Más de 10 mil parejas acudieron a San Pedro la mañana del pasado día 14 para asistir a un evento único: por primera vez un Papa celebra así San Valentín, el patrón de los enamorados
Bajo el lema “La alegría del ‘sí’ es para siempre”, el Papa Francisco invitó a las parejas a prepararse bien para el matrimonio. Les dijo que es un compromiso que no se deben tomar a la ligera.
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Las parejas de prometidos también pudieron hacer preguntas al Papa:
Santidad, muchos piensan hoy que prometerse fidelidad para toda la vida sea una empresa muy difícil; muchos sienten que el reto de vivir juntos para siempre es bonita, fascinante, pero demasiado exigente, casi imposible. Le pediríamos su palabra para iluminarnos sobre esto.
Agradezco el testimonio y la pregunta. Pero os explico, ellos me han mandado las preguntas por adelantado, se entiende, y así he podido reflexionar y pensar una respuesta un poco más sólida.
Es importante preguntarse si es posible amarse “para siempre”. Es una pregunta que debemos hacernos: ¿es posible amar para siempre? Hoy muchas personas tienen miedo de hacer elecciones definitivas. Un chico decía a su obispo: yo quiero ser sacerdote pero sólo durante diez años. Tenía miedo de una elección definitiva. Pero es un miedo general, propio de nuestra cultura. Tomar decisiones para toda la vida parece imposible. Hoy todo cambia rápidamente, nada dura mucho. Y esta mentalidad lleva a tantos que se preparan para el matrimonio a decir: "estamos juntos mientras dure el amor" y luego saludos y nos vemos, acaba así el matrimonio. Pero ¿qué es? ¿Solo un sentimiento, un estado psicofísico? Ciertamente, si es esto, no se puede construir encima nada sólido.
Pero en cambio, si el amor es una relación, entonces es una realidad que crece, que podemos también decir a modo de ejemplo que se construye como una casa, crece y se construye como una casa. ¡Y la casa se construye juntos, no solos! Construir aquí significa favorecer y ayudar al crecimiento. Queridos novios, vosotros os estáis preparando para crecer juntos. Para construir esa casa, para vivir juntos para siempre. No queréis fundarla sobre la arena de los sentimientos que van y vienen, sino sobre la roca del verdadero amor, el amor que viene de Dios. La familia nace de este proyecto de amor que quiere crecer como se construye una casa, que sea lugar de afecto, de ayuda, de esperanza, de apoyo. Pero todos, ¿eh? afecto, ayuda, esperanza, apoyo.
Como el amor de Dios es estable para siempre, así también el amor que funda la familia queremos que sea estable y para siempre. ¡Por favor, no debemos dejarnos vencer por la “cultura de lo provisional”! Esta cultura que nos invade a todos, esta cultura de lo provisional, que no funciona. Por tanto ¿cómo se cura este miedo al “para siempre"? Se cura día a día confiándose al Señor Jesús en una vida que se convierte en un camino espiritual cotidiano, hecho de pasos, pasos pequeños, de crecimiento común, de compromiso para convertirse en hombres y mujeres maduros en la fe. Porque, queridos novios, el “para siempre” no es sólo una cuestión de duración! Un matrimonio no es logrado sólo si dura, sino que es importante su calidad. Estar juntos y saberse querer para siempre es el desafío de los esposos cristianos.
Me viene a la mente el milagro de la multiplicación de los panes: también para vosotros, el Señor puede multiplicar vuestro amor y dároslo fresco y bueno cada día. ¡Tiene una reserva infinita! Él os da el amor que está en el fundamento de vuestra unión y cada día lo renueva, lo refuerza. Y lo hace aún más grande cuando la familia crece con los hijos. En este camino es importante, es necesaria la oración. Siempre. Él por ella y ella por él, y los dos juntos. Pedid a Jesús que multiplique vuestro amor. En la oración del Padre Nuestro decimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día". Los esposos pueden aprender a rezar también así: “Señor, danos hoy nuestro amor de cada día", porque el amor diario de los esposos es el pan, el verdadero pan del alma, ese que les sostiene para seguir adelante. Es la oración que podemos hacer la prueba para saber si sabemos decirla: Señor, danos siempre nuestro amor de cada día. Esta es la oración de los novios y de los esposos. ¡Enséñanos a amarnos, a querernos! Cuanto más os fieis de Él, más vuestro amor será “para siempre", capaz de renovarse, y vencerá cada dificultad.
Santidad, vivir siempre todos los días es bonito, da alegría, sostiene. Pero es un reto que afrontar. Creemos que hay que aprender a amarse. Hay un “estilo” de la vida en pareja, una espiritualidad del día a día que queremos aprender, ¿puede ayudarnos a esto, Santo Padre?
