análogo, son muchas las mujeres y los hombres jóvenes que no quieren tener hijos, que no quieren atarse de por vida a unas nuevas criaturas nacidas de su relación conyugal. Han empequeñecido sus corazones, se han convertido en unos ancianos que solo buscan su interés o quizá no han dejado de ser aquellos niños egoístas que en su infancia solo querían su comodidad.
Amar es atarse voluntariamente a otra persona. En cambio, quien no ama se ata solo a su egoísmo. Quien aspira a su independencia por encima de todo, no es capaz de amar: en última instancia, será esclavo de sí mismo. Como escribió Santayana, “Moral freedom is freedom from others, spiritual freedom is freedom from oneself”. La libertad moral es libertad respecto de los demás, la libertad espiritual es libertad respecto de uno mismo. Quien no ama y no ama las ataduras que el amor lleva siempre consigo, renuncia a su crecimiento personal. Como me escribía la filósofa Sara Escobar, “la estructura de la persona es así: solo crece si se da”.