Dirección: Fernando Meirelles. País: Reino Unido. Año: 2012. Duración: 110 min. Género: Drama, romance. Interpretación: Anthony Hopkins (John), Jude Law (Michael Daly), Ben Foster (Tyler), Rachel Weisz (Rose), Moritz Bleibtreu (vendedor), Dinara Drukarova (Valentina). Guion: Peter Morgan; basado en la novela “La ronda”, de Arthur Schnitzler. Producción: Andrew Eaton y David Linde. Fotografía: Adriano Goldman. Montaje: Daniel Rezende. Diseño de producción: John Paul Kelly. Distribuidora: Vértigo Films. Estreno en Reino Unido: 10 Agosto 2012. Estreno en España: 31 Mayo 2013.
Reseña:
El director brasileño Fernando Meirelles, que siempre ha estado al frente de proyectos que pudieran calificarse de “radicales” (“Ciudad de Dios”, “El jardinero fiel”) y proclives al pesimismo (“A ciegas”), con “360. Juego de destinos” intenta hacer su aportación al cine multitramas, del que es experto su amigo y colaborador Guillermo Arriaga. Si ya adaptó una obra amarga y nihilista de Saramago para su anterior filme, ahora riza el rizo y remonta a uno de los escritores más controvertidos de la Viena del XIX, el médico y dramaturgo Arthur Schnitzler (1862-1931), obsesionado con los conflictos sexuales y amigo y simpatizante de Freud. Si Kubrick se atrevió a adaptar “Relato soñado” en su largometraje póstumo, “Eyes Wide Shut”, Meirelles adapta “La ronda”, obra teatral publicada en 1900, y que fue prohibida en 1904. Era un conjunto de diez piezas dramáticas de un solo acto, cada una de las cuales estaba protagonizada por una pareja de amantes, de modo que uno de los miembros de la pareja se repite en dos escenas sucesivas, en una especie de “ronda” de emparejamientos sexuales. Ya en 1950 el genial director Max Ophuls llevó “La ronda” a las pantallas, ambientándola en la época real en la que se escribió; pero Meirelles ha preferido una profunda adaptación a nuestros tiempos, no sólo en lo formal, sino en el clima posmodernista que nos caracteriza.
Michael (Jude Law) contrata a una prostituta eslovaca, Blanka (Lucia Siposová), aunque está casado con Rose (Rachel Weisz). Pero Rose tiene una aventura con el veinteañero Rui (Juliano Cazarré), cuya novia brasileña Laura (Maria Flor) decide volverse a su país. En el aeropuerto, Laura conoce a dos hombres, John (Anthony Hopkins), que lleva años buscando a su desaparecida hija, y Tyler (Ben Foster), un agresor sexual rehabilitado que acaba de salir de la cárcel. Por su parte, Blanka es contratada por un mafioso ruso (Mark Ivanir), cuyo guardaespaldas Sergei (Vladimir Vdovichenkov) pasa una crisis con su esposa, Alina (Danica Jurcová), enamorada a su vez de su jefe, un dentista argelino y musulmán (Jamel Debbouze). Después de que le abandone su esposa, Sergei conoce a Anna (Gabriela Marcinkova), la hermana de Blanka, con la que nacerá una curiosa complicidad.
Con estos mimbres se teje una película muy bien rodada pero de desigual interés. Probablemente la trama de Michael es la más redonda y la menos contaminada de nihilismo. Casi todos los conflictos giran en torno al adulterio, y es curioso cómo siempre aparece la religión como un dique contra él, un dique que —todo hay que decirlo— salta por los aires en todos los casos. La película sabe a poco, en el sentido de que a Fernando Meirelles le falta la hondura dramática de Alejandro González Iñárritu o de Rodrigo García, veteranos del cine multitramas. Es brillante en su puesta en escena, pero sus potencialidades se difuminan, al no compensar la fragmentación de las tramas con suficiente densidad emocional y antropológica. No obstante, deja ver que unas relaciones en las que el plano sexual es el más importante sólo acaban generando melancolía. (Cope J. O.)