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Dirección y guion: Kim Nguyen. País: Canadá. Año: 2012. Duración: 90 min. Género: Drama. Interpretación: Rachel Mwanza (Komona), Alain Bastien (comandante rebelde), Serge Kanyinda (mago), Ralph Prosper (el carnicero), Mizinga Mwinga (Gran Tigre), Jean Kabuya (instructor del campamento rebelde), Jupiter Bokondji (hechicero), Starlette Mathata (madre de Komona), Alex Herabo (padre de Komona). Producción: Pierre Even y Marie-Claude Poulin. Fotografía: Nicolas Bolduc. Montaje: Richard Comeau. Diseño de producción: Emmanuel Fréchette. Vestuario: Éric Poirier. Distribuidora: Good Films. Estreno en Canadá: 16 Abril 2012. Estreno en España: 10 Mayo 2013.
Reseña:
El vietnamita-canadiense Kim Nguyen (“Truffe”, “La cité”) dirige esta impactante producción, ganadora de los premios 2012 de cine canadiense y del Oso de Plata a la mejor actriz en la Berlinale 2012, y nominada al Oscar 2012 a la mejor película en habla no inglesa. El argumento se desarrolla en un anónimo país del África negra, donde Komana (Rachel Mwanza), una niña de catorce años, le cuenta al hijo que crece dentro de ella la historia que le llevó a convertirse en una niña-soldado. Todo empezó cuando, a los doce años, fue secuestrada por el ejército rebelde.
Lo más llamativo de esta brillante cinta es cómo consigue contar cosas de una dureza extrema de una manera que, en ciertos momentos, resulta hasta poética. Toda la película está imbuida de una frescura espontánea, que probablemente quiera ser coherente con la edad de los protagonistas. No hay subrayados, ni didactismos enfáticos, sino que todo está contado con un naturalismo nada impostado, desde la preparación del aceite de bayas, hasta el horror de un asesinato a sangre fría. Esta aparente paradoja consigue lo que pretende: mostrar cómo es la vida para un niño de un lugar donde la vida no vale nada. Pero más importante si cabe es la densidad humana de algunos personajes, especialmente de la protagonista: su profunda religiosidad —a caballo entre el cristianismo y el paganismo—, su respeto a las tradiciones y el valor que da a la maternidad y a la familia. A este resultado casi amable, casi documental, contribuyen las emotivas canciones extraídas del álbum étnico “Soul of Angola, Antología de la música angoleña (1965-1975)”.
Dentro de esta historia ocupa un lugar especial una subtrama romántica que nos brinda los momentos más conmovedores de la película. Nos presenta un amor puro, capaz del heroísmo más genuino. El resultado es un largometraje memorable, minoritario, pero de gran valor estético y humanista. (Cope J. O.)