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El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo.

El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo.

  • Público apropiado: Todos
  • Valoración moral: Adecuada
  • Año: 2003
Historia mitológica. Violencia. Jóvenes. Acertada puesta en escena de la obra cumbre de Tolkien. Consciente de toda la riqueza literaria y antropológica de la obra, Peter Jackson se muestra siempre muy cuidadoso en su recreación de hechos, tipos y paisajes. Así, resuelve con impactante vigor, a lo Braveheart, las brutales escenas de guerra; pero las monta de modo que no resulten excesivamente morbosas. Por otra parte, da tiempo para que cada personaje despliegue su drama; pero oxigena los momentos trágicos con otros líricos, oníricos o cómicos. Además, en todo momento logra que sus excelentes actores vivan realmente sus personajes. Y todo ello, otorgando a los paisajes y ambientes un importante papel dramático, y sin abusar casi nunca de la música, ni de la fotografía, ni de los efectos especiales. De todos modos, el primer acierto de la película es su guión, que sintetiza muy bien la novela, sacrificando solo el complejo capítulo de Tom Bombadil. Cabe elogiar sobre todo su cautivador tono mágico, piedra clave de Tolkien por convertir la historia de la Tierra Media primero en leyenda y después en mito. “Mi desafío era crear un mundo fantástico a gran escala, pero en el contexto de un fuerte realismo –ha señalado Jackson–. Y abordar tres temas básicos: la lucha del Bien contra el Mal, la naturaleza contra las máquinas, y la amistad vencedora de la corrupción”. Ha logrado todos esos objetivos. De este modo, sin violar nunca las reglas propias de ese mundo secundario, los hechos épicos se enriquecen con conflictos morales de hondo calado y expuestos desde la nítida antropología cristiana de la que parte Tolkien, sobre todo en lo referente al sentido redentor del sacrificio, al valor de la solidaridad frente al materialismo egoísta y a la conjunción de acción humana y providencia divina. En este sentido, la película incluye sutiles elementos icónicos de carácter religioso –el porte demoníaco de Saurón y los orcos, la actitud maternal de Galadriel, los signos y ritos funerarios de Aragorn...– que permiten superar una reducción de la obra de Tolkien a parámetros políticos, ecológicos o New Age, como algunos hicieron en los años 60 y 70.