Contenidos: ---
Dirección y guion: Carlos Sorin. País: Argentina. Año: 2012. Duración: 80 min. Género: Drama. Interpretación: Alejandro Awada (Marco), Victoria Almeida (Ana), Diego Caballero (José), Oscar Ayala (Oscar), Daniel Keller (Daniel), Martín Galindez (Fito). Producción: Hugo Sigman y Carlos Sorin. Música: Nicolás Sorin. Fotografía: Julián Apezteguía. Montaje: Mohamed Rajid. Vestuario: Ruth Fischerman. Distribuidora: Wanda Visión. Estreno en Argentina: 15 Noviembre 2012. Estreno en España: 15 Marzo 2013.
Reseña:
Desde que hace una década sorprendiera a todos con “Historias mínimas”, el argentino Carlos Sorín viene desarrollando un tipo de cine sencillo, humanista y entrañable, que hace honor al título de esa película y que, en cierto modo, revitaliza la cautivadora autenticidad del neorrealismo italiano y sus posteriores actualizaciones. Después de “Bombón, el perro”, “Camino a San Diego” y “La ventana”, Sorín sigue fiel a su estilo en “Días de pesca en Patagonia”, quizás la gran olvidada en el palmarés del Festival de San Sebastián 2012.
Esta vez sigue los pasos de Marco (Alejandro Awada), viajante comercial y ex alcohólico cincuentón, al que su médico le sugiere que cambie de vida y busque un hobby para desintoxicarse. Marco elige la pesca del tiburón y, para practicarla, viaja a Puerto Deseado, un pequeño pueblo de la Patagonia, muy cerca de donde vive su hija Ana (Victoria Almeida), a la que no ve desde hace años.
Sorín desarrolla esta bella historia de redención y reconciliación —similar a la narrada por David Lynch en “Una historia verdadera”— con su sereno minimalismo habitual, sin prisas pero sin pausas, con un hipnótico pulso narrativo, dejando que su incisiva cámara se empape de la agreste belleza de los paisajes que muestra y de la desbordante humanidad de los variopintos personajes —una boxeadora y su entrenador, un trío de jóvenes aventureros, un patrón de pesca, la familia de su hija…— que se cruzan en el camino del protagonista, la mayoría de ellos interpretados por no actores. Alejandro Awada sí que es actor, pero no lo parece, pues su espléndida caracterización rezuma la misma veracidad durante el doloroso desvelamiento de las profundas heridas de su personaje.
Se le puede reprochar a Sorín una excesiva parsimonia en ciertos pasajes, un recurso excesivo a la música de su hijo Nicolás Sorín e incluso una puesta en escena menos cuidadosa que en otras ocasiones. Pero logra plenamente su objetivo de conmover al espectador con esta bella exaltación del cariño familiar, el arrepentimiento y el perdón, presentados como las mejores armas para combatir el destructivo individualismo dominante.(Cope J. J. M.)