Harry Potter y la piedra filosofal. Aventuras.

Todos. Gran producción que procura ser fiel al primer tomo de la novela del mismo título. Son casi dos horas y media de viaje por un mundo de fantasía. La imaginación nos ha hecho volar como las escobas de los alumnos, desafiando todas las leyes de la física. Una sonrisa permanente en el rostro de niños y mayores. Y al final, una salva de aplausos y unos semblantes felices, porque hemos vivido unas historias, unas hazañas, con Harry Potter, con ese niño que un día descubre que sus padres eran unos magos que se sacrificaron por él y por todos. Desde entonces, ese niño extraído de un mundo real –donde los humanos viven desencantados y sin ilusión- atravesará el espejo para acceder a otro mundo de fantasía e iniciar un viaje de aprendizaje a la Escuela de Magos de Hogwarts. El mayor mérito de Chris Columbus quizá sea haber logrado que el espectador, sea cual sea su edad, aparque su sentido crítico y su racionalidad apenas iniciada la película, y se sienta empujado a unirse a ese niño sencillo y simpático, sin aires de grandeza, que acabará convirtiéndose en un héroe, en cierta medida anónimo. Ahí radica el atractivo de este gran personaje: en saberse sacrificar por amor, ésa es la señal interior que ha heredado de sus padres, más importante que la cicatriz grabada en su frente. Tiene el valor y la abnegación con los que todos nos identificamos o nos gustaría identificarnos, que hace que salgan a flote nuestros buenos sentimientos, nuestros buenos deseos. Una estupenda puesta en escena y muy buenos efectos especiales. Gustará a todo el mundo, especialmente a los forofos de la saga de Harry Potter.