“El verdadero poder es el servicio”, decía el Papa Francisco hace dos años en el histórico inicio de su pontificado
Antes de esta Misa, el Santo Padre había llamado por teléfono a Buenos Aires, para dejar un mensaje a los argentinos reunidos en la Plaza de Mayo, en que les pedía que “no se olviden de este Obispo que está lejos pero que los quiere mucho”, a la vez que los invitaba a rezar por él.
En efecto, el martes 9 de marzo de 2013, en la Solemnidad de San José, Esposo de la Bienaventurada Virgen María y Patrono de la Iglesia Universal, el entonces recién elegido Papa Francisco celebraba la Santa Misa por el inicio oficial del su ministerio petrino. Misa solemne en la que participaron unos 200.000 fieles y peregrinos junto a las delegaciones oficiales de más de 130 países.
Antes de la misa el Papa Francisco había recorrido la Plaza de San Pedro durante varios minutos, deteniéndose a saludar, besar a algunos niños y bendecir a los miles de fieles presentes. Aquel día, el nuevo Obispo de Roma, que llegaba en un jeep blanco descubierto a una Plaza de San Pedro abarrotada de fieles, saludaba sonriendo y bendiciendo como hoy estamos acostumbrados a ver, mientras pasaba por el recinto, en el que se escuchaba, en tantos idiomas, el cariño y la devoción de la multitud.
El nuevo Papa ingresaba en la Plaza de San Pedro a las 8.50 hora local, en medio de miles de aplausos y vivas, así como del ondear de cientos de banderas, entre ellas muchas argentinas, y pancartas de movimientos eclesiales y otras de bienvenida en las que se podía leer “estamos contigo”. Francisco, muy sonriente, no dudaba en besar a tantos pequeños que les acercaban sus padres y madres, e incluso en bajar del jeep para saludar a un discapacitado.
Tras el recorrido, el Obispo de Roma entró en la Basílica vaticana para vestir los paramentos de la Misa y bajar a orar ante la tumba de San Pedro. Después, en la Plaza de San Pedro le fue colocado el palio, y el anillo del Pescador, símbolos del pontificado.
En su homilía, el Papa Francisco comenzó diciendo:
“Queridos hermanos y hermanas: Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y Patrono de la Iglesia Universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud”.
Y se preguntaba:
“¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús”.
El Papa Francisco también se preguntaba: “¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia?”:
“Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu”.
José −prosiguió diciendo en su homilía− es “custodio” porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas.
También explicaba que, en el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Por eso pidió que seamos custodios de los dones de Dios:
“Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para ‘custodiar’, también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura”.
Francisco añadía una ulterior anotación:
“El preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura”.
Y al recordar que hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que también comporta un poder, el Papa Francisco explicaba:
“Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25, 31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar”.
Y concluía con las siguientes palabras:
“Imploro la intercesión de la Virgen María, de San José, de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, de San Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos ustedes les digo: Recen por mí. Amén”.
Además, esa misma mañana, a las 7.30 hora de Roma, y cuando en Argentina eran las 3,30 de la madrugada, Francisco llamó por teléfono al rector de la Catedral de Buenos Aires para transmitir un saludo a los fieles presentes en la Plaza de Mayo −que se encuentra frente a la misma Catedral Metropolitana de la que hasta hacía pocos días el nuevo Papa era su Arzobispo−. Toda la gente reunida en la plaza pudo escuchar la voz y el mensaje de un Padre que se dirigía a sus hijos y a quienes les agradecía, porque sabía que estaban rezando por él.
“Les quiero pedir un favor −decía el Papa a sus compatriotas−. Les quiero pedir que caminemos juntos todos”:
“Cuidemos los unos a los otros, cuídense entre ustedes, no se hagan daño, cuídense, cuídense la vida. Cuiden la familia, cuiden la naturaleza, cuiden a los niños, cuiden a los viejos; que no haya odio, que no haya pelea, dejen de lado la envidia, no critiquen a nadie. Dialoguen, que entre ustedes se viva el deseo de cuidarse”.
“Que vaya creciendo el corazón y acérquense a Dios. Dios es bueno, siempre perdona, comprende, no le tengan miedo; es Padre, acérquense a Él. Que la Virgen los bendiga mucho, no se olviden de este obispo que está lejos pero los quiere mucho. Recen por mí”.
María Fernanda Bernasconi
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