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aquí Dirección: Pedro Almodóvar
Intérpretes: Penélope Cruz, Lluís Homar, Blanca Portillo, Ángela Molina, Rossy de Palma, Lola Dueñas, Chus Lampreave, Carmen Machi, Kiti Manver.
Guión: Pedro Almodóvar
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: Rodrigo Prieto
Distribuye en Cine: Warner
Duración: 125 min.
Género: Drama
Ojos que no ven, corazón que no siente
Un hombre escribe, vive y ama en la oscuridad. Catorce años antes sufrió un brutal accidente de coche, donde no sólo perdió la vista sino que también murió Lena, la mujer de su vida. Este hombre tiene dos nombres, Harry Caine, lúdico seudónimo bajo el que firma sus trabajos literarios, relatos y guiones, y Mateo Blanco, su nombre de pila real, con el que vive y firma las películas que dirige.
Después del accidente, Mateo Blanco se convierte en su seudónimo, Harry Caine. Si ya no puede dirigir películas, prefiere sobrevivir con la idea de que Mateo Blanco ha muerto con Lena en el accidente. En la actualidad, Harry Caine vive gracias a los guiones que escribe y a la ayuda de su antigua y fiel directora de producción, Judit García, y de Diego, el hijo de ésta, secretario, mecanógrafo y lazarillo.
Desde que decidiera vivir y contar historias, Harry es un ciego muy activo y atractivo que ha desarrollado todos sus otros sentidos para disfrutar de la vida, a base de ironía y una amnesia autoinducida, autoimpuesta sería más exacto. Ha borrado de su biografía todo lo ocurrido catorce años antes. No vuelve a hablar de ello, ni a hacer preguntas; el mundo se olvidó pronto de Mateo Blanco y él es el primero en no querer resucitarlo.
Pero, una noche, Diego tiene un accidente y Harry se hace cargo de él. En las largas noches en que Harry cuida del chico (su madre, Judit, está fuera de Madrid y deciden no comunicarle nada para no alarmarla) le cuenta la fábula de su propia historia, para entretenerle, como un padre le cuenta un cuento a un hijo pequeño para que se duerma.
Pedro Almodóvar vuelve a los terrenos del melodrama con una trama alambicada, atravesada de detalles personales sobre sus sentimientos y su dedicación al cine, dotada de una estructura donde juega con el concepto de duplicidad, muchas cosas se repiten de algún modo, acontecen dos veces. A lo largo del metraje brillan destellos de genialidad, el director manchego tiene todo tipo de ocurrencias ingeniosas, que va incorporando a su historia.
Ya sea la película de vampiros que Diego cuenta a Harry, el recurso de leer los labios de otros o la película dentro de la película, "Chicas y maletas" (qué lástima que no sea ésta la película rodada por Almodóvar, porque los fragmentos que se incorporan, deudores de Mujeres al borde de un ataque de nervios, prometen muchas risas), se detecta una increíble facilidad para imaginar tramas y crear personajes.
Lo mismo cabe decir de su ojo para lo visual, ya sean las páginas en braille llenando la pantalla, o las fotos hechas mil pedazos. O de las referencias cinematográficas bien traídas, ya sea el Te querré siempre de Roberto Rossellini, o la idea de convertir a Penélope Cruz, en la película que Mateo está filmando, en un trasunto bastante creíble de Audrey Hepburn.
Y a pesar de todo... la película de Almodóvar resulta demasiado artificiosa, de algún modo se ahogan las emociones, que no llegan a aflorar. Quizá la más auténtica es la de Lena sacrificándose por su padre con una desesperada llamada a Ernesto; pero hay pocas como ésa. Los hilos narrativos se tuercen y retuercen, se está muy cerca del ridículo culebrón en algunos pasajes.
Como es habitual en el cineasta, hay sentimientos exacerbados, pero a la vez muy epidérmicos. Se nos habla de amor, pero vemos poco amor. Ernesto está obsesionado con Lena, y se nos viene a decir que eso no es amor, sobre todo porque ella no le corresponde. Pero lo que surge entre Lena y Mateo tampoco acaba de parecer amor, es una especie de entrega física, sin más, propiciada por la relación profesional.
Tampoco se ahonda mucho en el hijo despechado de Ernesto, y la revelación de algunos secretos, relativamente sorprendentes, suenan a disparatados -la escena de confesión de Blanca Portillo chirría-, metidos un poquito con calzador, y llama la atención lo poco que alteran a aquellos que debían quedar profundamente afectados. El tratamiento del sexo es puramente lúdico, poco avanza Almodóvar en este terreno: por supuesto no va ligado al compromiso o a la entrega, y es objeto de chistes de gusto, cuando menos, discutible.
Y es que el tema almodovariano del amor y el deseo vuelve a estar presente en la película. Esta declina varios tipos de amor: el posesivo, que es enfermizo y destructivo y que encarna Martel; el amor de madre soltera o sea el amor que se tiene en exclusiva, no compartido, que siempre es el amor preferido de Almodóvar, y el más duradero, que en el film representa Judith, y el amor de la pasión que une a Mateo con Lena, que representa el objeto del deseo. Lena recuerda a muchos personajes de películas como el que la propia Penélope Cruz encarnó en Elegy, o tantas mujeres que se debaten entre el amor obsesivo de un hombre poderoso y el amor sincero de un perdedor (Moulin Rouge, Titanic, La niña de tus ojos...)
Un tema que nunca había estado demasiado presente en el cine de Almodóvar y que apareció en Volver y ahora toma fuerza, es el de la conciencia de culpa. Al igual que Woody Allen al llegar a su madurez, aparece en el cine del manchego el peso del mal pretérito en la conciencia del presente. Judith está aplastada por un secreto culpable, y en menor medida, también el hijo de Martel. Pero los agraviados saben perdonar, y en ese sentido, el tono del film, a pesar de sus tintes trágicos, no es negativo, ni cargado de rencor hacia la vida, sino que la última palabra la tiene en cierto modo la alegría de estar vivos y la superación de los errores del pasado.
En Los abrazos rotos se ve puntualmente el brillo de su autor, pero este no consigue hacer que el film fluya por los cauces del talento que ha demostrado en algunas de sus películas. (Decine21 / Almudí)