El Prelado centra su carta de junio en la virtud de la esperanza. Con palabras de don Álvaro, invita a rezar: "Señor, no te fíes de mí; yo sí me fío de ti"
Próxima la solemnidad de Pentecostés e inmediatamente la vuelta al tiempo ordinario de la liturgia, recuerda el Prelado que la Iglesia nos invita a continuar en el empeño del cumplimiento de los deberes habituales: la trama de nuestra lucha por la santidad, e invita a aprovechar el impulso recibido a lo largo de las semanas anteriores: la consideración del triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, su resurrección y su ascensión gloriosas, y el envío del Paráclito, nos ha obtenido nuevos ánimos para que dirijamos la mirada a la verdadera meta de nuestro caminar terreno: el Cielo, y recuerda cómo san Josemaría invitaba a preparar la fiesta de la Santísima Trinidad, el domingo siguiente a Pentecostés, con un triduo de adoración y de acción de gracias, el Trisagio angélico.
Después de afirmar que el afán de llegar a gozar plenamente de Dios, elevando al orden sobrenatural la existencia cotidiana, es una característica de las almas que se toman en serio la vocación a la santidad, testimonia el modo en que san Josemaría y don Álvaro del Portillo vivían la virtud de la esperanza, que ayuda poderosamente a que el pensamiento se vaya a Dios en todas las ocupaciones, y aunque todos tenemos concienciade que, aunque tratemos sinceramente de seguir de cerca los pasos del Señor, cotidianamente experimentamos nuestras limitaciones (…) que ofrecen materia para realizar actos de esperanza, continúa haciendo referencia a esta virtud citando algunos párrafos de la encíclica Spe Salvi, en la que Benedicto XVI expresa la necesidad que todos tenemos de tener esperanzas que día a día nos mantengan en camino, concluyendo con que esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar.
Próxima la fecha de beatificación de don Álvaro, continúa, me gusta pensar en la figura de mi predecesor, tan leal a Dios, que siguió con fidelidad el ejemplo y las enseñanzas de san Josemaría, también en su afán por alcanzar la dicha del Cielo, afirmando que en la tierra era una persona feliz y optimista, porque amaba esta virtud sobrenatural de la esperanza, que suplicaba a Dios cada día. Con palabras que también yo escuché muchas veces a nuestro Fundador, don Álvaro utilizaba una jaculatoria muy adecuada para fomentar ese temple, sobre todo cuando se notan con mayor fuerza la propia debilidad o los límites de nuestro yo. Repetía: “Señor, no te fíes de mí; yo sí me fío de ti”. Lo recomendaba también a quienes le escuchaban, especialmente si alguien se consideraba incapaz de corresponder a la gracia, por el peso de sus faltas y defectos. Animó a todas y a todos a colocar su confianza en Dios, poniendo al mismo tiempo los medios humanos a su alcance.
Después de citar unas palabras de san Josemaría en una meditación, asegura que el Señor, en efecto, nos ha otorgado muchas pruebas de su predilección, que reafirman nuestra esperanza. Basta pensar en el portento de haber enviado al mundo a su Hijo muy amado, para rescatarnos del pecado y hacernos hijos suyos; en la asistencia constante del Espíritu Santo, que permanece y actúa en la Iglesia; en los medios de santificación −los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia−, que ha puesto a nuestro alcance; en la protección de su Madre, que es Madre nuestra; en el ejemplo de tantas personas que, con su respuesta alegre y sacrificada al Señor, nos impulsan a mirar más y más al Cielo…
Este mes, el día 26, recuerda el Prelado, celebramos la fiesta de san Josemaría, que nos ha mostrado no sólo esta senda para arribar al Cielo por medio de las ocupaciones ordinarias, sino que nos ha enseñado el modo concreto de recorrerla. Ya estamos acostumbrados a ver su actividad sobrenatural en el mundo entero, con ocasión de las Misas que se celebran en torno a la fecha del 26 de junio, con tantas reacciones de conversión de muchas mujeres y de muchos hombres. Preparémonos para acoger personalmente esa lluvia de gracias y para ayudar a quienes se sienten impulsados por tan santo sacerdote a transformar su vida en camino hacia Dios.
Insiste, ya al final de su Carta pastoral: a medida que se acerca la fecha de la beatificación, acudamos confiadamente a la intercesión de don Álvaro, pidiéndole que nos consiga del Señor esa esperanza optimista en la labor apostólica, y pide −el día 14 es su cumpleaños−: rogad por mí para que sepa seguir fielmente el ejemplo de estos santos pastores del Opus Dei, san Josemaría y don Álvaro. Continuad rezando mucho y a diario por el Papa y por los frutos de su reciente viaje pastoral a Tierra Santa, para que el Señor escuche sus plegarias por la paz y la unión de los cristianos. Y tened muy presente la expansión apostólica de la Obra, recordando su reciente viaje pastoral a Singapur, Taiwán y Corea.
Y ya, para terminar: no me detengo en el aniversario del 26 de junio, aunque pienso que tengo obligación de añadir: si queremos servir a Dios, estemos muy unidos a san Josemaría; querámosle más, y que no pase ningún día −como escribió en una carta− sin contarle "nuestras pequeñeces", pues le interesa toda nuestra vida.