Dirección: Clint Eastwood Intérpretes: Clint Eastwood, Geraldine Hughes, John Carroll Lynch, Cory Hardrict, Dreama Walker, Brian Haley, Bee Vang, Ahney Her. Argumento: Dave Johannson, Nick Schenk Guión: Nick Schenk Música: Kyle Eastwood, Michael Stevens Fotografía: Tom Stern Distribuye en Cine: Warner Duración: 116 min. Género: Acción, Drama
El hombre que se enfrentó a sus propios defectos
En este bello relato de redención, el casi octogenario Clint Eastwood confirma su maestría y su creciente optimismo. Dos meses después de la notable El intercambio, se estrena Gran Torino, lo nuevo de Clint Eastwood delante y detrás de la cámara. En ella da vida a Walt Kowalski, un mecánico jubilado de Detroit, veterano de la guerra de Corea, cuya esposa acaba de fallecer.
Profundamente católica, la mujer manifestó a su párroco su deseo de que su marido se confesara. El pelirrojo y novato Padre Janovich se lo propone a Kowalski, pero este lo rechaza destempladamente, igual que a sus hijos, que sólo piensan en meterle en un asilo.
De este modo, Kowalski se refugia en su amargura, agravando su mal carácter, que manifiesta con agresividad contra sus vecinos, una amplia familia de la etnia hmong, procedente del sudeste asiático. Hasta que un día Kowalski pilla al hijo pequeño de los vecinos, Thao, intentando robar el Ford Gran Torino de 1972 que Kowalski guarda celosamente en su garaje.
Después de encadenar tres películas en las que no participaba como actor -Banderas de nuestros padres, Cartas desde Iwo Jima y El intercambio-, Clint Eastwood ha dado con un guión que le va al pelo, pues su personaje es un tipo que por su forma de comportarse y sus diálogos, refleja muy bien cómo hubiera sido Harry el sucio o cualquiera de sus personajes una vez jubilado.
Algunos pasajes en los que Clint empuña el arma al estilo de los pistoleros que interpretaba de joven, o pronuncian sentencias amenazantes, parecen sentidos homenajes a su amplia filmografía. Enlaza en cierta manera con varias cintas recientes de héroes crepusculares, especialmente con Rocky Balboa, que presentaba de forma creíble una historia en la que el maduro protagonista acababa convertido en el héroe a pesar de la edad.
Retoma el guión asuntos que ha indagado muchas veces Eastwood a lo largo de su envidiable filmografía, como la redención, la violencia, el choque cultural, las relaciones familiares dificultosas, etc. Incluye esta vez varios golpes de humor -ausente en sus últimas películas-, al tiempo que como es habitual, filma con un estilo muy clásico, y un ritmo lo suficientemente ágil pero nunca apresurado, pues se toma su tiempo para describir a los personajes y mostrar las relaciones entre ellos.
Donde Eastwood se luce especialmente es al explorar la relación entre su personaje y Thao, y cómo ambos evolucionan gracias a su inesperado encuentro. Eastwood aprenderá a ser más tolerante -descubre que estos orientales de lo que él llamaba la etnia 'jamón' resultan ser más cercanos que sus propios hijos-.
El chico aprende del anciano a comportarse como un hombre, a buscarse un trabajo y a relacionarse con los demás. Marcando las distancias, la historia recuerda a ratos a Kárate Kid, salvo porque aquí el oriental es el chico; pero éste también es acosado por gamberros juveniles, su maestro también le hace lavar el coche, y también se siente atraído por una chica con la que parece no tener posibilidades...
Quizás algún pasaje se antoje innecesariamente largo, y el conjunto no llega a la altura de las grandes cintas del cineasta, pero es una obra bastante digna. Refleja otra vez la fatalista visión que tiene Eastwood de un mundo cruel e injusto, donde el individuo se ve abocado a un final trágico.
Pero como ocurre en Sin perdón, Million Dollar Baby, El intercambio y otras de sus películas, por el camino es posible encontrar a buenas personas, capaces de sacrificarse y apoyar a los suyos. Por tanto, no se puede hablar de una visión completamente desesperanzada. (Decine21).
Casi una comedia
Lo primero que sorprende es el decidido tono de comedia que domina durante gran parte del metraje, y que es muy poco habitual en el cine de Eastwood. Lo aporta el inteligente guión del televisivo Nick Schenk, que juega con el arquetipo de Harry el Sucio personaje emblemático del actor-director, moviéndose siempre entre el homenaje y la parodia amable.
Así, la violencia, el racismo y el aparente individualismo del protagonista deparan secuencias muy divertidas, en las que Eastwood disfruta como actor, y el espectador con él. Y, de paso, el veterano cineasta critica ciertos aspectos del American way of life sobre todo lo referente a la defensa a ultranza de lo propio al tiempo que elogia su inevitable interculturalismo, enriquecedor, según él, para el conjunto de la sociedad estadounidense y para cada una de las culturas que la conforman.
Esta sugerente perspectiva lleva a mostrar luces y sombras en todos los ámbitos raciales: polacos, italianos, irlandeses, afroamericanos, asiáticos Y resulta muy incisiva en su varapalo al materialismo egoísta de las nuevas generaciones, representadas por los pandilleros de todos los colores y por los impresentables hijos de Kowalski, unos y otros dominados por el afán de dinero y poder.
Frente a ellos, la película subraya el valor humanizador y socializador de la religión, tanto de la etérea espiritualidad hmong, como del frágil catolicismo del protagonista, explicitado en sus conversaciones con el imberbe padre Janovich, que completan las que mantenía con su párroco el atormentado protagonista de Million Dollar Baby.
Esa visión católica va emergiendo, hasta asentar el desenlace en la aceptación serena del sufrimiento, el valor de la integridad, el sacrificio y el perdón; la importancia de los sacramentos en concreto, de la confesión y el poder de la oración, también a la Virgen. Queda así una película memorable, menos rotunda que otras en su factura visual, pero que confirma la firme evolución de Clint Eastwood hacia el optimismo cristiano. (La Gaceta JJM / Almudí
(JLL-JD)