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Reseña:
Año de producción: 2010
País: Francia
Dirección: Xavier Beauvois
Intérpretes: Jean-Marie Frin, Jacques Herlin, Philippe Laudenbach, Michael Lonsdale, Xavier Maly, Loïc Pichon, Olivier Rabourdin, Lambert Wilson
Guión: Xavier Beauvois, Etienne Comar
Fotografía: Caroline Champetier
Distribuye en Cine: Golem
Duración: 120 min.
Género: Histórico, Drama
Siempre queda el amor
Un monasterio en las montañas del Magreb en los años noventa. Ocho monjes cistercienses viven en perfecta armonía con la población musulmana. Un grupo de fundamentalistas islámicos asesina a un equipo de trabajadores extranjeros y el pánico se apodera de la región. El ejército ofrece protección a los monjes, pero estos la rechazan. ¿Qué deben hacer? ¿Irse, quedarse? A pesar de la creciente amenaza, empiezan a darse cuenta de que no tienen elección y deben quedarse, pase lo que pase. Se debaten entre el amor de Cristo que les ha llevado hasta allí, la lealtad que deben a la población civil cuya vida peligraría si se fueran, y un elemental instinto de supervivencia. La película se basa a grandes rasgos en la vida de los monjes cistercienses del Tibhirine, en Argelia, desde el año 1993 hasta su secuestro y asesinato en 1996.
El francés Xavier Beauvois entrega una obra auténtica, sincera, emocionante. Sin trampa ni cartón, con un 'tempo' prodigioso, desde su primer tramo en que pone todas las piezas de la trama sobre el tablero. No hay espacio para el edulcoramiento, ni para poner el énfasis en ciertas facetas de la vida del monje, obviando otras por las razones que fueren. Vemos reflejado bien su día a día, y cómo el amor de Dios es lo que les permite seguir adelante. También llama la atención cómo se reconoce la autoridad del abad, pero al tiempo la comunidad escucha todos los puntos de vista sobre lo que deben hacer, antes de tomar decisiones, ponderándolos en la oración.
Lo propio de unas personas entregadas a Dios, como es el caso, sería su disposición a dar la vida si es preciso. Pero Beauvois, apoyado por un reparto excepcional nos pinta a personas de carne y hueso, con buenos deseos pero también atenazados por el miedo. La exposición de su parecer, y la evolución a medida que pasan los días, están muy bien perfiladas, resultan creíbles en el entrelazamiento entre su humanidad y su fe, débiles y a la vez fuertes. Lo que da pie a pasajes sublimes. Se abordan los asuntos con una fuerza tremenda pero sin el menor rastro de énfasis: la centralidad de la Eucaristía y la oración, el ora et labora, el ejercicio de la autoridad como servicio a los demás, la fuerza arrolladora de la fraternidad.
No tiene la película de Beauvois una intencionalidad política, no se trata de un ajuste de cuentas o de una reclamación del esclarecimiento de unos hechos que continúan todavía sin resolverse. Resulta difícil, por no decir imposible, señalar a un personaje que quede en penosísimo lugar, de todos se da información justa para entenderlos. De hecho, y aunque veamos las consecuencias destructoras del odio y la manipulación de lo más sagrado, estamos por encima de todo ante una historia del triunfo del amor, muy bien narrada, una auténtica inspiración. Con toda justicia ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes (Decine21 / Almudí JD). LEER MÁS