Vivir juntos es un arte, un camino paciente, bello y fascinante. No termina cuando os habéis conquistado el uno al otro… Al contrario, es precisamente entonces cuando empieza! Este camino de cada día tiene reglas que se pueden resumir en tres palabras, que ya he dicho a las familias, y que vosotros ya podéis aprender a usar entre vosotros: puedo, gracias y perdona.
“¿Puedo?”. Es la petición amable de poder entrar en la vida de otro con respeto y atención. Hay que aprender a preguntar: ¿puedo hacer esto? ¿Te gusta que hagamos esto? ¿Que tomemos esta iniciativa, que eduquemos así a los hijos? ¿Quieres que salgamos esta noche?... En resumen, pedir permiso significa saber entrar con cortesía en la vida de los demás. ¡A veces en cambio se usan maneras un poco duras, como ciertos zapatones de montaña! El amor verdadero no se impone con dureza y agresividad. En las florecillas de san Francisco se encuentra esta frase: “Sepas que la cortesía es una de las propiedades de Dios…, y la cortesía es la hermana de la caridad, la cual apaga el odio y conserva el amor” (Cap. 37). Sí, la cortesía conserva el amor. Y hoy en nuestras familias, en nuestro mundo, a menudo violento y arrogante, hace falta mucha cortesía.
“Gracias”. Parece fácil pronunciar esta palabra, pero sabemos que no es así… ¡Pero es importante! La enseñamos a los niños, ¡pero luego la olvidamos! La gratitud es un sentimiento importante: ¿recordáis el Evangelio de Lucas? Jesús cura a diez enfermos de lepra y sólo uno vuelve atrás para decir gracias a Jesús. Y el Señor dice: ¿y dónde están los demás? Esto vale también para nosotros: ¿sabemos dar gracias? En vuestra relación, y mañana en la vida matrimonial, es importante tener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios, del que siempre hay que dar gracias. Y en esta actitud interior decirse gracias mutuamente, por todo. No es una palabra amable que usar con los extraños, para ser educados. Hay que saberse decir gracias, para avanzar bien juntos.
“Perdona”. En la vida cometemos muchos errores, muchas equivocaciones, lo hacemos todos. Quizás no haya un día en el que no hagamos algún error. Por eso la necesidad de usar esta sencilla palabra: “perdona”. En general cada uno de nosotros está dispuesto a acusar al otro y a justificarse a sí mismo. Es un instinto que está al origen de tantos desastres. Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir perdón, “Perdona, si he levantado la voz”; “perdona si he pasado sin saludar”; “perdona si he hecho tarde”, “si esta semana he estado tan silencioso”, “si he hablado demasiado sin escuchar nunca”; “perdona si me he olvidado”… También así crece una familia cristiana. Sabemos todos que no existe la familia perfecta, ni tampoco el marido perfecto o la mujer perfecta. Existimos nosotros, pecadores. Jesús que nos conoce bien nos enseña un secreto: no acabar nunca un día sin pedirse perdón, sin que la paz vuelva a nuestra casa, a nuestra familia. Si aprendemos a pedirnos perdón y a perdonarnos mutuamente, el matrimonio saldrá adelante.
Santidad, en estos meses estamos haciendo muchos preparativos para nuestra vida. ¿Puede darnos algún consejo para celebrar bien nuestro matrimonio?
Haced de manera que sea una verdadera fiesta, una fiesta cristiana, no una fiesta mundana! El motivo más profundo de la alegría de este día nos lo indica el Evangelio de Juan: ¿recordáis el milagro de las bodas de Caná? En un cierto momento les falta el vino y la fiesta parece arruinada. A sugerencia de María, en ese momento Jesús se revela por primera vez y da un signo: transforma el agua en vino y, haciendo así, salva la fiesta de bodas. Lo que sucedió en Cana hace dos mil años, en realidad sucede en cada fiesta nupcial: lo que hará pleno y profundamente verdadero vuestro matrimonio será la presencia del Señor que se revela y da su gracia. Es su presencia la que ofrece el “vino nuevo”, Él es el secreto de la alegría plena, la que da calor verdaderamente al corazón.
Al mismo tiempo, es bueno que vuestro matrimonio sea sobrio y ponga de relieve lo que es verdaderamente importante. Algunos están más preocupados por los signos exteriores, por las fotografías y los vestidos y las flores... Son cosas importantes en una fiesta, pero no son de por sí capaces de indicar el verdadero motivo de vuestra alegría: la bendición del Señor sobre vuestro amor. Haced de manera que, como el vino de Caná, los signos exteriores de vuestra fiesta revelen la presencia del Señor y os recuerden a vosotros y a todos los presentes el origen y el motivo de vuestra alegría.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
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