Bélica. Violencia. Jóvenes y mayores. La guerra civil en Somalia, largo tiempo ignorada por la opinión pública, fue noticia al revelarse el número de 300.000 muertos de hambre. Los llamados señores de la guerra estaban provocando un auténtico genocidio. Las tropas que la ONU envió para distribuir ayuda humanitaria a la población civil no tuvieron éxito. Finalmente Estados Unidos envió soldados profesionales, bajo el mando del general Garrison, para poner fin al reinado de terror de uno de estos señores de la guerra, Mohamed Farrah Aidid. El 3 de octubre de 1993, 160 hombres, 19 helicópteros y una docena de vehículos entraron en el mercado de Bakara, en Mogadishu, y secuestraron a dos de los principales colaboradores de Aidid, en la creencia de que el golpe debilitaría su posición. La retirada se retrasó por atender a un soldado herido, de modo que las milicias somalíes tuvieron tiempo para organizarse y repeler la agresión. Los pesados helicópteros Black Hawk, inmóviles a baja altura, fueron presa fácil; uno de ellos fue derribado y media hora después caía otro que acudía en su ayuda. Los Delta Force nunca dejan a nadie atrás, así que su retirada fue cada vez más compleja, cargando heridos y muertos, en una ciudad hostil, rodeados por miles de combatientes enemigos. La batalla duró dieciocho horas y se saldó con la muerte de diecinueve soldados norteamericanos y cerca de un millar de somalíes. Políticamente, fue un fracaso que solo sirvió para acelerar la retirada de tropas estadounidenses de diversos lugares del mundo. Black Hawk derribado es una buena película de guerra. Sin entrar en juicios morales sobre las razones de unos y de otros, sobre el número de bajas respectivo, o sobre el posible triunfalismo de los realizadores norteamericanos, se trata de una de las batallas mejor filmadas del cine. Ridley Scott (Blade Runner; Gladiator) está en un extraordinario momento creador y ha confeccionado un fresco épico en el que conviene destacar una puesta en escena visual que permite saber en cada momento dónde está cada quien, qué está pasando y a quién atacan. Hay cien minutos de combate que en ningún momento se hacen tediosos o aburridos. El despliegue de medios ha sido apabullante: ocho cámaras filmaban cada escena para tener todos los puntos de vista posibles. Brilla con fuerza la solidaridad plena con los heridos. La película está rodada con crudeza y sin concesiones. Ridley Scott lleva al espectador a la dura realidad de la guerra, sin alardes desagradables pero sin ahorrar nada.