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Dirección y guion: Pablo Trapero. Países: Argentina y España. Año: 2012. Género: Drama. Interpretación: Ricardo Darín (Julián), Jérémie Rénier (Nicolás), Martina Gusman (Luciana). Guion: Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre y Pablo Trapero. Producción: Alejandro Cacetta, Pablo Trapero, Juan Gordon, Juan Vera y Juan Pablo Galli. Música: Michael Nyman. Fotografía: Guillermo Nieto. Montaje: Pablo Trapero y Nacho Ruiz Capillas. Dirección artística: Juan Pedro Gaspar. Vestuario: Marisa Urruti. Distribuidora: Alta Classics. Estreno en España: 13 Julio 2012.
Reseña:
La misión del siglo XXI
“Elefante blanco” es el nombre con el que se conoce un gran hospital en Ciudad Oculta, una barriada deprimida de Buenos Aires, que nunca terminó de construirse pese a las promesas de varios gobiernos, y que sólo sirve para que recalen allí los sin techo y los drogadictos. Trabaja como párroco de la zona Julián, que cuida con caridad de sus fieles y realiza una importante labor de promoción junto a otros sacerdotes y la asistente social Luciana, impulsando la construcción de viviendas populares.
Se sumará al grupo Nicolás, un sacerdote buen amigo de Julián, traumatizado por la matanza que se produjo en una aldea en la selva en la que ejercía su ministerio, como no pudo hacer nada arrastra cierto complejo de culpa. Julián piensa en Nicolás como su sustituto para un futuro quizá no tan lejano, pues se encuentra gravemente enfermo. Pero resulta imposible controlar y preverlo todo: la violencia del entorno, la falta de recursos que debería aportar el obispado, la debilidad de la carne, la necesidad de afecto que todos tenemos, el silencio de Dios y las paradojas de la existencia humana, nos llevan por caminos inesperados. Ambiciosa película de uno los cineastas argentinos de mayor prestigio, Pablo Trapero.
Aunque no sea redonda cinematográficamente ni pueda presumir de ortodoxa al resolver los conflictos es interesante la manera de mostrar las dificultades que pueden tener los sacerdotes para vivir su compromiso en contextos de violencia, pobreza o soledad. En ese sentido, comparten con el resto de los mortales las dudas, las debilidades, las decisiones equivocadas… y la esperanza, la gracia, la amistad, los sacramentos y la oración (Decine21 / Almudí JD). LEER MÁS
La primera hora de película es un impecable testimonio de compromiso sacerdotal, en comunión con la Iglesia y ejemplar entrega. Es sorprendente que, un contexto mediático en el que la figura del sacerdote aparece frecuentemente asociada a escándalos y turbiedades, Trapero nos presente a sacerdotes “normales”, como Julián y su joven colaborador, hombres de fe sin intereses espurios ni motivaciones oscuras. El guión y la cinta tienen, sin embargo, dos elementos que ensombrecen el resultado: el affaire del padre Nicolás con Lucía, y el papel del padre Julián en el desenlace del film. Nicolás se enamora de Luciana, con la que se entrega a una apasionada relación, incluso sexual. La película es muy explícita en esto y se trata de tal manera que alguien lo puede interpretar como una apuesta de Trapero por el celibato opcional.
Esta subtrama a lo Pájaro espino perjudica el tono realista, social, y auténtico del film. No porque en la vida real no puedan suceder esas cosas, sino porque el tono de la película va por otro lado. El segundo punto disonante, el desenlace, es demasiado ambiguo, no por decisión del guionista, sino por la resolución de la puesta en escena, y puede afectar a la coherencia que ha mantenido hasta ese momento el personaje de Julián. Hechas estas dos puntualizaciones, hay que reconocerle fuerza a la película, dramática y visual, una poderosa puesta en escena y excelente dirección de actores.
Hay otro punto interesante. La relación del padre Julián con su Obispo, aunque tensa, es cercana, libre, sincera. El obispo visita el barrio y Julián le dice siempre claramente lo que piensa. Quedan atrás aquellos esquemas de marxismo doctrinario en los que se exacerbaban las diferencias y contradicciones dentro de la Iglesia. Lo que define a los protagonistas no es una lucha ideológica, sino su entrega a la gente, una entrega que nace de la fe, y no de la lucha de clases. En fin, una película que a pesar de sus “peros”, no trivializa la realidad, sino que se la toma en serio. Y por tanto al espectador también (Juan Orellana. Pantalla 90)