Inusual y rompedora película concebida como un experimento por la austriaca mente de Gustav Deutsch (Viena, 1952), el cual trae a la pantalla 13 cuadros del pintor norteamericano Edward Hopper y les insufla vida a través del protagonismo de Shirley, mujer que hace las veces de Josephine, quien fuera la fiel esposa de Hopper y sempiterno modelo de sus obras. Ella es como la encarnación de la mujer norteamericana a lo largo de los años que abarcan los lienzos elegidos, de 1931 hasta 1965.
En Shirley: Visiones de una realidad no hay una trama narrativa propiamente dicha, más bien Gustav Deutsch estructura el film a través de escenas que coinciden con los cuadros de Hopper, donde la conciencia de Shirley, a veces en voz alta y otras veces por medio de la voz en off, da a conocer sus pensamientos, sus deseos, sus dudas, sus frustraciones. Cada cuadro-escena viene introducido por un fundido en negro en donde suena un noticiero radiofónico correspondiente a cada 28 de agosto de los años en que fueron pintados los cuadros.
Edward Hopper (1882-1967) es el pintor de la soledad del hombre y la mujer contemporáneos y así queda reflejado en este film –esas habitaciones de hotel, anónimas, esa ausencia decorativa, ese “Lonely Woman” del saxofonista Ornette Coleman–, en donde los personajes apenas se comunican, a veces parecen espectros, seres llenos de estupor ante la realidad externa, desnudos ante algo que no alcanzan a entender, volcados hacia fuera, buscando respuestas.
Asimismo, también hay en Shirley: Visiones de una realidad una continúa referencia al mundo de la ficción. La protagonista –subyugante y eficaz Stephanie Cumming– forma parte de una compañía teatral que lucha por susbsistir a lo largo del tiempo; junto a ello son reiterativas las referencias al cine, a Hollywod –hay pasajes de la película Callejón sin salida y se citan autores como Elia Kazan o William Wyler–, pero ese juego entre realidad y ficción, esa visión del mundo como representación, no parece aquí una simple idea más sino que deviene en esencial cuando sale a relucir Platón y su mito de la caverna. Al final, el conjunto, el film, ofrece una pregunta autorreferencial acerca de la realidad, del sentido de la vida.
Pero sin duda lo más llamativo de Shirley: Visiones de una realidad es el aspecto formal, el diseño de producción. Las pinturas de Hopper se caracterizan por su luz solar apabullante, cegadora, sus colores y líneas definidas, sus personajes estáticos, pensativos. Y aquí cada escena emula esa atmósfera e incluso las texturas humanas parecen pintadas, de modo que el espectador tiene la sensación de estar ante un dibujo animado, o un óleo animado más bien, que ejerce una atracción maravillosa por su acabado “pictórico”, por su perfección a la hora de captar la esencia de Hopper.
Deutsch coloca la cámara en el ángulo concreto que da la perspectiva de Hopper y, salvo en el uso del zoom, siempre mantiene los encuadres, de modo que la sensación de estaticidad es asombrosa. Visto lo cual, queda claro que la película, un experimento visual lleno de orginalidad, no gustará lo más mínimo a quienes no disfruten de la pintura, del mismo modo que quienes se consideren amantes de la obra de Hooper quedarán fascinados. Cinéfilos. (Decine 21 / Almudí JD) LEER MÁS